La vía franquista a la democracia / Corrupción judicial / Los godos y Ortega

La polémica sobre la neutralidad de España en la SGM: https://www.youtube.com/watch?v=RFRvxpWqt1I 

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La vía franquista a la democracia.

En 1976 el destino de España se jugó, sin que casi nadie lo percibiera claramente,  en torno a las vías franquista y antifranquista a la democracia. La primera consideraba legítima e históricamente necesaria la “era de Franco”, por cuanto había salvado al país de la disgregación y la sovietización, y había creado una sociedad moderada y próspera, ajena a los odios y la miseria que destruyeron la república. Pero para esas fechas el franquismo estaba en descomposición, de modo que podría decirse que “moría de éxito”. Fue un año de amplias libertades políticas prácticas y de masivas movilizaciones de la izquierda en demanda de “libertad”, amnistía y autonomías.

La vía antifranquista se articulaba en torno a dos organismos: la  Junta llamada “democrática”, articulada en torno al Partido Comunista, el más totalitario sin duda de la historia de España, aunque apostase a una provisional “democracia burguesa”; y la Plataforma también “democrática”, en torno al PSOE, probablemente el partido más corrupto de nuestra  historia y que, al contrario que los comunistas, ni siquiera había hecho oposición reseñable al franquismo…, pero que enarbolaban un antifranquismo y anticapitalismo más extremos que los del PCE.  Se asociaban a ambos partidos “demócratas”,  diversos grupúsculos y personajes irrelevantes dispuestos a hacer carrera política en las nuevas condiciones. Y presionaban también grupos separatistas  cuya debilidad les hacía presentarse como meramente autonomistas.

Todos ellos negaban legitimidad al franquismo y se la adjudicaban, por el contrario, a los derrotados en la guerra civil, es decir, al Frente Popular. El cual  había destruido la república pero era presentado como “el bando republicano y democrático”,  en flagrante usurpación o falsificación histórica. Aceptada también por sus contrarios (¡hasta hoy!). Por lo tanto, la democracia debía “romper” con el franquismo y partir del Frente Popular, habiendo sido este, precisamente, una alianza entre sovietizantes (PSOE y PCE principalmente) y separatistas catalanes y vascos. Alianza que por sí misma explica el sentido de la guerra civil… , pero a ella  correspondería la legitimidad.

En contra de unos y de otros había grupos decrecientes que creían poder mantener el franquismo, y terroristas de izquierda (ETA, GRAPO, FRAP y otros)que tachaban al PCE y al PSOE de traidores a los principios revolucionarios y al propio Frente Popular, por aceptar una democracia “burguesa”,  aunque fuera provisionalmente. Estos grupos recurrieron al terrorismo y causarían al nuevo régimen daños graves, pero no decisivos.

La vía franquista constó de dos fases: la autodisolución de sus Cortes en noviembre, y, en diciembre, un referéndum que reconociera el paso a la democracia “de la ley a la ley”, es decir, desde la legitimidad del franquismo. La oposición, unida en la llamada “Platajunta”, se  volcó contra esa vía mediante una huelga general, que fracasó por completo, seguida de una campaña de boicot al referéndum, que repitió el fracaso. Y el GRAPO  propinó al proceso el golpe más fuerte y violento , prolongado durante dos meses. Nada de ello impidió que la  vía franquista a la democracia fuese votada por la  inmensa mayoría de la población, ante todo porque esa mayoría estimaba positiva o muy positivamente tanto al franquismo como a la figura de su Caudillo. Lo habían vivido y ninguna “memoria histórica” podía entonces confundirlos

Esta vía fue diseñada por Torcuato Fernández Miranda, ex secretario general del Movimiento, el teórico –pero no real– partido único del franquismo. Y fue seguida (y pronto desvirtuada parcialmente)  por Suárez,  también ex secretario del Movimiento y hombre de escasa enjundia intelectual y política. Y  por Juan Carlos, designado rey directamente por Franco. Y respaldada o aceptada por la gran mayoría de políticos y militares  del régimen. Cuando hablamos de la transición, hablamos de dicha vía franquista, triunfante entonces sobre la opuesta.

Entender lo que ocurría en 1976  permite entender la evolución posterior, que puede resumirse así:pese a que su derrota obligó a los antifranquistas a adaptarse a los hechos, nunca dejaron de basar su estrategia en negar el franquismo y legitimar al Frente Popular (al que confundían intencionadamente con la República). Acometieron, pues, una intensa labor de falsificación histórica, que en sí misma socavaba la democracia surgida evidentemente del franquismo. Labor posibilitada por dos factores:  el fracaso, ya muy anterior, del franquismo en la universidad, en la que se habían impuesto en gran medida los comunistas, muchos de ellos pasados oportunamente a socialistas; y por la presión ideológica de algunos países europeos que habían apoyado al terrorismo en España y a los que el franquismo había desafiado con éxito  durante casi cuarenta años.

A estos dos factores, universidad y presión exterior, se unió en la propia derecha ex franquista el dominante sector democristiano, ansioso de distanciarse del anterior régimen y de hacer olvidar su pasado (que le recordaban con fruición sus contrarios). Y ello pese a que aquella tenaz  falsificación de la historia corroía la legitimidad y las bases mismas de la transición. Bases, no obstante, lo bastante fuertes para resistir largo tiempo, debido a la inercia de la nueva sociedad creada por el franquismo. La derecha fabricó una versión paralela, igualmente falsaria, según la cual la transición,  la democracia y la monarquía nada debían al franquismo, siendo producto de una concordia entre demócratas ex franquistas (democristianos salidos del Concilio Vaticano II)  con los demócratas de la Platajunta.

El proceso llegó a un momento crucial en 2002, cuando el PP condenó el 18 de julio, es decir, el franquismo. Con ello negaba el referéndum de diciembre de 1976, otorgando implícitamente la legitimidad al Frente Popular,  quitándosela por tanto a la transición y poniendo en cuestión desde la monarquía hasta la unidad de España. Lo que ha ocurrido después (rescate de la ETA, gran impulso a los separatismos, leyes de memoria o de género contra la democracia, etc.,  hasta el golpismo actual), viene a ser la consecuencia lógica de aquella condena. Consecuencia a su vez de la inanidad intelectual del PP combinada con el oportunismo democristiano (recuérdese, también eran democristianos los separatistas vascos y catalanes)

Incidentalmente: solo unos pocos francotiradores nos opusimos a aquellas derivas. Que mucha gente sentía o sospechaba la falsedad de la historia impuesta por la izquierda y aceptada o complicada por la derecha, quedó de relieve con el éxito de mi libro Los mitos de la guerra civil, que realmente asustó a unos y a otros  y ha conducido al intento de imponer las versiones chekistas del pasado  por ley totalitaria y creciente silenciamiento de los disidentes. Algo que muchos ven como hechos secundarios y casi anecdóticos, con escasa influencia actual y real, cuando condensan todo un programa político golpista contra la unidad de España y la democracia, como corresponde a los herederos del Frente Popular. Y  complicado ahora con la llamada agenda 2030. El pueblo debe saberlo y reaccionar.  

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La corrupción judicial

**Algunos creen que el asesinato de Carrero acabó con el franquismo. En realidad fue el Concilio Vaticano II

**El golpe del doctor y su cuadrilla podría ser parado fácilmente por los jueces, y enviados a la cárcel sus autores. Pero las cúpulas judiciales están extremadamente corrompidas por más de 40 años de acoso a Montesquieu. También podría ser detenido por el rey, pero este no ha reaccionado como en 2017.

 

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La reconquista y España

Los godos y Ortega

Como recordaba en Nueva historia de España, para entender lo que ha sido nuestra historia y cultura basta echar una ojeada a la actualidad. En España se habla como idioma común una lengua latina; la religión vastamente mayoritaria y –por siglos prácticamente unánime—es la católica, aunque hoy se encuentre en crisis (otras más graves ha superado);  el derecho y las costumbres se basan en gran medida en Roma y en el catolicismo, y todo eso y el territorio que habitamos es lo que nos distingue, aún hoy, de otros pueblos. Es obvio que España, como cultura, se forjó en la época romana. Si echamos la vista atrás, observamos fácilmente cómo, algún tiempo después de la caída del Imperio romano, se instaló un poder político unitarista, primer estado español propiamente dicho, que se identificaba con el conjunto del país y su cultura: es decir, aparece una nación. La nación española pudo desaparecer debido a la invasión musulmana, de hecho estuvo muy cerca de ello, pero renació en Asturias con la idea, precisamente, de recobrar la perdida España  hispanogoda. Muchos estudiosos, entre ellos J. Pérez,  insisten en el carácter menos romanizado de los astures y en el tradicional rechazo de los montañeses a poderes extraños, pero se trata de una mera especulación, aparte de que esa tradición había desaparecido mucho tiempo antes.  Es muy importante señalar que, sin el objetivo de fundar un reino que mantuviese y recobrase la herencia hispanogoda, la rebelión asturiana no habría podido dar lugar a otra cosa que a incursiones de saqueo como las de la época romana o las que hacían a veces los vascones de las montañas en tiempos de los godos. Pero dio lugar a algo completamente diferente, como sabemos.

Por consiguiente, existe un lazo que nunca se rompió entre Roma y la nación hispanogoda y la España actual. Es algo que salta a la vista como una total evidencia, y sin embargo la vemos negada una y otra vez. Creo que la razón del embrollo se encuentra en la mezcla de concepciones marxistas, republicanas, regeneracionistas, separatistas e islamófilas, empeñadas en pintar unas historias acordes con sus ideologías y aspiraciones, coincidentes todas en negar entidad histórico-cultural a España o difuminarla. Si han de llegar a transformar España o destruirla simplemente, como desean, es cosa que solo el tiempo dirá, y que dependería menos de sus propias fuerzas que del desconcierto y debilidad de la resistencia que pudiera oponérseles.

En fin, centrado en Joseph Pérez había olvidado la promesa de comentar un artículo en LD, de J. A. Cabrera Montero titulado ambiciosamente “El reino visigodo: el debate historiográfico”. El señor Cabrera  empieza por ilustrarnos amablemente de que el trabajo de los historiadores constituye una de las disciplinas humanísticas más polémicas que existen. La Historia como tal es objetiva, los hechos son los hechos; por el contrario, la narración o la presentación de la Historia, lo que en definitiva hacen los historiadores, no es en modo alguno algo neutral. Hay quienes reducen la Historia a cronología, para mostrarse objetivos, para no emitir juicios de valor ni elaborar hipótesis que hagan peligrar quién sabe qué intereses e ideas, pero el resultado es un inmenso empobrecimiento de tan noble disciplina y un engaño no menos grande al lector. En el otro extremo, hay quienes idealizan tanto la Historia que la convierten prácticamente en mitología; idealismo con frecuencia nada inocente, sino mero disfraz para disimular deshonestos intereses o justificar determinadas posiciones ideológicas sin argumentos convincentes. Entre los dos extremos viciosos, siguiendo la máxima aristotélica, se haya (sic, será una errata) el medio virtuoso: el esfuerzo honesto, más o menos logrado pero decente  (…) La Historia es lineal, no circular. La Historia nunca se repite; en todo caso lo que se mantiene, la constante  es el ser humano, con sus virtudes y sus defectos. Etc. Muchas gracias al señor Cabrera por tan indispensables enseñanzas, acaso algo triviales.

Habla nuestro autor de unos intensos debates en torno al reino visigodo, que realmente no han tenido lugar, al menos como intensos.  Él los atribuye a “interés” político, sea de liberales y tradicionalistas por fundamentar sus teorías, sea del franquismo, al que la reivindicación visigótica vino “como anillo al dedo”, asegura. Menos mal que se ha abstenido de explicar cuáles eran al respecto los “intereses” de la burguesía y el proletariado. Entre tantos intereses, el interés por la verdad histórica se esfuma un tanto; y,  por lo que uno recuerda, nunca ha habido los duros debates que él menciona: hace muchos años que  el asunto apenas suscita interés, y no porque haya sido aclarado sino por lo contrario, porque se han impuesto ampliamente tesis tipo Américo Castro, que pretenden que España y los españoles nacieron, no se sabe bien cómo, en relación con musulmanes y judíos. Además, el señor Cabrera critica la visión de una época visigoda “idílica”, que nadie, al menos nadie medianamente serio,  ha considerado así, como nadie considera “idílico” ningún sistema del pasado o del presente. Seguramente el señor Cabrera habrá quedado muy satisfecho de haber desbaratado tales idilios, tan inapropiados como defendidos por nadie.

A continuación, nos cita a Ortega y a su disparatadísima España invertebrada (no inferior a las ocurrencias de Sabino Arana o de Prat de la Riba) en la que, con la misma osadía con que preconizaba la república para superar los males de la “monarquía de Sagunto”, por no decir de la “enferma” o “anormal” historia de España,  afirmaba: Casi todas las ideas sobre el pasado nacional que hoy viven alojadas en las cabezas españolas son ineptas y, a menudo, grotescas. Ese repertorio de concepciones, no sólo falsas, sino intelectualmente monstruosas, es precisamente una de las grandes rémoras que impiden el mejoramiento de nuestra vida. Parecía estar hablando de sus propias ideas, que tan bien fructificaron en la república. En Nueva historia de España he dedicado algunos párrafos a señalar la absurda comparación que hace Ortega entre los francos y los visigodos.

Como el señor Cabrera cultiva, según él mismo ha confesado,  el aristotélico término medio (que afectaría a la virtud, no a la verdad, que no entiende de términos medios), al final no sabemos si defiende las ocurrencias de Ortega, critica al franquismo u otra cosa. Termina con un párrafo digno de un político, en el que literalmente no dice nada, y previamente nos señala que en la época visigótica “quizá no siempre hubo unidad política”, lo cual puede predicar de cualquier régimen; que “no es tan fácil hablar de unidad social” (sea eso lo que fuere), ni se sabe a ciencia cierta “hasta qué punto se homogeneizaron las dos etnias” o “sus grados de romanización”.   A cambio de resaltar lo que no sabemos, olvida lo que sí conocemos: que desde Leovigildo se impuso el diseño de un estado nacional español sobre la base cultural latina y poco después católica, se hubieran romanizado más o menos las distintas partes del país (ningún país del mundo es plenamente homogéneo en ningún sentido).  Y esto es lo que constituye precisamente una nación. Y lo que permitió  la reconstitución de España tras la invasión musulmana,  un empeño en que todas las probabilidades materiales estaban al principio en contra.

 

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