Varela Ortega (IV) Y la División Azul

Varela Ortega y la División Azul

Antes de entrar en la  cuestión de la autarquía haremos un inciso sobre la División Azul, otra manifestación típica del espíritu prevalente en España por entonces, y que permitió al país mantener la neutralidad contra todas las tentaciones y  presiones,  reconstruirse con sus propias fuerzas y derrotar al maquis y al aislamiento.  Según Varela, Hitler fue reacio a la participación de extranjeros en su guerra (se ve que no tuvo éxito en ello, pues participaron  hasta dos millones entre italianos, rumanos,  húngaros, bálticos y finlandeses, aparte de unidades menores de voluntarios franceses, holandeses, noruegos y otros,  unidades de caucásicos y musulmanes, más los rusos de Vlásof y los auxiliares rusos y ucranianos (hiwis, quizá hasta un millón). Varela da a entender que Hitler solo apreciaba a los finlandeses, y entre los demás cuenta a la División Azul “en parte voluntaria” (tan “en parte” que  bastantes voluntarios tuvieron que quedarse al no haber plaza para ellos, y no faltaron oficiales que debieron luchar como simples soldados).

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   La intervención de la DA habría sido por lo demás “irrelevante”, dice Varela, lo que parece lógico en una guerra en que las divisiones de un lado y de otro se contaban por centenares. Pero esa lógica falla. Los españoles no solo lucharon de modo destacado contra fuerzas soviéticas muy superiores,  sino que contribuyeron decisivamente a frustrar una de las mayores ofensivas soviéticas,  en torno a Leningrado. Esta ofensiva,  diseñada a imitación de la de Stalingrado por Zhúkof –probablemente el general más exitoso de la guerra en cualquiera de los ejércitos– debía liberar la asediada ciudad cercando a grandes fuerzas alemanas mediante una tenaza desde los arrabales de Leningrado  al norte y desde el Vóljof al este. A la DA le correspondió frenar,  en Krasni Bor, el brazo norte de la tenaza,  soportando el bombardeo más intenso de la guerra en un sector estrecho (5 kms.).  Y lo frenó, en condiciones casi imposibles. El brazo del Vóljof lo frenaron los alemanes, que no tuvieron que aguantar allí  un ataque tan terrorífico. De tener éxito, la ofensiva habría causado un desastre de grandes proporciones a la Wehrmacht.  Como fue uno de los pocos fracasos de Zhúkof, los soviéticos procuraron olvidarlo, pero lo referente a esta ofensiva está bien estudiado. Así que el papel de la DA fue algo menos irrelevante de lo que quiere suponer el señor Varela Ortega.

   Aunque abundaron los roces entre españoles y alemanes (estos solían encontrar a los hispanos poco disciplinados y propensos a tratar con demasiada familiaridad a judíos y civiles rusos), Hitler desde luego apreció el esfuerzo de la DA, a la que concedió privilegios que no tenían otras fuerzas extranjeras. Su jefe,  Muñoz Grandes obtuvo una de las condecoraciones más valiosas, recibiendo la tropa una lluvia de cruces de hierro y otras medallas. Además, la DA tuvo un comportamiento ejemplar con la población civil rusa, y ningún intento de achacarle crímenes de guerra se sostuvo. Fue probablemente la unidad de su tipo más humanitaria de las que lucharon en el este o el oeste. En años aún recientes ha habido encuentros entre veteranos soviéticos y españoles, y del aprecio alemán cabe destacar el abrazo de Helmut Kohl en el alcázar de Toledo, a “un miembro de aquella heroica división”.  Un ex divisionario, hace bastantes años, me comentó que había viajado por Alemania a finales de los años 50. No sabía alemán, pero al declarar que había estado en la Blau División, le multiplicaban las atenciones.

   La DA juró fidelidad a Hitler “para derrotar al bolchevismo”,  no para construir la Gran Alemania a costa de los rusos, objetivo  que por lo demás desconocían. Fueron, cortesmente,  a “devolver la visita” que la URSS había hecho a España en la guerra civil. Contra diversas versiones,  Franco envió la DA como una retribución por la ayuda recibida en la guerra civil, pensando, como casi todo el mundo entonces, que apenas llegaría para desfilar por la Plaza Roja. Luego la situación varió radicalmente, y por fin, tras Stalingrado y Kursk, el temor a que pudiera quedar cercada y aniquilada como tantas otras divisiones alemanas, lo cual sería un golpe muy duro para el régimen, decidió retirarla, en octubre de 1943 (quedó una representación simbólica).  Hasta ahí llegaba su compromiso con Hitler.

   No entro aquí en las disquisiciones rebuscadas y embrolladas de Preston, Núñez Seixas y tanto otros, a quienes Varela da un crédito francamente excesivo, sobre los motivos de la división, por lo demás clarísimos y fáciles de entender. Cabría recomendar a Varela más respeto por aquella “heroica división” y menos por las interesadas interpretaciones inglesas (aunque desde hace años hay estudios de expertos militares ingleses muy favorables a la DA). Cabe recomendar aquí la reciente obra, prácticamente definitiva, del máximo especialista en el tema, C. Caballero Jurado:  La División Azul,  de 1941 a la actualidad, con una aguda sección de comentario bibliográfico.

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