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Joseph Pérez (IV) ¿Por qué se produjo la “pérdida de España”?
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El relato, demasiado breve y demasiado trivial, con que J. Pérez despacha la caída del reino hispanogodo merece no obstante atención, porque resume una multitud de tópicos tan extendidos como ilógicos o tendenciosos. Pérez hace una digresión sobre árabes y bereberes, destacando que estos últimos formaban la mayoría de los invasores y olvidando que los primeros constituían el elemento dominante, y “explica” la invasión del modo más favorable a los musulmanes. Estos “derrumbaron rápida y fácilmente la superestructura política y social de la monarquía visigoda” “Parece probable que, en muchos casos, la población primitiva no hiciera nada para ayudar a los visigodos; incluso debieron de producirse en varios casos sublevaciones contra la nobleza y los terratenientes a los que probablemente consideraban opresores, sin hablar de los judíos, quienes, víctimas del odio de los últimos monarcas visigodos, acogieron a los moros como libertadores y les facilitaron la toma de varias ciudades (…) Los nuevos dueños de la tierra exigían impuestos moderados en comparación con los (…) visigodos”. Además, recoge la suposición de que los impuestos en la época española eran muy superiores a los de la época andalusí, argumento clave para explicar “materialistamente” los hechos. Como si dijéramos que los historiadores escriben de un modo u otro según la ganancia económica que esperen obtener de sus libros (cosa cierta en más de un caso, pero que no conviene generalizar).
“Parece probable”, “probablemente”, “consideraban opresores”… Sin apoyarse en más que un deseo de que fuera así. ¿Qué le parece al señor Pérez esta descripción de la muchísimo más rápida conquista de Francia por Alemania en la II Guerra Mundial? “Los alemanes derrumbaron con extraordinaria facilidad la superestructura política y social de la III República francesa. La población francesa no hizo nada por ayudar al gobierno y al ejército en derrota, a los que miraba como opresores y explotadores, que la sometían a impuestos excesivos cuyo fruto no percibían. Los socialistas venían propugnando de años atrás el desarme de Francia y los comunistas, resentidos con las represiones e intentos de marginarlos que habían sufrido, recibieron como libertadores a los alemanes y sabotearon los esfuerzos del ejército y las autoridades de la III República. Posteriormente, los nazis encontraron en Francia un grado muy alto de colaboración, de manera que no habrían sido expulsados de no ser por el ejército useño”. Sin duda es una descripción muy tendenciosa, pero desde luego más veraz y atenida a los hechos que los “parece” y “probablemente” con que nos ilustran tantos historiadores banales sobre las causas de la caída del reino godo.
En Nueva historia de España he recordado algunos datos que omite Joseph Pérez, y que no son baladíes:
“La “pérdida de España” dio lugar en su tiempo a especulaciones moralizantes, achacándolo a pecados y maldades que habrían socavado las bases del estado. Sentada la tesis, bastaba abundar en ella, exagerando o inventando todos los pecados precisos. En nuestra época se ha querido explicar el suceso por causas económicas o “sociales”, suponiendo un reino carcomido cuando llegaron los moros; o se ha dicho que no existió invasión, sino “implantación”, ocurrencia pueril, si bien no más que tantas hoy en boga. La tesis más extendida desde Sánchez Albornoz habla de “protofeudalización”, es decir, decaimiento de la monarquía y disgregación en territorios semiindependientes bajo poder efectivo de los magnates, tendencia acentuada a partir de Wamba. A la feudalización o protofeudalización se uniría la decadencia intelectual y moral del clero, una desmoralización popular ligada a una presión fiscal excesiva, e incluso un deseo de la población de “librarse” de una dominación oprimente.
A mi juicio, estas teorías recuerdan a las especulaciones moralistas: puesto que el reino se hundió con aparente facilidad, “tenía que” estar ya maduro para el naufragio por una masiva corrosión interna. Pero desastres semejantes no escasean a lo largo de los tiempos. Países al borde de la descomposición se han rehecho en momentos críticos frente a enemigos poderosos; y otros relativamente florecientes han sucumbido de forma inesperada. Así, en nuestro tiempo, Francia y otros países cayeron ante el empuje nacionalsocialista no en cuestión de años, sino de semanas, obteniendo los vencedores amplia colaboración entre franceses, belgas, holandeses, etc.; pero nadie sugiere que esos pueblos vivieran en regímenes carcomidos, estuviesen hartos de su democracia e independencia o deseasen que los alemanes les librasen de impuestos…
El éxito musulmán no resulta impensable: pocos años antes, los pequeños ejércitos árabes brotados del desierto habían rematado al Imperio sasánida, ocho o diez veces más extenso que España, y habían arrebatado enormes extensiones a otra superpotencia, el Imperio bizantino. En solo nueve meses habían conquistado Mesopotamia, y en la decisiva batalla de Ualaya la proporción recuerda a la del Guadalete: 15.000 muslimes vencieron a 45.000 persas, sin la fortuna, para los vencedores, de una traición a la witizana. Lo mismo cabe decir de la batalla de Kadisia o Qadisiya, donde quebró el imperio sasánida, o la todavía más desproporcionada de Nijauand. Contra la tosca idea de que la superioridad material decide las guerras y cambios históricos, la derrota del más fuerte dista de ser un suceso excepcional. La caída de España, así, no debiera chocar tanto como se pretende.
Las noticias del último período hispano- tervingio son demasiado escasas para sacar conclusiones definitivas, pero los indicios de la supuesta protofeudalización suenan poco convincentes, pues, para empezar, existieron durante todo el reino de Toledo: son factores disgregadores presentes en toda sociedad, que en la Galia — pero no en España– prevalecieron sobre los integradores. Las leyes de Wamba o Ervigio para forzar a los nobles a acudir con sus mesnadas ante cualquier peligro público sugieren una creciente independencia y desinterés oligárquico por empresas de carácter general. Pero siempre, no solo a partir de Wamba, dependieron los reyes de las aportaciones de los nobles, y con seguridad nunca faltaron roces y defecciones en esa colaboración. Tampoco hay constancia de que Wamba o los reyes sucesivos, incluido Rodrigo, encontrasen mayor escollo para reunir los ejércitos precisos ante conflictos internos o externos. Aquellas leyes, como las relativas a la traición, podrían servir de pretexto a los monarcas para perseguir a los potentados desafectos, a lo que replicaron la nobleza y el alto clero con el habeas corpus, innovación jurídica ejemplar e indicio de vitalidad, no de declive.
Durante todo el reino de Toledo persistió una pugna, a menudo sangrienta, entre los reyes y sectores de la oligarquía; pero esa pugna, causa mayor de inestabilidad, pudo haber sido más suave en la última época, y no parece agravada desde Wamba. Motivo permanente de conflicto era el nombramiento de los reyes: estos procuraban ser sucedidos por sus hijos, quitando así un poder esencial a los oligarcas, que preferían un sistema electivo que les permitiera condicionar al trono. En principio triunfaron los oligarcas ya en 633, pues el IV Concilio de Toledo estableció por ley la elección, pero solo tres de los once reyes posteriores, Chíntila, Wamba y Rodrigo, subieron al trono según esa ley. Ello podría indicar una victoria de hecho de los reyes, pero tampoco sucedió así: los demás subieron por golpe o por una herencia que nunca pasó de la segunda generación. No llegó a haber un vencedor claro en esta cambiante lucha, salvo el pasajero de Chindasvinto asentado en una carnicería de nobles.
Otro factor de putrefacción del sistema, el morbo gótico, es decir, la costumbre de matar a los reyes, descendió notablemente durante la etapa hispano-tervingia. De los catorce monarcas anteriores a Leovigildo, nueve murieron asesinados, dos en batalla y tres en paz. De los dieciocho a partir de Leovigildo solo dos fueron asesinados, Liuva II y Witerico, y justamente al principio y no al final del período, con sospechas sobre otros dos, Recaredo II y Witiza. Tres más fueron derrocados sin homicidio (Suíntila, Tulga y Wamba). La duración media de los reinados, otro dato relacionable con la estabilidad, no disminuye, sino que aumenta desde Wamba: nueve años, si excluimos a Rodrigo, que casi no tuvo tiempo de reinar, frente a siete y pico en el período anterior. Aumenta asimismo la frecuencia de los concilios en la última etapa: uno cada cuatro y pico años de promedio, en comparación con la media anterior de uno cada diez. Estos datos sugieren consolidación institucional, no tambaleo, pues los concilios suponían tanto un principio de poder representativo como un factor de nacionalización. Todo lo cual no apunta a una especial “protofeudalización”, sino más bien a lo contrario.
En cuanto a la corrupción de la jerarquía eclesiástica al compás de su creciente peso político, se aprecia en ella una considerable germanización (hasta un 40% de los cargos), posiblemente acompañada de descenso del nivel moral e intelectual (si bien documentos como Institutionum Disciplinae indican un panorama nobiliario muy distinto de la barbarie originaria). Los cánones de los últimos concilios también indican tirantez entre la oligarquía y los obispos. Los cánones condenaban la sodomía y otros vicios del clero, lo cual puede significar mucho o poco: tales vicios habían existido siempre en algún grado, y no sabemos si aumentaban o si solo se reparaba en ellos, o se los utilizaba por algún motivo político. Respecto al declive intelectual, Julián de Toledo murió en fecha tan avanzada como 690, y nunca sabremos si la posterior falta de figuras relevantes reflejaba decadencia o solo un bache pasajero.
Peso mucho más real tienen sucesos como las hambrunas y las pestes. El país parece haber entrado en un ciclo de sequías, que entonces significaban miseria, enfermedades y hambre masivas. Hubo, además, plagas de langosta no menos desastrosas. Según la crónica árabe Ajbar Machmúa, el hambre de 708-9, muy próxima a la invasión musulmana, redujo a la mitad la población de España, dato probablemente exagerado, pero indicativo de una tremenda catástrofe demográfica. Poco antes una peste importada de Bizancio casi había despoblado la Narbonense y afectado al resto. El horror impotente por estos males queda documentado en las homilías: “He aquí, hermanos nuestros, que nos heló de espanto la funesta noticia traída por los mensajeros de que los confines de nuestra tierra están ya infestados por la peste y se nos avecina una cruel muerte”. Las rogativas clamaban a Dios: “¡Aparta ya la calamidad de nuestros confines!; que el azote inhumano de la peste se alivie en aquellos que ya lo padecen y, gracias a tu favor, no llegue hasta nosotros”. No hay modo de comprobarlo, pero la población pudo bajar a menos de cuatro millones de habitantes bajo las desastrosas condiciones de la caída del Imperio romano, y no crecería mucho luego. Sí está claro que en vísperas de la invasión árabe no pudo haberse repuesto de unas catástrofes mucho más aniquiladoras que las guerras. Por esos hechos cabe explicar a su vez fenómenos como la huida, frecuente y quizá masiva, de siervos o esclavos del campo, o la “epidemia” de suicidios causados por la desesperación, referida en los cánones conciliares. A su vez se haría muy difícil la recogida de impuestos y el descontento por ellos, pese a alguna amnistía fiscal, con el consiguiente debilitamiento del estado.
Otro factor de debilidad estaría en los judíos. Las primeras disposiciones contra ellos trataban de impedirles una posición social de superioridad sobre cristianos, y hubo resistencia a medidas extremas deseadas por algún papa, pero las leyes persecutorias empeoraron con el tiempo. El XVII Concilio, en 694, solo diecisiete años antes del final del reino, aprobó las medidas más graves, exigidas por el rey Égica, molesto por el poco celo de los obispos en la persecución. Argüía el monarca la existencia de una conspiración judaica para derrocar la monarquía, informes de conversos sobre planes para destruir el cristianismo, y pretendidas rebeliones en curso en algunos países. Quizá se sabía que las comunidades hebreas de Oriente Próximo habían actuado como quinta columna de los sasánidas contra los bizantinos y luego de los árabes contra los sasánidas (en este último caso también habían obrado así las comunidades cristianas de Persia). Égica también acusó a los conversos de practicar clandestinamente su vieja fe. En consecuencia pedía reducir a todos a la esclavitud e impedirles practicar su religión, bajo penas severísimas. El concilio aceptó, de mala gana las propuestas-imposiciones regias. Estas persecuciones, si buscaban neutralizar una posible amenaza interna, exacerbaban al mismo tiempo la deslealtad de ese grupo social.
Los judíos componían una exigua minoría que habitaba barrios aparte de las grandes ciudades béticas y algunas del interior y de levante, por lo que choca la obsesión del poder hacia ellos y sus supuestas conjuras. Parte de esa aversión nacía de la riqueza de la oligarquía hebrea, que proporcionaba a esta un poder subterráneo y suscitaba envidias. Además se le consideraba el pueblo deicida, por la frase atribuida a la multitud en el juicio de Cristo: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!”. La persistencia en su fe se miraba como una ofensa a la verdadera religión, prueba de una maldad porfiada y del deseo de vivir al margen de los demás, cuando los mismos godos arrianos habían dejado sus creencias para integrarse en las mayoritarias. A su vez, la autoconsideración hebrea como pueblo elegido, junto con la permanente repulsa y frecuente persecución sufridas, creaban un comportamiento cerrado, ya atacado por el moralista latino Juvenal: “Desprecian las leyes de Roma, estudian, observan y temen el Testamento judaico que Moisés les otorgó en un documento secreto. Sólo se confían a los de su misma religión, es decir, sólo ayudan a los que, como ellos, son circuncisos”.
¿En qué medida se aplicaron las leyes antisemitas? Las leyes, en general, no debieron de aplicarse muy estrictamente — salvo para mantener la unidad del estado– como se aprecia en las referentes a la elección de los monarcas. El grado de cumplimiento de las normas antijudías hubo de ser especialmente bajo, como revela su reiteración a lo largo de decenios. En los mismos tiempos de Égica, ya hacia el final del reino, ni siquiera se habían cumplido los primeros decretos del III Concilio prohibiendo a los judíos tener esclavos cristianos. Aun así, los decretos se aplicarían en alguna medida, y su mera existencia pesaba como una temible amenaza sobre sus destinatarios.
En fin, todos los daños mencionados, y más que pudieran aducirse, solo explicarían la caída del reino si hubieran impedido la concentración de un ejército suficiente para afrontar a Tárik, lo cual no ocurrió. Las crónicas y los historiadores están conformes en la superioridad material del ejército hispano-godo sobre el moro, y la causa determinante del desastre no fue una especial corrupción del poder o la traición hebrea, sino la de un sector de la nobleza. Aunque la ley prohibía la alianza con poderes foráneos para alcanzar el poder, este tipo de traición se dio con cierta frecuencia: un grupo visigodo buscó en 552 la ayuda de los bizantinos, los cuales aprovecharon para adueñarse de una considerable porción de la península; y la utilización de francos y de rebeldes vascones en las pugnas internas había sucedido varias veces. Por otra parte, las consecuencias decisivas de Guadalete, con la pérdida del grueso del ejército y la dificultad posterior de organizar la resistencia, apoya la idea de un estado bastante centralizado, como indica el historiador García Moreno, y no tan “protofeudalizado” como suele afirmarse.
No tienen más sentido las comparaciones con la invasión romana, cuando poblaciones independientes entre sí — e incapaces de unir sus fuerzas–, armadas y acostumbradas a la guerra, ofrecieron una resistencia a menudo heroica. La larga pax romana habían desarmado y desacostumbrado a la gente de las prácticas guerreras, como se había mostrado cuando las invasiones germánicas. Añádase la influencia del clero, pacifista y conformista con el poder, obstáculo a un espíritu de lucha en la primera etapa de desconcierto. Isidoro había definido una doctrina contradictoria, pues si por una parte rechazaba al tirano (“Serás rey si obras con justicia, en otro caso no lo serás”), por otra definía el poder como enviado por Dios y desaconsejaba la resistencia incluso a la tiranía. Y el poder se estaba trasladando a los musulmanes.
Hablar de una preferencia de la población por los invasores, como hacen algunos, no resulta más adecuado que hablar de una “preferencia” de los franceses por el dominio alemán. La magnificencia que alcanzarían más tarde el emirato y el califato de Córdoba ha creado el espejismo de que los musulmanes llegaban con una civilización superior, cuando se trataba de guerreros del desierto y de las montañas del Atlas, tan bárbaros o más que los suevos, vándalos y alanos de unos siglos antes. La exigüidad de su número, y las disputas entre ellos, les forzaron a cierta tolerancia religiosa y política inicial, pero el poder musulmán había significado en muchos lugares una hecatombe para la civilización. Pasaría algún tiempo hasta que el poder árabe adaptase logros y formas culturales de los pueblos vencidos más civilizados, fueran el persa, el bizantino o el español. Pues España –con Italia– era posiblemente el país más civilizado de Europa occidental, con tradición ya muy larga y profunda. La invasión solo pudo haber sido vista como una nueva plaga por una población que llevaba tiempo soportando muchas”.
En consecuencia, la caída de España se explica mejor por el debilitamiento del reino causada por las sequías y pestes de la época, al que se añadió el debilitamiento de la monarquía debido al problema sucesorio. La invasión llegó en el momento más propicio para los invasores y estos supieron verlo. El que un ejército inferior en número venza a otro superior no es caso raro en la historia, y los musulmanes, precisamente, lo habían logrado en muchas ocasiones. En el de España, ello vino favorecido al máximo por la traición de un sector del ejército hispano.
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Por qué las elecciones catalanas empeorarán la situación
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Hablábamos el otro día del problema de Gibraltar como retrato de una clase política siniestra que no cesa de crear problemas que no puede ni sabe ni quiere resolver. El problema de los separatismos es básicamente el mismo: Gibraltar se ha engrandecido y convertido en un emporio de negocios sucios en beneficio de la potencia invasora, con la colaboración de una infame y servil casta política española; y los separatismos son el resultado de muchos años de apoyo a ellos y de financiación por parte de los gobiernos tanto del PSOE como del PP, que en ningún caso han defendido a España, a la que desprecian en lugar de despreciarse a sí mismos. Entre todos han creado un ambiente turbio y han fraccionado la sociedad no solo en Cataluña y Vascongadas, también en el conjunto del país. Y, por supuesto, las elecciones del jueves no van a solucionar nada, pues todo se ha convertido en una farsa esperpéntica que puede terminar en tragedia. Pase lo que pase, el resultado de esas elecciones será un triunfo de los separatistas, porque cada vez que estos han salido del poder, sus sustitutos han continuado una política igual, incluso incrementándola, recuérdese el período del socialista Maragall y su gente. Con el gobierno del PSOE dejando en residual la presencia del estado en esa región mediante un estatuto votado por una minoría, y aceptado de hecho por el PP e imitado por él en otras autonomías, después de haber molestado a cuatro millones de firmantes en contra.
Toda la estrategia del actual gobierno y de los otros partidos se basa en mantener una apariencia constitucional hasta que la soberanía española quede disuelta en la UE. Se trata de liquidar a España, sea por disgregación sea por disolución en lo que llaman Europa. Nada de eso es constitucional, y el llamado “bloque constitucionalista” es una burla sangrienta. ¿Ha sido constitucional la inmersión lingüística? ¿Ha sido constitucional la financiación de organismos destinados a atacar, ridiculizar y denigrar la idea de España, desde la escuela a los medios de masas? ¿Es constitucional el estatuto al que se quiere volver? ¿Tiene algo de constitucional la colonización cultural por el inglés promovida por todos los partidos desde la misma escuela pública? Todos estos actos y muchos otros parecidos los han defendido y defienden estos “constitucionalistas” de farsa. Por otra parte, lo que está en riesgo no es la Constitución, es España misma. Es decir, el evidentísimo proyecto de los llamados constitucionalistas consiste en disolver una realidad histórica y cultural como España en un proyecto difuso y cada vez más totalitario al que llaman inadecuadamente Europa.
España es una realidad histórica y cultural tan sólida que aún no han conseguido demolerla los actuales partidos en varias décadas de atacarla conjuntamente. Aunque el daño es ya enorme. Y el tiempo de las quejas ya pasó. Es precisa la reacción popular, más organizada y amplia que la que hemos visto en semanas pasadas.
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*¿Cómo es que está en la cárcel Junqueras y su mayor cómplice, conseguidor y financiador está libre y mangoneando el país desde la Moncloa?
*Rusia y el separatismo catalán: un enfoque:https://www.youtube.com/watch?v=gx59xOtUqLQ&t=5s …
*Cómo un deficiente mental cambió la historia de España y convirtió a sus “ideas” a todos los partidos: https://www.youtube.com/watch?v=Xs-opkHOO5g …
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Adiós a un tiempo (VII) París
“Una hora con la Historia”: Zapatero, el cretino que cambió la historia de España y convirtió a todos los partidos en seguidores suyos:https://www.youtube.com/watch?v=Xs-opkHOO5g …
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–Veamos algo más concreto: sus recuerdos de París “El hombre que quizá vio al diablo”, el peruano aquel ligón, el supuesto Campesino de la guerra civil…
–Siguiendo con lo anterior, siempre me ha impresionado esa frase que leí en algún sitio y que no acabo de saber de quién es: “¿Quién no es mejor que su propia biografía?”. Ahí está condensada la condición humana. Le doy vueltas a menudo.
–De acuerdo, lo veremos, pero lo de París…
–Aunque le parezca mentira, durante bastantes años olvidé lo de París, como otras muchas cosas, también lo de la prisión de Caranza, porque a causa de que la revolución no podía admitir cosas pequeño burguesas, aunque aquellas más que pequeño burguesas eran lumpen o algo así… Casi peor todavía. Pero luego volvieron los recuerdos, o algunos de ellos. Y me pregunto, ¿qué habrá sido de ellos, quiero decir, de aquella gente? Yo por entonces tenía diecisiete años, o dieciocho, ya no recuerdo bien, y el hombre que pudo haber visto al diablo debía de ir por los treinta, de modo que, si aún vive o no ha terminado en un manicomio… en un psiquiátrico, o ha muerto, andará ahora por los ochenta y pico. El peruano estaría en los veinticinco, de modo que calcule usted. Pero yo no lo llamaría ligón, eso suena muy trivial. Tenía una labia y un descaro especiales, pero también cierta profundidad anímica, y recordaba un poco al del diablo con sus experiencias fuera de lo ordinario. O aquellos con los que subsistíamos con una baguette y algo de vino todo el día, tirando migajas “pa los pobres”. Sí, me pregunto qué habrá sido de ellos. Entonces éramos jóvenes y aquellas condiciones de vida nos parecían, no diré que agradables pero sí interesantes, como experiencias que valía la pena tener, aunque, la verdad, no es que yo las buscase. Estaba allí así porque me había quedado sin un duro. Pero tanto mejor, al cabo.
– Según dice, uted vivió en París solamente durante un mes de diciembre o algo así, y sin embargo le concede mucha atención en sus recuerdos.
–Ahora que lo dice… Y podría concederle más, y no solo a aquello. Quizá fue un mes muy especial. Durante años, durante bastantes años, he vivido un tanto “al margen de la sociedad”. Y en ese mundo conoces a gente me parece que más interesante que en los ambientes de ricos o de clase media, aunque ya digo, la vida de cada uno es un misterio, empezando también para el que la vive. De París tengo otros recuerdos posteriores, como cuando fuimos otro de la OMLE, la organización de marxistas-leninistas, y yo a poner orden en los grupos de Francia, en Estrasburgo, y dormimos en una habitación en Pigalle donde había manchas de sangre por las paredes… Pero vamos a lo de entonces. Yo casi no tenía un duro, por las razones que explico en el libro, creo. Dormir en las escaleras del metro o en aquel albergue “de la jeunesse et de la culture”, creo que se llamaba, pintorescamente sórdido… Bueno, de pronto me parecen recuerdos en cierto sentido maravillosos. No por sentimentalismo. El tío que podía ser El Campesino, lo dudo pero quién sabe… Ese con certeza ha muerto. El argentino que nos daba la vara con el psicoanálisis, de lo que yo solo tenía una vaga idea… ¿Qué vida habrá llevado cada cual? No es que me preocupe personalmente, está claro, me preocupa de un modo teórico, abstracto, el destino humano… Es difícil de explicar. Supongamos que ahora me encuentro con cualquiera de ellos: probablemente su visión de aquellas cosas será distinta, muy posiblemente ni las recuerde siquiera, como yo he olvidado muchos hechos que a veces otros me recuerdan. No, me gustaría conocer sus destinos al margen de lo que ellos pensaran de sí mismos…
–¿No es sentimentalismo todo eso?
–Creo que soy poco sentimental, aunque quién sabe. Algunas cosas objetivamente bastante idiotas me hacen saltar las lágrimas sin saber por qué, y me hacen sentirme idiota… En fin, esas cosas me interesan porque me presentan un enigma, al parecer irresoluble. Y cada uno tiene su tendencia. Hace años me decía alguien: “Tienes que haberlo pasado muy mal esos años de clandestinidad tú solo, después de salir del todo aquello del partido”. Pero no tenía la sensación de haberlo pasado mal. Para empezar no estuve solo, tenía una compañera, lo que me salvaba de la miseria, aunque viviéramos con mucha estrechez, que a mí no me importaba y creo que a ella tampoco mucho, mientras era joven. Y hablando hace poco con mi mujer me di cuenta de la razón, o de una de las razones, por las que estaba a gusto en la clandestinidad: porque a efectos oficiales, yo no existía. El único “papel” burocrático que tenía era un carné de identidad falsificado, que casi nunca tuve que usar. Ahora en cambio, estás fichado y controlado por todas partes, tienes que dar un montón de datos aquí y allá. No estás vigilado, pero es como si lo estuvieses, porque en cualquier momento, si al gobierno o a alguien le interesa, pueden saber casi todo sobre tu situación. En la clandestinidad me sentía más libre.
(En Amazon)
![Adiós a un tiempo: Recuerdos sueltos, relatos de viajes y poemas de [Moa, Pío]](https://images-eu.ssl-images-amazon.com/images/I/41x%2B9j5cNIL.jpg)
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Ocho tesis sobre Gibraltar
- A su consideración Podría dar lugar a un manifiesto
1. España soporta la única colonia existente en Europa. Es un trozo de nuestro territorio invadido por una potencia extranjera en un punto estratégicamente clave, en el centro del eje defensivo Baleares-Gibraltar-Canarias. Este mero hecho impide que España pueda ser amiga o aliada de la potencia invasora, aunque desde hace mucho la gran mayoría de nuestros gobiernos y políticos sí son amigos-lacayos de ella. Gibraltar resume a la perfección la decadencia, incapacidad e hispanofobia de fondo de la actual oligarquía política española.
2. Gibraltar ejerce además un efecto corruptor y desmoralizador sobre la política española en general, y de absorción de recursos y empobrecimiento en el entorno del peñón, que cuenta con la mayor tasa de paro de España.
3. Pese a la miseria moral y política de sus actuales dirigentes, España tiene todas las ventajas políticas, morales y económicas para recuperar Gibraltar. No así las militares, en este caso innecesarias. El empleo paciente y firme de aquellas ventajas aseguraría la vuelta a la integridad nacional de España.
4. Gibraltar resume asimismo la posición de España en la OTAN como gobierno y ejército cipayo, al servicio de intereses ajenos, bajo mando ajeno y en idioma ajeno. Y empleada como peón en operaciones contra países musulmanes y de acoso a Rusia, operaciones ajenos o abiertamente contrarias a nuestros intereses.
5. La pretensión de que España necesita a la OTAN para su defensa es un mito. Nuestro único enemigo potencial hoy por hoy es Marruecos, un país mucho más débil que España en todos los sentidos. Precisar a la OTAN frente a Marruecos solo demostraría una absoluta falta de capacidad y de voluntad para defendernos, cosa por otra parte cierta si nos referimos a los gobiernos actual y recientes. Por otra parte, la OTAN no cubre, precisamente, las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, lo que no es casual, pues revela su designio de entregarlas antes o después a Marruecos.
6. La política española más inteligente y fructífera del siglo XX, fue la neutralidad, incluso en condiciones de grandes dificultades. Una vez superada la amenaza soviética es preciso volver a esa política.
7. Gibraltar simboliza igualmente el proceso de colonización cultural, auténtica “gibraltarización” por medio del inglés, exhibido como lengua superior y de prestigio por nuestros políticos y agentes anglómanos, y destructor de nuestra cultura. El inglés se presenta como la lengua de la ciencia, la economía, el arte, la milicia… desplazando al español paulatinamente a lengua familiar y de subculturas. Esta amenaza, que los partidos prefieren ocultar, tiene mucha mayor gravedad que los ataques al español en algunas regiones españolas.
8. Es obviamente inútil pensar que algo vaya a cambiar mientras perdure en el poder la actual oligarquía de partidos corruptos, agotados también por su incapacidad para solucionar los problemas de la integridad nacional y la democracia, problemas que ellos mismos han creado y siguen creando. Por eso la reivindicación de Gibraltar y de todo lo que trae consigo condensa no solo la situación exterior de España, sino también la interior. Y esa reivindicación debe emprenderse desde asociaciones cívicas al margen de los actuales partidos, para crear un movimiento que despierte al pueblo del letargo en que la ha sumido la demagogia de unos políticos corruptos e ineptos y que facilite asimismo la formación de una nueva clase política más representante de los intereses españoles, más democrática, más honrada y más digna.
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