Desde Maquiavelo: la justicia y la violencia

Blog I: ¿Se defenderá la nación? http://www.gaceta.es/pio-moa/defendera-nacion-22042014-1840

*******************************************

La  justicia y la violencia

   En nombre de un principio de realidad opuesto a idealizaciones vanas, El príncipe  da por resueltas algunas cuestiones que, sin embargo, han sido y serán objeto de constante debate. Entre ellas, la justicia y la violencia.  El criterio de Maquiavelo  en esa obra es que la justicia deriva, resulta un producto  de la determinación y voluntad del príncipe,  y así cualquier violencia ejercida por este se justifica si tiene éxito. El poder y la violencia aparecen como un arte que, bien entendido y practicado, debe conducir al éxito. La única limitación, aparte de la torpeza en el uso de esa arte, depende del destino, concebido vagamente como una fuerza o conjunto de fuerzas  más allá de la voluntad humana. El hombre fuerte puede jugar con el destino mediante la inteligencia y la osadía,  aunque solo en cierto modo, pues la fuerza del destino permanece oscura. (Hitler, político en gran medida maquiavélico observó poco antes de suicidarse: “Sé que mañana millones de hombres me maldecirán. Así lo quiso el destino”).

    Claramente, la concepción de El príncipe  rompe con la tradición del pensamiento político cristiano e incluso el de los principales clásicos grecolatinos. Hasta entiende la religión como  un instrumento útil al poder, por cuanto  propicia la sumisión y la paz entre los súbditos, pero sin mayor autonomía o proyección transcendente. Y lo mismo que la tradición, la justicia. En el concepto tradicional, expuesto, por ejemplo, por Isidoro de Sevilla, la justicia no es lo que hace el poder, sino lo que lo justifica: “Serás rey si obras con justicia, y si no, no”. He aquí otro gran problema del pensamiento político: ¿consiste la justicia en una entidad inmaterial que moldea el ejercicio del poder (concepción ligada a la idea de derecho natural, de carácter religioso) o bien es el ejercicio del poder el que crea la justicia en forma de leyes, derechos y sentencias? En la práctica parece ser lo último. El mantenimiento del orden social parece el sentido y justificación última del poder, pero nuestra mente percibe inmediatamente el orden como justo o injusto. Sin embargo, ¿qué criterio seguir al respecto? ¿Podemos definir como justo un orden que simplemente asegura la cohesión y sostenimiento de la sociedad? El problema se ha planteado con las Leyes de Núremberg nacionalsocialistas. Las mismas serían justas, tanto por haberse formulado según prescripciones legales aceptadas como porque  no alteraron significativamente el orden de la sociedad alemana, eufórica además al estar superando la depresión económica y la sensación de humillación y derrota después de la I Guerra Mundial.  Como se ha observado a menudo, los partidarios del derecho positivo y contrarios a la idea de  un derecho natural, como el pensador judío Kelsen, encontrarían serias dificultades para condenar aquellas leyes raciales.

   Kelsen, desde luego, admitía un contenido moral en la justicia, pero en la práctica ese contenido se diluía en el derecho establecido por el príncipe. Claro que en este caso el príncipe sería “el pueblo”, pues Kelsen postulaba la democracia.  Este pensador elaboró una serie de ideas para asegurar  la legitimidad de las medidas democráticas, pero en último extremo la legitimidad radicaría en la voluntad del “pueblo”, o más propiamente de quienes se  considerasen sus representantes. Voluntad que, falta de un referente como una justicia trascendente a la propia voluntad, o el derecho natural, resultaría finalmente arbitraria y daría lugar a convenciones sin otro fundamento que las convenciones mismas. La dialéctica pueblo/poder, que trataremos al hablar de la democracia, básicamente sustituye a un príncipe por otro.

    El problema tiene relación con el de la violencia. Desde siempre, toda forma de poder y todo “príncipe” han tratado de estabilizarse y obrar con la menor violencia posible, incluso sin ninguna violencia; y en nuestro tiempo la condena moral de la violencia está generalizada en amplios medios. Pero ninguna forma de poder consigue esa estabilidad pacífica, al ser la inestabilidad un rasgo esencial del poder. Y en realidad condenar la violencia es condenar la historia real, pues todas las naciones y todas las formas de poder han nacido con una gran dosis de violencia. Por remitirnos a la época históricamente reciente, piénsese en la Revolución francesa, las independencias americanas, las revoluciones europeas de los siglos XIX y XX, las guerras mundiales, las descolonizaciones del siglo XX, las guerras de Irak, Siria y tantas otras. Cuando la violencia no ha cundido de forma abierta,  ha sido la amenaza de ella la que ha disuadido de aplicarlas:  así en la Guerra fría o en diversas descolonizaciones, una vez las potencias colonizadoras fracasaron en sus intentos de aplastar las rebeliones. Y todos los estados, todos los poderes se apoyan en la violencia, como amenaza o como práctica directa: no otra cosa significan los ejércitos y las policías. Así, condenar la violencia por principio solo podría hacerlo quien se situase por encima de la realidad humana y como juez de ella, una pretensión vanidosa y por ello básicamente necia. Por lo demás, la condena es un acto moral basado sobre la negación de la realidad, y por tanto sin raíces en ella

  Los razonamientos sobre la violencia, entonces, han tratado de distinguir entre la ejercida de forma justa y la injusta o ilegítima. Ha tendido a considerarse justa la violencia en defensa propia, la defensiva;  e injusta la agresiva u ofensiva. Viene a ser la postura predominante en la Escuela de Salamanca, y la cuestión fue abordada en profundidad  sobre una práctica concreta con motivo de la conquista de América, particularmente en la polémica que dio lugar a la paralización momentánea de dicha conquista. Los argumentos de Las Casas, aunque especiosos por lo que se refiere a sus descripciones de los hechos, respondían a la postura mencionada. Contra él argumentó Ginés de Sepúlveda según es sabido. Pero la clave reside en si puede considerarse justa la agresión, y en qué condiciones. Desde un punto de vista “maquiavélico” o incluso positivista, la violencia agresiva  sería un hecho muy frecuente en la historia, y por ello mismo quedaría justificado frente a idealizaciones ilusorias, sin contenido real. El criterio a aplicar sería la victoria: el vencedor establece la ley y con ella la justicia.

  Además,  resulta a menudo muy difícil distinguir entre agresión y defensa.  Cuando varias de las colonias inglesas de América  emprendieron la guerra para liberarse de su metrópoli, ¿practicaron una violencia agresiva o defensiva? Por supuesto, trataron de justificarla alegando graves injusticias previas  por parte de Inglaterra. Lo mismo cabe decir de la mayoría de las guerras: siempre pueden encontrar justificación en otras agresiones sufridas anteriormente,  hasta remontarnos a Caín y Abel. Es fácil encontrar, además, justificaciones para la agresión.  Ginés de Sepúlveda legitimaba la conquista de América por el atraso civilizatorio de los indios, manifiesto entre otras cosas, en las costumbres injustas y violentas de estos: los españoles, aunque fuera inicialmente por la violencia, les aportaban una cultura y moral superiores. Y cuando el nuevo estado useño surgido de una guerra de independencia, llevó a cabo guerras casi de exterminio contra los indios, se justificó asimismo en la superioridad de civilización.  En los siglos XIX y XX se justificaron la guerras ofensivas como consecuencia natural de superioridades e inferioridades raciales, como necesarias contra la explotación del hombre, etc. Los ejemplos podrían multiplicarse hasta el día de hoy.

Tiene relevancia el dato de que ninguna violencia, desde el poder o desde la rebelión contra él,  se realiza sin invocar la justicia y su derivado el derecho. De ahí podemos sacar dos conclusiones opuestas: o que esas invocaciones son puro ilusionismo bajo el cual se oculta la realidad de la única justicia posible: el éxito; o, por el contrario, que la exigencia de justicia está profundamente arraigada en el ser humano por encima de todos los avatares, como una especie de ley divina que pese a todas las frustraciones moldea la realidad, según expone la tragedia de Antígona. La elección por una postura u otra tiene carácter moral, va más allá del puro raciocinio o criterio de utilidad.

Esta entrada se ha creado en presente y pasado. Guarda el enlace permanente.

16 Respuestas a Desde Maquiavelo: la justicia y la violencia

  1. manuelp dice:

    El criterio de Maquiavelo  en esa obra es que la justicia deriva, resulta un producto  de la determinación y voluntad del príncipe,  y así cualquier violencia ejercida por este se justifica si tiene éxito. El poder y la violencia aparecen como un arte que, bien entendido y practicado, debe conducir al éxito.

    Bueno, Maquiavelo escribió “El Principe” sin saber de lo que hablaba (como tantos otros). También escribió un tratado sobre el arte de la guerra y un célebre jefe de condottieros -Giovanni delle Bande Nere- le invitó a poner en práctica sus máximas con sus excelentes soldados profesionales cuando le visitó en su campamento y Maquiavelo organizó tal follón con sus inexpertas órdenes que Giovanni tuvo que arreglarlo él mismo.

    Es bueno ver lo que opinaba un Príncipe de verdad (y de los buenos) sobre las máximas de Maquiavelo. Veamos alguna frase de Federico el Grande de Prusia en su “AntiMaquiavelo”.

    Maquiavelo mismo dictamina en este capítulo: sin el amor del pueblo, sin la benevolencia de los notables, sin un ejército permanente bien disciplinado, al príncipe le resultará imposible mantenerse en el trono. Al parecer, la verdad lo obliga a hacer esta concesión; casi a la manera de los ángeles caídos de quienes los teólogos afirman que conocen a Dios pero, no obstante, le ofenden.
    Si un príncipe desea ganarse el amor de un pueblo y de sus notables, tendrá que poseer virtudes auténticas, deberá ser caritativo y amistoso, y aparte de estas buenas disposiciones del corazón, deberán poder encontrarse en él las capacidades necesarias para desempeñar su función con propiedad.
    Pues con esta función sucede lo mismo que con cualquier otra. Una persona, desempeñando la función que le plazca, si no es justo y competente jamás despertará la confianza de quienes lo rodean. Hasta el más corrupto trata siempre de relacionarse con personas honestas. Y hasta los más incapaces de desempeñarse bien se apoyan y confían en quienes consideran más hábiles. El más intrascendente intendente, el concejal más humilde de una ciudad debe ser decente y trabajador si quiere progresar ¿y sólo el rey dispondría de un puesto al cual tendría derecho precisamente por sus defectos? Quien quiere conquistar corazones tiene que estar constituido como lo he señalado y no como enseña Maquiavelo en su obra: injusto, cruel, ambicioso y ocupado exclusivamente en engrandecerse.

    http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/FedericoElGrande/El_AntiMaquiavelo.htm#_Toc128504537

  2. manuelp dice:

    Luego está la postura socrática expresada por ejemplo en el “Critón”.

    SÓC.- Luego no se debe responder con la injusticia ni hacer mal a ningún hombre, cualquiera que sea el daño que se reciba de él.

    http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/platon/platon_criton.htm#c7

    Postura que, además de tramposa- pues identifica injusticia con mal- es contradictoria con la mantenida por el mismo Sócrates en el Libro I del diálogo de “La República”.

    XVII. -Cumplido está, pues, enteramente nuestro ensueño: aquel presentimiento que referíamos de que, una vez que empezáramos a fundar nuestra ciudad, podríamos, con la ayuda de algún dios, encontrar un cierto principio e imagen de la justicia [355] .
    -Bien de cierto.
    -Teníamos, efectivamente, Glaucón, una cierta semblanza de la justicia, que, por ello, nos ha sido de provecho: aquello de que quien por naturaleza es zapatero debe hacer zapatos y no otra cosa, y el que constructor, construcciones, y así los demás.

    http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/Platon/LaRepublica_04.html

    Pues si en la naturaleza del hombres está la violencia (dado que sin ella no se podría sobrevivir), resulta contrario a las propias tesis socráticas querer privarle de toda agresividad, cosa que por otra parte no hizo el mismo Sócrates cuando formó en el ejército de Atenas en varias batallas campales, supongo que no se dedicaría a darles besos a los guerreros enemigos.

  3. Hegemon dice:

    El poder es la imposición de la voluntad. La violencia es uno de los recursos del poder para imponerse. La justicia viene a consecuencia de esa imposición. La justicia romana se impuso por la violencia a la justicia cartaginesa. Esta última fue incapaz de defender su voluntad, y por tanto su justicia. Perecieron por ello. Hemos dado legitimidad a la justicia romana. De ella emana la nuestra o parte de la concepción de justicia de nuestra sociedad actual. Efectivamente, la violencia debe tener éxito para que se pueda aplicar la justicia que emana de ese poder. La justicia del poder exitoso debe tener una serie de cualidades que creo el propio Maquiavelo las relacionó con la sabiduria de gobernar. Luego no vale cualquier justicia por éxito violento que obtenga puesto que la justicia se debe imponer (por aceptación o por opresión) en las voluntades de aquellos que quiere dominar y ordenar socialmente. En la Conquista de América se impuso una voluntad sobre la otra, civilizadamente inferior, o no. Fue un choque de civilizaciones y por lo tanto de conceptos de justicia. Es inevitable el choque de conceptos de justicia porque esta no es igual en todas las culturas aunque existan unas leyes naturales o un concepto moral básico en todos. Lo que hay que distinguir son los resultados de esa imposición o de la justicia emanada del poder del “príncipe”.

  4. 4c dice:

    El gobernador de los sueños complace a todos, les da pie a la felicidad en la paz y les lidera en la guerra. No es cruel más que con los enemigos de los suyos, y a los envenenadores como los catalanistas los fulmina con un rayo, no les trata de entender.

  5. manuelp dice:

    Si, de los sueños [el gobernador] opiáceos.

  6. bacon dice:

    manuelp
    Federico el Grande de Prusia fue el que el las guerras de Silesia huyó del campo por temor a ser capturado, y luego en la guerra de los siete años, cuando veía que sus tropas parecían temer, les preguntaba si pretendían vivir para siempre.
    Dice “Quien quiere conquistar corazones tiene que estar constituido como lo he señalado y no como enseña Maquiavelo en su obra: injusto, cruel, ambicioso y ocupado exclusivamente en engrandecerse

    Maquiavelo no dice que el príncipe deba estar constituido como “injusto, cruel, ambicioso y ocupado exclusivamente en engrandecerse“, dice que el príncipe debe estar por encima de la moral comúun, y ser capaz de ser injusto o cruel con algunos cuando con ello consiga un bien para la república.

    Y cuando Vd. dice “escribió “El Principe” sin saber de lo que hablaba”, hombre, nunca pretendía tener experiencia militar, de lo que tenía experiencia, por sus años como diplomático florentino era en el conocimiento de cómo obran los hombres, y conocía bien a verdaderos príncipes, como Fernando de Aragón, o Lorenzo de Medicis, quien le trató a veces mal y a veces bien. Federico II de Prusia, como casi todo el mundo antes y después, se escandalizaba de que alguien pudiese ser tan contrario a la moral común, de base en la religión cristiana, que predominaba en su época.

    En cuanto a la postura de Platón y de cualquier antiguo, es claro que no desaprobaban la violencia esencialmente, sino algunos modos de ejercerla. Por ejemplo, en su conversación con Alcibíades en el diálogo llamado El Primer Alcibíades, Sócrates no ve mal que aquel joven aspirase a conquistar otros pueblos, sólo matiza que no sería justo combatir a pueblos justos, que vaya usted a saber…
     

  7. bacon dice:

    Siguiendo con Platón, en el diálogo El Político distingue rey de tirano: el primero gobierna  a los hombres con su consentimiento, y el segundo les gobierna a la fuerza. Es obvio que para Maquiavelo el rey a veces tiene que ser tirano, o que serlo con algunos. No por su bien personal solo, sino para el bien de la república.

  8. 4c dice:

    Sí, manuelp, mejor sería, para que nos entendamos,
    el gobierno de ensueño, que sería más bonito, a mi entender, que: el gobierno soñado.
    Por otra parte, preferiría ser un yonqui moribundo a un exaltado amante de las grandes guerras, un adorador del triunfo de la muerte. ¿Qué se cree, que usted está menos pirado que yo? 

    Pero, me ha gustado mucho la frase de Pío: 
    la condena es un acto moral basado sobre la negación de la realidad, y por tanto sin raíces en ella 

    Eso mismo estaba pensando yo, con respecto a lo que condenamos. 
    Nada de lo que hacen los hombres clama al cielo. Lo único que sabemos del cielo es que es una ilusión óptica.
    Maquiavelo es un fino observador de las cosas del poder. La realidad es compleja, y no está ahí para quedar bien. Miren el catalanismo, cómo avanza, y la estupidez del gobierno de España, cómo es también cada vez mayor. De nada sirve repetir lo que ya sabemos. 
    Miren el odio a los judíos de los cristianos y los musulmanes. ¿Por qué? Porque así son las cosas, son ricas en sentimientos irracionales, que podemos explicar sólo después de que tienen lugar.
    O esos chavales de nombres antiguos que decía Kufisto, a los que los otros, los normales, querían pegar y pegaban. De pronto sentían la necesidad de ser parte de un cuerpo social poderoso, de ser del lado de los que ganan seguro, y renunciaban a todo juicio propio, llevados por un dios que hace eso, que se apodera de nosotros.
    Y que le juzgues, eso no le importa.
    Necesitamos pasiones de las de verdad, injustas, inmorales.
    Pero no de esas tan tontas que ya ha habido muchas. 
    Los españoles no recibimos esos espíritus o dioses o pasiones o ensueños porque ya los vivimos cien mil veces y ya se aburrieron de nosotros.
    Nos están por llegar otras pasiones mucho mejores. 
    Bellas pasiones. 

  9. Hegemon dice:

    Para mí Maquiavelo acierta. Su fama, su mala o buena fama, se debe a lo atinado y lo realista de sus tésis que anunciadas en una época pasada y distinta valen, en una gran parte, para la actual y para cualquiera. La violencia tiene diferentes intensidades y formas. La ausencia de violencia puede significar injusticia. La pasividad ante los desafíos puede provocar injusticia. La voluntad de imponerse, de ejercer el poder, aunque sea legítima es mínima se vuelve ilegítima y pierde voluntades que la sustentan. Al revés también. Una violencia sin justicia, arbitraria, desmesurada y sin apoyo de voluntades provoca resultados que conducen a su ilegitimidad y a su desaparición. Casos concretos hay muchos. Por ejemplo, Rajoy tiene la legitimidad de ejercer la violencia amparada por las leyes y millones de voluntades. ¿Tiene él la voluntad? Al no aplicar la violencia legítima que le otorga el poder en alguna de sus formas está provocando una injusticia.
     
    Prefiero la realidad que vivir sonado y ausente de ella ya sea por alteraciones de la razón a causa de sustancias artificiales o alucinógenas o por utopías idealistas y dogmáticas.
     
    Pobres aquellos que se rinden al dogamtismo. Serán aniquiliados y ofendidos de tal forma, como Maquiavelo advierte, que no serán capaces de responder. Si la ofensa es pequeña cuidese entonces el que la hace. Por eso la victoria, la violencia debe ser contundente y exitosa para lograr el aniquilamiento del contrario o su sometimiento. Lograr temor y respeto, lo que lleva al reconocimiento y a ser amado por las voluntades que comparten tu justicia o por las que has doblegado. Así de real es la vida. Un militar español me dijo a propósito de la Conquista de América: Es que hay situaciones en que hay que imponerse y si el remedio no es otro que cargarte a unos indios para tu propia supervivencia, lo haces. Parece un pensamiento brutal que en el caso español no llegó a los extremos que insinúa lo dicho. En otros casos si han llegado a esos extremos y peores siendo, curiosamente, los más reconocidos y respetados. 
     
    A propósito de la legitmidad de la violencia. Escuché a una persona de izquierdas decir en una tertulia de televisión a causa de las manifestacones de salvajes, que él quería ver a su policía (sic), a la que paga con sus impuestos, dar “hostias como campanos” y someter a estos salvajes y detenerlos sin contemplaciones……algunos lo tienen claro.

  10. Hegemon dice:

    El Partido de la Libertad Individual se presenta (más bien amaneza) como la única alternativa liberal de España. Presumen de buscar la libertad (será la suya y la que entienden ellos como tal) de forma muy parecida a como la defienden los comunistas, es decir, como si su libertad sea la verdadera y única. Tampoco se diferencian mucho estos liberales ultras de los comunistas en ideas como la de patria, nación , España, patriotismo, etc… Si algún liberal moderado patriota y español se les opone, le atacan como lo suelen hacer los de izquierda pero con tintes zapateriles de buenismo, de fingido talante y superioridad moral e intelectual. Como dije ayer a propósito de un comentario de Catlo del hilo anterior, estos ultras consideran que el patriotismo o los nacionalismos, sin distinción, son arcaicos, obsoletos, un cáncer, etc…No todos los nacionalismos son iguales ni por su formación ni por sus propósitos ni por sus intenciones ni por su naturaleza. Pero ellos no distinguen. En cambio confiesan entender y defender a los catalanes y su derecho a decidir (sic). 
     
    Todo esto se dislumbra, además de lo que dicen, por su programa electoral cuyo contenido no se distingue de las ideas federalistas del PSOE acentuando la disolución de España en un mercado de regiones compitiendo entre sí, sin Estado pero estadillos más pequeños o del concepto de patria, España y nación de los progres antiespañoles. Estos ultraliberales caen en una mayor utopía que los comunistas. Estos últimos más bien hacen teatro, los ultraliberales son peroes porque se la creen. Abogan por un mundo sin fronteras sin Estado bajo el Dios comercio y la Diosa mercado cuyo lema bien podría ser, y es que lo es, aquello que dijo uno de los representantes de este partido y que tantas veces he repetido aquí con estupor: “Mi patria es la libertad individual” lo que esto siginifique y sea, añado yo.
     
    Se lamentan que en España no haya más inclinación liberal (la suya). No me extraña, la verdad. Gracias a Dios.

  11. Hegemon dice:

    Y si no me creen, lean el punto 5 Marco autonómico y local del programa electoral de estos iluminados:
     
    El P-LIB se declara completamente ajeno a todo sentimiento
    colectivista de apego a nociones como la “patria”, la “nación”, la “clase”
    o el “pueblo”. Por lo tanto rechaza con igual contundencia los objetivos
    últimos del nacionalismo de Estado y del nacionalismo postulante, y
    repudia por igual los atropellos a la soberanía individual que cometen
    los nacionalistas centrípetos y los centrífugos, ya sea desde posiciones
    de derecha o de izquierda. La autodeterminación que nos interesa a los
    liberales es la del individuo, y somos la única fuerza política que la
    antepone a entelequias como el “interés general”, ya sea éste el
    promovido por quienes sienten a España como su nación o el defendido
    por aquellos otros que postulan una nación diferente. España es una
    sola nación para quienes así la sienten, y un conjunto de naciones para
    quienes así la perciben. Ambas vision es son legítimas aunque, para los liberales, ambas resultan bastante irrelevantes.

    http://www.p-lib.es/wp-content/uploads/2012/07/PPM-del-P-LIB.pdf

  12. Catlo dice:

    El liberal Vargas Llosa a favor de que se extienda plaga homosexualista por doquier:
    El matrimonio gay enfrenta a la Iglesia peruana con Vargas Llosa

  13. Catlo dice:

    Estos del P-LIB pueden ser un peligro absoluto. Su idea de que lo único que importa es el individuo es garantía de enajenación colectiva devastadora. Precisamente la noción de individuo para hablar de lo social es una especie de contradicción cuando se quiere llevar a este tipo de extremos. Si el eje de todo proyecto es una noción tan resbaladiza como la de individuo, estamos ante nuevas formas de totalitarismo.

  14. bacon dice:

    A mi Maquiavelo no me gusta ni un pelo; creo, como decía Leo Strauss, que es un maestro del mal (o como debe traducirse teacher of evil). Pero me temo que, como dice Hegemon, acierta en cuanto a la naturaleza humana, y los príncipes parecen haberle hecho bastante caso, si es que no han actuado desde siempre como él decía. Posiblemente sea esto último, y el mérito de Maquiavelo no sea tanto proponer un nuevo modo de actuar cuanto describir con realismo “lo que hay”.
    Ha habido, no obstante, gobernantes excepcionales que, sin ser seres perfectos ni ideales, han tratado de gobernar con bastante ética. España ha tenido algunos.

  15. Pío Moa dice:

    Nuevo hilo