Varela Ortega (VIII): Un Franco insignificante y la traición de Churchill
Qué desgracia: siendo Franco tan insignificante, siempre le protegió la suerte. Y Churchill.
Varela Ortega no tiene más remedio que constatar que Franco fue, efectivamente, uno de los militares y políticos más victoriosos del siglo XX en Europa o América, quizá el más notable teniendo en cuenta las dificultades, los enemigos, las hostilidades que por un tiempo parecieron casi universales, que hubo de superar. ¿Cómo explicarlo, si al mismo tiempo resulta ser, según los anglómanos, un ser mediocre, bruto, sanguinario y hasta cursi? Obviamente, esta interpretación destruye cualquier explicación racional, y si algo demuestra es la mediocridad intelectual y espíritu cutre de tales análisis. El único mérito que adjudican al Caudillo, una inteligencia primaria, propiamente astucia mezquina, aldeana o gallega, solo útil para asegurar su poder a toda costa, no le habría hecho llegar muy lejos.

Es precisa otra explicación, y la encuentran: ¡la suerte! Franco habría sido un personaje esencialmente pasivo y opaco, a quien, misteriosamente, la suerte le sonreía una y otra vez sin que él realizara acción alguna digna de recordarse (aparte de sus torpezas y crímenes, se sobrentiende). En la guerra civil, tuvo la fortuna de que sus enemigos al parecer no valían nada y él pudo haber acortado la lucha todo lo que quiso, pero la prolongó por gusto de hacer sufrir al país. Luego quiso meter a España en la guerra mundial, pero de un modo u otro el propio Hitler se lo impidió. Su momento más crítico fue al terminar dicha contienda, cuando los vencedores habrían podido barrerle con un soplo… ¡Ah, pero entonces vuelve a intervenir la baraka!: los vencedores empiezan pronto a enemistarse entre sí y gracias a eso Franco sobrevive. Naturalmente, sobrevive condenando al pueblo a una miseria espantosa debido a sus ideas económicas infantiles. No obstante, la guerra fría vuelve a sacarle del apuro: cede unas bases militares a Usa, que no solo le concede algunos préstamos sino que, más importante aún, va empujando al régimen a liberalizar la economía, de modo que Usa vuelve a salvar a Franco, pero de manera muy positiva, “civilizando” por así decir, su régimen, modernizándolo económicamente (una versión parecida la sostiene el franquismo servil de, por ejemplo, Luis Suárez). Y así, Franco puede morir en la cama pero con su régimen en trance de pasar a la democracia. Y colorín colorado.
Esta es en suma la versión de Varela y de tantos otros historiadores de ese nivel, muy útiles para los políticos de tres al cuarto que venimos sufriendo tantos años, y que han precisado de una ley totalitaria para intentar garantizar la “veracidad” del cuento. Ya volveré sobre la iniciativa y el protagonismo, realmente intenso, de Franco en los sucesos que le dieron tanta “suerte” pese a ser tan anodino y vulgar.
Pero cambiando a medias de tema, y en relación con Churchill, he leído en Revista de libros un interesante artículo de Luis M. Linde, “La traición de Churchill, España, Cataluña”. Se trata de una amplia reseña de Meditacions en el desert. 1946-1953, de Gaziel (el periodista Agustín Calvet, director de La Vanguardia durante unos años). Las citas extraídas por Linde muestran la semidemencia del catalanismo, incluso moderado como era el de Calvet, que no llegaba al separatismo, aunque en parte lo suponía, y que merecerá comentario aparte. El caso es que Calvet, que, como Cambó, había apoyado a Franco durante la guerra, le cobraría luego un odio apasionado, así como a España misma, en la que ve una anomalía de Europa frente a una Cataluña definida como parte de la tradición europea según él la entiende. Pero ahora viene al caso por sus comentarios sobre Churchill y Usa a quienes ve como autores de una “gran traición”… ¿A quienes? A los “demócratas españoles” y en especial, claro, a los catalanes, que en la práctica serían los únicos auténticos. Ya hablaremos de esos “demócratas”, a quienes me he referido también en Por qué el Frente Popular…

Se supone que la traición habría consistido en no invadir España al terminar la guerra mundial e imponer una democracia liberal bajo las orugas de los tanques y de los aviones useños e ingleses. La complacencia con el franquismo habría comenzado ya con el discurso de Churchill en el Parlamento inglés, el 24 de mayo de 1944, poco antes del desembarco en Normandía. En él, Churchill expresó su gratitud por la neutralidad de España, defendió a Franco contra ”quienes creen inteligente, incluso gracioso, insultar y ofender al gobierno español”, y se refirió a España como necesaria para conservar la paz y el equilibrio en el Mediterráneo al acabar la guerra (transcribo abajo los párrafos dedicados al asunto en Años de hierro) . Linde considera que el discurso adelantaba lo que sería la política de los Aliados hacia el régimen de Franco después de la guerra, pero en mi opinión no fue así. Roosevelt se mostró complaciente y respetuoso con Franco en vísperas de la Operación Torch por razones obvias, para cambiar poco después a una actitud ofensiva y chantajista; y lo mismo ocurriría con Inglaterra después del discurso de Churchill, a pesar de lo mucho que debían a la neutralidad de España. Todo dependía de las conveniencias en las cambiantes situaciones de la guerra.
Por lo que respecta a Franco, sabía muy bien lo que valían ue aquellas promesas y respetos, y lo señaló a un ingenuo y servil Don Juan cuando este creía que los tanques anglosajones iban a llevarle en triunfo a Madrid: “No hagáis caso de lo que en el extranjero puedan insinuaros; las promesas a Polonia, al rey Pedro de Yugoslavia, al de Grecia, a Víctor Manuel, a Giraud y a tantos otros se esfumaron ante las realidades”. ”Las naciones se guían por su propio interés y no por sentimentalismos, pesan las realidades y no las ficciones”. Es cierto que Churchill simpatizó en cierta medida con Franco y su régimen, pero no sería esta ni mucho menos la actitud dominante entre los anglosajones, más parecida a la de los soviéticos, incluso en historiografía.

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