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Economía, elecciones y fin del bipartidismo
Como se recordará, el PP fracasó por dos veces en las elecciones generales, y si terminó ganando, y por mayoría absoluta, no se debió a una política distinta de la de Zapatero, sino a la crisis económica. Se echa la culpa a Zapatero de dicha crisis en España, pero la verdad es que en medida decisiva llegaba de fuera, y por otra parte Zapatero había seguido básicamente la política económica de Aznar basada en el ladrillo y el turismo, hasta que esa política se agotó. Eso quiere decir que si Rajoy hubiera ganado las anteriores elecciones, la crisis le habría caído encima a él, y Zapatero habría ganado con una gran mayoría absoluta. Pero eso le correspondió a Rajoy, en 2011.
P. Pero el PP venía advirtiendo de la crisis desde hacía tiempo y ZP negándola, y eso la empeoró
Porque estando en el poder el PSOE esperaba que fuese una crisis pasajera, nadie sabía entonces su profundidad, y procuraba disimularla en lo posible. Lo mismo habría hecho el PP. Ante la crisis los economistas no se ponían muy de acuerdo: unos preconizaban aumentar el gasto público para impulsar la demanda, y estimular así la oferta, y otros consideraban que el problema consistía precisamente en un exceso de gasto público y de inversiones improductivas, por lo que era preciso sanear la economía reduciendo gastos. Hay que decir que en la etapa anterior se había impuesto la política de restringir la intervención y regulaciones del estado en la economía, con resultados en apariencia excelentes, hasta que sobrevino la gran crisis. Esta podía achacarse precisamente a la anterior desregulación, que había facilitado una especulación desbocada, pero otros economistas consideraban que lo que hacía falta era más desregulación todavía, para que la economía funcionase por sí sola y reparase los daños con la menor intervención del estado. Esta disputa venía de lejos, del debate entre Keynes y Hayek durante la gran depresión comenzada en 1929.
Pues bien, como se recordará, Zapatero, en contra de la doctrina propiamente socialdemócrata o keynesiana, que tiende a ampliar el gasto público, empezó a reducir gastos y subir impuestos. Lo hizo presionado y casi amenazado por Bruselas. Entonces el PP, con Rajoy en primera línea, se le echó encima, afirmando que subir impuestos y recortar el gasto público era precisamente la mejor medida para profundizar la crisis todavía más. Que lo que había que hacer para salir del hoyo era precisamente lo contrario. Recordarán aquellas intervenciones de Rajoy asustándose de que iban a subir el IVA a “los chuches de este niño y de todos los españoles”. Esperanza Aguirre decía que el PP se encontraba en estado de rebelión contra las medidas de Zapatero, y la tormenta de protestas de la derecha fue realmente impresionante, incomparablemente mayor que contra los anteriores ataques de Zapatero a la democracia y a la integridad nacional. Normal en un partido que cree que la economía lo es todo.
Pues bien, hay que decir que precisamente aquel aparente conocimiento de las leyes económicas, unido al hecho de que se estaba llegando a los cinco millones de parados, hizo que en 2011 el PP ganase las elecciones con mayoría absoluta y 10,8 millones de votos, mientras que el PSOE se quedaba en 7 millones y los comunistas 1,7. El bipartidismo parecía continuar sólidamente asentado, porque ganar siete millones de votos en medio del desastre de cinco millones de parado parecía demostrar que el PSOE tenía un suelo inquebrantable, desde el que siempre podía remontar a nuevas victorias. También tiene interés el dato de que la participación no fue muy alta, a pesar de la situación crítica, pues no llegó al 69% del cuerpo electoral.
Es interesante comparar los datos con las elecciones anteriores de 2008. Entonces el PSOE había sacado 11.3 millones, y el PP 10,2, con casi un 74· de participación, Y los comunistas casi un millón. Ello refleja el fracaso de la política de falsa oposición del PP.
Sin embargo el bipartidismo terminó muy tocado. Observemos en cambio las segundas elecciones ganadas por el PP, en 2015: el PP bajaba de 10,8 millones a 7,2, es decir, una bajada casi tan grande como la del PSOE en 2011. Además, el PSOE demostró no tener un suelo inquebrantable, pues de aquellos 7 millones de votos descendió a 5, 5. Lo importante, y hasta cierto punto decisivo, fue que dos nuevos partidos surgían con fuerza, frente al bipartidismo que parecía asentado desde la transición. Ciudadanos ganaba 3,5 millones, y Podemos 3,2 millones, a los que se sumaban el Podemos catalán, con 900.000. En realidad, Podemos es un grupo muy confuso pero prácticamente comunista, con lo que sumados a los 900.000 de izquierda unida, darían nada menos que 5 millones, prácticamente tantos como el PSOE. En cambio los partidos de derecha tipo VOX siguieron en la nada, en gran parte debido a que el PP seguía arrastrando el llamado voto útil de derecha, aunque en realidad fuera un partido netamente zapaterista, de extrema izquierda en el fondo. Suena extraño decirlo, pero es así. Podemos fue un poderoso auxiliar para que el PP recogiera el voto del miedo y no se hundiera mucho más y cayera al nivel del PSOE.
Esta situación es un resultado de la política del PP, que entre otras cosas ha reducido a la insignificancia a su propio partido en Vascongadas y Cataluña. Es muy difícil que vuelva el bipartidismo, y en las últimas elecciones catalanas los dos partidos y muy especialmente el PP, han cosechado un fracaso muy profundo, aunque también Podemos.
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Conflicto, tensión y antagonismo. / Decadencia de las culturas.
Sí hay algunos enfoques nuevos. En primer lugar, la consideración de las relaciones humanas, entre individuos y entre grupos, incluso en la psique de cada individuo, como básicamente conflictivas. Ya expuesta en Europa, una introducción a su historia y en Nueva historia de España. El conflicto deriva de forma inevitable y necesaria de la fuerte individuación del ser humano, con la consiguiente variedad y oposición de intereses, sentimientos, aspiraciones, etc., a menudo magnificados por la potencia del ego personal. De no tener esos impulsos una corrección basada en la complementariedad, que busca transformar el conflicto en armonía, la vida en sociedad se haría imposible. De ahí dos tipos de conflicto: la tensión y el antagonismo. La tensión es una combinación oposición y complementariedad en diversos grados que genera equilibrios sociales que encauzan el conflicto evitando hacerlo destructivo. Los equilibrios nunca son del todo estables, aunque aspiren a estabilizarse en una paz perpetua… por lo demás inalcanzable, salvo a costa de mutilar al ser humano de varios de sus rasgos característicos.
En el antagonismo el conflicto no admite cauces ni armonía y la colisión predomina de modo casi absoluto: cada parte siente que no hay espacio para las dos. El antagonismo implica la guerra, o bien una paz en permanente amenaza; la tensión puede traer también guerras, pero en un nivel en que la complementariedad persiste como rasgo fundamental a la larga. Por poner ejemplos recientes, la guerra fría supuso un antagonismo entre potencias democráticas y comunistas, mientras que dentro de cada grupo de potencias menudearon las tensiones, sin excluir choques armados ocasionales. Lo mismo ocurre entre Israel y sus vecinos, una relación donde los enfrentamientos armados dejan períodos de una paz sostenida sobre la impotencia de una de las partes ante la superioridad militar contraria, mientras que los espíritus permanecen en guerra.
De modo similar, entre los reinos españoles formados en la reconquista hubo tensión, incluidas guerras; y también la hubo entre ellos y otros reinos al norte de los Pirineos. Por el contrario, la relación con Al Ándalus fue la típica de colisión, de antagonismo, que no impidió treguas, períodos de paz y algunas influencias mutuas, si bien muy secundarias y dentro de una mentalidad de enfrentamiento radical, a pesar de los buenos o malos deseos de bastantes comentaristas. La guerra desempeñó en todo ello un papel crucial, como evidencia su desenlace. Por ello el relato de algaras, aceifas, cabalgadas, batallas y saqueos podría hacerse interminable y pesado o caer en la historiografía burocrática hoy al uso, pese a su dramatismo y tragedia. De modo que aquí lo he resumido muy considerablemente, procurando destacar los hechos, rasgos y personajes más relevantes en función de sus efectos, siempre con alguna dosis inevitable de arbitrariedad.
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Según Paul Diel, la religiosidad es la manifestación psíquica del sentimiento profundo ante el misterio radical de la existencia del mundo y de la condición humanas. Ese sentimiento es angustioso, y como solución produce los mitos, relatos simbólicamente explicativos del mundo y el destino, con los que se calma la angustia una vez se deposita la fe en ellos. La angustia puede tener, por tanto, un valor creativo y también conducir a la parálisis psíquica como se manifiesta en la angustia vital. En los mitos (y los correspondientes ritos) ve Diel el núcleo del arte, el pensamiento y la ciencia, es decir, de la cultura. Esta resulta de la capacidad creativa de la angustia.
Aparte de la mencionada parálisis, la angustia puede tener otras derivaciones malignas, como la negación consciente de la percepción del misterio para buscar la mera satisfacción de los instintos más primarios.
Los mitos encauzan el sentimiento del hombre hacia el misterio, se lo hacen presente de algún modo. En esa medida generan las culturas. Al mismo tiempo son mirados dogmáticamente como explicaciones reales, lo que lleva a su decadencia: tomados literalmente, los mitos terminan siendo socavados por la razón. La respuesta a esa corrosión suele ser una mayor presión dogmatizante y ritualista, que termina haciendo de la religión una cáscara formal pero vacía. La decadencia de las culturas se manifestaría en la dogmatización del mito, que lo priva de su profundidad sugestiva y lo expone a la irrisión, y a la expansión consiguiente de un espíritu de trivial satisfacción de los deseos primarios, que tampoco logra nunca aplacar la angustia connatural a la condición humana. Y la religiosidad busca otros caminos o crea nuevos mitos.
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Imposibilidad del humanismo
Rajoy en la oposición ya era como el Rajoy presidente: https://www.youtube.com/watch?v=oJTXq7pwxfU&t=2s
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“Humanismo” es una expresión que puede entenderse de diversos modos. Pero básicamente podría definirse así: movimiento que aparta progresivamente la atención de la divinidad para concentrarla en el hombre u Hombre. Se basa en el supuesto de la dignidad humana, autónoma de cualquier otro poder y basada en la potencia de su razón. Esto es sumamente improbable, como vengo a señalar en Europa, una introducción a su historia, porque a) Suena por lo menos muy extraño que el hombre se dé su dignidad a sí mismo: sería el colmo de la arbitrariedad, como quien decide creerse un genio. b) La arbitrariedad aumenta teniendo en cuenta la diversidad de valores e intereses entre los hombres reales, que lleva inevitablemente a valoraciones diversas. c) Los conceptos referidos a la entidad y dignidad humanas son siempre, forzosamente, convencionales: son los que unas pocas personas deciden sobre los demás, lo impongan por la fuerza o por el discurso. d) En cualquier caso, nadie sabe realmente cómo es el hombre, salvo por manifestaciones en gran medida superficiales y juzgadas de formas disímiles por unos u otros, y en todos los pasos parciales: la naturaleza del ser humano, que supone unir a todos con una base común por debajo de sus mil deferencias, solo es inteligible muy parcialmente. e) Tampoco la razón es capaz de llegar a conclusiones unívocas y universalmente válidas sobre lo que sea el Hombre y en qué consistiría su dignidad. Por el contrario, la razón lleva a conclusiones generales divergentes y a menudo opuestas.
Siempre terminamos derivando a la evidencia /necesidad de un ente superior al Hombre, que es el único que puede decidir sobre su naturaleza y dignidad. El gran problema es que los criterios de ese ente escapan a la razón y a cualquier potencialidad humana. Lo que le decía Dios al descontento Job.
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Si uno toma literalmente los evangelios o las cartas de San Pablo, percibe enseguida una gran cantidad de contradicciones y sinsentidos. Luego piensa en la inmensa cultura creada durante siglos sobre la fe en ellos y se asombra de cómo ha sido posible. Sobre la fe en ellos mucho más que sobre su práctica, que la realidad haría inviable. Pero aun así, uno se pregunta cómo, en cualquier caso ha sido posible.
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Poder, estado, imperio
1. El poder es connatural a las sociedades humanas, y deriva de le necesidad de asegurar un orden entre los diversos y opuestos intereses (e ideas, sentimientos, aspiraciones, etc.) que bullen en ellas. Esa diversidad proviene de la intensa individuación del ser humano. Eliminar el poder solo sería posible a condición de abolir esa diversidad, lo que supondría eliminar algo propiamente humano.
2. El poder puede adoptar muchas formas y depender mucho casi siempre del carácter de quien lo ostente.
3.El poder se apoya siempre en último extremo en la violencia, directa o indirecta, pero no puede subsistir mucho si depende exclusivamente de ella.
4. El estado es el desarrollo del poder en las sociedades civilizadas. Es uno de los rasgos principales de la civilización, junto con las ciudades, la escritura, un comercio algo desarrollado, etc. La civilización trae consigo numerosos avances, pero también una opresión mayor que en las sociedades anteriores para grandes masas de población(esclavitud, servidumbre, represiones, etc.) Los estados son aparatos especializados de poder, y la política es el modo como se ejerce ese poder.
4. El poder es siempre ejercido por unos pocos (oligarquía). Normalmente, a la cabeza de esa oligarquía se encuentra una persona (monarca). Y debe contar con el consentimiento, explícito o tácito de una parte significativa de la población, que no tiene por qué ser mayoritaria (democracia). Así pues, un poder algo estable es al mismo tiempo oligárquico, monárquico y democrático, no existiendo en estado puro ninguno de ellos. Es más el término democracia, en su acepción etimológica, es un contrasentido.
5. El estado puede imponer el orden de manera más o menos opresiva o productiva para unas u otras capas de la población, y entre la oligarquía no hay tampoco unanimidad, de ahí las constante reyertas entre sus miembros.
6. Los estados surgen en sociedades considerablemente amplias, homogéneas culturalmente y por lo común también étnicamente. Podemos llamarles entonces naciones.
7. El estado fortalece a la sociedad dada –aunque no siempre– sobre las formas de poder preestatales, y la pugna entre ellas suele ampliar los estados, sin perder su base nacional, sobre otras sociedades culturalmente distintas u otras naciones. A este nuevo tipo de estado lo llamamos imperio.
8. Un imperio absorbe a pueblos, culturas y naciones distintas a las que priva de su estado previo. La absorción se produce normalmente por vía militar, pero consolidarla obliga a incorporar elementos ajenos a los primigenios nacionales, sin que estos desaparezcan. En dos palabras: una nación absorbe a otras y al mismo tiempo toma préstamos y dirigentes de ellas, sin dejar su hegemonía. Este doble proceso inevitable encierra en sí mismo la causa de su decadencia.
9. Existen imperios no nacionales o no estatales, pero suelen ser efímeros o evolucionar a un grado de civilización, después de destruir algunas de estas. (hunos, mongoles…)
10. Esta evolución puede verse bastante bien en Europa. El derrumbe de Roma dio pronto lugar a dos Europas: la de las naciones en el arco occidental de Escandinavia a Hispania, y la de los imperios en el centro-este. Conforme se asentaron las naciones, varias de ellas dieron lugar a imperios, particularmente España, Portugal y más tarde Holanda, Inglaterra y Francia.
11. Obviamente, los imperios tienen en común lo antedicho, pero no significa que sean todos iguales. Aunque es difícil hacer una clasificación amplia y adecuada.
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