Democracia (VII): Franco y la democracia / Coronavirus, política y economía

Franco y la democracia

En 1930 Franco escribía a su botarate hermano Ramón que lo mejor para el país era una democratización en orden. Luego pudo asistir a la creciente epilepsia de la república, a pesar de lo cual y de los perjuicios arbitrarios que sufrió, mantuvo hacia el régimen una especie de lealtad descontenta. De hecho fue el único entre los personajes importante, políticos o militares, que no conspiró contra la república, algo que no puede decirse de Azaña, Gil Robles, los líderes republicanos, no digamos los socialistas o los separatistas. Y ayudó de forma muy significativa a defender el régimen frente al asalto socialista-separatista apoyado por los republicanos, de octubre de 1934. Esto resultará muy chocante a quien solo se guíe por la bazofia de la historiografía dominante desde hace mucho, pero fue exactamente así. Solo  después de las elecciones de febrero del 36, cuyo carácter fraudulento denunció, comenzó a conspirar, buscando todavía que fuera el gobierno el que pusiera coto al empuje revolucionario. Sólo cuando el asesinato de Calvo Sotelo llegó a la conclusión de que resultaba ya totalmente inmoral servir a un gobierno y a un régimen semejante. Muy consciente de la abrumadora inferioridad con que comenzó la rebelión, exigió “fe ciega en la victoria”,  y consiguió infundirla a sus seguidores.

Es evidente que Franco, después de aquella experiencia, concluyó que la democracia podría servir para otros países, pero no para los españoles, que a primera vista parecían demasiado indisciplinados y violentos. Esto fue sin duda un error, aunque no sin una base real: la democracia no funciona bien en sociedades de miseria, ignorancia y  odios políticos exacerbados, como era la república. Pero la causa no estaba en “los españoles”, sino precisamente en los jefes de partidos que se decían democráticos, demagogos guiados por la ficción de que la democracia era el “poder del pueblo”, y que cada partido era el representante natural del pueblo, cuando no el pueblo mismo. Y tales élites resultaban las más ignorantes y convulsas en sus ansias de poder, con las que no respetaban ni la propia legalidad que habían impuesto ellos mismos. ¿Qué tiene eso que ver con “los españoles”? Es como los que achacan los crímenes del Frente Popular “al pueblo indignado”. El “pueblo” eran los mismos dirigentes, que envenenaban de demagogia al pueblo real.

   Franco llegó a la conclusión de que los partidos eran nefastos porque anteponían sus intereses a los generales de la nación –lo que había ocurrido en la república y ya antes en la Restauración–, por lo que era precisa otra forma de gobierno, se llamase democracia orgánica, dictadura, fascismo o corporativismo. Gobiernos  que por entonces se ensayaban en casi toda Europa, a menudo en respuesta a la incapacidad de las democracias para resistir la subversión comunista.  Por supuesto, en todos esos regímenes seguían existiendo partidos, pues estos existen forzosamente en todo tipo de regímenes, sea en forma de camarillas en torno al poder o de corrientes de opinión. Y el franquismo, que nunca fue una ideología precisa, tenía nada menos que cuatro partidos, rebautizados ”familias”, muy difíciles de armonizar entre sí, cada una con su sector contrario a Franco. Y  con ellas era preciso reconstruir el país y convertirlo en una gran potencia, una aspiración permanente del Caudillo.

Mantener el equilibrio entre esas cuatro familias, partidos u oligarquías, exigía una habilidad de estadista que no se daba en España desde hacía siglos. Un equilibrio inestable y cambiante según las circunstancias, pero en el  que Franco dio más peso, que se demostraría excesivo, al grupo o familia  más ligado al  episcopado,  lo que a la larga se demostraría su mayor error político. Con el Vaticano II, el régimen quedó sin futuro, pues ninguna de las otras tres “familias”, la falangista, la carlista o la monárquica, estaba en condiciones de heredar claramente al régimen una vez falleciera Franco. Lo cierto es el  franquismo no podía continuar, y no solo porque la figura de Franco fuera irrepetible,  sino porque el propio régimen, que siempre había sido ecléctico, no tenía una caracterización ideológica definida: la principal era el catolicismo, y la Iglesia le había dado la espalda. No solo le había dado la espalda,  promocionaba activamente las tendencias derrotadas en 1939 y que habían estado a punto de exterminar a la propia Iglesia. Son cosas difíciles de entender, pero así fue.  En todo caso Franco y  el sector católico representado por figuras del Opus Dei y democristianos,  se inclinaron por la monarquía que esperaban distinta de la que representaba Don Juan,  y para lo que prepararon a Juan Carlos; sin demasiado éxito, como se vería; pero nadie puede predecir el futuro. Una cosa es prepararlo y otra que salga según los preparativos.

Ya a partir de la petición de entrada en el Mercado Común, en 1962,  el franquismo aceptaba implícitamente una evolución – por lo demás innecesaria, entonces ya que las circunstancias eran distintas–  hacia  una integración en Europa occidental; lo que implicaba a plazo más o menos largo una democratización imitativa.  En otro sentido,  el franquismo había transformado profundamente la sociedad. en la nueva,  la miseria desaparecía con rapidez, los odios republicanos estaban olvidados para la mayoría, y el analfabetismo había quedado en cifras marginales. El peligro comunista seguía siendo  real (la única oposición reseñable al régimen) pero impotente, y los separatismos carecían de fuerza. La situación parecía muy razonablemente adecuada para la “democratización en orden” que Franco había querido en 1930. Y con esa perspectiva se inició la transición.  El referéndum de 1976  apoyó de forma abrumadora la democracia basada en la legitimidad histórica del franquismo, frente a las pretensiones de legitimarla en el Frente Popular. Después, esa decisión sería progresivamente minada hasta llegar a la actual situación de golpe de estado permanente; pero esa es otra historia.

 En la nueva situación cada una de las familias o partidos del régimen podía desenvolverse como un partido más. Ninguna lo supo hacer bien. La familia principal, más o menos democristiana, fue la que configuró a la UCD- AP- PP como un partido crecientemente vaciado de ideas, convertido en una máquina de reparto de puestos, explotando la necesidad de una masa de población,  siempre traicionada, de oponerse a las derivas socialistas y separatistas. La ideología del PP se convirtió en la del “voto útil”, nunca se supo bien para qué, salvo para seguir las iniciativas socialistas y separatistas.

No tiene caso discutir si a Franco le habría gustado o no lo que pasó. Él cumplió su papel de modo casi increíblemente acertado mientras vivió. Su  último servicio a España fue impedir un derrumbe como el de Portugal. En el vecino país fue el ejército el que derribó al salazarismo, abriendo una crisis próxima a la guerra civil. En España pudo ser la Iglesia la que cumpliera ese papel, minando al franquismo por dentro y fomentando a los herederos del Frente Popular. Si tal cosa no ocurrió, fue por el prestigio del propio Caudillo y por la sociedad estable, moderada, próspera y con la mejor salud social de Europa construida bajo su gobierno. Su herencia fue la posibilidad de una democracia en paz y en orden. La responsabilidad de las derivas posteriores recae plenamente en sus lamentables protagonistas.

Los Mitos Del Franquismo (Historia)Por Que El Frente Popular Perdio La Guerra Civil

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Coronavirus, política y economía

Usted no toma partido en relación con el confinamiento por el coronavirus.

–No lo tomo porque no tengo suficientes elementos de juicio. Si la mayoría de los países sin distinción de ideologías adoptan esa medida, pese a su tremendo coste económico, tiene que ser por algo. No creo que a todos les haya entrado el pánico o que estén manejados por fuerzas invisibles. Dicho eso, me siento algo asombrado.

 –Pero no todos los países toman las mismas medidas. ¿De qué se asombra?

– Ante todo de los números. Parece que más del 80% de los muertos corresponde a personas de más de 70 u 80 años. Por tanto la medida de Boris Johnson en Inglaterra, parecía correcta: el confinamiento solo para los mayores de esa edad, porque los muertos entre los más jóvenes resultan inferiores a los de una gripe común. Sin embargo ha tenido que aceptar una medida mucho más amplia, y no creo que sea por pánico. Alguien capaz de sacar a Inglaterra de la UE –que no de Europa–, demuestra tener muchas agallas. Por otra parte, los efectos de este virus son mucho más insoportables que los de una gripe, aunque no te maten. Francamente, no sé a qué carta quedarme.

–El confinamiento atenta, además, contra los derechos constitucionales más evidentes.

–Sí, pero es un caso especial y transitorio. Si te están amenazando con una pistola no te dedicas a invocar tus derechos. Es lo que está haciendo el virus. El problema principal va a ser el económico. Y en España, además, el político.

–¿Cree usted que prosperarán las querellas contra “los ministros y las ministras”?

–Aquí el gobierno es culpable de una negligencia criminal al priorizar sus demagogias políticas o ideológicas sobre una prevención de la enfermedad cuya urgencia conocía de sobra. Además no cesa de cometer fraudes y chapuzas en sus medidas. Pero lo peor es que intenta, igual que los separatistas, aprovechar la situación para profundizar en su marcha bolivariana, que no es solo el Coletas sino principalmente el Doctor. Tendrían que ir a la cárcel, porque nos amenazan a todos. Pero tenemos una justicia-basura en gran parte, así que cualquiera sabe. 

¿Qué haría usted si estuviese a cargo del gobierno?

–Creo que tomaría medidas menos drásticas, a fin de dañar lo menos posible la economía, y limitar el confinamiento estricto a los ancianos. Claro que es hablar por hablar. Y, al margen de la política, España es especialmente vulnerable a causa del turismo y de que su nivel de endeudamiento, debido sobre todo a Rajoy, es ya gigantesco. Según algún economista, lo que ocurrirá es que se asumirá esa deuda y finalmente no se pagará, cosa que ha ocurrido algunas veces, con Alemania o con Grecia, por ejemplo. Habrá que reenfocar la economía en otra dirección, con menos turismo y menos ladrillo. El turismo ha llegado a un nivel invasivo y el ladrillo también. Pero esto son divagaciones. En mi opinión, el único partido que lo está haciendo bien es VOX. Porque es además  el único partido democrático, es decir, respetuoso con los derechos, que hay en España. El único que se opone a las medidas y leyes totalitarias y a la falsificación del pasado. Porque estas cosas siguen contando, no debe quedar ocultadas por el virus.

  –¿Debería entenderse VOX con el PP?

–El PP es la mayor basura política que tenemos en España. Lo he argumentado muchas veces y no voy a extenderme ahora. Mucho peor que el PSOE o los separatistas, porque siempre ha sido el mamporrero de ellos.  Entenderse con él, salvo para acciones muy puntuales, sería contaminarse inevitablemente.

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Blog mayo-junio 2012:

31 de mayo: Carta abierta a un mamarracho (y II). https://www.piomoa.es/?p=347

4 de junio: Necesidad de partido y programa / La farsa de las fosas del franquismo. https://www.piomoa.es/?p=360

6.  Cretinismo anglómano / tres guerras sin buen fin. https://www.piomoa.es/?p=364

11. Cuatro grandes crisis históricas / La reforma de la justicia. https://www.piomoa.es/?p=373

14.  Trasfondo histórico en  “Sonaron gritos…” / Liberales contra liberales en el siglo XIX  https://www.piomoa.es/?p=380

 

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¿Qué cambiará el coronavirus?/ Portugal-España (y V): ¿Dictadura o revolución? / Enfoque de la Guerra de Independencia Previsiones y paradojas

¿Qué cambiará el coronavirus?

Especulan muchos sobre los cambios que traerán consigo las medidas contra la peste actual. Unos creen que provocará un profundo cambio económico, social y político planetario; otros prevén transformaciones de fondo, pero no tanto, y  hay quienes creen que la vida volverá poco a poco a la “normalidad”, es decir, a una situación muy parecida a la actual. Pocos tienen en cuenta la posible radicalización de la gente ante el semiderrumbe económico que afectará a muchos países, entre ellos España, uno de cuyos puntales económicos, el turismo, quedará tremendamente afectado, al menos por un año. Oigo decir que la economía expulsará al Doctor, como expulsó al ZP. Eso no es forzosamente así. Además, la crisis económica  también impulsó a Podemos, la radicalización ultraizquierdista del PSOE y los separatismos, no debe perderse de vista.

Quizá el precedente de la Peste Negra en el siglo XIV nos dé alguna orientación:

 ”Una calamidad tan exterminad0ra hubo de tener efectos ideológicos y económicos profundos. Aún más que cuando la Gran Hambruna europea, creció la desconfianza hacia los poderes seculares y el Papado, incapaz este de explicar la razón de tan terrible castigo; se popularizaron las “danzas macabras” o de la muerte y cundieron movimientos heréticos, místicos y reformistas. Se agilizó la promoción social y surgió una nueva capa nobiliaria. Las oligarquías, por compensar la reducción de sus ingresos, impusieron mayores cargas a los campesinos, ocasionando revueltas. La caída de la mano de obra estimuló la innovación técnica; también la guerra, con el empleo de armas de fuego. Se ha supuesto que los marcos políticos y culturales saltaron, causando una reestructuración social y cultural, preludio del Humanismo (que solo ocurrió en Italia) y hasta del Renacimiento, pero la ruptura no debe exagerarse. Las instituciones, desde la Iglesia a los estados y las relaciones señoriales, aun quebrantadas, resistieron, y Europa permaneció católica.

   Tampoco cesaron las guerras, que se hicieron más amplias y violentas. Así entre las ricas ciudades de la Liga Hanseática y Dinamarca, entre eslavos y la Orden Teutónica, de franceses y otros contra los turcos, que ya habían puesto pie en los Balcanes y Bulgaria, dejando a Constantinopla casi encerrada . La contienda más dura y larga fue la de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, con repercusión sobre España”

(de Nueva historia de España)

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Portugal y España: ¿Dictadura o revolución?

Como detalla José Luís Andrade en sus dos libros citados, el gran dilema político, tanto en España como en Portugal desde el último tercio del siglo XIX se centraba entre una supuesta democracia convulsa y revolucionaria, y una dictadura, originariamente militar. En los dos países los movimientos revolucionarios autodenominados democráticos trajeron un gran desorden, violencias, peleas internas y charlatanería basadas en una idea de que la democracia era el poder del pueblo, y que el pueblo lo constituían o representaban cada una de las facciones enfrentadas.  Quizá nadie acertó a expresarlo mejor que Azaña, indignado con los suyos: “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín sin ninguna idea alta”. En la I República lo había  expresado más concisamente su primer presidente, Figueras: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”. En Portugal, la república de 1910 vino a ser algo parecido, en particular con el Partido Democrático, la “dictadura de la calle”, las milicias Formiga Branca y la intervención subversiva de carbonarios y masones. El asesinato de Sidonio Pais rompió una posible corrección de las demagogias, que a continuación empeoraron.

Todo lo cual se complicó, después del triunfo bolchevique en Rusia, con movimientos dichos “obreros” aún más radicalizados e inspirados en el marxismo o el anarquismo, ambas doctrinas de la guerra civil por naturaleza. El resultado en Portugal fue el golpe militar de 1926,  en el cual impuso cierto orden financiero Oliveira Salazar, que  seis años después, ya como jefe del gobierno, puso en pie el Estado Novo, que desde luego  garantizó una época de mucha mayor estabilidad, aunque siempre tuvo que enfrentarse al golpismo revolucionario. La evolución en España tuvo bastantes semejanzas: el régimen liberal de la Restauración llegó a un callejón sin salida en 1923, bajo la presión del terrorismo anarquista, de unos separatismos en pleno auge, de las huelgas revolucionarias  y de los desastres en la guerra de Marruecos. La solución fue el golpe militar de Primo de Rivera, acogido  con satisfacción por casi todo el mundo, y que con gran rapidez curó los tres males de la Restauración, verdaderos cánceres: el terrorismo, la guerra de Marruecos y las audacias separatistas, al tiempo que el país vivió los seis años de mayor prosperidad desde la invasión napoleónica. Y todo ello con amplias libertades personales y políticas y hasta con la colaboración del PSOE, que hasta entonces había sido precisamente uno de aquellos cánceres. Los resultados del Estado Novo  no fueron tan brillantes, pero sí más duraderos.

   En la caída de Primo de Rivera tuvieron gran peso la acción del rey, que le había apoyado al principio, y la actitud de unos intelectuales que antes habían querido meter a España en la I Guerra Mundial y que, seducidos por un concepto abstracto de libertad o democracia, despreciaban los grandes logros de la blanda dictadura de Primo de Rivera y se ponían nuevamente en plan revolucionario, ilusionados con una república o concepto de ella tan “humoso” como su europeísmo. 

   En su libro, Ditadura ou revoluçao? A verdadeira história do dilema ibérico nos anos decisivos de 1926-1936 José Luís Andrade va explicando con lujo de detalles esta evolución en los dos países. La II República española resultó un caos que Azaña pretendió extender al vecino país apoyando conspiraciones y violencias contra el salazarismo, con la idea de llegar a una unión política, un episodio poco conocido del gran público. En estas  conspiraciones actuaron como intermediarios el industrial Horacio Echevarrieta y el escritor mejicano Martín Luis Guzmán. El primero,  afecto a Prieto, también colaboró en el alijo de armas del Turquesa en preparación de la guerra civil planeada por el PSOE en 1934. Guzmán, admirador y colaborador de Pancho Villa, exiliado luego, fue el hombre de mano de Azaña en otros asuntos, como el intento de formar un grupo periodístico afecto al jefe republicano español.  

Hay dos diferencias importantes en la evolución de los dos países: en Portugal no cuajaron los racismos que dieron forma a los separatismos españoles, y allí, una vez derrocada la monarquía, esta dejó de ser una cuestión política de importancia. Como dijo el ideólogo del PSOE Araquistáin, “En el siglo XX, cuando una monarquía cae, ya no vuelve”. España sería la excepción, por obra de Franco. El cual, no obstante, tomó buena nota de la experiencia de Primo de rivera y luego de Mussolini: mientras él viviera, ningún rey conspiraría contra él. Fue sin duda uno de sus aciertos políticos.

   Queda también la cuestión de por qué los liberales y demócratas en los dos países han sido tan demagogos, inoperantes y violentos. Probablemente viene ello de un error intelectual de fondo sobre el poder y la democracia,  que sería muy útil analizar.

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Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))

El marco y enfoque de la Guerra de Independencia

Desde luego, el nombre de aquella guerra ya indica cierta confusión, porque España no ganó, sino que defendió su muy vieja independencia, y su resultado fue precisamente una pérdida considerable de ella, al quedar el país excesivamente  supeditado a Inglaterra , luego también a Francia, por obra de unas “élites” que demostraron tener muy poco de tales, si por tal concepto entendemos minorías selectas en el poder. Los ingleses intervinieron en aquella contienda, que para ellos es la “guerra peninsular”, atribuyéndose el papel principal, con los propios españoles como auxiliares, a menudo anárquicos y contraproducentes. Esta versión es apoyada hoy no solo por historiadores anglómanos de la escuela de R. Carr, sino que también ha calado en medios militares, donde la anglomanía se ha extendido mucho. 

Creo que para enfocar debidamente aquel conflicto pueden ser útiles los puntos siguientes:

1. En España, al revés que en el resto de Europa, hubo una poderosa reacción popular contra la invasión francesa.
2. La reacción popular se manifestó en un nuevo tipo de guerra, la de guerrillas, que en su tiempo impresionó a todo el continente,  y en el hecho de que el ejército continuara luchando una y otra vez, pese a las derrotas.
3. La lucha de los españoles impidió a los franceses dominar el territorio y coordinarse adecuadamente, lo que a su vez permitió a Wellington mantenerse en Lisboa hasta que las condiciones generales mejorasen
4. La mejora definitiva llegó cuando Napoleón fue derrotado en Rusia. La importancia de esa derrota, no por indirecta dejó de resultar decisiva para España. 
5. Los ingleses fueron unos aliados muy poco fiables: aparte de sus desmanes, al mismo tiempo que ayudaban en España  tramaban todo tipo de maniobras para destruir el Imperio español y reducir a la nación a una posición subordinada.
6. Era natural que Wellington mandase a los portugueses, después de todo Portugal no dejaba de ser un satélite inglés, que debía ser protegido. Solo el notable servilismo de  Cádiz hizo que le otorgaran el mando supremo, lo que satelizó España a Londres, situación que en buena medida persistiría después de la guerra. La “ayuda” inglesa derivó a  la pérdida del imperio y la  continua injerencia inglesa en la política española.
7. De haber limitado al ejército angloportugués a un papel auxiliar en España, sin dar a Wellington el protagonismo máximo, el desenlace habría sido el mismo, sobre todo después de Rusia.
8. Cabría añadir que el doble servilismo de los afrancesados y de los anglómanos decidió para España su siglo de mayor decadencia.

En fin, este es el marco estratégico general que da sentido a aquella guerra. Por supuesto, en su desarrollo, como siempre pasa, ocurrieron mil avatares diversos y contradictorios. Pero si olvidamos la situación de conjunto todo se convierte en un galimatías de hechos confusos y demasiado opinables. Como cuando olvidamos el carácter del Frente Popular al estudiar la guerra civil, como vienen haciendo casi todos los historiadores y he tratado de aclarar en Por qué el Frente popular perdió la guerra.

  Cabe añadir la importancia de la guerra de guerrillas, que hoy se intenta desprestigiar o poner en muy segundo plano. Las guerrillas obligan al ejército enemigo a aumentar constantemente sus tropas y dispersarse en operaciones infructuosas en su mayoría, moviéndose a menudo a ciegas y obligándose a mantener grandes efectivos de guarnición. Esto fue lo que convirtió a España en un “infierno” para los franceses y permitió a los ingleses esperar hasta el momento propicio. La experiencia sea repetido en el siglo XX: es lo que obligó a los useños a salir desastrosamente de Vietnam, dejando de paso Camboya y Laos. Es lo que obligó a los franceses a retirarse catastróficamente de Argelia. Claro que no siempre triunfan las guerrillas. En España el maquis fracasó. En Grecia también, pero obligó a Inglaterra a tirar la toalla, teniendo que intervenir Usa con muchas más fuerzas.

   Puede decirse que el sistema de guerrillas, tan aplicado posteriormente por fuerzas menores contra fuerzas mayores, fue una invención española de la Guerra de Independencia, una contribución al arte militar, y así fue apreciado en toda Europa y teorizado incluso por Gneisenau.  Hoy todos los ejércitos tienen unidades de operaciones especiales, infiltración, etc., que son una imitación o desarrollo particular  de las guerrillas españolas de entonces.

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Previsiones y paradojas

La I guerra mundial se libró fundamentalmente entre potencias liberales y parlamentarias. Y fue característicamente económica. Curiosamente, estaba muy extendida la idea de que una guerra tal sería imposible, porque las economías y la propiedad industrial y financiera estaban muy entrelazadas entre las distintas potencias, de modo que  todos saldrían perjudicados de la contienda. Quienes la preveían eran los marxistas, que en eso acertaron, como en la II Guerra Mundial, aunque esta tuvo un carácter completamente distinto de la Primera. Otra paradoja: la socialdemocracia, que había denunciado las guerras como operaciones de los capitalistas, se unió en todas partes a sus gobiernos burgueses, salvo los bolcheviques. Y otra paradoja más: Lenin llamó a convertir la guerra imperialista en guerra civil. Y gracias a eso pudo hacer su revolución… mediante la ayuda del imperialismo alemán.

   Es así cómo se percibe la debilidad previsora del ser humano y la fragilidad de las buenas intenciones, como venimos tratando en los comentarios a Omar Jayam.  Ello aparte, de vez en cuando surge lo imprevisible, como ahora con el virus.

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Jayam 27 Moral, valor y sentido / Bondades de la Inquisición / Afrodita y Hera en la guerra de Troya

Moral, valor y sentido.

Estos tres conceptos son distintos, pero a cierto nivel resultan sinónimos y forman el núcleo del pensamiento humano, que trata de desentrañarlos. El sentido de la vida, y por tanto su valor,  resulta incomprensible, como indica Jayam. Puede encontrarse un atisbo de sentido en las conductas concretas, que en un plano trivial o utilitario permiten distinguir aceptablemente lo que “tiene sentido” de lo que no lo tiene, de lo que está bien (hecho) de lo que está mal, lo que es “razonable” de lo que no lo es: por ejemplo en el manejo del dinero o en la higiene, o en mil actividades cotidianas.  Podemos inferir  de ahí que entonces el conjunto de la vida humana debe tener también un sentido o valor  inteligible, pero eso es una inferencia sin base: la cuestión del sentido o valor general de la vida se hurta a nuestra razón y pone en duda las  que nos parecen certezas parciales y cotidianas. Por lo demás, basta considerar la vida social, con su  constante y  divergente enjuiciamiento de los actos de unas personas por otras,  para darse cuenta de que tampoco es tanta la seguridad en los juicios o valoraciones más triviales o utilitarios.

La moral trata, precisamente, de introducir un orden en el desconcierto de la vida humana, decidiendo qué comportamientos son aceptables y cuáles no, atribuyendo valor y sentido a unos y descartando otros. La costumbre concreta unas normas al respecto, que tradicionalmente se aceptaban sin mucha crítica. Y se aceptaban porque su origen se atribuía a la divinidad, un ente que decide lo que está bien y lo que está mal por encima de las interpretaciones y deseos particulares.  Pero las ideologías, al descartar la idea de Dios,  hacen del hombre el centro de todo, y por tanto le atribuyen también la invención de la moral. Con lo  entramos en un terrenos pantanoso, porque “el Hombre” no existe, sino una multitud de ellos, cada uno de los cuales con sus ideas, intereses, angustias y destino, en el cual lo único común e igualitario es la muerte. ¿Cómo podría imponerse entonces una moral para todos que no fuera despótica o engañosa en función de unos intereses particulares o de grupo? O bien nadie tendría por qué obedecer a nadie.

Este problema, bien visible en las elaboraciones éticas  de las ideologías, como ya señalamos, aparece  con el protestantismo, aunque está implícito en las discusiones escolásticas: si cada uno está autorizado a interpretar las Escrituras según crea entenderlas, entonces las Escrituras pierden todo valor como fuente de moral. Una conclusión implícita pero que por lo común no se ha explicitado, imponiéndose en la práctica, a veces con sumo despotismo (Calvino, por ejemplo),  diversas interpretaciones en forma de sectas, que impedían un concepto unitario de la moral. La imposición del protestantismo como opuesto al catolicismo resultó además sumamente violenta, a veces también entre las distintas sectas. De ahí surgió la idea de tolerancia, como un medio de  evitar esas persecuciones para reforzar la oposición común al “papismo”. La unidad resulta a menudo no tanto de una comunidad de intereses e ideas como de una común oposición a otras.

El interesante libro de Monod El azar y la necesidad, expone el problema con bastante claridad, aunque de otro modo:  que la moral, los valores, son una invención humana, no estaría comprobado solo por razonamientos ideológicos, sino, de modo inapelable,  por la misma ciencia. Pero “entonces, ¿quién define el crimen? ¿Quién el bien y el mal? Todos los sistemas tradicionales colocan la ética y los valores fuera del alcance del Hombre. Los valores no le pertenecen: ellos se imponen y es él quien les pertenece. Él sabe ahora que ellos son solo suyos y, al ser en fin el dueño, le parece que se disuelven en el vacío indiferente del universo.Es entonces cuando el hombre moderno  (…) calibra el poder de destrucción de la ciencia  no solo de los cuerpos sino de la misma alma”. 

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Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

Bondades de la Inquisición

Al mencionar los logros del siglo de oro español en Nueva historia de España,  usted olvida los elementos negativos, en particular la Inquisición.

No olvido los elementos negativos, digo que comparados con los contrarios dan un balance sencillamente admirable,  asombroso, así que empecemos por recordar las grandes proezas hispanas de la época: España fue el principal defensor de Europa frente a los otomanos y de la Iglesia católica frente a los protestantes, marcando a ambos los límites de su agresivo expansionismo. Barcos españoles descubrieron no solo América, sino el inmenso Pacífico  y muchas de sus islas, y dieron la primera vuelta al mundo. El inmenso esfuerzo de descubrimientos y conquistas creó el primer imperio transoceánico, extendió el catolicismo,   las universidades y el derecho,  y comunicó por mar a todos los continentes habitados, creando nuevas líneas comerciales nunca antes existentes. Fundó las ciudades más hermosas de América, salvó a Italia de los turcos y los franceses, mantuvo a Francia y Bélgica en el catolicismo, creó el derecho internacional, revolucionó el arte de la guerra, desarrolló un gran pensamiento, una gran literatura y un gran arte… Estas cosas las recuerdo en Nueva historia de España, y hay que recordarlas porque no las verá usted en casi ninguna otra historia general. Por el contrario, apenas hablarán más que de las suspensiones de pagos (“bancarrotas”) causadas por tanto esfuerzo, de genocidios imaginarios, afirmarán que la intervención de España en Europa fue arbitraria y contraproducente, hablarán largo y tendido de la Inquisición… Pero aun si la Inquisición hubiera sido negativa, habría sido un asunto menor en comparación con el balance que le he indicado, y que podría ampliarse bastante.

Por consiguiente, usted no cree siquiera que la Inquisición fuera un hecho negativo

Prácticamente todas las críticas que sean hecho a la Inquisición son falsas o desenfocadas. Si España pudo realizar aquel esfuerzo, realmente titánico para un país que no era el más rico y poblado, se debió en gran parte a mantenerse interiormente estable, sin guerras civiles ni grandes disturbios, que en cambio abundaron  en los otros estados europeos. La Inquisición contribuyó sin duda a esa paz interior. Aunque se dirigió sobre todo contra los conversos, considerados un posible factor de problemas internos, aseguró también que los focos protestantes fueran sofocados apenas surgidos, porque propiciaban la guerra, como en otros países. Esto debe destacarse, porque si España no hubiera combatido al protestantismo en el exterior, habría tenido que hacerlo en el interior y sufrido las mismas guerras civiles que Francia o Alemania o Países Bajos. En toda Europa se aplicó la misma política de persecución religiosa, solo que la de los protestantes y anglicanos resultó mucho más sangrienta y brutal que la de España. La Inquisición fue el tribunal, religioso o civil,  más garantista existente entonces en Europa, el que menos empleaba la tortura, y el que causó menos muertes.  Eso está claro, por fin, para todo el que quiera documentarse, como lo expongo en Nueva historia. Pero aquí pasa como con la matanza de Badajoz: es inútil, para los fanáticos, contrastar la leyenda con los datos reales. El otro día Paco Vázquez criticaba la ley de memoria histórica como stalinista, que lo es, pero venía a decir que si unos tienen Paracuellos, los otros tienen Badajoz. Así nunca salimos del atolladero. La Inquisición es el gran argumento de protestantes y de quienes se siguen considerando enemigos de España, también dentro de ella. No pueden renunciar al cuento, pues de otro modo se sienten perdidos.

Todo eso puede ser cierto, pero lo evidente es que la Inquisición paralizó el pensamiento español.

Otra enorme tontería. Nunca se pensó y publicó más y mejor  en España que en aquella época. En cambio de los que sueltan esa tontería no puede decirse que piensen gran cosa…

Uno podría decir que usted recomendaría la Inquisición para la actualidad 

Claro, lo mismo que recomendaría la vuelta a los galeones, los arcabuces, al régimen nobiliario o a la reconquista de América. ¿Qué le parece?  

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Afrodita y Hera en la guerra de Troya

En la guerra de Troya, Afrodita defendía a los troyanos y Hera a los aqueos. Ello tiene una relación profunda con el motivo de la contienda. Afrodita es propiamente la diosa del goce sexual y Hera la del amor conyugal. El conflicto surge porque Helena, casada con Menelao, sucumbe a los encantos físicos de Paris, a quien, demasiado tarde, termina despreciando como un chisgarabís sin valor. Los aqueos, por lo mismo, defenderían los valores de la fidelidad conyugal. Sin embargo la sutileza y realismo de La Ilíada no hace una historia de buenos y malos, sino que todos están sujetos a las mismas tentaciones, las cuales traen consigo todo tipo de consecuencias. El troyano Héctor aparece como el héroe firme, fiel a su esposa y valeroso en la defensa de su pueblo, no obstante lo cual cae presa de pánico ante la furia de Aquiles. A su vez, el jefe aqueo Agamenón pagará su infidelidad (vuelve con Casandra como “querida”) y el sacrificio de su hija, con su asesinato por su mujer y el amante de ella.

   La Ilíada es sin duda una de las obras magnas de la literatura universal, por la finura psicológica con que retrata a sus personajes y sus acciones. Con ella empieza la gran cultura griega. Se ha dicho que es un canto a la guerra, lo cual es inexacto. Es más bien un canto al valor ante la guerra, la cual sucede por obra del destino, puesto que en principio nadie la desea, pero una y otra vez ocurre. Ante el destino, que no pueden eludir,  los hombres deben reaccionar según sus cualidades. La guerra es pintada sin sentimentalismo, con sus horrores y terrores, y,  como exhorta  Sarpedón  a Glauco (más o menos)  “Amigo, si escapando de esta lucha pudiésemos vivir para siempre, no me batiría en primera línea ni te animaría a ello. Pero puesto que los espíritus de la muerte nos rodean siempre y no podemos escapar de ellos, vayamos al combate y ganemos gloria para nosotros o proporcionémosla a otros”.

 

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Parar los pies al Doctor / Democracia (VI) Democracia orgánica (y 2) /

**Es preciso parar los pies al Doctor y su banda de estafadores. O van ellos a la cárcel o convierten el país en una cárcel bolivariana.

**Juan Carlos firmó una ley totalitaria que deslegitimaba la monarquía por venir del franquismo. Ahora Felipe VI tiene la oportunidad de deslegitimar a los deslegitimadores.

**La cultura democrática de nuestros políticos, periodistas e historiadores es tan nula, con excepciones, que creen que el sistema no se altera por la inclusión de leyes totalitarias o el premio político a la ETA por sus asesinatos, destruyendo el estado de derecho.

**Actualmente hay un solo partido que se opone a las leyes liberticidas de la izquierda y los separatistas: VOX. Eso significa que es el único partido democrático.

**Al seguir la política totalitaria de Zapatero, Rajoy inauguró algo nuevo en la historia: la democracia de partido único.

**Cuando Aznar condenó como criminales a quienes habían salvado a España de la disgregación y la tiranía, abrió paso a la demolición de la democracia.

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Democracia orgánica (y 2)

La democracia orgánica, que opone a los “artificiales” partidos los ámbitos “naturales” de la familia, el municipio y el sindicato”, tiene sin embargo serias dificultades. Podríamos decir que lo artificial es precisamente lo propiamente humano, aunque, como al término “cultural” se le ha dado a menudo el significado de arbitrario y cambiante a voluntad.  En esta concepción de la democracia, el poder se divide en dos estratos, uno limitado al nivel sindical y municipal, que a duras penas podrían tratar los intereses generales de la nación,  y otro nivel superior para el conjunto nacional, que en realidad queda autónomo y de casi imposible control para los ciudadanos. Por otra parte no impide conflictos internos a todos los niveles, como observaba el sociólogo Juan Linz. Este tipo de democracia permitiría en principio una mayor eficacia en cuanto a logros prácticos  para la sociedad, evitando las querellas y obstrucciones de partido, pero al mismo tiempo, y por ello mismo,  debería restringir, incluso drásticamente, las libertades políticas, a fin de impedir obstrucciones juzgadas perturbadoras. Por otra parte la oligarquía o élite más especializada en la política sería quien decidiera qué corporaciones tendrían derecho a representación, sobre todo cuando intentase crearse alguna corporación nueva debido a la evolución espontánea de la sociedad.

   La democracia orgánica franquista, pues, aspiraba a armonizar dos fuerzas: la de la masa mayormente ignorante –excepto de sus intereses más particulares (municipales, familiares o sindicales)– pero afectada por el poder y con algo que decir sobre él; y la minoría más experta y con más amplia visión, pero inclinada a la demagogia por la necesidad de ganar los votos de los insipientes, manipulándolos de un modo u otro. El problema es real y nunca resuelto del todo en ningún sistema. Lo observamos asimismo de otro modo: es probable –lo percibimos bien en la actualidad– que la mayoría de los políticos no sepa realmente mucho más que el votante medio, y que sus pretensiones de servir al interés general enmascaren la intención de aprovechar el poder para intereses mucho menos generales. Es una tendencia existente en todo régimen concebible y que no elimina el “organicismo”. 

   Y si los supuestos sapientes de la oligarquía llevan al país a una crisis grave (ayer comentábamos a los sabios intelectuales que querían meter a España en la I Guerra mundial), que recae sobre las espaldas del votante medio, ¿qué puede hacer este? ¿Y cómo puede imponerse su responsabilidad a los oligarcas? La democracia liberal ofrece el medio de cambiar de gobierno en nuevas elecciones, aunque no siempre funcione: en España el gobierno de Zapatero fue cambiado por el de Rajoy… que ha continuado la política del primero (también en economía, después de criticar duramente los recortes y subidas de impuestos emprendida por el gobierno socialista). Pues, al parecer, su sapiencia no le daba para otro camino. El resultado ha sido una profundización de la crisis política, con transformación del régimen y donde los más irresponsables demagogos amenazan gravemente lo que resta de democracia.

   Definiendo la esencia de la democracia como consentimiento popular, es obvio que el franquismo dispuso de un consentimiento muy mayoritario hasta el final, derivado fundamentalmente del fracaso de la democracia republicana; pero es más que dudoso que ese consentimiento brotara del sistema de democracia orgánica, que nunca preocupó y en la que nunca participó  más que a una mínima parte de la población. Probablemente había otras fuentes de tal consentimiento, en particular tres:  el prestigio y adhesión a Franco (la misma oposición le mostraba un respeto supersticioso, dando por sentado que nunca lograría derrocarlo ni cambiar nada esencial mientras viviera); la sensación de que el régimen representaba efectivamente la unidad nacional frente a injerencias externas o presiones balcanizantes; y el hecho real de la reconstrucción  del país en su primera etapa y de extraordinario desarrollo económico en la segunda. Había un elemento más, negativo: el recuerdo de la república y del Frente Popular, disuasorio para la gran mayoría. Porque los mecanismos prácticos de la democracia orgánica, insisto, nunca despertaron interés en la población. Y aquellas tres fuentes del consentimiento definían al régimen precisamente como excepcional en la medida en que alcanzaba sus objetivos.

De todas formas, un estudio a fondo del sistema franquista está por hacer, incluyendo su carácter cuatripartidista, generalmente inconfesado, y la gran libertad personal que permitía. El hecho histórico es que, funcionó lo bastante bien para enfrentarse a muchos más problemas que las democracias liberales posteriores a la II Guerra Mundial y superarlos de forma a menudo brillante. Ello difícilmente puede atribuirse a la “democracia orgánica”, como hemos indicado. Pero seguramente hay muchos aspectos de aquel régimen unilizables para salir de la actual degradación de la democracia 

(En La guerra civil y los problemas de la democracia en España)

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Blog, mayo 2012

Día 14: Rajoy o la miseria. Otro partido (III) / Por qué crece el separatismo: https://www.piomoa.es/?p=291 

17: Gibraltar y la ETA / Tenaza contra España. https://www.piomoa.es/?p=299

20: Cultura (II) Animal racional, moral o religioso? / Excursiones arqueológicas: https://www.piomoa.es/?p=304

24: El Valle de los Caídos, síntesis y símbolo de nuestra historia reciente: https://www.piomoa.es/?p=304 

28: Carta abierta a un mamarracho (I): https://www.piomoa.es/?p=336

 

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Portugal y España (IV) España y la I Guerra mundial / ¿Decadencia de la democracia?

España ante la I Guerra Mundial

Ante la intervención portuguesa en la I Guerra Mundial, un indignado Pessoa escribió: “¿Qué demonios de independencia nacional tiene un desdichado país que es internacionalmente un feudo de Inglaterra y nacionalmente un feudo del antiportugués Afonso Costa (…) un  Portugal donde internacionalmente solo se puede ser inglés; donde nacionalmente solo se puede ser francés?”. Una situación no demasiado disímil de la de España en el siglo XIX y parte del XX.

Por lo que se refiere a España, su gobierno no cayó en el tremendo error de intervenir, pero no faltaron vacilaciones y presiones para que lo hiciera. Cabe recordar un manifiesto de intelectuales que hoy nos sorprende como una exhibición de necedad: “No sería bien que, en esta coyuntura máxima de la historia del mundo, la historia de España se desarticulase del curso de los tiempos, quedando de lado, a modo de roca estéril, insensible a las inquietudes del porvenir y a los dictados de la razón y de la ética. No sería bien que en estos momentos de gravedad profunda (…),  España, por el apocamiento de los políticos responsables, apareciera como una nación sin eco en las entrañas del mundo (…)  Estamos ciertos de cumplir un deber de españoles y de hombres declarando que participamos, con plenitud de corazón y de juicio, en el conflicto que trastorna al mundo. Nos hacemos solidarios de la causa de los aliados, en cuanto representa los ideales de la justicia, coincidiendo con los más hondos e ineludibles intereses políticos de la nación”.

El manifiesto, advertían, “Habrá visto la luz en los principales periódicos ingleses, italianos, suizos y americanos del Norte y del Sur. Gracias a este claro y vivo resplandor, los pueblos todos del mundo advertirán que España conserva aún aceite en su lámpara. Era ya urgente que nuestra Patria se retrajese de la sombra letárgica y asomase su faz familiar sobre las contiendas de los hombres”. ¿Qué había bajo esa orgía de estratosférica grandilocuencia sentimental? El intento de que España mandase a cientos de miles de hombres a servir de carne de cañón a potencias como Inglaterra, que,  por no citar más, humillaba permanentemente a España en Gibraltar; o Francia, cuya amistad y solidaridad con España era proverbial;  por no hablar de la autocracia rusa, cuyo zar bien caro iba a pagar su fidelidad a las anteriores. Esas “pequeñeces” no perturbaban la sublime palabrería de aquellos intelectuales, que alegremente dogmatizaban sobre “los más hondos intereses de la nación”.

 No menos llamativo era la forma como se presentaban: “Levantamos la voz para pronunciar nuestra palabra, con modestia y sobriedad, como españoles y como hombres (…) Sin más representación que nuestras vidas calladas, consagradas a las puras actividades del espíritu, sentimos que, para servir a la Patria y ser ciudadano honrado y de provecho, es fuerza ser hombre honrado y de provecho para todos los pueblos”. Nada menos. Con toda “modestia y sobriedad” incitaban a llevar a la muerte a masas de personas “por los ideales de la justicia, de la razón y de la ética”. ¿Se podía pedir más? Aunque ellos no irían a las trincheras, pues su labor se ceñía, obviamente,  a “las puras actividades del espíritu”.

Y ahora es preciso fijarse en los firmantes,  entre quienes destacaban, entre otros, Ortega y Gasset, Unamuno, Américo Castro, Marañón, Menéndez Pidal,   Gumersindo de Azcárate, Fernando de los Ríos,  Azaña, Luis Araquistaín, “Azorín”, Antonio Machado, Maeztu, Pérez Galdós, Palacio Valdés, Valle-Inclán, o Pérez de Ayala y diversos artistas. Casi diríamos que lo más florido de la intelectualidad española de entonces, la cual,  si algo demostró era, por un lado, su disposición a sacrificar cuantos hombres fuera necesario en pro de “la razón, la justicia y la ética” y por otro su absoluta incapacidad de análisis político e histórico. Muchos de ellos, por esas mismas carencias, contribuirían a traer una república demencial en camino a la guerra civil: unos se arrepentirían, otros no. Estos hechos deben mover a mucha reflexión sobre el pasado y el presente del país, y sobre la pueril vanidad “modesta” de tantos intelectuales. Y sobre la falsa crítica corriente a la democracia donde, dicen, mandarían los más ignorantes.

Puede compararse esa grandilocuencia vacua con las declaraciones de Eduardo Dato, el mejor estadista de la época en España, que cita Andrade:  “El Gobierno mantendrá la más rigurosa neutralidad. Ese es el interés de la nación y el papel que le reserva la eventualidad  de ser, si las oportunidades lo favoreciesen, la mediadora de la paz. Por su neutralidad y por el prestigio mundial de que goza su rey, España puede ser llamada mañana a enarbolar la bandera blanca entre los ejércitos que se combaten”.  Al revés que los intelectuales, Dato ofrecía al rey un análisis realista de la situación: la entrada de España en la guerra exacerbaría las tensiones sociales  hasta posiblemente un punto de ruptura, la nación se arruinaría, se atizaría la guerra civil y quedaría en evidencia la escasez de recursos y fuerzas para mantener toda la campaña:  “Si ya Marruecos supone un gran esfuerzo y no consigue llegar al corazón del pueblo, ¿cómo podríamos emprender otra campaña de mayores riesgos y de gastos iniciales fabulosos?”. Se habló de que España no habría participado “por impotencia”, pero otros países muchos más “impotentes” sí participaron.

Este era un análisis muy lógico, “racional, justo y ético”, yendo a la realidad. Pero había, como insinué más arriba, razones históricas más generales y de más peso para afirmar la neutralidad, como las habría en la II Guerra Mundial. Y que cabría resumir así: en aquellas guerras no se perdía nada al país, y el bando aliado se componía, salvo la lejana Rusia, de enemigos tradicionales de España, a quienes esta debía gran parte de su decadencia e insignificancia internacional, que los intelectuales del manifiesto pensaban superar… sirviendo a tales “aliados y amigos”. España nunca estuvo “tibetanizada” como decía Ortega, pero siempre fue diferente, a veces para mal, a veces para bien, como en aquella ocasión.

Hubo, pese a todo, un momento en que Romanones estuvo muy cerca de involucrar a España mediante un hecho consumado, aprovechando las vacaciones parlamentarias. Y en la huelga revolucionaria izquierdista de 1917 muchos sospecharon el intento de hacer lo mismo.

Alfonso XIII hizo caso a Dato, afortunadamente. A quien abandonaría sin embargo en 1917, después de que este desarbolase todas las peligrosísimas maniobras revolucionarias del momento. Uno de los graves errores que terminarían costándole el trono.

Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

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¿Decadencia de la democracia?

Algunos se preguntan: ¿cómo es posible que España haya llegado a ser gobernada por una banda de estafadores? Y se responden: “por la democracia”. Parece como si en siglos pasados los países no cayesen con cierta frecuencia bajo reyes u oligarquías brutales y estafadoras. Por otra parte, unos gobiernos que introducen leyes totalitarias son, por definición, antidemócratas. Excepto VOX, único partido que se opone a tales leyes, ninguno de los demás es democrático.

   El modo como la democracia ha ido degenerando a la situación actual lo he analizado muchas veces y no lo haré ahora. Baste decir que su origen está en la identificación de democracia con antifranquismo. El antifranquismo siempre fue el peor y más peligroso  enemigo de la democracia, desde la guerra civil. Por lo demás, cualquier régimen puede degenerar, eso ya lo vieron los griegos, que además supusieron que ocurría cíclicamente. Sin embargo no tiene por qué ser una fatalidad cíclica.

Los Mitos Del Franquismo (Historia)Por Que El Frente Popular Perdio La Guerra Civil

 

 

 

 

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