Declaración de guerra/ Comunismo y teología / La gran estrategia de Francia

Una declaración de guerra

El discursete con que el doctor se queda de presidente es una auténtica declaración de guerra a la democracia y a la unidad nacional. En resumen: “La democracia somos yo y mi banda, y a quienes no quieran entenderlo, en los medios o entre los jueces, los vamos a borrar del mapa político”. Estamos en un golpe de estado progresivo desde que Aznar condenó –probablemente sin darse cuenta, porque esa gente es así– el referéndum de 1976, la transición, la democracia y  la monarquía. Después, Zp y el doctor no han hecho otra cosa que profundizar o desarrollar el golpismo implícito. Hasta llegar al golpe abierto de 2017, que intenta culminar ahora el doctor. La reacción de este es, como diría un tonto, “humanamente comprensible”: ante la que se le viene encima, o huye como Bettino Craxi va “a por todas”. Y ha decidido ir a por todas porque siente un nada infundado desprecio por el PP, por los jueces y por los periodistas. Además tiene el modelo bolivariano: si allí ha triunfado, al menos por ahora, ¿por qué no aquí también?

¿Qué hacer? Ir a por todas, como él. Llevo tiempo diciéndolo: o el fulano va a la cárcel o iremos a la cárcel los demócratas y patriotas.

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Ciertamente son una panda de gilipollas (y de otras cosas). Pero son los que mandan y pretenden dirigir nuestras vidas, y hasta nuestros sentimientos. La pregunta es doble: ¿cómo hemos podido llegar a esto? ¿Y cómo podemos salir de esto?

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Este blog tiene un alcance meramente testimonial, debido a que la mayoría de sus lectores interesados hacen muy poco esfuerzos por difundirlo. Dado el muro de silencio y las grandes manipulaciones de los grandes medios, y en la situación crítica que vive el país, la indiferencia o la pasividad se convierten en colaboración con el mal. Todos tenemos una responsabilidad.

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Comunismo y teología

El episodio de Adiós a un tiempo que más ha interesado a Stanley Payne es “De comunista a teóloga”, que incluye un breve repaso del activismo  político de aquellos tiempos,  años 60 (el relato de Cuatro perros verdes transcurre también en esa época) y de varias personas que luego han tenido alguna relevancia social. Creo que el interés le viene como historiador: la exposición de las argucias y razonamientos con que tratábamos de mover al medio estudiantil. Lo peor, sin embargo, creo que no éramos los comunistas, sino los progres, de acuerdo con el dicho alemán sobre el verdugo y su ayudante. Muchos años después, en un programa de Sánchez Dragó, un periodista, Fernando Jáuregui, sostenía contra mí que él se había afiliado al PCE  por ser el único cauce, en el franquismo, para luchar por las libertades. Es una justificación típica, pero ¿cómo es que los demócratas tenían que luchar por las libertades en un partido comunista? Solo un tonto sin remedio podía ignorar lo que era un partido comunista y cuáles eran sus fines. Pero la evidente  patraña ha funcionado bastante. Hay muchos de los que se llaman “tontos apañaditos”.

Evolucionar de comunista a teóloga no es tan extraño como podría parecernos. La teología es el intento de comprender la naturaleza o la esencia de algo llamado Dios, una fuerza por así decir causante de lo existente, dado que en lo existente no podemos encontrar su propio fundamento: el hombre no se ha creado a sí mismo, no existe por su propia decisión, ni, análogamente, lo habrá hecho el mundo. El comunismo, en cambio,  es propiamente una antropología antiteológica, que excluye la idea de Dios, no solo al modo displicente de Laplace, sino considerándola enemiga del hombre y aliada de los explotadores: no habría por qué pensar en algo fuera del propio ser humano, salvo las leyes de la materia. Unas leyes que la materia se dictaría a sí misma,  y al hombre como parte de ella.  Idea contra la que pueden desplegarse argumentos semejantes a los habituales contra la “existencia” de Dios.

Después de todo, la creencia en las leyes de la materia, ciegas o faltas de cualquier sentido discernible y sobre las que tampoco sabemos demasiado,  resulta mucho menos reconfortante que la creencia en las leyes de Dios. Aunque el sentido de estas también se nos escapa, diríamos que si buscamos y en parte hallamos sentido en nuestras vidas, debe haber también un sentido en el cosmos, a menos que el hombre sea una excepción dentro de él, cosa improbable. Así que la antigua comunista optó por el problema menos devastador psicológicamente.

Adiós a un tiempo

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La gran estrategia de Francia.

   Hablando de la gran estrategia de España en su siglo y medio de hegemonía europea, encontramos que, por lo que se refiere a Europa, su enemigo más enconado y peligroso era Francia. En la gran estrategia o gran designio de esta,  la defensa de la cristiandad parece tener mucho menor peso, y más, probablemente, la defensa particular del estado. Ello es así porque Francia vio frustrado del papel central que aspiraba desempeñar como centro dirigente de la cristiandad, y para el que parecía prdestinada: era la primera nación católica, la creadora del Imperio de Carlomagno y de los estados papales,  Francisco I aspiraba al Sacro Imperio Romano Germánico, heredero en cierto modo del carolingio,  aspiraba también a la defensa contra los otomanos, para lo que era imprescindible el dominio o tutela de una Italia dividida e incapaz de defenderse a sí misma. Y era, además, la nación material y demográficamente más fuerte del occidente europeo.

Pero impensablemente España, nación menos céntrica, menos potente económica y demográficamente,  le arrebató el dominio de Italia y el Sacro Imperio, y se erigió en la gran defensora de la Europa católica. Sobre cómo pudo lograrlo un país más bien excéntrico, menos potente económica y demográficamente, es una de las cuestiones que he intentado abordar en Hegemonía española y comienzo de la Era Europea. A partir de ahí, un objetivo de la gran estrategia de la monarquía francesa consistió en abatir el doble obstáculo de España y el Sacro Imperio, tarea en la que la defensa de la cristiandad se debilitó, sin desaparecer, al extremo de aliarse con los otomanos y con los protestantes sin renunciar al catolicismo. Esa contradicción entre los intereses de estado y los religiosos se haría más aguda que en España, y la religión iría siendo desplazadas ya en el siglo XVIII, hasta desembocar en la Revolución francesa.

   No obstante, la lucha empeñada contra España y el Sacro Imperio se mantendría: en el siglo XVIII, España quedó parcialmente satelizada a Francia política y más aún culturalmente,  y Napoleón acabaría de demoler al Sacro Imperio, dejando a España en potencia de muy segundo orden, e internamente dividida. Mirando la evolución en su conjunto, la gran estrategia de Francia, después de un siglo y medio de reveses a cuenta de España, pasó a imponerse tenazmente y  con éxito extraordinario,  dándole un siglo largo de hegemonía hasta que Napoleón, que podría haber culminado el proceso, fue derrotado, y la hegemonía pasó a Inglaterra.

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La visión que tenemos de la posguerra en España viene marcada por la propaganda de los vencidos y por una literatura y cine acordes. Pero una historiografía bien documentada cuenta una historia diferente:      316 – Literatura y realidad en la posguerra | El doctor y Al Capone (youtube.com)

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