Ante un ataque frontal a la democracia y a España

Usted ha sido el primero en denunciar públicamente una ley que considera totalitaria, o bolivariana.

–No sé si he sido el primero, pero desde luego uno de los primeros. Y eso me alarma, como me alarma el hecho de que hasta ahora las reacciones hayan sido mínimas. Hay muchos idiotas, sí auténticos idiotas listillos que dicen que no vale la pena hacer nada, porque ese proyecto de ley no se aprobará y no va a ninguna parte, que es solo demagogia para quitar votos a Podemos, y cosas por el estilo. Esos memos son peores que los que defienden todo lo que está contenido en esa ley, porque desarman de antemano cualquier reacción. Es un proyecto de ley contra la libertad de todos y por imponer desde el poder la falsedad histórica institucionalizada.

Pero usted admitirá que, efectivamente, puede haber algo de verdad en lo de que el PSOE está perdiendo votos a favor de Podemos y que esto es una maniobra para recobrarlos.

–No me importa absolutamente nada si es una maniobra o si son cien maniobras. Lo que importa es el contenido de la ley, y eso está clarísimo. Esta ley no es más que la conclusión  lógica de la anterior,  que ya  por sí era  totalitaria deslegitima la transición y la monarquía y trataba de imponer desde el poder una versión de la  historia y convertir a los asesinos de las chekas en luchadores por la libertad víctimas del franquismo. Pues aquella ley miserable pasó, fue aprobada por un Congreso igual de miserable. Y todo el mundo hace como que no se da cuenta, y el PP la aplica a conciencia con el cuento de que las leyes hay que cumplirlas. Una ley tiránica, despótica y falsaria, que atenta contra la democracia,  debe aplicarse, dicen esos tiparracos…  Cuando han visto cómo la izquierda se ha opuesto con eficacia a sus leyes como la de enseñanza… Ahora está ese partido metido hasta el cuello en la corrupción, y Granados está destapando parte del chanchullo institucionalizado. ¿Cómo responden los del PP? Acusando a Granados, textualmente: “cínico, mentiroso,  presunto corrupto y cobarde como una rata”. He comentado  en tuíter: “vaya, parece un retrato robot del político medio del PP”. Habría que añadir, “y frívolo y chulo”.

 

¿No está usted exagerando? Se vienen diciendo muchas cosas apocalípticas desde hace años, y el país sigue más o menos igual, y hay libertades, etc.

–Mire, desde el principio de la Transición, desde Suárez, los gobiernos y los partidos vienen infringiendo la Constitución y con la llegada del PSOE llegó la corrupción a lo grande. Esto es muy grave, pues la convivencia pacífica y libre en cualquier sociedad, en la que siempre hay intereses, sentimientos  e ideas contrarias,  se basa en el cumplimiento de la ley, una ley, claro, que respete los principios de libertad, etc. Y es muy grave vulnerar la ley como se ha hecho sistemáticamente, solo tiene que pensar en Cataluña y Vascongadas, y por tanto en el conjunto de España, porque un gobierno que permite a los separatistas, decenio tras decenio, hacer lo que hacen y encima financiarlo, ese gobierno es cómplice e igual de delincuente. La experiencia histórica demuestra lo peligroso que es eso, porque la guerra civil  llegó, en definitiva por la destrucción de la ley republicana por los mismos que con todo descaro y falsedad se presentan como “el bando republicano”. Pero en España la historia no sirve de nada, o es ignorada o es falseada.

 Pero, le insisto, aquí estamos muy lejos de una guerra civil, pese a las denuncias que usted hace, y que muchos podrían considerar histéricas,

–Es cierto, estamos aún lejos de ello, y es muy improbable que lleguemos hasta ahí. Pero lo  improbable no es imposible y la historia está llena de cosas improbables que sin embargo ocurrieron. No hay que ser frívolos con estas cosas. En cualquier caso debemos preguntarnos por qué, a pesar de la crispación y el odio que separatistas e izquierdas vienen fomentando y convirtiendo en un auténtico negocio, no parece creíble un enfrentamiento violento dentro de la sociedad. Cómo es posible que con unos políticos tan extremadamente ruines como los que tenemos, la sociedad marche medianamente bien. Pues es posible porque el franquismo dejó un país libre de los odios que acabaron con  la república. Se habla mucho de la prosperidad legada por el franquismo, pero aún más importante es la reconciliación de la gran mayoría, que por cierto ya se alcanzó en los años 40, gracias a que nadie en sus cabales quería repetir la experiencia del Frente Popular.  Gracias a esa herencia es muy difícil hoy llegar a aquella explosión de odios que acabó en guerra civil. Pero las cosas van a peor, y el proyecto de ley de que hablamos es un paso muy fuerte en la misma dirección del Frente Popular, es la liquidación de las más elementales libertades  políticas. Y, por cierto, algo así se está aplicando ya en Andalucía, con el silencio cómplice del PP, Ciudadanos, etc. La llaman “memoria democrática”, para más injuria.

Hay gente que dice que nunca firmaría un manifiesto propuesto por usted

–Pues que no lo firmen, otros muchos sí lo harán.  Y que hagan otro manifiesto, si quieren,  que no tendrá más remedio que decir las mismas cosas que yo. Pero esa excusa es claramente un pretexto para no hacer nada en la mayoría de los casos. Porque lo más grave no es el proyecto de ley, propio de unos gangsters políticos. Lo más grave es que haya sido admitido para discutirse en las Cortes, y que no haya suscitado la menor reacción  en mucha gente, políticos, periodistas, historiadores o escritores que crean opinión pública y a los que se supone cierta sensibilidad democrática. Pero el hecho real, y de ahí el peligro, es que la sensibilidad democrática de la gran mayoría de intelectuales, periodistas y políticos es tan inexistente como su respeto por la historia. Y así estamos, dando vueltas a la noria sin que la experiencia del pasado sirva de nada. Y de ahí resulta una democracia fallida, que es preciso reconducir o si lo prefiere, regenerar. Algo que se viene proponiendo desde la derrota de Felipe González, pero que no se hace.  Ahora necesitamos reaccionar ante esta ley, y eso puede ser parte de una regeneración.

 

 

 

 

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Las revoluciones imaginarias

Las revoluciones imaginarias.  Los cambios políticos en la España contemporánea

José Miguel Ortí Bordás, ediciones Encuentro

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En contra de lo que en ocasiones  equivocadamente se ha manifestado, el fenómeno revolucionario es un fenómeno rigurosamente impredecible. Nadie es capaz de adivinarlo, de anticiparlo o de pronosticarlo. Por muchos y muy fuertes que sean los síntomas que al respecto aparezcan en la etapa prerrevolucionaria  (…) Dicho de otro modo, la revolución no se anuncia: prorrumpe, simplemente.

   Por otra parte, nadie ni nada es capaz de controlar realmente el proceso revolucionario una vez que este se ha puesto en marcha. Pese a no ser lineal y pese a mostrarse las más de las veces como caótica e incongruente en su desarrollo, la revolución tiene su particular dinámica interna e impone a todos su propio interés y su propia voluntad. Se desencadena por sí misma y en la forma que ella misma dispone, con independencia la mayoría de las veces de la intención, de los deseos y de los proyectos de los movimientos revolucionarios y de sus dirigentes, por muy preparados que estos estén, por perfilada que sea su estrategia y por abundantes que sean sus conocimientos teóricos (…)

 Hay que señalar, además, que las revoluciones clásicas afectaron todas ellas al régimen de propiedad. Tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, tanto en Francia como en Rusia, se procedió rápidamente a una más o menos amplia confiscación de la tierra, de la que, como es de presumir, se derivaron sustanciales ventajas patrimoniales para los revolucionarios, como Crane Brinton afirma”.  

   En la mayoría de los casos se observa también que el triunfo de la revolución conlleva  no solo un mayor sino también un mucho más intenso grado de centralización en la organización territorial del Estado”.

   Con estos rasgos   no es de extrañar que el autor señale que no se ha producido ninguna revolución real en España en los siglos XIX y XX, a cuyo efecto examina las llamadas revoluciones de 1820 y  1868. La primera solo lo fue en la medida en que garantizó el hundimiento de casi todo el Imperio español, pero, como observa Ortí, los “revolucionarios” no solo respetaron al rey, sino que declararon su intención de ser lo menos revolucionarios y lo más respetuosos posible con el orden establecido. El golpe de Riego dio lugar a un trienio un tanto demencial terminado con una vuelta al orden por imposición de un ejército extranjero, que en esta ocasión no vieron como enemigo la mayoría de los españoles.  La de 1868 sí considera Ortí, acertadamente, que fue una revolución política, si bien fracasada por su deficiencia social. Muy ligada a la figura de Prim, el asesinato de este la terminó, despeñándose poco después por la I República, aún más demencial que el trienio.

   Quizá habría que decir que, por lo común, los revolucionarios  estaban enfermos de retórica y solo tenían “clara” una cosa: la eliminación de la Iglesia de la política y, en lo posible, de la sociedad española, tal como había ocurrido con la revolución francesa –aunque no en Inglaterra con la anglicana–. Una revolución a un tiempo culminada y abortada en la I República.  

   Como hilo conductor de su ensayo, Ortí Bordás recoge la definición de Ortega sobre España como un país no revolucionario,  como queda expuesto, tardígrado (es decir, de movimiento políticos muy lentos),  y constitutivamente gubernamental.

  El carácter tardígrado queda descrito así: Es un pueblo que no reacciona con prontitud o no reacciona en absoluto ante las incitaciones. Las invitaciones que objetivamente le hace la historia para cambiar no las atiende con la presteza debida (…) Carece de capacidad de movilización. No reaccionó ante la incitación política que, a principios del XIX, supuso la pérdida de legitimidad de ejercicio de la monarquía, si tan siquiera hizo frente a la enorme e irrepetible conmoción histórica que objetivamente representó la emancipación de América. No reaccionó políticamente ante el desastre del 98 ni frente al expediente dictatorial al que la Primera Restauración recurrió en los años veinte del pasado siglo. No reaccionó tampoco ante el estímulo que constituyó la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, ni tan siquiera frente al declive tanto físico como político del general Franco y, con él, del franquismo.

    Creo que todo esto es muy discutible. Cada país tiene su ritmo histórico. Si lo comparamos con el francés, este ha sido mucho más “reactivo”, aunque no siempre. Una reactividad poco envidiable si tenemos en cuenta cosas como la tremenda brutalidad de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas que siguieron. Precisamente la invasión del “reactivo” pueblo francés dejó a España agotada, casi en ruinas, con inminente pérdida del imperio y dividida internamente con propensión a guerras civiles y pronunciamientos. Su derrota frente a Prusia en 1870 dio lugar a una poco estimable y sangrienta revolución de la Comuna, y a un sistema republicano un tanto  despótico y posteriormente a la I Guerra Mundial, de la que España se libró, por suerte. Francia construyó su imperio en el siglo XIX y lo perdió en el XX sin ninguna reacción especial salvo el golpe de De Gaulle. Y en el siglo XX volvió a ser vencida con increíble facilidad por Alemania, de nuevo sin reacción especial, pues debió su liberación al ejército useño fundamentalmente. Quizá pueda decirse que Francia o Alemania han sido mucho más “reactivos” que España, pero no estoy seguro de que esas reacciones sean muy deseables. Gracias a la tardigradez, que decía Ortega, España pudo reponerse de las convulsiones republicanas y vivir los cuarenta  años más fructíferos de su historia en al menos dos siglos.

    Característica del pueblo español sería asimismo la tradicional pasividad antes, en medio  e incluso después de cada cambio político (…) El protagonismo de los cambios políticos corresponde inalterablemente a reducidas minorías, instaladas, por si fuera poco y en no pocas ocasiones, en el Poder  que se altera o modifica o en sus proximidades y aledaños.  El diagnóstico es, como antes, muy cierto,  aunque tengo la impresión de que  ocurre lo mismo en todos los países, por más que “el pueblo” se mueva ocasionalmente como comparsa. Porque además nunca es el pueblo, sino una parte muy pequeña de él, que llena de gente un par de plazas y calles de la capital del país, como llenó la Puerta del Sol al llegar la II República. La pasividad popular puede ser una ventaja en ocasiones de efervescencia demagógica, como ya observaba Julián Marías de la agitación política de los años 60 entre tantos jóvenes y estudiantes de Europa occidental y Usa.  

   Cita Ortí de Ortega: “Este es el secreto hondo y por demás interesante de los destinos españoles: somos un pueblo sustancialmente gubernamental”, pues, explica el autor, “ No nos limitamos a respetar el principio de autoridad, acatar el Poder y obedecer al Gobierno. Ni tan siquiera nos circunscribimos a mostrarnos comprensivos con él y sus decisiones. Nos inclinamos ante el Poder y nos sometemos al Gobierno, cualquiera que este sea y por el solo hecho de serlo (…) Nos comportamos como sujetos pasivos del Poder. Esto parece algo excesivo: no hay más que recordar las enormes movilizaciones aún recientes por el Prestige, la guerra de Irak, las complicidades con la ETA… Podríamos decir que las movilizaciones se producen solo contra gobiernos de izquierda, pero también el PSOE sufrió huelgas generales, mientras que el PP lleva mucho tiempo sin apenas oposición callejera. Lo que sí es verdad es que hay una gran masa de españoles dispuestos a aceptar cualquier gobierno, incluido el más tiránico, y que apenas se dan cuenta de los peligros que corre la libertad, como ahora mismo por la infame ley de memoria histórica. Es un grave problema  porque no se limita a personas de bajo nivel cultural, sino que se encuentra igualmente en políticos profesionales e intelectuales. Apenas ha habido hasta ahora reacciones sobre el nuevo proyecto de ley bolivariana, aunque algo empieza a haber, en gran medida por mi intensa agitación al respecto. Lo digo porque así es.

   Ortí Bordás procede de la Falange y del SEU, tan admiradores de Ortega (una admiración que no comparto, desde luego, en cuanto al Ortega ensayista político o histórico, como he explicado muchas veces) . Y suele olvidarse que fue precisamente el Movimiento el que realizó fundamentalmente el paso a la democracia, que de otro modo habría sido imposible. Ortí pudo haber sido incluso quien la encabezase, pues llevaba años trabajando en esa dirección. En su opinión fue fundamentalmente un gran logro que dio más protagonismo al pueblo,  corrigió la “tardigradez” tradicional y nos integró “en Europa” No obstante, como cita de Julián Marías sobre la Constitución,  este no la veía capaz de “despertar el menor entusiasmo” de ningún tipo y temía que los compromisos con que había sido alumbrada “comprometiesen la realidad política de España”, por lo que no tenía reparo alguno en calificarlo como “La gran renuncia”.

   En cuanto a la integración en Europa, constata cómo  La auténtica mutación (…) es la del rapto cultural por Europa. Nuestra cultura ha sido absorbida por la del Continente (…) Al revés de lo que ha venido aconteciendo hasta hace poco. Recuérdese al respecto la afirmación de que la cultura propiamente española se determina en gran parte  por un proceso de asimilación e hispanización de las influencias europeas. Peo ahora (…) nos diluimos y disolvemos en ella (…) Somos integrantes de una sociedad blanca como la europea, sin fibra moral (…) Claudicación y decadencia son las dos palabras clave que la definen”

   Esta es otra evidencia, si bien debemos recordar que la cultura europea entra en decadencia profunda después de la II Guerra Mundial y que lo que pasa hoy por cultura europea es más bien un seguidismo de la dinámica y avasalladora cultura useña.

   Y rasgo de esta decadencia en España es el resurgimiento de los “demonios familiares”. Bien visible en este mismo momento.

   Ortí Bordás es un ex político ensayista que razona sobre lo que ha venido pasando y sobre las perspectivas, nada satisfactorias, de la historia presente. Una excepción en el panorama de políticos mediocres y golfos que hoy nos aqueja. Por mi parte, como he explicado muchas.

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Por una Comisión de la Verdad independiente del poder

   Los liberticidas que han elaborado el proyecto de ley de Memoria histórica hablan, con su retórica falsaria, de crear una “comisión de la verdad” con personajes de su cuerda a los que llaman “prestigiosos” y demás. Pero la idea no es mala. Es precisa una comisión de la verdad. Uno de los graves problemas que tiene la democracia en España es la ignorancia de la historia, y en concreto de la historia del PSOE. Esta es la razón por la que muchas personas creen que un partido capaz de proponer una ley despótica como esta es democrático, cuando ese partido, el PSOE, es, ahora como en la república, el peligro más grave  para la convivencia de los españoles en paz y en libertad. Uno de los pocos socialistas decentes, Besteiro, describió la propaganda del Frente Popular, especialmente la socialista, como “un Himalaya de falsedades”. Y ese Himalaya pretenden echarlo nuevamente encima de todos para aplastar nuestras libertades más elementales.

   Pues bien, de momento la comisión está creada. Soy yo mismo más cuantos quieran sumarse al movimiento de aclaración de la historia, en particular  la del PSOE. ¿Cómo haremos? En principio nuestros medios son escasos. No somos personajes subvencionados como los que pretende alquilar el PSOE… y subvencionados quiere decir que nos obligan a todos a pagarles sus falsedades. Tampoco disponemos de los grandes medios de masas, por lo común subvencionados de la misma forma, directa o indirectamente,  en esta democracia fallida. Sin embargo la verdad debe ser defendida, y tenemos muchos más medios de los que parece, máxime en una época en que las redes sociales  permiten una difusión mucho más allá de dichos medios corruptos.  Las propias redes están tremendamente contaminadas por gente afín a os trepadores del Himalaya, pero ahí cada uno de nosotros tiene voz, no puede ser silenciado fácilmente, y se trata simplemente de combatir a los del Himalaya de manera sistemática y lo más masiva posible.

   Mientras dure esta campaña, el editorial del programa “Una hora con la Historia” versará sobre el pasado y el presente del PSOE. El editorial  puede ser difundido tal cual en Facebook. Y acompañaré frases cortas para  tuíter y otra redes.

   Ahora repetiremos un resumen, que ya hicimos hace unas semanas:

Es muy preciso, por tanto, que la opinión pública conozca la ocultada historia de ese partido, hoy bastante bien estudiada, aunque todavía pocos la conozcan. Muy en breve,  en los años 30 el PSOE quiso, buscó y organizó la guerra civil, textualmente, para imponer en España un régimen de tipo soviético. La preparación de la guerra incluyó abundante uso del terrorismo. Fracasado el intento en octubre de 1934, volvió a la violencia tras  las elecciones de febrero de 1936, demostradamente fraudulentas, para destruir la legalidad republicana, con uso abundante de un terrorismo que culminó en el asesinato del líder de la oposición Calvo Sotelo; y ya durante la guerra fueron actos suyos el terror de las chekas, el envío de las reservas de oro a Moscú — haciendo de Stalin el jefe real del bando llamado republicano–  y el robo sistemático de bienes nacionales y particulares, que suscitaría luego peleas sórdidas entre sus líderes en el exilio.

  Si hay alguien responsable de la guerra civil, es el partido que ahora intenta arruinar del todo la democracia mediante la violencia del estado combinada con ”esa constante mentira”, que decía Gregorio Marañón. Volviendo a Besteiro recordemos que fue  el socialista que denunció la guerra civil y el baño de sangre que preparaba su partido en 1934, y que por eso fue calumniado y marginado en su propio partido.  Por desgracia permaneció en él y eso le valió una condena a cadena perpetua al terminar la guerra, aunque como deben saber, aquellas cadenas perpetuas podían durar de cuatro a seis años.  Besteiro fue, además,  el único líder socialista que no huyó al extranjero. Los otros se fugaron con tesoros expoliados y dejado a sus sicarios que se arreglaran como pudieran con los vencedores. Personas comprometidas en delitos de sangre a veces terribles y a quienes los de la memoria histórica quieren hacer pasar por luchadores demócratas y víctimas del franquismo. Todo esto  no es un panfleto del tipo de los de la memoria histórica. Es un resumen de hechos abundantemente investigados y documentados, entre otros por mí mismo en mi trilogía sobre la república y la guerra civil.

   Luego, durante el franquismo, el PSOE no hizo la menor oposición digna de reseña, al revés que los comunistas. Y es ahora, ochenta años después de la guerra y cuarenta de la transición a la democracia, cuando este partido intenta derrotar a aquel régimen a base de derrotar al mismo tiempo la libertad de los españoles e instalar en la sociedad los mismos odios que llevaron a la destrucción de la república.

  El PSOE se ha venido presentando como partido democrático, cuando la verdad es que solo se ha resignado  a una democracia llegada históricamente desde el franquismo, “de la ley a la ley”. La democracia no debe nada al PSOE, sino que, al revés, ese partido debe todo a una democracia a la que en cambio  ha aportado grandes dosis de corrupción, “comprensión” hacia los separatismos y los crímenes de la ETA,  y leyes siniestras como las de  su fantástica memoria histórica.  Por falta de fuerza ha tenido que aceptar un régimen de libertades,  pero manteniendo su ideología contraria en espera de ocasión, que parece creer llegada ahora.

    Estamos, por tanto, ante un proyecto de ley orientado directamente contra los derechos de los españoles, contra las libertades más elementales y contra la verdad mejor documentada sobre nuestro pasado. Un proyecto hecho, como no podía ser menos, por un partido de historial e ideología radicalmente antidemocráticos.

   Y contra estas derivas nos toca movilizarnos muy en serio a cuantos amamos la libertad, la verdad y a España. Es preciso demostrar a los totalitarios que no somos un pueblo de borregos que se deje embaucar por su turbia charlatanería ni amedrentar por sus amenazas.

   Y ahora, unas frases, solo tres, para poner en marcha en tuíter:

*La nueva ley de memoria histórica materializa en persecución totalitaria lo que en la antigua ley quedaba como simple amenaza

*La histeria antifranquista no habría tenido curso sin la inhibición culpable  de quienes deberían defender la verdad, y sin la corrupción despótica que ha significado obligarnos a todos a subvencionar sus mentiras

*¿Quieren una prueba irrefutable de que la “memoria histórica” es falsa de arriba abajo? Reparen en que se ha impuesto a base de subvenciones que nos han obligado a pagar a todos, y ahora amenazan con la violencia del estado a quienes piensen de otro modo

   Obviamente, mientras ustedes escuchan no pueden copiarlas, pero pueden hacerlo en mi blog www.piomoa.es u oyéndolas en YouTube “Una hora con la historia”.

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Azaña, el falso mito de izquierdas y derechas: https://www.youtube.com/watch?v=tM1ej5f4snc&t=8s

 

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La cuestión judía

*Los manejos de Companys en París y Londres, traicionando a Azaña y a sus aliados del Frente Popular: https://www.youtube.com/watch?v=BXEMHPIlC7M

*Azaña en la guerra: Quizá no fue el principal, pero sí uno de los principales causantes de la guerra: https://www.youtube.com/watch?v=tM1ej5f4snc&t=7s

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La “cuestión judía” se puede resumir así: existe una minoría inasimilable y dispersa por medio mundo,  que aspira a dominar al resto de los pueblos y ejerce una constante labor de corrosión de los valores tradicionales (aquí se pueden interpretar como cristianos, “occidentales” en un sentido vago, o raciales). Por tanto,  se comportan como una especie de sociedad secreta y, pese a su escaso número, se les encuentra en todos los medios de la alta cultura, de las finanzas y, directa o indirectamente, de la política, dominándolos en general.

¿Qué hay de verdad en todo ello? Es cierto que se trata de un pueblo con casi increíble resistencia a la asimilación, pese a haber vivido en condiciones a menudo muy malas o sufriendo persecuciones. Un caso semejante al de los gitanos, en ese aspecto, pero solo en él. La razón de esta resistencia radica probablemente en la fuerza de sentirse o creerse, pese a todo, el pueblo elegido por Dios, nada menos. Aunque de manera implícita o explícita, otros se han considerado algo  parecido, al menos en algunas épocas, ninguno, que yo sepa, lo ha teorizado como una decisión directamente divina comunicada a los judíos primigenios.

Es cierto también que su representación en casi todos los medios de cultura, finanzas, de la diversión, etc., está muy por encima de lo que cabría esperar de su número en una sociedad.  Se trata de un fenómeno históricamente nuevo, desde el siglo XIX, pues, aunque siempre hubo algunos judíos intelectualmente destacados, la gran mayoría de ellos vivieron acompañados de la pobreza, a menudo del miedo y sin logros culturales de interés. No obstante siempre hubo una pequeña minoría entre ellos mismos que, por medio de la usura, conseguían gran riqueza e influencia. En Castilla, antes de la expulsión, estos eran muy criticados por su arrogancia y negocios sucios, tanto por los cristianos (conversos incluidos) como por muchos de los propios judíos.

Creo que la raíz de este fenómeno se encuentra en la Biblia, o más bien en el estudio casi obsesivo de la Biblia, por suponérsela la palabra de Dios. En realidad se trata de un libro misterioso o, si se prefiere, como lo harán los ateos, estrafalario, repleto de contradicciones. Lo mismo predica la compasión y la bondad con el prójimo que ordena su exterminio, o insiste en la justicia y describe sin el menor empacho cómo una tribu judía que tenía poco espacio, se enteró de que unos vecinos vivían sin murallas de protección, por lo que fueron sobre ellos, los masacraron y se apoderaron del territorio. Ni una crítica. Estas cosas han obligado a un esfuerzo interpretativo y especulativo ya desde muy antiguo, habiendo rabinos proponían que el mensaje bíblico se refería en realidad a la lucha interna dentro del alma humana, debiendo interpretarse así, por ejemplo, la cautividad y salida de Egipto…

Este esfuerzo especulativo no es exclusivo de los judíos, desde luego,  y los griegos, por ejemplo, lo elevaron a la cumbre; pero se ha hecho especialmente intenso en los judíos precisamente por sus especiales circunstancias de minorías segregadas y despreciadas u odiadas, sin país propio,  siendo al mismo tiempo el pueblo elegido de Dios y tan duramente tratado por este, como les reprochaba el príncipe Vladímir de Kíef . Ello ha forzado, en mi opinión, tanto el afán especulativo, de instrucción y de dinero (un bien parcialmente independiente de la riqueza basada en la posesión directa de tierras o mercancías), como una peculiar neurosis señalada por muchos judíos, que ha llevado a algunos muy destacados (Marx, por ejemplo) a compartir el odio y desprecio de los gentiles hacia su  pueblo.  Y de ahí también su sobrerrepresentación en los terrenos de la cultura o las finanzas: un pueblo particularmente inquieto en esos campos

Creo que los judíos, por su historial a menudo atormentado, son especialmente sensibles a la incertidumbre de la condición humana.  Y de esa inquietud  también el efecto corrosivo de algunas de sus especulaciones  sobre las ideas, valores y tendencias tradicionales, incluidas las propias judaicas, desde luego. Esa inquietud resulta perturbadora para el afán contrario, que quiere tener “la vida tranquila” y aferrarse a unos principios o verdades que den sentido a lo que hace.  Hitler decía haber descubierto que en toda la industria de la pornografía y la literatura deletérea, subversiva  y revolucionaria  que destruía el nervio moral de los alemanes, se encontraban siempre los judíos. Pero muchos judíos denunciaban también aquella literatura y degradación de las costumbres,  y eran de mentalidad muy conservadora. Y aparte de eso, los valores que propugnaba Hitler eran  también subversivos, a  su manera revolucionarios y muy poco tradicionales, es decir, cristianos. Parece que quería una vuelta al paganismo, por lo demás imposible después de la larga experiencia cristiana: una postura en el fondo nihilista que no por casualidad acabó en la destrucción de su país.

La contradicción aparece también en Jesús: “No he venido a cambiar la lay, sino a cumplirla”. Pero veamos: “Quien esté libre de culpa, tire la primera piedra”. La ley no dice eso, ni mucho menos. Dice textualmente lo contrario, que con culpa o sin culpa de los apedreadores,  se lapide a la adúltera.  Es más, si la aplicación de la justicia dependiera de las culpas de de los aplicantes, no habría justicia posible. O bien sus prédicas del amor no brillaban demasiado cuando se refería a la “raza de víboras”  de los fariseos, con quienes compartía tantas concepciones religiosas, mientras que deja a los saduceos irse  más bien de rositas. Cosa que algunos han explicado por interés político. Pero la vida está llena de contradicciones difíciles de interpretar.

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La OMLE y el 68

Si al cristianismo se le encontraba un tinte plúmbeo, opresivo y demasiado irracional, el liberalismo era visto como la ideología burguesa por excelencia, ideología de la competencia comercial justificada en un trivial consumismo, insaciable e interminable;  y mucha gente, muchos jóvenes, aspiraban vagamente “a más”, sin saber muy bien a qué (algún cínico podría señalar: “a todos los derechos sin ninguna obligación”, lo que tenía algo de cierto, pero no todo); y por otra ignoraban el gran esfuerzo y disciplina social  exigidos por aquellos privilegios de que gozaban. El liberalismo parecía hacer girar la vida en  torno al dinero: quien tenía más dinero sería más libre y por tanto más “humano”. Ideología diríase “prometeica”, aunque por entonces nadie usaba este término o lo usaba de manera laudatoria: la rebelión contra los dioses, liberadora del hombre. El propio liberalismo, además, había tenido que aceptar para sobrevivir gran parte de la ideología socialdemócrata después de la guerra mundial. Y es interesante constatar cómo una idea de posguerra, el “europeísmo”, originariamente democristiana, iba tomando a su vez un tinte socialdemócrata, que en su desarrollo tiende a eliminar la libertad humana, como ya había advertido Tocqueville. Por tanto, se buscaba el remedio en otras religiones sucedáneas como el marxismo, la revolución sexual, el yoga, el zen, la meditación, la droga entendida como un camino de liberación… Cabría decir que la deriva tomada por aquella rebeldía respondía a una falta de “pouvoir spirituel”, como caracterizaba Ortega  otra situación. De ahí sus manifestaciones en el fondo nihilistas y autodestructivas.   

      La OMLE y lo que le siguió  entran en una corriente que hoy pocos identificarían  con el “68”, ya que sus premisas era las típicas bolcheviques de disciplina,  sacrificio, trabajo duro, lucha sacrificada,  ateísmo militante, nada de drogas, nada de “cachondeo sexual pequeñoburgués”, nada de misticismos orientales ni occidentales, nada de pacifismos, etc. Sin embargo, como digo, nació de allí como una derivación del “mayo francés”, como también lo hicieron grupos stalinistas  o terroristas como el alemán Baader-Meinhof, el italiano Brigadas Rojas, alguno menor francés, sin olvidar que la ETA empezó a asesinar el mismo 68. Y debe recordarse la admiración del sesentayochismo, pese a su proclamado ultralibertarismo, por la tiranías totalitarias de orientación comunista. ¿Pese? No tanto. Una clave de aquella aparente oposición la vuelve a proporcionar Paul Diel, a mi juicio: la degradación de las cualidades psíquicas se expresa por pares acusatorios y sentimentales, al mismo tiempo opuestos y complementarios que se refuerzan. Creo que en el plano de las ideologías ocurre algo semejante. El libertarismo era fundamentalmente sentimental, cultivaba de modo exacerbado el pacifismo y el victimismo. Según él, prácticamente todo el mundo, mujeres, niños, jóvenes, obreros, empleados, negros, homosexuales, prostitutas, locos, países enteros del “Tercer Mundo”, etc., habían estado durante toda la historia brutalmente explotados, alienados y oprimidos, a pesar de representar los valores más elevados de dignidad humana y progreso. Las ínfimas minorías opresoras se componían generalmente de un número de hombres blancos. Los comunistas tipo OMLE y similares eran más abiertamente agresivos y acusadores. Cultivaban menos el victimismo y su postura podría definirse así: el pasado era un cúmulo de explotación y crímenes, cierto, pero las condiciones económicas lo habían hecho inevitable y no había que perder mucha energía en lamentarlo. De lo que se trataba entonces era de actuar de manera decisiva contra los explotadores y demás, arrostrando los sacrificios necesarios por la liberación humana.

    Así que las dos posturas, aunque opuestas, eran también complementarias, se reforzaban mutuamente y terminaban generando una especie de pensamiento histérico contra la realidad  histórica y presente, en el que se mezclan inextricablemente  la cursilería y el odio, como vemos a diario. Y  ello explica la admiración de los sentimentales por los agresivos (terroristas, totalitarios…), mientras que estos últimos les correspondían con cierto desprecio, aunque estuvieran siempre dispuestos a utilizar a los “tontos útiles”.  Los sentimentales, mientras denunciaban aquellas cosas terribles, aparte de pacifistas no les importaba integrarse en “el sistema” y gozar de  las mil ventajas políticas y económicas  que les proporcionaban los según ellos opresores y criminales, ni les importaba aliarse con los curas “progresistas” o caer en drogas y misticismos, cosas todas ellas despreciadas por los agresivos. Pero debe reconocerse que los sentimentales han tenido mucho más éxito en demoler  o al menos  llevar a una crisis profunda la sociedad tradicional.

 

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