¿Quién nos agrede? / En Valencia / Sobre una novela / Democracia como oxímoron

      307 – Franco derrota a los monárquicos e impide la invasión de España | Elecciones en Galicia (youtube.com)

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¿Quién nos agrede?

**Dice Leguina: “No nos gusta nada que el PSOE se meta en la cama con los separatistas”. ¡Hombre! Llevan cuarenta años disputándose con el PP la cama de los separatistas.

**No se repara en esta combinación: los gobiernos PP y PSOE fomentan al mismo tiempo la inmigración masiva y el aborto masivo.

**No se repara en esta combinación: los gobiernos PP y PSOE financian los separatismos y entregan la soberanía nacional a Bruselas y la OTAN, como si fuera propiedad suya.  

**No se repara en esta combinación:  el español común es atacado por abajo, usando las lenguas regionales contra él, y por arriba desplazándolo en favor del inglés.

**No se repara en el dato: no nos agrede Rusia y sí la OTAN, que, con la UE, intenta arrastrarnos a una nueva gran guerra europea.

**¿Por qué no se habla nunca de estas cosas?  El descrédito de España, cultivado durante decenios por prácticamente todos los partidos, ha dado por resultado un par de generaciones  ignorantes de la historia y cultura propias, y con espíritu de lacayo.

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En Valencia

Un amigo francés, Robert Neboit, me escribe:

Estuve algunos días en Valencia y pude observar la comedia del ensayo fallido de instaurar en la ciudad y en su región el uso de catalán/valenciano, usado antaño en el campo.  En el aeropuerto de Valencia los rótulos están en valenciano/español/inglés, en la ciudad los nombres de las calles han pasado del español al “valenciano”. Sólo algunos rótulos han escapado por milagro a la ola de catalano-valencianismo, quizá como recuerdo de la barbaridad castellano-franquista o, peor, como indicio de una resistencia españolista. El “problema” (para los regionalistas) es que en Valencia no se oye hablar el valenciano, no me ocurrió ni una sola vez. No sé si los valencianos dicen que les gustan “la calle de la paz” o “el carrer de la pau” (mi mujer pensaba que significaba en francés la peau…). Sin embargo cuando el catalano-valenciano está demasiado alejado del español no lo usan, así dicen “la calle alta” en vez del nuevo “carrer de dalt”.

He pasado por casualidad cerca de una sede del Partido Popular, sobre la pared había en gran tamaño un eslogan en valenciano, y mucho más pequeño su traducción en español…

Esta insistencia en promover el catalán tiene como resultado mecánico el de reducir el estudio de las lenguas extranjeras a la única lengua inglesa.  Cuando los turistas españoles están en Francia nos hablan casi sólo en inglés. A veces lo confieso tengo la gana de responderles en francés. Pero debo reconocer que los franceses se comportan del mismo modo, y son tan perezosos, el inglés les basta. Hay que reconocer también que en Francia como en España los dirigentes dan el mal ejemplo.

Por Que El Frente Popular Perdio La Guerra Civil

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Paco Linares sobre una novela

Nunca hice una crítica literaria, pero la novela-historia escrita por Pío Moa “Sonaron Gritos y Golpes a la Puerta” me ha conmovido con reales, auténticas y veraces sensaciones de todo tipo, epidérmicas y anímicas que deseo compartir. Leer esta novela es como un concierto, contiene tantos matices, tantas notas, que para describirla me obligan a compararla con una sinfonía.

  La primera lectura se me hizo muy corta, tiene muchas tesituras distintas perfectamente acopladas con precisión matemática, el suspense y la aparente improvisación, sólo aparente insisto, me sonaron a una audición de Jazz, todo es correcto, todo parece espontáneo. Pensé en el  inicio  de las primeras páginas en el estilo de Millennium de Stieg Larsson o como Los Pilares de la Tierra de Ken Follett, la terminé con prudente velocidad porque cada paso llamaba a otro como cuando subes una montaña, tenía la impresión de que algo me dejaba atrás.

  La segunda lectura la disfruté bastante más, como un concierto de música clásica, cada situación, cada personaje tiene una tímbrica diferente, a veces “molto agitato”  trepidante, otras “allegro ma non tropo” rápido pero no demasiado, había momentos que dejaba de leer para pensar sobre el contexto descrito o admirar la destreza del autor, Pío Moa. El escenario tiene cientos de fondos, guerra civil española y su correspondiente post conflicto bélico, Barcelona, Madrid, Francia, Alemania,  Rusia, ciudades, campos, aldeas. Cualquier página está llena de contenido, incluso los párrafos “molto espressivo” en una segunda lectura me daban que pensar, ¡qué concierto! no te aburres ni en los “adagio” porque tienen un fondo para la reflexión muy activo. Terminé por entender todo, parece que el autor lo vivió en primera persona.

 Cada personaje tiene su personalidad, su forma de hablar, el lector no tiene que compartir pensamientos, pero los comprende.  Las personas o situaciones,  cada uno de los que aparecen en  “Sonaron Gritos y Golpes a la Puerta” tienen su razón de ser, su propia personalidad,  su forma de pensar y hablar. Con algunos empatizas y me horrorizó observar  cómo se traicionan a sí mismos y a los demás, la descripción es tan real que pienso que igual me podría pasar a mí y me doy miedo. La verdad es que si hablo de un solo protagonista (conste que algún folio he roto por hacerlo) traicionaría la sorpresa del lector, el más bellaco puede llegar a ser el más honesto y generoso, todo depende de la batuta que mueve el director de la orquesta  más  la iniciativa de los profesores que en esta obra tienen su propia parcela de autonomía.

A Pío Moa, las situaciones y los personajes  muchas veces se le escapan, como a un periodista que escribe un diario, se apasiona y se sorprende con lo que él mismo ve, no con lo que ha compuesto. Cuenta una sinfonía que ha dirigido con la partitura de otro. En este torbellino hay brevísimos momentos de paz, como cuando en una tarde ves caer una fina lluvia de otoño sobre la mar en calma. Sin esperarlo, como el rayo,  nos cae un párrafo “molto agitato con fuoco”, trepidantemente ardiente. Subrayo, nunca he hecho una crítica literaria  pero recomiendo a quien no le guste demasiado leer que lo intente con este libro y al que encuentre placer en la lectura, estoy casi seguro que lo pasará bien. Espero que no me suelten gritos ni golpes a la puerta por expresar estas opiniones aunque en el fondo, como he escrito lo que siento, de veras me da igual. Porque digan lo que digan es formidable el contenido y es  fascinante el uso magistral que hace del metrónomo. ¡Solo soy un lector! Pero lo recomiendo, deseo que más gente disfrute de este trabajo, da placer, te hace pensar, enseña y entretiene.

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El término democracia es un oxímoron

Así pues, sin haber sido demócratas, todos competían en democracia. Y en europeísmo, como si España hubiera estado hasta entonces en otro continente físico y cultural. La democracia, en particular, se usaba claramente como palabra mágica y legitimadora, sin más problemas que el de excluir a quien no entrase en el coro, y con la sugerencia de que cada partido o grupo así autodenominado tenía la exclusiva de la marca, lo que creaba una confusión sobre su significado. demócratas auténticos, y no los demás que también reclamaban el título. Hasta se montó una asociación de “Jueces para la democracia”, implicando que los jueces ajenos a ella no serían realmente demócratas. Por lo que conviene echar un vistazo a esos problemas, de los que ya hemos hablado al tratar la dictadura de Primo de Rivera.

La fuerza mágica del concepto deriva de su etimología: poder del pueblo; un perfecto oxímoron o contrasentido, ya que el poder se ejerce necesariamente sobre el pueblo, sin que el pueblo tenga sobre quién ejercerlo. El poder brota naturalmente, por así decir, de toda sociedad humana, desde las naciones a las asociaciones de excursionismo, y no es difícil ver la causa: en todas concurren intereses, ideas, sentimientos, personalismos… diversos y a menudo opuestos, lo que hace preciso un poder capaz de asegurar cierto orden y estabilidad. Una sociedad ácrata solo existiría si todos sus componentes se rigiesen por el instinto, al modo de las hormigas o las abejas.

Por consiguiente, el poder solo puede ser ejercido por un pequeño número de personas, una oligarquía en sentido neutro, ni bueno ni malo en principio, encabezada en general por un jefe (“monarca”, en la terminología heredada de Grecia), y necesitada de un grado suficiente de aquiescencia popular, vagamente asimilable a “democracia”. El poder puede ser más o menos aristocrático, monárquico o democrático, pero siempre y necesariamente es oligárquico. Y siempre se justificó por dos vías complementarias: la legitimidad nacida de un orden bastante –pero nunca por completo– aceptado socialmente, y la fuerza para afirmar ese orden frente a las disparidades y oposiciones siempre existentes en el seno del pueblo. Ni los pueblos ni las oligarquías son homogéneos en intereses, y de ahí las luchas por el poder, que llegan a la violencia desatada en revueltas, guerras civiles y crímenes, como testimonia abundantemente la historia.

Toda oligarquía funciona sobre un doble interés: el de una masa suficiente de población que la acepte, y el de la propia oligarquía en mantener su poder. Intereses nunca en plena concordia y que pueden llegar oponerse. Es una constante la tendencia de la oligarquía a privilegiar sus intereses por encima de los de aquellos a cuya paz y prosperidad sirve en teoría: tendencia al despotismo o tiranía, en suma.

Lo que hoy llamamos democracia es producto, último por ahora, de una larga evolución de pensamiento y práctica contra la tiranía en Europa, con precedentes en el mundo clásico. En España, el pensamiento antitiránico aparece ya en Isidoro de Sevilla, y durante la Reconquista daría lugar al Fuero de León, valorado a menudo como primera declaración de derechos personales, y a las Cortes de León, probablemente la primera institución parlamentaria de Europa. La escuela de Salamanca, de los siglos XVI y XVII, reflexionó en profundidad sobre el mismo problema. El despotismo ilustrado, importado de Francia, buscó racionalizar el poder, más que limitarlo. La reacción contra él fue el liberalismo y la brutal Revolución francesa. La democracia actual viene a ser una evolución del liberalismo, que en principio no admite el sufragio universal pero llega a él –penosamente– por el principio de igualdad ante la ley. Es difícil pensar en una democracia no liberal.

En suma, como ya vimos, llamamos democracia a un sistema de selección de oligarquías (partidos) mediante elecciones periódicas por sufragio universal, en que la autoridad para gobernar proviene, no del pueblo, cosa imposible, sino de la parte del pueblo que ofrezca más votos. Es evidente que no puede haber tales elecciones sin las libertades de expresión y asociación propias del liberalismo, y de garantías contra la falsificación del voto.

La democracia tiene así varias ventajas sobre los métodos anteriores: el criterio de las urnas amortigua el carácter violento y guerracivilista que llegan adquirir las luchas por el poder; al ser periódicas las elecciones, una mala elección puede corregirse en la siguiente; las libertades de expresión facilitan la vigilancia sobre la inclinación a la corrupción y despotismo de los partidos; y los partidos mismos, expuestos a publicidad e investigación, son preferibles a las camarillas y círculos opacos que en todos los regímenes pugnan turbiamente por el poder. Otra barrera contra la tiranía, no dependiente de elecciones, es la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. En la realidad, las propias elecciones desdibujan la separación entre el legislativo y el ejecutivo, con lo que adquiere especial valor la independencia judicial contra los abusos despóticos. En el plano económico, la democracia exige una economía de mercado más o menos libre, y es incompatible con una planificación sistemática desde el estado, que tendería, como ha ocurrido en tiempos aún recientes y amenaza volver, a fundar una sociedad en la que el poder controlaría a la población del modo más completo.

 Desde luego, estas consideraciones no implican que todos los regímenes anteriores a la democracia hayan sido tiránicos o ilegítimos, ni que la democracia haga imposible la tiranía: solo la dificulta, pero puede degenerar en lo que llamaba Tocqueville “despotismo democrático”, un poder tutelar que infantilizaría a las personas hasta “privarlas de los principales atributos de humanidad”, peligro hoy bien a la vista. Y sin llegar al extremo, al hacer del triunfo en votos el criterio básico, la competencia electoral abre la puerta a un duelo de demagogias y promesas incumplibles que degradan y corrompen a la sociedad. O permite que un partido utilice el poder ganado en las urnas para anular las libertades y garantías: el caso del nazismo lo prueba, también el del Frente popular, si bien este partía ya del fraude electoral; pero, de modo menos drástico e inmediato, el proceso destructivo puede adquirir otros ritmos y matices. Además,hay varios sistemas electorales posibles, con resultados representativos distintos, y sin garantizar el principio de “un hombre, un voto”, pues siempre hay votos que revierten más que otros en escaños parlamentarios: hecho bien visible en el sistema español, que permite a los separatistas una representación muy superior a su número de votos, con los efectos políticos conocidos.

La experiencia muestra también que, aun con todas estas precauciones y equilibrios, la democracia se hace inviable cuando los partidos se vuelven antagónicos, de modo que uno o varios adquieran fuerza suficiente, en votos o en armas, para amenazar la libertad o existencia de los demás, como está implícito en los partidos marxistas. En otras palabras, cuando entre los partidos más fuertes deja de ser común no solo el respeto a las urnas y a la independencia judicial, sino una concepción compartida sobre la historia del país y el sentimiento patriótico correspondiente.

Por todas estas razones fracasó la República. La izquierda, los disgregadores y gran parte de la derecha regeneracionista, discrepaban rudamente entre sí, pero algo les unía: el desprecio y aversión al pasado hispano y la repulsa sin matices a sus defensores, a la derecha “cavernícola, oscurantista y retrógrada”, que debía ser extirpada aunque ganase los comicios. Y como los ganó en 1933, la respuesta fue primero la intentona golpista (Azaña y demás), y la insurrección armada meses después. Y puesto que en febrero de 1936 podían volver a ganar los cavernícolas, sus enemigos falsificaron los votos y emprendieron al sistemático desmantelamiento de las instituciones democráticas, poder judicial incluido. Salvo en los separatistas, no dejaba de existir un peculiar patriotismo en los demás, puesto que aspiraban a crear una España radicalmente nueva, rica, progresista, culta y europea. Nobles y acaso gratuitos propósitos, que no reparaban en las drásticas diferencias de designio entre sus partidos –bien visibles en sus persecuciones mutuas durante la guerra civil–, ni en su propios talentos, no muy destacables según tuvieron a bien demostrar.

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