El último punto del programa de VOX dice así:
Recuperar nuestro peso en el mundo. El peso que nuestra población, economía e historia merecen, tomando el control de nuestra soberanía en aquello que nos afecta directamente.
Esto es nada con sifón, palabrería hueca sobre un asunto hoy absolutamente prioritario. Sin contar con la “soberanía en aquellos que nos afecte directamente” algo interpretable en sentidos bastante siniestros, según se decida qué es lo que nos afecta. ¿Y “recuperar”? ¿Cuándo tuvo España peso y cuánto? Debieran especificarlo. En fin, puede significar cualquier cosa y puede decirlo cualquier partido. En el programa electoral de 2016 concretaba tres puntos: Cierre de embajadas de comunidades autónomas, defensa de nuestra soberanía e intereses, y política de alianzas basada en nuestros valores y principios. ¿Y cuáles son esos principios, alianzas e intereses? Quitando el primer punto, lo demás puede servir para el PP, para Podemos o para C´s: nuevamente, nada con sifón.
Lo que expresa el programa es una total ausencia de doctrina, común con los demás partidos. Sin embargo la cuestión se puede exponer en varios puntos concretos y básicos: ¿Nos conviene seguir en la OTAN? ¿Qué pasa con la tradición española de neutralidad? ¿Qué pasa con Gibraltar, no merece alguna mención? ¿Qué política seguiremos en la UE: liquidar progresivamente a España en unos “Estados Unidos” de Europa, como dicen o presuponen los demás partidos, o tratar de volver al Mercado Común? ¿Qué opinamos de los “valores” actuales de la UE: multiculturalismo, cristianofobia, LGTBI, disolución de las culturas nacionales, imposición del inglés como lengua superior, inmigración descontrolada, promoción imperialista de “primaveras árabes” y similares, acoso a Rusia…? ¿Tenemos alguna política en relación con Hispanoamérica? Y otras cuestiones parejas. Son estos los problemas concreto y cada vez más acuciantes, y que exigen algo más que retórica hueca, y sobre los cuales ningún partido se define claramente, más allá de cuatro tópicos y de seguir la corriente de otros países presuntamente amigos y aliados, pero con intereses claramente divergentes de los nuestros. España no tiene hoy una verdadera política internacional. Sin una postura clara, basada en estudios serios y sin capacidad de explicarlos, VOX será inevitablemente un partido más, con la desventaja de ser muy pequeño, con lo que no saldrá de la insignificancia.
Me permito invitar a este partido a madurar estas cuestiones. En el programa aparecen como el último punto, y sin embargo deberían estar al lado del de las autonomías, muy en primer lugar. Sin tomar conciencia de estas cuestiones clave, VOX se hará indistinguible de otros partidos y como el menor de ellos.
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El Gran Necio Infame (Rajoy), ¡amenaza con aplicar la ley! “¡Mira que te aplico la ley, Puchi!”. Le está diciendo, en realidad: “¿Por qué no volvemos a nuestros habituales chanchullos mafiosos al margen de la ley? ¡Puedes ganar mucho más dinero todavía, Puchi! ¿No te tienta? Sé bueno”. Hay que reconocer que ahí el Puchi revela más categoría intelectual y más principios que el Necio Infame.
Eran dos mundos no solamente enemigos, sino profundamente distintos, aunque no faltaran algunos préstamos mutuos, comerciales y culturales. La diferencia clave, que condicionaba las demás, era la religiosa. Ya mencionamos algunos rasgos que separaban con fuerza la moral y las actitudes políticas y en general ante la vida por parte de las dos religiones. En líneas generales, el cristianismo suponía mayor diferenciación entre religión y política; un concepto de la libertad personal que originaría gobiernos representativos; extensión mucho menor de la esclavitud, que se iría haciendo marginal: ideas muy diferentes del derecho; mayor autonomía de la mujer; monogamia estricta, bautismo y no circuncisión, etc.
Las dos religiones tenían cuna semítica, pero el cristianismo se vio desde muy pronto moldeado por la influencia griega y por un universalismo que lo alejaban de su origen judío; y se había asentado en tierras de lengua y etnia no semíticas. El islam era también universalista, pero al mismo tiempo mucho más particularista, por cuanto lo árabe, su lengua y su etnia, se consideraban superiores y en cierto sentido sagradas. La lucha política entre ambas religiones las radicalizó probablemente en la península, de modo que los andalusíes optaron por el estricto sistema jurídico malikí, mientras que los cristianos del norte, conscientes de la amenaza definitiva que se cernía sobre ellos, optaron por un enfrentamiento sin concesiones, como indica Beato, viendo su lucha como una obligada guerra santa contraria a la yijad.
Las concepciones del derecho diferían asimismo en gran manera: las leyes en España, aunque inspiradas en la moral católica, eran en realidad autónomas y variables, mientras que en Al Ándalus el derecho era directamente religioso, la sharia, que admitía escuelas e interpretaciones ante los casos concretos, pero que básicamente no podía cambiar.
Pero dentro de Al Ándalus persistía también una masa de población cristiana. Al revés que en el Magreb, donde la población se islamizó con sorprendente rapidez, en España la islamización sería muy lenta. Aquellos cristianos desarmados y sometidos, llamados posteriormente mozárabes o “arabizados”, porque fueron adoptando la vestimenta, diversas costumbres y cada vez más el idioma de los dominadores, mientras el suyo propio evolucionaba del latín a formas romances y desarrollaban una cultura propia y original. Soportaban mal su humillada situación en lo que había sido su patria, deploraban “la perdida de España” y mantenían la liturgia hispanogoda. Hubo algunas revueltas, de las que apenas hay recuerdo, y los que podían huían al norte cristiano. A las autoridades musulmanas no les urgía su conversión, pues de ellos extraían excelentes ganancias mediante los impuestos especiales, aunque estos, a la inversa, pesaban a favor de la islamización. No obstante, a finales del siglo los cristianos debían de constituir todavía más del 80% de la población andalusí. Muchos debían mirar con esperanza a los reinos del norte, pero al parecer sin demasiada convicción: la fuerza militar y la riqueza económica del emirato que tenían ante sus ojos les haría dudar de una reconquista efectiva por parte de los pobres cristianos del norte.
Los hispanos islamizados o muladíes fueron adoptando la lengua árabe, abrazaron la nueva fe con espíritu rigorista y miraban con aversión la corrupción y laxitud religiosa de las oligarquías árabes hacia cuyo poder, celosamente monopolizado, sentían aversión. Conformaban una nueva realidad histórica, culturalmente semítica, que invertía la victoria de Roma sobre Cartago. Así los musulmanes pasaron de ser una pequeña minoría militar extranjera a constituir una franja social minoritaria pero en aumento.
Otra diferencia esencial fue la lingüística. El idioma de los cristianos era un latín en rápida transformación en lengua romance, mientras que el árabe, de raíces muy lejanas, era el oficial en Al Ándalus y debía de expandirse con más rapidez que la religión. Las diferencias idiomáticas irían reforzándose con el tiempo, obstruyendo la comunicación, pues poquísimas personas del norte sabían árabe, y en el sur retrocedía el romance. El idioma encerraba un contenido cultural y, en el caso español, religioso, pues el árabe era el propio de la islamización, precisamente, mientras que el de los cristianos encerraba una larga tradición latina. En Al Ándalus, el árabe pronto se convertiría también en lengua de cultura. La invasión había sido esencialmente destructiva, pero poco a poco iría asimilando y modificando parte de la cultura autóctona y recibiendo los aportes de Persia, Bizancio y la India, que darían a Al Ándalus en el siglo siguiente un notable esplendor en muchos aspectos, no solo con respecto a España, sino también a toda Europa, sometida por entonces a las duras pruebas de una segunda oleada de invasiones. En la parte española, los centros fundamentales de cultura eran los monasterios.
Asimismo difería la composición étnica. En Al Ándalus abundaban, aun muy lejos de ser mayoría, los magrebíes, los judíos y una masa esclava traída del África negra y de Europa del este, más una dominante minoría árabe. La población autóctona se dividía entre cristianos o mozárabes, e islamizados o muladíes. Tal variedad social, cultural y religiosa, volvió casi permanente la guerra civil, que impediría a Al Ándalus sacar pleno fruto de su enorme superioridad material. Por contraste, el reino de Oviedo y los demás núcleos cristianos del norte gozaban de mayor homogeneidad étnica y religiosa, y por tanto de mayor cohesión (no sin querellas internas, desde luego). Por ello podían sacar mejor partido de su poder político y militar, pese a su debilidad material. Quizá quedasen en la cornisa cantábrica restos de los idiomas ancestrales, que pronto desaparecieron, salvo el vascuence, muy dialectalizado, de modo que dificultaba la comprensión de una comarca a otra. Conforme los vascones se civilizaban y abandonaban el paganismo, harían del latín y el romance sus lenguas de cultura.
No menor importancia tenía la organización militar. La oligarquía árabe desconfiaba de la población autóctona, incluso de la islamizada o muladí, de tendencia levantisca, por lo que compuso su ejército fundamentalmente con magrebíes y esclavos, en su mayoría de origen eslavo, a fin de impedir una relación estrecha con la población, que en general los odiaba. Un ejército requiere una organización extraordinariamente compleja, con disciplina y mandos expertos al menos técnicamente, y con una vasta red económica en torno, desde talleres y comercio de armas a la financiación de los sueldos, el aprovisionamiento de comida, ropa, caballos y ganado, etc. En todos estos aspectos, los emires tenían posibilidades incomparablemente mayores que los cristianos. Sin embargo estos, pese a que sus ejércitos eran necesariamente más primarios, tenían a su favor su composición con hombres salidos directamente del pueblo y muy fuertemente motivados. Dispondrían también de jefes muy hábiles, como demostrarían en el siglo siguiente. Y los islámicos tenían el problema de las fuertes rivalidades entre clanes árabes y entre estos y los bereberes, discordias generadoras de unos rencores que repercutían en la eficacia de los ejércitos.
Valor crucial tenía asimismo la actitud hacia la mujer, la cual indudablemente era mucho más libre y autónoma en la monógama España, donde tenía derechos y acceso a la propiedad de tierras o casas. La poligamia islámica causaba efectos deletéreos en todos los órdenes: aparte de degradar a la mujer, era en el fondo un privilegio de los poderosos, que podían adquirir gran número de esposas y concubinas, mermando las posibilidades matrimoniales de los varones comunes. Los harenes eran también nidos de celos e intrigas con repercusiones políticas cuando se trataba de los círculos de poder. Las diferencias se extendían, asimismo a las costumbres sexuales y familiares. En estos terrenos, los cristianos entendían las conductas de sus adversarios como viciosas y depravadas, asociadas al lujo de los poderosos musulmanes. Tampoco admitían los cristianos el matrimonio con verdaderas niñas, y aunque tanto el cristianismo como el islamismo condenaban la homosexualidad, esta, si bien despreciada, era bastante común y admitida en Al Ándalus.
Las diferencias se manifestaban también profundamente en el arte. Los árabes tomaron de los visigodos el arco de herradura, que iba a caracterizar fuertemente su arquitectura. Al revés que los cristianos, no tenían pintura ni escultura propiamente dichas, pues su religión les prohibía la representación de personas o animales, debiendo limitarse a jugar con motivos ornamentales inspirados en las plantas. Por el contrario, el arte pictórico y escultórico sería siempre una característica muy acentuada en España.
Las diferencias significativas se extendían a la vestimenta y la culinaria. En la cocina española eran centrales el cerdo y el vino, cosas ambas prohibidas por el islam, aunque en Al Ándalus se observaba cierta laxitud etílica, subrayada por diversos autores.
Basten estos rasgos generales para apreciar hasta qué punto eran España y al Ándalus, en efecto, dos mundos distintos, con visiones contrarias del mundo y de la vida que se afectaban a todos los aspectos de la sociedad. Obviamente no dejó de haber préstamos e influencias mutuas, incluso lingüísticas, pero sobre un fondo de radical oposición.