Batalla de Madrid, de noviembre de 1936
La batalla de Madrid fue la más importante de la guerra y uno de los grandes mitos de la propaganda izquierdista, junto con la “matanza de Badajoz” y el bombardeo de Guernica. Tuvo realce mundial al presentarse como la primera vez que el fascismo era detenido en Europa, y repercutió hasta en la lejana China, donde Mao instruía: “¿Dónde está el Madrid chino? Estará allí donde se logren las mismas condiciones que en Madrid. Hasta ahora China no ha tenido ningún Madrid, y en adelante debemos esforzarnos por crear algunos”.
La batalla pudo haber sido decisiva en dos formas, y lo resultó en una tercera. Pudo serlo si Franco hubiera tomado la ciudad , pues entonces la guerra habría acabado en pocas semanas o algún mes.
Y pudo ser decisiva por otra razón que la historiografía suele pasar por alto: porque se dio la gran oportunidad de destruir por completo al ejército de Franco. De tal oportunidad eran bien conscientes los jefes del Frente Popular, al punto de haberlo intentado al menos por tres veces. El aniquilamiento de su ejército de vanguardia no solo habría dejado a Franco sin su instrumento más eficaz y prestigiado, sino que habría elevado a las nubes la moral combativa de sus adversarios. .
El doble fracaso del Frente Popular y de Franco en lograr sus objetivos marca el final de una etapa de la guerra, la de la lucha entre columnas y formaciones pequeñas y poco regulares. A partir de entonces ambos bandos organizaron grandes ejércitos regulares, movilizando cada uno más de un millón de hombres, que se seguirían enfrentando duranto dos años y medio. En este tercer sentido fue determinante la batalla.
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Las fuerzas enfrentadas
Se aplicarían en Madrid, en la batalla de noviembre,, entre 15.000 y 20.000 soldados nacionales más otros 10.000 en la sierra, sin propósito de operar en la capital. La punta de lanza del ataque, grupo de columnas que llevaría el peso de la principal penetración, por la Casa de Campo, no llegaría a los 5.000 hombres.
Por su parte, el gobierno disponía de milicias, compuestas por voluntarios y soldados. En ellas se había depositado grandes esperanzas por considerárselas una combinación de iniciativa guerrillera y combatividad política, vertebradas por la instrucción de tropas regulares y de mandos profesionales: esperanzas que no se habían cumplido hasta la fecha. Estas milicias formaban unidades muy heterogéneas en composición y orientación política. En el curso de la batalla irían aumentando en número y poder de manera considerable.
Pero el elemento que se esperaba decisivo eran las unidades regulares, brigadas mixtas que por aquellos días se organizaban con rapidez y se apostaban sobre las líneas de comunicación de Varela o frente a este. Al llegar a la capital las tropas atacantes, estarían en la defensa unos 30.000 combatientes, muchos de ellos con experiencia de lucha por haberse opuesto, aunque sin éxito, a la Columna Madrid las semanas previas. El número de defensores subió a 50.000 en los días siguientes al 6 de noviembre. A ellos había que sumar un número también muy elevado de los que en el exterior amenazaban a las columnas del asalto a Madrid. Las tropas de Madrid las mandaría el general Miaja, asistido por el eficiente coronel Rojo y asesorado directamente por oficiales soviéticos, algunos muy expertos, entre los que destacaba Gorief . Las fuerzas del exterior de Madrid las mandaba el general Pozas.
De no menor importancia fue la llegada, en aquellos días, de los aviones soviéticos, que en cantidad y calidad desbordaban a sus adversario (pasaría tiempo hasta que la técnica alemana se pusiera a su altura, aunque los aviones italianos eran comparables a los soviéticos). Además llegaron remesas de tanques armados con cañón y ametralladora, más pesados y netamente superiores a los carros de sus adversarios, que no portaban cañón. También eran superiores en artillería los defensores, llegando a una proporción de 2 a 1, y contaban con la gran ventaja de posiciones más favorables por su mayor altura y facilidad de ocultamiento. Asesoraba la artillería el soviético Vóronof, que se distinguiría en la II Guerra Mundial por sus gigantescas preparaciones artilleras.
Lo exiguo de las fuerzas atacantes hacía también que no pudieran explotar a fondo sus éxitos lanzando a la lucha reservas de las que casi carecían, ni emprender maniobras de amplio radio de acción . Esta limitación no la padecían los defensores de Madrid, que ya la venían observando, y gracias a ella las tropas populistas habían podido rehacerse una y otra vez.
Así pues, la tarea impuesta a la Columna Madrid de Varela era claramente desmesurada: conquistar con escasas tropas y armamento ligero una ciudad de un millón de habitantes, defendida por ttropas mayores y mejor armadas. La orden de Franco solo se entiende como un intento de última hora de adelantarse al reforzamiento de sus enemigos, confiando en hundir por completo su moral, ya muy tocada con la caída de Badajoz. Hechos como la huida de Azaña el 18 de octubre, o la del gobierno en pleno el 6 de noviembre, parecían abonar tales esperanzas.
Posición de los contendientes
A veces la inferioridad de fuerzas se compensa con superioridad de posición. Mas no era este tampoco el caso. Los atacantes tenían que dispersarse para proteger una larga línea desde Toledo, se hallaban lejos de sus bases, al contrario que el enemigo , con comunicaciones largas y difíciles, expuestas a ataques desde los costados. Y tampoco habían logrado apoyarse en la defensa natural del río Jarama, dejando especialmente expuesto su flanco derecho, por el que sería atacados una y otra vez.
Los defensores, en cambio, se encontraban con una retaguardia inmediata y maciza, moviéndose en líneas interiores, con la reserva en principio inagotable de la población madrileña y la protección de la enorme masa de edificios, donde se diluía la superioridad de la Columna Madrid para la maniobra en campo abierto.
Además, al acercarse al Manzanares, los atacantes se veían obstaculizados por un foso dominado por las alturas de la orilla opuesta, desde la que era fácil observar sus movimientos y bombardearlos con más precisión que a la inversa.
Sin duda, pues, a su inferioridad numérica y material unían los nacionales una inferioridad de posición marcadísima, la cual volvía en extremo aventurados sus movimientos. Con tal realidad contaron los defensores para lanzar una y otra vez sus contraofensivas.
El problema real
El plan de ataque de Varela permitía solo una limitada sorpresa, ya que cualquier audacia, como la de un proyecto auspiciado por Yagüe, de atacar por Cuatro Caminos, contraería riesgos muy elevados. Sin embargo aun ese grado de sorpresa quedó anulado al caer el plan de ataque en manos de los defensores, en vísperas del Día D.
Las condiciones generales en que se planteaba el combate hacen de este un caso muy poco común en la historia militar. Para el historiador el problema no es por qué Madrid resistió (lo asombroso sería que hubiese caído), sino más bien el por qué no llegó a ser aniquilado el ejército asaltante.
Que los populistas eran conscientes de su superioridad material, a despecho de interpretaciones a posteriori, lo demuestra la prensa de aquellos día. Y lo demuestra, sobre todo, el que intentaran reiteradamente cercar y destruir a sus enemigos, en contraofensivas generalmente bien diseñadas

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