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Soy homófobo, naturalmente/ Asesinatos en masa
Por supuesto, no odio a los homosexuales. Tengo conocidos que lo son y no se me ocurre juzgarlos a partir de su desgracia – pues sin duda lo es–, máxime teniendo en cuenta que a todos nos toca alguna o algunas desgracias en la vida. Se dirá que eso no pasa de opinión personal mía. Cierto, pero para empezar tengo tanto derecho a ella, y a exponerla, como otros a la contraria; y por otra parte es una opinión bastante fácil de argumentar, mucho más fácil que la hispanofobia o la eclesiofobia, por ejemplo, tan en boga en este degradado país y a pesar de que la segunda, el odio a la Iglesia, ha dado lugar a uno de los episodios más sangrientos y genocidas de nuestra historia no hace tantos años.
A lo que me opongo, lo que detesto, es a que las mafias rosas traten de conseguir puestos de poder para modelar la sociedad según sus torcidos enredos teóricos y prácticos, empezando por la pretensión totalitaria de que ellas representan a los homosexuales. Los representan tanto como los comunistas a los obreros o los feministas a las mujeres, es decir, nada. Y tratan de imponer sus fraudes anulando la libertad de expresión propia de las democracias, demostrando así hasta qué punto son un peligro para ellas. Acabamos de tener un ejemplo con el ministro Sebastián, supongo que miembro de una de esas mafias rosas, que carga una enorme multa sobre un órgano de expresión y opinión porque no ha guardado el debido “respeto” a la repulsiva mamarrachada del día del orgullo gay, que además nos obligan a pagar a todos. ¡Menudo orgullo! Esa gente del “orgullo”, constantemente está injuriando, calumniando o burlándose de las opiniones y sentimientos de los cristianos, por ejemplo, pero no tolera que se la critique y ponga en su sitio, lo que se hace demasiado raramente. Tratan de meter miedo, y lo meten, a una sociedad sin rumbo moral ni idea clara de la democracia. Parece que aquí el que más grita y amenaza, “achanta” a los demás.

El término homofobia, torpe desde su propia construcción etimológica, no designa, pues, a quienes odian o temen a los homosexuales, sino a quienes odian las maquinaciones de esas mafias. Ocurre que las ideologías totalitarias inventan vocablos-policía, con los que amedrentar a los discrepantes. Así los términos “antiobrero” o “fascista”, por parte de los comunistas, querían decir simplemente “opuestos al comunismo” –una oposición muy necesaria–, a quienes estigmatizaban como culpables y dignos de ser enviados al “basurero de la historia”. O el término “machista”, tan popularizado por los feministas, que vale para cualquier cosa y en realidad solo significa oposición a las manías feministas. Y así sucesivamente. Son maneras de sustituir el pensamiento y el argumento por el insulto conminatorio, a fin de paralizar la expresión de otras ideas que las que se pretende imponer.
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Asesinatos en masa.
Cuando el NYT se dedicó a informar (es un decir) a los useños sobre el juez prevaricador Garzón y la historia reciente de España, varias personas le enviaron una carta que el intoxicador periódico no publicó, como es –pero no debiera ser– natural. La carta recordaba los asesinatos masivos de Paracuellos y la persecución más sangrienta a la Iglesia que se recuerda como los dos casos de genocidio que se dieron en nuestra guerra civil. Pero nada se pierde del todo, y en una entrevista de ese periódico, le preguntaron a Carrillo por Paracuellos. La respuesta del personaje no podía ser más reveladora: él no tenía autoridad sobre lo que ocurría fuera de los límites de la ciudad de Madrid. Y como no tenía tal jurisdicción, claro, no le preocupó lo más mínimo la espeluznante masacre, la mayor matanza de prisioneros de la guerra, a pocos kilómetros de la ciudad. Pero da la casualidad de que la matanza fue planificada y organizada en la misma ciudad, bajo la autoridad y dirección de Carrillo, y no existía en el extrarradio ninguna otra autoridad que pudiera contrariar la suya. Carrillo miente mucho, pero con un poco de sentido común se le descubre enseguida. Ha habido muchos intentos de disimular la responsabilidad directísima de Carrillo, también por parte de la derecha, pero fracasan todos ante los hechos conocidos y la lógica más elemental. Carrillo fue sin duda el mayor asesino en masa de la Guerra Civil, y jamás ha manifestado el menos sentimiento por ello. No pese a ello, sino precisamente por ello, es un ídolo de la izquierda y hasta de bastantes derechistas.
Y hablando de asesinatos en masa: el presidente de la Fundación Juan XXIII, ha recordado a la tal Trinidad Jiménez, muy suavemente, que el aborto no es un derecho. Tenía que haber dicho que la destrucción de vidas humanas en gestación es una forma de asesinato. La tal Jiménez se rió con desenvoltura. Me imagino a Heydrich si alguien le hubiera dicho que matar judíos no es un derecho. Se habría reído mucho, seguro.
Y ahí tenemos al alcalde de Leganés tratando de asesino a Israel. Como toda esa patulea llamaba asesino a Aznar. Pero ¿quiénes son los asesinos?
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El poco estimulante siglo XIX
El siglo XIX fue uno de los más desastrosos de nuestra historia, y es interesante comprobar que a la dominante influencia francesa del siglo anterior se sobrepuso la influencia inglesa. Creo que no se trata de hechos anecdóticos, y que deberían dar lugar a interpretaciones y estudios.
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Afirma César Vidal: En no escasa medida, el siglo XIX español fue un desangramiento nacional provocado por el intento –no siempre feliz– de los liberales por crear un estado moderno y la insistencia de la iglesia católica por abortar esa posibilidad.
¿De verdad? El poco estimulante siglo XIX español fue un regalo de la invasión napoleónica, de carácter estrictamente contrario a la Iglesia. Hubo una resistencia no solo de gran parte de la Iglesia, sino popular, a unas reformas liberales bienintencionadas aunque sin mucho talento, que el pueblo identificaba con la Revolución y la invasión pasada, y sus destrozos. Por desgracia, en la mentalidad popular el liberalismo llegó a España como un acompañamiento de dicha destructiva invasión y en parte también del brutal comportamiento (saqueos, asesinatos, violaciones, destrucción de manufacturas) de los “aliados” protestantes ingleses. Por ello el liberalismo fue una tendencia muy minoritaria que tomó auge apoyándose fundamentalmente en el ejército y en capas reducidas de la población.
Una muy dura guerra civil resolvió el asunto a favor de los liberales (las otras dos guerras carlistas tuvieron mucha menor importancia y las ganaron también los liberales). Por consiguiente, la inestabilidad de la época procedió en parte fundamental de las discordias entre la facción liberal moderada, más fructífera, y la extremista, ansiosa de imitar a la Revolución francesa y autora de persecuciones y matanzas de religiosos. De ahí provino la plaga de los pronunciamientos, los espadones, las conspiraciones masónicas hasta derivar a una I República desastrosa que estuvo a un paso de destruir la nación española en una triple guerra civil.
El antagonismo creado entre amplios sectores de la Iglesia (y del pueblo) y los liberales, entró en vías de arreglo con la Restauración, un liberalismo moderado en relación bastante buena con la Iglesia y con el Vaticano. El “desangramiento” fue así contenido. Había sectores católicos muy reaccionarios, pero minoritarios y sin influencia política, a los que don César trata de dar un protagonismo definitorio, con poco respeto a la verdad. Y la Restauración se vino abajo precisamente por el surgimiento de mesianismos ateos o ateoides, enemigos frontales de la Iglesia. Mesianismos inspirados, en gran medida, en la propaganda protestante de la Leyenda negra.
Creo que don César debiera matizar algo más tanto sus esquemas históricos como su admiración un tanto beata y acrítica por el protestantismo, que, aunque a don César le cueste creerlo, tiene en su haber crímenes y desastres de magnitud no desdeñable. Sin olvidar que hay cierto abuso en hablar de protestantismo, cuando las doctrinas de Lutero han dado lugar a decenas o cientos de iglesias enfrentadas entre sí, a menudo violentamente y cuyo único común denominador es la aversión a la Iglesia católica, única institución, si no estoy equivocado, que ha permanecido dos mil años superando a menudo crisis extremas frente a mil enemigos. Solo por este hecho debiera ser enfocada esa Iglesia con más precaución y menos “alegría” de la que suelen haber tenido sus muchos enterradores; que han solido terminar a su vez enterrados.
Creado en presente y pasado
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Un recuerdo del 68: el recital de Raimon en Economicas.
Hoy, en “Una hora con la Historia” trataremos las maniobras de Companys y los suyos con Londres y París, a espaldas de sus aliados y traicionándolos.
Anterior: Companys y Azaña: https://www.youtube.com/watch?v=C123_LXuroE&t=15s
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La OMLE fue, como hemos dicho, un producto del “mayo francés” o “revolución de mayo del 68”, nacido en el mismo París, entre españoles exiliados. Naturalmente, ni yo ni prácticamente nadie en el mundo se enteró por entonces del evento. Por mi parte, yo era simplemente izquierdista, activo pero “por libre” en la Escuela Oficial de Periodismo. En España hubo ese año bastante agitación, aunque muy minoritaria, en la universidad Complutense. El acto más relevante fue un recital de Raimon en la facultad de Económicas. Hablaré un poco de él porque algunos han querido mitificarlo, como de costumbre. Raimon, hoy bastante olvidado, era un cantante valenciano que ponía música a poemas de Salvador Espriu. Este escribía en catalán obras interpretables como subversivas, en las que llamaba a España “Sefarad”, o Konilosia en plan despectivo. Raimon se identificaba como antifranquista radical, no obstante lo cual podía dar recitales en diversos lugares, Vascongadas, Levante o Madrid. El de Madrid, el 18 de mayo, iba a ser el más importante y significativo de su carrera y previamente a él los grupos comunistas habían hecho gran agitación.
Recuerdo que había inquietud de que a última hora prohibieran el recital de Raimon. Muchos daban por sentado que así sería, pues su carácter político y antirrégimen estaba clarísimo, y corrían rumores entre los enterados de que Raimon cedería la recaudación a Comisiones Obreras, el sindicato comunista. Y París, –entonces una referencia incomparablemente más próxima que ahora a España—daba saltos de fiebre revolucionaria, y estaba en marcha todavía la ofensiva comunista del Tet en Vietnam, militarmente fracasada para el Vietcong, pero políticamente desastrosa para Usa. También estaba en su ápice la adoración al Che Guevara, muerto siete meses antes. Hoy es difícil entender aquel ambiente, que realmente afectaba solo a una minoría, si bien muy activa, de estudiantes. El recital iba a celebrarse en la facultad más politizada de España, la de Políticas y Económicas de Madrid , hoy de Filosofía B o algo parecido.
De modo que ¿cómo iban a permitirlo? Sin embargo la autorización oficial se mantuvo. Y sí, aquella tarde fue aglomerándose en la facultad un gentío nunca visto en un acto antifranquista universitario o de cualquier tipo. Quizá tres o cuatro mil personas. No solo estudiantes. Por la calle que baja a la facultad venía una comitiva con una pancarta de acera a acera: “Los obreros estamos con los estudiantes contra la dictadura” o algo similar. Firmaba Comisiones Obreras o Comisiones juveniles.
La policía no daba señales de vida (hoy un acto semejante estaría bien controlado por gran número de agentes). Conforme se acercaba la hora menudeaban los grupos, las pancartas, banderas rojas, retratos del Che, alguno de Ho Chi-min.
Asistía seguramente la casi totalidad de los estudiantes radicales, revolucionarios, organizados, izquierdistas y progres, también muchos otros harto más tibios frente a la dictadura o las “injusticias sociales”, y que venían simplemente a oír cantar al ídolo. La mayoría de los rojos, que también llamaremos radicales, aunque entonces no se usaba esa palabra, eran comunistas sobre todo de la facción “carrillista” o sea “revisionista” o “revi”. A cierta distancia en cuanto a número venían los maoístas, divididos en numerosos grupos, convencidos de ser los genuinos representantes del marxismo-leninismo (o del marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse-tung, como se especificaba con extraña sintaxis); un FELIPE marxista harto diferente del fundado por Julio Cerón años antes; muy pocos trotskistas; todavía menos anarquistas. Socialistas, puede que alguno, de las escuálidas juventudes del grupo de Tierno Galván.
Por fin llegó Raimon, y el ambiente en aquel gran vestíbulo se caldeó hasta lo indecible. No me acuerdo bien, pero creo que empezó con al vent, canción bastante inspirada aunque suave para el revolucionarismo general que tantas cosas había superado: ¡aquello de “buscant a Deu” o incluso de “buscant la pau”! Pero, en fin, no venía al caso protestar por estas menudencias pequeñoburguesas. Cantó La nit, interpretada como al franquismo, aunque el autor declaró posteriormente, me parece, que no tenía esa intención, que era simplemente un lirismo; Diguem no y D´un temps, dún país, más directamente políticas. Raimon anunció que dedicaba una canción al Che Guevara, aquella, creo, donde afirmaba que “a veces la paz no es más que miedo”. Eso gustó mucho a los asistentes, poco creyentes en el pacifismo. Otra, Tots el colors del vert, era dedicada a “Euskadi”, en realidad a la ETA, que ya empezaba a hacerse conocida.
Y así otras. Los gritos del público acompañaban, coreaban o interrumpían al cantante. No los recuerdo ya con precisión, pero serían los habituales: “Obreros y estudiantes, contra la dictadura”, “Democracia sí, dictadura no” (esto, los comunistas), “La solución, la revolución” “Franco no, socialismo sí”; se cantaría el No nos moverán, canción sindicalista useña con ritmo africano perdido en la versión española; o lo de “Y si a Franco no le gusta la bandera tricolor, le impondremos una roja con el martillo y la hoz”. Se voceaba con tanta furia y brío que daba la impresión de que aquello desembocaría en algo muy serio
Cantó, pues, Raimon en el gran vestíbulo de Económicas rebosante de público enfervorizado. Terminó el acto y muchos estábamos medio afónicos y los ánimos enardecidos. ¿Cuántos de manifestaban invadiendo la calzada? Quizá unos mil, no más de un tercio de los asistentes. Los demás ahuecaban el ala o se esparcían por las aceras y descampados que subían hacia Filosofía (hoy filosofía A), menos vallados que ahora: se disponían con la mayor desvergüenza a contemplar las esperables cargas de la policía a prudente distancia ¡y sin pagar un duro por el espectáculo! Los de la calzada empezamos a abuchearles: “¡Mirones no! ¡Mirones no!” pero los aludidos se hacían los suecos.
Éramos, de todas formas una multitud si la comparábamos con las manifestaciones habituales, que nunca pasaban de uno o dos centenares de asistente. Y la marcha prosiguió entre cánticos y lemas a menudo chabacanos, propios de tales ocasiones. Increíblemente llegamos a la avenida Complutense sin que los grises se dignaran aparecer. Continuamos hacia los comedores llamados “del SEU”, el sindicato falangista universitario, que había sido desmantelado creo que aquel mismo curso. En aquellos amplios locales se comía bastante bien y muy barato y estaban frente a la facultad de Medicina; hoy son oficinas de no sé qué.
![Adiós a un tiempo: Recuerdos sueltos, relatos de viajes y poemas de [Moa, Pío]](https://images-eu.ssl-images-amazon.com/images/I/41x%2B9j5cNIL.jpg)
Y de pronto, la desbandada. Algunos daban saltos para ver por encima de las cabezas lo que sucedía. Y he aquí lo que sucedía: un solitario jeep avanzaba cautelosamente. ¡Y ello había bastado para disolver una concentración de quizá mil personas! Claro, los huidores tomaban a los cuatro policías por la vanguardia de una legión, aunque tardaron bastante en aparecer otros más. Y en una muchedumbre, ya se sabe, si unos pocos de delante echan a correr, los de atrás les imitarán con apasionamiento. Al cabo de un rato llegaron más vehículos y la impetuosa marcha se deshizo como una pompa de jabón. Diez o quince nos sostuvimos un cuarto de hora, a inútiles pedradas, en la esquina de Geológicas, entones en construcción, y cuando nos cansamos rodeamos la Ciudad Universitaria por los colegios mayores. En una calle frente al colegio San Juan había, tendidos en el suelo de la acera, largos postes para la luz, de hormigón, dispuestos para ser colocados. Por iniciativa de un servidor, entre todos atravesamos uno en la calzada para detener el tráfico. Según bajábamos, pudimos ver mirando atrás que otros estudiantes salían del colegio y volvían a colocarlo en la acera.
En fin, fuimos a Moncloa. Allí y en Argüelles sí había cierto despliegue policial. También pululaban por las aceras unos cientos de superviviente de la reciente catástrofe. Con más valor que antes, unos grupos saltaron repetidamente en la calle Princesa, gritando y cortando el tráfico, casi en medio de los grises.
Tengo entendido que Raimon dedicó otra canción a aquella heroica jornada, que ha entrado en los fastos de la memoria histórica del 68 .
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Decadencia e histeria en Europa
(La OMLE fue, como hemos visto, un producto del “mayo francés” o revolución del 68) En mi ensayo Europa, una introducción a su historia, al enfocar la edad de decadencia europea después de la II Guerra Mundial, exponía:
” ¿Estaba superando Europa (occidental) su decadencia gracias al éxito económico? Mas bien no. Donde mejor se aprecia esa decadencia es en aquellos puntos en que descollaba desde varios siglos atrás: el pensamiento, la filosofía, el arte, la ciencia, la técnica. En todos estos campos, también en las modas populares y juveniles, la vanguardia y la iniciativa pasaron a Usa después de 1945, siguiendo Europa con más o menos matices y escasa originalidad. También el marxismo soviético continuó influyendo poderosamente por medio de partidos comunistas de masas como los de Italia y Francia, y asimismo en la universidad y medios intelectuales. La Escuela de Frankfurt, asentada en Usa después del triunfo nazi, intentó un nuevo materialismo combinando a Marx con Freud. Otro rasgo de la época fue la popularidad del existencialismo de Sartre, puro nihilismo voluntarista: el hombre está “condenado a ser libre”, y puede construir su moral y su vida al margen de cualquier constricción externa, aunque en definitiva se trata de una “pasión inútil”. Sartre terminó defendiendo el comunismo extremo, algo no tan paradójico como pudiera sonar. En general, el pensamiento europeo de posguerra tiene un aire de epigonismo un tanto gris. El contraste entre la boyante economía y la pobreza cultural sugiere la roca de Prometeo en la interpretación de Paul Diel.
Aquella prosperidad tendría efectos no esperados. El persistente influjo marxista en medios universitarios era muy fuerte en Francia, Italia y Alemania, y significativo en Inglaterra y otros países, también en España después del Vaticano II. La ideología economicista o consumista creaba cierta insatisfacción vital en los jóvenes que no habían conocido las miserias de posguerra. La sensación de vivir bajo permanente amenza de guerra nucear ayudaba a fomentar un ambiente nihilista en unos medios universitarios que se habían masificado y en los que cundían las drogas y conductas no disímiles de las de los años veinte. El pacifismo, exigido solo en la parte occidental de Europa pero no en la oriental, se masificó, mezclado con la oposición a la guerra de Vietnam, en la que se había embarcado Usa desde principios de los sesenta y sobre todo desde 1964, para impedir la ocupación del sur vietnamita por los comunistas. Aquella guerra fascinó al mundo entero por la incapacidad del coloso useño para dominar a un enemigo tan inferior económica y técnicamente. De tales factores surgieron protestas universitarias casi permanentes en Francia, Alemania, Italia, en Usa, en menor medida en Inglaterra. Diversos teóricos marxistas o similares entendieron que el “sujeto revolucionario” pasaba de la clase obrera, absorbida por el “sistema”, al estudiantado, y que el capitalismo prosperaba con nuevas formas de explotación, saqueando a las ex colonias del “Tercer Mundo”.
Otra variante del descontento juvenil, también dirigido básicamente contra los padres y la familia, se expresaba en consignas como “sexo, drogas y rock and roll”, o en movimientos como los beatniks y los hippies, oiriginados en Usa como casi todos, por no decir todos, los movimientos sociales de posguerra, y entre los que el consumo de drogas constituia una seña de identidad definitoria.
Las protestas culminaron en “la revolución del mayo francés”, en 1968, un movimiento confuso, entre comunista, anarquista y freudo-marxista, deseoso de derribar el orden burgués mezclando la “revolución proletaria” , la “revolución estudiantil” y la “revolución sexual”. Hablaba de “liberación” y admitía el maoísmo, sin importar sus contradicciones, La Cuba castrista fue otro de sus iconos. De tiempo atrás, el marxismo sufría una descomposición intelectual, varios de cuyos subproductos eran un feminismo que trasladaba la lucha de clases a la lucha de sexos, con implicaciones abortistas y homsexistas; o un ecologismo que planteaba la lucha entre el hombre la anaturaleza, en laque el malvvado era el hombre. La conmoción fue vencida, con pocas víctimas, pero sus efectos ideológicos antifamilia, juvenilistas, nihilistas, de desprecio al pasado (por lo demás ignorado o interpretado en términos de lucha de clases), querencia totalitaria, etc., proseguirían con plena fuerza hasta hoy. El “mayo francés” vino a ser una explosión de “pensamiento histérico”, irradiante aun hoy.
Pero importa ver en todo ello la mencionada insatisfacción con la ideología trivializante del consumo como baremo del valor de la vida humana, en las ideologías prometeicas.
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Mañana en “Una hora con la Historia” trataremos las maniobras de Companys y los suyos con Londres y París, a espaldas de sus aliados y traicionándolos.
Anterior: Companys y Azaña: https://www.youtube.com/watch?v=C123_LXuroE&t=15s
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