Hombres chiste

Hombres chiste

Hay personajes que son ellos mismos un chiste. Al conde de Romanones, lo describe Azaña cuando, ya en la república, defendia a la monarquía en las Cortes: “Como nadie le toma en serio y él mismo no cree ni jota de lo que está diciendo, el espectáculo era de una comicidad profunda, seria, y a ratos, cuando el conde se abandonaba a su natural, bufa (…) No tuvo ni un acento elevado. La defensa de la dinastía y el rey suscitó risas. Son tal para cual”. Romanones fue probablemente  el principal causante de la caída de la monarquía. Según Alcalá-Zamora, había intentado meter a España en la I Guerra Mundial, lo que habría sido más que un chiste, y el masón J. S. Vidarte, lo aprecia como masón particularmente secreto.

Pero ahora me refiero a las memorias de Juan Carlos, en las que con  exhibición emotiva y de buenos sentimientos sostiene patéticamente (y desvergonzadamente) versiones de falsedad bien conocida desde hace tiempo, sobre su papel en el golpe del  23-f , el regalo del Sahara a su amigo Hasán II  (un enemigo declarado de España, a la que solo ocasionó perjuicios), y otras historias menores.  Vale la pena leer estas memorias junto con el documentado libro de S. Payne y J. Palacios Juan Carlos I

Es imposible leer sin reírse expresiones como  “El pasado común  con España, los ocho siglos de convivencia de nuestras dos culturas en Al Ándalus”, o su devoción casi de nacimiento por la democracia y por una “monarquía constitucional, social, moderna y europea”, por “una España por fin europea”, conseguida, explica, por su iniciativa: “devolví la libertad al pueblo español”  haciéndolo salir de “casi cuarenta años de dictadura”, de “un país encerrado en sí mismo, subdesarrollado en infraestructuras y economía , desdeñado por sus vecinos e ignorado por el resto del mundo”. Y así tantas más.

 Franco quiso educar a Juan Carlos  como “un hombre de honor que ame a España”, y al mismo tiempo culto y capacitado… pero, por imponderables del destino, le salió un socialista: las  expresiones citadas y otras muchas más son de típica propaganda  socialistas, como lo es su comprobada y algo excesiva afición al dinero (él dice que no), su amistad  no menos excesiva con Marruecos y con los amos de Gibraltar, o su ética sexual “lúdica y hedonista”  preconizado por Alfonso Guerra a quien ensalza como hombre “de un rigor y una cultura increíble”, “un visionario que iba contracorriente”. ¡Qué tío!

Según cuenta, su profesor Torcuato Fernández-Miranda le aconsejó: “No necesitarás libros para aprender. La vida te dará las lecciones que necesitas”. La primera parte del supuesto consejo lo cumplió Juan Carlos a rajatabla: apenas leyó en su ajetreada vida (en eso se pareció a Suárez, su alma gemela por un tiempo).  En cuanto a las lecciones de la vida… Le fue muy bien durante muchos años, universalmente adulado como “motor del cambio” y similares,  hasta terminar expulsado del país por su propio hijo y por un falso doctor relacionado con los negocios de la prostitución. Las lecciones de la vida no suelen ser muy claras:  Juan Carlos traicionó (para bien) a su padre; y su hijo le traicionó a él (para peor). Hay algo de tragedia en esta historia, mezclada con amplias dosis de comedia y farsa.

En fin, si alguien trajo la democracia “de la ley a la ley”, desde y no contra el franquismo, fue Torcuato con la maniobra maestra del referéndum del 76, cuyo sentido nunca captaron Juan Carlos ni Suárez. Los cuales  entendieron el  éxito solo como  permiso y ocasión  para negociaciones sin ningún principio –lamentaba Fraga–, y despidieron enseguida a Torcuato. Y  en poco más de dos años a partir de la Constitución llevaron al país a la situación extrema que dio lugar al 23-f.

   Jiménez Losantos caracterizó agudamente al personaje como “Campechano I”, y estas memorias revelan  a un personaje de Hola,  insustancial y cantamañanas, pero astuto, enredoso y desvergonzado al que siempre “se lo dieron todo hecho” y que, como Romanones “no cree ni jota de lo que dice”. Que políticos de tan poco fuste pudieran llevar adelante una transición sin demasiados traumas se explica por  la excelente herencia social, económica y política recibida del franquismo. Una herencia que pronto empezaron a dilapidar, hasta que  a  un necio solemne se le ocurrió en 2002 anular el referéndum y condenar a Franco. Entonces la democracia entró en involución culminada en golpismo y en la liquidación del régimen del 78.  También en el destierro de quien se creyó su “motor”. 

 

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