¿Puede España tener su propia vía?

Blog I: Ayn Rand o un pensamiento histérico: https://gaceta.es/opinion/ayn-rand-pensadora-peculiar-20170728-1911/

Una hora con la Historia: https://www.youtube.com/watch?v=93OT_QPP4rQ&t=9s

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 Alemania desde que se convirtió en nación se convirtió también en una gran potencia emergente que amenazaba, por su propia impulso (“un lugar bajo el cielo”), el statu quo  del reparto de poder en Europa y en otros continentes.  Pronto se puso a la cabeza de Europa por su ciencia, su pensamiento, su técnica extraordinariamente innovadoras, y por sus excelentes universidades, las mejores del mundo, imitadas en Usa e Inglaterra, y por su literatura y arte en general.  Y era un país liberal, y más democrático que la muy clasista Inglaterra, por ejemplo, cuya preeminencia en todos los terrenos ponía en peligro, lo mismo que la de Francia. La rivalidad imperialista concluyó en la I Guerra Mundial.

   Comparémoslo con la España de la misma época (1870 en adelante) De primeras, España cayó en una república demencial, teóricamente democrática, después de casi medio siglo de liberalismo caótico. Desde 1870 el país se enderezó un poco, con régimen liberal y más o menos democrático (sufragio universal masculino desde 1890, uno de los primeros de Europa. Aunque falseado: en casi todas partes lo era de un modo u otro). Fue el régimen de la Restauración, muy mediocre en todos los terrenos, pero acumulativo, lo que admitía una probable aceleración con el tiempo. Pudo superar  pronto, por ejemplo, los efectos económicos del Desastre del 98, aunque fracasó en los políticos y morales. Pues el Desastre fue ante todo moral y político, a manos de la democracia liberal useña, que impuso la guerra con el propósito definido de apoderarse de Puerto Rico y Filipinas, y someter a tutela a Cuba (y de paso a toda la cuenca de las Antillas).

   El resultado final del 98 fue la II República, constituida por  los enemigos de la Restauración, y la guerra civil. Los problemas morales y políticos surgidos del 98 se resolvieron en lo fundamental con la guerra y el franquismo, y la democratización posterior debiera haber permitido una consolidación y un avance sobre las bases creadas durante esos casi cuarenta años,  como deseaba la mayor parte de la población.  No fue así, y hoy nos encontramos con el auge de los mismos radicalismos y tendencias disgregadoras y totalitarias nacidos del 98.

   España ha tenido mala suerte: la invasión francesa  (“progresista”) dejó el país arruinado y sobre todo dividido irreconciliablemente. La intervención de la liberal Inglaterra contribuyó a debilitarla más ayudando de modo muy importante, en el fondo decisivo, a destruir el Imperio español. Y después de una primera guerra carlista, ganada por los liberales, sucedió un período de constantes golpes militares o pronunciamientos de unos liberales contra otros, que terminó, aparentemente, con la Restauración.

Y otra potencia demoliberal, Usa, acabó de rematar el Imperio español, con una España que vivía en régimen liberal: culminaba de modo catastrófico un gran período histórico comenzado cuatro siglos antes con el Descubrimiento de América; y culminaba también el “siglo inglés” después del XVIII francés en España. La Restauración estaba cerrando las heridas abiertas por la invasión francesa, que se reabrieron por efecto de la guerra del 98, con nuevas formas, de donde nació aquella profundísima crisis nacional que desembocaría en una caótica república, de “mentira, estupidez y canallería”, como la definiría Gregorio Marañón rectificando sus análisis primeros, que habían contribuido a traer aquel régimen.

  La guerra civil y el franquismo fueron una solución in extremis a una amenaza de desintegración nacional y civilizatoria.  Aquel régimen permitió que España se recuperase en profundidad, dejando un país reconciliado, sin los odios del pasado –salvo minorías ínfimas– próspero, industrializado, culto, con una extensa clase media… Ello hizo posible una “democratización en orden” como la que había propugnado el mismo Franco en 1930. Y nuevamente, algo se frustró, en gran medida bajo la presión e influencia de las mismas democracias europeas que habían fracasado frente al nazismo, habían intentado llevar la hambruna a España  y habían apoyado el terrorismo etarra, entre otros ataques a nuestro país so pretexto del “fascismo español”. El renacimiento de los “demonios familiares” procede en parte importante, aunque no decisiva, de esa presión, que imponía “olvidar” primero al franquismo, que había desafiado con éxito a esas democracias, para condenarlo después como un régimen a borrar de la historia y buscar la identificación con la república y el Frente Popular.

   Manifestaciones de ese error de la transición fueron, aparte de una falsificación sistemática de la historia y  reimpulso de la leyenda negra y las políticas correspondientes;  hechos como  la apertura de la verja de Gibraltar, el espíritu lacayo hacia Francia, Inglaterra y Usa, la integración en una OTAN marcada, para lo que nos interesa, por Gibraltar, Ceuta y Melilla, la construcción de un ejército cipayo;  y finalmente el fracaso de una democracia fallida, opuesta a la propia integración nacional.

    El dato es que España, con régimen liberal o autoritario, ha sufrido continuas agresiones de otros regímenes liberales o democráticos, en particular Francia, Inglaterra y Usa, básicamente porque a todos ellos les conviene una España  manejable y por tanto débil. Claro está que el aspecto decisivo no se encuentra tanto en la presión y agresiones exteriores, sino en la decadencia moral e intelectual de las élites españolas..

No todo es negativo. Los grandes éxitos internacionales de España, con máximo beneficio interno y externo, fueron las neutralidades en las dos guerras mundiales. Neutralidades que, aunque no fundamentadas intelectual o ideológicamente, respondían a una conveniencia histórica de mantenernos al margen de unos conflictos intereuropeos en los que solo habríamos desempeñado el papel de peones de intereses ajenos. Era necesario llevar nuestra propia vida, en relación natural con el resto de Europa pero sin implicarnos en sus querellas.  Precisamente un punto principal de la “batalla cultural” de que hablábamos es la fundamentación intelectual de la neutralidad española como beneficio, además, para la paz exterior.

 Por otra parte, casi nadie percibe o quiere percibir  las profundas implicaciones de este hecho: Europa occidental debe su democracia a la intervención del ejército useño, y el reinicio de su prosperidad al dinero useño también. España no tiene en absoluto esa tremenda carga histórica. Es más libre que el resto, a pesar de que, por obra de unas clases políticas miserables, se comporte como un pedigüeño agradecido con respecto a esos países, que realmente nos han hecho un daño inmenso. No se trata de cultivar resentimientos sino de buscar una vía propia en un mundo cada vez más cargado de incertidumbre.

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En Los mitos del franquismo he encarado de forma implícita o explícita algunos de estos problemas.

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Errores de detalle y de enfoque

UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

Errores de detalle

En los libros de historia hallamos dos tipos básicos de errores: los de detalle y los de enfoque. Los primeros se cuelan incluso en los libros más minuciosos, porque, de un lado, es imposible comprobar a fondo todos y cada uno de los datos utilizados, y el investigador ha de dar crédito necesariamente a otros autores que no siempre aciertan; y, por otra parte, los datos suelen ser corregidos por nuevas investigaciones. Así, sobre el armamento aportado en la guerra por los alemanes, los rusos o los italianos salen de vez en cuando estudios que afinan las cifras… o que las devuelven al campo lodoso de la propaganda.

Un caso interesante fue el del inglés G. Howson, cuya obra acogieron con calor historiadores como S. Juliá, E. Moradiellos y otros muchos que creían encontrar en ella la prueba de la tesis, desechada hace tiempo por historiadores solventes, de que Franco había ganado gracias a la ayuda germanoitaliana: un clásico error de enfoque. El libro del autor inglés, muy pintoresco en sus apreciaciones sobre la España de entonces, sufrió la crítica demoledora de buenos especialistas como A. Mortera y J. Salas, que remitieron la cuestión a sus justos términos.

Varios lectores me han hecho observar errores de detalle en Los mitos de la guerra civil. Algunos apenas pasan de erratas, como llamar “congreso Vaticano II” al concilio, o Javier a Víctor Pradera, o atribuir un hecho del año 1938 al año siguiente, etc. Son fallos que el lector subsana automáticamente por su cuenta. Otros resultan peores, como la omisión de Durruti o de Unamuno entre los personajes del apéndice final; o fallos en los mapas: son muy esquemáticos y sólo quieren ofrecer una imagen visual de la evolución del conflicto, pero el último tiene muy mal trazado el sur de la zona izquierdista hacia el final de la contienda; o llamar “fascista”, sin mayor matización, a la Falange, etc. Sobre el asesinato de García Lorca menciono un dudoso gasómetro, citado de otro libro. También, contra lo escrito por mí, hay fotos de las hojas lanzadas por Mola con amenaza de arrasar Vizcaya. Hay dudas sobre la autenticidad de las hojas, pero las fotografías existen y ello basta para, mientras no se pruebe otra cosa, corregir mis expresiones.

Menos perdonable resulta la opinión demasiado favorable a la actuación de Von Richthofen, autor del bombardeo de Guernica, durante la guerra mundial. Richthofen no parece haberse afiliado al partido nazi ni ordenado bombardeos puramente terroristas, pero sus ataques aéreos a Belgrado o Stalingrado, aunque dentro de operaciones militares, fueron despiadados y causaron decenas de miles de muertos civiles. Esto es más que una conducta meramente profesional.

Los mitos contiene alguna omisión poco justificable. Por ejemplo, señala la inutilidad militar del bombardeo de Guernica, al realizar Mola el avance inmediato en otra dirección y perder así la oportunidad de copar a buena parte del ejército enemigo. Sin embargo, el bombardeo tuvo otro resultado militar de primer orden: el PNV llamó a los suyos a luchar con reforzado ímpetu, pero bajo cuerda intensificó sus contactos con los fascistas italianos, traicionando a sus aliados del Frente Popular y a las propias tropas vascas. Esos “diálogos” facilitarían a Franco su primera victoria masiva en Santander, donde pudo capturar de un golpe a varias divisiones enemigas y una gran cantidad de material de guerra.

Indudablemente habrá más fallos de este género, que, en fin, aparecen inevitablemente, como he dicho, y por lo común no son graves, salvo si abundan en exceso o alteran de modo importante los hechos. Error de detalle que cambia la visión general podría ser, por ejemplo, éste sobre Casas Viejas en la serie que va publicando el El Mundo (tomo I, pág. 174): “Unos campesinos se rebelan y arremeten contra el cuartel de la Guardia Civil. El Gobierno mandó refuerzos desde Madrid y murieron 19 campesinos. Desde entonces la CNT volvió la espalda a la República”. ¿Desde entonces? La CNT llevaba mucho tiempo atacando a la República, no sólo dándole la espalda. El suceso de Casas Viejas, en enero de 1933, se inscribía en una insurrección mucho más amplia, segunda de las intentadas por la CNT, aparte de otras huelgas insurreccionales desatadas ya en 1931, a los pocos meses de llegar la República. La equivocación del libro es ciertamente grave, pues oculta un proceso tan importante en el desarrollo de la República como las insurrecciones anarquistas. Y resulta muy débil decir que “murieron” los campesinos, cuando fueron detenidos en una razzia indiscriminada y masacrados a continuación. Asimismo, el lector desprevenido puede atribuir la matanza a la Guardia Civil y no a la autora real, la Guardia de Asalto, dato muy significativo porque la primera solía considerarse de espíritu monárquico, siendo la segunda una creación de la República. Otro error de difícil disculpa: en la página 104 califica a Lerroux de “demagogo catalanista”, y habla de “las pedestres formas del político catalán”. Ni catalán ni catalanista, sino enemigo histórico del nacionalismo catalán. Y en cuanto a pedestres formas, la competencia en la república era muy fuerte.

Defecto frecuente, que ya anoté en una reseña sobre el libro de Beevor, es la utilización de cifras un poco a la buena de Dios. Así, en la página 20 del citado tomo de El Mundo, y bajo el epígrafe ‘La sociedad española (1930-1936)’, aparece una serie de datos, muy dudosos varios de ellos, como los referentes a la tasa de analfabetismo o al número de escuelas construidas en 1932 (multiplica por diez la cifra real), etc. Pero esas cifras, aun de haber sido más cuidadas, dicen poco o nada de la sociedad de la época. Para tener significado tendrían que venir comparadas con las de otros países del entorno y con la evolución anterior, lo cual no se hace, lamentablemente.

Especialistas en este tipo de errores son P. Preston o A. Beevor en su último libro. Por no extenderme ahora (ya habrá ocasión), citaré un análisis de Preston sobre la revolución de Asturias: “Los mineros, armados sólo con cargas de dinamita, impidieron el paso de cuatro columnas armadas con artillería y pleno apoyo aéreo, y las derrotaron en dos ocasiones (…) Por otra parte, el mismo ejército se había mostrado lo bastante republicano en espíritu para tener que echar mano de los mercenarios africanos para llevar a cabo la represión. Hay noticias de que al menos un oficial dio orden a sus hombres de no hacer fuego contra sus hermanos”.  Ni un solo aserto responde a la realidad, ya bien conocida cuando Preston escribía tales cosas. Los mineros dispusieron de gran cantidad de dinamita y de muchos miles de armas largas y cortas, ametralladoras e incluso cañones, y sólo tuvieron a raya unos días, sin derrotarla, a una columna militar, aparte de dos pequeñas expediciones que se replegaron sin combatir. En cambio, una columna mínima –300 soldados– logró atravesar la zona rebelde, liberando la importante ciudad de Avilés y penetrando luego en Oviedo. Y las tropas enviadas por Franco a Gijón, algo más de 2.000 hombres, se abrieron paso enseguida hasta la capital y resolvieron la situación en cinco días.

El ejército, cierto, fue bastante republicano, pero por lo contrario de lo que dice nuestro autor, pues se mantuvo adicto al Gobierno legítimo de centro derecha. Los militares comprometidos en la revuelta izquierdista, y por tanto contrarios a la legalidad republicana, no osaron actuar, y apenas hubo deserciones. El oficial (jefe en realidad) que comentó (no dio tal orden) que sus tropas no tirarían contra sus hermanos tomó una actitud subversiva, antirrepublicana.

Manuel Azaña.En cuanto a los “mercenarios africanos”, pertenecían al ejército español, y ya Azaña los había traído a la península contra Sanjurjo. En los disturbios del 6 de febrero de 1934 en París, parte de la ciudad fue tomada por soldados senegaleses, y a nadie se le ocurrió que el Gobierno francés desconfiara de su ejército y tuviera que recurrir a “mercenarios africanos”. Vemos aquí una desvirtuación sistemática, no rara en los autores mencionados.

Caso especial es el de las víctimas del terror, en las cuales han centrado muchos la historia de la Guerra Civil, con arbitrariedad evidente. La cuestión estuvo dominada por la propaganda, tanto en un bando como en el otro, hasta el año 1977, nada menos, cuando R. Salas Larrazábal, en su investigación Pérdidas de la guerra, la situó en el terreno historiográfico por primera vez, tras una crítica ejemplar de los cálculos de G. Jackson, R. Tamames, H. Thomas y diversos autores franceses.

Salas llegaba a cifras mucho más próximas a la realidad, achacando mayor número de víctimas al Frente Popular y rebajando el número de fusilados en la posguerra, estimado en unos 200.000 por historiadores de izquierda, a algo más de la décima parte (la costumbre izquierdista de multiplicar por diez y más las cifras reales se manifiesta a menudo, como en las del bombardeo de Guernica o, últimamente, en las de los obreros supuestamente forzados a trabajar en el Valle de los Caídos. Parece una tradición). (La realidad de los fusilados de posguerra, generalmente por crímenes brutales, asciende a unos 12.000)

Naturalmente, los datos de Salas estaban sujetos a su vez a correcciones, pero ya dentro del ámbito historiográfico y no propagandístico. Sin embargo, la fuerte emocionalidad ligada a esas cifras y su utilidad para la política o la demagogia actual han animado a diversos estudiosos a retroceder al campo de la propaganda, tanto en los datos como en el tono, panfletario sin rebozo. Con metodologías variadas y a menudo con respaldo de fondos públicos otorgados por sus partidos, han indagado provincia a provincia, afirmando que la suma de víctimas causadas por las derechas triplica o incluso quintuplica a las contrarias.

Esos estudios salieron condensados en otro libro panfletario, Víctimas de la guerra civil, coordinado por Santos Juliá y cuyos enfoques he criticado en un apéndice de El derrumbe de la república y la guerra. En cuanto a las cifras y metodología mismas, A. D. Martín Rubio ha mostrado en Los mitos de la represión los numerosos fallos de esos trabajos, corrigiendo también las cifras de R. Salas (unas 60.000 en cada bando, según el estudio de Martín Rubio). Para percatarse del grado en que hemos vuelto en los años últimos al apasionamiento y a la propaganda señalaré que Martín Rubio ha sido censurado en la televisión de su Extremadura natal por el Gobierno socialista de la región, muy interesado en una campaña divulgadora de datos reconocidamente fraudulentos. Ello crea una situación muy desdichada, a la cual conviene oponer una crítica severa, precisamente porque la experiencia histórica nos demuestra las funestas consecuencias de tales campañas.

En los dos próximos artículos trataré otro tipo de errores, los de enfoque, en general mucho más nefastos que los de detalle, pero también más evitables.

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La necesaria batalla cultural

Hay una frase célebre del director de cine comunista J. A. Bardem: El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico”. La frase está dicha en 1955, y tenía algo de verdad, aunque no mucho, porque había bastante cine aceptable, pero lo que Bardem quería decir es que, como el cine español no servía a sus deseos comunistas, no valía nada.

Por su influencia de masas, el cine es uno de los factores culturales más relevantes del siglo XX y de la actualidad. No vamos a hablar ahora de la cultura en el franquismo, una cultura en conjunto no de gran nivel o influencia exterior, pero sí muy viva y variopinta, y poca de ella identificable políticamente con el régimen, que en materia de cultura era notablemente liberal. Vamos a hablar algo, a hacer una ligera aproximación a la cultura actual. Así, parodiando un poco la frase citada, diremos que la cultura española de hoy es políticamente eficaz e industrialmente muy considerable; en cambio es socialmente falsaria, intelectualmente roma y estéticamente chabacana. Dicho de otro modo: los seguidores de Bardem, es decir, las izquierdas y separatistas en general, han sabido hacer de gran parte del cine, el pensamiento, la novela o la pintura, etc.  instrumentos de sus ideologías; y han aplicado a la tarea cuantiosos medios en general subvencionados. Por eso, la apariencia general de la cultura española es de izquierdas, y eso significa manipulación social, desprecio o denigración de España y lo español, antifranquismo visceral, trivialidad, colonización creciente por la lengua inglesa y por la cultura anglosajona “progresista”, manipulación social, etc. Apoyado por un rebajamiento de la enseñanza al mismo nivel. Hay, por supuesto, excepciones, pero hoy por hoy eso, excepciones que confirman la regla.

Este marasmo cultural se corresponde con una serie de políticas que utilizan la falsificación de la historia para amenazar la unidad nacional, destruir su soberanía, atacar a la familia y socavar la democracia con leyes cada vez más totalitarias.

Ya señalamos que estas corrientes tomaron auge con la crisis moral provocada por el Desastre del 98, cuando, como denunciaba Menéndez Pelayo, los “gárrulos sofistas” antiespañoles denigraban la gran cultura hispana, empujando a un pueblo viejo” como el español “a una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil. El diagnóstico es justo, pero no da una receta para curar el mal.

Algunos han querido ver el remedio en otra frase del pensador: España, evangelizadora de medio orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, Espada de Roma, cuna de San Ignacio… Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y los vettones o de los reyes de taifas. Sin embargo, aunque el recuerdo de aquellos hechos, como él mismo dice, “retarda nuestra agonía”, de ahí no ha surgido un impulso cultural muy brillante. Está bien denunciar la actual situación de la cultura española, dominada por lo que se ha dado en llamar progresismo, pero ¿por qué no surgen otras alternativas más vivas e interesantes en literatura, pensamiento, cine, etc.? Algunos dicen que es por falta de medios, y aunque es verdad que las personas política o económicamente poderosas fomentan en realidad la cultura progre, lo que falta ante todo son ideas, y los intentos en contra suelen tener un tinte pesado y poco sugestivo.

es que una cosa es rescatar y apreciar debidamente los hechos del pasado, y otra pensar que puedan repetirse hoy. La frase de Menéndez Pelayo sobre “nuestra grandeza y nuestra unidad”, no sirve para el presente. Además es parcial: las viejas glorias, por emplear esa retórica, fueron bastantes más que las que él señala. Y el supuesto de que a falta de tradición católica España se desintegraría, tampoco responde a la realidad. La unidad de España es un hecho político, no directamente religioso, y el cristianismo no es una doctrina ni un proyecto político, aparte de que no está presente solo en España, sino también en otros muchos países, sin que España se disuelva en ellos por eso. Además,  en la raíz de los actuales separatismos encontramos siempre a católicos tradicionalistas, clérigos y laicos.

Es sabido que sectores franquistas pretendieron inspirarse en la segunda frase de Menéndez Pelayo, con bastante mala suerte. En primer lugar, solo una parte muy menor de la cultura de aquellos años entra en la línea de Menéndez Pelayo –el cual evolucionó en un sentido bastante liberal, despertando las iras de otros tradicionalistas–; y, en fin,  el Concilio Vaticano II acabó de rematar aquel impulso en España, donde nunca produjo grandes obras. No debemos olvidar que el concilio surgió de una sensación de crisis por  inadecuación de la Iglesia a los tiempos modernos. Que lograra superar la crisis ya es harina de otro costal, pues posiblemente la profundizó.

En mi libro Europa, una introducción a su historia, he señalado la religión como el núcleo generador de las culturas. Sin embargo su capacidad generadora o inspiradora se ejerce sutilmente y por caminos imprecisos, y debe reconocerse que la decadencia de España tiene mucha relación con un anquilosamiento del catolicismo. No hay ninguna receta para producir genios o grandes talentos. El espíritu sopla donde quiere, y parece llevar bastante tiempo sin soplar mucho en España.

Así, la idea de remediar la miseria cultural de hoy  con un catolicismo “martillo de herejes” no tiene futuro. En cambio es acertado el diagnóstico de Menéndez Pelayo sobre los efectos letales de la falsificación del pasado y de una autodenigración arbitraria y necia. Creo que la reivindicación del mejor pasado español puede servir de inspiración para dar una batalla cultural más amplia que desafíe y esperemos supere la lamentable crisis cultural española. Sin habérmelo propuesto deliberadamente, me doy cuenta de que eso es lo que vengo haciendo con mis libros e investigaciones, o lo que venimos haciendo con el programa Una hora con la historia. Es preciso reivindicar el mejor pasado de España y analizarlo para extraer de él lo más adaptable o aprovechable en los tiempos actuales. La batalla cultural, y dentro de ella la recuperación de la historia, están en la base de la batalla política, cosa que muchos no logran entender. Sin esa base, la política se enreda en sí misma.

Para esta batalla, la barrera más difícil no la encontramos en la ausencia de subvenciones o de financiación por algún gran mecenas, sino en la pasividad de tantos miles que dicen estar de acuerdo y detestan los actuales rumbos del país, pero que no mueven un dedo por difundir este programa ni son capaces de apoyarlo con cinco euros al mes. Perdonen que bajemos de pronto a este nivel tan elemental, pero ni contamos con subvenciones ni con grandes mecenas, por lo que todo depende de la conciencia y la combatividad o compromiso de un número creciente de nuestros oyentes  y lectores. Y esta es una necesidad urgente, porque siempre estamos al borde de la asfixia económica.

El número de la cuenta para participar económicamente es: BBVA ES09 0182 1364 3302 0154 3346

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Disposición del cuerpo humano y religión

**Un gravísimo problema en España es la ignorancia de políticos y periodistas sobre las claves y significado del separatismo catalán, que he tratado en Una historia chocante: https://www.youtube.com/watch?v=cdAZ8yrdPLo …

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La vida podría definirse como la existencia de individuos que se alimentan, se reproducen y mueren, un fenómeno originado por la confluencia de condiciones del sol y la tierra. La vida contrasta con la materia inerte, cuyo comportamiento es totalmente distinto. No obstante, la composición de la materia viva procede de la inerte, por lo que cabe suponer que originariamente la vida se alimentaría de esta;  aunque a cierto nivel la vida comienza a alimentarse de otra vida, lo que entraña, entre otras cosas, un sufrimiento íntimamente ligado a ella.

Así, un animal próximo al hombre está corporalmente compuesto de un tronco, su parte más voluminosa, diseñado en función de la digestión, con los auxiliares del sistema sanguíneo y respiratorio, y de la reproducción;  más una cabeza, generalmente mucho menor, donde se encuentra el centro del sistema nervioso y  los principales órganos de los sentidos; y miembros que le permiten moverse. El objetivo principal de esa disposición es la conservación de los individuos y de la especie. Cabe decir que el sentido de la vida en los animales y en las demás formas de vida consiste precisamente en alimentarse y reproducirse sexualmente, y a ello tienden sus instintos o impulsos más o menos automáticos, y sus sentimientos guardan estrecha relación con esa necesidad impresa en su naturaleza y manifiesta en las formas corporales. Podríamos añadir la necesidad de dormir, ligada al movimiento planetario. Hay además otros sentidos diríamos planetarios, como los que impulsan a diversas especies a efectuar enormes migraciones según los cambios de estación.

El hombre comparte todas esas características, aunque con diferencias bien notorias en cuanto a la capacidad cerebral, el don del habla, la variedad de sentimientos, estación erecta etc. Pero quiero referirme a las consecuencias de esta última. Los animales tienen una visión espacial escasa y por así decir subjetiva, es decir, aprecian en el entorno sobre todo aquello que les representa una posibilidad de alimentarse o un peligro. En el ser humano la diferencia es cualitativa: Puesto en pie, su vista alcanza enormes extensiones y abarca el firmamento. Es una visión global, cuyos objetos no solo le interesa por motivos de alimentación o peligro, sino  por sí mismos, como un hecho objetivo y ajeno a sus necesidades. Esa visión le provoca sentimientos muy  intensos, tanto deseos de penetrar esos espacios como impresión de su propia insignificancia dentro de ellos.

La visión espacial incluye los cambios que se producen en el espacio, es también temporal y aboca a la consciencia de la muerte, que percibe claramente en su entorno y llega a saber que le afectará como individuo. El límite temporal a su vida le causa una profunda angustia, o más propiamente miedo,  debido  al fuerte  instinto de conservación. En esto coincide con los animales, que ante la inminencia de la muerte sienten terror; solo que en el hombre el sentimiento se extiende , aunque sea apagadamente, sobre la vida entera, lo que le obliga a un ejercicio de racionalización e imaginación para aplacarlo. Pero en el ser humano la consciencia de la muerte, del límite temporal,  genera no ya un miedo concreto,  sino una profunda angustia (miedo sin objeto definido), porque arroja una densa sombra de incertidumbre sobre el sentido de su vida, y le desconcierta moralmente por su carácter igualador (de buenos y malos).

El individuo conoce también que su propia muerte es en cierto modo vencida por la continuidad de la especie en sus descendientes, gracias a la sexualidad. Lo cual le produce también sentimientos muy fuertes, a menudo más fuertes que el instinto individual de conservación, que le llevan a desafiar la muerte individual y sacrificarse por el bien de la comunidad. No obstante, así como el individuo está condenado a morir, la consciencia humana sospecha vivamente que lo mismo ocurrirá a sus comunidades y a la misma especie.   Creo que en estas condiciones, ligadas a la forma corporal humana, se fundamenta la religiosidad. Una reacción contra ella es la voluntaria limitación del pensamiento y el sentimiento a las necesidades, ciertamente perentorias, de la nutrición y la sexualidad. Es decir, una vuelta a la condición animal desde esa condición humana tan abierta a la angustia. Más o menos ahí se encuentra una raíz de las ideologías. Y es un retroceso.

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**Feminización de la política :pic.twitter.com/kyngm28awU

rno imposible.

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De lo que nos libró Franco

Este sábado, en Una hora con la Historia, tratamos las claves del separatismo catalán, tan ignoradas por la mayoría de los políticos , informadores y creadores de opinión. Anterior: Cómo hicieron grande a la ETA, gracias a sus primeros asesinatos: https://www.youtube.com/watch?v=myRxMiMjf10&t=5s

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Me preguntaba alguien en tuíter por un buen libro sobre la II Guerra Mundial para un joven de 16 años. Le dije que no conocía ninguno realmente bueno, aunque en el plano militar era interesante el de Liddell Hart. Obviamente, disto mucho de conocer  ni siquiera una parte amplia  de la bibliografía, aunque sí he leído algunas historias generales o sobre asuntos o batallas parciales. Prácticamente todas las historias están escritas desde el punto de vista de los vencedores, sin concesiones y  con los nazis como el mal absoluto. En mi libro sobre Europa, y en Años de hierro he procurado matizar algo, aunque de modo muy aproximado en el segundo. En Europa he enfocado aquella guerra como un conflicto entre tres grandes ideologías surgidas de la Ilustración y convertidas en una especie de religiones sucedáneas.  Claro está que se complicaban con intereses nacionales o imperiales, pero lo que le dio su peculiar carácter, la sistematicidad industrial de las atrocidades,  fue precisamente el conflicto ideológico.

Pero no quiero hablar ahora de eso. Recientemente ha sido publicada una investigación de la estudiosa alemana Miriam Gebhardt sobre un asunto particularmente penoso, las masivas violaciones de alemanas realizadas por las tropas useñas en la posguerra. Se conocían las violaciones perpetradas por las tropas soviéticas, que algunos han estimado en dos millones, y que han sido muy aireadas en las historias prooccidentales. Las correspondientes a los soldados useños lo han sido mucho menos, de hecho han sido un asunto tabú durante muchos años, suponiéndose que había habido casos aislados o infrecuentes, duramente castigados cuando eran descubiertos. La realidad ha sido muy distinta: por lo menos 190.000 alemanas fueron violadas, probablemente muchas más, por los ocupantes occidentales.  Estos, además, jugaban con la miseria reinante para prostituir a gran número de mujeres, muy a menudo madres de familia, que así podían alimentar a esta. En algún sitio, quizá en Años de hierro, señalé que se decía que los soviéticos violaban y los useños prostituían, pero estos también violaron masivamente.

En tuíter tuve una pequeña discusión sobre este asunto, señalando algunos que, de todos modos, ese tipo de atrocidad fue más masivo entre las tropas soviéticas. Es cierto. Pero también lo es que Rusia había sufrido una ocupación sencillamente brutal, y que el ansia de venganza ayudaba a explicar, aunque no a justificar, la conducta comunista. En cambio, los nazis se habían portado mucho más civilizadamente en el oeste, no teniendo los anglosajones otra excusa que el “enfado” por las pérdidas militares que les ocasionó la resistencia alemana.  Parece que los alemanes dejaron en Francia unos 200.000 hijos con francesas, que no procedieron de violaciones, desde luego. Tampoco pueden argumentar con la suerte de los judíos, de los cuales se desentendieron básicamente los gobiernos aliados.

El sentido de estas consideraciones es recordar que gracias al franquismo España se libró de tales crímenes. Pese a lo cual hemos oído, con ocasión de aniversarios como el del desembarco en Normandía (donde creo haber leído que murieron más civiles franceses que combatientes germanos), a algunos políticos e historiadores españoles lamentar que no nos hubieran invadido también los anglosajones. Los mismos canallas pintan los años 40 en España con los más negros colores, cuando el país  se libró de bombardeos, deportaciones, violaciones y asesinatos (las tropas useñas asesinaron a muchos prisioneros, y en sus campos perecieron hasta un millón según algunos cálculos, aunque otros los reducen bastante), etc. De hecho, los años 40 fueron en España incomparablemente mejores, en todos los sentidos, que en el resto de Europa, salvo, si acaso, Suiza y Suecia. Y el país pudo luego  desafiar y derrotar el criminal aislamiento que trataron de imponerle los vencedores, democracias y soviéticos en unión. España no tuvo Plan Marshall, pero supo reconstruirse sin él, y quedó libre de la inmensa deuda contraída por el resto de Europa occidental, tanto con el dinero como con las tropas useñas.

Al inmenso beneficio de haber librado a España de la guerra mundial se suma el de haber derrotado a los partidos separatistas, golpistas y totalitarios en la guerra civil. Solo por estos dos méritos transcendentales, la figura de Franco debe figurar entre los máximos estadistas españoles en varios siglos. Pero, como sabemos, tuvo otros muchos méritos, a los que me he referido en varias ocasiones. Solo mencionaré otros dos referidos a aquella década que insisten en calificar de negra tantos especialistas en “mentira, estupidez y canallería”: la derrota del maquis, una peligrosa guerra de guerrillas que pretendía retoñar la guerra civil; y no haber hecho caso a la pandilla monárquica de Don Juan, que con su notabilísima necedad habría repetido la historia de la última etapa de Alfonso XIII. Estas cuestiones dan mucho de sí, y pensé que el publicar Los mitos del franquismo tal vez saldrían al ruedo quienes piensan de otra manera. Nada de ello ha ocurrido. Naturalmente.

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¿Había notado ud que los ataques al franquismo vienen de los políticos e intelectuales más corruptos y falsarios? :pic.twitter.com/rUPtw9Fdlf

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