“Cita con la historia” Es difícil entender por qué tras las guerras napoleónicas a Inglaterra le fue tan bien con el liberalismo, y tan mal a España https://www.youtube.com/watch?v=jkHsMsJkW8A&t=4s
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Fukuyama predecía la victoria de la democracia liberal en el mundo, aunque hubiera un período agitado de transición en algunos lugares, e interesa ver cómo retrata la situación resultante: El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfarán sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas. El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación e idealismo serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones acerca del medio ambiente y la satisfacción de demandas refinadas de los consumidores. En el período post-histórico no habrá arte ni filosofía, simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana”.
Importa entender por qué debería ser así: las luchas por motivos políticos, religiosos o de cualquier otro tipo habrían perdido su razón de ser, sencillamente, porque se habría llegado a la conclusión de que el problema del sentido de la vida, tanto tiempo buscado por filósofos, religiosos e ideólogos, habría quedado definitivamente resuelto. Se trataría de la economía, de lo que todo el mundo ha deseado desde el principio de la humanidad: disponer de medios económicos abundantes. Si ello se consigue, ya parece innecesario arriesgar la vida (ningún liberal murió jamás ante el paredón gritando “¡Viva la libertad de mercado!”, o “¡Viva el pluralismo político hasta cierto punto!”). Por primera vez en la historia los anhelos más profundos del ser humano, los anhelos de disponer de amplios medios económicos, se habrían cumplido, y, mejor aún, cuidando al mismo tiempo el medio ambiente. El mundo habitado se convertirá en un jardín, por así decir, lo más parecido al Edén, algo que ya se vislumbra hoy “claramente”.
Se entiende entonces que las filosofías que tanto han atormentado y embrollado a la humanidad durante miles de años, así como las religiones, queden ya como objetos de museo, al modo como los soviéticos organizaban “museos de la religión” o “del ateísmo”, o del capitalismo, para mostrar a los ciudadanos lo mucho que había progresado intelectual y moralmente la humanidad gracias a la ciencia marxista. Y como todo el mundo será bastante rico, o al menos tendrá cubiertas con holgura las necesidades básicas mediante el consumo de masas, las guerras y conflictos violentos desaparecerán. Se cumplirá lo que expresa la canción de Lennon Imagine: “No hay cielo ni infierno, ni naciones ni religiones, nada por lo que matar o morir”. Hasta aquí, todo correcto en un sentido convencionalmente liberal. Claro que la canción también ataca la propiedad, lo cual disuena un tanto. Pero en un progreso futuro, ya anunciado con seguridad por el presente, en que el consumo de masas se generalice y todo o casi todo el mundo tenga lo que pueda desear, la propiedad y la codicia perderían también gran parte de su sentido o necesidad.
También perdería su sentido la libertad, ya que si el significado de la vida consiste en el desarrollo económico y este nos permite a todos la abundancia, la libertad quedaría en un capricho algo tonto, o bien en la posibilidad de elegir entre gran número de marcas comerciales. Habría una igualdad básica que excluiría la libertad, no por imposición sino por volverse innecesaria.
Otro elemento de sonido poco liberal y un tanto místico es la idea de que “el mundo vivirá como uno solo”, eliminando los pluralismos. Pero al desaparecer los motivos de conflicto, los pluralismos ideológicos o políticos se volverían asimismo superfluos: la abundancia económica lograda por el sistema liberal excluiría los conflictos, excepto, si acaso en una escala ínfima: nada por lo que matar o morir.
Lo importante de la canción no es ella misma, pues de hecho las ideologías marxista, anarquista, de modo más restringido la nacionalsocialista (solo para la parte “aria” de la humanidad) han afirmado programas semejantes, basándose en el progreso técnico. Lo importante es que la canción surge en un medio demoliberal, por un personaje que, aun con sus devaneos, se mantuvo afecto al sistema y beneficiario de él; y sobre todo que la canción, con su programa explícito, no por casualidad se ha convertido en una especie de himno globalista. Puede oírse también en centros católicos, algo muy revelador de cómo la Iglesia ha dejado de orientar a la sociedad. Y ha alcanzado una popularidad realmente gigantesca precisamente en las democracias liberales.
Se podrá argüir que en realidad no se trata de ideas liberales, pero aquí entramos en un terreno purista complicado, pues en el liberalismo coexisten o se repelen corrientes diversas. Existe un liberalismo católico y otro duramente anticatólico; un liberalismo conservador y otro anticonservador; un liberalismo capaz de simpatizar con el comunismo y otro radicalmente opuesto; uno de estilo anglosajón y otro de estilo francés, o alemán; uno proclive a la democracia y otro renuente a ella… Etc. Así que habrá que explicitar mejor la cuestión.
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Por pura casualidad he leído sucesivamente su novela “Sonaron gritos y golpes a la puerta” y la de Céline “Viaje al fin de la noche”. Y me he quedado perplejo. Las dos me han parecido algo similares en lo siguiente: el mensaje es muy pesimista y el fracaso parece el abocamiento inevitable de la agitación vital de los personajes. Son como novelas épicas cada una a su manera, o antiépicas quizá. Solo que los personajes de Céline son, ¿cómo decirlo? cochambrosos, sórdidos ya desde el principio, y uno esperaría que no saliese de ellos nada bueno. Mientras que los suyos resultan mucho más nobles. Y eso hace que el fracaso final sea más doloroso. Las dos novelas son desde luego excelentes, grandes logros literarios, si se quiere. Pero ¿Por qué la literatura del siglo pasado y de este deja tan mal sabor de boca? Soltanto.