La brillante iniciativa de Hazte Oír

**Una hora con la Historia: Cuándo y cómo cayó en realidad la II República. Debate: ¿Es conveniente y posible volver a la política de neutralidad para España, después de la caída del Pacto de Varsovia? ¿Cuál es el balance de las actuaciones de la OTAN en estos años? ¿Hasta qué punto son amigos y aliados de España países como Inglaterra (Gibraltar), Francia o Usa?  https://www.youtube.com/watch?v=wk1Zcs-3c7E

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Hazte Oír viene trabajando desde hace años, defendiendo causas que debieran interesar a cuantos no han perdido el sentido de la realidad y de la moral. Pero una cosa es tratar de hacerse oír y otra conseguirlo, en una sociedad en que los grandes medios de masas son simplemente medios de manipulación y desinformación, que marcan un cerco de muerte civil en torno a los discrepantes,  aunque nunca lo consigan del todo. El ambiente sociopolítico del país está marcado por una triple corrupción –intelectual, económica y sexual– que solo puede causar asco a quien guarde al menos un resto de criterio moral y de respeto por la verdad. Pues bien, con su famoso autobús Hazte Oír  ha conseguido remover las aguas del estanque hediondo en que quieren los actuales políticos ahogar a la sociedad. El escándalo de los déspotas y fanáticos ha sido mayúsculo, lo que ha aumentado el eco de su necesaria denuncia.

   Oigo decir a algunos que detrás de esa organización existe otra misteriosa, secreta y delictiva, llamada “El yunque”. He preguntado: ¿qué pruebas hay de su existencia? Y si existe, ¿qué delitos ha cometido? ¿Han sido juzgados sus componentes por algún crimen? Hasta ahora nadie ha podido aclararme estas cuestiones. En cambio, lo que he venido viendo a lo largo de años es que Hazte oír  realiza una actividad  absolutamente necesaria que nadie más hace. Con defectos como la ridiculez de poner a una revista el título de Actuall, que no sé a qué memo se le habrá ocurrido; o de utilizar una foto franquista de unos niños como expresión supuesta de lo que combaten (los memos, por desgracia, abundan); pero defectos menores, en definitiva.  Si un día se descubriera que detrás existe una conspiración contraria en el fondo a las cosas que aparenta defender, me llevaría una gran decepción; pero aún así, su labor de estos años permanecería. Y tiendo a sospechar que detrás de esas acusaciones se encuentran los fariseos que solo defienden de boquilla valores necesarios.  

    La iniciativa de Hazte Oír ha puesto en evidencia muchas cosas. Para empezar, la putrefacción de una democracia en la que intenta imponerse un despotismo brutal, no ya sobre las ideas, sino sobre los mismos sentimientos de las personas. Una putrefacción en que los más obsesivos y más matones  sembradores de odio  se presentan como víctimas e intentan aplastar la más elemental libertad de expresión. Ha puesto en evidencia al gobierno, al PP y a algunos obispos cuya política ante la marea de porquería que nos invade consiste en cederle el terreno cuando no colaborar con ella. Una marea en que se confunden los separatismos, las perversiones sexuales, el abortismo (que no es otra cosa que el fomento del asesinato de vidas humanas), el multiculturalismo (que consiste en el intento de destruir nuestra identidad cultural y nacional construida con enorme esfuerzo por nuestros padres y abuelos a lo largo de siglos), la rapiña de los bienes públicos, etc. 

    Es preciso llevar a cabo iniciativas semejantes, que rompan el muro de silencio y ocultación con que los elementos más corruptos y tiránicos de la sociedad socavan y destruyen una moral, una cultura y una nación cien veces mejores que ellos.  Y es preciso que los buenos no cedan ante los malos. Se trata de una lucha cultural de gran alcance, y es necesario conquistar la universidad y la opinión pública que por dejadez se dejan arrastrar por el fango. Nadie debe ver iniciativas como la de Hazte Oír como un espectáculo curioso, sino apoyarlo activamente.

    Un ejemplo práctico en el mismo sentido: este blog es visitado por al menos 20.000 personas en cada sesión. A pesar de ello, su proyección en las redes sociales apenas varía entre unas decenas y unos pocos cientos de reproducciones. Ha habido alguna excepción, como el artículo en que se preguntaba si Cifuentes y Carmena tenían pene: ese artículo superó las 4.000 proyecciones en Facebook y varios centenares en twitter (en realidad fueron bastantes más). Lo cual demuestra que las posibilidades son muchas veces superiores a las efectivamente realizadas. Corregir esta situación solo depende de que nuestros lectores y seguidores se sacudan la modorra y la tendencia a la queja inane. Es muy fácil y cuesta muy poco: solo hay que hacerlo.  

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Tusell, Viñas, archivos y falsedades bastante tontas.

Blog I: Tusell o la falsedad de la historiografía progre-derechista: http://gaceta.es/pio-moa/tusell-o-falsedad-historiografia-progre-derechista-18032017-1333

**Este sábado, en Una hora con la Historia en Radio Inter, a las 9,30 de la noche, trataremos dos temas importantes: lo que tiene de nuevo el último libro publicado sobre el fraude de las elecciones del “frente popular” (incluida la cobardía intelectual de la derecha, auxiliar de la falsificación sistemática de la izquierda), y la cuestión de si la neutralidad española, tan fructífera en las dos guerras mundiales, debiera convertirse, tras la caída del Pacto de Varsovia,  en principio rector  de la política exterior española, y si ello es posible o no. Hoy España carece de política exterior digna de ese nombre, dato esencial en la posición política del país. También puede escucharse en youTube y en podcast.  https://www.youtube.com/results?search_query=una+hora+con+la+historia *********************

Cuando preparaba la trilogía sobre la Guerra Civil, pude percatarme de que los archivos (el de la Fundación Pablo Iglesias, el de Salamanca, la biblioteca de las Cortes, etc.) estaban casi vacíos, y pasé muchas tardes y muchas mañanas solo o casi solo en ellos.

La afición de nuestros historiadores al escrutinio de los archivos ha sido tradicionalmente escasa. Otras veces mandan a sus esclavillos estudiantes o becarios a hacer la pesada tarea, una mala costumbre. No obstante, muchos de esos historiadores, por lo común lisenkianos, me han acusado (“con un par”, como dicen los castizos) de no haber pisado archivos, cuando cualquier lector de los libros de esa trilogía puede comprobar lo contrario. Pero a ese nivel ha descendido la crítica historiográfica en España.

La crítica anterior no vale para historiadores como Javier Tusell o Ángel Viñas, cuya afición por los archivos es bien conocida. Lo malo es que los dos han ido a ellos con un enfoque prejuiciado, a buscar lo que querían, cegándose ante otros datos y sin valorar bien el contexto general. En los archivos, como en las memorias o en la prensa, se encuentra de todo, e interpretarlo exige una cuidadosa confrontación documental y con la realidad conocida, distinguir entre papeles que revelan vacilaciones o contradicciones parciales y los que marcan la línea más decisiva de una persona o partido. Así, todos los documentos que he exhumado en relación con Largo Caballero o Companys en 1933-34 tendrían que ser vistos a una luz muy diferente si al final no hubieran intentado la insurrección y la guerra civil: sin lo último, todo la documentación solo habría demostrado una fraseología sin consecuencias. Asimismo, las contradictorias declaraciones de Azaña durante y después de las elecciones del 36 adquieren su verdadero sentido observando cómo, en la práctica, liquidó la legalidad republicana y sus restos de democracia, en connivencia de hecho con los revolucionarios.

Estas exigencias elementales no siempre son, sin embargo, tenidas en cuenta. Tusell, obcecado con negar a Franco el mérito por la neutralidad española durante la guerra mundial, buscaba cualquier documento que disminuyera ese mérito, para concluir que la postura de Franco fue en extremo imprudente. ¿Y por qué, de tan imprudente, no entró en la guerra? Como Tusell, aunque muy progre, era católico, sólo pudo explicarlo por “un verdadero milagro”. Lo cual sugiere, contra la intención del propio historiador, que Franco contaba con protección divina. Stalin.El caso de Viñas es bastante parejo. Él estudió buena parte de los papeles referidos al envío del oro español a Moscú para concluir que fue una operación legítima y similar a la de otros países en situación de guerra; operación debida, además, al “abandono” de la “república” por las democracias… Desprecia así hechos elementales como la ilegalidad de la medida, o la entrega del oro a un país financieramente opaco, lo que convirtió a este en principal suministrador de armas y por ello árbitro del destino del Frente Popular. Olvida convenientemente que el gobierno de Madrid entonces era revolucionario y que sus jefes más influyentes veían en la URSS un modelo. O que, si bien las democracias no consideraron –con toda razón, aunque a Viñas le subleve– al Frente Popular un régimen afín, en asuntos financieros dejaban aparte los “prejuicios ideológicos”, permitiendo a aquel negociar parte del oro en Francia y toda la plata en Usa. En suma, el contexto de la entrega del oro a Moscú fue, aunque después se quisiera justificar de otras formas, la afinidad política del Frente Popular y el régimen de Stalin, y puso en manos de este el control de la situación. Pero este caso puede darse hoy por resuelto.

Así como Tusell y otros se empeñan en negar el papel de Franco en la neutralidad o no beligerancia española, Viñas tiene la misma obsesión por negárselo en su victoria en la guerra civil, cuya clave él encuentra en la intervención exterior; como si Franco hubiera sido un satélite de Hitler y Mussolini al modo como, en gran medida, lo fue el Frente Popular de Stalin. Ahora, Viñas ha escrito en Revista de Libros un embrollado artículo sobre un libro de Frank Schauff, con vistas a reescribir la historia de la guerra civil. No he leído ese libro, pero por la referencia de Viñas debe de ser bastante malo, dados los gruesos errores de detalle y de enfoque que cita de ellos; y hay que dar la razón al crítico cuando señala el absurdo de la cuestión de si Stalin “traicionó” a la república, falso problema similar al de si Franco “engañó” a Hitler. Viñas concluye: “Ni Kowalsky ni Schauff conocen demasiado sobre historia de España o de la Guerra Civil y sus libros se escribieron para un público que sabe incluso menos”, aunque señala extrañamente a continuación que “esto no es una crítica”. Pues no sé qué será.

En cualquier caso, cabría preguntarse si Viñas, pese a su afición a los archivos, no comparte algo del desconocimiento de sus criticados. Pues su obcecación no le permite darse cuenta de que, hoy, los archivos no pueden alterar los puntos principales, ya bien establecidos, sobre la Guerra Civil: solo pueden matizarlos o enriquecerlos con detalles más o menos interesantes. Por sintetizar al máximo la cuestión, ningún archivo logrará establecer que el Frente Popular fue democrático. Y no solo por sus actos, bien conocidos desde las elecciones del 36, pues a cualquier persona con dos dedos de frente le basta repasar la lista de sus partidos y personajes percibir la radical imposibilidad de tal democratismo. No obstante, la identificación, carente de otra base que una fe, algo cómica a estas alturas, entre república, Frente Popular y democracia es la piedra angular de todas las embrolladas construcciones de Viñas (y de muchos otros, todavía).

Tampoco cambiará ningún documento de archivo el hecho de que Negrín fue un auténtico y sistemático saqueador de bienes nacionales y privados que intentó prolongar la contienda a costa de cualquier sacrificio para enlazarla con la guerra mundial, o que fue el principal autor del envío del oro a la URSS, con todas sus consecuencias políticas y militares. Ningún archivo demostrará jamás que Stalin fue un demócrata o un protector de la democracia. O que el PCE no fue un partido agente y sometido voluntariamente a los intereses soviéticos. O que este partido no llegó a controlar la mayor parte del ejército y la policía política en la España izquierdista. O que las izquierdas no se pelearon y asesinaron entre sí. Y así otras claves de la historia de entonces, ya hoy perfectamente aclaradas.

Ángel Viñas.Unas observaciones finales. Viñas se pregunta: “¿Cómo se explica la carencia de victorias militares republicanas? No hay que olvidar que la República fue derrotada porque perdió una guerra en último término en el campo de batalla”. Esto suena a perogrullada, pero no lo es, dejando aparte que la derrotada no fue la República, sino el Frente Popular, otra confusión muy corriente. Las guerras se deciden ante todo por la conducción de las mismas, y resulta que Franco venció prácticamente siempre, a menudo en una gran inferioridad material, sobre todo al principio. Para Viñas y otros, ello se debió a la ayuda germano-italiana; olvida que el mando supremo siempre lo ejerció Franco de forma independiente, o que la búsqueda de ayudas y alianzas es en todas las guerras un aspecto muy importante de la estrategia de cada bando, en lo cual también demostró Franco más habilidad que sus contrarios. Y, en fin, que el Frente Popular gastó en esas ayudas (propiamente compras) muchísimo más dinero que Franco, como mínimo un 50% más, probablemente mucho más todavía. Pero, según Viñas, recibió a cambio mucho menos o peor material. A ver si lo explican alguna vez.

Asimismo olvida Viñas el fracaso de los llamamientos izquierdistas a los obreros y campesinos para que produjesen más por la causa republicana. Parece que la gente común se esforzaba poco por esa causa. No menos arbitraria suena la conclusión –puramente propagandística– de que, “como consecuencia de aquellos fracasos [del Frente Popular y de Stalin], la guerra que Hitler quería desatar, y que ya anticipó en su discurso a los generales alemanes el 3 de febrero de 1933, exactamente a los cuatro días de llegar a la Cancillería, se hizo inevitable”. No se hizo inevitable por tal fracaso, sino por las propias aspiraciones hitlerianas. El problema, para Stalin, consistía en evitar que la “guerra imperialista”, que él daba por descontada desde antes del ascenso de Hitler al poder, se produjese entre Alemania y la URSS.

Su estrategia, también en España, trataba de hacerla estallar entre Alemania y las democracias. Si las democracias se involucraban en la guerra de España, la guerra en Europa occidental habría sido imposible de evitar, los países habrían quedado arruinados, surgirían movimientos revolucionarios y la URSS quedaría como árbitro de la situación: todo habrían sido ganancias para los comunistas. Pero, por esas mismas razones –aparte de por su conocimiento de lo que era el Frente Popular–, las democracias procuraron tenerse al margen. Pregunta Viñas: “Cuando se demuestra que lo que estuvo en juego entre 1936 y 1939 no era salvar a España de las garras del comunismo, ¿cómo debe caracterizarse hoy la Guerra Civil?”. ¿Se demuestra? El asunto está también básicamente dilucidado, mal que le pese a Viñas. La guerra estalló, o más propiamente se reanudó, debido al proceso revolucionario en la calle combinado con la destrucción de la legalidad desde el gobierno, a partir de las elecciones no democráticas de febrero de 1936. El carácter comunista de la revolución por entonces provenía mucho más del PSOE que del pequeño PCE. Y durante el curso de la contienda el PCE, partido agente del Kremlin, creció hasta hegemonizar el Frente Popular, mientras que Stalin mandaba en éste infinitamente más que Hitler o Mussolini en el bando franquista. ¿No tuvo nada importante que ver el comunismo en la contienda, entonces?

Un detalle final: Schauff, escribe Viñas, “descubrió en los antiguos archivos soviéticos un informe del entonces agregado militar en Madrid, el coronel/general Vladimir Goriev, del que se desprende, a mi entender inequívocamente, que en último término el impulsor de las matanzas de Paracuellos fue uno de los killers del período, Alexander Orlov”. Es muy posible que así fuera “en último término”, y los diarios de Kóltsof indican algo al respecto, así como la confidencia de Carrillo a Gibson en que achaca la matanza a inspiración soviética. Ahora bien, “en primer término” el principal agente de las instrucciones soviéticas era entonces el propio Carrillo, responsable de orden público en la Junta de Defensa madrileña. Son misterios muy fáciles de aclarar con un poco de simple sentido común, como el de la democracia del Frente Popular. (En LD, 10-3-2010)

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Historia neochekista. Casanova y Álvarez Junco.

Blog I: Ortega y Gasset, Cela, Julián Marías: http://gaceta.es/pio-moa/ortega-gasset-cela-julian-marias-16032017-1913

**En Una hora con la Historia tratamos este sábado la experiencia de la neutralidad y su posible proyección como principio de política exterior tras la caída del Pacto de Varsovia.  Es una cuestión clave en un país cuyo gobierno y partidos parecen haber renunciado no solo a una política exterior propia,  sino a la misma soberanía española. Trataremos también el libro recientemente publicado sobre las elecciones de febrero del 36 y lo que revela no solo sobre la política actual, sino también sobre la intelectualidad y los historiadores.

   La sesión anterior:  https://www.youtube.com/watch?v=6vaDWRde2Ec

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El nivel de la historiografía española sobre hechos contemporáneos es como el que podrán ustedes apreciar, según reseña que me envía un amigo acerca de la presentación de un libro de Julián Casanova. Descubre el hombre cosas como que “nada hacía ineludible la guerra civil”, o que “es evidente que en julio de 1936 hubo un golpe de estado que, al fracasar, provocó la guerra civil”.

  Verdaderamente, es un lince este historiador. Desde luego, no era ineludible que los partidos de izquierda organizaran o apoyaran la insurrección armada de octubre de 1934: podrían haberse echado atrás, como ha sucedido con tantas conspiraciones. Ni era ineludible que, después de fracasar en 1934, los partidos golpistas y revolucionarios hubieran seguido con las mismas concepciones que les llevaron a asaltar la república: podrían muy bien haber aprendido la lección y haberse moderado. En lugar de ello formaron un Frente Popular que subió al poder tras una elecciones fraudulentas (ni siquiera se publicaron las votaciones), y desde el gobierno subvirtió la legalidad republicana mientras desde la calle desataba un sangriento proceso revolucionario que, a su vez, tampoco era ineludible. Como no lo fue que las derechas y parte de los militares se rebelaran contra tales derivas, pues habrían podido someterse boyunamente a la tiranía de aquellos que el liberal Marañón describió –y no por capricho– como necios, canallas y criminales. Tampoco era ineludible que los sublevados del 18 de julio siguieran luchando en lugar de huir…

En fin, como puede ver nuestro admirable Casanova, casi nada en la historia ni en la vida de las personas es ineludible, y sin embargo las cosas ocurren y tienen su lógica interna, que el historiador debe buscar y exponer de forma a su vez lógica, en lugar de plantearse problemas como el de la ineludibilidad de los acontecimientos, demasiado profundos para el común de los mortales, exceptuando a Pero Grullo.

Otro distinguido catedrático, don José Álvarez Junco, hizo esta interesante reflexión: “Octubre de 1934 fue un desastre, hubo desprecio a las instituciones por los dos lados”. ¿Desprecio? ¿Asaltar el estado mediante una insurrección es desprecio? Sabemos perfectamente hoy, lo he estudiado en Los orígenes de la guerra civil, cuál fue el “desprecio” del PSOE y los nacionalistas catalanes, más las restantes izquierdas, que los apoyaron. El señor Álvarez parece haber encontrado desprecios equivalentes por parte de la derecha. Esperamos atentamente que publique sus investigaciones.

Luego señaló Casanova: “No está claro que el poder militar quiera subordinarse al poder civil hasta 1981″. Lo que él llama “poder militar” fue autor de incontables pronunciamientos en el siglo XIX, la inmensa mayoría de ellos de carácter izquierdista, esto es, liberal “exaltado” o “progresista” o “republicano”, como el propio Casanova; y lo primero que pensaron en 1930 los políticos republicanos reunidos en el Pacto de San Sebastián fue dar un golpe militar, en la vieja tradición. Los golpes derechistas apenas se produjeron más que cuando las descerebradas izquierdas españolas (recuérdese que nunca tuvieron un solo pensador de mediana talla) llevaron al país al caos y al peligro de disolución. Por otra parte, la tradición intervencionista militar no es solo militar: siempre estuvo muy ligada a poderes civiles que la reclamaban o querían instrumentalizarla. ¿Y a qué poder civil tendría que subordinarse un militar en 1936? Al poder de un gobierno ilegal y de una revolución en marcha, pequeña cuestión que olvida nuestro brillante historiador. ¿Y fue un “poder militar”? Pues resulta que la mayoría de los generales y casi la mitad de los oficiales apoyaron a las izquierdas (por eso fracasó el golpe) ¿Qué parte del ejército era el “poder militar”? El señor Casanova no entra en estas cuestiones, para él banales, prefiere las profundidades de Pero Grullo. Opción a la que tiene pleno derecho, eso no se le puede negar.

Sigue Casanova: “El siglo XX fue el siglo de los ciudadanos”, a pesar de lo cual “estos no pudieron votar durante 40 años”. Sí pudieron votar, en referendos y en las elecciones municipales, sindicales, etc. En los años 30 dos elecciones, al menos, fueron falsificadas por las izquierdas, las municipales de 1931 y las de 1936. O sea, que no fue tan “siglo de los ciudadanos”, sino más bien de convulsiones, salvo desde 1939. En la URSS también podían votar de forma muy curiosa, en Alemania la democracia cayó por decisión ciudadana y, de no ser por la intervención useña, en la mayor parte de Europa occidental no habría habido ciudadanos desde 1940. Y España pasó a la democracia por evolución propia y no por intervención armada externa gracias a esos 40 años sin votar, no gracias a la oposición antifranquista que, como el mismo Casanova, no dejó de soñar con las delicias del Frente Popular.

Afirma el historiador que la dictadura franquista fue una “excepcionalidad trágica”. Según para quién: para la inmensa mayoría de la población, que pasó del hambre y el analfabetismo republicano a un alto grado de desarrollo, no lo fue, y, salvo en los años 40, tampoco para sus enemigos: en la transición solo había unos 300 presos políticos, comunistas o terroristas, que de demócratas tenían lo que Casanova de historiador veraz. Éste, por supuesto, tiene tanto derecho a identificarse con ellos como a su opción perogrullista, eso no se le discute.

Finaliza, en fin, Casanova, loando la ley totalitaria de memoria histórica como “retribución jurídico-política a unas víctimas a las que no se había hecho ningún reconocimiento”. ¿Reconocimiento de qué? Unos lucharon, de grado o por fuerza, por idealismo o porque no les quedó más remedio, en pro de revoluciones espeluznantes, y otros eran chekistas y asesinos a quienes, hay que repetirlo, dejaron en la estacada sus jefes, que huyeron con inmensos tesoros expoliados. Pero para Casanova son todos iguales, asesinos e inocentes: “víctimas”, sin más. Todo ello está hoy bien reconocido en lo esencial. Faltan por estudiar a fondo las víctimas que se causaron las izquierdas entre sí. De ellas no dice palabra nuestro historiador, que, si no expone en absoluto la historia real, al menos debe agradecérsele que se exponga a sí mismo como lo hace.

(En LD, 2-12.2009)

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Naciones y nación española

En Una hora con la Historiatratamos este sábado la experiencia de la neutralidad y su posible proyección como principio de política exterior tras la caída del Pacto de Varsovia.  Es una cuestión clave en un país cuyo gobierno y partidos parecen haber renunciado no solo a una política exterior propia del país, sino a la misma soberanía española. Trataremos también el libro recientemente publicado sobre las elecciones de febrero del 36 y lo que revela no solo sobre la política actual, sino también sobre la intelectualidad y los historiadores.

   La sesión anterior:  https://www.youtube.com/watch?v=6vaDWRde2Ec

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Replicando a un aserto de Rajoy más o menos correcto sobre la nación española, el diario hispanófobo  El País  ha replicado apoyándose en Álvarez Junco y algún otro confuso prócer de la historiografía española de recua. El 29-11-2002 ya tuve ocasión de comentar en Libertad Digital las pintorescas  ideas de Álvarez Junco al respecto:

En el aula de cultura del grupo “El Correo”, al presentar su libro Mater Dolorosa, sobre el concepto de España como nación en el siglo XIX, el profesor Álvarez Junco ha expuesto: “Sé que ustedes creerán que el concepto, la realidad, de naciones ha existido siempre, pero no es así, ni mucho menos. En las sociedades antiguas, la gente se dividía de otras muchas maneras: eran cristianos o musulmanes, nobles o plebeyos, y, por supuesto, hombre o mujeres. Las naciones se convirtieron en el criterio más importante de definición social a partir de las revoluciones liberales (…) Para nosotros es fundamental ir por el mundo diciendo “yo soy alemán”, por ejemplo, y lo decimos mucho antes que “soy médico” o “soy hombre”, o “soy anciano”.

¡Hombre!, decimos “soy alemán”, o “soy anciano” etc., en contextos diferentes y difícilmente comparables. Al pasar la frontera, o en una reunión internacional, decimos nuestra nacionalidad, pero no cuando vamos al médico o a comprar zapatos. Y mucho antes del siglo XIX, contra lo que parece imaginar Álvarez, la gente se presentaba como española, italiana, inglesa o francesa, y no sólo como “cristiana” o “musulmana”. Y al revés, las personas se siguen presentando, según el contexto, como cristianas, ateas, musulmanas, periodistas, hombres, mujeres, niños o lo que cuadre. Asombra la confusión del discurso, pero con tan penosos rebajamientos del nivel intelectual topamos muy a menudo en los últimos años, y en los lugares más insospechados.

Un error muy extendido nace de la importancia peculiar que la nación y el estado nacional adquieren en los siglos XIX y XX. Fue entonces cuando ese ente algo difuso que solemos llamar “burguesía” intentó sistematizar y racionalizar el concepto de nación, llegando a convertirlo, por una parte, en una especie de absoluto moral, sustitutorio de la religión, y por otra en ámbito y base social para la aplicación de derechos y libertades (o de privación de ellos). Pero esas construcciones teóricas y políticas no crean la nación, sino que operan sobre ella, una realidad preexistente de mucho tiempo atrás.

Se han intentado muchas definiciones de nación, ninguna de ellas abarcadora de todos los casos nacionales existentes. La causa es que una nación no es un conjunto de rasgos objetivos, sino el producto de un sentimiento colectivo de identidad en torno a rasgos comunes, que pueden ser muy variados, y que, sobre todo en la época contemporánea, suelen entrañar aspiraciones a disponer de un estado propio. Pero que casi siempre tuvieron algún contenido político: el sentimiento de pertenencia a una nación, se llamara así o de otro modo, fue desde tiempo muy antiguo, la base emocional para defenderse de agresiones extrañas o para imponerse imperialmente a las vecinas. Difícilmente concebiremos una comunidad más fragmentada políticamente que los griegos antiguos, y sin embargo ellos se consideraban una nación, por el triple lazo de “lengua, religión y sangre”. En los momentos de peligro consiguieron cierta unidad y realizaron hazañas comunes, en especial frente a los persas, pero en general estuvieron desunidos, sin que ello hiciese decaer en ellos su sentimiento de identidad. Algo así ocurría en la Italia del Renacimiento, pese a lo cual los italianos se reconocían como tales y eran así reconocidos por los demás. O, al contrario, será inútil, mientras no cambien otras cosas, convencer a peruanos y bolivianos, o a argentinos y chilenos, de ser una misma nación, por muchos rasgos culturales y étnicos que tengan en común. Creo que tampoco será posible hacer una nación de Europa. En cuanto a España, basta leer Bravuconadas de los españoles, del francés Brantôme, para percibir con cuánta fuerza se sentían sus habitantes una nación particular y eran sentidos como tal fuera de España, en pleno siglo XVI.

Y, en realidad, mucho antes. Según Álvarez Junco, antes del siglo XIX no existía nación española, sino sólo “identidad”, acaso desde que los griegos visitaron la península en el siglo IX antes de Cristo (debió de ser algo más tarde). Pero, advierte aquél, antes habían existido grandes civilizaciones, la egipcia, la china, la india, la persa, la babilonia, etc., “y en ninguna de ellas hay la más mínima referencia a España (…) ¿Por qué? Por una razón que los nacionalistas españoles no entienden ni entenderán nunca —en realidad, sean del nacionalismo que sean, los nacionalistas en general no comprenden estas cosas—: que España no es el centro del mundo”. Al atribuir tal simpleza a los nacionalistas, es Álvarez —profesor universitario ganador del Premio Nacional de Ensayo, dirigiéndose, no se olvide, a gente ilustrada— quien cae en la simpleza, y sospecho que incluso Batasuna es capaz de razonamientos más refinados que el suyo.

Parece razonablemente claro que España, como buena parte de las naciones europeas, se formó sobre la base cultural romana y las invasiones germánicas, adquiriendo forma política desde Leovigildo y Recaredo. Sin ello resulta imposible explicar un fenómeno como la Reconquista. El profesor critica severamente algunas desvirtuaciones históricas de los nacionalismos, pero cae en otro error elemental al suponer a que esas desvirtuaciones niegan la realidad nacional. Todas las comunidades tienen relatos más o menos legendarios, falsos o no, transmitidos por la tradición o producto de la inventiva nacionalista. Pero es como las personas: si alguien miente sobre su pasado, no por eso dejan de existir ese alguien y su pasado. La “identidad”, concepto excesivamente amplio que Álvarez Junco opone al de nación, es precisamente la identidad nacional. En Quevedo, en Cervantes, y mucho antes que ellos, la identidad española, cultural y política, está bien explícita.

Álvarez comete un nuevo error al burlarse de quienes niegan el carácter de español al emirato y luego califato de Córdoba, pues éste, arguye él, ocupó un 85 por ciento de la península, viviendo pacíficamente unos tres siglos, según asegura (en realidad, el poder musulmán en España, incluso entonces, transcurrió en guerras civiles permanentes, gracias a las cuales los mínimos reinos españoles del norte pudieron consolidarse y expandirse). Al parecer, el criterio básico con que opera Álvarez es el territorial, pero su conclusión resulta tan poco seria como la de que israelíes y palestinos forman una misma nación por vivir en el mismo territorio, o que tan israelí, o tan palestina, es la Autoridad de Arafat como el estado hebreo. Lo ocurrido, aunque a Álvarez le cueste trabajo creerlo, es que sobre el territorio peninsular lucharon dos naciones distintas: España y Al Andalus. La primera era cristiana y europea, la segunda musulmana y afroasiática no en sentido territorial, sino cultural. Las implicaciones de todo tipo, desde la idiomática a un concepto de libertad personal inexistente en el islam, como ha recordado Sánchez Albornoz, son enormes, aunque alguna gente no quiera verlas.

En la actualidad proliferan en varias regiones de España partidos contrarios a la nación española. Tienen dos rasgos: una necesidad extraordinaria de desvirtuar la historia, y una oposición a las libertades y la democracia, gravemente vulneradas en Cataluña y, sobre todo, en Vasconia. Por supuesto, ello no impediría que llegasen a constituir nuevas naciones, si consiguieran transmitir a la gente un sentimiento lo bastante intenso y extendido de ruptura con la común nación española. A desprestigiar a ésta contribuyen las confusiones de Álvarez Junco, funcionario de la administración…española.

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Dicho más elaboradamente: una nación es una comunidad  cultural relativamente homogénea con un estado propio. Esto se consiguió en España con Leovigildo y Recaredo, y el precedente nacional tuvo tal fuerza que, pese a ser destruido por la invasión musulmana y luego, por la fuerza de las cosas, originarse una serie de reinos que podían haber dado a una situación similar a los Balcanes,  la idea de España pervivió y permitió finalmente la unificación, con la única excepción de Portugal. Y España volvió a ser una comunidad cultural con poquísimo  en común con la cultura islámica y   con un estado propio.

En esencia y resumen, este es el hecho, por muchas variantes secundarias que se hayan producido en el tiempo y el espacio. Variantes que explotan los hispanófobos para socavar la idea de España y procurar balcanizar el país. En todas las sociedades existen tendencia unificadoras y disgregadoras y la característica de España, desde la transición, es que las disgregadoras han cobrado mucho auge, alimentadas y financiadas por los propios gobiernos centrales, algo inédito en la historia y que por sí mismo refleja una especie de enfermedad de los tiempos.

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Las elecciones que asesinaron la democracia y trajeron la guerra

** En “Una hora con la Historia” hemos tratado un asunto de la mayor trascendencia actual: la neutralidad española en las dos guerras mundiales, que posiblemente ha evitado la disgregación del país entre otras mil calamidades: https://www.youtube.com/watch?v=6vaDWRde2Ec&t=4s

   Hago un llamamiento a todos los lectores  a escuchar y difundir este programa de historia, de modo que pueda ser eficaz en la destrucción de unos mitos sobre el pasado que enturbian amenazadoramente nuestro presente y porvenir. Todos tenemos una gran responsabilidad en esta tarea

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Si uds comparan la ediciones de mis libros “El derrumbe de la República o Los mitos de la guerra publicadas en 2002- 2003 y las de diez años después, comprobarán en ellas solo cambios menores de detalle…  salvo en un aspecto crucial: la fecha del fallecimiento de la II República. La cuestión tiene la mayor relevancia, porque en ella se ha basado todo el discurso historiográfico, propagandístico y político de izquierdas y separatistas hasta el mismo día de hoy.

En las primeras ediciones de ambos libros  se consideraba esa fecha el  19 de julio de 1936, cuando José Giral, hombre de confianza de Azaña,  ordenó armar a los sindicatos para hacer frente al alzamiento de lo que se conocería como “bando nacional”. También podría haberse señalado el 13 de julio, cuando el líder de la oposición, Calvo Sotelo, fue asesinado por fuerzas armadas mixtas del gobierno y de las milicias del PSOE, pero todavía podía quedar un resquicio de esperanza en la actitud que adoptase el gobierno. Resquicio que se vino abajo inmediatamente al comprobarse que el gobierno carecía por completo de voluntad de aplicar la ley.

En cambio, en las últimas ediciones he retrotraído la fecha del hundimiento de la república al 16 de febrero de ese mismo año, con las elecciones llamadas “del Frente Popular”. Pues se trató de unas elecciones abiertamente fraudulentas, que hundieron por completo la legalidad republicana, no siendo los acontecimientos de los meses posteriores otra cosa que las consecuencias inevitables de aquel fraude. Una sociedad en que naufraga la ley, se aboca a la guerra civil op a la putrefacción. Y la legalidad republicana podía describirse como de una democracia chapucera, pero más o menos democrática en principio.

Ya he hablado del asunto largo y tendido en libros y artículos, por lo que resumiré brevemente la cuestión.

a)    El escrutinio de los votos fue falseado al realizarse bajo violencias y presiones amenazantes de las izquierdas, como reconocen claramente Azaña (ambiente de “motines”, señala este) o Alcalá-Zamora, entre otros. Por lo demás, nunca se publicaron recuentos fiables de los votos, ofreciendo los historiadores estimaciones muy disímiles. Este mero hecho ya destruye todo el argumentario legalista o democrático izquierdo-separatista. Como observa Stanley Payne, da la puntilla al último de los grandes mitos del siglo XX,

b)    El proceso no se limitó a las votaciones del 16 de febrero sino, que, en rigor, continuó hasta la destitución de Alcalá-Zamora, el 7 de abril, con nuevos fraudes en la segunda vuelta electoral, robo de escaños a las derechas en una “revisión de actas” con derroche de una brutal demagogia, y nuevas lecciones en Granada y Cuenca bajo el signo de coacciones realmente mafiosas.

c)     La destitución de Alcalá-Zamora, asimismo ilegal desde todo punto de vista, coronó el proceso de liquidación de la república. Aunque tuvo algo de justicia poética, pues aquel botarate había sido el principal causante de la situación creada. El régimen fue titulado “república de profesores” por la posterior propaganda comunista, pero “república de botarates” podría resultar un título más acorde con los hechos.

d)    Los sucesos que siguieron a aquellas elecciones, repito,  fraudulentas, consistieron en un movimiento revolucionario desordenado pero extremadamente violento, arbitrario y abusivo en todos los sentidos, provocando una situación extrema y el levantamiento – evidentemente justificado– de una parte (menor) de las fuerzas armadas, seguido inmediatamente por una gran masa de la población.

e)     No menos significativa fue la campaña electoral previa por parte de izquierdas y separatistas (el Frente Popular las agrupaba a todas de hecho, aunque de fachada la Esquerra, por separatismo, siguiese al margen). En dicha campaña  desapareció toda contención y respeto a la ley: propaganda amenazante, literalmente propaganda de guerra. La misma continuaba la que les había llevado a lanzarse textualmente a la guerra civil en octubre de 1934, y de cuyo fracaso no habían aprendido nada. Líderes tan significativos como Largo Caballero o Azaña se permitieron advertir que no tolerarían una victoria de las derechas en las urnas, en cuyo caso recurrirían a otros medios.

Todo esto lo he documentado muy ampliamente y al respecto no podía caber hoy duda alguna a cualquier persona informada. Pues bien, acaba de publicarse el libro de los profesores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, esperado desde hacía dos años, en que se expone gran número de aquellos fraudes y violencias en los escrutinios, conocidos en general aunque no con detalle. Es un libro importante porque derruye el último bastión justificativo de unas izquierdas y separatistas en las que, como señalaba el liberal Gregorio Marañón, competían la estupidez y la canallería. Cualidades ambas que perviven lozanas en los autores de la delictiva Ley de Memoria histórica y en numerosos intelectuales e historiadores que por algo se identifican a sí mismos con aquel Frente Popular. Por puro oportunismo, los destructores de la II República se presentaron como “republicanos”. Como si sus contrario fueran monárquicos, que no lo eran en su gran mayoría, después de que la monarquía se hubiera liquidado mediante un autogolpe en 1931. Y la gran mayoría de los historiadores y políticos siguen llamando “republicano” a un bando compuestos de revolucionarios, golpistas y racistas separatistas. Un nuevo fraude, en definitiva.

Aún no he leído el libro, pero preveo que mis trabajos no serán citados en él. Hace un par de años, un profesor de universidad me comentó que en cierto modo era mejor así, más eficaz, porque la izquierda ha conseguido desprestigiarme tanto en ámbitos académicos que citarme resultaba contraproducente. Le repliqué: “A mí no me desprestigian. Son ustedes, por falta de valor y honradez intelectual, o por un corporativismo  irrisorio, los que desprestigian la historia académica, cediendo el terreno al matonismo del embuste sistemático, que tanto daño están haciendo al país. Están obrando  como los políticos de tres al cuarto que  nos desgobiernan . No olviden su responsabilidad”. Me temo que es inútil.   

 

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