Antifranquismo contra democracia. La pesadilla totalitaria: https://www.youtube.com/watch?v=5NmnO7rrSSM
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Su libro sobre Europa, después del de Nueva historia de España, ¿trata de dar realmente nueva luz sobre el ajetreado continente?
Europa ha creado una civilización muy peculiar. Si la comparamos con otras percibimos de entrada el enorme dinamismo de la europea, sus sucesivos movimientos culturales y políticos desde la época de los monasterios, su impulso técnico, su vivacidad filosófica, sus dramáticos choques internos, sus guerras… No sé si otras civilizaciones han tenido tantas guerras internas, pero desde luego en Europa ha habido muchas. O su capacidad expansiva hasta cruzar los océanos y hacerse mundial…
Son fenómenos evidentes, pero usted trata de explicarlos sobre un fondo religioso. Sin embargo todos los pueblos, todas las culturas, han tenido su religión. ¿Por qué en Europa habría dado resultados distintos de otras?
–La explicación hoy dominante de la historia tanto la marxista como la liberal, es la económica, aunque de distinta manera. Yo sostengo, en cambio, que la explicación profunda es la religiosa. En las principales manifestaciones de la civilización europea subyace un fondo cristiano, y lo que diferencia al cristianismo de otras religiones es, aparte de sus creencias particulares, una tensión especialmente fuerte entre razón y fe. Esa tensión introduce a su vez un dinamismo extraordinariamente fuerte y diversificado en todos los ámbitos de la cultura, por supuesto el político, el económico, el literario, científico, hasta musical o las costumbres…. La historia de Europa viene a ser una dinámica desatada por esa tensión, que ha llegado a convertirse en antagonismo entre razón y fe o más propiamente entre razón y cristianismo.
Usted sostiene al mismo tiempo que el hombre es inevitablemente un ser religioso ¿Cómo explicar entonces ese antagonismo?
–Es religioso en la medida en que precisa de alguna fe para sostenerse en un mundo desconcertante y misterioso, a menudo hostil y frustrante y que se le presenta como un caos. Ese mundo incluye, desde luego, la propia sociedad humana, que puede describirse igualmente así. Sin alguna fe, el hombre se derrumba.
Pero acaba de decir que entre razón y fe puede haber un antagonismo.
–Sí, pero la razón no puede destruir la fe, todo lo más crear alguna fe nueva. Históricamente, eso se ve en la Revolución francesa, culminación de la Ilustración en toda Europa, con la parcial excepción de Inglaterra, donde no adquirió ese carácter tan explosivo y violento en buena medida porque ya el catolicismo había sido casi exterminado sangrientamente. El odio de los revolucionarios al cristianismo y a la religión en general creó una nueva fe, la fe en la Razón, que debía resolver todos los enigmas y proveer a todas las necesidades humanas, descubrir verdades universales inapelables a las que tendría que atenerse necesariamente el ser humano para ser feliz o meramente para sobrevivir.
En su libro destaca usted el papel de la masonería.
–Una historia de la Europa en su época de apogeo, desde la Ilustración y la revolución industrial, no puede prescindir de la masonería. Se trata de un hecho curioso: socava a base de “tolerancia” todas las religiones, pero ella misma es una peculiar religión gnóstica, una religión de la técnica, una religión prometeica. Afirma defender e impulsar la democracia, pero ella misma es la contrafigura de la democracia, una sociedad secreta e iniciática. Etc. Es un factor importante en el desarrollo europeo de los últimos siglos, pero no el único ni el determinante. La fe en la Razón es típicamente una concepción prometeica, mucho más amplia que la masonería. Es curioso cómo el mito griego ya alerta sobre esa tentación implícita en la condición humana. También lo hace el mito judío, con otras formas.
Usted afirma que la Razón no proporcionó verdades universales sino una diversidad de ideologías que decían basarse en ella.
–No es que yo lo diga, está a la vista. Las ideologías reproducían en cierto modo la división del cristianismo en catolicismo, ortodoxia oriental y protestantismo. Todas se basaban, quiero decir, se basan, en la razón, y lejos de aquellas verdades universales e inapelables a las que aspiraban, han conducido no solo a discrepancias, sino a luchas entre ellas, incluso dentro de cada una. Esa dinámica abocó a las dos guerras mundiales en el siglo XX, una primera dentro del liberalismo y una segunda entre liberalismo, marxismo y fascismos. Y con ellas la entrada de Europa en un nuevo período histórico, que se presenta como de decadencia.
Dado el fracaso de las ideologías, ¿no debería haber resurgido con más fuerza la vieja fe cristiana?
–El cristianismo no ha desaparecido, desde luego, su huella permanece en mil aspectos, pero las ideologías lo han dejado bastante maltrecho. El problema se presentó ya después de los desastres de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas: ¿por qué el cristianismo, especialmente la Iglesia católica, no ocuparon el terreno dejado por la decepción racionalista? No lo lograron, desde luego. Pero el problema se complica porque hoy, después de la II Guerra Mundial, la guerra fría y el hundimiento de la URSS, muchos afirman que las ideologías han llegado a su final, cosa de la que dudo mucho, y se preguntan, ¿por qué no vuelve el cristianismo con plena potencia, a pesar de sus esfuerzos de “aggiornarse”? He aquí un gran problema, un problema de civilización. Hay otro relacionado, y es que la civilización europea, especialmente en su aspecto técnico, se ha mundializado, pero no ha uniformizado el mundo sino que lo ha complicado.
Bien, ahí tenemos el surgimiento de China, y antes de Japón: acogen y desarrollan, incluso con originalidad, la técnica europea o de origen europeo, pero sus culturas y aspiraciones son muy distintas. En China se presentan incluso como enemigas de Europa. Y veremos en India o en el islam…
–Esa, la cuestión de la expansión de la técnica europea y sus efectos culturales, creo que es la que aborda Díez del Corral en su libro El rapto de Europa, pero ya hablaremos de ello. Ahora quiero decir algo más sobre el final de las ideologías. En España lo ha tratado Fernández de la Mora en El crepúsculo de las ideologías. Sin embargo creo que su análisis es contradictorio. No ve que las ideologías son básicamente exaltaciones de la razón, y como remedio propone más razón todavía, una razón básicamente tecnológica. Incluso creó un sistema filosófico, el razonalismo (para distinguirlo del racionalismo), que admite vagamente límites al poder de la razón, pero en el fondo viene a ser una nueva exaltación de ella. Bien, el problema, que por cierto preocupaba mucho a Juan Pablo II y a Ratzinger, era ese: por qué el vacío, la decepción creada por el fracaso de las ideologías, no ha propiciado que la gente se vuelva al cristianismo, sino que ha provocado una mucho mayor descristianización de la sociedad, un divorcio creciente entre el evangelio y la cultura, como ya veía Pío XII. Entre paréntesis, no creo que Pancho I de la Pampa comparta esas preocupaciones de sus antecesores, él tiene la respuesta, la ideologización de la Iglesia. Me recuerda mucho a Zapatero.
¿Por qué se ha dado esa situación?
Tengo el interés por el tema, pero no la respuesta. Ante todo conviene una descripción adecuada del fenómeno. El final de las ideologías, se dice, ha dado lugar a unas sociedades descristianizadas, ateas en la práctica, que algunos consideran un fenómeno históricamente nuevo, o lo enfocan como un nuevo paganismo. Yo creo que ni una cosa ni otra. Ni las ideologías se han derrumbado, solo algunas y parcialmente, ni se trata de paganismo, pues este tenía un agudo sentimiento de lo sagrado, que hoy parece haberse esfumado, sustituido por una cultura obsesiva del entretenimiento. Y tampoco me parece demasiado nuevo, ha existido siempre y de manera más intensa en algunas situaciones, como la Roma de la decadencia. El dicho “comamos y bebamos, que mañana moriremos” parece concentrar la filosofía dominante en las sociedades actuales, que giran obsesivamente en torno a la preocupación económica. A eso se refería también Fukuyama con “el fin de la historia”. Y podría interpretarse como la roca a la que quedó encadenado Prometeo, hablando en términos míticos. Pero ese dicho ya lo citaba San Pablo. Hoy la Iglesia no ofrece una respuesta ni un discurso convincente sobre estos asuntos. Quiero decir convincente para la gran mayoría, y en mi opinión tampoco intelectualmente. Ha hecho grandes esfuerzos, ya digo, por aggiornarse, para hacer su mensaje espiritual más inteligible e influyente, pero de momento ese esfuerzo parece estar resultando un tanto demoledor para la propia Iglesia.