“Italia española”. Escribe Aquilino Duque en su blog https://vinamarina.blogspot.com/2009/08/la-italia-espanola.html : Lamento en el alma no haber tenido presente este trabajo de Messori, reproducido en “Viñamarina” nada menos que en 2009, al escribir mis recientes artículos sobre la obra de Alejandro Manzoni. Nadie es perfecto y a los más memoriosos, nos falla la memoria.
No sé si existe un estudio de conjunto serio sobre la Italia española, pero he ahí un tema realmente enjundioso, que podría abordar algún especialista o alguien que quisiera especializarse en él. Recuerdo un excelente estudio italiano sobre la mentalidad de los tercios, El soldado gentilhombre, de Raffaele Puddu. Un amigo me comentaba: “ese libro tenía que haberse escrito en España”.
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Apropiación indebida de Europa
Este día 9 ha sido declarado “Día de Europa” por la UE. La política funciona en gran parte a base de apropiaciones indebidas. Unos partidos se apropian la libertad, otros la igualdad, casi todos la fraternidad, o la mujer, o la clase obrera, o el progreso, o el derecho, o la Humanidad, o la voluntad de Dios… Otro caso es el de “Europa”, concepto que pretende apropiarse la UE y así se le cita habitualmente. Pero la Europa histórica y cultural tiene muy poco que ver con la UE. Esta se compone de gobiernos que tratan de homogeneizar al continente sobre la base de ideologías LGTBI, multiculturalistas, anticristianas, proislámicas, feministas, etc. Con una tendencia cada vez más marcada a un totalitarismo que introduce al estado hasta en lo más íntimo de la vida personal y e trata de imponerse con amenaza y chantaje a los dos o tres países que rehúsan seguir esa vía. Desde un punto de vista cultural, la UE viene a ser lo contrario de Europa.
Hay además otro punto esencial: se trata de una idea que viene de antiguo, realmente de una especie de sacro imperio que agrupase políticamente a toda la cristiandad. El Sacro Imperio real no pudo evitar el surgimiento de las naciones en todo el arco occidental, de Escandinavia a España, pero la idea ha permanecido, y después de la catástrofe de la II Guerra Mundial cobró nuevos bríos, de manos sobre todo de la democracia cristiana. Paradójicamente, la idea se ha ido transformando en el intento de un imperio nada sacro, si por tal entendemos cristiano.
En España se da otra paradoja: ningún país europeo tiene unos gobernantes más europeístas, a pesar de lo poco que saben o les interesa saber sobre Europa. Y a pesar de que España es, precisamente, casi el único país que no debe nada a quienes libraron al continente del nazismo, es decir, a Usa y a la Unión Soviética. Otro caso es el de Suiza, que permanece al margen de la UE, con buenas razones. Los ignaros y serviles políticos y periodistas españoles asustan a la gente: “fuera de la UE no hay salvación, solo tendríamos miseria y aislamiento”. Pero Suiza no está aislada ni es pobre, todo lo contrario. Y cuando España prosperó más fue en tiempos en que no estaba en la UE, es decir, en su embrión de la CEE. Los gobiernos españoles, sean de izquierda o de derecha, detestan a España, su independencia y su historia. Muchos ingenuos dicen que una España soberana tendría unos gobiernos corruptos, demagógicos y antidemocráticos. Curioso que hayan sido esos gobiernos corruptos, demagógicos, antiespañoles y antidemocráticos los que nos han “metido en Europa”, como llaman a la UE con apropiación indebida.
Nuestros políticos y periodistas, con ánimo un tanto porcino, lloriquean porque Inglaterra (“nuestra aliada y amiga”, que invade territorio español) “se ha ido de Europa”, y le auguran mil males. Por supuesto, Inglaterra sigue en Europa, con sus peculiaridades a las que no renuncia ni le acomplejan como ocurre con los gobiernos españoles. Mi opinión es que España solo puede recuperar la confianza en sí misma y representar algo en Europa y el mundo si sigue el ejemplo de Suiza. Aunque la diversidad nacional en Europa es profunda, la posición histórica y cultural de España como país europeo es de las más particulares del continente, y si no se reconoce se irá a la desintegración nacional con mayor o menor rapidez.
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Caos, orden y sentido
Hablar de la existencia de Dios es un contrasentido, ya que se supone que él es el autor de todo lo existente. Esa “existencia” se ha querido demostrar racionalmente por diversas vías, pero ya Kant señaló que venían a ser círculos viciosos. El problema real, me parece, es otro: el del sentido del cosmos y dentro de él, el de la vida humana.
El universo se presenta a la consciencia humana primariamente como un caos de sensaciones, al que debe subyacer un orden, pues de otro modo su existencia se derrumbaría: ese orden estaría en lucha permanente con el caos. La idea del caos permanece como contraste y como una situación anterior a la existencia que se presenta a nuestra consciencia (también, por ejemplo, en el mito liberal del asocial “estado de naturaleza”). Por analogía con la propia vida humana, extendemos esa idea al cosmos: el caos terminará imponiéndose como la muerte a cada persona. En los mitos de diversas culturas aparece el fin del mundo (la muerte del mundo) como la derrota de los dioses (el orden, el bien) frente a las fuerzas del caos (el desorden, el mal). En el judaísmo no está clara la idea, más bien se piensa en un período de plenitud gracias al mesías, cuya duración no se explicita. En cambio en el cristianismo la idea del fin de mundo es fundamental. Solo que no se la entiende como la derrota de la divinidad sino como su victoria definitiva sobre el caos más la condena de los hombres que lo han representado en la existencia. Dado que la muerte se presenta a la psique como el triunfo del caos, el cristianismo exige la resurrección para ser coherente con el triunfo del bien.
Lo que importa aquí es distinguir entre los tres conceptos: el caos supuesto primigenio y persistente en el tiempo, en lucha contra el orden que permite lo existente. Sin embargo, si bien el sentido implica orden, el orden no implica necesariamente sentido. El sentido responde sobre todo a la pregunta “para qué”, y es una extensión de los sucesos de la vida corriente al conjunto de ella. En la vida normal el hombre, ser “futurizo” como decía Julián Marías, hace las cosas de acuerdo con una finalidad o un plan, sin los cuales sus actos serían absurdos, ”caóticos”. Esta concepción trata de extenderla la psique al conjunto de su vida, pero ahí tropieza con la imposibilidad que resumía Omar Jayam. Lo único que puede hacer la psique es depositar su fe en que, así como los actos cotidianos tienen un orden finalista y un plan, el conjunto de su vida debe tenerlo también; y, por extensión máxima, también el cosmos, pues no puede concebirse que el ser humano sea una excepción absoluta en él.
En cambio la ciencia no se plantea tales problemas. No imagina un caos inicial o final, sino que aborda el estudio del mundo y la vida buscando regularidades o leyes que permitan entender cómo funcionan ambos y cómo manipularlos. Claro que el azar, coexistente con las leyes, podría representar lo que en el mito es el caos. De todas formas, la ciencia excluye por método el finalismo: ni el universo ni el hombre existen con un plan, intención o finalidad, simplemente se mantienen gracias a leyes intrínsecas que pueden ser aclaradas o matematizadas. En el ejemplo de las bibliotecas expuesto anteriormente, el científico de otro planeta podría examinar, clasificar, medir y pesar sin fin la inmensidad de libros que se presentarían a su vista, establecer regularidades en su dispersión o frecuencia en las distintas ciudades, sin llegar a entender nunca lo que habían representado para la extinta raza humana. En rigor, ni siquiera se lo plantearía.
Esta es una diferencia esencial: puede existir un orden sin sentido, y así se lo plantea la ciencia, no porque niegue el sentido, sino porque prescinde metodológicamente de él. El sentido de la vida y la posición del hombre en el cosmos, suscitador de una profunda angustia, son el objeto del mito y de la religión en general como núcleo generador de la cultura. La ciencia es también un producto del espíritu humano, pero prescinde de angustias, sentimientos y finalidades. Como decía un científico, “no pretendo demostrar nada, solo establecer los hechos”. Solemos pensar en la ciencia como el conocimiento absoluto e incuestionable, pero es desde luego un conocimiento parcial, siempre en desarrollo y, sobre todo, moralmente inane. Gracias a la ciencia el hombre tiene la posibilidad de autodestruirse, eventualidad sobre la que la ciencia no tiene nada que decir, más allá de “establecer el hecho”.
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Interesante artículo de Jaime Alonso: La salida: https://elcorreodeespana.com/opinion/777569143/La-salida-Por-Jaime-Alonso.html
Historia criminal del PSOE (18): Los comunistas entran en la historia de España: https://www.youtube.com/watch?v=iMIjiQGTM9s
https://www.amazon.es/Frente-Popular-perdi%C3%B3-Guerra-Civil/dp/849739190X
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