“La puta vieja” Celestina y los políticos/as actuales

Los preparativos concretos del PSOE para la guerra civil: https://www.youtube.com/watch?v=yB_dhkP3cfA   

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La Celestina  se ha convertido en el modelo de nuestros políticos y nuestras políticas. Todos y todas demuestran por la vida sexual de los ciudadanos una pasión que podría llamarse alcahuetería industrializada, en la que tampoco falta el móvil económico, pues nuestros mandamases saben cubrir perfectamente esa importante faceta de su vida profesional. Los últimos manejos en ese sentido de la ministra de sanidad o de muchos educadores para, dicen, la ciudadanía, son nuevos avances en esa dirección.

Un fenómeno en ascenso desde hace decenios, y que antes habría parecido increíble, es la progresiva invasión de todos los terrenos de la vida de las personas por el estado, o, mejor, por ciertos gobiernos, en un impulso que solo cabe calificar de totalitario, aunque se dé en las democracias. Ya Tocqueville lo describió proféticamente, llamándole despotismo democrático, una “servidumbre reglamentada, apacible y benigna” bajo un poder inmenso “que busca la felicidad de los ciudadanos, que pone a su alcance los placeres, atiende a su seguridad, conduce sus asuntos procurando que gocen con tal de que no piensen sino en gozar”. “Un poder tutelar que se asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero que, por el contrario, solo persigue fijarlos irrevocablemente en la infancia”. Este poder, señala Tocqueville, puede mantener aspectos externos de libertad mediante elecciones, pero “a la larga privaría al hombre de uno de los principales atributos de la humanidad”. La descripción parece el programa de la socialdemocracia y recuerda lo que pasa actualmente en la UE y más aún en España, donde la oposición política al gobierno ha desaparecido en la práctica y aspira a hacer cosas muy semejantes a las del PSOE. Frente a esa tendencia, solo el espíritu de la libertad y las asociaciones ciudadanas independientes pueden oponer una barrera adecuada.

Por supuesto, ese poder “benigno” y protector del goce, solo lo es en apariencia. Uno de sus aspectos más chocantes es la autoatribución por los políticos de la calidad de maestros de moral, incluso en el sexo. Chocante, porque una impresión extendida en la ciudadanía, y no del todo irreal ni mucho menos, es que la inevitable cuota de golfos presente en todas las profesiones, resulta desmesuradamente alta entre los profesionales del poder. Y ese poder celestinesco tiene efectos nada benignos, como el número creciente de embarazos de adolescentes, abortos, divorcios, niños criados en hogares monoparentales a menudo arruinados afectiva y educativamente, y otros efectos derivados como la expansión de las drogas, del alcoholismo, de la delincuencia juvenil y general, de la violencia doméstica, etc., es decir, de los que he llamado indicadores negativos de la salud social. Solo hace falta atender a esos indicadores para comprender que la salud social española es muy mala y en trance de empeorar. Y que una de sus causas principales, aun si no la única, es la clase de políticos que nos ha tocado sufrir, Muchos de los cuales habrían sido enviados a sus casas o a la cárcel en una sociedad más sana.

Creo importante resistir a los y las celestinas, empezando por denunciar los hechos, cada cual por los medios a su alcance. En mi blog de Libertaddigital.com he propuesto, en parte por burla pero no solo, que los políticos sean obligados, mediante presión popular, a demostrar de modo práctico, en la televisión, lo bien que saben ponerse el condón y practicar las artes que normalmente se reservan a las “estrellas” del porno. Porque ya que predican, en definitiva, la misma llamémosle filosofía de dichas estrellas, tienen la responsabilidad y la obligación moral de obrar en consecuencia; y ya que se pretenden maestros de “salud” sexual, de exponer a los ciudadanos, de modo práctico y visible, sus saberes, para que todos podamos conocer bien a tales maestros.

 (En Época, febrero de 2010)

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Ramiro de Maeztu consideraba a la Celestina, el Quijote y Don Juan como los grandes mitos creados por la cultura española. Al mismo tiempo sostenía, en la línea de Menéndez Pelayo, que el catolicismo era  el contenido esencial de la Hispanidad. Sin embargo habría que forzar mucho las cosas para entender como católicos los personajes de la Celestina, el Quijote y no digamos el Burlador de Sevilla  o la literatura picaresca. Cierto que hubo una literatura claramente católica en Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, etc., pero aquellas grandes obras tienen poco que ver.

   También en los años 40 de nacionalcatolicismo y un menendezpelayismo vulgarizado surgen novelas como las de Cela, y otras muchas muy poco católicas.

Sonaron gritos y golpes a la puerta (Novela Historica(la Esfera))El erótico crimen del Ateneo: La novela negra como la vida misma que arrasa en el mundoNueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))

 

Debido al cambio de emisora, el programa Una hora con la Historia se encuentra en seria dificultad económica, por lo que reiteramos a nuestros oyentes la necesidad de sostenerlo. Algunas personas creen que la labor cultural debe ser gratuita, en parte porque mucha  de ella es subvencionada por los gobiernos, que nos obligan así a todos a contribuir aunque se trate de una cultura muy dudosa. Todos sufragamos, nos guste o no, la propaganda y otras actividades de la “memoria histórica”.  Y “Una hora con la Historia” trata precisamente de contrarrestar esa propaganda seudocultural y seudohistórica. No tenemos subvenciones ni las queremos, queremos en cambio que nuestros oyentes comprendan la importancia de recuperar nuestro pasado,  se sientan comprometidos con la labor que realizamos y contribuyan a ella. De este modo  se puede contrarrestar fácilmente la memoria antihistórica.

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La Celestina y Don Quijote

 

Sobre la progresiva acumulación literaria y artística anterior, el gran siglo cultural de España empieza con La Celestina (Tragicomedia de Calisto y Melibea) y culmina con El Quijote. Son seguramente las mayores obras literarias españolas y se cuentan entre las realmente grandes de la literatura universal.

   El tema de La Celestina es el amor sexual, tratado en tres niveles o facetas: el sublime (Melibea) el vulgar (Calisto) y el sórdido (de la prostitución en torno a la hechicera y “puta vieja” Celestina):  los tres terminan en tragedia. Su crudeza se disfraza como lección moral contra “el loco amor”, pero recuerda más bien las frases no moralizantes del coro de Antígona sobre “el amor invencible que enloquece a aquel a quien posee”.

    Celestina es un personaje muy sugestivo. Completamente cínica, entiende que la sociedad funciona por el vicio y la mentira, lo cual no impide desenvolverse en ella a una persona hábil y sin falsas ilusiones éticas. Su aguda penetración psicológica, un tanto demoníaca, le permite captar y explotar los motivos reales de mucha gente bajo declaraciones hipócritamente moralistas. Entiende además la verdad como un mal, como algo dañino y peligroso.  Para ella el amor es (o encubre) simplemente un deseo instintivo de placer, cuya explotación le permite ganarse la vida; y su vida consiste en eso. Será precisamente su codicia la causa de su perdición, al morir asesinada.

   Calisto es un chisgarabís bien parecido,  arrogante, inescrupuloso y algo estúpido. La belleza de Melibea le suscita en algún momento sentimientos elevados, pero “se vuelve loco” por ella, por poseerla sexualmente en realidad, como un trofeo halagüeño para su ego. En suma, su visión se parece a la de Celestina, solo que, al ser rico, no precisa ganarse la vida con las miserias de la vieja: esta resulta más simpática por vivir en la necesidad y por su agudeza, aunque perversa, ausente en Calisto. La muerte de este no es trágica sino trivial como su vida: se descalabra al caer de una escalera.

   Melibea viene a ser lo contrario de Celestina y también de Calisto. Es inteligente, culta y posee una delicadeza espiritual y moral en su concepción del amor, incluso cuando acepta la eventual posición de barragana. ¿Por qué, entonces, se enamora de un sujeto como Calisto, y lo hace hasta el punto de que la vida sin él le parece vacía y sin sentido y le lleva al suicidio? Son cosas que ocurren realmente, difíciles de explicar, por eso se dice que el amor es ciego, o que enloquece. Tendemos inconscientemente a asociar la belleza exterior, que posee Calisto, con una belleza interior que no posee. Seguramente el tiempo la haría desengañarse, pero no hay tiempo porque Calisto se cae de la escalera, y con él todas las ilusiones de Melibea.

   Las grandes obras literarias lo son porque nos obligan a acercarnos o entrever problemas de nuestra condición humana que normalmente rehuimos o apenas percibimos en la preocupaciones de la vida corriente. No somos como esos personajes ficticios y  no obstante sentimos que sus destinos nos afectan en algo profundo.

   El Quijote, primera novela moderna,  pertenece también a esa clase de obras geniales. Hace reír, y en el fondo de nosotros mismos. El ser humano anhela una vida elevada, “plena”, o feliz, cuyo sentido intuimos sin comprenderlo racionalmente. Anhelo esencial, frustrado en mayor o menor grado por la dureza de la vida y la relación con los demás; dureza propia de tiempos de desgracia general, pero también de los pacíficos y tranquilos, y pese a que el individuo no puede sobrevivir sin la compensación de la sociedad.  Ante el choque con la realidad, la aspiración va perdiendo fuerza, llevando a la depresión o al cinismo. O más a menudo a un conformista “ir tirando”, no forzosamente mortecino, pues la mediocridad puede ser “áurea” según Horacio. La experiencia dolorosa nos induce a burlarnos de las ilusiones por lo común concebidas en la adolescencia o expresadas candorosamente. Pero “ilusión” tiene en español un doble sentido, como idea falsa e ingenua de la realidad, propia de “ilusos”; pero también como impulso a superar la mezquindad de la vida limitada a las pequeñas ocupaciones utilitarias. Ahí están los políticos parloteando de “ilusionarnos”

      Don Quijote se parece en eso a Melibea, aunque sus anhelos sigan muy distinto derrotero. Él no se resigna a la existencia anodina de mediano hidalgo de pueblo,  cree que tiene que haber “algo más” y aspira a una vida heroica arrostrando los peligros, sufrimientos y sacrificios anejos. En ese heroísmo, definible como una lucha épica por el bien, quiere encontrar la plenitud y el sentido. Pero no lo consigue: el ambiente social rechaza con mofas y golpes su rebeldía contra la mediocridad, aunque no consigue doblegar al caballero, que insiste una y otra vez.

    Parte del genio de Cervantes consiste en diseñar dos personajes arquetípico, con Sancho de servidor realista que acaba contagiándose en parte de las ideas de su amo, personajes los dos que van evolucionando en su interacción. Incluso en sus empresas más disparatadas, Don Quijote combina los rasgos de persona sensata e inteligente con los del loco, que interpreta la realidad de acuerdo con sus deseos. Y una y otra vez recibe escarmientos que no lo escarmientan, porque el anhelo de una vida superior es demasiado fuerte en él y le domina. Y ahí radica su peculiar grandeza: hay belleza en sus acciones y fealdad en las reacciones que provoca.

    Se trata, como La Celestina, de una obra melancólica sobre la condición humana. Incluso depresiva: el crítico inglés J. Ruskin le achacó ser una mofa de los más nobles sentimientos humanos, y Lord Byron vio en ella el final del heroísmo español. Pero la mofa es solo aparente, y la parodia de las novelas de caballerías solo un pretexto.  También es probable que Cervantes se esté burlando, con humor sin amargura,  de su vida llena de avatares y aventuras, y de ansia de gloria, para terminar en un ambiente poco glorioso, del que solo podía evadirse por su afición literaria y sus amigos quizá de taberna: “Adiós donaires, adiós regocijados amigos, que yo me voy muriendo…”. Sea cual fuere el motivo concreto de una obra genial,  esta desborda siempre la intención del autor. Pocas, si alguna, expresan con mayor acuidad un rasgo definitorio de la condición humana: el misterioso anhelo psíquico de sublimidad frente a la oposición a ella, también misteriosa, del mundo real.

      Entre la publicación de La Celestina a finales del siglo XV y la del Quijote media algo más de un siglo, el de mayor potencia de España en todos los órdenes, y es forzoso citar al menos a algunos de los escritores más conocidos, Garcilaso, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Lope de Vega,  Boscán Fray Luis de León, los pensadores de la Escuela de Salamanca, y tantos más. y tantos más. En esa época nacen géneros originales como la picaresca o la poesía mística  y se cultivan otros como la literatura pastoril, amorosa, de caballerías… La intensa actividad tanto artística como intelectual compone el original Renacimiento español.  Una eclosión que se prolongaría por gran parte del siglo XVII. Aunque según los distinguidos críticos hispanófobos actuales ni España existía o era un país enfermo, ni su cultura tenía mayor relevancia.

   Cabe señalar que este fue también  el período de mayor actividad de la Inquisición, lo cual evidencia la falsedad de la acusación de haber paralizado por el terror la cultura y el pensamiento. Pese a lo cual lo repiten impertérritos mil personajes. La Inquisición es parte esencial de la leyenda negra, propiciada ante todo por los protestantes.

    Conviene, pues  poner las cosas en su punto: la Inquisición fue un tribunal político-religioso que duró tres siglos largos, con mucha actividad en el primero y escasa o muy escasa después. Nació cuando en toda Europa se estimaba la disidencia religiosa un grave peligro para la estabilidad social, lo cual se acentuó con el protestantismo. Toda Europa sufrió persecuciones y tribunales, ninguno tan longevo como el español, lo que compensaban con un carácter mucho más sanguinario. En sus tres siglos, la Inquisición causó la muerte documentada a unas 1.000 personas, y posiblemente de otro millar o dos millares en las etapas no documentadas. En los países protestantes las víctimas fueron muchas más en mucho menos tiempo. Contra las leyendas, la Inquisición era más garantista que los tribunales civiles europeos y practicaba mucho menos la tortura. No se olvide que la idea de la tolerancia nace mucho más tarde en Inglaterra (Locke), para frenar las persecuciones entre protestantes, pero manteniéndolas contra los católicos. Y recuérdese que en nuestros ilustrados días las policías políticas de muchos estados han causado más víctimas en breve tiempo y empleado mucho más la tortura.

   Aunque la idea de la Inquisición no sea hoy aceptable debe contemplarse dentro de las condiciones de su tiempo. Y a su favor pueden decirse al menos dos cosas s: que evitó a España la masiva quema de brujas (se han estimado en más de 100.000 víctimas) de otros países, en especial protestantes; y contribuyó a impedir en España las guerras civiles que solían acompañar a la expansión protestante.

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Tertsch, Alfonso Guerra y Moradiellos / España no está a la altura de Pérez Reverte

https://www.youtube.com/watch?v=yB_dhkP3cfA

Debido al cambio de emisora, el programa Una hora con la Historia se encuentra en seria dificultad económica, por lo que reiteramos a nuestros oyentes la necesidad de sostenerlo. Algunas personas creen que la labor cultural debe ser gratuita, en parte porque mucha  de ella es subvencionada por los gobiernos, que nos obligan así a todos a contribuir aunque se trate de una cultura muy dudosa. Todos sufragamos, nos guste o no, la propaganda y otras actividades de la “memoria histórica”.  Y “Una hora con la Historia” trata precisamente de contrarrestar esa propaganda seudocultural y seudohistórica. No tenemos subvenciones ni las queremos, queremos en cambio que nuestros oyentes comprendan la importancia de recuperar nuestro pasado,  se sientan comprometidos con la labor que realizamos y contribuyan a ella. De este modo  se puede contrarrestar fácilmente la memoria antihistórica.

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*Leo en un artículo de Hermann Tertsch que Alfonso Guerra ha comparado favorablemente a Pinochet con Maduro. Es un paso. El siguiente será admitir que Franco “no fue tan malo”. Y quedará un tercer paso para reconocer que Franco fue, efectivamente, una bendición para España (y, sí, también para Europa).  Que sin su obra, la democracia habría  traído enseguida una III República tan enferma como las dos anteriores, según querían los brutos de la ruptura.  Hace poco Moradiellos dio también un pasito en dirección a la verdad histórica, declarada delito por una ley norcoreana. No sé si estos cambios, significativos aunque todavía leves, tienen alguna relación con mi empeño desde hace ya muchos años por acabar con unos mitos que envenenan nuestra convivencia. Que  amenazan destruir una nación que tanto ha influido en la historia humana, construida por el sudor, la alegría, las penas, la sangre, los aciertos y las lágrimas  de tantas generaciones. Quizá hayan leído Los mitos de la Guerra Civil o Los mitos del franquismo, o Nueva historia de España  por ejemplo. Nunca lo dirán,  pero ahí siguen, irrebatidos y defendiendo lo que ha de ser defendido si no queremos reincidir en lo peor de nuestro pasado  

Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))Los Mitos Del Franquismo (Bolsillo)Mitos de la Guerra civil, los (Bolsillo (la Esfera))

*Dice Pérez Reverte que va a publicar una historia de España: Es el resultado de todas esas cosas: la visión ácida más a menudo que dulce, de quien, como dice un personaje de una de mis novela, saber ser lúcido en España aparejó siempre mucha amargura, mucha soledad y mucha desesperanza. Bastan estas palabras para entender que solo puede ser una sarta de sandeces tópicas. Cierto que España nunca estará a la altura de este insigne bocazas de barra de bar amante de la guillotina y la persecución religiosa, entre otras ocurrencias. Y cierto, también que ver a tanto charlatán  sentando cátedra suscita alguna desesperanza. Pero, en fin, estas cosas ocurren y no solo en España, en todos los países. Por lo demás, el propio Pérez tiene más motivos para el contento que  para la amargura y la soledad, pues le sigue mucha gente: tal vez no sea tan lúcido como presume.

   Dos artículos sobre el autor: http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/una-imbecilidad-de-perez-reverte-salud-social-predominio-del-ingles-y-educacion-10353/

http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/perez-reverte-y-la-memoria-historica-a-haig-y-la-guerra-de-vietnam-5691/  

 

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Nacimiento de la cultura española

 Una hora con la Historia: Cómo empezó la guerra civil:

https://www.youtube.com/watch?v=yB_dhkP3cfA  

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El siglo I después de  Cristo fue una segunda gran época de la cultura latina, llamada Edad de Plata.  Y un rasgo de ella fue  la abundancia de escritores y artistas hispanos: el ingenioso satírico Marcial, el gran pedagogo Quintiliano, el poeta épico Lucano, el geógrafo Pomponio Mela, el tratadista agrario Columela, entre bastantes otros menos conocidos. Y sobre todo Séneca el Joven, quizá el filósofo más destacado de Roma, cuyos ecos llegan hasta hoy, desarrolló con cierta originalidad el estoicismo griego. Como estoico se le ha estimado próximo al cristianismo o bien “típicamente español”, exagerando bastante. Era típicamente romano: “Lo que la vida tiene de mejor es que no obliga a nadie a sufrirla. El sabio vive cuanto debe, no cuanto puede”, es decir, defiende el suicidio: quien sabe morir no será esclavo. Claro que tanto en el cristianismo como en  la tradición española es clara una veta estoica, sin ser única  ni definitoria y también existe en otras culturas nacionales. Séneca tendía a un monoteísmo sin oraciones ni súplicas: Dios –“alma del universo, accesible al pensamiento y no a la vista”–  protege al hombre sin necesidad de ellas y al hombre sabio le basta obrar conforme a la razón

    Estos personajes provenían de diversas regiones de Hispania, prueba de su alto grado de latinización  y civilización. Plinio el Joven valoraría a Hispania como la “nación” más insigne después de Italia, por su lustre económico e intelectual. Desde luego, los autores hispanos se sentían ante todo romanos, pero también manifestaban cierto patriotismo por su origen. Un poema de Marcial cantaba a Hispania : “La elocuente Córdoba habla de sus dos Sénecas y del singular Lucano; se recrea la jocosa Gades en su  Canio; Mérida con su querido Deciano; nuestra Bílbilis se gloriará contigo Liciniano, y no callará  sobre mí”. Los hispanos formaban en Roma grupos de afinidad, como los judíos, galos griegos etc. Cuando Marcial marchó a Roma buscó la protección de Séneca y Lucano y después del trágico fin de estos, se dirigió a Quintiliano. Los hispanos  llegaron a formar un clan en las más altas esferas.

   También el cristianismo en Hispania, en tiempos de Roma  dio escritores relevantes como Juvenco, Prudencio, Egeria, Prisciliano u Orosio. En Orosio, teólogo e historiador galaico, el orgullo por Roma no elimina el de las gestas hispanas: “¿Por qué, romanos reivindicáis sin razón los grandes títulos de justos, fieles, fuertes y misericordiosos?  Aprended más bien esas virtudes de los numantinos”. Caída Numancia, los romanos “ni siquiera se consideraron vencedores ni vieron razón para conceder el triunfo”. O vituperaba “el loco temor de los romanos”: ”En cuanto veían a un hispano, sobre todo si era enemigo, se daban a la fuga, sintiéndose vencidos antes de ser vistos”. Etc.

    Pretender, como Américo Castro, que Séneca y los demás no tenían nada de españoles cuando compartían la raíz y base cultural y cierto orgullo patriótico, nos asombraría si no lo estuviéramos desde el principio con los separatistas y demás.

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La caída de Roma trajo consigo, aparte de los daños físicos y humanos más inmediatos, la destrucción o ruina de multitud de bibliotecas, librerías, escuelas, obras de arte y edificio espléndidos. La catástrofe pudo haber originado un largo periodo de barbarie, incluso con el abandono de la escritura. Si no fue así, se debió a la labor de los monjes en sus monasterios y de las escuelas fundadas por ellos o por los obispos. Por eso aquella época, Alta Edad Media, pues ser llamada también Edad de las invasiones o de los monasterios o, aquí, de Supervivencia.

   En España, la estabilización de Leovigildo y Recaredo en el siglo VI originó un nuevo auge intelectual. Su máximo exponente, Isidoro de Sevilla, escribió la mencionada Laus Spaniae, expresión de júbilo y optimismo por el “matrimonio” de hispanorromanos y godos que consagraba la nueva nación. Su obra mayor, las Etimologías, sería durante siglos una de las más reproducidas en los monasterios de toda Europa. En ella trataba de reunir los saberes de la Antigüedad, perdidos en la catástrofe, y debía mucho a los escritos hoy perdidos de M. T. Varrón, otro gran compilador romano de los saberes antiguos. Las Etimologías constituyen la primera enciclopedia del mundo occidental, y recupera las materias de la enseñanza europea durante siglo, el trívium (gramática, lógica y retórica) y el quadrivium  (música, aritmética, geometría y astronomía).

   El pensamiento político de Isidoro conjuga la independencia de la Iglesia respecto al poder político y la colaboración con este para evitar la tiranía, negando legitimidad a un rey déspota. Ya vimos como la institución de los concilios, de función religiosa y política, son una institución única y en cierto modo precursora de los parlamentos.  Isidoro fue uno de los intelectuales más relevantes de su tiempo y el primero o uno de los primeros en la larga lista del pensamiento europeo contra la tiranía. Por presión suya, el IV concilio de Toledo exigió a los obispos la creación de escuelas y seminarios. Su amigo Braulio, obispo de Zaragoza, también escritor y poeta, lo estimó como elegido de Dios para salvar a España de la marea de barbarie.

  Isidoro no fue un caso aislado ni su Sevilla una isla de cultura en un mar de ignorancia. Otros intelectuales relevantes trabajaban en Toledo, Zaragoza o Braga, como Braulio, Tajón, Ildefonso, Eugenio o el historiador Juan, fundador del monasterio de Bíclaro en Tarragona, autores de obras históricas, poéticas y teológicas. El propio Isidoro tuvo tres hermanos destacados en el plano intelectual y político: Leandro, Fulgencio y Florentina. El primero tuvo un gran papel en el abandono del arrianismo y fundó en Sevilla la biblioteca quizá mejor del occidente, visitada desde otros países. Florentina fundó numerosos monasterios y Fulgencio destacó en el comentario de las Escrituras.      

    Así, al tiempo que nace España como nación se van superando los peores efectos de  la “espantosa revolución”, del fin del imperio romano de Occidente.

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Del franquismo a la democracia: una evolución frustrada

Puesto que el franquismo no derrocó a ninguna democracia ni tuvo oposición de ese género, y tampoco consiguió estabilizar un sistema político de nuevo tipo, no tenía por qué ser imposible  una evolución hacia un sistema de libertades políticas,  partidos abiertos y elecciones, con división de poderes, que es lo que normalmente entendemos por democracia. La única cuestión consistía en si esa democracia reproduciría la experiencia enferma de la república o se asentaría firmemente sobre los logros del régimen anterior permitiendo la convivencia en paz y libertad. Esta era la vía reformista (aunque la reforma fuera profunda) propuesta desde el régimen por personalidades como Torcuato Fernández Miranda o Fraga, y que seguramente estaba en la mente de Carrero Blanco o del propio Franco. La solución tenía la gran ventaja de evitar saltos históricos peligrosos.

La alternativa contraria sería una democracia que brincase por encima de cuarenta años excepcionalmente fructíferos para enlazar con la supuesta legitimidad de la república o, peor aún, del Frente Popular, años excepcionalmente desastrosos. Y aunque suene increíble, se formó enseguida una oposición “rupturista” que quería precisamente esto último, identificándose  con los vencidos de la guerra civil y confundiendo además el Frente Popular con la república. Y con  la mayor terquedad emprendió campañas de descrédito contra el régimen anterior, desvirtuó el significado de la guerra y presentó a la república y al frente popular (que en la práctica la destruyó) como modelos de libertad y cultura. Una tergiversación tan descarada de la historia no habría podido  prosperar  sin la actitud de la Iglesia, proclive a la complacencia con quienes casi la habían exterminado,  y sin el desconcierto de los políticos franquistas y el olvido del pasado preconizado por muchos bienintencionados aparentes.

A favor de la falsificación pesaban estados de Europa occidental que, al contrario que España,  debían su democracia y prosperidad al ejército y finanzas useños, no a sí mismos, y sin embargo adoptaban una pose “protectora” y de superioridad moral un tanto grotesca. Algunos de esos Estados habían apoyado el terrorismo etarra y diversas maniobras comunistas contra España, quizá por la deuda que también habían contraído con Stalin. No solo los antifranquistas que de pronto surgían por todas partes, sino la mayoría de los provenientes del franquismo aceptaban aquella superioridad moral, política e histórica de los autonombrados tutores del proceso español.  El “europeísmo” se asentaba, una vez más, en el desprestigio de España y en un arrobo ignaro hacia lo que llamaban Europa.

El conflicto reformismo-rupturismo se dirimió  a lo largo del año 1976, siguiente al fallecimiento de Franco. Los rupturistas, agrupados en torno a los marxistas del PCE o del PSOE, siguieron la tradición del Frente Popular, es decir, se presentaban como demócratas (Junta y Plataforma “democráticas), agrupando desde maoístas partidarios de la lucha armada hasta carlistas, católicos “avanzados”, separatistas  y personajes o intelectuales variopintos, en un nuevo frente popular embrionario. Los políticos del franquismo, siguiendo la línea de Torcuato Fernández Miranda, lograron  el apoyo de las Cortes para la transición y plantearon un referéndum popular al efecto “de la ley a la ley”. Los rupturistas maniobraron en contra con intensas campañas de agitación y manifestaciones, intentaron una huelga general (revolucionaria en su concepción) que fracasó, y pidieron el boicot al referéndum previsto para diciembre de 1976. Estos episodios, olvidados o minusvalorados en muchos relatos de la transición, tienen sin embargo máxima relevancia histórica, porque revelan que la oposición al franquismo no había aprendido nada del pasado, sino que se había inventado su propia historia de “demócratas contra fascistas” y similares.

La realidad se impuso cuando el referéndum  decidió, por abrumadora mayoría, la democratización de la ley a la ley, es decir, desde y no contra el franquismo, y sí contra la ruptura; y descartando a  los grupos que creían posible mantener el régimen anterior tal cual (el franquismo, lejos de ser un régimen monolítico y rígido, había ido cambiando pragmática y flexiblemente desde la guerra; y tras el Vaticano II, su subsistencia dependía de la personalidad sin repuesto de Franco y de sus éxitos económicos, que le encaminaban también a una democracia más o menos al estilo eurooccidental). Cabe decir que se votó una democracia franquista, es decir, respetuosa con el régimen anterior  y deseosa de aprovechar sus avances. La razón de fondo de la preferencia popular se encuentra en la memoria aún fresca del pasado reciente y sus logros, más impresionantes para quienes habían conocido la república. El ambiente social rechazaba aventuras alucinadas como las soñadas por los rupturistas.

El referéndum demostró a los amigos de Marx y de la disgregación de España que les quedaba aún mucho tiempo para convencer a la mayoría de las bondades de sus políticas. Pero se pusieron tenazmente a la labor. Les favoreció el hecho de que a pesar de su éxito inicial, la transición quedó en manos de Suárez, un líder peculiarmente inculto, y de sectores deseosos de ser reconocidos como demócratas a base de inhibirse en las campañas antifranquistas para terminar sumándose a ellas. Una Constitución menos votada que el referéndum abonó algunas de las tesis frentepopulistas, introduciendo peligros a largo plazo, denunciados por personajes tan diversos como Julián Marías, Blas Piñar o Torcuato, verdadero autor de la salida “de la ley a la ley”.

La política errática y  seudoizquierdista de Suárez condujo a la desintegración de su partido y provocó una crisis que se intentó resolver mediante el llamado golpe del 23-f, en el que, según muchos indicios, estaban complicadas las instituciones más altas y los partidos principales. Pero la democracia, bastante dañada, continuó. Era posible en principio corregir sus serios errores, que dañaban el estado de derecho en negociaciones con el terrorismo, convirtiendo a este, implícitamente, en un modo aceptado de hacer política, mientras los separatismos prosperaban con aliento y financiación de los gobiernos, fueran de derechas o de izquierdas. Por otra parte, lo que unos políticos ignorantes llamaban “entrada en Europa” se materializaba en una inconstitucional entrega de soberanía a la burocracia de Bruselas y a la OTAN, acompañada de una auténtica colonización cultural por el inglés. Todo ello en medio de un antifranquismo que extrañamente crecía conforme más lejano quedaba aquel régimen y cuanta menos oposición a Franco habían hecho los nuevos “demócratas”.

El proceso lo culminó el PSOE  llegado al poder  después del oscuro atentado del 11 de marzo de 2004. Entonces cuajó la previa falsificación del pasado en una “ley de memoria histórica”, no solo insostenible en los hechos, sino totalitaria al estilo norcoreano o castrista. Y vino el rescate de una ETA prácticamente en la ruina, para rehabilitarla como potencia política. Siguieron leyes antijurídicas y antidemocráticas “de género”, otorgamiento solapado de soberanía al parlamento catalán y a los separatismos vascos, etc. Esta reedición de políticas tipo frente popular ha anulado en gran medida la obra del franquismo superadora de la herencia del 98, ha impuesto la ruptura fracasada en 1976, ha desvirtuado la democracia y suscitado nuevamente los odios de la república, amenazando seriamente la libertad y la propia integridad nacional. El fracaso económico del gobierno socialista trajo uno del PP, también “antifranquista”, cuya labor ha consistido en mantener y en algunos casos profundizar, las políticas del PSOE, llevando al país a un verdadero golpe de estado permanente desde 2017.  Es imprescindible conocer el pasado para percatarse de los retos que nos plantea el presente y superarlos de nuevo. Pues “un pueblo que ignora su pasado se condena a repetirlo”    

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