Espejismos de la derecha
Desde la transición, la derecha española vive entre espejismos: los separatismos ya no eran separatistas, solo querían dinero y algunas concesiones políticas: siendo generosos y dándoles incluso más de lo que pedían, el problema sería llevadero; los socialistas eran demócratas y todo lo que había que hacer era repartirse con ellos el poder lo más amistosamente posible; “Europa” iba a solucionar cualesquiera problemas importantes que surgieran; el terrorismo terminaría por acabarse dándole una “salida política” (esta idea fue cambiada con Aznar, pero retomada por Rajoy); en adelante la política iba a reducirse básicamente a economía, y ganaría las elecciones quien mejor supiera gestionarla. Estos espejismos se hicieron más sugestivos tras la implosión de la URSS.
Pero el espejismo mayor y más decisivo, fue que Franco y el franquismo no habían existido, o que si habían existido no tenían la menor relevancia, ninguna relación con la actualidad y menos aún con la nueva derecha salida de la nada para montar una democracia con los demócratas separatistas, socialistas y comunistas. ¿Que estos se empeñaban en recordar el franquismo y la guerra civil? ¿Y qué más daba, si a cualquier efecto práctico no habían existido? Si se empeñaban en mirar al pasado, pues no pasaba nada, que dijeran e hicieran lo que mejor les pareciese, era irrelevante. La derecha solo miraba “al futuro”. Un futuro en que la propia subsistencia de España tenía importancia, desde luego, pero sin exagerar: lo ideal sería ir disolviéndola en “Europa” mediante medidas económicas, militares de satelización a la OTAN, y culturales como la colonización por el inglés. Tal es, en definitiva, el programa de la derecha.
Sin embargo el franquismo existió, y por él y su obra siguen existiendo España y cierta libertad pese a las leyes totalitarias que se van imponiendo so pretexto, precisamente, de antifranquismo. Franco significa la continuidad histórica de España frente a la crisis de disgregación y sovietización que trajo la república y llevó a la guerra civil. El mayor crimen histórico y político, germen de muchos otros delitos, es ignorarlo. Por eso la derecha, el PP, se ha convertido en el auxiliar del crimen, encargado de desarmar cualquier oposición a que continúe y empeore la situación actual de golpe de estado permanente.
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UNA HORA CON LA HISTORIA
Los gloriosos años 40 (1): Franco y Hitler | Entender el 18 de julio
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Cuatro Perros Verdes: Pío Moa ante su tiempo
Cuatro jóvenes, estudiantes de la Universidad de Madrid, desayunan en un bar junto a su domicilio, una mañana cualquiera de un día cualquiera, de cualquier año, antes de dirigirse a las facultades en las que cursan sus estudios. Y, en ese lapso, charlan y comentan del mundo, de la vida, de sus ideas y de sus afanes. Casi como cualquier grupo de jóvenes estudiantes de cualquier tiempo y lugar. Con la presentación de los cuatro protagonistas y con esa primera conversación que los cuatro personajes mantienen en el bar, comienza la última novela publicada por Pío Moa. Pero ¿es realmente una mañana cualquiera de un día cualquiera?
No, claro que no. No es una mañana cualquiera de un día cualquiera. En primer lugar porque la trama de Cuatro Perros Verdes se desarrolla íntegramente en un día. Aunque con digresiones en el tiempo, la trama es de un solo día. De manera que no es “en un día”, sino que como mucho sería “en el día”, en todo caso. Y, en segundo lugar, porque tampoco es un día cualquiera de cualquier año. Es un día del año 1967, un año especialmente convulso, en el que se preludiaban inminentes tormentas. Aunque tampoco queda claro si se trata del curso 1966-1967, o del curso 1967-1968. La vida sale al encuentro de los protagonistas de Cuatro Perros Verdes y, a cambio, también ellos salen al encuentro de la vida, precisamente en ese mundo. Un mundo que nuestros cuatro protagonistas apenas si conocen y, desde luego, no comprenden, como seguramente el autor tampoco comprendía muy bien el mundo en que vivió en esos años de juventud que recrea en la novela.
1967 fue, por ejemplo, el año en que aparecieron públicamente los Hippies. Y fue el año en que se recrudeció la Guerra del Viet-Nam, y el año de la Guerra de los Seis Días, de Israel frente a todos sus vecinos musulmanes. Y, también, justo el año anterior al famoso “Mayo de 1968”, cuya secuencia revolucionaria ya se estaba gestando. Una Revolución que abrió las puertas de nuestra cultura a una progresiva implosión, a la ruptura desde dentro del Mundo de la Modernidad, iniciado en el Renacimiento. Una Revolución cuyos resultados padecemos hoy día con suma crudeza. En España fue también un año importante. Fue el año en que el franquismo hizo su último esfuerzo de “institucionalizarse”, con la Ley Orgánica del Estado. Un esfuerzo complicado, y a la larga baldío, pues en 1968 se desataría una tremenda conflictividad laboral y estudiantil, que llevaría a Franco a declarar el estado de excepción, en enero de 1969. Y también fue el año en el que el terrorismo vasquista de ETA, en su Vª Asamblea, adoptó definitivamente la denominada “lucha armada”, es decir, los crímenes y asesinatos, que empezaría a desarrollar el año siguiente.
Comprender, como ya apuntó Spinoza, es el gran reto que ha de afrontar todo el que se acerca al estudio de las acciones humanas. Comprender una época, cuando no es la propia, constituye un ejercicio intelectual de primer orden para el espíritu. Un ejercicio que no tiene por qué ser satisfactorio, pues siempre se corre el riesgo de alcanzar finalmente decepciones y desengaños. Y hay en el conjunto de la obra de Pío Moa, desde su primer libro, “Reflexiones sobre el Terrorismo” (1985), una parte importante de desengaño. Un desengaño que seguramente ha alimentado su afán por comprender. El desengaño de las ideas y de los sueños de su juventud, que se resolvieron muchas veces en grandes decepciones. Decepciones intelectuales y hasta quizá personales. Ahora bien, intentar comprender una época, cuando es la propia, es además una manera de intentar comprenderse a uno mismo. Es, a fin de cuentas, un cierto modo de atenerse a la máxima socrática del “conócete a ti mismo”. Una reflexión en parte introspectiva, que es más difícil de proyectar en el ámbito de la Historia que en el de la creación novelística. Pero una reflexión también objetiva que en el caso de Moa parte, me temo, de la necesidad de comprender el mundo que le tocó vivir.
Si se lee con cierta atención Cuatro Perros Verdes, no sólo se puede asistir a la revisión de un proceso vital que todos hemos vivido. Y es la propia vida quien plantea a los personajes de Cuatro Perros Verdes los numerosos interrogantes que, dentro de la llamada cultura europea, se han planteado a las generaciones de los últimos cincuenta años en esas mismas tesituras. Una parte de los diálogos que se producen en la novela los podemos reconocer. Los hemos hablado casi seguramente todos, alguna vez, con esa edad. Pero también se percibe el afán y el ansia de Moa por comprender. De comprender, por ejemplo, cómo se puede llegar a pensar de ciertas maneras, y quizás de llegar a entender cómo pudo pasarle eso a él. Para ese fin, la novela se ayuda de una reconstrucción del ambiente intelectual y mental de la época muy cuidada, con magníficas descripciones de la Ciudad Universitaria y del Madrid de entonces. Son estudiantes de Madrid, en 1967, no de otro tiempo, ni de otro lugar. Y se nota. Puede que hablen del comunismo o de Dios, en términos parecidos a como lo harían otros en cualquier otro tiempo o lugar, pero lo hacen desde aquí y entonces. Es decir, lo hacen teniendo como trasfondo, por ejemplo, la Guerra Civil (1936-1939), o el franquismo, o poniendo como fondo la implosión de la Iglesia Católica, iniciada en el Concilio Vaticano IIº (1962-1965), y en pleno desarrollo en 1967.
Y es que hay varias cosas tradicionalmente mal comprendidas entre nosotros de la Historia de España, en general, y de la Historia del siglo XX español, en particular. Una de esas cuestiones, aún viva, es la comprensión del proceso que llevó a España a su último conflicto civil, la guerra de 1936-1939. Incluso otra no menos cuestionada todavía, la de cómo fue posible el triunfo final de Franco. Pero no son estos los únicos asuntos necesitados de explicación en nuestra historia. El propio Pío Moa se ha ido encontrando con otros asuntos no menos complejos y difíciles de explicar, al adentrarse en la Historia General de España y hasta en la de Europa, como lo ha hecho. Unas extensiones éstas, casi obligatorias para quien, como él, empezó buscando comprender el siglo XX español, principalmente, y terminó intentando comprender la Historia de España. Un proceso, el propio, con el que Pío Moa nos ha ayudado también a comprender mejor bastantes asuntos cruciales de nuestra Historia.
Si se revisa el conjunto de la obra de Pío Moa, se aprecia perfectamente ese esfuerzo de comprensión de su época, desplegado durante años por el autor. Un afán de comprensión que ha conseguido transmitirlo al gran público, pues Pío Moa es un autor muy leído. Y lo ha hecho a través de los distintos géneros literarios en los que se ha expresado. Pío Moa no ha cultivado todos los géneros literarios, pero sí muchos, como la autobiografía o las memorias, como el ensayo histórico y político, como los relatos de viajes, o como la Historia y hasta la “metahistoria”, o crítica histórica (La Quiebra de la Historia progresista, 2007). Y también la novela. Precisamente, sus dos primeras obras fueron el antes citado ensayo publicado en 1985, Reflexiones sobre el Terrorismo, y una divertida novela de 1995, titulada El Erótico Crimen del Ateneo.
Pío Moa ha dedicado la mayor parte de su obra a la Historia. Y es comprensible. La Historia, con sus giros y sus alternativas, a veces dramáticas, y a veces jocosas, es realmente mucho más divertida de lo que muchos lectores de otros géneros se imaginan. Y mucho más instructiva. Pues bien, la novela de Pío Moa, Cuatro Perros Verdes, es probablemente, el último jalón de este autor, en su acercamiento a la comprensión cabal de un tiempo y un país (que también es el título de una de sus obras, publicada en 2002), sobre el que se plantean actualmente muchos interrogantes. Un acercamiento muy, muy entretenido, y muchas veces directamente divertido. Y unos interrogantes que Pio Moa ha contribuido, mucho y como pocos, a desentrañar.
Pedro López Arriba






