Para entender a Rajoy

(Uno también peca de ingenuo, aunque poco a poco vaya entendiendo. Escrito el 16 de octubre de 2006)

El capital político acumulado por Aznar –excluyendo su pésima explicación de la guerra de Iraq y su nefasta política de medios (también otras cosas, pero bueno)–, más el descrédito del PSOE, debieran haber dado a Rajoy una gran mayoría absoluta en 2004. Pero él prescindió de aquel capital y de la crítica a fondo a las majaderías de Zapo. Se dedicó a hacer promesas como si saliera de la oposición sin un pasado reciente que las respaldara; y permitió al PSOE presentar mil ofertas como si no las invalidase su pasado también muy reciente y nunca corregido. Zapo estuvo a la ofensiva y Rajoy a la defensiva. Solo las rentas de la gestión de Aznar, a las que él no añadía nada, daban a Rajoy una victoria mínima y probablemente insuficiente para gobernar. Y al final todo lo decidió una jugada oscura y sangrienta.

Desde entonces no es que le hayan faltado a Rajoy buenas ocasiones. Por ejemplo, la nefasta Constitución europea fabricada por el corrupto etarrófilo Giscard d’Estaing. Por supuesto, Rajoy  la criticó severamente… para apoyarla al fin. En lugar de una gran victoria política compartió el fracaso de Zapo, y en la ridícula posición de peón de este.

Vino la mayor traición perpetrada por Zapo hasta ahora, el mayor precio político pagado a la ETA y el separatismo: el estatuto de Cataluña. Rajoy demostró la ilegalidad del engendro, pero aceptó discutirlo en las Cortes y a continuación lo imitó en Valencia y Baleares… de momento. ¡Y poco después se ofreció al gobierno para ayudarle a evitar un “precio político” en los chanchullos con la ETA!

Acabamos de ver la misma táctica con respecto al envío de tropas al Líbano: tras una crítica feroz… Rajoy apoya a Zapo. En torno a la investigación del 11-M, la misma llamémosle táctica: “No pero sí, o sí pero no”.

En algún momento, ya no recuerdo por qué, Rajoy  rompió estrepitosamente la relación con el gobierno… y tres días después le estaba mendigando una reunión y quejándose de enterarse por la prensa de las decisiones gubernamentales. Difícil un mayor esperpento. Y encima soportando el regodeo de Zapo y su aparato mediático: “PP, extrema derecha”. En fin, para qué seguir. ¿Qué confianza puede dar esta conducta al electorado? (Ya se ha visto que le ha dado bastante)

Y sin embargo Rajoy  no es un Piqué o un Gallardón, dispuestos a traicionar cualquier principio y a colaborar con la Infame Alianza. Él ve la realidad, parece sentir la democracia y la unidad de España, seguramente supera a Zapo en inteligencia (ja, ja, ja…). Pero no es capaz de diseñar una estrategia acorde con los hechos y con sus sentimientos, y ahí reside la diferencia. Zapo obra con una estrategia, la haya elaborado él u otros, y Rajoy no. Su mensaje, contradictorio y desalentador hasta el patetismo, cabe resumirlo así: “El gobierno realiza una política horrorosa, anticonstitucional y antiespañola, pero nosotros estamos dispuestos a colaborar con él, para evitar males mayores”.

¿Qué males mayores? Obviamente, la pérdida de poltronas, obsesión de los Arriolas y tantos otros. Penúltimas encuestas: el PSOE aventaja en varios puntos al PP. ¡Y eso viviendo todavía el PP de las rentas de Aznar, porque nada nuevo o mejor se le ha ocurrido desde entonces! Parodiando a Churchill, cabría advertirles: “Aceptáis el deshonor por conservar las poltronas, y perderéis las poltronas con deshonor”. ¿Sabrá Rajoy aprender de la experiencia?

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 (Aquí ya lo veía más claro. Escrito en mayo de 2008)

Tal como mucha gente se empeña en no entender las fuertes y evidentes bases ideológicas de la colaboración del Gobierno (o del PNV) con los asesinos etarras, otras muchas personas se obstinan en cerrar los ojos ante la carrera de Rajoy, cuya lógica no acaban de percibir. Sería muy largo repasar las muchas ocasiones en que Rajoy se ha retratado, y alguien debería estudiar con detenimiento su trayectoria en estos cuatro años de oposición. Recordaré solo algunos casos clave.

Aznar nombró a Rajoy pensando en unas elecciones prácticamente ganadas, tras las cuales se mantendría la estabilidad institucional, el pacto antiterrorista, etc. Pero Rajoy hizo dos cosas: echar a perder en pocas semanas la gran ventaja de partida sobre Zapatero heredada de Aznar, que rebajó hasta un dudoso punto y medio de ventaja en vísperas del 11-M (pudo haber perdido o quedado sin Gobierno, incluso sin la matanza); y traicionar el legado de Aznar, que prácticamente no mencionaba (como tampoco el pasado del PSOE), para, a base de promesas vacías de corte económico, presentarse como “algo nuevo”. Su oportunismo y falta de principios se manifestó también en su negativa al debate con su contrincante, calculando que clarificar las respectivas posturas ante los ciudadanos solo beneficiaría a quien por entonces parecía perdedor. Con todo ello ya dio su talla, su perfil no bajo, sino ínfimo, aunque por entonces muchos lo creímos producto de una corregible ingenuidad del principiante (si bien llevaba muchos años en la política), o de los célebres complejos derechistas, también corregibles en principio.

Algo después dejó en claro su estilo marrullero ante la Constitución europea de Giscard, permanente (y corrupto) enemigo de España. Aquella Constitución dibujaba un eje reforzado París-Berlín a expensas de los demás socios y particularmente de España, que perdía la posición alcanzada por Aznar en Niza. Por supuesto, el antiespañol Gobierno apoyó a Giscard, y Rajoy tuvo una excelente oportunidad de defender el interés de su país. Pero no lo hizo. En medio de pequeñas protestas que causaban la hilaridad del PSOE, Rajoy apoyó a Giscard y al Gobierno, contribuyendo a la infame campaña totalitaria, diseñada para mentes infantilizadas. Rajoy obró así, y no por torpeza ni complejos, sino por la misma ausencia de honradez y de principios políticos ya demostrada en su campaña electoral. Tuvo el merecido castigo cuando casi un 60% de los ciudadanos se abstuvo, castigo remachado por el fracaso del engendro en otros países europeos. Sus patéticos, pero sobre todo nuevamente deshonestos, intentos de hacer recaer sobre Zapatero las consecuencias del “error” compartido solo ponían más de relieve su indignidad. Rajoy simplemente imitaba la desvergüenza de su antagonista, pero, ahora sí, con mayor torpeza.

 La experiencia pudo servir, pero no sirvió de lección al estadista, que se encontró con la abierta complicidad del Gobierno con la ETA y los partidos antiespañoles de algunas regiones, con la inversión del pacto antiterrorista, plasmado en el anticonstitucional estatuto catalán. ¿Qué hizo este hombre de principios ante tales actos? Tratar de engañar a la opinión pública ofreciéndose servilmente a Zapatero para ayudarle “cuando los demás le hubieran abandonado” y otras declaraciones de una abyección difícilmente superable, un auténtico fraude a la ciudadanía. El referéndum sobre el estatuto catalán fue un fracaso político para sus promotores, al ser aprobado por menos de la mitad del censo. Nuevamente tuvo Rajoy la oportunidad de defender unos principios claros, y nuevamente hizo lo contrario: tras molestar a la gente con la recogida de cuatro millones de firmas, las olvidó y entró en la carrera disgregadora de la unidad nacional, con una ampliación balcanizante de los estatutos de Valencia, Baleares o Andalucía, no planteada ni querida por la mayoría de la sociedad.

Ha sido toda una carrera de claudicaciones y engaños, trufada de algunos repentes sin plan ni consecuencia, como sus rupturas con Prisa y con el Gobierno, para mendigar al poco la atención de ambos. Por terminar de algún modo, el político acabó de mostrar sus principios –su radical carencia de ellos– con sus declaraciones sobre la economía como “el todo”, con la nena angloparlante que porta, el hombre, “en la cabeza y el corazón”, y con la constante afirmación de sus “ganas de ser presidente”. El discurso de un estadista. Estadista al nivel de Zapo; tal para cual, en verdad.

Muchos erramos al principio, como dije, pensando en un político torpe o acomplejado que rectificaría. De ningún modo. Si ha seguido al Gobierno, con algunos matices, ha sido porque tiene con él cierta identificación de fondo, tal como el Gobierno la tiene con la ETA. Considera, por ejemplo, que la transformación ilegal del país en una confederación sumamente laxa y balcanizante es un hecho inevitable, al que no cabe hacer oposición; que la crítica a otras muchas disposiciones del Gobierno resulta, como piensa Gallardón, “poco moderna” y le identifica demasiado con las posturas de la Iglesia. Si nunca defendió con algún empeño a la AVT, a la COPE o a Jiménez Losantos frente a las asechanzas de los “rojos” no se debe simplemente a flojera, es que no se siente identificado con ellos. Y dentro del PP se está manifestando como hombre resuelto, con ganas de poder, está dando un auténtico golpe de partido, transformándolo al modo como Zapo transformó el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo en acuerdo con los terroristas y contra el estado de derecho. No hablo de la honradez personal de Rajoy, que aquí no viene al caso, sino de su falta de honradez política, de su oportunismo y su decisión bien demostrada de explotar la credulidad de sus votantes, de engañarlos.

En las filas de la derecha crece el descontento, pero un descontento sin programa, plan de acción ni liderazgo, no lleva a ninguna parte.

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(Aunque se hace largo.: Otro artículo de 2008, cuatro años antes de que Rajoy llegase al poder: ¿No es Rajoy proetarra?)

Mi comentario de ayer sobre el Rajoy pro etarra ha suscitado críticas un tanto indignadas, a derecha e izquierda, etc., acusándome de mentir, insultar o delirar. Veamos.

Un análisis político no debe partir de las palabras, sino de los hechos, o, mejor, de la relación entre unas y otros. Cuando los hechos no corresponden a las palabras o estas se contradicen demasiado, o los cambios de orientación se explican mediante buenas intenciones vacías, sabemos que estamos ante demagogos, los cuales, como también sabemos desde Aristóteles, constituyen el mayor peligro de las democracias.

Zapo nunca dirá: “vamos a entrar en chanchullos con los asesinos a costa de la unidad de España y del estado de derecho”. Dirá más bien: “vamos a dialogar con todos sin excepción”, lo que en la práctica significa lo mismo, pero engaña a mucha más gente. No dirá: “lo que nos interesa realmente es ese “diálogo” con los asesinos y extorsionadores; con los contrarios y las víctimas directas, nada de diálogo, los silenciaremos y marginaremos”. Dirá, en cambio: “Algunos extremistas de derecha rechazan el diálogo, quieren la continuidad de la violencia, no hacen más que crispar”. Y tratará de acosar a los críticos en los medios, judicialmente o de otros modos. Y así sucesivamente.

Rajoy acaba de emplear los dos términos reveladores: “diálogo” y ”con todos sin excepción”. La primera palabra ha dado buen resultado a Zapo porque la seudo oposición de nuestro futurista ha sido incapaz de explicar algo tan simple como esto: el diálogo con los terroristas implica la negación del diálogo con las víctimas y sobre todo la aceptación y premio al crimen como forma de hacer política. Esa negociación, ese “diálogo” solo puede hacerse, y se hace, a costa de la Constitución y del estado de derecho, y de la unidad de España. Rajoy, en lugar de explicarlo, trataba a Zapo de ingenuo y se ofrecía a ayudarle “cuando todos le abandonasen”. Simple exhibición de majadería, oficiosidad y servilismo, si no fuera acompañada del abandono, en la práctica, de la AVT o de quienes realmente criticaban la política de Zapo, a los cuales nunca defendió Rajoy con un mínimo de sinceridad y empeño.

Pero ha habido cosas más graves. Desde siempre, la ETA ha buscado la disgregación de España, y su designio se ha visto favorecido por unos políticos banales y a menudo venales (cuando no compartían gran parte de la ideología etarra, como sucede con Zapo). La clave del “diálogo” con la ETA ha sido el desmantelamiento de la Constitución mediante los estatutos balcanizantes, con el catalán como modelo, que reducen el estado español a “residual”, dejando un ligero barniz unitario que permita a Zapo seguir en el poder (otra cosa es que los etarras quieran eliminar incluso ese barniz, pero eso ya son disputas peculiares entre los del tiro en la nuca y los “gorrinos”). Pues bien, Rajoy, tras denunciar el estatuto catalán, entró en la carrera de las reformas balcanizantes desencadenadas por el “diálogo”, no exigidas por la sociedad y sí por camarillas de politicastros regionales. Así, el Futurista se ha sumado a la política de Zapo para complacer a los separatistas y a la ETA (su casi nula resistencia a las maniobras socialistas en el Tribunal Constitucional va en la misma dirección). Rajoy, por tanto, sigue EN LOS HECHOS, como el gobierno, una política pro etarra, y no vamos a cerrar los ojos a los hechos para abrir enormes orejas de asno a la verborrea demagógica con que se orquesta la delictiva operación.

¿Por qué obra así Rajoy? Al revés que Zapo, él no concuerda con la ETA en casi nada. Pero ansía el poder, se siente “en forma” y “con ganas” de presidir el país para llevarlo al futuro de la nena angloparlante; y le han convencido de que solo puede alcanzar tan nobles objetivos imitando la demagogia de Zapo, aceptando el diseño balcanizante del actual gobierno e integrándose en él, entrando en la competición para complacer a los secesionistas. Por el poder ha renunciado a la honradez, y quedará sin poder y deshonrado. Y de paso, posiblemente destruya su partido.

Mi comentario de ayer ha provocado críticas, con rasgado de vestiduras y tono injurioso, entre los mismos que solían tratar a Rajoy de ultraderechista: ¡Qué ternura repentina por el líder del PP, qué interés por salvar su honor, mancillado al parecer por mis palabras! ¿Cómo explicarlo? Pues porque ya casi sienten al futurista como uno de los suyos, y defendiéndole, se defienden. Navegan en el mismo barco. El barco de los farsantes.

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España y Europa (III) Nunca España fue más España…

Nueva historia de España : de la II Guerra Púnica al siglo XXI (Historia Divulgativa) de [Rodríguez, Pío Moa]

P. Ortega decía que a un proceso tan largo no podía llamársele reconquista, y Castro y otros han insistido en los aspectos de tolerancia y conciliación entre las tres culturas, que quedarían frustrados por la acción de los cristianos.

R. Se han dicho infinidad de estupideces, y lo son porque niegan los hechos más evidentes, a fin de sustentar teorías basadas en el carácter inferior por no europeo de España. Aquello de “España es el problema y Europa la solución” es una de las mayores gansadas que se han inventado, y sin embargo han sido muy influyentes. A Ortega le gustaba hacer frases rimbombantes, muchas veces vacías, meras ocurrencias, como le criticaba Azaña.  La Reconquista fue un fenómeno fundamentalmente bélico entre dos mundos radicalmente opuestos, como he explicado en Nueva historia de España y de ella ha dependido, repito, que estemos en España, en Europa, y no en Al Ándalus, una extensión del Magreb.  Y volviendo al afrancesamiento y al influjo franco-borgoñón con Alfonso VI, a la muerte de este se creó la posibilidad de unir a todos los reinos hispanos por el matrimonio de Urraca y Alfonso el Batallador, y la ocasión se frustró precisamente por las influencias de los borgoñones, que derivarían, además, en la separación de Portugal, en la cual intervino también el papado. A ellos, la inspiración en el reino hispanogodo no les decía nada. Que España sea europea no quiere decir que no haya tenido muy serios conflictos con otros europeos, especialmente con Francia e Inglaterra.

P. Lo llamemos reconquista o no, creo que casi todo el mundo está de acuerdo en que aquella época influyó decisivamente en la formación de España. Pero ¿cómo fue esa influencia en concreto?

R. Vamos a ver, debido a las circunstancias históricas, la Reconquista partió de distintos puntos y en su desarrollo creó varios reinos y condados. La cosa pudo terminar en una balcanización, con estados diversos y mal avenidos. Realmente eso es lo más lógico que hubiera sucedido. ¿Por qué no fue así? Porque al mismo tiempo había una fuerte tensión integradora. En todas las sociedades hay tensiones integradoras y desintegradoras, y en España terminaron triunfando las primeras, salvo en Portugal. Las alternativas de unificación y división son constantes a lo largo de esos siglos. Y, como dije, unas luchas tan especiales crearon un espíritu especial, arriesgado, con facilidad para organizarse, para mandar y obedecer,  también un interés por las artes y las letras, las universidades, en fin… Fue como una especie de acumulación y concentración  de fuerzas que se expandirían al terminar la Reconquista, en el siglo de oro…

P. Siglo de oro. Tampoco van a estar muy de acuerdo muchos historiadores en denominar así a aquella época.

R. Bueno, pasa como con la Reconquista. Los casi dos siglos que van desde el matrimonio de los Reyes Católicos hasta la Paz de Westfalia son simplemente asombrosos. Nunca España fue más España, más creativa y original en todos los aspectos. Entre la Celestina y Velázquez, pasando por el Quijote, la poesía mística, la picaresca,  el teatro, El Escorial, la Escuela de Salamanca, la música, la escultura, la teología, las leyes de Indias… La organización de los tercios, de los descubridores y conquistadores, de la orden jesuita, la teología… España creó una cultura magnífica, en todos los aspectos superior a cualquier otra española anterior o posterior, fue realmente el gran siglo de España, en realidad casi dos, y comparable a lo mejor que hubiera en cualquier otro país, excepto en el terreno científico.  Todo ello en medio de contiendas políticas y militares contra  enemigos materialmente mucho más poderosos, contra la extrema agresividad de los otomanos y berberiscos y de los protestantes, contra Inglaterra, los suecos… a menudo aliados entre sí…Y los venció reiteradamente, imponiéndoles los límites a su expansión. Sin contar el aguijoneo constante de la piratería berberisca, inglesa u holandesa…De paso descubrió no solamente América, sino el Pacífico y el mundo en su conjunto, desplegó la actividad naval más decisiva en toda la historia humana, conquistó y colonizó enormes extensiones, organizando un imperio que mientras duró, tres siglos, fue uno de los más pacíficos internamente que registra la historia, sino el que más… La cantidad de personajes destacados en todos los aspectos, en un país que no era ni el más poblado ni el de naturaleza más rica de Europa, simplemente  abruma. Todo ello parece producto de esa acumulación de fuerzas en la Reconquista, o así tiendo a creerlo. Lo que vino después parece muy mediocre por comparación. Y todo fue realizado por España en pésima relación con la mayor parte de Europa, a la que sin embargo  salvó de muchos peligros. La relación de España con gran parte de Europa siempre tuvo mucho de conflictiva, ya digo. Por otra parte los conflictos entre otros estados europeos han sido también muy frecuentes.

P. Olvida usted los costes de todo ello, las hambres, las bancarrotas, el genocidio de los indios, la Inquisición.

R. No lo olvido. Es cierto que todas las glorias tienen su reverso, pero hay que poner las cosas en su sitio. Las hambres eran recurrentes en toda Europa, las bancarrotas eran suspensiones de pagos motivadas por las enormes tareas impuestas por la necesidad histórica, y los demás países tuvieron también sus bancarrotas, el genocidio de los indios es una falsedad inventada por un monje compulsivamente calumniador y aprovechado por protestantes, ingleses y franceses, que sí cometían aquellas acciones de que acusaban a España. La Inquisición era propia de la época, cosas parecidas había en otros países, con la diferencia, si acaso, que la Inquisición española era mucho más garantista y menos mortífera, y que libró al país de bestialidades como la quema de brujas… Eso, como otras cosas, lo he analizado en Nueva historia de España.

P. Luego, aquella época de España no tuvo ninguna tacha, fue perfecta, y los males, qué se le va a hacer, eran males generales, propios de los tiempos.

R. Déjese de ironías tontas. En lo malo todos nos parecemos, es en lo bueno en lo que unos destacan y otros no. Y aquel siglo y medio, casi dos, merece la máxima estima no solo de nosotros sino de cualquier que se acerque a los hechos con espíritu libre de propagandas. A mí me asombra la arrogancia con que los mediocrísimos españoletes de hoy, tan serviles  y cosmopaletos, metidos en un hedonismo cutre y pedestre, se atreven a despreciar a unos antecesores que tanto les superaron en todo. No hay mayor prueba de decadencia que esa.

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España y Europa (II) El espíritu de la Reconquista.

https://www.youtube.com/watch?v=K_OmffWiP5Q&t=3s

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P. Según usted, entonces, la europeización de España se hace rompiendo el impulso propiamente español, marcado por la llamada reconquista. A Creo entender que algo así ha sostenido en Nueva historia de España y ahora en su Introducción a la historia de Europa.

R. Según yo, no. Según los que hablan de europeización, como si los reinos españoles de entonces no fueran europeos. Llaman europeización a  un afrancesamiento. O más bien un papal-afrancesamiento, porque en la base se encuentra el papado desde Gregorio VII. Cuando el papado se libera, al menos parcialmente, de la tutela del Imperio,  y Francia también se aparta del Imperio, ocurre la llamada revolución papal que tiene por instrumento principal la reforma de  Cluny, en la Borgoña francesa. No hay que olvidar que las relaciones entre Francia y el papado, relaciones políticas religiosas y culturales, han sido siempre muy especiales, desde Clodoveo hasta hoy mismo.  Por ejemplo, uno de los intelectuales más influyentes en el concilio Vaticano II  ha sido el francés Maritain, por cierto que muy poco amigo de España. El conspirador compulsivo Sainz Rodríguez  señala cómo en los años 30 a los intelectuales católicos franceses se les prestaba mucha atención en el Vaticano, y muy poca a  los españoles. Pero volviendo atrás, Cluny se convierte en un instrumento europeo del papado, instrumento cultural y político, porque los papas influyen mucho políticamente a través de su poder de excomulgar y porque diversos estados se declaran vasallos suyos, también en España. Por supuesto, la reforma papal o cluniacense se introduce con fuerza en España, sobre todo a través de los reyes, de Alfonso VI y su esposa Constanza de Borgoña. Es la época del Románico, que es todo un movimiento intelectual, no solo artístico. Europa se va formando  por sucesivos movimientos culturales, hasta la Ilustración y las ideologías derivadas.   Alfonso siempre eligió esposas francesas, exceptuando a la mora Zaida, y con él se produce en la reconquista un doble movimiento de afrancesamiento y de orientalización.

P. Todo lo cual, insisto, lo juzga usted  contraproducente, antiespañol, digámoslo así.

R. Mire, por supuesto que el Románico es un gran movimiento en el cual participa España de forma importante, pero no lo hace sin costes y sin resistencias. España tenía su propia trayectoria que en parte es frustrada y en parte enriquecida por aquel afrancesamiento. ¿Habría podido desarrollarse el país al margen de ese  movimiento de manera productiva y original? Probablemente sí, porque la reconquista fue a su vez un movimiento muy original en Europa. Ningún otro país ha experimentado algo parecido.  Los estados hispanos crearon algo tan original y culturalmente interesante como  el Camino de Santiago, del que se apoderaron, por así decir, los cluniacenses. ¿Fue bueno o malo? Simplemente fue así, pero no fue una sustitución, un desplazamiento… En aspectos parciales sí lo fue, pero en definitiva fue más bien un injerto que no alteró de manera decisiva la trayectoria anterior, y en parte la estimuló. En todo caso hubo también una simbiosis, porque Cluny pasó a depender en parte importante de las donaciones hispanas, que a su vez procedían de los tributos o parias impuestos a las taifas. Es irónico que los reinos moros subvencionasen aquel movimiento cristiano. Por supuesto no lo hacían por su gusto. Yo creo que, con sus pros y sus contras, el afrancesamiento terminó enriqueciendo al país en la medida en que fue asimilado. Lo mismo pasaría con el gótico.

P. Creo que casi todo el mundo estará de acuerdo en que la reconquista, si insistimos en llamarla así, fue un proceso original en Europa, casi parece una obviedad, pero ¿en qué sentido lo fue?  ¿Cree usted que la reconquista formó a España como una realidad profundamente distinta del resto?

R. La reconquista no formó a España, que estaba formada como nación desde antes de la invasión islámica. Si no hubiera existido previamente, la reconquista habría sido imposible y hoy no estaríamos en Europa, sino que seríamos una especie de prolongación del Magreb. Sin duda un proceso tan largo fue conformando unas mentalidades peculiares, un espíritu y una forma de actuar y ver el mundo, que luego se manifestarían con plena fuerza en la conquista y colonización de América y en otras empresas. También creó un espíritu especial de lucha con el islam, que no se daba en medida semejante al norte de los Pirineos, ya que allí estaban protegidos precisamente por la barrera antiislámica en España. La reconquista fue una empresa esencialmente bélica, con pocos préstamos mutuos con los musulmanes, aunque muchos autores han tratado de exagerarlos. Y después de la reconquista, España siguió siendo el bastión principal de Europa contra el Imperio otomano, y asediada siempre por la piratería berberisca, mucho más dañina que la de ingleses, franceses y holandeses. Eso, el estar libres de la amenaza musulmana, gracias a España, permitió, por ejemplo, que franceses, ingleses y protestantes colaborasen con los islámicos precisamente contra el país que les estaba librando de ellos. No cabe duda de que estos hechos, y podríamos extendernos mucho, dan a España un carácter muy especial en Europa. En una Europa en que cada nación tiene peculiaridades muy acentuadas, por lo demás. Podríamos compararlo con Rusia, que también fue condicionada por invasiones musulmanas, pero con resultados muy distintos.

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“Adiós a un tiempo” (IV) La otra dimensión o el más allá.

La política exterior de Aznar / Lo que dejó el franquismo https://www.youtube.com/watch?v=K_OmffWiP5Q&t=2s

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Aunque sus recuerdos de Adiós a un tiempo no sean reflexiones, sino cortos relatos o descripciones de hechos, insistiré en un punto. Usted acaba de decir que el pasado es la muerte y el futuro también. ¿Qué es el presente, entonces? ¿Y qué es el recuerdo?

 –¿Alguien lo sabe? Podemos describir el presente como la realidad, lo que podemos captar con nuestros sentidos… una realidad que se está esfumando constantemente. Que se está desvaneciendo. ¿Adónde va? ¿En qué se desvanece? Eso está fuera del poder de nuestros sentidos o de nuestra capacidad reflexiva. Es lo que llamamos el misterio. Sin embargo, ya que percibimos la realidad en presente, y la percibimos muy sólida, muy visible, audible y palpable, bien podemos suponer que no puede desaparecer así como así, que entra  en lo que se suele llamar “otra dimensión”, sea eso lo que fuere, en un “más allá”. Es razonable pensar eso pero no hay ninguna prueba realmente fiable de ello.

Pero el pasado permanece en nuestra memoria,  y el futuro, aunque no lo podemos palpar, sabemos que termina en la muerte. Algo sabemos con certeza.

–Bien, ¿de qué manera permanece el pasado en nuestra memoria? Usted sabe, todos sabemos, que un mismo hecho muy reciente, no digamos si es antiguo, es visto y recordado de distintas maneras por distintas personas que estaban allí. Yo cuento, por ejemplo, un episodio cualquiera, como cuando Delgado de Codes y yo estábamos reorganizando la OMLE después de una gran caída por la represión policial, ¿cómo lo contaría él? Seguro que no de la misma forma.  O bien, ¡observe cómo cuentan los políticos los mismos hechos en sus memorias! Además, como demuestra la propaganda y la historiografía, un mismo suceso puede ser narrado en términos  sublimes o ridículos, no es que como en la frase de Napoleón, ¿es de Napoleón?, esa de que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso, es que lo más sublime puede ser narrado como ridículo, y viceversa. Parece como si fueran facetas de una misma cosa. Un suceso puede contarse en tono épico, en tono burlesco, en tono frío o indiferente, o lírico y sentimental,  etc.

En definitiva, el recuerdo es arbitrario, y lo que usted nos cuenta en el libro podemos creerlo o no, y en realidad carece de importancia.

–El recuerdo nunca es arbitrario. Puede ser más o menos preciso y más o menos apegado a la realidad… incluso si es completamente inventado tiene una lógica, aunque quede oculta para el observador. Y tenemos capacidad de razonar y experiencia de muchas cosas para fiarnos más o menos de lo que nos cuentan. Pero el objetivo del libro no es que el lector lo crea o no, ciertamente yo estoy convencido de la realidad de lo que cuento, aun teniendo muy en cuenta lo engañosa que es la memoria, incluso la más detallista.

Si da igual creer o no creer lo que usted nos cuenta, pues ya me dirá usted… Todo el mundo quiere leer algo que le merezca confianza, no perder el tiempo con puros enredos o falsedades.

– El fondo es el intento de hacer perdurar el pasado, aunque esté muerto, arrebatarlo a esa otra “dimensión” y convertirlo en parte del presente. Supongo que el fondo del arte es ese, sea de la pintura, la literatura o la misma música: retener el momento, luchar contra el tiempo. Fíjese, particularmente, en la música: oímos una canción que teníamos olvidada y de pronto nos trae al recuerdo escenas también olvidadas, acompañadas de un sentimiento que puede ser muy intenso. Pero aún es más curioso cuando escuchamos una música por primera vez y nos llena de sentimientos muy fuertes, como si tocara un resorte extraño que nos comunica con esa otra “dimensión”. Y nos sorprende que la misma música deje indiferentes o apenas afecte a otros… En fin, nunca acabamos de creer que el presente, la realidad, se esfumen por completo, ¡a algún sitio tienen que ir, puesto que las hemos percibido con tanta claridad o así nos parece!

En uno de sus recuerdos usted expresa la desesperación que le produjo constatar la inevitable muerte del pasado. Y en su Viaje por la Vía de la Plata menciona aquella vez que temió tener un tumor canceroso, la impresión de la vida como una enorme apisonadora indiferente que iba aplastándolo todo…

–Aplastando lo mismo que ha creado… Bueno, pues hay las dos cosas, el deseo de creer en el más allá y la desesperación ante las pruebas de lo contrario o la ausencia de pruebas de ese más allá. Vemos a alguien definitivamente muerto y sabemos que nos tocará a nosotros estar igual. Pero ni aun así acabamos de resignarnos, si resignarse es la palabra.  Por ahí entramos en un problema moral. Recuerdo que Franco argumentaba que si no existe un más allá, la vida se reduce a una farsa trágica, o algo por el estilo… Es un viejo pensamiento. Esa idea sostiene muchas creencias pueriles, que pretenden una seguridad donde no puede haberla, simplemente porque esa creencia les hace sentirse bien, aunque en la vida práctica no la tengan en cuenta.  Podríamos decir: ¿y si la vida fuera realmente una farsa trágica? Pues decir eso es tan absurdo como afirmar lo contrario. Solo podemos decir tres cosas: que decidirlo está más allá de nuestras capacidades;  que a pesar de ello nuestro espíritu necesita encontrar alguna respuesta; y que esa necesidad o ansiedad  ha dado lugar a las creencias y explicaciones más variopintas y contradictorias, a menudo con resultados muy dolorosos.

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Estas entrevistas lo son solo a medias. Son cuestiones planteadas por amigos o menos amigos en algunas tertulias, alguna grabada y otras recordadas.

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“adiós a un tiempo (III) De la muerte y el recuerdo

Bueno, pues concretemos: en sus recuerdos la muerte está muy presente.  Por ejemplo: está ud cenando en un hotel de Atenas con su mujer y su hija o una hija, no sé si tiene más, la gente está en grupos como en todos los restaurantes, y un pianista toca canciones diversas. Y a ud se le ocurre, al ver a la gente: ¿cómo y cuándo morirá cada uno de ellos? Es un pensamiento raro. O en otro, ve usted una vieja foto de Inglaterra, de un montón de chicos que trabajaban allí con usted en la recogida del lúpulo, y se pregunta si no habrán muerto algunos, incluso si alguno no se habrá suicidado… Y hay más casos. Cuando está ud con su hija pequeña en un cementerio rural y mira cómo las abejas se introducen en un resquicio de los muros de la iglesia antigua….

–Cierto. Decía Spinoza algo así como que el hombre sabio de nada se preocupa menos que de la muerte, y Unamuno replicaba que eso es realmente una tontería o algo así. ¿Cómo no va a preocuparse uno de algo tan presente, que llega a causarnos un dolor insufrible cuando se trata de una persona muy querida? ¿O cuando pensamos, o mejor dicho sentimos cómo la muerte es el final desconcertante de nuestra propia vida?  Porque pensar en la muerte es muy difícil, y sentir acerca de ella es algo que procuramos evitar, porque surte un efecto deprimente.

Entonces, ¿por qué está tan presente en sus recuerdos?

–Está presente en los recuerdos de todo el mundo, incluso si no se la menciona. El mero hecho de recordar ya es “un recuerdo de la muerte”, como diría Quevedo. Porque lo pasado no es que ya no vuelva, es que se ha desvanecido en el aire, como quien dice, en la nada. Por mucho que lo buscáramos no lo encontraríamos. Si vaa algún sitio, se nos escapa por completo. Y nuestra memoria solo es parcial, incluso cuando es muy fiel, que en mucha gente ni siquiera es fiel, está demasiado condicionada a menudo por la necesidad de justificarse, o de hacerse el interesante  y cosas por el estilo El pasado es la muerte y el futuro también, ¿qué le parece? ¿No es algo sorprendente si lo consideramos un poco? Constantemente, cada segundo, está muriendo la realidad, estamos muriendo nosotros mismos.

–Sin embargo, ud es historiador. Por lo tanto debe suponer que lo que escribe responde a una realidad que de algún modo queda ahí. Tal como se expresa ud ahora se diría que la realidad no existe.

–Es una de esas cosas… ¿existe? ¿Qué es existir? Decimos que es poder colocar las cosas o los sucesos en un tiempo y un lugar. Los colocamos nosotros, y nuestra existencia es tan extraña que… Utilizamos el lenguaje para hablar de cosas que jamás entenderemos, como si fueran algo familiar y que va de suyo. Como historiador, tomo referencias de algo que se dice que fue así, no trabajo, nadie trabaja sobre una construcción que él mismo descubre o inventa. Leemos cosas que se dice que han pasado. Aplicamos ahí dos cosas: por una parte tratamos de ir a las fuentes originales, las más antiguas en torno al suceso, y ver si coinciden con cosas que se han dicho luego. Y al mismo tiempo las analizamos lógicamente. Este análisis ya te permite descartar una gran cantidad de historias que, simplemente, no pudieron “ser así”. Pero siempre queda la sensación de estar en el vacío, o si lo prefiere, ante un misterio.

Muy bien, no debí haberle preguntado eso,  por la historia, porque nos vamos a lucubraciones  generales a las que es ud tan aficionado. Le repito la pregunta. En sus recuerdos, la muerte está muy presente, como una obsesión. ¿Era necesario? Otro ejemplo, ese recuerdo “Flan con nata”, que le lleva a su amigo del GRAPO muerto por la policía… Háblenos de eso.

–Comparemos la historia con los recuerdos. De la historia podemos saber algo, no todo lo que quisiéramos, claro, contrastando versiones y aplicando la lógica. Pero unos recuerdos no son lo mismo, son cosas que uno puede estar más o menos seguro de que ocurrieron tal como su memoria se las pinta, pero no pueden contrastarse.   Y, bueno, tampoco es una obsesión. Tengo en cuenta eso,  la muerte, porque me asombra y me impresiona, pero me parece que sin obsesiones. “La muerte, siempre tan espantosa”, que decía  Cela. Otros dicen que no tiene por qué ser espantosa. Bien, veamos lo de flan con nata. La muerte de Delgado de Codes fue dicha y redicha en las noticias, en fin como ocurrió. Años después, en uno de esos viajes a pie en solitario que solía hacer, me acerqué a la tumba de Delgado., en Segovia Y uno se pregunta: ahí, bajo la losa, ¿qué hay? Hay unos restos insignificantes, que decimos que pertenecieron  a tal persona, aunque realmente no le pertenecieron, porque le vinieron dados, es decir, le vinieron dados cuando estaba en vida… Pero lo que hay es una historia. La historia de aquella persona. Una historia que sabemos forzosa, pero que solo podemos conocer en parte o en nada. Allí lo que hay sepultado es una historia, una biografía que no podemos juzgar. Lo que pensaba en el hotel Stanley de Atenas: cada una de aquellas personas tenía una historia que iba a terminar con certeza, es lo único cierto. Ni siquiera podría ninguno decir qué le iba a suceder al día siguiente, pero sí que algún día dejarían de sucederle cosas.  Pero vamos a ver: hablamos y hablamos, pero ¿qué significa lo que decimos? ¿Es puro aire? Decimos: “ahí viene Fulano”, y por decir ese nombre parece que ya sabemos algo de él. Pero en realidad sabemos poquísimo. Y lo que es más asombroso: él mismo sabe poquísimo de sí mismo.

Creo que estamos divagando un poco. Yo también, casi sin darme cuenta.

–Probaré a decirlo de otro modo. Una persona cercana a uno se siente angustiada, en ese estado doloroso de no saber qué hacer, de estar perdido o algo así. Tratamos de ayudarla. ¿Cómo lo hacemos? Contándole una historia de algo parecido a lo suyo, que podría tener el efecto de tranquilizarla y animarla. Puede deberse ese efecto a que comprende que sus problemas no son exclusivamente suyos y que otros los han superado, por ejemplo, y él también podrá. Pues bien, así ocurre con los recuerdos. Nos los contamos a nosotros mismos y a otros, quizá por encontrar alguna solidaridad,  quién sabe.  Ud pregunta, por ejemplo, ¿por qué estamos aquí, en el mundo? Y otro le contesta con un ejemplo, de algo que le ha pasado o que conoce a alguien a quien le ha pasado… El ejemplo no explica nada, realmente, pero surte ese efecto calmante.  Yo diría que eso es lo que hace la literatura también, y más en profundidad los mitos religiosos. Pero oiga, por aquí yo creo que no vamos a ninguna parte. Hay muchas otras cosas, creo, en esos recuerdos sueltos, aparte de la muerte, creo.

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Adiós a un tiempo: Recuerdos sueltos, relatos de viajes y poemas de [Moa, Pío]

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