1.- Lo primero que debía haber habido es una declaración oficial del gobierno, de la guardia civil y de la policía sobre el atentado. Pero ha sido la Generalidad y sus mozos de escuadra (los “mosus” dicen todos los cantamañanas) quienes han corrido con esa formalidad. Sin embargo las competencias antiterroristas no han sido transferidas ni podrían serlo, pertenecen al gobierno, no a la autonomía, la cual se ha comportado como dueña de país independiente. Este dato esencial no ha sido advertido por casi ningún analista, reflejo de cómo la política en España se ha transformado en una orgía de palabrería vacua, en una farsa. Algo parecido ha ocurrido con la seguridad del aeropuerto del Prat, que es competencia exclusiva del gobierno y debiera estar en manos de la Guardia Civil en todo momento. Rajoy y sus ministrillos simplemente incumplen la ley y reconocen por la vía del hecho consumado, una vez más, el estado residual del estado allí, y la práctica secesión de Cataluña. Y un gobierno que ni cumple ni hace cumplir la ley es simplemente un gobierno antidemocrático y delincuente. Aunque casi todo el mundo persista en hacer como si no se enterase, debido a la ausencia o precariedad de cultura democrática en España.
2.- Rajoy ha apelado en tuíter a la unidad contra el terrorismo. Pero ¿unidad con quién? Rajoy, precisamente, es el seguidor de Zapatero, que rescató a la ETA del borde del abismo, premió sus crímenes con legalidad, dinero público, presencia institucional, proyección internacional, liberación de presos, etc., admitiendo así los asesinatos como modo de hacer política y lograr puestos “representativos”. Ello supone destruir el estado de derecho, anulando la democracia en uno de sus rasgos principales. Nuevamente, la ausencia de cultura democrática en los partidos, analistas y comentaristas de los medios pasa por alto una operación delictiva absolutamente escandalosa, que ha hecho de España una democracia fallida, convirtiéndola en “el país de la Gran Patraña”, como la URSS era “el país de la Gran Mentira”.
3.- Dentro de esta farsa brutal hemos visto a los jefes de la Guardia Civil y la policía y otros mucho tratar de censurar las imágenes del atentado. Hipócritamente hablan de “respeto a las víctimas”, los mismos que han promocionado al máximo imágenes como la del bebé sirio ahogado. A quienes respetan realmente es a los terroristas, y la causa es simple: tratan de impedir lo que llaman “la islamofobia”. Esto, en un país donde la cristianofobia, los ataques directos e indirectos al cristianismo, base de la cultura europea, son el pan nuestro de cada día desde todos los ángulos, desde los LGTBI al gobierno y a los amigos del Frente Popular, más cada día. Lo que se persigue con esa política es desarmar de antemano cualquier oposición al islam, con el pretexto de que los yijadistas son solo una minoría.
4.- Los terroristas son siempre minorías, pero pueden tener más o menos apoyo. Y es evidente que tienen mucho. Irónicamente escribí en tuíter: “Creo que los cientos de miles de musulmanes en Cataluña van a manifestarse con furia contra el terrorismo islámico”. En París se convocó una manifestación de esas, a la que acudió un centenar de personas, no todas musulmanas. Los hechos reales son que la mayoría de los islámicos desprecian nuestra cultura, a lo que tienen derecho, pero no en nuestros países. La consideran una cultura decadente, en lo que probablemente tienen alguna y aun bastante razón. Y la tendencia general en el mundo islámico no es, desde hace muchos años, a una “occidentalización” sino a todo lo contrario. Basta ver fotografías de mujeres en Teherán, El Cairo Kabul y muchos otros lugares hace treinta o cuarenta años y las actuales. La misma Turquía, antaño una peculiar democracia tutelada por el ejército, sigue esa orientación. Y dentro de Europa, las crecientes minorías musulmanas tienden a una mayor radicalización. En España es particularmente peligroso porque la memoria de Al Ándalus sigue muy viva en el mundo islámico, como de vez en cuando se encargan de recordarnos.
5.- La Comisión islámica de España ha condenado “todo tipo de terrorismo”. La expresión es significativa, como la del PNV cuando, en relación con la ETA, “condenaba” todo tipo de violencia, es decir, la violencia “represiva” de los cuerpos de seguridad, equiparándola hipócritamente a los crímenes etarras. Hay que decir que, en la perversión del lenguaje habitual con el término terrorismo, no dejan de tener un argumento aparente: la UE, por medio de la OTAN, ha ayudado a sembrar el caos y la guerra civil, con cientos de miles de muertos, en Afganistán, Irak, Libia o Siria, provocado un golpe militar en Egipto, etc. El terrorismo islamista aparece entonces como una respuesta a tales hechos. Especialmente sangrante, y por haber intervenido España directamente en el crimen, fue el derrocamiento de Gadafi, que llevaba años de política moderada, derrocamiento que destruyó literalmente una sociedad antes tranquila, ordenada y rica. ¿Han visto a alguno de los políticos europeos causantes hacer el más mínimo análisis autocrítico al respecto? So pretexto de “democratizar” esos países los han llevado al desastre, y de paso están haciendo lo mismo en Europa. Me quedo prácticamente solo en la exigencia clave para España de abandonar la OTAN, una organización que supone una alianza con un país invasor de nuestro territorio (Inglaterra) en un punto clave para nuestra defensa, así como la desprotección de Ceuta y Melilla, ciudades españolas de hecho reservadas por la OTAN a Marruecos, a plazo más o menos largo. Una organización que convierte a nuestras fuerzas armadas en un ejército cipayo al servicio de intereses ajenos, bajo mando ajeno y en lengua ajena.
6.- Repliqué a uno de esos tuits que predicaban la unidad para acabar con los yijadistas: “Lo primero sería acabar con los repugnantes gobiernos que han premiado a la ETA y favorecido a los islámicos. Sin eso no hay nada que hacer”.
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–Digas lo que digas, la novela deja un regusto de absurdo y de fracaso en todo. O bien, como ese tema eterno en la literatura y el cine: dos amantes triunfan en su amor después de incontables peripecias y obstáculos internos.
–Esas dos interpretaciones se excluyen. Pero está bien que me presentéis esas cuestiones, me obligan a pensar sobre el contenido de la novela, porque “salió” así, con muy poca planificación previa. No es que lo que vengo diciendo sobre ella estuviera planeado conscientemente, sino que, dando vueltas al relato, uno puede encontrar tales o cuales cosas no previstas. Quizá refleja una visión de la vida del propio autor, o más bien una actitud inconsciente. De eso hablaré… Sí, después de tantas peripecias, Carmen y Alberto se casan y llevan una vida feliz, dice Alberto que la lleva, aunque la cosa no es tan simple. Podría considerarlo un final feliz, no solo por Carmen, pues también la causa por la que ha luchado y sufrido tanto ha ganado la partida, y ya no sería necesario seguir en las mismas. Pero el protagonista duda, sin explicarlo, sobre si no tendría más valor su vida tormentosa de joven que su vida amorosa y productiva posterior. Máxime cuando los hijos no le han salido a su gusto, sino que se han dejado llevar por ambientes… En ese género eterno que dices se llega a un final feliz, aunque no se explica qué pasa después.
–Sí, esa sensación de cosa incompleta que dejan los finales felices. También en las novelas de aventuras. La isla del tesoro, para mí es el gran modelo y nos deja una impresión decepcionante. Después de tantos riesgos y demás, los protagonistas vuelven ricos y ya se acabaron las aventuras: tanta acción emocionante para llevar una vida presumiblemente aburrida. Aquí no triunfa el amor sino la riqueza, una idea muy inglesa. El final feliz nos deja una sensación de vacío en los dos géneros, los de amores y los de aventuras.
– Estoy bastante de acuerdo. Ahí está la sensación de absurdo: la acción culmina, y lo que viene después ya es poco interesante: no se explica, el relato no se alarga, porque es poco interesante, precisamente. Entonces, ¿qué sentido tiene lo anterior? ¿Y por qué nos parece interesante la vida llena de peripecias peligrosas del joven Alberto y tan insípida la vida de profesor del Alberto maduro, a la que evidentemente he dedicado muy poco espacio? Claro que la novela podría tener una continuación mostrando los acuerdos y desacuerdos de la pareja, las intrigas de la universidad, los apuros económicos, el contraste entre la educación de los hijos, que Carmen hace tan católica, y el resultado, muy poco católico, como ha ocurrido tantas veces en la realidad. O las decepciones y las alegrías académicas, la experiencia con los alumnos, las reacciones psicológicas de unos y de otros. De hecho existen muchas novelas más o menos así, pero en contraste con la vida anterior parece todo banal. Y ese contraste da también la sensación de absurdo.
–Pero usted ha dicho que su novela no entra en el género del absurdo, que el absurdo es una contradicción en sí mismo.
–Sí, eso creo. Si realmente crees que la vida es absurda, que no tiene sentido, ¿para qué vas a escribir una obra de teatro o una novela? Algunos me han criticado cosas como estas: yendo a Rusia, los dos amigos entablan una estrecha amistad con otros dos personajes, un campesino analfabeto y un profesor de química. El profesor toma al campesino bajo su tutela, le enseña a leer y escribir, y el ex analfabeto revela ciertas dotes poéticas. Luego, después de tantos peligros compartidos, el profesor y su alumno mueren en una ofensiva rusa. También Paco morirá después de haber provocado un terrible desastre en las relaciones entre ellos. Y me dicen ¿por qué haces morir a esos personajes? Ciertamente podría haberlos “salvado”, como también a Iliena. Esta podría haber venido a España con Alberto (alguna que otra rusa lo logró) y la trama tomaría un desarrollo nuevo con el conflicto entre el amor por así decir tranquilo y sensato por Carmen, y el apasionado por la rusa. Pero no he querido escribir una especie de cuento de hadas. Gran parte de lo expuesto en Rusia está sacado de los diarios y relatos de divisionarios, y la realidad se pareció mucho más a como la expongo que a como podría hacerlo usando la arbitrariedad del novelista o el deseo de evitar ciertas crudezas que a muchos lectores les parecerán inconvenientes. Incluso la captura del campesino por los rusos, y su fuga, ocurrieron en la realidad. Hubo uno que realizó la proeza, muy difícil, volviendo a las filas españolas… para morir poco después en un combate o por una bala perdida, no recuerdo bien.
–Vuelvo a lo mismo, ¿no pretende reflejar ahí el absurdo de la guerra, por ejemplo?
–Si me ha salido algo así no ha sido por mi voluntad. No es una novela pacifista. Tampoco belicista. Todo tiene un sentido, pero solo percibimos algunos reflejos de él. La preocupación semiconsciente por esas cosas se le presenta a Alberto en un sueño en el tren que le lleva de Alemania a Rusia. En él, millones de hombres marchan en trenes para enfrentarse a muerte unos con otros. No saben por qué. Unos irán con entusiasmo, otros con miedo, unos convencidos, otros horrorizados. Pero en definitiva no saben por qué Aparentemente quienes lo saben son otros pocos hombre aislados en castillos remotos (o algo así, hablo de memoria), que envían a los ejércitos y los dirigen, pero resulta que ellos tampoco lo saben. Es decir, nadie sabe por donde va la historia, que suele burlarse de los más sesudos análisis. La capacidad humana de ver y de prever es a corto plazo. Ahora bien, una cosa es decir que “no sabemos” o “no entendemos” y otra deducir de ahí que el mundo es absurdo. Eso es dar un gran salto ilegítimo. Claro, si ud tiene una religión, la de Jesús, la del Progreso, la de la Libertad, del Comunismo, de Mahoma o lo que sea, entonces cree conocer el significado de la vida y le da un significado. Entonces el espíritu descansa, pero yo prefiero la frase de Omar Jayam: no sabemos. Y no obstante, dentro de no saber, actuamos, la vida misma nos empuja a actuar, a trabajar, a esforzarnos, a luchar con más o menos suerte o resultados, que muchas veces son los contrarios de los que deseamos y planeamos… Dentro de no saber, sabemos algo, aunque no todo lo que quisiéramos. La novela no dice eso, no teoriza sobre eso, solo lo refleja en la acción, mejor o peor.
En Una historia chocante expuse sobre el regeneracionismo: “Las antaño consideradas hazañas y glorias hispanas, como el descubrimiento de medio mundo, las conquistas y colonización de América, la evangelización, la fundación de ciudades y universidades, el establecimiento de relaciones entre todos los continentes habitados, la Reforma católica, la contención de los turcos y de los protestantes, etc., eran miradas con desprecio o con burla, o simplemente ignoradas por los refundadores. Para ellos, España había sido el país de la Inquisición y de los genocidios, de la miseria, el oscurantismo y la superstición, y las supuestas glorias debieran más bien avergonzarnos. Los “buenos” habían sido, precisamente, los enemigos de España, empezando por los cultos y refinados musulmanes. La cultura del Siglo de Oro suscitaba despego, excepto algunos autores prestigiosos, en particular Cervantes, a quienes se pretendía convertir en precursores de las ideas de los críticos”
Y una clave más o menos clara de todo el asunto habría estado en la nefasta Reconquista. Ortega llevaba el mal o la enfermedad hasta los visigodos, un pueblo decadente, contaminado por el contacto con la decadencia romana, al revés que los francos, frescos y puros en su barbarie creadora.
No es difícil percibir la extraordinaria semejanza de aquel regeneracionismo con los nacionalismos vasco y el catalán, a todos los cuales cabe calificar también de regeneracionistas a su modo. Los regeneracionistas despreciaban el pasado real de España tal como Arana o Prat de la Riba despreciaban el pasado real de Cataluña y de Euzkadi, supuesta historia de opresión consentida hasta con abyecta alegría por vascos y catalanes. Aunque, a diferencia de aranistas y pratistas, los regeneradores no sembraban el odio o el resentimiento hacia ninguna parte de España, coincidían en fomentar la aversión por el común legado hispano y por el liberal régimen de la Restauración. También se asemejaban sus estilos, entre plañideros y amenazantes, y sus tonos exagerados y un tanto megalómanos, de parva sustancia intelectual, y su pretensión de fundar naciones. Curiosa en cambio la divergencia en las conclusiones a partir de las mismas premisas: unos aspiraban a refundar la nación española, de tan “anormal” pasado; los otros a desarticularla y hundirla de una vez por todas, lo que no sería menos lógico.
Los regeneracionistas pretendían destruir el liberal régimen de la Restauración, tildado de “necrocracia” o dominio de los muertos, para refundar España “como si nunca hubiera existido”. Refundar una nación que tan honda huella había dejado en la historia humana, tarea realmente titánica, en comparación con las cual las pretensiones de Prat o de Arana sonaban a modestas y llevaderas empresas provinciales. Pero, sorprendentemente, aquellos personajes no tenían nada de titanes ni de héroes. Ante todo procuraban “arreglarse la vida” mediante alguna oposición que les incorporase al funcionariado de la “necrocracia” para verter impunemente sus prédicas desde esa posición segura y aprovechando las libertades del régimen. No respondían al tipo de fanático entregado a una causa imaginaria, como Arana o Prat, ni al hombre inspirado o al hombre de acción, sino más bien al tipo del “señorito” clásico, frívolo y desconocedor de los rigores de la vida.
El regeneracionismo contribuyó, junto con el terrorismo anarquista, la demagogia socialista y el auge de los separatismos, a hundir el régimen que les permitía organizarse y hacer propaganda. Tras el fallido intento estabilizador de la dictadura de Primo de Rivera, los regeneracionistas tuvieron su oportunidad histórica con la II República, que fue entre otras cosas una orgía de palabrería desenfrenada. En ella demostraron su incapacidad política, hasta verse arrastrados a la guerra civil por los extremismos totalitarios y guerracivilistas, a cuyo triunfo en unas fraudulentas elecciones habían colaborado. La refundación de España estaba resultando un proceso de descomposición extremadamente peligrosa.
Cuando acusan de “franquistas” a las reivindicaciones del pasado español, entre ellas la de la Reconquista, no dejan de tener alguna razón, porque un aspecto del franquismo fue la reivindicación de la España real e histórica, quizá con excesiva atención al catolicismo, que determinaría la ruina del régimen. Pero por otra parte la reivindicación se hizo en general con gran amplitud, permitiendo versiones diversas. No es aquí el momento de entrar en detalles al respecto, pero debe señalarse que ya antes de la muerte de Franco cundían versiones semejantes a las de los regeneracionistas, complicadas con análisis marxistas y similares. Estas, ante la escasez de la respuesta teórica tienen ahora de nuevo gran importancia, con las consecuencias verborreicas y disgregadoras sabidas. Llegó a imponerse un verdadero tabú sobre cualquier versión que pudiera identificarse con el franquismo, y sobre esa condena en el fondo totalitaria se han desarrollado las campañas distorsionadoras más extremas, parejas a las del regeneracionismo, de las que hemos ofrecido un pequeño muestrario en relación con la Reconquista. Y esta es la situación en que nos encontramos hoy, y de la que es preciso salir..