Gobiernos contra España / Guerra de España y guerra europea / Joseph Pérez(IV)

Gobiernos de España antiespañoles

**En 1923, Primo de Rivera salvó in extremis a la monarquía. Sin embargo, el impulso suicida de ella era tan fuerte que siete años  después se precipitó al vacío. Franco la recuperó, y ahora trata de olvidar nuevamente esa historia.

**Tengo la impresión de que Netanyahu está llevando a Israel a una posición de sumo riesgo. Dividió al país con sus proyectos de ley, se dejó sorprender por la amplitud del ataque de Hamás, está perdiendo la batalla de la propaganda, creándose numerosos frentes y alarma en el mundo por las amenazas mutuas con Irán. Su popularidad en Israel está en mínimos, y no es la mejor base para dirigir una guerra.

**Para España,  todo lo que atañe a la política internacional se concentra en tres nombres: Gibraltar, Ceuta y Melilla. El peñón, invadido por una potencia “amiga y  aliada”, las dos ciudades amenazadas por otra potencia también amiga… de los gobiernos PSOE y PP. Gobiernos amigos y aliados  de los enemigos de España. También de los separatismos.

**Ante un mundo que se está volviendo más inestable e incontrolable, la única política exterior para España debe ser la neutralidad y el apoyo en Hispanoamérica.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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Guerra de España y guerra de Europa

Existe cierta similitud, y también vivo contraste, entre la II Guerra Mundial para el conjunto de Europa, y la guerra civil española. La similitud radica, en mi opinión, en que ninguna de las dos ha sido plenamente asimilada, sino que su recuerdo, siempre presente, actúa como un corrosivo de la  sociedad y de la propia cultura. La diferencia consiste en que la guerra civil permitió soldar la unidad y soberanía nacionales, gravemente amenazadas por el Frente Popular, y sostener las raíces cristianas de su cultura, mientras que la guerra europea marcó el final de la hegemonía política, militar y cultural de los países europeos rectores, el final de la Era Europea.

También existe una relación entre la guerra de España y la de Europa. El hilo que las une no fue en absoluto la confluencia de ideologías iguales en los dos casos, como suele afirmarse, pues solo la comunista fue común a ambas. Fue el fracaso de la gran política de Stalin en España, que se transformó en el éxito con que logró su designio principal:  que la guerra en Europa empezara  por el oeste, y no en la frontera soviética. 

Y el deterioro final para Europa, contagiado a España en el posfranquismo. La actual cultura europea, también la española, ha perdido sus raíces históricas y se mueve a merced de las ideologías más disparatadas, subproductos de aquellas enfrentadas en la guerra mundial.

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Adiós a un tiempo 

J. Pérez (IV) Por qué cayó la nación hispanogoda

El relato,  demasiado breve y demasiado trivial, con que J. Pérez despacha la caída del reino hispanogodo merece no obstante atención, porque resume una multitud de tópicos tan extendidos como ilógicos o tendenciosos. Pérez hace una digresión sobre árabes y bereberes, destacando que estos últimos formaban la mayoría de los invasores y olvidando que los primeros constituían el elemento dominante, y “explica” la invasión del modo más favorable a los musulmanes. Estos “derrumbaron rápida y fácilmente la superestructura política y social de la monarquía visigoda” “Parece probable que, en muchos casos, la población primitiva no hiciera nada para ayudar a los visigodos; incluso debieron de producirse en varios casos sublevaciones contra la nobleza y los terratenientes a los que probablemente consideraban opresores, sin hablar de los judíos, quienes, víctimas del odio de los últimos monarcas visigodos, acogieron a los moros como libertadores y les facilitaron la toma de varias ciudades (…) Los nuevos dueños de la tierra exigían impuestos moderados en comparación con los (…) visigodos”. Además, recoge la suposición de que los impuestos en la época española eran muy superiores a los de la época andalusí, argumento clave para “explicar” materialistamente los hechos. Como si dijéramos que los historiadores escriben de un modo u otro según la ganancia económica que esperen obtener de sus libros (cosa cierta en más de un caso, pero que no conviene generalizar).

“Parece probable”, “probablemente”, “consideraban opresores”… ¿Qué le parece al señor Pérez esta descripción de la muchísimo más rápida conquista de Francia por Alemania en la II Guerra Mundial? “Los alemanes derrumbaron con extraordinaria facilidad la superestructura política y social de la III República francesa. La población francesa no hizo nada por ayudar al gobierno y al ejército en derrota, a los que miraba como opresores y explotadores, que la sometían a impuestos excesivos cuyo fruto no percibían. Los socialistas venían propugnando de años atrás el desarme de Francia y los comunistas, resentidos con las represiones e intentos de marginarlos que habían sufrido, recibieron como libertadores a los alemanes y sabotearon los esfuerzos del ejército y las autoridades de la III República. Posteriormente, los nazis encontraron en Francia un grado muy alto de colaboración, de manera que no habrían sido expulsados de no ser por el ejército useño”. Sin duda es una descripción muy tendenciosa, pero desde luego más veraz y atenida a los hechos que los “parece” y “probablemente” con que nos ilustran tantos historiadores banales sobre las causas de la caída del reino godo.
En Nueva historia de España he recordado algunos datos que omite Joseph Pérez, y que no son baladíes:

“La “pérdida de España” dio lugar en su tiempo a especulaciones moralizantes, achacándolo a pecados y maldades que habrían socavado las bases del estado. Sentada la tesis, bastaba abundar en ella, exagerando o inventando todos los pecados precisos. En nuestra época se ha querido explicar el suceso por causas económicas o “sociales”, suponiendo un reino carcomido cuando llegaron los moros; o se ha dicho que no existió invasión, sino “implantación”, ocurrencia pueril, si bien no más que tantas hoy en boga. La tesis más extendida desde Sánchez Albornoz habla de “protofeudalización”, es decir, decaimiento de la monarquía y disgregación en territorios semiindependientes bajo poder efectivo de los magnates, tendencia acentuada a partir de Wamba. A la feudalización o protofeudalización se uniría la decadencia intelectual y moral del clero, una desmoralización popular ligada a una presión fiscal excesiva, e incluso un deseo de la población de “librarse” de una dominación oprimente.

A mi juicio, estas teorías recuerdan a las especulaciones moralistas: puesto que el reino se hundió con aparente facilidad, “tenía que” estar ya maduro para el naufragio por una masiva corrosión interna. Pero desastres semejantes no escasean a lo largo de los tiempos. Países al borde de la descomposición se han rehecho en momentos críticos frente a enemigos poderosos; y otros relativamente florecientes han sucumbido de forma inesperada. Así, en nuestro tiempo, Francia y otros países cayeron ante el empuje nacionalsocialista no en cuestión de años, sino de semanas, obteniendo los vencedores amplia colaboración entre franceses, belgas, holandeses, etc.; pero nadie sugiere que esos pueblos vivieran en regímenes carcomidos, estuviesen hartos de su democracia e independencia o deseasen que los alemanes les librasen de impuestos…

El éxito musulmán no resulta impensable: pocos años antes, los pequeños ejércitos árabes brotados del desierto habían rematado al Imperio sasánida, ocho o diez veces más extenso que España, y habían arrebatado enormes extensiones a otra superpotencia, el Imperio bizantino. En solo nueve meses habían conquistado Mesopotamia, y en la decisiva batalla de Ualaya la proporción recuerda a la del Guadalete: 15.000 muslimes vencieron a 45.000 persas, sin la fortuna, para los vencedores, de una traición a la witizana. Lo mismo cabe decir de la batalla de Kadisia o Qadisiya, donde quebró el imperio sasánida, o la todavía más desproporcionada de Nijauand. Contra la tosca idea de que la superioridad material decide las guerras y cambios históricos, la derrota del más fuerte dista de ser un suceso excepcional. La caída de España, así, no debiera chocar tanto como se pretende.

Las noticias del último período hispano- tervingio son demasiado escasas para sacar conclusiones definitivas, pero los indicios de la supuesta protofeudalización suenan poco convincentes, pues, para empezar, existieron durante todo el reino de Toledo: son factores disgregadores presentes en toda sociedad, que en la Galia — pero no en España– prevalecieron sobre los integradores. Las leyes de Wamba o Ervigio para forzar a los nobles a acudir con sus mesnadas ante cualquier peligro público sugieren una creciente independencia y desinterés oligárquico por empresas de carácter general. Pero siempre, no solo a partir de Wamba, dependieron los reyes de las aportaciones de los nobles, y con seguridad nunca faltaron roces y defecciones en esa colaboración. Tampoco hay constancia de que Wamba o los reyes sucesivos, incluido Rodrigo, encontrasen mayor escollo para reunir los ejércitos precisos ante conflictos internos o externos. Aquellas leyes, como las relativas a la traición, podrían servir de pretexto a los monarcas para perseguir a los potentados desafectos, a lo que replicaron la nobleza y el alto clero con el habeas corpus, innovación jurídica ejemplar e indicio de vitalidad, no de declive.

Durante todo el reino de Toledo persistió una pugna, a menudo sangrienta, entre los reyes y sectores de la oligarquía; pero esa pugna, causa mayor de inestabilidad, pudo haber sido más suave en la última época, y no parece agravada desde Wamba. Motivo permanente de conflicto era el nombramiento de los reyes: estos procuraban ser sucedidos por sus hijos, quitando así un poder esencial a los oligarcas, que preferían un sistema electivo que les permitiera condicionar al trono. En principio triunfaron los oligarcas ya en 633, pues el IV Concilio de Toledo estableció por ley la elección, pero solo tres de los once reyes posteriores, Chíntila, Wamba y Rodrigo, subieron al trono según esa ley. Ello podría indicar una victoria de hecho de los reyes, pero tampoco sucedió así: los demás subieron por golpe o por una herencia que nunca pasó de la segunda generación. No llegó a haber un vencedor claro en esta cambiante lucha, salvo el pasajero de Chindasvinto asentado en una carnicería de nobles.

Otro factor de putrefacción del sistema, el morbo gótico, es decir, la costumbre de matar a los reyes, descendió notablemente durante la etapa hispano-tervingia. De los catorce monarcas anteriores a Leovigildo, nueve murieron asesinados, dos en batalla y tres en paz. De los dieciocho a partir de Leovigildo solo dos fueron asesinados, Liuva II y Witerico, y justamente al principio y no al final del período, con sospechas sobre otros dos, Recaredo II y Witiza. Tres más fueron derrocados sin homicidio (Suíntila, Tulga y Wamba). La duración media de los reinados, otro dato relacionable con la estabilidad, no disminuye, sino que aumenta desde Wamba: nueve años, si excluimos a Rodrigo, que casi no tuvo tiempo de reinar, frente a siete y pico en el período anterior. Aumenta asimismo la frecuencia de los concilios en la última etapa: uno cada cuatro y pico años de promedio, en comparación con la media anterior de uno cada diez. Estos datos sugieren consolidación institucional, no tambaleo, pues los concilios suponían tanto un principio de poder representativo como un factor de nacionalización. Todo lo cual no apunta a una especial “protofeudalización”, sino más bien a lo contrario.

En cuanto a la corrupción de la jerarquía eclesiástica al compás de su creciente peso político, se aprecia en ella una considerable germanización (hasta un 40% de los cargos), posiblemente acompañada de descenso del nivel moral e intelectual (si bien documentos como Institutionum Disciplinae indican un panorama nobiliario muy distinto de la barbarie originaria). Los cánones de los últimos concilios también indican tirantez entre la oligarquía y los obispos. Los cánones condenaban la sodomía y otros vicios del clero, lo cual puede significar mucho o poco: tales vicios habían existido siempre en algún grado, y no sabemos si aumentaban o si solo se reparaba en ellos, o se los utilizaba por algún motivo político. Respecto al declive intelectual, Julián de Toledo murió en fecha tan avanzada como 690, y nunca sabremos si la posterior falta de figuras relevantes reflejaba decadencia o solo un bache pasajero.

Peso mucha más realidad  tienen sucesos como las hambrunas y las pestes. El país parece haber entrado en un ciclo de sequías, que entonces significaban miseria, enfermedades y hambre masivas. Hubo, además, plagas de langosta no menos desastrosas. Según la crónica árabe Ajbar Machmúa, el hambre de 708-9, muy próxima a la invasión musulmana, redujo a la mitad la población de España, dato probablemente exagerado, pero indicativo de una grave catástrofe demográfica. Poco antes una peste importada de Bizancio casi había despoblado la Narbonense y afectado al resto. El horror impotente por estos males queda documentado en las homilías: “He aquí, hermanos nuestros, que nos heló de espanto la funesta noticia traída por los mensajeros de que los confines de nuestra tierra están ya infestados por la peste y se nos avecina una cruel muerte”. Las rogativas clamaban a Dios: “¡Aparta ya la calamidad de nuestros confines!; que el azote inhumano de la peste se alivie en aquellos que ya lo padecen y, gracias a tu favor, no llegue hasta nosotros”. No hay modo de comprobarlo, pero la población pudo bajar a menos de cuatro millones de habitantes bajo las desastrosas condiciones de la caída del Imperio romano, y no crecería mucho luego. Sí está claro que en vísperas de la invasión árabe no pudo haberse repuesto de unas catástrofes mucho más aniquiladoras que las guerras. Por esos hechos cabe explicar a su vez fenómenos como la huida, frecuente y quizá masiva, de siervos o esclavos del campo, o la “epidemia” de suicidios causados por la desesperación, referida en los cánones conciliares. A su vez se haría muy difícil la recogida de impuestos y el descontento por ellos, pese a alguna amnistía fiscal, con el consiguiente debilitamiento del estado.

Otro factor de debilidad estaría en los judíos. Las primeras disposiciones contra ellos trataban de impedirles una posición social de superioridad sobre cristianos, y hubo resistencia a medidas extremas deseadas por algún papa, pero las leyes persecutorias empeoraron con el tiempo. El XVII Concilio, en 694, solo diecisiete años antes del final del reino, aprobó las medidas más graves, exigidas por el rey Égica, molesto por el poco celo de los obispos en la persecución. Argüía el monarca la existencia de una conspiración judaica para derrocar la monarquía, informes de conversos sobre planes para destruir el cristianismo, y pretendidas rebeliones en curso en algunos países. Quizá se sabía que las comunidades hebreas de Oriente Próximo habían actuado como quinta columna de los sasánidas contra los bizantinos y luego de los árabes contra los sasánidas (en este último caso también habían obrado así las comunidades cristianas de Persia). Égica también acusó a los conversos de practicar clandestinamente su vieja fe. En consecuencia pedía reducir a todos a la esclavitud e impedirles practicar su religión, bajo penas severísimas. El concilio aceptó, de mala gana las propuestas-imposiciones regias. Estas persecuciones, si buscaban neutralizar una posible amenaza interna, exacerbaban al mismo tiempo la deslealtad de ese grupo social.

Los judíos componían una exigua minoría que habitaba barrios aparte de las grandes ciudades béticas y algunas del interior y de levante, por lo que choca la obsesión del poder hacia ellos y sus supuestas conjuras. Parte de esa aversión nacía de la riqueza de la oligarquía hebrea, que proporcionaba a esta un poder subterráneo y suscitaba envidias. Además se le consideraba el pueblo deicida, por la frase atribuida a la multitud en el juicio de Cristo: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!”. La persistencia en su fe se miraba como una ofensa a la verdadera religión, prueba de una maldad porfiada y del deseo de vivir al margen de los demás, cuando los mismos godos arrianos habían dejado sus creencias para integrarse en las mayoritarias. A su vez, la autoconsideración hebrea como pueblo elegido, junto con la permanente repulsa y frecuente persecución sufridas, creaban un comportamiento cerrado, ya atacado por el moralista latino Juvenal: “Desprecian las leyes de Roma, estudian, observan y temen el Testamento judaico que Moisés les otorgó en un documento secreto. Sólo se confían a los de su misma religión, es decir, sólo ayudan a los que, como ellos, son circuncisos”.

¿En qué medida se aplicaron las leyes antisemitas? Las leyes, en general, no debieron de aplicarse muy estrictamente — salvo para mantener la unidad del estado– como se aprecia en las referentes a la elección de los monarcas. El grado de cumplimiento de las normas antijudías hubo de ser especialmente bajo, como revela su reiteración a lo largo de decenios. En los mismos tiempos de Égica, ya hacia el final del reino, ni siquiera se habían cumplido los primeros decretos del III Concilio prohibiendo a los judíos tener esclavos cristianos. Aun así, los decretos se aplicarían en alguna medida, y su mera existencia pesaba como una temible amenaza sobre sus destinatarios.

En fin, todos los daños mencionados, y más que pudieran aducirse, solo explicarían la caída del reino si hubieran impedido la concentración de un ejército suficiente para afrontar a Tárik, lo cual no ocurrió. Las crónicas y los historiadores están conformes en la superioridad material del ejército hispano-godo sobre el moro, y la causa determinante del desastre no fue una especial corrupción del poder o la traición hebrea, sino la de un sector de la nobleza. Aunque la ley prohibía la alianza con poderes foráneos para alcanzar el poder, este tipo de traición se dio con cierta frecuencia: un grupo visigodo buscó en 552 la ayuda de los bizantinos, los cuales aprovecharon para adueñarse de una considerable porción de la península; y la utilización de francos y de rebeldes vascones en las pugnas internas había sucedido varias veces. Por otra parte, las consecuencias decisivas de Guadalete, con la pérdida del grueso del ejército y la dificultad posterior de organizar la resistencia, apoya la idea de un estado bastante centralizado, como indica el historiador García Moreno, y no tan “protofeudalizado” como suele afirmarse.

No tienen más sentido las comparaciones con la invasión romana, cuando poblaciones independientes entre sí — e incapaces de unir sus fuerzas–, armadas y acostumbradas a la guerra, ofrecieron una resistencia a menudo heroica. La larga pax romana habían desarmado y desacostumbrado a la gente de las prácticas guerreras, como se había mostrado cuando las invasiones germánicas. Añádase la influencia del clero, pacifista y conformista con el poder, obstáculo a un espíritu de lucha en la primera etapa de desconcierto. Isidoro había definido una doctrina contradictoria, pues si por una parte rechazaba al tirano (“Serás rey si obras con justicia, en otro caso no lo serás”), por otra definía el poder como enviado por Dios y desaconsejaba la resistencia incluso a la tiranía. Y el poder se estaba trasladando a los musulmanes.

Hablar de una preferencia de la población por los invasores, como hacen algunos, no resulta más adecuado que hablar de una “preferencia” de los franceses por el dominio alemán. La magnificencia que alcanzarían más tarde el emirato y el califato de Córdoba ha creado el espejismo de que los musulmanes llegaban con una civilización superior, cuando se trataba de guerreros del desierto y de las montañas del Atlas, tan bárbaros o más que los suevos, vándalos y alanos de unos siglos antes. La exigüidad de su número, y las disputas entre ellos, les forzaron a cierta tolerancia religiosa y política inicial, pero el poder musulmán había significado en muchos lugares una hecatombe para la civilización. Pasaría algún tiempo hasta que el poder árabe adaptase logros y formas culturales de los pueblos vencidos más civilizados, fueran el persa, el bizantino o el español. Pues España –con Italia– era posiblemente el país más civilizado de Europa occidental, con tradición ya muy larga y profunda. La invasión solo pudo haber sido vista como una nueva plaga por una población que llevaba tiempo soportando muchas”.

En consecuencia, la caída de España se explica mejor por el debilitamiento del reino causada por las sequías y pestes de la época, al que se añadió  el debilitamiento de la monarquía debido al problema sucesorio. La invasión llegó en el momento más propicio para los invasores y estos supieron verlo. El que un ejército inferior en número venza a otro superior no es caso raro en la historia, y los musulmanes, precisamente, lo habían logrado en muchas ocasiones. En el de España, ello vino favorecido al máximo por la traición de un sector del ejército hispano.

La reconquista y España

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Curiosidades / Salvar la universidad / Temblores /Ley de futuro/ J. Pérez (III) y los godos.

Cómo Franco salvó a España de la devastación: https://youtu.be/Id3xta_JIPU

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Curiosidades

**Charles Powell,  director del mal llamado Real Instituto Elcano,  organismo destinado a orientar la política exterior española, es  comendador de la inglesa  Orden de San Miguel y San Jorge  que honra a personas que rinden importantes servicios  al imperio inglés. El de Gibraltar.

**Esperanza Aguirre, influyente líder en el PP, es dama comendadora  de la Orden del Imperio Británico, el de Gibraltar, por su  servicio a Inglaterra al hacer bilingüe la enseñanza  pública en Madrid. Hecho por lo demás inconstitucional.

**Tanto Juan Carlos como su hijo han sido investidos con la Orden de la Jarretera, , máximo honor de la corona inglesa, que vincula al investido a la misma. Gibraltar.

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Salvar la universidad

Sr. Moa. El comentario de Stanley Payne sobre su libro Galería de charlatanes me ha incitado a leerlo. He tenido que encargarlo, porque no lo encontraba en librerías. Solo puedo felicitarle: ¡espléndido! No recuerdo otro igual en la bibliografía historiográfica española, y es una gran lección de metodología y de análisis concretos. Y da una triste imagen de la universidad española. No es que todos sigamos en ella la dictadura “progre” que se ha impuesto, bastantes estamos en desacuerdo, pero nadie ha tenido los redaños de hacerle frente y denunciarla como usted lo ha hecho. Es preciso salvar la Universidad de la decadencia que sufre. Mi enhorabuena por su trabajo. J. L. M. T. 

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Temblor de rodillas

Es llamativo cómo en los conflictos internacionales, nadie pone sobre la mesa los intereses de España. Unos se vuelven ultrapatriotas ucranianos, otros palestinos, otros lo contrario. Pero la posición real de España es que no tiene ningún conflicto con Rusia, y sin embargo se lo está provocando en función de los intereses de la OTAN…,  la cual invade nuestro país en Gibraltar,  protege a la tiranía marroquí, que nos amenaza y de hecho nos está invadiendo, y mantiene grandes bases militares que en caso de conflicto general nos harían blanco de misiles, incluso ncleares.

En el conflicto árabe-judío, y teniendo en cuenta la evidencia de que Israel es un enclave europeo en un entorno hostil que amenaza con exterminarlo literalmente y que también amenaza a España por Marruecos, nuestra simpatía y apoyo moral,  pero no nuestro compromiso, debe ir con Israel, en principio.

La situación mundial,  cada vez más inestable y en plena carrera armamentista, nos indica que la única política internacional válida para España es la neutralidad y apoyo en el mundo hispánico. Pero ningún político ni partido quiere siquiera plantearla, unos porque promueven la satelización y cipayización del país, otros, más patriotas, parece no obstante  que les tiemblan las rodilla solo con pensar en la neutralidad.

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Ley de futuro

**La ley de memoria contra la democracia no se refiere al pasado, sino al presente y futuro. Es un intento de determinar el futuro dando plena fuerza a un nuevo frente popular destruyendo la herencia del franquismo: unidad y soberanía nacional, transición democrática,  paz civil, monarquía. Esa ley debió ser paralizada ya con Zapatero, y se ha perdido demasiado tiempo. Pero su origen se encuentra en la condena del 18 de julio por el PP. 

**Dice Carlos Cuesta que los amigos de Sánchez son los que acaban con la paz. No es cierto, es Sánchez. Esos amigos no podrían hacer gran cosa sin él

**En la raíz de la postración y divisiones internas de España está la leyenda negra. Recogida por intelectuales de la influencia de Ortega, Costa, Azaña y tanto otros, dictaminó que la historia de España era “anormal”, “enferma”, etc. De ahí el impulso a los movimiento separatistas, utopistas y republicanos, todos coincidentes en tales concepciones. Con Hegemonía española y comienzo de la Era Europea, y en Una historia chocante, sobre los separatismos, he querido replicar sin patrioterías a tales ideas,  examinando sus absurdas contradicciones  

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Joseph Pérez (III) España y los godos

Escribe el señor J. Pérez: El imperio romano había sometido la Península a una autoridad única, pero no había borrado los diferentes pueblos; no existía una entidad hispánica –a pesar del culto imperial, del cristianismo, de una lengua de comunicación, el latín–, sino unas provincias administrativas autónomas. Esta entidad sería creada por los visigodos: el reino de Toledo es desde ahora un país dirigido, administrado y organizado con un jefe único, un rey, lo mismo que hubo un césar en Roma y un emperador en Bizancio. Se comprende que el reino de Toledo haya dejado en la historia una fuerte impronta después de la invasión árabe. La idea de una Hispania o Spania como entidad política unificada es, pues, anterior a la invasión musulmana del 711. En caso contrario, carecería de sentido la referencia a la ruptura o “pérdida de España” (…) En la España del siglo CVII el recuerdo de los godos cobró la dimensión de un mito: (…) se acudía a la tradición visigoda para justificar reivindicaciones territoriales y la influencia política de España, también como modo de gobierno distinto del absolutismo (…) ¿Quiere decir esto que Hispania se ha transformado en una nación llamada España? Todavía no. Desde un punto de vista político, no cabe duda de que los visigodos han transformado la Península en una realidad sustantiva. Son los creadores de la unidad política, no de la unidad nacional. Esta no aparece sino después de la invasión musulmana: los cristianos que no quieren ser moros van a ser considerados, desde fuera, como españoles” Y sigue después con una digresión algo extraña sobre Francia y los francos y sobre la “Francia eterna” o la “España eterna”, conceptos huecos, para volver a Américo Castro: “Para que haya españoles, es preciso que exista España y esto, a juicio de Castro (y evidentemente de J. Pérez) no se produce sino después de la invasión árabe

He aquí  un verdadero galimatías impropio del historiador solvente que en otros libros resulta J. Pérez. Haré algunas observaciones elementales sobre el asunto:

1.- Contra lo que dice Pérez, Roma borró evidentemente, en el curso de seis siglos, los pueblos anteriores de la península, así como sus lenguas, que no reaparecen más: ni íberos ni celtas ni sus subdivisiones. La única excepción, parcial, fue el vascuence, que se mantuvo en las montañas –hay pruebas de que la costa y los llanos fueron romanizados—y que al caer el Imperio volvió a extenderse sobre los otros territorios, de modo similar a como ocurrió en las Mauritanias y Numidia.

2.- Tanto fue así que no hay el menor rastro de otro idioma que no fuera el latín o el latín vulgar en la época visigoda. Roma no aportó solo la religión y la lengua, también el derecho, la literatura y sin duda un sinnúmero de costumbres y actitudes, técnicas y conocimientos de todo tipo que sustituyeron a los anteriores. Aparte de nuevas ciudades y una red de calzadas por las que circuló tanto el comercio como la nueva cultura.

3. Roma forjó, por tanto una comunidad cultural bastante homogénea (con lógicas diferencias en intensidad). No queda claro qué entiende J. Pérez por “unidad política” y “unidad nacional”, pues no lo explica, y su digresión sobre Francia solo consigue embarullarlo. La única descripción adecuada para una nación es la de una comunidad cultural dotada de una unidad política o estado propio. Y eso es precisamente lo que aparece en España a partir de los visigodos. Una nación de cultura latina, no germánica, y, muy en contraste con Francia, de intensa y tenaz vocación unitaria y no dispersiva.

4.- Pérez se acerca a la verdad cuando hace amago de señalar que sin el reino visigodo no habría sido posible la Reconquista, para desdecirse a continuación cuando afirma que los españoles solo existieron después de la invasión árabe. ¿De dónde saldrían? En fin, el embrollo de los datos más elementales se presenta a veces como historia “científica” y de atención a la “complejidad”, y no pasa de eso, de simple embrollo. Simplemente a muchas gentes (separatistas, marxistas islamófilos, etc.) les disgusta profundamente la continuidad histórica de España, y tratan de borrarla o difuminarla en aras de sus percepciones y propósitos ideológicos. Me ocuparé en otro momento de un pedantesco artículo sobre el mismo tema en Libertad Digital

En Nueva historia de España abordé el problema, que resumo aquí:

La estancia de los visigodos en España duró casi tres siglos, y puede dividirse en tres períodos: de 415 a 507, cuando se extendieron sobre gran parte de Hispania y de la Galia, con el centro de gravedad en esta última y capital en Toulouse. Tras su derrota por los francos, en un segundo período, los godos se asentaron en Hispania, reteniendo una pequeña parte de la Galia, y con capital oscilante entre Barcelona, Sevilla, Mérida y Toledo. Por entonces seguían formando una casta conquistadora ajena a la población indígena y al propio territorio, del que podían haber emigrado como antes lo habían hecho de tantos otros. Existía un poco estable reino godo, no hispano-godo, aunque aumentó la identificación de los invasores con el territorio y una asimilación cultural a la población políticamente dominada.

El reinado de Leovigildo, a partir de 573, marcó un nuevo período muy diferente, que duraría unos 140 años hasta la extinción del estado, en torno a 714. Leovigildo constituyó un reino hispano-godo renunciando a gran parte de las tradiciones bárbaras, y Recaredo completó la reforma, en un proceso muy probable de disolución de la etnia germánica en la hispanorromana. El poder político y militar permaneció en manos de la oligarquía goda, si bien debió de haber una interpenetración creciente con la oligarquía hispanorromana, según sugieren nombres como Claudio, Paulo o Nicolaus (tampoco es imposible que hispanorromanos adoptaran nombres germánicos, y viceversa). Simultáneamente la organización cívico-religiosa romana — el episcopado– adquirió peso y representación creciente en el poder político. Esta tercera fase marca la constitución política de la nación española con tinte germánico pero sobre la base cultural heredada de Roma y el catolicismo (aun si persistían restos marginales de paganismo y pequeñas zonas montañosas apenas latinizadas).
Así, políticamente dominadores, los visigodos fueron culturalmente dominados: no fundaron Gotia, sino España, no impusieron el arrianismo, sino que adoptaron el catolicismo, ni extendieron las costumbres germanas, sino que se asimilaron cada vez más las romanas. Y no prevaleció su lengua original, que debió de disolverse pronto.

La “Pérdida de España” lo fue en gran medida, y pudo serlo por completo, porque España no es sino el nombre que caracteriza una evolución político-cultural en la península durante más de nueve siglos, desde los comienzos de su latinización y luego cristianización, hasta su conversión en una entidad política independiente. Esta evolución quedó truncada cuando la invasión musulmana se extendió por toda la península, y pudo haber borrado todo el proceso anterior, como lo hizo en la mayor parte de los lugares donde se impuso. Con frecuencia leemos opiniones despectivas sobre la herencia visigoda en España, reduciéndola a un puñado de palabras y negando cualquier influjo significativo sobre la historia posterior, dentro de la tendencia semitizante de Américo Castro u otras. Tales opiniones, expresadas con más emocionalidad que fundamento, tienen poco que ver con la realidad más evidente.

 Los godos dejaron muy poco léxico en las lenguas peninsulares, pero este fenómeno revela lo contrario de lo que se pretende: la rápida aculturación tervingia o visigoda en el mundo latino-español. Hasta los nobles — seguramente los más renuentes– abandonaron su religión y muchas de sus costumbres, y documentos como la Institutionum disciplinae indican cómo en la formación de sus jóvenes pesaba más la tradición católica y clásica que las reminiscencias germánicas, aun sin ser estas desdeñables. Al revés que luego los árabes, los godos se latinizaron profundamente en España, y sus rasgos ancestrales quedaron reducidos a un cierto estilo, tendencias e instituciones secundarias.  También queda muy poco de su arte, pues fue anegado por la invasión árabe, y asolados la mayor parte de sus bibliotecas y edificios. Quedaron algunos de estos menores, pero de valor: quizá dejaron el arco de herradura, que los árabes llevarían a la perfección. De su tradición oral nada resta, aunque seguramente existió; pero la imposición musulmana impidió que alguien la recogiese como hicieron siglos más tarde algunos escritores europeos con diversos leyendas célticas, germánicas o vikingas.

 Más relevancia tiene su herencia política. Como hemos visto, los visigodos, originados probablemente en la actual Suecia, peregrinaron durante siglos por el este y sur de Europa hasta afincarse en Hispania. Durante un tiempo permanecieron aquí como grupo social separado, que habría podido seguir emigrando, por ejemplo al norte de África, adonde habían marchado vándalos y alanos y habían querido ir los mismos godos. Pero desde Leovigildo su identificación con el país donde vivían no hizo más que crecer, hasta terminar disueltos en la población hispanorromana. No sabemos cómo ello se produjo, ni si al comenzar la reconquista permanecían núcleos de godos separados, pero el proceso ocurrió sin duda. Más probablemente, la mezcla étnica habría avanzado durante el largo periodo de un siglo y cuarto tras la admisión de los matrimonios mixtos (que incluso existían cuando estaban prohibidos).

 Las noticias acerca de la población germánica son muy escasas, y a menudo se habla de ella refiriéndose en realidad a su oligarquía. La masa gótica parece haberse asentado en el valle del Duero, y se ha supuesto que hacia el siglo IX o el X, durante la reconquista, habría sido trasladada a Galicia, para fundirse allí con la población local; pero suena dudoso. Como fuere, la etnia goda pasó a ser un componente de la población hispana, disolviéndose en ella nueve o diez siglos después de haber emprendido su marcha desde Escandinavia.

 Asimismo tiene importancia la onomástica. Los nombres de origen germánico proliferaron enormemente desde los comienzos de la Reconquista, llegando a superar a los de origen latino; probablemente ya abundaban antes entre la población, y han seguido siendo muy frecuentes hasta hoy. Y si, como sostienen algunos, los apellidos en –ez tienen origen tervingio (suelen formarse con nombres germánicos), la gran mayoría de los españoles, en todas las provincias, responden a esa influencia. Influencia no étnica, pues la población goda no pasó de un 5 a un 10% de la hispanorromana, probablemente menos, sino debida, de un lado, al prestigio social de su nobleza, y de otro — y sobre todo– a un espíritu de identificación popular con la “España perdida”, la España hispanogoda.

 Este fenómeno de identificación mutua apunta al principal y trascendental legado de los godos: el político. Con ellos –y con impulso del episcopado— tomó forma la primera nación política española y probablemente europea, culminando la unificación cultural latina y cristiana; permanecieron así, después de la invasión islámica, sus leyes, tanto entre los mozárabes como en los reinos cristianos, y numerosas reminiscencias, en parte legendarias pero con un sustrato histórico sólido y emocionalmente motivador. De no ser por ese sustrato e identificación popular, el legado hispano-godo se habría sepultado para siempre cuando los árabes conquistaron la península. Entonces pudo consolidarse definitivamente Al Ándalus, un país musulmán, arabizado y africano, y desaparecer España, país cristiano, latino y europeo, tal como desaparecieron las sociedades cristianas y latinizadas del norte de África.

 No es arbitrario afirmar que si España siguió un derrotero histórico distinto del norteafricano se debió a la herencia política hispano-tervingia. Sin ella, como ha expuesto convincentemente el historiador Luis García Moreno no habría sido posible la Reconquista. Solo esta versión casa con los hechos conocidos. Cosa diferente es que algunos deseen reintegrar la península al ámbito musulmán-magrebí y, por aversión a la España histórica, insistan en borrar de la memoria los hechos que les disgustan.

 Así pues, la principal contribución de los godos consistió en completar como unidad política la unidad cultural creada por Roma, formando una nación en sentido preciso, como quedó indicado en el capítulo sobre Leovigildo (dejo aparte la discusión eterna y a mi juicio falsa sobre la nación “moderna”, como si se tratase de una ruptura radical con la nación “medieval” y no, más bien, de una evolución de esta). Con todos sus desaciertos y desmanes, inevitables en toda obra humana, los reyes y al menos parte de la nobleza goda, en colaboración con los representantes hispanorromanos, impulsaron la idea y la concreción de la nación y estado de Spania. Y por ello el súbito hundimiento del estado no lo fue por completo: la resistencia al Islam, tras escasos años de desconcierto, se organizó sobre la base de las leyes de Recesvinto y Chindasvinto, sobre una concepción muy distinta de la musulmana acerca del poder religioso y el político, y una idea de la libertad personal, de una monarquía no despótica y de un esbozo de representatividad que no surgieron de la nada durante la Reconquista. No menos crucial, la noción y el recuerdo de la “pérdida de España” se hicieron una motivación poderosa en el imaginario colectivo. Sin ella, insistamos, no sería comprensible la historia posterior.

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Adiós a un tiempo / Manifiesto / Joseph Pérez (II)

Adiós a un tiempo

Adiós a un tiempo consta de dos partes:  51 recuerdos particulares, y un relato de un viaje a pie por las Hurdes y de trozos breves del libro Viaje por la Vía de la Plata, y el parcialmente autobiográfico  De un tiempo y de un país.

Los recuerdos son sobre todo de infancia y juventud, algunos ya de madurez, y aparte del interés personal o autobiográfico que tengan, creo que describen un mundo en gran parte perdido en el tiempo. La vida ha cambiado mucho en estos 70 años, “unas veces a mejor, otras a peor”. Otra parte de los recuerdos relata  viajes a pie en solitario, que hice unos cuantos, estimulado por el Viaje a la Alcarria, de Cela; y los trozos de De un tiempo y de un país se refieren a la época que por resumir llamaré del Grapo, es decir, del franquismo y transición en la época de los movimientos marxistas-leninistas, o maoístas opuestos a la línea “revisionista” soviética y, en España, a la representada por el partido de Carrillo, en el que también milité durante un año y medio.

Como he dicho, he procurado exponer los hechos con la mayor objetividad posible, sin caer en nostalgias o sensiblerías.

Adiós a un tiempo

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En torno a la ley de memoria y el manifiesto contra ella

Incluso quienes se oponen  (VOX) a la ley de memoria contra la democracia no acaban de entender que no se trata de “una fechoría más” entre tantas,  sino que encierra en sí misma todo el programa político diseñado desde al menos comienzos de siglo por la izquierda y los separatistas, y aceptado por el PP. Ese programa consiste en deslegitimar el franquismo y abolir su herencia, por tanto la transición democrática, la unidad  y la soberanía nacional, y la monarquía.  Sus autores pretenden legitimar al Frente Popular, una alianza o amalgama de partidos separatistas catalanes y vascos, y de partidos sovietizantes (PSOE y PCE), que ha vuelto a tomar forma. Esos partidos destruyeron la legalidad republicana y  hoy están de nuevo unidos en la tarea de destruir  la democracia salida de la transición. Por eso con el manifiesto contra ella tratamos de promover un movimiento cívico que frene la tendencia, que actualmente se combina con el proyecto liberticida 2030. Por desgracia, la conciencia y sensibilidad democrática en España son casi nulas. Vale la pena contrastar con Israel, donde un ataque mucho menor a los principios democráticos causó enormes manifestaciones de protesta. A eso hay que llegar.

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  La amnistía a los golpistas cumple varios objetivos: legaliza el ataque a la democracia, el ataque a la unidad de España y el ataque  a la monarquía, a la que desautoriza: los legales son los golpistas.Mientras el doctor y su cuadrilla no estén en la cárcel, todo estará en un serio peligro.

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Joseph Pérez ataca la historia de España del modo más eficaz, distorsionando y trivializando sus raíces culturales y políticas. En un principio quise rebatir cada una de sus tesis, al final me pareció suficiente hacerlo con cuatro de ellas:

Joseph Pérez (II) ¿Era Séneca español?

Joseph Pérez:
Los habitantes (hispani) no forman una comunidad homogénea (…) por eso carece de sentido ver en Viriato un símbolo de la resistencia hispana a Roma. Lucha por su patria chica, no por una Hispania que no tiene más existencia que geográfica. Y lo mismo cabe decir de los hispani en general: se les llama así porque han nacido en el territorio de la Península, pero no tienen conciencia de pertenecer a una comunidad política. Américo Castro lleva toda la razón cuando niega a Trajano, Séneca, Marcial, Lucano, etc., la condición de españoles. Ser español y haber nacido en la Península Ibérica son cosas distintas. Séneca vivió y escribió en Roma y Roma fue el centro de su mundo y aspiraciones. Contra la ingenua idea del “senequismo español”, afirma Castro, con razón, que los pensamientos de Séneca son incomprensibles si se le desconecta del estoicismo de los griegos y los romanos. O sea que Lucano, Trajano, Séneca y otros no son de ningún modo españoles; son hispani, una variedad de romanos (…) Culturalmente (…) Séneca, Lucano y tantos otros a quienes tocó nacer en la Península Ibérica (…) pertenecen de pleno derecho a la civilización romana.

Creo que D. Joseph Pérez confunde el aspecto político con el cultural en general. La base de la civilización española es precisamente la civilización romana. Políticamente, es obvio que no puede hablarse de españoles por entonces, pero culturalmente no es un abuso sostenerlo, porque aquella cultura transmitida por Roma es precisamente la sustancia de lo que definirá a España cuando esta se convierta en una entidad política, con los visigodos. Y lo fue con tal potencia que ni la conquista islámica pudo arrasarla, como arrasó en cambio la floreciente cultura latina en el norte de África. El absurdo de Américo Castro, a quien Pérez da tanto crédito, queda de manifiesto cuando, en cambio, considera españoles a musulmanes y judíos, completamente ajenos, sobre todo los primeros, a la cultura latina, la propiamente española. Este absurdo ha hecho fortuna, de modo que no es raro oír, incluso a personas cultas, que la Reconquista fue una “guerra civil”. Dejemos aparte el supuesto senequismo español, tesis más bien que ingenua difícil de concretar, no ya porque las ideas de Séneca proviniesen de otras fuentes (las ideas de cualquier pensador de cualquier país tienen casi siempre raíces extranjeras), sino porque los rasgos “senequistas” no caracterizan demasiado a la cultura española, y pueden encontrarse en otras culturas. En Nueva historia de España abordé el problema de los hispanorromanos:

“La eminencia y abundancia de autores nacidos en Hispania ha nutrido polémicas sobre su posible españolidad. Para Américo Castro, resuelto a comenzar España en la Edad Media y en relación con musulmanes y judíos, antes de la invasión árabe apenas existía nada parecido a una “forma de vida española”. Al igual que otros muchos estudiosos, Castro atribuye a Marcial, Séneca y los demás, un carácter romano, sin relación de alguna densidad con lo que hemos llegado a conocer como España. Sánchez Albornoz aceptó algunos rasgos distinguidos por Castro en la forma de ser de los españoles “auténticos”: el carácter personalista, visible en sus escritores y artistas, “el estar inmerso y presente de continuo en su obra y con todo su ser. La vida y el mundo son en ella inseparables del proceso de vivirlos, como dice Castro”. Pero, al revés que este, Albornoz encuentra esas notas entre los hispanorromanos de la Edad de plata; una de ellas, el gusto por lo soez o indecente: “Séneca escribía en primera persona, refería obscenidades y porquerías y hablaba de sí mismo”; “Ningún filósofo romano sintió tan clara inclinación como Séneca hacia los relatos sucios y hasta malolientes, y Marcial superó en gusto por lo rahez a los otros líricos romanos de la época augustea y del primer siglo del Imperio; notas todas que caracterizaron luego a los peninsulares”.

Pero esos rasgos –junto con otros, incluida una mayor delicadeza— se encuentran claramente definidos en los demás latinos, y las expresiones y relatos “sucios y hasta malolientes” aparecen en el mismo Horacio, por no hablar de Catulo, Petronio, etc., y es difícil decidir si son más o menos raheces. Las características del espíritu romano, pragmático y combativo, con mucho genio para la normativa y menor para la especulación y la metafísica, fueron acogidas en la cultura hispana posterior, y seguramente también en la de entonces. Otros autores, como Brenan,  distinguen entre el carácter español de Marcial o Quintiliano y el netamente latino de Séneca o Lucano.
El debate entre Castro y Sánchez Albornoz se ha centrado en conceptos como “formas de vida”, “vividura”, “herencia temperamental”, “contextura vital”, etc., un tanto evanescentes. Pisamos terreno más firme, a mi juicio, si dejamos la consideración, no falsa pero sí nebulosa, sobre el carácter nacional, y buscamos otras evidencias.
Todos aquellos autores sentían el orgullo de Roma, bien expreso en frases como estas de Séneca: “Has prestado un inmenso servicio a la ciencia romana (…); inmenso a la posteridad, a la que la verdad de los hechos, que tan cara costó a su autor, llegará incontaminada; (…) su recuerdo se mantiene y se mantendrá mientras se valore el conocimiento de lo romano, mientras haya quien quiera (…) saber qué es un varón romano, insumiso cuando todas las cabezas estaban rendidas al yugo (…), qué es un hombre independiente por su forma de ser, por sus ideas, por sus obras”, dice a la hija de Aulo Cremucio Cordo, de memoria hoy perdida. En Marcial observamos una reivindicación más explícita de su cuna hispana: “Varón digno de no ser silenciado por los pueblos de la Celtiberia y gloria de nuestra Hispania, verás, Liciniano, la alta Bílbilis, famosa por sus caballos y sus armas, el viejo Cayo con sus nieves y el sagrado Vadaverón con sus agrestes cimas y el agradable bosque del delicioso Boterdo que la fecunda Pomona ama (…) Pero cuando el blanco diciembre y el invierno destemplado rujan con el soplo del ronco Aquilón, volverás a las soleadas costas de Tarragona y a tu Laletania (Barcelona)…”. “Lucio, gloria de tu tiempo, que no consientes que el cano Cayo y nuestro Tajo cedan ante el elocuente Arpino, deja al poeta nacido en Grecia cantar a Tebas o Micenas o al puro cielo de Rodas o a los desvergonzados gimnasios de Lacedemonia, amada por Leda: nosotros, nacidos de celtas y de íberos, no nos avergonzamos de introducir en nuestros versos los nombres algo duros de nuestra tierra”. “Gloriándote tú, Carmenio, de haber nacido en Corinto – y nadie te lo niega– ¿por qué me llamas hermano si desciendo de los íberos y de los celtas y soy ciudadano del Tajo? ¿Será que nos parecemos? Pero tú paseas tus ondulados cabellos llenos de perfume mientras que los míos de hispano son hirsutos; tienes los miembros lisos por depilarlos cada día; yo, en cambio, tengo piernas y rodillas llenos de pelos; tu lengua balbucea y no tiene vigor: mi vientre, si fuera preciso, hablaría con voz más viril; no hay tanta diferencia entre la paloma y el águila ni entre la tímida gacela y el rudo león. Deja, pues, de llamarme hermano, Carmenio, o tendré que llamarte yo hermana”.

Estas efusiones no las encontramos en la obra conocida de los demás autores, pero es muy probable que las gentes de origen hispano formasen en Roma un grupo de afinidad y solidaridad, como suele ocurrir en las metrópolis y lo formaban los judíos, con seguridad los griegos, los galos, los egipcios y tantos otros. A los hispanos se les reconocía como tales, incluso por su entonación del latín. Cuando Marcial llegó a Roma buscó la protección de los hispanos Séneca y Lucano, y después del trágico fin de estos se dirigió a Quintiliano (así como a Plinio el Joven). En unos de sus poemas canta las glorias de Hispania: “La elocuente Córdoba habla de sus dos Sénecas y del singular Lucano; se recrea la jocosa Gades con su Canio; Mérida con mi querido Deciano; nuestra Bílbilis se gloriará contigo, Liciniano, y no callará sobre mí”. Pese a las alusiones de Marcial a íberos y celtas, estos y sus viejas diferencias se iban diluyendo no ya en la cultura romana, sino en la misma Hispania, donde, recuerda Julián Marías, existían centros como Tarraco, actual Tarragona, sedes comerciales y artísticas de amplias regiones por encima de las antiguas divisiones tribales.

La tesis de Américo Castro resulta aún más singular ante la evidencia de que el latín llegó a ser el español, y la cultura y la religión transmitidas por Roma son el cimiento de la cultura española posterior. Sin ellas nunca podría entenderse cómo llegaría a existir confrontación entre cristianos y musulmanes en la península ibérica. Podría discutirse interminablemente sobre la “contextura vital” española de Averroes o Maimónides, como la de Séneca o Quintiliano, solo si se olvida la clarísima verdad de que los dos primeros ni se expresaron en una lengua latina ni pertenecieron en absoluto a la cultura española conocida por la historia, sino, precisamente, a aquella que aspiraba a destruirla y reemplazarla por otra de carácter oriental (…)”.

Pero aun dentro de la conciencia cultural latina de los hispani existía cierto orgullo particularista, como lo expresarán diversas alabanzas de Hispania, incluso por autores foráneos, o reivindicaciones de las heroicas resistencias a la invasión romana. Así en Paulo Orosio:

(…) Paulo Orosio, teólogo e historiador natural de Braga, en Gallaecia, nacido hacia 380, viajero por Jerusalén, el este y África del norte, fue discípulo de San Agustín, defensor del libre albedrío contra diversas herejías y enemigo de Prisciliano. Su Historia contra los paganos, de gran difusión en siglos posteriores, es la primera historia universal desde un punto de vista cristiano, explicada como desarrollo del plan divino: el imperio romano se transformaría en instrumento de Dios para proteger a la Iglesia frente al caos. Rebatiendo la acusación pagana al cristianismo de provocar la decadencia de Roma, sostenía que bajo el paganismo habían sido continuas las crisis y agresiones despóticas a otros pueblos. En cambio, en la nueva era cristiana “tengo en cualquier sitio mi patria, mi ley y mi religión”, y las regiones del mundo (imperial) “me pertenecen en virtud del derecho y del nombre [cristiano] porque me acerco, como romano y cristiano, a los demás, que también lo son. No temo a los dioses de mi anfitrión, no temo que su religión sea mi muerte, no hay lugar temible a cuyo dueño le esté permitido perpetrar lo que quiera (…), donde exista un derecho de hospitalidad del que yo no pueda participar. El Dios único que estableció esta unidad de gobierno (…) es amado y temido por todos” “Temporalmente toda la tierra es, por así decir, mi patria, ya que la verdadera patria, la patria que anhelo, no está de ninguna forma en la tierra”.

Ello no le impedía ensalzar con entusiasmo a los hispanos que habían resistido a Roma: Viriato “tras haber destrozado durante catorce años a los generales y ejércitos romanos, fue asesinado traidoramente por los suyos; mientras que los romanos solo actuaron con valor en no considerar dignos de premio a los asesinos”. “El dolor nos obliga a gritar: ¿por qué, romanos, reivindicáis sin razón esos grandes títulos de justos, fieles, fuertes y misericordiosos? Aprended, más bien, esas virtudes de los numantinos. ¿Fueron ellos valientes? Vencieron en la lucha. ¿Fueron fieles? Leales a otros como a sí mismos, dejaron libres, porque así lo habían pactado, a los que habrían podido matar. ¿Demostraron ser justos? Pudo comprobarlo incluso el atónito Senado cuando los legados numantinos reclamaron, o una paz sin recortes, o a aquellos a quienes habían dejado ir vivos como prenda de paz. ¿Dieron alguna vez pruebas de misericordia? Bastantes dieron dejando marchar al ejército enemigo con vida y no aceptando el castigo de Mancino”. Destruida Numancia, los romanos “ni siquiera se consideraron vencedores (…) Roma no vio razón para conceder el triunfo”. “A ver si ahora esos tiempos son incluidos entre los felices, no ya por los hispanos, abatidos y agotados por tantas guerras, pero ni aún por los romanos, afectados por tantas desgracias y tantas veces derrotados. Por no contar el número de pretores, legados, cónsules, legiones y ejércitos que fueron vencidos, recuerdo solo esto: el loco temor de los romanos los debilitó a tal punto que no podían sujetar los pies ni fortalecer su ánimo ni siquiera ante un ensayo de combate; es más, en cuanto veían a un hispano, sobre todo si era enemigo, se daban a la fuga, sintiéndose vencidos antes de ser vistos”. La misma simpatía le lleva a afirmar, exagerando algo: “César [Augusto], dándose cuenta de que lo hecho en Hispania durante doscientos años no serviría de nada si permitía seguir usando de su independencia a los cántabros y astures, poderosísimos pueblos de Hispania…”

Ciertamente los “hispani” no eran españoles en sentido político, pues no existía una nación española, pero tampoco la romanidad era una capa homogénea extendida sobre todo el imperio. Como romanos culturales, los “hispani” tenían sus particularidades y eran reconocidos como tales.  Y lo que los hizo españoles desde el punto de vista cultural fue aquella romanidad, que perdura hasta nuestros días. Sí podemos llamar a los “hispani” de entonces nuestros antepasados y fundadores de la hispanidad cultural.

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“Antisionistas” / Viejas andanzas en París / Aportaciones historiográficas / La historia según Joseph Pérez (I)

Antisemitas y antisionistas

**Oigo a algunos decir que no son antisemitas, sino antisionistas. El término antisemita no es correcto, porque incluye a los árabes, debería decirse “antijudío”. Pero el sionismo es la doctrina de la refundación de Israel en Palestina. Este es un hecho histórico relativamente reciente, pero irreversible, a menos que los musulmanes logren exterminar a los millones de judíos que viven allí, propósito que han expresado sin eufemismos numerosos dirigentes islámicos. Los “antisionistas” son, así, cómplices al menos morales y desde luego propagandísticos, de quienes aspiran a un asesinato en masa, y niegan a los amenazados el derecho a defenderse.

**Dice el PP que VOX favorece al PSOE. Y puede tener razón en la medida en que VOX favorezca o quiera congraciarse con el PP. Porque PP y PSOE son esencialmente partidos iguales.

**Leo que el año pasado se dió la nacionalidad española a más de 55.000 marroquíes. Los “ingenuos” hipanófobos dicen que eso les convierte en tan españoles como cualquiera. Tan españoles como  Abascal, decía la sinvergüenza Ayuso. Los marroquíes siguen considerándose súbditos del sultán , que nos amenaza, y mantienen la idea de Al Ándalus. 

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“El hombre que quizá vio al diablo”, en Adiós a un tiempo, publicado antaño en LD: Pío Moa – El hombre que quizás vio al diablo – Libertad Digital

Adiós a un tiempo

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Aportaciones historiográficas

Escribe alguien que no he aportado nada a la cuestión de la insurrección de octubre del 34, pues era bien conocida y ya la habían tratado autores como Madariaga, Ricardo de la Cierva,  Barco Teruel, Gerald Brenan, Santos Juliá  y muchos más.

Obviamente, la insurrección de octubre era conocidísima en líneas generales. Lo que faltaba eran varios aspectos de la mayor importancia, como su gestación en detalle. Faltaba la exposición de los movimientos desestabilizadores previos, que a menudo se han tratado como hechos independientes de la insurrección misma. Faltaban las instrucciones secretas para la insurrección. Faltaba un  análisis  de la radicalización popular posterior debida a la gran campaña sobre la represión de Asturias. Creo que solo en mis libros están adecuadamente estos datos y otros importantes.

Y sobre todo faltaba su concepción histórica global, a partir de  la concepción de la rebelión como guerra civil por parte del PSOE y de la Esquerra separatista catalana. Y más aún, de todo ello nadie deducía la evidencia de que la guerra civil empezó entonces. Pudo haber empezado y terminado con aquel golpe al fracasar este; pero los partidos autores persistieron en sus propósitos, y si bien carecían de fuerza para repetir por el momento,  se unieron en el Frente Popular y falsificaron las elecciones de 1936,  un segundo golpe que acabó de destruir la legalidad republicana. Ningún libro, que yo sepa, ha explicado esto con la precisión que los míos. Por eso la guerra empezó realmente en octubre del 34, aplazándose unos meses hasta unas elecciones fraudulentas, ante las que tanto Largo Caballero como Azaña, las figuras más representativas del frente popular,  amenazaron con recurrir a “otras medidas”  si las urnas daban la victoria a las derechas. De lo que salió un caótico régimen de terror.

He señalado a menudo que la historiografía de izquierda miente en lo esencial, y la de  es, con pocas excepciones, muy roma en sus análisis: ¡sigue llamando “bando republicano” al Frente Popular que liquidó la república, y esto ya lo dice todo!  Incluso invoca el dictamen de Madariaga totalmente falso, que equiparando moral y políticamente  la insurrección de octubre con el alzamiento del 18 de julio. Pero octubre fue una rebelión contra una gobierno democrático legítimo, mientras que el 18 de julio lo fue contra un gobierno ya de terror que había destruido la legalidad.

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La historia ininteligible de Joseph Pérez (I)

 En Galería de charlatanes señalo: “El  historiador  francés Joseph Pérez ha recogido los mayores laureles en España: miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia,  doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, comendador de la Orden de Isabel la Católica, premio Príncipe de Asturias 2014… Se le alababa por haber desmentido, al menos en parte,  la Leyenda Negra, si bien creando otras leyendas, como veremos. Este artículo data de febrero de 2012″

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Joseph Pérez, sospecho que como respuesta indirecta a mi Nueva historia de España, ha publicado un libro de altos propósitos no sé si muy logrados: Entender la historia de España. En sus propias palabras, ¿Puede hablarse, en rigor, de España antes de la invasión árabe de 711? Tengo mis dudas (en realidad no tiene ninguna: lo niega). En 711 la Península Ibérica queda dividida entre dos civilizaciones: moros y cristianos. Estos acaban venciendo en 1492, pero siguen divididos en distintas comunidades políticas que acaban configurando tres coronas (…) Los Austrias inauguran una nueva era que termina con los tratados de Westfalia (1648), era de hegemonía en Europa y en el mundo, era de gloria, si se quiere (no me parece que Pérez lo quiera demasiado), pero ¿para quién y para qué? La que ocupa entonces el primer puesto en Europa no es precisamente España, sino la dinastía reinante. Manuel Azaña lo vio claramente; tal vez, como buen conocedor de la historia de Francia, se haya acordado de lo que (…) aprendían los alumnos franceses en la escuela (…) Francia se enfrentó, no tanto con España, sino con la Casa de Austria. La hegemonía era cosa de la dinastía, pero a los españoles les costó caro: les impidió desarrollar sus intereses propios como nación. La llegada de los Borbones, a principios del siglo XVIII, cambia muchas cosas. Aparentemente, España pierde territorios, pero territorios que no eran hispánicos (Flandes, Italia); en cambio conserva las posesiones peninsulares y el imperio de América, lo que la convierte en la tercera potencia de Europa, después de Inglaterra y Francia; en contra de lo que se escribe a veces, la España del siglo XVIII no es una nación decadente. La decadencia y la marginación son posteriores, son consecuencia de la Guerra de Independencia, de las guerras civiles del sigloXIX y de la emancipación del imperio colonial. Entonces sí es cierto que España pasa a ser una nación de segunda categoría (…) La recuperación viene mucho más tarde, a mediados del siglo XX y se confirma después de la muerte de Franco. Con una economía renovada, una sociedad moderna y un régimen político semejante al de las demás democracias, España se reincorpora a Europa; vuelve a ser una de las grandes potencias, con todos los inconvenientes que ello supone en el mundo de hoy. Estos van a ser los ejes principales de mi reflexión (…) siguiendo a mi manera (…) la pauta de mi maestro Perre Vilar: importa menos dar a conocer que dar a entender lo que ha pasado”.

Tiene interés explicitar qué quería “dar a entender” Pierre Vilar: trataba de divulgar una visión marxista (es decir, lisenkiana, como he explicado en otras ocasiones) de la historia. Me temo que ninguno de los asertos de Pérez resiste una crítica algo rigurosa, o bien deben ser muy matizados como iremos viendo.

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Israel y la historia / Cómo me hice marxista / Ucrania no es Israel / Manifiesto

 Israel y la historia

La cuestión de Israel hay que enfocarla en un sentido histórico amplio. Israel es un trozo de Europa enclavado en un mundo musulmán que lo rechaza violentamente, como ha ocurrido en la historia, máxime porque los musulmanes consideran también sagrado aquel territorio, pequeño,  más bien árido y de clima difícil. Los islámicos lo entienden precisamente así: se trata de los nuevos cruzados, que deben ser derrotados y expulsados como los anteriores. Y al respecto las declaraciones de sus líderes son explícitas: exterminar físicamente a los judíos. Esto es lo que ha hecho  Hamás en su última incursión, y están recientes las acciones del Estado Islámico para ilustrarnos sobre sus métodos.  Por consiguiente,  Israel lucha a vida o muerte, y  al defenderse, defiende también a Europa, aunque esta pretenda no enterarse.

Esto tiene interés especial, histórico y presente para los españoles. He recordado en Hegemonía española y comienzo de la era europea el hecho crucial y casi siempre difuminado en las historias, de que  España defendió a Europa de la expansión islámica (otomana) en el siglo XVI, impidiendo que llegara más allá de Hungría, que Italia fuera conquistada y la misma España vuelta Al Ándalus, poniendo en peligro al resto de la Europa de entonces (la cristiandad). Y debió soportar que los europeos del norte y Francia se aliaran suicidamente con los otomanos para destruir conjuntamente la barrera hispana. Y hoy, España está amenazada directamente por un estado musulmán casualmente aliado y protegido por la OTAN, en la que nos han metido unos gobiernos que también han promovido la inmigración islámica, además de los separatismos internos. La relación histórica  de España con los judíos también  ha sido  conflictiva, pero este es un dato de poco peso en la actualidad.

Israel es, efectivamente, un país europeo, incluyendo las taras de la UE o Usa (ideologías lgtbi y tendencia totalitaria,  por resumir), pero en conjunto representa una cultura incomparablemente más próxima a nosotros que la del mundo que lo rodea. Si los israelíes hubieran hecho caso de los muchos biempensantes que les aconsejan esto o lo otro  desde Europa, hace tiempo que habrían desaparecido. Afortunadamente tienen un respaldo más sólido en Usa.

¿Hay alguna posibilidad de  estabilizar la situación a largo plazo?  Probablemente la habría estableciendo un estado palestino soberano en Gaza y Cisjordania: su propio interés le haría a la larga moderar su extremismo, como viene ocurriendo con varios estados del entorno que han aceptado la presencia de Israel. Pero esto lo está impidiendo la política de Netanyahu. Hay algo en la situación actual que me parece especialmente alarmante: Netanyahu ha llevado a la sociedad israelí a una división interna nunca vista hasta ahora, su acción en Cisjordania parece buscar la anexión e imposibilitar que la Autoridad palestina se convierta en un Gobierno real; y  ha hecho declaraciones sobre un arreglo definitivo en Oriente Próximo que está muy lejos de poder lograr por la fuerza.

Tengo la sospecha –sospecha, no análisis– de que Netanyahu sabía que se preparaba en Gaza una acción ofensiva, pero creyó que le convenía para soldar las divisiones internas de Israel. La sorpresa le habría llegado más bien de la amplitud y ferocidad del ataque. Y su reacción está siendo probablemente excesiva y utilizable por los que, con pretextos humanitarios, apoyan en Occidente al nuevo expansionismo islámico y aspiran  a destruir Israel.

No es fácil entender (salvo para los tontos) la incompatibilidad radical entre el islam y la cultura europea de raíz cristiana (a la que pertenecen los judíos excepto por su propia raíz religiosa),  incompatibilidad manifiesta en un conflictode siglos, armado o latente. O la casi imposibilidad de que una sociedad deje de ser musulmana una vez conquistada por el islam (España es casi la única excepción). En todo caso, el conflicto está ahí y se viene agravando desde que muchos creyeron  que la caída de la URSS determinaba el triunfo universal de las democracias occidentales. Un tanto enfermas.

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Recogido en Adiós a un tiempo:   Cómo me hice marxista – Pío Moa – Libertad Digital

Adiós a un tiempo

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Ucrania no es Israel

**Pancho I de la Pampa, de la Pachamama y de la Conquista de América amplía ahora sus títulos al Cambio Climático. Un comentario muy ponderado de J. R. Ferrandis: José Ramón Ferrandis | Un blog reaccionario (joseramonferrandis.es)

**La manipulación habitual trata de identificar Ucrania con Israel.  Ucrania es la enésima acción criminal de la OTAN, que ha expulsado a Rusia del ámbito occidental acercándola a China. Israel trata de mantenerse precisamente como un bastión occidental.

**Me asombra que quienes están manipulando e intoxicando masivamente sobre Ucrania finjan indignarse ante la “desinformación rusa”. ¿Pero por qué tendría que asombrarme?

**”Argumenta” un idiota que España reconoce a Israel como estado democrático. Como si España, país satélite y con leyes totalitarias, tuviera autoridad política o moral para “reconocer” nada.

**Mientras no nos percatemos de que, especialmente desde 2002, tenemos gobiernos antiespañoles y antidemocráticos, sean del PP o del PSOE, no habrá manera de salir del basurero en que se va sumiendo el país.

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MANIFIESTO contra las leyes de memoria antidemocrática

Las dos leyes de “memoria” impuestas por el PSOE y los separatistas y seguidas por el PP  tienen un doble rasgo: atentan contra las libertades de investigación, expresión, opinión y cátedra, siendo por tanto antidemocráticas y anticonstitucionales; y persiguen falsear el pasado reciente español, muy especialmente la responsabilidad del Frente Popular –con el que se identifican sus autores–, en la destrucción de la república y el desencadenamiento de la guerra civil. Los dos rasgos se entrelazan, pues, obviamente, si precisan imponer su versión mediante una ley antidemocrática es porque su versión de la historia no podría sostenerse en un debate intelectual libre; debate ineludible que tanto importa a la sociedad por su repercusión política actual.

Contra olvidos deliberados, debe recordarse que el Frente Popular fue una alianza de partidos sovietizantes (PSOE y PCE) y separatistas, más golpistas republicanos de izquierda, que en octubre de 1934 se alzaron en armas contra la república, y meses después, en febrero de 1936, falsificaron las elecciones, acabando de destruir la legalidad republicana e instaurando un terror que amenazaba gravemente la unidad nacional y lo que de democrático tuvo la República. El socialista moderado Besteiro reconoció que la rebelión del 18 de julio fue forzada por tales amenazas.

Contra  el acuerdo del gobierno de Aragón de derogar una ley llamada por sarcasmo “democrática”,  un grupo de profesores de la universidad de Zaragoza la ha defendido como “instrumento necesario y eficaz para construir un futuro de convivencia y una sociedad apoyada en valores éticos compartidos”: los “valores” totalitarios de  los  separatismos y  ultraizquierdismo del gobierno socialista, evidentemente. Ese manifiesto solo revela el tremendo deterioro moral e intelectual que sufre una universidad incapaz de rechazar una ley inicua que ataca los principios más básicos de la libertad e investigación científica.

 Como demócratas, reconocemos a esos profesores de esa universidad, y tantas otras,  el derecho a exponer sus versiones, pero no el que nunca pueden tener, a imponerlas a nadie, y menos aún a aplastar  cualquier disidencia con sus “valores” liberticidas. Esas leyes vulneran de tal modo los derechos más elementales, no solo de la universidad sino de toda la sociedad española, que deben ser expuestas, denunciadas y abolidas cuanto antes. Porque además de atacar la libertad, envenenan la convivencia e invierten los valores éticos, convirtiendo al actual régimen del país en una democracia fallida.  Tienen, por tanto, unas consecuencias políticas actuales extremadamente dañinas. Decía Santayana que un pueblo que olvida su historia (en este caso la falsea) se condena a repetirla. Y a repetir lo peor de ella, como ya estamos viendo. Algo  que debe impedirse obligatoriamente.

Propongo la difusión de este manifiesto, con vistas a la recogida de firmas en su apoyo entre los profesores  y personas conscientes del peligro que entrañan dichas leyes. Estamos llegando a un punto crucial y esto no puede seguir así.

 

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