Todos contra los golpistas / ¿Netanyahu contra Israel? / J. Pérez (y VII) Cristianos y españoles

Todos contra los golpistas

No es horas de quejas  y denuncias lastimeras, sino de parar a los golpistas por todos los medios.  La involución contra la democracia, sostenida desde Zapatero –en realidad desde la condena de Aznar al 18 de julio–, ha degenerado en golpismo abierto, no tanto desde las autonomías regionales como desde el gobierno socialista. Y  siempre con apoyo del PP, también ahora. El único partido que, mejor o peor, defiende la integridad de España y la democracia, Constitución incluida, es VOX. El PP se ve entonces forzado a una unidad que al mismo tiempo sabotea. ¿Cómo la sabotea? Denigrando y calumniando a VOX, el obstáculo para volver a  sus  añorados “diálogos” y chanchullos con el PSOE y los separatistas.

Creo que Abascal debería abandonar su discurso falsamente unitario y oficioso hacia el PP, y  declarar sin complejos: “El golpismo actual ataca gravemente la unidad de España y la legalidad constitucional. VOX se propone parar a los golpistas, y para ello es preciso que en todas las instituciones, del rey abajo, haya una movilización de los patriotas y los demócratas. Quien quiera unirse a la tarea, sea el  PP, los socialistas decentes o cualquier otro, será bienvenido”. Con sus ofertas actuales  al PP, VOX  entrega la iniciativa y el protagonismo a ese partido, cuyo máximo interés es precisamente hundir a VOX y lo que este representa.

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¿Netanyahu contra Israel?

En un corto período, Netanyahu ha perpetrado tres “hazañas”: atacar la independencia judicial, es decir, la democracia; dejarse sorprender por la amplitud de la ofensiva de Hamás; y reaccionar de forma brutal cortando el agua, la luz, las medicinas y los alimentos a dos millones de palestinos y obligándoles a desplazarse hacia la frontera Egipcia. Con su primera acción ha dividido profundamente a la sociedad israelí; con la segunda ha debilitado seriamente el prestigio militar y de la inteligencia del país; con la tercera está generando la protesta de casi todo el mundo y probablemente echando por tierra los avances de convivencia con Turquía y los previstos en Arabia  Saudí, al paso que reforzará a las corrientes islámicas más radicales. Como se quejaba un judío: “hemos logrado unir por primera vez a sunnitas y chiítas”.

 No está claro lo que persigue Netanyahu. Su apelación a una segunda “guerra de independencia”  de larga duración sugiere  un proyecto  indicado por sus medidas desde hace tiempo: la ampliación de Israel con la ocupación completa de Cisjordania y probablemente de Gaza, con medidas que sugieren una limpieza étnica de ambas. En Gaza está además el aliciente de los yacimientos de gas y petróleo junto a su litoral. El ataque al poder judicial buscaría entonces  fortalecer al ejecutivo para la tarea.

En cuanto a la sorpresa por la ofensiva de Hamás, parece que el Mosad tenía noticias, a través de los egipcios, de lo que se tramaba, aunque quizá no de su amplitud. El salvajismo de Hamás  responde a una tradición reproducida hace unos años con el Estado Islámico, y a las promesas de varios dirigentes musulmanes de exterminar a los judíos; o puede obedecer a un cálculo deliberado de provocar una reacción excesiva que obligue al mundo árabe a comprometerse (Erdogan, hasta ahora semiamigo de Israel –y de los Hermanos musulmanes–, ha hablado de dotar a Turquía del arma nuclear, lo que complicaría enormemente la situación). O puede responder a ambas cosas, tradición y cálculo. A su vez, hay quien supone la posibilidad de que el gobierno israelí estuviera más al tanto de lo que pretende sobre la ofensiva de Hamás, pero que pudo permitirla precisamente para justificar una acción decisiva contra Gaza.

  Inevitablemente, todo esto son especulaciones más o menos razonables. Pero la realidad es que los designios y faltas de Netanyahu han creado una situación difícilmente controlable y de muy difícil vuelta atrás.   Los acuerdos de Oslo trataban de solucionar el conflicto mediante un estado palestino en Gaza y Cisjordania. Tal estado sería  sin duda hostil a Israel, y fue visto por muchos políticos judíos como una amenaza. En todo caso, los gobiernos israelíes han inutilizado el proyecto, incluso protegiendo a Hamás contra la OLP para impedir una autoridad conjunta en el proyecto de estado. Y Cisjordania sigue en su mayor parte bajo autoridad militar directa, con expansión constante de asentamientos judíos. El problema afecta a todo Oriente Próximo, pero implica directa o indirectamente al resto del mundo, a Usa,  Irán, Turquía, Rusia o China.

Y por supuesto a la UE. Incidentalmente, Erdogan se ha felicitado de que la emigración turca en Alemania y Austria ha hecho más por la expansión del islam que las ofensivas militares otomanas que habían fracasado ante Viena. En cuanto a España, la inmigración islámica, particularmente la marroquí, nunca ha olvidado Al Ándalus, que podría volver, si Alá lo quisiera. Y  por qué no habría de quererlo: cuenta en España con muy numerosos partidarios, empezando por el gobierno y el PP y siguiendo por los  profesores charlatanes que prohíben a sus alumnos emplear el término Reconquista.

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La reconquista y España

Joseph Pérez (y VII) Cristianos y españoles

(La intención de estos artículos era criticar cada una de las tesis de J. Pérez sobre la historia de España, pero me pareció que dejando en claro las referentes al origen mismo de España, caían por su peso las demás. Ruego la difusión de estos artículos en la universidad en cuanto sea posible)

Resume Joseph Pérez de este modo la Reconquista: Frente a los moros, los españoles se sienten herederos de una historia, de un patrimonio, de una civilización: la de Roma, transmitida por los visigodos; es una especie de continuidad vertical en el tiempo hacia unas raíces comunes. Frente a los moros, también, los españoles se sienten solidarios con los cristianos que viven más allá del Pirineo, hay una continuidad horizontal, en el espacio, con la cristiandad occidental.

Todo esto es indudable, y hay que agradecer al señor Pérez que emplee los términos Reconquista y españoles, que se han vuelto tabú en muchas publicaciones pedantesca, por no decir estúpidamente, “académicas”, empeñadas en negar o difuminar lo evidente para justificar cualquier apriorismo ideológico. Pero creo que falla cuando  disuelve en Roma y la cristiandad el aspecto político. Los godos no fueron los transmisores del legado latino, más bien eran en principio ajenos a él y una amenaza al mismo (no en vano su gloria más señalada había sido la toma y primer gran saqueo de la Roma imperial). El legado latino estaba asentado en la población hispana y su organización eclesiástico-política, no en los visigodos. La gran tarea de estos, una vez se fijaron definitivamente en España y empezaron a confundirse con ella, fue el designio y la realidad de un estado español, es decir, la conversión de la comunidad cultural hispana en una nación.  Creo que hay que insistir  en este punto, habitual y absurdamente negado, porque sin él muy difícilmente habría habido Reconquista, es decir, continuidad político-cultural hasta nuestros días.

Repite la misma tesis insuficiente J. Pérez: Españoles son, pues, aquellos hombres que, en el norte de la Península, se niegan a ser moros y aspiran a integrarse en la cristiandad occidental.  La realidad histórica, por cuanto sabemos, no es que se nieguen, simplemente, al Islam, sino que aspiran a reconstruir la España perdida; y aspiran a integrarse en la cristiandad occidental, cierto, pero solo en el plano religioso, no en el político. Y esto es fundamental porque, como debe recordarse, por entonces van conformándose dos Europas, la de las naciones y la de los imperios. España es la nación destruida que aspira a reconstruirse en circunstancias extremadamente difíciles.

Prosigue nuestro autor: Hay que esperar a la segunda mitad del siglo IX para que a la batalla de Covadonga se  la considere  como el símbolo de la lucha entre moros y cristianos, como el punto de partida de una gran empresa. En el momento en que se produjo el acontecimiento, no pasó de ser un episodio más de la resistencia que los indígenas oponían a gentes extrañas

Aquí volvemos a la distorsión tradicional. Es frecuente en la pedantería historiográfica pedir “el documento”. Pero una gran parte de los hechos históricos carece de documentos y sin embargo podemos saber bastante de ellos. No sabemos si es cierto que Covadonga fue invocada como principio de la Reconquista sólo en la segunda mitad del siglo IX, pero parece lo más razonable que lo fuera desde los primeros momentos, aunque ello no apareciese explícitamente en documentos escritos o se hayan perdido los mismos (se ha perdido infinidad de documentos, hasta de nuestra época tan dada a consignarlo todo). Pues el hecho es que los “indígenas” estaban ya romanizados, al menos en grado suficiente para que su resistencia no tuviera nada que ver, por cuanto sabemos, con las “resistencias” anteriores a romanos y godos. Desde el primer momento se crea un estado, por embrionario que sea, con voluntad de asentarse y extenderse rápidamente, lo que consiguió, por cierto.  Nada que ver con las razzias de saqueo propias de los cántabros y astures en la ya muy lejana época romana, o de los vascones en la visigoda. Es absurdo pretender que un pueblo supuestamente poco o nada romanizado, probablemente tampoco cristianizado y con una organización social primitiva, pierde, un siglo largo después de Covadonga, tales características para volverse notablemente civilizado, romanizado y reivindicador de la herencia política hispanogoda. Puede especularse con la afluencia de mozárabes del sur, pero, ¿no habrían sido recibidos por los indígenas como nuevos dominadores a los que habrían rechazado?

No vale especular con lo que no sabemos para desfigurar lo que sí sabemos: que hubo una resistencia en nada parecida a la remota de los pueblos no romanizados y que mostró en los hechos, desde el primer momento, una voluntad de asentamiento estatal y de expansión que, lo explicitaran documentalmente o no, corresponde con una “gran empresa”  justamente llamada Reconquista.

El empeño en negar la continuidad cultural desde Roma y político-cultural desde Leovigildo, solo puede entenderse en una tenacísima voluntad de negar o denigrar a España en general. Ahora oímos a muchos “liberales” afirmar enfáticamente que la nación española nace con la Constitución de Cádiz. De ser así, no habría nacido todavía, pues dicha Constitución nunca se llevó a la práctica… Y actualmente nos encontraríamos, gracias a otra Constitución, en un proceso disgregador… ¿de qué?  De lo que nunca existió, según esas lucubraciones. Resulta increíble, realmente, esa voluntad negadora, raíz de casi todos los males políticos de España desde la crisis del 98. Seguimos en el tiempo de los “gárrulos sofistas”, que decía Menéndez Pelayo.

 

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