23-f El olvidado factor Suárez.

Puede decirse que los misterios del 23-F no lo son desde hace tiempo. Durante muchos años, sin embargo, permaneció la versión de un intento de golpe dado por unos fachas chiflados y chapuceros, y parado oportunamente por Juan Carlos I. Todavía hay quienes lo siguen considerando así. No obstante, la verdad, en lo esencial, se conoce hoy bastante bien. Uno de los que más han contribuido a aclararla ha sido el historiadorJesús Palacios en El Rey y su secreto, del que ha dicho uno de los comprometidos, Luis María Ansón, que acierta en un 80%, creo recordar. Ya Sabino Fernández Campohabía advertido irónicamente a quienes no se contentaban con la versión oficial, que si buscaban la verdad corrían el peligro de encontrarla. Es interesante la persistencia de la versión oficial, que recuerda la del golpe del 11-M de 2004, de consecuencias políticas tan extraordinarias. 

En fin, todo indica que se trató de una provocación golpista instrumentada por los servicios secretos, y en la que estaban involucrados el Rey, personalidades socialistas, de derecha y otros, probablemente la mayoría de los que aparecían como miembros del gobierno de concentración que debía presidir el general Armada. Como el “factor humano” (Tejero), hizo fracasar la operación, él, Armada y otros próximos a Juan Carlos sirvieron de chivo expiatorio de un interés de estado. Porque lo que se buscaba era frenar una deriva política del país cada vez más peligrosa: unterrorismo de niveles desestabilizadores y unos separatismos cada día más insolentes y osados; un ataque sistemático y a menudo furibundo en los medios a cuanto significase unidad nacional (la propia palabra España se hizo casi tabú, como en la república), sin olvidar el rápido deterioro de la salud social, con expansión galopante de la droga y la delincuencia. Todo ello en medio de una  crisis económica a la que no se vislumbraba salida. Tarradellas, uno de los pocos exiliados que había aprendido las lecciones de la historia, había advertido de la necesidad de un golpe de timón para enderezar una coyuntura que se iba de las manos a todos. Y se conocen los contactos y maniobras de unos y otros para preparar el evento provocando un“supuesto inconstitucional máximo” -con Tejero como peón inconsciente-  inspirado en la operación que llevó al general De Gaulle al poder en Francia  en 1958. 

 

En los análisis del suceso ha solido dejarse de lado a Adolfo Suárez, el principal responsable de la situación creada, y que suele aparecer como víctima. Suárez, un político de vuelo corraleño, desvirtuó la transición planeada por Torcuato Fernández Miranda de la ley a la ley y aprobada abrumadoramente en el referéndum de diciembre del 76; ignorante de la historia trató de congraciarse con quienes salían a la luz sintiéndose herederos del Frente Popular, haciéndoles concesiones innecesarias; quiso “olvidar el pasado” impidiendo cualquier respuesta a la creciente demagogia izquierdista y balcanizante; promovió una Constitución con artículos contradictorios y peligrosos, elaborada de manera poco democrática; jugó a superar al PSOE por la izquierda y bloqueó una posible unidad de acción con la derecha de Fraga, dinamitando de paso a su propio partido, la UCD. He tratado en La Transición de cristal estos hechos poco atendidos u olvidados en muchos análisis en beneficio de declamaciones emotivo-demagógicas o dudosamente democráticas. 

La extravagancia política de Suárez dejaba muy pocas posibilidades de un gobierno capaz de afrontar la crisis. La UCD estaba en ruinas y Alianza Popular carecía de fuerza suficiente, además de chocar con la oposición irreconciliable de izquierda y separatistas. Suárez fue forzado a dimitir entre denuestos de casi todo el mundo –dato olvidado convenientemente cuando falleció-, dejando una herencia casi inmanejable. De ahí la solución golpista. No voy a repetir lo ya sabido y que otros comentarán. Pero vale la pena señalar el sarcasmo de que quienes estuvieron involucrados al más alto nivel salieran indemnes a costa de los chivos expiatorios “fachas”. La UCD, con Calvo Sotelo, demostró su ruina en muy poco tiempo, y finalmente pasó a gobernar el partido de los “cien años de honradez”. La verdad es que si en aquel momento se hubiera sabido la verdad, las instituciones habrían quedado tan por los suelos y el país tan en peligro de anarquía que, en definitiva, se hace difícil imaginar otra salida. La moraleja es que la democracia un tanto echada a perder por Suárez ha permanecido tan chapucera como entonces, manteniéndose gracias a una inercia histórica cimentada en una larga paz, prosperidad y reconciliación mayoritarias, herencia del régimen anterior y que nuevamente ponen en crisis los demagogos.

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Este sábado en “Una hora con la historia”, la Comisión de la verdad sobre el PSOE tratará el llamado “salvamento de los cuadros del Museo del Prado”, otra “hazaña” socialistas, junto con la destrucción de bibliotecas y obras de arte.

Sesión pasada: https://www.youtube.com/watch?v=5KTanH1mvdc&t=4s …,

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Bibliotecas para nada.

Hace ya bastante años, cuando me puse a revisar críticamente algunos aspectos del marxismo, hice un estudio sobre una supuesta ley con la que Marx intentaba coronar el edificio de su teoría sobre el capital: la del descenso tendencial de la tasa de ganancia. Llegué a la conclusión de que se trataba de una imposibilidad lógica, por ser contradictoria en sus propios términos, y no precisamente a la manera dialéctica

Lo que me maravilló fue que, si yo estaba acertado, entonces sería perfectamente inútil la copiosa bibliografía al respecto, que incluye largas polémicas entre doctrinarios, sesudas consideraciones teóricas sobre las implicaciones de la ley, complejos análisis sobre sus manifestaciones prácticas a lo largo de la historia del capitalismo, etc. “¡Bibliotecas enteras para nada!”, me dije… En fin, espero fervientemente haber acertado (incluyo mi estudio en La sociedad homosexual y otros ensayos, por si alguien tiene interés en rebatirme).

Me venía lo anterior a la cabeza con motivo de un artículo de Santos Juliá en Revista de libros, donde comenta indignado una negativa evaluación de Stanley Payne sobre la actual producción historiográfica española en torno a la república y la guerra civil. A juicio de Payne, la mayor parte de las tesis doctorales y otros estudios españoles resultan “predecible y penosamente estrechos y formulistas, y rara vez se plantean preguntas nuevas e interesantes. Los historiadores profesionales no son, a decir verdad, mucho mejores. Casi siempre evitan suscitar preguntas nuevas y fundamentales sobre el conflicto, bien ignorándolas, bien actuando como si casi todos los grandes temas ya se hubieran resuelto. Esto, por supuesto, está muy lejos de la realidad, ya que la Guerra Civil española seguirá constituyendo durante mucho tiempo un objeto de estudio muy problemático, en la línea de las revoluciones francesa o rusa”.

Juliá responde a este argumento cualitativo, por así decir, con otro meramente cuantitativo. En los últimos años, arguye, se ha publicado un gran número de libros, de los cuales enumera 37, españoles y extranjeros, y la marea no da señales de refluir. A su entender, ello demostraría la buena salud de la historiografía actual sobre la república y la guerra, aunque no explica bien ni mal por qué esa abundancia entraña calidad, salvo por algunas adjetivaciones elogiosas que se supone hemos de compartir por venir de él. Hay, no obstante, una explicación implícita en el hecho de que los libros seleccionados concuerdan con el estilo “políticamente correcto” del propio Juliá. Otros, ni se molesta en mencionarlos el altivo profesor.

Hoy proliferan, desde luego, los libros sobre aquel conflicto, pero una proporción muy elevada de ellos incide en la más simplona propaganda de guerra, resucitada en estos años con singular ímpetu. De muchos, el mero título, a veces estúpido, a veces truculento, exhibe ya su carácter propagandístico: Rojo, el general que humilló a Franco (perdiendo todas las batallas con éste) Maquis, el puño que golpeó al franquismo (y salió destrozado del golpe) Toda España era una cárcel, Los esclavos de Franco, La columna de la muerte y un largo etcétera.

Por supuesto, los hay mejores, pero en mi opinión, Payne tiene razón en lo esencial, e intentaré aclarar por qué. La mayoría de los estudios, incluso muchos con cierto rigor académico, parten de un fatal desenfoque que los echa a perder en gran medida. Buena parte de esos trabajos está enfocada desde la perspectiva marxista de la lucha de clases, según la cual la contienda enfrentó a la república y al fascismo o, más vagamente, a la reacción, que se habría alzado para impedir las reformas democráticas de la primera, tan beneficiosas para el “pueblo” o para la “clase obrera”.

A cualquier historiador reflexivo debería hacerle sospechar el dato de que ese esquema haya sido divulgado masivamente por una propaganda tan democrática como la staliniana, y que lleve a conclusiones tan improbables como que el Kremlin defendió la libertad política interna y externa de España, traicionada en cambio por las auténticas democracias. Y ésta es sólo una incongruencia entre muchas.

Pues, ¿cómo encaja en esa concepción de la república el hecho de que en octubre de 1934 las izquierdas (socialistas, nacionalistas catalanes, comunistas y bastantes anarquistas, apoyados políticamente por los republicanos jacobinos) se alzaran en armas contra un gobierno democrático de centro derecha, salido de las urnas? ¿O que, ante tal ataque, la derecha defendiera la Constitución? ¡Son hechos bien notables, pero inexplicables con el desenfoque dicho! ¿Y cómo explicar que, en cambio, ante la sublevación derechista de julio de 1936, el gobierno de izquierdas no defendiera la Constitución, sino que acabara de arrasarla al repartir las armas a las masas y abrir paso a una revolución en extremo violenta? ¿Cómo interpretar, además, que, entre febrero y julio del 36, el gobierno supuestamente democrático de izquierdas no pusiera coto a los avances revolucionarios y rehusara aplicar la ley a quienes imponían su propia ley desde la calle, como le pedían las derechas? Estos datos clave, y una infinidad más de menor enjundia, no hay modo de integrarlos en la interpretación de Juliá y los suyos.

Peor todavía es llamar democracia al Frente Popular durante la contienda. Quienes así desvirtúan la historia admiten unos primeros meses de “descontrol”, pero, aseguran, el gobierno democrático se recompuso en octubre. ¡Un gobierno dominado por quienes habían asaltado la democracia en 1934, acompañados bien pronto por los ácratas, auténticos verdugos de Azaña en el primer bienio y uno de los peores cánceres de la república! ¿Se volvieron demócratas de pronto todos ellos? ¿Y cómo explicar que entre tales “demócratas” se hiciera hegemónico el PCE, agente directo de Stalin?

Podríamos seguir así largamente, hasta llegar al suceso, igualmente inexplicable en el esquema de Juliá, de que gran parte de la misma izquierda terminase por preferir entrar en guerra civil con sus propios aliados y rendirse sin condiciones a un Franco inclemente, antes que seguir bajo la férula de Negrín y los comunistas.

Quien lea con espíritu crítico percibe fácilmente las continuas incoherencias, omisiones y distorsiones por parte de esa historiografía que quiere pasar por la última y definitiva palabra sobre la guerra civil. Y quien vea la prensa y documentación de la época, o simplemente estudie los diarios de Azaña, entiende cómo esa historiografía lastrada por la propaganda enturbia nuestro conocimiento de la realidad histórica. Y sin embargo multitud de historiadores insiste con asombrosa tenacidad en retorcer inverosímilmente los hechos para encajarlos en sus esquemas

Una vez más, ¡bibliotecas para nada! Aunque no todo se pierde, claro. La mera investigación siempre saca a la luz hechos y datos nuevos y aprovechables, pero el fatal desenfoque los priva de valor. Viene a ser como construir un barco deforme, con los costados desiguales y la proa cuadrada. Aunque los materiales de construcción sean de buena calidad, el engendro navegará muy mal, si es que navega. En cambio sus materiales siempre podrán utilizarse como material de desguace.

(En LD, 24-3-2003)

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aguijonazos

*Todas las idiotas e histéricas van a la huelga feminista. Verán como la gran mayoría de las mujeres no son idiotas ni histéricas.

*Hombres y mujeres solo somos iguales ante la ley, y desde hace mucho. En lo demás, desiguales y complementarios. Los feminostios quieren despojar a las mujeres de su feminidad, y a los hombres d su hombría.

*Eso de la brecha salarial es uno de los muchos negocietes de unos-as espabilados para vivir de subvenciones.

*¿Han oído a las feministas poner el grito en el cielo por las violaciones y asesinatos de mujeres y niñas cristianas por los islamistas en Oriente Próximo?

*Las feministas exigen igualdad en la construcción, las minas, el cuidado de las carreteras, etc.  Hay que reconocer que son muy consecuentes.

*Moscú a Londres: “Devuelvan las Malvinas, devuelvan Gibraltar. Así podrán acusar a otros con la conciencia más limpia”

*No sé si saben uds que los antimisiles Patriot que desplegaba España en el Campo de Gibraltar los ha trasladado el gobierno lacayo del PP … ¡a Turquía! Para hostigar a Rusia, ¡Salgamos de la OTAN!

*Después de perder seis años y una millonada porque Usa se oponía a que el satélite español se lanzase desde Rusia, ahora se envía por fin al espacio.

*¿Por qué ningún partido pone en primer plano la permanente violación de España por Inglaterra en Gibraltar? ¿Tanto gusto les da? ¿Es que todos tienen negocios opacos en el peñón?

*España no tiene por qué hacer de peón de brega de la OTAN, es decir, de Gibraltar. Rusia no nos ataca, y la OTAN está creando caos y guerras civiles en muchos países

*El Congreso pide dejar de ser llamado “de los diputados”. Podría llamársele en adelante “de los putados” o algo así.

* Dice Rajoy que en España no hay delitos políticos. ¿Cómo que no? ¿No es un delito sacar a la ETA de la ruina y convertirla en potencia política? ¿No es delito la inmersión lingüística? ¿No es delito la ley de memoria histórica? Nos mandan catervas de delincuentes.

*Dicen los del PP que la ETA no logró nada. Aznar y Mayor Oreja la llevaron al borde de la ruina, y de allí la sacaron sus cómplices ZP y Rajoy para convertirla en una potencia política. Añaden al delito la desvergüenza.

*Amnistía Internacional es un grupo un tanto estafador. ¿Ha visto ud que critiquen la propuesta de ley del PSOE contra la libertad de opinión, expresión, investigación y cátedra? En cambio dicen que aplicar algo de la ley a unos golpistas atenta contra la libertad de opinión.

*¿Por qué fue Franco un verdadero genio? Porque venció durante 40 años, militar y políticamente, a unos enemigos inteligentísimos y talentosos: las izquierdas y los separatismos. https://www.piomoa.es/?p=6799

*La inmersión es ilegal, radicalmente. Y doblemente perjudicial al hacerse en una lengua regional infinitamente menos útil que el español común. Y es que los gobiernos PPSOE y la Generalidad llegan decenios delinquiendo en esta democracia fallida.

*La cultura española en el franquismo es bastante superior a la posterior y actual, que es cada vez más un remedo lamentable de la anglosajona. El “páramo cultural” es el de hoy.

*Es patético el intento de la monarquía de ocultar su origen en Franco. Se lo recordarán como un deshonor o ilegitimidad, cuando es todo lo contrario. Lo mismo con la democracia

*No hay régimen más calumniado que el franquista. Pero reparen en sus calumniadores: separatistas, corruptos, totalitarios, hispanófobos… Qué fue el franquismo, en 15 puntos: https://www.piomoa.es/?p=6799

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La fe como creencia en lo inexistente

Este sábado en “Una hora con la historia”, la Comisión de la verdad sobre el PSOE tratará el llamado “salvamento de los cuadros del Museo del Prado”, otra “hazaña” socialistas, junto con la destrucción de bibliotecas y obras de arte. Sesión pasada: https://www.youtube.com/watch?v=5KTanH1mvdc&t=4s …,

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La vieja definición de la fe en el catecismo (“creer lo que no vimos”) apunta en la buena dirección, pero es un tanto tosca. Quiere decir que en la realidad hay aspectos que escapan a lo que vemos (a lo que nuestros sentidos nos indican o descubren). En ese sentido estrecho, la fe es un componente esencial de la actividad humana. De entrada, por lo que se refiere al futuro: tenemos fe en el éxito de una empresa, algo que no podemos ver y que puede resultar completamente falso; pero sin esa fe apenas realizaríamos esfuerzos, lo cual modificaría la propia realidad futura. Es decir, el futuro escapa a nuestras posibilidades de conocimiento, nos podemos hacer una idea de él basada en la experiencia del pasado, siempre insuficiente.

   En cambio no decimos tener fe en sucesos que pensamos desgraciados o en fracasos. Más bien eso nos provoca angustia o miedo. Es decir, la fe va íntimamente ligada a la esperanza en algo bueno. Del futuro solo hay algo seguro, que es la muerte. No tenemos fe en la muerte, sino miedo o angustia por ella, una angustia que puede ser sublimada o simplemente apartada de la consciencia, aunque ni una cosa ni otra se consiguen del todo, porque es un suceso demasiado radical en relación con la vida.

   Por otra parte hay muchas cosas que no vemos y que no precisan fe, simplemente tenemos un grado considerable de certeza sobre ellas porque otros nos lo han dicho, por comprobaciones indirectas, etc. Dado que nuestra experiencia es muy limitada, la mayoría de nuestras ideas sobre las cosas son lo que llamaba Tocqueville “ideas dogmáticas”, con un grado mayor o menor de incertidumbre, y que tampoco precisan fe. Creo que Chile existe o que la ley de la gravedad actúa de modo general, o que las estrellas están a la distancia que dicen los científicos, sin necesidad de fe, aunque no pueda comprobarlo. Todo esto, incluso el futuro, lo consideramos parte de la realidad, y aunque ello exija cierta dosis de fe, es una dosis por así decir reducida.

    La realidad y lo existente son lo mismo. Se pueden definir como todo aquello que está presente u ocurre en el tiempo y el espacio. Sin embargo, cuando hablamos de fe nos referimos generalmente a otra cosa, a la fe en la divinidad. Hay una vieja discusión bizantina en torno a si Dios existe o no. Esto tiene que ver con la realidad: ¿tiene Dios realidad o no? Pero el propio concepto de existencia o de realidad parten de nuestros sentidos y experiencias, son ajenos a la idea de Dios y se precisarían otros conceptos para indicarla, por eso los judíos prohibían hasta nombrarla. La idea de Dios no podemos situarla en esas coordenadas, por lo tanto su objeto, la divinidad, escapa a la realidad, no existe. Para definirlo necesitaríamos otro verbo que el referido a la existencia; por  eso es algo indefinible, salvo por comparaciones imaginativas con lo que existe (“infinito, eterno, omnipotente, etc.)

 A partir de ahí podemos pensar al modo llamado panteísta, en realidad ateísta: que el conjunto de la realidad (mundo, cosmos,  universo) se fundamenta en sí mismo, consiste en un conjunto de cambios y evoluciones sin fin ni finalidad. Esta idea está presente en ideas como la de la reencarnación, el eterno retorno, etc. Esto resulta angustioso, pues los cambios no tendrían otro sentido, en definitiva, que el cambio en sí mismo. Pero no solo resulta angustiosa, sino que no puede ser cierta: la ciencia indica que toda realidad, la parcial de los sucesos y la total del cosmos, tiene principio, por tanto ha de tener fin, y por ello no puede sustentarse en sí misma. Razonamos, pues, que debe haber algo externo, una fuerza, llamémosla así, que ha producido el mundo, tal como cada suceso dentro de él es efímero y producido por fuerzas ajenas a él mismo: cada uno de nosotros no existe por sí mismo, no ha venido al mundo por sí mismo, etc: “si el mundo no puede fundamentarse en sí mismo por tener principio y fin, su fundamento debe estar en “algo” ajeno a él”. Esta es una conclusión de aspecto bastante racional

   Pero no es lo mismo fin (por tanto principio) que finalidad. Y nos preguntamos necesariamente por la finalidad de todo este inmenso despliegue de fuerzas y sucesos en perpetuo cambio, sucesos y cambios en el entorno y en nuestras propias vidas. Aquí la razón fracasa. Porque la fe, racional al menos hasta cierto punto, va unida, como decíamos a la esperanza: la esperanza en una divinidad buena para nosotros y para el mundo en general. Si el cosmos ha de tener finalidad, la divinidad que lo ha creado debe ser buena para nosotros incluso por encima de nuestra comprensión, inevitablemente limitada. Dicho de otro modo, la divinidad debe dar una finalidad, es decir, un sentido, al mundo y a nuestras propias vidas. Pero dada la combinación inextricable de sucesos que nos parecen buenos y malos, de desdichas y alegrías, no tenemos modo de comprobarlo. La angustia nunca se aplaca del todo. (la felicidad como ausencia de angustia). Aun así, cabe suponer que la angustia tiene varios tratamientos, destructivos o lo contrario. Es otra cuestión.

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La evolución cultural europea expuesta como resultado de la tensión entre razón y fe propia del cristianismo. Tensión implica conflicto, que recorre toda la historia de Europa. La difícil convivencia entre ambas dio lugar a dos rupturas: el protestantismo como rebelión de la fe contra la razón, y la Ilustración como rebelión de la razón contra la fe:

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El moralismo español

“Una hora con la Historia”. Azaña en la guerra civil, la caída de un mito. https://www.youtube.com/watch?v=5KTanH1mvdc&t=2s

**Este sábado empezaremos con la Comisión de la verdad sobre el PSOE: El “salvamento” de los cuadros del Museo del Prado

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José María Pemán, uno de los teorizadores de la dictadura de Primo de Rivera, señalaba como rasgo característico de los españoles una acusada exigencia moral. Esto no sólo lo decía él, pues cita de Keyserling: “En lo ético, España se encuentra a la cabeza de la actual humanidad europea”. Y lo han apreciado otros muchos observadores, como se trasluce en la manera como Brenan analiza el anarquismo hispano (podría sostenerse que el anarquismo arraigó en España ante todo por su moralismo). Es también cierto que en la propaganda de las izquierdas —en menor medida, quizá, de las derechas— la apelación moral  surge con extraordinaria fuerza a cada instante. Como señala Pemán, “en otros países de Europa existe una mayor frialdad para separar lo utilizable de cada persona (su talento, su habilidad), de su fondo moral”; en España, “ni el talento ni la elocuencia, ni el acierto político bastaron nunca, al cabo, para hacer olvidar las claudicaciones éticas”. Aquí, por ejemplo, un tanto fundamental en la apreciación de los líderes políticos era la de su austeridad y limpieza moral (25).

En apariencia esto es buena cosa, si consideramos que el ser humano es ante todo un animal moral, antes que intelectual. Pero ya Ortega señaló cómo la popularidad de algunos políticos y teorizadores republicanos, creo que se refería a Pi y Margall, se asentaba en el prestigio de su personal sobriedad, y no, desde luego, en el fundamento de sus ideas, mediocres cuando no disparatadas. Así como innumerables estupideces ideológicas han colado en todas partes gracias a venir presentadas en un envoltorio de cursilería, en España el envoltorio preferido de la necedad ha sido la pretensión moral.

Ello, insisto, se ha dado de manera preferente en la izquierda, incluso en la comunista, para la cual, al revés que para la anarquista, la ética no pasaba de ser un aspecto accesorio, convencional, una espuma de la sociedad de clases. Pero su propaganda radicaba en la maldad, le bellaquería, la bajeza moral, en definitiva, atribuida al enemigo, más bien que en el análisis de la “explotación” o de las relaciones sociales.

 Podríamos ver ahí una especie de superioridad moral de la izquierda. De hecho, en la mala conciencia y los complejos que muestra habitualmente la derecha se percibe el influjo de esa permanente acusación moral desde la izquierda, ante la que los acusados no han sabido replicar muchas veces, o se han batido a la defensiva. La ideología y política derechistas, coincidían incluso algunos conservadores, sólo expresaban los intereses de los “ricos”, y los ricos, en general, disfrutaban de unos bienes ganados indebidamente, por medio de la explotación y el expolio de los pobres. Las derechas resultan, por definición, ladronas y corruptas, y quienes, no siendo ricos, las apoyan, sólo revelan imbecilidad y abyecto servilismo ante la injusticia, o deseos de participar en el botín.

Pero si esos rasgos podían predicarse de las derechas en todo el mundo, cuando llegábamos a España empeoraban hasta los indecible. Los “ricos” españoles, y quienes les apoyaban (“los militares y los curas”, en cabeza) eran los más miserables, crueles, oscurantistas y chulos de todo el mundo, o por lo menos de toda Europa. Esta concepción arcaica sigue vigente en muchos ámbitos populares, y sus ecos resuenan con fuerza en episodios como la propaganda de Simancas en el reciente rifirrafe por la Comunidad de Madrid. Pero no sólo se “piensa” así en ambientes populares sino también, y aun diría que de preferencia, en los intelectuales. Así sigue siendo la línea hegemónica en la historiografía “profesional” y “académica” sobre la guerra civil, espoleada desde fuera por los Preston, Jackson y compañía.

Por cierto, la conducta de los potentados rara vez es ejemplar, y si no se le pusieran trabas legales tendería en general al abuso; también las observaciones de Cambó sobre la ruindad y ostentación vanidosa de los catalanes adinerados —extensibles al resto de España— tienen una gran parte de verdad. Pero eso no hace menos absurdos los juicios absolutos típicos de la izquierda, ni vuelve virtuosos a quienes los emiten.

Si miramos más de cerca ese moralismo español, enseguida le vemos unas cuantas fallas. Empieza por ser fundamentalmente negativo. Las diatribas feroces contra el enemigo carecen del equilibrio y de los matices que caracterizan un auténtico juicio moral. Los acusadores están predicando de sí mismos, implícitamente y por contraste, virtudes tan excelsas como viles serían los vicios denunciados, pero a menudo eso es secundario. El papel de esas diatribas suele ser más bien el de encubrir un deseo de agresión y una avidez extrema de esos bienes poseídos por otros con supuesta ilegitimidad. Durante la guerra civil, o en tiempos más recientes, pudo comprobarse cómo el comportamiento de aquellos virtuosos denunciadores de la maldad ajena imitaba, precisamente, los peores actos atribuidos —no siempre sin razón pero muchas veces sin ella—, a “los ricos”.

Por otra parte ese moralismo se extiende porque halaga la vanidad de cada individuo de sentirse el juez de los demás, especialmente de quienes, en el plano material o en otros, se encuentran por encima de él. Esta especie de envidia, ya se exprese positivamente como espíritu de superación, o negativamente como impulso destructivo hacia el prójimo más favorecido, o de simple pasividad rencorosa, parece constitucional en el ser humano, y será siempre una fuente de motivación para sus actos. Tengo la impresión de que el moralismo español, sobre todo en la izquierda, ha tendido más bien a despertar actitudes negativas.

No estoy muy seguro de que el impulso ético español sea más fuerte que el de otros pueblos —actualmente parece más bien lo contrario, basta mirar la televisión, por poner un ejemplo—, pero en todo caso sólo tendrá valor si pierde algo de la rudeza y negatividad que lo han acompañado, al menos en el siglo XX y ahora mismo.

(LD, 28-11-2003)

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¿De qué trata la novela “Sonaron gritos y golpes a la puerta”? La opinión de Aquilino Duque, premio nacional de literatura: http://vinamarina.blogspot.com.es/2012/07/una-novela-dantesca.html …pic.twitter.com/LyAYI6k0kY

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