Tres meses después del desembarco, hacia el 19 de julio, tuvo lugar el choque entre ambos ejércitos, por la zona del río Guadalete. Las fuentes árabes y cristianas coinciden en que una parte del ejército godo abandonó a Rodrigo en el momento álgido del combate, por lo que sus tropas fueron envueltas y destruidas por los moros. Sobre la traición no hay duda razonable, pues diversas fuentes la comentan, y un musulmán descendiente de una nieta de Witiza se jacta de que gracias a sus abuelos había penetrado el islam en España, según expone Sánchez Albornoz.
Los métodos de terror de la yijad eran seguramente ya conocidos en España, y la derrota causó pánico: la gente huía al campo o a la sierra según se acercaban los moros, quedando en las ciudades pequeñas guarniciones al mando de jefes que actuaban descoordinados, como explica la crónica del Moro Rasis. Tuvo que haber tratos inmediatos entre los vitizanos y los moros, para establecer la recompensa a estos, pero Tárik, comprendiendo la debilidad en que había quedado el reino, emprendió sin tardanza una ofensiva para asegurar el dominio en el sur. Sitió a Sevilla, y al parecer tardó un mes en conquistarla, dando tiempo a algunos hispanos a rehacerse parcialmente en Écija. Allí, tropas y ciudadanos infligieron cuantiosas bajas a los atacantes, pero fueron finalmente vencidos y en gran parte exterminados. Otras grandes ciudades de la Bética, como Córdoba o Málaga, con escasa guarnición y abandonadas por sus moradores, fueron conquistadas con bastante facilidad.
Entonces quedó abierto el camino hacia el norte, hacia Toledo, centro político y administrativo del reino. Las crónicas señalan que Tárik apenas tuvo que esforzarse en tomar la ciudad, pues, como de otras, habían huido gran parte de sus habitantes, pero también la guarnición y los nobles, salvo algunos viejos. Posiblemente intervino en la entrega el personaje Don Oppas, que también escapó de la ciudad, quizá después de haber provocado la huida de los demás. Este Oppas aparece unas veces como hermano y otras como hijo de Witiza (esto es improbable) y como obispo; y como traidor al nivel de Don Julián. Los nobles, en general viejos que habían quedado en la ciudad, fueron degollados en público. Tárik avanzó algo más hacia el noreste, y se detuvo, al parecer en espera de la autorización de su superior Muza.
La caída de Toledo sucedió a finales de aquel año 711, tan crucial en la historia de España. Para entonces los islámicos no habían conquistado todavía más allá de un quinto de la península, y el dominio total les exigiría aún ocho años, pero esto ya tenía importancia menor: la pérdida de Toledo significaba en la práctica el final del reino, al desarticular un estado considerablemente centralizado. Tanto por esto como por su posición en el centro de la península, que facilitaba las ofensivas sobre el resto, para los islámicos fue un éxito estratégico fundamental. Por tanto la dispersión del poder godo y la dificultad para reagrupar sus fuerzas se agravaron en extremo, aunque parece que se nombraron algunos reyes posteriores a Rodrigo y Agila II. No menos importante fue la captura de un inmenso botín, el enorme tesoro de los godos, que asombró a los invasores, y dejó a sus contrarios sin apenas recursos financieros. Gran parte de parte de aquellas riquezas procedían seguramente del saqueo de Roma en 410, justo tres siglos antes. Entre las piezas estarían probablemente las procedentes del Templo de Jerusalén, saqueado a su vez por Tito el año 70. El hecho de que las autoridades hispanogodas se dieran a la fuga sin llevar consigo el tesoro indica o bien un pánico extraordinario, o bien una traición. O quizá la facción de Agila II, contraria a Rodrigo, que habría llamado a los islámicos en su ayuda, pensase todavía en mantenerse en el poder.
Al año siguiente, Muza desembarcó a su vez con 18.000 hombres, esta vez árabes casi todos, y emprendió la conquista por el oeste, hacia Mérida, que le resistió largo tiempo, y hacia el norte. Aun tardarían ocho años en completar la conquista de España, pero lo esencial había quedado hecho en dos años. Pronto empezaron a llamar a España Al Ándalus, nombre de significado incierto, que se ha relacionado con los vándalos, lo que cuadraría más a Túnez y Argelia, o con la Atlántida. El nombre entrañaba mucho más que un cambio nominal: el cambio de una civilización por otra un cambio progresivo y cada vez más radical de religión, idioma, costumbres y política.
Muza y Tárik se encontraron en Toledo, y el primero, fuera por una disputa sobre el tesoro o por la autoridad, o por ambas cosas, maltrató a Tárik en público, golpeándole en la cabeza, lo que motivaría uno odio feroz entre ambos.
Entre tanto, los vitizanos debieron esperar que sus triunfantes aliados les repusieran en el poder, y según un relato, Agila II lo habría reclamado a Tárik y a Muza. Estos lo habrían remitido a Damasco para que el califa, Al Ualid I, decidiese. Al parecer fue recibido con amabilidad, pero no se le concedió el poder, sino solo una gran cantidad de fincas. Este acuerdo, si se produjo, solo podía redundar en mayor desmoralización de los dispersos poderes godos en España, donde algunos nobles, como Teodomiro de Orihuela, pactaban con los invasores a cambio de conservar vida y hacienda.
Las proezas de Tárik y Muza no iban a dar a ambos mucha gloria. Tárik informó al califa acusando a Muza de corrupción y nepotismo, por repartir entre sus hijos los altos cargos en España y ambos fueron llamados a Damasco. Entre tanto Ualid falleció y su sucesor, Solimán, quiso celebrar con grandes festejos su accesión al poder. Muza, imprudentemente, entró en la ciudad como gran triunfador haciendo alarde del botín ocupado en España. Solimán, enfurecido, le arrebató el tesoro y paseó a Muza por Damasco con una soga al cuello. El hijo de Muza, Abdelazis, había quedado como gobernador de Al Ándalus, pero tuvo la desgracia de enamorarse de la viuda de Rodrigo, llamada Egilo o Egilona, y por influencia de ella adoptó costumbres y algunas formas del poder gótico. Se dijo que se había hecho cristiano en secreto, por lo que otros musulmanes lo degollaron y enviaron su cabeza a Damasco. Solimán le preguntó a Muza, con sarcasmo, si la reconocía. También hizo asesinar a otros dos hijos del desdichado, que habría muerto de melancolía mientras peregrinaba a La Meca. Tárik debió de vivir pocos años más, oscuro y olvidado en Damasco.
No existen relatos contemporáneos de la caída del reino hispanogodo, bien sea porque han desaparecido o porque simplemente no llegó a haberlos, hecho que en todo caso ayuda a percibir la amplitud y profundidad de la catástrofe. El documento más próximo que trata con algún detalle los sucesos es la Crónica mozárabe de 754, posterior en 43 años a la caída de Toledo. Las siguientes crónicas cristianas conservadas, aunque probablemente hubo otras, son la Crónica Albeldense y la Crónica Profética, posteriores en unos 170 años, y la Crónica de Alfonso III, a dos siglos de los sucesos. Por parte árabe el relato más antiguo y muy utilizado es la Crónica del moro Rasis (Al-Razi), también posterior en más de dos siglos, y el Ajbar Machmúa un siglo más tardía. De la conquista islámica debieron de quedar durante mucho tiempo solo relatos orales con numerosas variantes
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La frívola ignorancia de los políticos sobre un problema crucial está llevando al país a una situación crítica:pic.twitter.com/W4or9Vw5AG



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