La Reconquista es un fenómeno sin equivalente en ningún otro país. No solo es la historia de la lucha contra la invasión musulmana, sino también contra las fortísimas tensiones disgregadoras que ocurrieron en su curso. Lucha que llevó a recomponer, en lo esencial, la nación fundada por Leovigildo y Recaredo, sin cuyo precedente la península habría quedado dividida en cuatro o cinco estados hostiles entre sí.
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Hay frases geniales como dardos al corazón de la condición humana, así esta, “¿Quién no es mejor que su propia biografía?”, cuyo autor lamento no recordar. Hay siempre un desfase entre cómo uno se ha comportado y cómo le gustaría haberlo hecho, entre lo que uno quisiera ser y lo que es en realidad, con el problema añadido de que la realidad está siendo absorbida continuamente por el tiempo y solo deja en la memoria un rastro pálido. Otro problema es que un mismo hecho puede y suele ser visto de manera distinta y aun opuesta por los distintos protagonistas o testigos. Eso se percibe en todas las autobiografías y memorias, en las que están presentes tanto la justificación a menudo mentirosa, como el hecho de que el autor siempre cuenta, involuntariamente, más de lo que quisiera para el lector atento. Pude comprobarlo al escribir Los personajes de la república vistos por ellos mismos, al cruzar las memorias de unos y de otros, una método de investigación historiográfica muy productivo, no seguido por nadie, que yo sepa. La objetividad es, por tanto, un ejercicio muy difícil y nunca logrado del todo, aunque hay grados.
Pero, en general, lo que expresa la frase es por una parte un sentimiento: “¿Quién no se siente mejor…” y simultáneamente la necesidad de justificarse o de jactarse ante los demás. Las dos cosas son inevitables, porque todos sentimos o mejor, presentimos, que dependemos del juicio ajeno. Hecho evidentísimo cuando somos llevados a juicio por la ley, pero presente en todas las relaciones sociales, en las que, por lo común, procuramos presentarnos “mejor que nuestra biografía”, aunque, por la misma razón más o menos exhibicionista, a veces hacemos alarde de nuestras miserias. Y nos parecen injustos los juicios condenatorios o despreciativos de los demás.
La frase separa nuestro yo de nuestra biografía, que a menudo ocultamos o desfiguramos, deliberadamente o por insuficiencia de atención (nadie conoce a fondo su propia biografía). Y expone el yo al juicio externo, sea del público o de las personas cercanas. Nos sometemos, pues, constantemente y de modo apenas consciente, al juicio, es decir, a la opinión moral de otros, que decidiría el bien y el mal con respecto a nosotros mismos. Podríamos decir que en eso radica la moral, en una serie de convenciones sociales a las que difícilmente podemos escapar y a las que la mayoría se conforma, aunque para ello deba mentir sobre su biografía.
Sin embargo cabe la reacción contraria: ¿quién es nadie para juzgarme? Si yo soy miserable, ¿acaso los demás no lo son igualmente? ¿Acaso no mienten en sus pretensiones de moralidad? ¿Por qué habría de someterme a sus convenciones, sean las de muchos o las de pocos? Solo podría someterme por temor a la fuerza y contra mi libertad, esto es, por cobardía. Esta reflexión señala el problema de la moral: aunque se exprese convencionalmente, su origen ha de ser exterior a la sociedad e impuesto a ella, “las leyes eternas de los dioses”. De otro modo nunca habría motivo suficiente para sujetarse a sus normas. Es decir, para sujetarse en principio, porque en la biografía de cada cual esas normas son vulneradas de muchas formas que luego se intentan justificar.
En la entrevista sobre mis recuerdos sueltos Adiós a un tiempo, Luis del Pino me supuso satisfecho de mi vida. Le dije que más bien desconcertado. Pero realmente tengo motivos para estar satisfecho, pues muy bien habría podido ser mucho más breve de lo que viene siendo, y he tenido suerte en bastantes cosas. De lo que no estoy satisfecho es más bien de mí mismo, pues la memoria me recuerda mil fallos y me dice que podría haber estado más a la altura en muchas ocasiones. Así, también podría decirse: “¿quién no es peor que su propia biografía?”. Pero esta pregunta tiene menos valor que la primera, porque sin duda hay mucha gente realmente víctima de la mala suerte, aparte de la que busca en ello una excusa.
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