Tambores de guerra, ¿Netanyahu contra Israel? / Tres en la transición

304 – Franco desafía a la ONU | Manifiesto por la neutralidad de España (ver en descripción) (youtube.com)

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Tambores de guerra

**En toda la UE y en Inglaterra están batiendo los tambores de guerra contra Rusia. “Rusia nos amenaza”. Como cuando las armas de destrucción masiva de Irak. O el incidente del golfo de Tonkín. O el acorazado Maine en La Habana.

**La OTAN y la UE han destrozado Afganistán, Irak, Siria y Libia, supuestamente para imponer la democracia a cañonazos. Estas aventuras han costado cientos de miles de muertos y millones de desplazados. Nadie ha dado explicaciones. Se supone que Usa e Inglaterra tienen derecho.

**Lo que hicieron en Siria y Libia, utilizar a políticos agentes, lo han repetido en Ucrania, usándola de ariete contra Rusia. Ahora Rusia está ganando en Ucrania, y la OTAN y la UE dicen sentirse en peligro. Todo el conflicto se habría evitado cumpliendo los acuerdos de Minsk, firmados con el propósito abierto de engañar a Moscú.

**Por lo que respecta a España, los autores de todas estas desastrosas guerra son los mismos que invaden nuestro país en Gibraltar y protegen a la “democracia” marroquí contra los intereses de España. ¡NEUTRALIDAD!

**Parece que el patriotismo es una necesidad humana. Dado que los españoles en general son muy poco patriotas de su país, se vuelven de pronto ultrapatriotas de Ucrania, o de Hamás o, algunos, de Israel.

**Israel es un enclave europeo, occidental, en un entorno hostil  que amenaza a los judíos, literalmente con el  exterminio físico. Su derecho a defenderse (también, indirectamente, a Europa), es obvio.  Y si comete errores graves, las consecuencias podrían ser terribles.

**En mi opinión, Netanyahu está cometiendo errores graves. Primero intentó un retroceso en la democracia para supeditar el poder judicial al ejecutivo, creando una división en el país. Y ahora se plantea aniquilar por completo a Hamas y a toda resistencia en Gaza. Ese objetivo es imposible salvo expulsando a los dos millones de habitantes de la zona. Los objetivos desorbitados conducen al fracaso.

** Israel nunca podrá librarse de la enemistad islámica, pero puede mantenerla a un nivel aceptable o al menos soportable. Es lo que estaba haciendo, con mejorías en  sus relaciones con Arabia Saudí, Turquía o Egipto y aislando diplomáticamente a Irán. Y  la política de Netanyahu está arruinando aquellos esfuerzos y aislando a Israel.

**Hay en la cuestión de Gaza un elemento económico: los yacimientos de gas de su litoral y el proyecto de un canal que rivalice con el de Suez,  desde el golfo de Acaba al sur de Gaza. Es inquietante que en el fondo de la guerra en Gaza existan esos objetivos.

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Por qué la II Guerra Mundial determinó  el final de toda una era histórica comenzada por España cuatro  siglos y medio antes. Este es el enfoque más general y omnicomprensivo del alcance de una contienda que no solo se dio entre potencias sino, más profundamente, entre ideologías. Un estudio debatible, si bien en un país sin debates.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Tres en la Transición

Es llamativo, o quizá lógico dado el pobre nivel analítico de la historiografía más habitual, que en los relatos de la transición se difumine la cuestión clave, la de la continuidad histórica del país, asaltada en 1934 y 1936, y luego sostenida por el franquismo. Se trataba de construir la democracia sobre la legitimidad y herencia social y económica del franquismo, o bien de destruirlas volviendo a una situación anterior: no otra cosa significaba la alternativa de reforma o ruptura. En cambio las historias sobre la época suelen estar plagadas de anécdotas irrelevantes o de sociologismos simploides.

La política en los siguientes cinco años iba a estar dominada, más que por dos partidos, por los dirigentes de ellos: Adolfo Suárez, con el rey detrás, y Felipe González acompañado de Alfonso Guerra. Las elecciones pasaron a girar en torno a sus grandes retratos expuestos por todas partes, con frases publicitarias muy simples, y que, como se quejaría Carrillo, parecían reñirse “entre dos niños bonitos” o, en frase de Castellano, “no era una elección de misses, pero se le parecía”.

En los ámbitos del régimen, Suárez era tenido generalmente por hombre de poco fuste, pero en febrero de 1976  Torcuato lo había presentado al rey como hombre “disponible”, sin muchas ideas ni convicciones, pero fiel a la corona, dispuesto y hábil en el trato con los demás, por tanto adecuado para la tarea. Pese a ello, Torcuato no las tenía todas consigo. En marzo insinuó a Suárez que él podría sustituir a Arias, y “no dijo, ni por cortesía, “Hombre, no” (…) Me impresionó su mirada, como si en el fondo de ella estallara el sueño de una ambición (…) Como si el fondo de aquella mirada fuera turbio y hubiera en ella algo así como una desmesurada codicia de poder. Nada claro, pero sí desazonante”. El 20 de abril volvió a encontrarle “demasiado interesado en la sucesión de Arias”, y se preguntó: “¿Cuánto había de visión de futuro y de voluntad política y cuánto de levedad de principios y de codicia política? (…) No me gusta la facilidad con que acepta”. Sin embargo siguió con el plan porque “Mi influencia y poder sobre él eran indudables”. “Sobre él ejerzo una gran autoridad y eso puede ser decisivo”. En esto demostraría fallarle su acreditada sagacidad.

Suárez dijo alguna vez que daría diez años de vida por uno de poder, y mientras bastantes políticos vacilaban ante las responsabilidades derivadas de encarrilar una transición  compleja y arriesgada, él no mostraba la menor inhibición. Con la mayor naturalidad alzaba los principios del Movimiento para entorpecer a Arias, o proclamaba “Queremos democracia en todos los ámbitos de la nación: en la política, en la cultura, en la riqueza”, demostrando su vaciedad intelectual. Él mismo decía, con cierta jactancia, que había aprobado Derecho aprendiéndose de memoria “como un papagayo”, frases que no entendía. También había interiorizado cierta jerga democrática, que usaría luego en abundancia, sugiriendo que siempre había pensado así. Su exigua solidez política ya se manifestó en los tratos con la Comisión de los Nueve, formada en diciembre por representantes del PSOE, el PCE, el PNV, catalanistas, galleguista, sociademócrata y democristiano para negociar con el gobierno. Según Jordi Pujol, “Suárez nos dijo: “Yo, señores, tengo el poder. Ustedes tienen legitimidad. De lo que se trata en estos momentos es de unir poder y legitimidad”. No dijo que nosotros tuviésemos la legitimidad en exclusiva (…) pero nos dejó muy claro que (…) representábamos la legitimidad del futuro, la que venía”. Hasta entonces, la reforma venía plenamente del franquismo, a conciencia de que la oposición solo la aceptaría si se sabía débil, pero Suárez  fortalecía a la oposición otorgándole una inexistente legitimidad democrática de la que, en cambio, él se privaba al venir tan directamente del Movimiento; desventaja que intentaría disimular con mayores concesiones y que sabrían explotar a fondo los socialistas y los separatistas, demócratas de toda la vida.

Con la victoria que supuso el referéndum, Suárez parece haberse creído un gran talento político. Había seguido el guion de Torcuato, pero desde entonces se atribuyó todas las medallas: él había sopesado diversas opciones para decidirse por un “tercer camino”, el correcto. Dejaba así a Torcuato el único mérito de haber allanado el camino que “me condujo a mí a la Presidencia”. Una vez cumplida aquella hazaña, Torcuato, todavía presidente de las Cortes, quedaba aparcado y veía con amargura cómo su “discípulo” prescindía de él, apenas le informaba y tomaba medidas que cada vez le disgustaban más. Su sobresaliente perspicacia había fallado con “el hombre disponible”, que iría transfiriendo buena parte de su disponibilidad a la oposición.

La persona de confianza de Suárez pasó a ser Carmen Díaz de Rivera, relacionada con el rey, mujer atractiva y de vida interesante, antifranquista, de un izquierdismo frívolo y emocional (ecosocialista) que procedente del partido de Tierno, terminaría en el PSOE. Y admiradora de Carrillo, el cual cobraba una aureola sorprendente, incluso en círculos de derecha, y la mantendría hasta su óbito en 2012, a pesar de sus fracasos políticos.

Ante las primeras elecciones, Suárez formó una coalición, UCD (Unión de Centro Democrático), que pasaría pronto a convertirse en partido e iba a demostrar poca consistencia interna. En lo fundamental constaba de una base y aparato procedente del Movimiento (el “sector azul”) más varios democristianos procedentes del grupo llamado Tácito y del pequeño partido de Areilza, cuyo jefe quedó defenestrado, más algún socialdemócrata. Sin embargo, ante la inanidad política de los “azules”, quienes marcaban la línea eran principalmente los democristianos, y ello tendría consecuencias realmente históricas. Durante la república el sector más aproximadamente democristiano, la CEDA, había mantenido siempre una posición incondicional con respecto a la unidad de España, pero cuarenta años después ocurría que también los separatistas vascos y catalanes se declaraban democristianos, formando una curiosa alianza en la que la unidad nacional perdía nitidez. No es que la UCD fuera contraria a dicha unidad, sino que no le parecía demasiado importante, ya que daba el peso principal a la “entrada en Europa”. Y ello habría de notarse en los estatutos de autonomía previstos.

Suárez tenía el respaldo, no oficial pero evidentemente oficioso, de Juan Carlos, y entre los dos existía una afinidad de carácter y también de inconsistencia intelectual, a la que ya hemos aludido. Por un tiempo se llevarían muy bien.

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Por lo que respecta a Felipe González, tenía con Suárez y el rey notables coincidencias de actitud y de carácter: los tres más listos que inteligentes, con un fondo cultural limitado, pragmáticos a un nivel poco elevado y sin la menor duda íntima sobre su capacidad para escalar los puestos más altos del país. Al igual que Suárez, González sabía mantener con la misma campechanía posiciones opuestas, adornándolas con palabras de buen sonido. De familia desahogada económicamente y de vida anterior un tanto anodina y previsible (lo más notable había sido una temporada en la Universidad Católica de Lovaina), vagamente ligada a la Iglesia, terminó decantándose por una tertulia sevillana de amigos socialistas (“El clan de la tortilla”). González iba a tener un futuro casi mágico, imposible de prever, primero desbancando al PSOE histórico, más tarde a Suárez y su UCD, y finalmente como director de la política nacional. Partiendo de casi la nada, ya antes de morir Franco le llovían las ayudas de todas direcciones: donativos y dádivas de variado origen, atención privilegiada y favorable en los medios, un franquismo comprensivo (y con la policía infiltrada en su partido en el que algunos dirigentes habían sido confidentes policiales), etc.

Su talante político quedó bastante bien descrito en el mencionado Congreso del 5 de diciembre. Después de las grandes declaraciones “de clase”, “marxistas” contra “cualquier acomodación o reforma capitalista”, etc., que recordaban a Largo Caballero, pasó a hablar de la política práctica. Como su ruptura ya había naufragado, siguió mencionándola, pero calificándola de “negociada”, e invirtiendo los hechos, en tradición bien asentada, afirmó que el gobierno no había tenido más remedio que “reconocer algunos de los postulados defendidos por la oposición democrática”, por lo que le reconocía generosamente cierta “credibilidad”. Y admitió: “Las fronteras que delimitan los conceptos de ruptura democrática y de reforma democrática han quedado desdibujados”…, obviamente, después de haber fracasado el 1 de mayo y la huelga general de días antes del 12 de noviembre, y en vísperas de un referéndum que estaba ya seguro de no poder boicotear. De Largo Caballero había saltado a Prieto en cuestión de horas y sin ningún problema. Pero no debe creerse que solo una de sus posiciones era verdadera: las dos lo eran, Largo en el plano general, estratégico, Prieto en la táctica por una temporada.

Durante bastantes años, Alfonso Guerra se convertiría en casi el alter ego de González. Menos simpático, a menudo arisco y provocador, entronca más bien con la figura tradicional del pícaro semiculto e insolente, cultivador de una moralina simple, diestro en la artimaña y la apariencia. La lista de sus “faenas”, a veces cómicas, es larga y algunas han salido en la prensa: cortar el micrófono o dejar encerrado en el ascensor a uno u otro opositores dentro del partido, engañar a los proveedores alemanes con pintadas en un garaje; hacer circular rumores injuriosos, como contra Pablo Castellano, a quien tildaba en Suresnes de “judío y sionista” y de “socialdemócrata vendido a los alemanes” (¡!). Debió de ser él también quien ideó el empleo de fondos recibidos de la sindical internacional CIOSL para simular cuotas de afiliados inexistentes, y cosas por el estilo. El PSOE renovado comenzaba así su andadura tras el largo bache de cuarenta años.

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Una vez eliminado Torcuato, la transición quedaba en manos de aquellos tres personajes, el rey, Suárez y González. Los tres tenían mucho en común, como venimos diciendo: jóvenes, simpáticos, deportistas –algo menos González–, desinhibidos, ambiciosos, incultos –también algo menos González–, livianos, ignorantes de la historia de su país, empezando por la anterior al franquismo, y de la de Europa, que su mentalidad convertía en un fetiche… Podían responder al retrato del “señorito satisfecho” pintado por Ortega en La rebelión de las masas. Eran los tres productos típicos del franquismo tardío, el posterior al Vaticano II, cuando el discurso del régimen, adecuado a los difíciles años 40 y 50, se había ido tornando en retórica de sonido anacrónico, sin ser sustituido más que por ideas dispersas subsumibles en aquel “europeísmo” fetichista  tan vacío como siempre. Con ellos, la transición iba a perder –en gran parte–, el contenido de continuidad histórica que habían intentado darle primero Fraga y después Torcuato. Pero fue la herencia del franquismo lo que impidió que todo saliera mal.

 

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