Apenas queda esperanza, pero la hay

http://mailchi.mp/javierarjona/conferencia-aula-cultura-abc-mayo-368741?e=31c395811d  

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Dice Rajoy que “nadie podía prever” lo de Cataluña. Evidentemente lo podía prever cualquiera, y de hecho los preveíamos mucha gente. Por mi parte llevo 13 años estudiando, explicando y  denunciando tanto la deriva separatista como la complicidad de los sucesivos gobiernos con ella. Y  escribí el primer estudio conjunto del ideario e historia de los separatismos vasco y catalán en relación con la evolución de España en el siglo XX. Trabajo inútil ante los rajoyes satisfechos de su ignorancia  que predominan en nuestra desdichada política, a derecha e izquierda.

  Rajoy está adquiriendo una responsabilidad no solo legal sino histórica gigantesca, y parece no darse cuenta siquiera. Después de una declaración semejante, debería dimitir, por confesión abierta de manifiesta ineptitud. . No lo ha hecho ni, curiosamente, se lo ha exigido nadie. ¿Por qué? Porque Rajoy, como los demás partidos, no se ha limitado a cerrar los ojos ante el proceso separatista, sino que lo ha amparado, lo ha financiado, y ha marginado y desacreditado a cuantos, en la región o en España entera, se oponían a él. En 2004 publiqué un pequeño libro Contra la balcanización de España, exponiendo con detalle como avanzaba el proceso de forma cada vez más amenazadora, y creyendo ingenuamente que el PP lo aprovecharía para frenarla. No ocurrió nada de eso, sino exactamente lo contrario. El PP aumentó incluso su colaboración con los enemigos declarados de España. Y hoy la degradación de ese partido es tal que una dimisión de Rajoy no arreglaría nada, porque simplemente no tiene relevo.

   La gente debiera darse cuenta de que Rajoy nunca ha defendido España, nunca ha invocado su unidad, su historia y su cultura. No las conoce ni le interesan. Le interesa simplemente lo que él llama la economía. Tampoco conoce la historia de los separatismos, ni sus ideas ni sus aspiraciones reales, ni le inspiran  curiosidad.  Dice defender la ley, y tampoco:  no ha cesado de infringirla en pandilla  con los separatistas. Lo que ha hecho todo  el tiempo es puro colaboracionismo que no tiene nada de ciego.

   Vamos a suponer que, a pesar de todo, sus acciones estuvieran motivadas por simple ignorancia. En este caso también es evidente, aparte de una incapacidad abrumadora, una ignorancia radical sobre el funcionamiento de la democracia. En democracia, los partidos pugnan por ganarse a la opinión pública y por crearla. Y eso solo se hace oponiendo al discurso de los disgregadores del país el discurso firme de la verdad histórica y cultural, y no solo advertencias irrisorias sobre la economía. Se dijo que la república feneció por falta de republicanos. La democracia nacida del referéndum de diciembre de 1976 ha fenecido ya por falta de demócratas.

    Pero por muy necio e ignorante que este individuo sea, ha de darse cuenta de que el referéndum secesionista no solo es ilegal, lo cual, dentro de las ilegalidades permanentes es una más, si acaso algo más grave. Es que abona una marea de actos semejantes que destruirían rápidamente España, con ella la democracia y, lo que es sin duda más grave para este sujeto, al propio PP y su vasta red de intereses y corrupciones.  Por eso tiene que hacer algo. Ha intentado desactivar el referéndum confiscando cuentas y papeles aquí y allá, cosa que no solo es  absolutamente insuficiente, pues deja el problema igual que antes, sino que demuestra lo que él entiende por política: la maniobra oscura, que aspira a seguir en lo mismo, empeorando: más “economía” para los separatistas y liquidación de la Constitución cambiándola por otra peor.

    Lo históricamente nuevo en todo ese maremagnum es que el mismo se desarrolla sin  oposición política. En la república, al menos la CEDA ejercía una oposición quizá demasiado formalista, pero real, a los elementos que estaban destruyendo el país. Les oponía claramente un discurso y unas medidas.  En la actualidad no ocurre eso. No solo Rajoy es igual, en algunos aspectos peor, que Zapatero, cuya obra destructiva ha completado, sino que ha ejercido como eficaz barrera frente a cualquier alternativa de oposición real.

Lo único que hoy puede salvar al país es la inercia de siglos de historia, cultura y demografía compartidas, que no serán tan fácilmente liquidadas por unos políticos criminales. Y quizá termine por haber una reacción popular ante tanto desafuero y surgir una alternativa razonable. Otras veces ha ocurrido.

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España es diferente

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Recordarán muchos aquel lema turístico “España es diferente”, publicitariamente bueno pero que despertaba las iras del mundillo progre. La verdad es que las fuertes diferencias entre las culturas nacionales constituye un rasgo típico de la civilización europea, por lo cual no sobraba destacar las peculiaridades hispanas. Muchas de ellas se conservan, o se han acentuado otras negativas. No está de más recordar unos cuantos aspectos en que España es normal o bastante homologable en Europa: corrupción, degradación de los medios de masas, pacifismo contra la paz, auge de la prostitución, feminismo cutre, políticos responsables de la crisis e intocables, violencia doméstica, desplazamiento de la cultura y el idioma nacionales por el inglés, hedonismo pedestre, aborto, y un largo etc.

En otros campos destacamos bastante sobre la media: desempleo, población penal, número de policías y guardias, expansión de la droga, degradación del poder judicial, fracaso escolar y otros semejantes. Bueno, también en varios deportes.

Hay algunos aspectos en los que, sin embargo, somos especiales:

a) España es el único país europeo que soporta una colonia extranjera en su territorio.

b) Es el único país europeo con un vecino que amenaza su integridad nacional.

c) Único país europeo cuyo gobierno colabora activa y servilmente con el país colonialista y con el que amenaza su integridad, sin hacer el menor movimiento efectivo para frenar tales hechos: alentándolos, más bien.

d) Único país cuya Constitución afirma la unidad nacional y al mismo tiempo permite vaciarla progresivamente de contenido.

e) Único país con un movimiento terrorista que ha gozado de complicidades y apoyos intensos y variados, izquierdistas, separatistas, eclesiásticos e internacionales, como he vuelto a recordar en La Transición de cristal.

f) Único país en que un gobierno ha colaborado y colabora activamente con una banda terrorista, impunemente y sin que la oposición denuncie el clamoroso delito.

g) Único país más o menos democrático con presos políticos: el gobierno ha declarado así, implícita pero indudablemente, a los terroristas al afirmar para ellos una “solución política” en pro de “la paz”.

h) Único país europeo cuyos políticos apoyan y alientan los procesos separatistas.

i) Único país sin oposición real. La única estrategia de la que dice serlo ha consistido en aguardar a que la crisis económica desaloje al gobierno actual. Y ha tenido la suerte –que podría convertirse en desgracia—de que la crisis haya caído con el PSOE en el poder.

j) Creo que también es el único país en que los políticos desafían las resoluciones judiciales, las incumplen y no les pasa nada. Al revés, se refuerzan.

Hay más peculiaridades, pero estas bastan para dar idea de por dónde vamos.

(En LD, 23-IX-2011)

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“Una hora con la Historia”: Cómo Companys organizó un golpe muysimilar al actual: https://www.youtube.com/watch?v=ASXMqHU1sS8

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Rajoy, o la miseria política, moral e intelectual

(Escrita en diciembre de 2015)

Señor Rajoy:

  Se le notaba a usted descolocado cuando Sánchez, con su perfecto estilo golfo, le acusaba de corrupción o de perjudicar a las mujeres, o del separatismo catalán… Sánchez aúlla en sus mítines su orgullo por fechorías antidemocráticas de su partido como la ley de “memoria histórica”, del aborto,  de violencia de “género”, de  “matrimonio” homosexual, de “igualdad” entre hombres y mujeres, de los favores a la ETA… ¡Pero bueno! ¿Cómo se le ocurre a Sánchez acusarle cuando ud, señor Rajoy, no ha hecho otra cosa que seguir aplicadamente las iniciativas del PSOE en todos esos campos? ¿Qué le diferencia a usted de Sánchez o de Zapatero? Solo un estilo personal, por lo demás engañoso. Un asno separatista gallego le coceó a usted en Pontevedra, y uno se pregunta: ¿se han vuelto locos estos separatistas? ¿Por qué golpean a un político que nunca les ha puesto el menor obstáculo, que incluso los viene financiando? ¡Qué injusticia, señor Rajoy! 

   Porque ud se ha atrevido a lanzar su campaña bajo el lema “España en serio”. Y está bien. Porque para usted, lo serio son sin duda políticas como la de Bolinaga, la derogación de la doctrina Parot y demás carantoñas a la ETA. El PSOE salvó a una ETA al borde del colapso y santificó sus asesinatos como un modo de hacer política,   recompensada con legalidad, dinero público y otras dádivas. Y usted ha seguido la misma línea. Con descaro inaudito, los dos partidos han disfrazado su delito con la consigna “los demócratas hemos derrotado a ETA”. No la han derrotado, la han premiado. Y por ello mismo demuestran no tener nada de demócratas. Ustedes, junto con la ETA, atentan contra el estado de derecho y la integridad de España. En serio. 

   Usted ha replicado a la sedición del delincuente  Mas con advertencias de que haría cumplir la ley. Nunca la ha hecho cumplir, y ha seguido financiando la política del odio a España y el intento de balcanizarla. También aquí ha seguido al PSOE. Su obligación más elemental como gobernantes demócratas es cumplir y hacer cumplir la ley. Al no hacerlo, se deslegitiman y su “democratismo” se convierte en farsa demagógica. El hecho evidente e irrefutable  es que bajo su gobierno los separatismos, tan alentados por el PSOE, han adquirido un impulso y una osadía como nunca antes. Con desvergüenza de granuja se lo echaba en cara Sánchez, cuyo maestro Zapatero, que también lo es de usted,  ha sido el principal creador de ese ambiente, sin olvidar a Aznar. ¡Grandes estadistas! En serio. 

    Una ley que, en cambio, se han esmerado en cumplir  usted y los suyos es la de “memoria histórica”.  Una ley totalitaria, hecha para falsificar la historia desde el poder, como en los países comunistas.  Una ley que, como no podía ser menos en quienes premian los crímenes etarras, califica de “víctimas” a los asesinos de las chekas, identificando con ellos a los legisladores. Ustedes han llegado a tal degradación moral e intelectual — que contagian a la sociedad–, que ni siquiera se dan cuenta del alcance de su desmán. Les da igual. En su versión bananera de la democracia, la cuestión se limita a disfrazar las canalladas con victimismo y títulos biensonantes,  para ganar votos. 

   ¡Y qué injusto Sánchez al culparle de incumplir las leyes de “género” o de gaymonio! Son leyes diseñadas por los proetarras y falsificadores de la historia y acordes también con ese carácter. Confunden género con sexo, corroen los fundamentos del matrimonio y la familia, tratan de sustituir la vieja lucha de clases por la lucha entre hombres y mujeres, rompen las más elementales normas jurídicas y crean violencia por sí mismas. Sus frutos son la destrucción masiva de vidas humanas en el seno materno, crimen monstruoso si los hay (como “interrupción del embarazo” lo disfrazan los politicastros); una violencia doméstica en aumento, no solo entre parejas sino entre hijos y padres o madres; un fracaso  familiar traducido en enormes cifras de divorcios, con sus efectos sobre la educación de los hijos (fracaso escolar, expansión de la droga y el alcoholismo juvenil, etc.) Etc.  Pero nada de eso les preocupa a ustedes, bomberos pirómanos, dedicados a competir histéricamente en chillidos contra la “violencia de género”, cuyo aumento ustedes mismos provocan.   

   Para usted, como para su gemelo político Sánchez, España ha dejado de ser un país independiente. Su política consiste en regalar “grandes toneladas de soberanía” a la burocracia de Bruselas. Ustedes no se consideran al servicio de la soberanía española, sino que ponen esta al servicio de sus intereses, como si fuera una propiedad particular suya. He aquí, de nuevo, su democratismo peor que bananero. La desdichada posición lacayuna de España en la UE y en la OTAN no plantea ningún problema a su espíritu servil e hispanófobo; tampoco la  cuestión de Gibraltar, caso insólito en el siglo XXI de una colonia en un país europeo mantenida por una potencia a la que no cesan ustedes de hacer carantoñas, como a la ETA, a las chekas o a los separatistas. Su servilismo les está llevando a destruir la cultura española introduciendo en la enseñanza un bilingüismo con el inglés, considerado como lengua superior de la ciencia, la economía, el empleo etc., etc., en un proceso de desprestigio y  relegación de nuestro idioma a ámbitos familiares o subculturales. Esto es peor que el cultivo del odio a España, subvencionado por ustedes en Cataluña o Vascongadas. España no es un país bilingüe y el inglés solo puede y debe enseñarse legalmente como idioma extranjero, no en la misma posición (de hecho en posición superior) que el nuestro. Tampoco hay en sus programas el menor análisis serio de la posición de España en relación con el amenazador auge del islamismo y su penetración en la propia España y Europa. Para ustedes, el asunto se limita a lo que decidan en Bruselas y en Washington. España no  merece esa política basura de lacayos como ustedes. 

   Podría seguir largo rato, pero mencionaré solo otro asunto: acertaba Sánchez al acusarle de corrupción, porque su partido está corrompido hasta la médula. Sánchez — lógico en su mentalidad macarril–, piensa solo en la corrupción económica, pero mucho peor es la intelectual, manifiesta en las políticas antes señaladas, y que genera también la económica. Pero lo más asombroso, lo que exhibe la absoluta degradación de la política española, es que un capitoste del PSOE ose acusar a alguien de tales cosas. Eso ya define un ambiente político próximo al Patio de Monipodio. 

    No me extiendo sobre la economía, en la que todos los aspirantes a gobernar este despreciado país no hacen sino demostrar su carencia de ideas. Yo tampoco las tengo, más allá de constatar que los economistas ofrecen soluciones muy diversas. Usted, señor Rajoy, se jacta de que la situación va mejorando, y en algunos aspectos parece ser verdad, aunque no sabemos si duradera. Pero incluso ahí  sigue usted a su maestro Zapatero. ¿Recuerda usted cuando denunciaba indignado cómo el PSOE iba a  “subir  el IVA a  los  chuches de este niño… y de todos los españoles”? ¿Cuándo tenía usted razón, cuando denunciaba los recortes y subidas de impuestos de Zapatero, o cuando ha seguido su ejemplo a mayor escala?  Sospecho que no lo sabe usted mismo. 

   En fin, señor Rajoy, con su gobierno han empeorado los problemas del país: separatismos, pérdida acelerada de soberanía, leyes totalitarias y chekistas, o de “género”  jurídicamente inválidas, degradación cultural y moral de la sociedad, corrosión de la familia, auge de movimientos como el cursi-macarril y comunistoide Podemos… Solo puede usted invocar a su favor una ligera pero también insegura mejoría económica, de acuerdo con su simplona tesis de que “la economía lo es todo”, la cual podría valer muy bien para un burdel. Su única arma es la llamada a la necedad del voto útil, que se viene demostrando el más inútil de todos, porque deja fuera de juego a opciones probablemente más serias que las de ustedes (tampoco es muy difícil) y en cambio  perpetúa el más de lo mismo. La república se hundió por el proceso revolucionario del Frente Popular. La actual democracia lo está haciendo por un proceso de putrefacción política y social dirigido por ustedes.

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La realidad de Pelayo y de Covadonga

Dadas las  disparidades entre las crónicas musulmanas y las cristianas, y dentro de cada grupo, han surgido, como es lógico,  interpretaciones y lucubraciones muy diversas, desde la que afirman que la batalla solo fue una escaramuza hasta las que niegan su existencia y la del mismo Pelayo. La realidad más probable es que sí se produjo esa batalla, y que fue mucho más que una escaramuza, puesto que dio lugar al abandono de un punto tan importante como Gijón por los árabes, y a   la formación de un reino, cosa que los árabes no habrían consentido en modo alguno si no se hubieran visto muy forzados a ello. El lugar del combate bien pudo tener lugar  en Covadonga y su entorno, una zona sumamente escabrosa y llena de bosques, donde una tropa relativamente pequeña y conocedora del terreno podía haber emboscado y destruido a otra mucho más grande. Con la mayor probabilidad los musulmanes debieron ser algunos miles y los rebeldes algún que otro millar. La historia, despojada de tonos legendarios como el de la miel o el del número de caldeos, no solo es perfectamente verosímil, sino que es la única explicación de lo que vino después. Incluso la conversación entre Pelayo y Oppas pudo haber tenido lugar, como debieron de tener lugar tratos semejantes en otros lugares, aunque la transcripción de los diálogos no puede ser fiel. En fin, indiscutiblemente hubo una rebelión y una batalla de la importancia  suficiente para que se constituyera un reino rebelde en la zona y los árabes la evacuasen. Y la rebelión tuvo que contar con un líder, que la tradición, cristiana y musulmana,  coincide en llamar Pelayo.

    Por su parte, Pelayo ha sido víctima de muchos desmitificadores exagerados y de patriotismos locales, amparados en las imprecisiones de las crónicas. Así, dejando aparte a quienes niegan su existencia –básicamente porque les parece bien–, se le ha atribuido origen astur, gallego, cántabro y hasta británico. La tradición de su carácter de noble godo ha sido negada arguyendo que su nombre no es germánico, sino griego, o que Asturias era una región tradicionalmente rebelde contra romanos y visigodos, por lo que un jefe de ese origen no podría haber movilizado a los naturales de la región. Nada de ello resulta convincente. Entre los dirigentes godos aparecen nombre latinos, como  Claudio o Casio, y el origen griego de Pelayo (Pelagio) no es extraño en el reino de Toledo, cercano ideológicamente al bizantino. Tales nombres podrían designar a  godos que hubieran adoptado nombres latinos, como había hispanorromanos que adoptaban nombre visigodos. Y desde la sumisión de los astures por Augusto, la región había quedado pacificada, por más que restos de paganismo y grupos no romanizados persistiesen en las zonas más montañosas del Cantábrico y los Pirineos.

    Existe además otro elemento que distingue decisivamente al nuevo reino de las antiguas tribus astures, cántabras o vasconas  y sus incursiones sin más objetivo político que el saqueo, y es la instauración inmediata de un reino, con una sede y designio de mantenerse y expandirse. Y ello solo podían hacerlo jefes godos o hispanorromanos, aunque se apoyaran, cosa lógica, en la población local, incluso la menos romanizada. A veces se lee,  hasta en autores solventes como Luis Suárez,  que no puede hablarse de un Estado hasta finales de aquel siglo o principios del siguiente, con Alfonso II,  porque fue este rey quien construyó un palacio y estableció relaciones con Carlomagno. ¿Qué habría entonces? Solo un “movimiento de resistencia o como se le quiera considerar”. Es decir, algo muy semejante a la época anterior a Augusto. Pero ni fue Carlomagno quien creó, directa o indirectamente, el reino de Asturias,  el cual Alfonso II simplemente heredó; ni el palacio parece algo muy significativo. Con seguridad la sede del reino en Cangas de Onís y luego en Pravia, exigiría alguna forma de residencia real, fuera más o menos vistosa. Otro elemento poco atendido es el dato tradicional de que Pelayo llevó a Asturias un tesoro, elemento importante para sufragar una rebelión.

    La versión tradicional, despojada de exageraciones y milagrería,  es por tanto, y con mucho, la más razonable a la luz de los sucesos posteriores. Pelayo era con la mayor probabilidad un noble godo importante, hijo, precisamente, del duque de Asturias asesinado por Witiza. Por esa razón su familia disponía allí de clientela y séquito, y seguramente de una buena red de relaciones. Lo cual, junto con el mencionado tesoro,  encaja bien con los hechos conocidos, mucho mejor, desde luego, que las especulaciones  habituales..

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Por qué el reino hispanogodo no cayó del todo

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Al  margen de detalles y episodios personales, lo indudable es que  el reino hispanogodo cayó con relativa facilidad en manos de los musulmanes, y que en ello intervino la división interna del reino después de Witiza. Y esa facilidad impresionó ya a los otros reinos europeos y a muchos comentaristas o historiadores. De ahí una larga serie de especulaciones, desde las extravagantes  que niegan la invasión, hasta las de quienes la suponen un reino en estado semicomatoso o en trance de “protofeudalización”, con una población oprimida por los impuestos y enemiga de los godos, la cual habría acogido gustosa a los invasores,  etc.

   Esta última suposición tiene tan poca verosimilitud como sostener que la rapidísima conquista de Francia y otros países por Alemania en la II Guerra Mundial se habría debido a la simpatía de las poblaciones con los invasores, por los impuestos o por otras causas. La misma crónica de Rasis expone cómo la gente huía de las ciudades presa de pánico. Y ello nos dirige hacia la práctica de la yijad, que muchos islamófilos presentan con rasgos complacientes, ilusión o embeleco que Darío Fernández-Morera se ha encargado de demoler a conciencia en El mito del paraíso andalusí. La táctica era básicamente el terror frente a cualquier resistencia, lo que no excluía pactos con quienes aceptasen someterse, en condiciones de inferioridad y humillación;  pactos que los vencedores podían cumplir o no, según les conviniese. El ejemplo más notable de tales acuerdos fue el del conde Casio, que gobernaba una extensa zona en torno al curso medio del Ebro. Casio no solo colaboró con los árabes, sino que se islamizó él mismo y fundó una dinastía, los Banu Qasi (hijos de Casio), que se mantendría y ampliaría sus dominios durante más de un siglo y medio.

   Tanto las fuentes árabes como las hispanas coinciden en señalar la crueldad de la invasión, con matanzas y degollaciones similares a las del actual estado islámico. Muza ya tenía experiencia en estas tácticas, al haber aplastado sin compasión de rebeliones bereberes. En España incendió las ciudades que le habían resistido y  crucificó, decapitó o descuartizó a prisioneros, para infundir pavor general. En Córdoba, unos 300 cristianos que se rindieron fueron degollados por las gentes de Tárik.  Lo mismo ocurrió en Toledo. Sevilla sufrió una tremenda matanza cuando se rebeló después de haber sido sometida.  Las mujeres y muchos muchachos jóvenes eran apresados como esclavos sexuales. La invasión causó también ingentes daños culturales, antes de que, como en Persia y otros lugares, los invasores fuera recogiendo parte de la cultura del país sometido y le dieran un sesgo particular: fueron destruidos en gran número monumentos hispanogóticos o de origen romano, y bibliotecas; los  templos cristianos fueron a menudo saqueados y derruidos o convertidos en mezquitas. En realidad, tales métodos eran los comunes en la yijad desde los tiempos de Mahoma, y se habían aplicado  lo mismo en Oriente Medio y Próximo que en el norte de África.  A la conquista seguía un rebautismo en árabe de gran cantidad de lugares, si bien para los cristianos el nombre de España permaneció, así como la fuerza de su recuerdo y cultura. Los mismos árabes empleaban a veces el nombre de “Ishbaniah”.

   Otro rasgo de la invasión, acreditado por las fuentes musulmanas, fue la colaboración de los hebreos, que componían pequeñas minorías urbanas. Dado que las tropas musulmanas no eran muy nutridas, solo podían dejar a sus espaldas guarniciones débiles, y pudieron hacerlo gracias a los judíos, que tomaban el mando sobre los cristianos. Como ya vimos, las normas contra los judíos se habían hecho más drásticas en los últimos tiempos,  en lo cual pudieron influir noticias de  su colaboración con los árabes en Oriente Próximo y ciertas histeria sobre una conspiración para derrocar a la cristiandad. Aquella represión se volvió contra el reino de Toledo cuando este llevó las de perder. Como fuere, los judíos no recibirían gran recompensa, iban a sufrir marginación y humillación, incluso más que los cristianos.

    También se ha querido explicar el desastre por causas económicas, recurso hoy muy en boga.  Y sin duda tuvieron peso, porque el país había entrado en un ciclo de sequías, que entonces significaban miseria, enfermedades y hambre masivas, agravadas por plagas de langosta. Según Ajbar Machmúa,  el hambre de 708-9, muy próxima a la invasión musulmana, redujo la población a la mitad,  dato probablemente exagerado, pero indicativo de una tremenda catástrofe demográfica. Poco antes, una peste importada de Bizancio casi había despoblado la Narbonense y afectado al resto. El horror impotente queda expreso en homilías: “He aquí, hermanos nuestros, que nos heló de espanto la funesta noticia traída por los mensajeros de que los confines de nuestra tierra están ya infestados por la peste y se nos avecina una cruel muerte”. No hay modo de comprobarlo, pero bajo las desastrosas condiciones de la caída del Imperio romano la población pudo bajar a menos de cuatro millones y no crecería mucho luego. Y en vísperas de la invasión árabe no pudo haberse repuesto de unas catástrofes mucho más aniquiladoras que las guerras. Por esos hechos cabe explicar a su vez fenómenos como la huida, frecuente y quizá masiva, de siervos o esclavos del campo, o la “epidemia” de suicidios causados por la desesperación, referidas en los cánones conciliares. A su vez se haría muy difícil la recogida de impuestos y el descontento por ellos,  pese a alguna amnistía fiscal, con el consiguiente debilitamiento del estado.

    Sin embargo estos sucesos no llegan a explicar realmente nada.  A pesar de ellos, Rodrigo reunió un ejército muy superior al de Tátrik, y muy bien pudo haber aplastado a este e impedido la invasión, de no haber mediado la traición referida. Obsérvese además  que no muchos años antes pequeños  ejércitos árabes brotados del desierto habían  derrotado a otros mucho más numerosos en Oriente Medio; y  habían destruido el Imperio sasánida, ocho veces veces más extenso que España, y arrebatado enormes extensiones a otra superpotencia, el Imperio bizantino, conquistando Mesopotamia en solo nueve meses. La derrota del más fuerte por el más débil dista mucho de ser un caso excepcional en la historia. La caída de España, así, no debiera chocar tanto como se pretende.

   Otra explicación corriente desde Sánchez Albornoz habla de “protofeudalización”, es decir, decaimiento de la monarquía y disgregación en territorios cuasiindependientes bajo poder efectivo de los magnates, tendencia acentuada supuestamente a partir de Wamba: sería un reino carcomido desde dentro. A ello se añadiría la decadencia intelectual y  moral del clero y una desmoralización popular. Sin embargo, estas tesis son meramente especulativas. Leovigildo recondujo el país partiendo de una crisis profunda, y la que sufría el reino podía haberse superado igualmente. Volviendo al caso de Francia y otros en la II Guerra Mundial, nadie sostiene que los regímenes políticos de aquellos países estuvieran carcomidos hasta el punto de hacer inevitable su derrota en el campo de batalla. 

    La protofeudalización incidiría en el morbo gótico –el frecuente asesinato de los reyes por la indisciplina nobiliaria–, pero otros datos inclinan a creer lo contrario. La inestabilidad debida al sistema electivo de los monarcas no se acentuó, sino que disminuyó después de Leovigildo y de Wamba, aun sin llegar a imponerse más que a medias el sistema hereditario. Por comparación,  de los  catorce monarcas  anteriores a Leovigildo, nueve  murieron asesinados, dos en batalla y tres en paz. De los dieciocho a partir de Leovigildo solo dos fueron asesinados, Liuva II y Witerico, y justamente al principio y no al final del período, con sospechas sobre otros dos, Recaredo II  y Witiza. Tres más fueron derrocados sin homicidio (Suíntila, Tulga y Wamba).  La duración media de los reinados, otro dato relativo a la estabilidad,  no disminuye, sino que aumenta desde Wamba: nueve años, si excluimos a Rodrigo, que casi no tuvo tiempo de imponerse, frente a siete y pico en el período anterior. Aumenta asimismo la frecuencia de los concilios en la última etapa: uno cada cuatro y pico años de promedio, en comparación  con la media anterior  de uno cada diez. Y los concilios suponían tanto un principio de poder representativo como un factor de nacionalización. Asimismo la instauración del habeas corpus, al menos para los nobles, innovación jurídica muy transcendente, disminuía la arbitrariedad de las represiones. Estos datos sugieren una creciente estabilidad institucional y no apuntan a una especial “protofeudalización”, sino más bien a lo contrario. Como señala García Moreno, la pérdida de Toledo fue determinante, lo que indica una considerable centralización del estado.

    En cuanto a la corrupción de la jerarquía eclesiástica al compás de su creciente peso político, se aprecia en ella una notable germanización (hasta un 40% de los cargos), tal vez junto con un posible, pero incomprobable descenso del nivel  moral e intelectual. Los cánones de los últimos concilios condenaban la sodomía y otros vicios del clero, lo cual puede significar mucho o poco: tales vicios habían existido siempre en algún grado, y no sabemos si aumentaban o si solo se reparaba en ellos, o si se los mencionaba por algún motivo político. Los cánones también indican tirantez entre la oligarquía y los obispos. Respecto al declive intelectual,  Julián de Toledo murió en  fecha tan avanzada como 690, y no sabemos si la posterior falta de figuras relevantes reflejaba decadencia, un bache pasajero, o pérdida de obras por los destrozos de la invasión.

   Dentro de la tendencia semitizante de Américo Castro, con frecuencia leemos  frases despectivas hacia la herencia visigoda en España.  Tales opiniones, expresadas con más emocionalidad que fundamento, observa Serafín Fanjul de discursos parecidos, “patentizan de modo dramático la indigencia documental y discursiva de alguno gurús omnipresentes en la inculta cultura española”. Así, limitan el legado visigodo a un puñado de palabras,  y negando cualquier influjo significativo sobre la historia posterior.   Los godos dejaron muy poco léxico en las lenguas peninsulares, pero este fenómeno revela más bien la rápida aculturación tervingia en el mundo latino-español. Hasta los nobles — seguramente los más renuentes– abandonaron su religión y muchas de sus costumbres: y documentos de educación de jóvenes, como Institutionum disciplinae indican cómo en su formación pesaba más la tradición católica y clásica que las reminiscencias germánicas, aun sin ser estas desdeñables. Al revés que luego los árabes, los godos se latinizaron profundamente en España, y sus rasgos ancestrales quedaron reducidos a un cierto estilo, tendencias e instituciones secundarias.

     También queda muy poco de su arte, pues fue anegado por la invasión árabe, y asolados la mayor parte de sus bibliotecas y edificios, muchos de ellos de procedencia romana  y que despertaron la admiración, aunque no tanto el respeto, de los invasores. Quedaron algunos restos menores, pero de valor, como el arco de herradura, que los árabes llevarían a la perfección. De su tradición oral nada resta, aunque seguramente existió; pero la imposición musulmana impidió que alguien la recogiese, como harían siglos más tarde escritores europeos con leyendas célticas, germánicas o vikingas.

    Tiene mucho valor, en cambio,  la onomástica. Los nombres de origen germánico proliferaron enormemente desde los comienzos de la reconquista,  llegando a superar a los de origen latino;  probablemente ya abundaban antes entre la población, y han seguido siendo muy frecuentes hasta hoy. Y si, como sostienen algunos, los apellidos en –ez tienen origen godo (suelen formarse con nombres  germánicos), la gran mayoría de los españoles, en todas las provincias, responden a esa influencia. Influencia debida, de un lado, al prestigio social de su nobleza,  y de otro — y sobre todo– a un espíritu de identificación popular  con la “España perdida”, la España hispanogoda, y también a influencia franca.  Influencia no étnica, pues la población goda no pasó de un 10% de la indígena, probablemente mucho menos,  y ya debió de encontrarse diluida en la hispanorromana cuando llegaron los árabes, nueve o diez siglos después de haber emprendido su marcha desde Escandinavia y rodeando a Europa por el  este y el sur.

   Ortega y Gasset  ha escrito que el papel de los godos fue similar al de los ingleses en India, idea realmente disparatada. Los ingleses formaron en su colonia una casta superior que jamás se mezcló ni abandonó su idioma, cultura y costumbres. Por el contrario, la cultura propiamente goda era inferior a la hispanorromana y esta prevaleció, conquistando y absorbiendo a los conquistadores. Con todo, la herencia realmente transcendental de los godos ha sido la política: la fundación, por Leovigildo y Recaredo, de una nación, dotando de estado a una comunidad cultural  latina ya bastante homogénea a la que se habían asimilado los propios godos. Con sus desaciertos y desmanes, inevitables en toda obra humana,  los reyes y al menos parte de la nobleza visigoda, en colaboración con los representantes hispanorromanos, impulsaron la idea y la concreción de la nación de Spania. Y por ello el súbito hundimiento del estado no lo fue por completo: la resistencia al Islam, tras escasos años de desconcierto, se organizó sobre la base de las leyes de Recesvinto y Chindasvinto, sobre una concepción muy distinta de la musulmana acerca del poder religioso y el político, y una idea de la libertad personal, de una monarquía no despótica y de un esbozo de representatividad que no surgieron de la nada. No menos relevante,  la noción y el recuerdo de la “pérdida de España” forjaron una motivación poderosa en el imaginario colectivo.

   Sin ese legado esencial, fundamental se habría consolidado definitivamente  Al Ándalus, un país musulmán, arabizado y africano en la península, inmerso en  el mundo islámico. España habría desaparecido de la historia como país cristiano, latino y europeo, tal como desaparecieron las sociedades cristianas y latinizadas del norte de África.  La transcendencia de este hecho histórico  no permite exageración.  No es arbitrario afirmar, pues,  que si España siguió un derrotero  histórico distinto del magrebí se debió a la herencia política hispano-tervingia, sin la cual,  como ha expuesto convincentemente el historiador Luis García Moreno no habría sido posible la Reconquista. Solo esta versión casa con los hechos conocidos.  Cosa distinta es que algunos deseen reintegrar la península al ámbito musulmán-magrebí y, por aversión a la España histórica, insistan en borrar de la memoria los hechos que les disgustan.   

    

  

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