*Si VOX se proclama constitucionalista, debe insistir en que los demás no lo son (lo cual es cierto). Se otro modo se confundirá con los que han destrozado la ley y se siguen diciendo partidarios de ella.
*Creo que el episodio de Fernando Paz no hará ganar muchos votos a VOX y le hará perder entusiasmo entre bastantes seguidores. Pues el partido parece doblegarse a presiones “políticamente correctas” contra las que se había alzado.
**Cuando oigo a un político o periodista decir que hay que olvidar el pasado y mirar al futuro, ya sé que estoy ante un estafador o ante un memo. Ambas “élites” abundantísimas en la derecha.
***España dejó de ser un país serio y renunció a su soberanía cuando Leopoldo Calvo Sotelo anunció la apertura de la verja de Gibraltar y Felipe González la llevó a cabo. Se trataba de anular una histórica victoria diplomática de Franco, es decir, de España y exhibir un servilismo abyecto hacia la potencia que invade nuestro país.
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A Aquilino Duque –no hace falta presentarlo–, como a mí y a tantos más que conocimos otros tiempos, no le resulta grato el ambiente político e intelectual “invertido en todas las acepciones del término” que se ha ido adensando en los últimos decenios en España. Por esa razón y otras literarias acaba de publicar Memoria, ficción y poesía, rescatando a partir de su experiencia directa o indirecta a diversos autores de la época del “páramo”, así definida por los mandarines de “la ciénaga”, cuyos máximos valores parecen consistir en un antifranquismo tan matonesco como de pura pose, generador de nutrida mediocridad.
Eso del páramo es también una descripción muy querida por la historiografía inglesa. Así un estudioso allí muy loado, Jeremy Treglown, comentaba que al ocuparse de la cultura bajo el franquismo le decían otros, con irrisión, que cabía en un sello de correos o algo por el estilo. Los esfuerzos del buen Treglown por sacarles de su error me temo que más bien contribuían a él. Le dediqué cuatro entradas en este blog en 2014 (https://www.piomoa.es/?p=2686 y anteriores).
El libro de Duque no es un estudio como el que sería preciso a partir del famoso artículo de Julián Marías sobre “la vegetación del páramo”, un trabajo que está por hacer, pues solo lo han abordado algunos tratadistas de izquierda doblados y tullidos bajo el peso de su gran mochila de prejuicios. Duque trata de hacer justicia, desde la razón poética y “la vida vivida”, con escritores sistemáticamente postergados por los que han querido destacar rebajando a quienes, en definitiva, les son superiores: así a Pemán, a W. Fernández Flórez, Vivente Risco, los hermanos Villalonga o Rafael Sánchez Mazas, González-Ruano, Luis Rosales, Foxá, Panero, los mismos Dionisio Ridruejo o Julián Marías, también sepultados por la arrogante necedad de la progresía antifranquista de después de Franco. Sepultados pero no del todo.
Para Aquilino Duque, y no es el único, “del mismo modo que Platero y yo (1914) me sigue pareciendo el mejor libro de prosa de la primera mitad del siglo XX, creo que el mejor de la segunda mitad es El bosque animado (1943)”, de Fernández Flórez. En estas valoraciones cada uno pensará lo que quiera, pero lo que no admite duda es la calidad realmente muy elevada de obras sobre las que Duque se extiende y de las que apenas tienen hoy idea no ya el vulgo y los jóvenes educados (mal) por El País, también los mayores olvidadizos o poco informados (como en estos asuntos, yo mismo).
En Memoria, ficción y poesía entran con los citados escritores bastantes más poco conocidos o mal conocidos del público interesado en la literatura, sometidos al juicio perspicaz, pero nunca acre, de quien ha dedicado su vida a la literatura y ha trabado conocimiento y a menudo amistad con autores de todos los pelajes políticos, en España y en el extranjero.
Al terminar la guerra civil se produjo una escisión entre los intelectuales exiliados y los “franquistas”, es decir, los que escribían cómodamente en el nuevo régimen, se identificaran con él o no. Fueron los falangistas los primeros en tratar de recoser la sutura con la revista Escorial, en la que escribieron muchos de los mejores dentro de España, y cuya mano tendida rechazaron altivamente los exiliados que se habían identificado con un Frente Popular decididamente criminal. Aquilino Duque comparte la posición integradora y comprensiva de la Falange de entonces, en una época en que han vuelto las intransigencias.
El intento de Escorial es interesante asimismo por cuanto los falangistas chocaron con la tendencia nacionalcatólica, que daba por zanjados todos los problemas de España remitiéndose a Menéndez Pelayo. Sin embargo el régimen fue lo bastante liberal para permitir, no solo ambas corrientes de pensamiento y sus polémicas, sino otras muchas que compusieron un panorama cultural sumamente rico y variado desde el mismo fin de la guerra.
Y como el tema da para mucho más, seguiré tratándolo a partir de este libro, tan de agradecer en un tiempo en que se publica tanto y tan poco de interés.

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