Pasado e inconsciencia
“Primera novela: un anciano, al filo del siglo XXI, rememora su lejana juventud. Una juventud muy turbulenta, llena de altibajos y claroscuros, que había querido sepultar deliberadamente en el olvido. ¿Conozco alguna novela planteada de este modo? No se me ocurre ninguna. ¿Tiene algo que ver con su biografía? Después de aquella época juvenil vino la vida constructiva de profesor de universidad y cónyuge feliz (así lo da a entender). ¿Por qué esta otra parte de su vida, la más larga, no le da de sí? Hay miles de novelas que tratan de las menudas historias cotidianas, o las tragedias vulgares, amoríos o intrigas, y pueden ser muy entretenidas. Me sorprende, quiero decir, no recuerdo haber leído otra así.
“Segunda novela: un estudiante aficionado a contemplar las salidas y las puestas del sol. Estos fenómenos le sugieren pensamientos, le cansan la mente, pero le interesan. ¿Cómo es posible que nadie preste atención a esas cosas, siendo así que sus pequeñas vidas dependen absolutamente de ellas? En cambio son las preocupaciones de cada día, casi siempre insignificantes, las que les llenan la cabeza y la atención. Ve pasar a la gente, salir del metro, ir al trabajo con cara soñolienta. Hace media hora esa gente estaba como muerta, inconsciente, ajena a la realidad, y ahora se mueve en una realidad de la que prácticamente no se entera. Y dentro de unas horas se pondrá el sol, y poco a poco volverá a la inconsciencia.
“Verdaderamente son dos novelas de lo más inquietante. Rarísimas en el panorama literario, actual o de cualquier tiempo. Que yo pueda recordar, ya se entiende” J. L. Huertas
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La aljofifa
“En los comienzos del régimen democrático en España se celebró en La Rábida un congreso hispánico de zoólogos de vertebrados, al que fue invitado y en el que incluso llegué a leer una ponencia. Me figuro que se me invitó más por vertebrado que por zoólogo. El caso es que por aquellas fechas había hecho mi libro sobre Doñana y se me tenía poco menos que por especialista en el célebre y conflictivo Coto. A uno de los lados de la explanada de la universidad de verano ondeaban las banderas de los países hispanoamericano que habían mandado los delegados al congreso, y en el centro, exenta, la bandera nacional. Una tarde, veo al pie del mástil un grupo de gente y noté que pasaba algo raro. Alguien había arriado la bandera española y la había sustituido por la de la “patria andaluza”. El profesor don José Antonio Valverde, con ayuda de un bedel, se disponía a reparar el entuerto entre expresiones de reprobación y desagrado. Entonces se acercaron al grupo dos congresistas que venía como paseando, y uno de ellos, del que solo supe que era de Córdoba, le dijo a Valverde:
–Que conste, profesor, mi más enérgica protesta por lo que usted está haciendo.
Valverde se encaró con él y le dijo, señalando a la tarjeta de congresista llevaba prendida en la solapa:
–Mira, muchacho. Ahí pone que tú eres de Córdoba, y que yo sepa Córdoba está en España y La Rábida también, y si eres español, esta es tu bandera.
La bandera volvió a subir, pero el mal nacido aquel no se quedó conforme y hubo varios tiras y aflojas. Yo estaba de simple mirón y aún me duele no haber terciado con la dialéctica de los puños. Tal vez así, con una escena violenta, hubiera evitado la bochornosa transacción a la que se llegó, que fue la de poner en el mismo mástil no dos, sino tres banderas, a saber, la española, la andaluza y la de Moguer de la Frontera. Ya imperaba, como puede comprenderse, el espíritu de chapuza que hizo posible el “Estado de las autonomías”. Como la única dialéctica que yo practico es la de la pluma, a ella recurrí y escribí un artículo, que salió en el diario “Informaciones”, en el que proponía que, para no ser menos que los vascos y los catalanes que tenían nombre específico para su enseña regional, le pusiéramos los andaluces a la nuestra un nombre, que a mi juicio debía se una palabra que tuviera a la vez abolengo árabe y llaneza popular: la palabra “aljofifa”. El caso es que cada vez que veo la aljofifa, siento la humillación aquella de La Rábida y me duelen en la boca del estómago los puñetazos que no llegué a dar al miserable aquel” (Aquilino Duque).
La “aljofifa”, paño de fregar suelos, fue diseñada con modelo islámico por Blas Infante, declarado “padre de la patria andaluza” por la chusma socialista, ucedea y “andalucista”. Y así hasta hoy. Creo que este relato vendría muy bien en la campaña electoral próxima.
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Situar la historia
Es una manía ciertamente ilustrativa la de explicar la época de hegemonía española destacando todos los factores que la habrían hecho imposible, como se asombraba Julián Marías. Pero la historiografía española, salvo excepciones “es así”. He procurado explicarla de otra manera, y al mismo tiempo situarla en un plano histórico más amplio, el de la Era Europea terminada con la SGM. Esta situación me parece absolutamente necesaria, pues arroja luz sobre aquella época como parte de un proceso que, en lo esencial, puede darse por cerrado





