Dice usted que la explicación profunda de la historia está en la religión y no en la técnica y la economía, porque el hombre precisa de la fe para sostenerse en un mundo misterioso que le desborda. ¿Qué quiere decir con eso, en concreto?
La historia política es muy viva, muy cambiante y dramática, en cambio la religión es muy lenta, puede mantenerse con escasos cambios durante cientos y hasta miles de años. También la economía puede seguir esencialmente igual durante muchos siglos, por lo que hallamos ahí un contraste interesante: ¿puede lo que apenas cambia explicar lo que cambia constantemente?
¿Puede?
Sí, claro. La historia, y el mundo en general, se nos presentan como un caos de sucesos e impresiones, y la mente busca una explicación, que llamamos profunda, a ese caos superficial. Lo buscamos en movimientos de largo plazo, igual que intentamos explicar las acciones a menudo inconexas o incoherentes de las personas por lo que llamamos “su carácter” o “su temperamento”, que apenas varían. Sobre esa base podemos entender mejor sus actos y tendencias.
Pero, ¿por qué la gente precisa una fe para sostenerse? La gran mayoría se sostiene, es decir, vive con naturalidad sin pensar mucho en religiones ni en fe.
Volvamos a Omar Jayam, creo que nadie ha explicado mejor y más concisamente que él el carácter misterioso de la condición humana. Ha expresado de modo totalmente racional lo que casi siempre, a la gran mayoría, se les presenta como un sentimiento vago, que surge en tal o cual momento, generalmente relacionado con la muerte. Lo que expone Jayam racionalmente son los límites de la razón, la imposibilidad de la razón para penetrar en el fondo de nuestra propia condición, en un misterio que sobrepasa todas nuestras capacidades: ¿por qué y para qué está aquí cada uno de nosotros o la propia humanidad? Esto desborda de paso la explicación económica de la historia. Naturalmente, necesitamos comer, y sin ello nos morimos, pero la visión economicista no dice que necesitemos comer para vivir, sino que inevitablemente vivimos para comer. Para comer más y mejor. El prometeísmo nos dice en definitiva eso, que vivimos para comer, la religiosidad nos plantea para qué vivimos.
Si la cuestión de por qué y para qué vivimos es un misterio inaccesible a nuestra razón, ¿qué capacidad explicativa puede tener? ¿Y por qué debería importarnos?
Veamos, esa imposibilidad es causa de una angustia esencial: ¿qué sentido tiene nuestra vida? A esa pregunta no podemos contestar racionalmente, y sin embargo nos atenaza y es preciso darle una salida. Esa solución son los mitos y los ritos, es decir, las religiones, que nos explican el origen y fin del mundo y el papel del hombre en él. Obviamente, son explicaciones imaginativas, basadas en analogías, que exigen la fe porque no pueden reducirse a algo como “estudio para ser ingeniero”, o “evito el alcohol por razones de salud” . Las religiones calman esa angustia esencial, esa es su función, y al calmarla permiten al hombre dedicarse a los afanes de la vida, disfrutar de ella, mejor o peor, o soportar sus frustraciones y sufrimientos sin desesperarse. Por eso todos los pueblos han concedido enorme importancia a la religión como el eje de su moral, y más ampliamente de su cultura.
Sin embargo está claro que las religiones no son verdaderas. Muchas han existido y se han extinguido, dicen cosas diferentes y nadie creería hoy en sus viejos mitos.
Decir que no son verdaderas es aplicar la razón a algo que la desborda, eso ocurre también con el arte. Son verdaderas, por así decir, en la medida en que consiguen aplacar la angustia dando impresión de sentido a las actividades humanas y a la propia muerte. Y aunque racionalmente no puedan justificarse, creo que la razón puede, por así decir, pulimentarlas. Esto ya ocurrió en Grecia, que sometió los mitos a crítica, en buena medida incomprendiéndolos. La razón trató de sustituirlos por la búsqueda del sustrato necesario de la vida, por la Necesidad. Pero la necesidad tiene el inconveniente de su total indiferencia a los deseos, preocupaciones y libertad de los humanos. Es inapelable y el hombre solo puede tratar de adaptarse a ella o quitarse de en medio. A los dioses se les puede implorar, confiarse a ellos, pedirles cosas… En la Biblia, los profetas piden a Dios clemencia cuando este decide castigar a los judíos, o se le pide buena suerte en las empresas de los creyentes. Las calamidades podían interpretarse como resultado de faltar a la fe o de ofender a la divinidad, y todo ello calmaba la angustia, nunca por completo, desde luego, pero sí en grado suficiente. En cambio el concepto de necesidad no permite imploración, es un Dios por completo indiferente a la inquietud humana. Esta diferencia es muy importante. Modernamente se ha querido sustituir la religión por la ciencia, pero ya hemos visto cómo la ciencia no aplaca la angustia, sino que la exacerba sin remedio.
Usted no cree en el esquema de Comte. Ni tampoco explica las grandes diferencias entre unas religiones y otras.
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Galería de antifranquistas ilustres en “Una hora con la Historia”: https://www.youtube.com/watch?v=-fn3bGUQrSg
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