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La Albufereta
Dos días en Alicante, visita a la Albufereta. Allí pasé la época más extraña de mi vida. La Operación Cromo había tenido en vilo la Transición por dos meses, y su desastrosa caída pareció el final del partido y su GRAPO. Algunos núcleos de activistas y parte de la dirección nos habíamos librado por los pelos, por lo que estábamos empeñadamente buscados por la policía. Nos reunimos para decidir qué hacer. ¿Cómo ponerse a salvo? El secretario general proponía irnos a Argelia, bajo protección de los servicios secretos argelinos, que nos apoyaban y con los que había un contacto (que resultaría ser un infiltrado de la policía española). Me opuse totalmente, y propuse Barcelona, donde la presencia policial era mucho menor que en Madrid. Finalmente optamos por Alicante, porque allí nunca había actuado el partido. Nos distribuimos las tareas, yo me ocupé de la reorganización, dejando en Madrid un núcleo al que dábamos instrucciones mediante teléfonos y lenguaje convenidos y alguna visita ocasional. En un par de meses todo volvía a funcionar pasablemente.
Mi compañera y yo alquilamos un apartamento a un holandés, que solo nos pidió el pago y que serviría de centro de reunión de los “exiliados”. Era en la Albufereta, frente al mar. Poco después llegaron los otros dos con sus compañeras y un tercero que, creo recordar, lo habían detenido y soltado por un error burocrático. Y allí vivíamos como en un destierro bajo la permanente amenaza, una vida a la vez clandestina y extrañamente normal.
En la feria del libro me preguntó un joven si sentçiamos una permanente inquietud por el peligro de ser detenidos. No era así. Aceptábamos la posibilidad de la cárcel o algo más definitivo como un riesgo del oficio, y personalmente recuerdo aquellos tiempos como una buena época. Nos gustaba la camaradería, la sensación de peligro, de estar desafiando a fuerzas supuestamente monstruosas e inmensamente superiores que sin embargo no lograban aplastarnos… Creo que todo eso nos estimulaba, aunque no a todo el mundo atraigan esas cosas.
Pero han pasado 48 años. Sin haber escrito De un tiempo y de un país, ahora solo tendría una vaga impresión general con algunos detalles sueltos. Para concretar más necesito ir a los capítulos que les dedico en el libro: cómo han cambiado las cosas en este casi medio siglo, me parece como si se tratase de otra persona. Y también la Albufereta ha cambiado hasta hacérseme casi irreconocible, más llena de torres de apartamentos y de negocios. Y todo ello me deja una sensación de sinsentido. No lo que hacíamos entonces, sino más en general, la vida, la incansable actividad humana.

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