Expulsión del PCE(r)

(Después de la caída de la Operación Cromo (secuestros de Oriol y Villaescusa), los dirigentes que quedamos libres nos refugiamos en Alicante  para desde allí reorganizar el partido. Entre tanto, el secretario general sospechaba –es tradicional en partidos stalinistas– que yo quería desbancarle del puesto de máximo dirigente, y preparó una encerrona contra mí. Estas cosas, releídas cuarenta años después, no dejan de asombrarme)

   El pleno del comité central se celebró el 1 de mayo de ese año, 1977, en un piso de la calle Valdeacederas, de Madrid. Al abrirse las sesiones, el secretario general anunció  su propósito de leer un documento que no estaba en el orden del día.  “Como todo un eminente estratega que ha demostrado ser, el secretario llegó allí en plan de ofensiva por sorpresa. La sorpresa consistía en un furibundo ataque contra mí, elaborado a su exclusivo arbitrio, sin acuerdo ni información previa a la comisión política. Meses más tarde él mismo reconocía en un artículo:  Los camaradas, al empezar el pleno, se mostraron un tanto desconcertados cuando adelantándome a las críticas de Verdú (uno de mis nombres de guerra)  puse en conocimiento de todos las numerosas tentativas que Verdú había realizado para hacerse con una responsabilidad clave en la dirección del partido.  Y no era para menos de desconcertarse si tenemos en cuenta que mi presencia en la dirección, y en un puesto clave como propaganda, se debía, no a misteriosas tentativas sino a haber sido elegido en el I Congreso. (…)

   Por descontado, el peligroso personaje descrito en los papeles del secretario había estado saboteando permanentemente al partido, como demostraba hasta la saciedad su labor en organización después de la caída de febrero (tras la caída de la Operación Cromo, yo me había ocupado de reorganizar el partido);  había paralizado a todos los militantes, impuesto un brutal disciplinarismo y cortado toda iniciativa  a los desdichados que caían bajo su férula ¡Ah!, pero también era cierto que el perspicaz secretario había advertido en todo momento mis manejos y ocultas intenciones, si bien, con altruismo en verdad abnegado, había realizado no pocos intentos de “salvarme”… Quizá advirtiendo el efecto que causaban sus palabras, terminó su ofensiva con unas frasecillas conciliadoras.

      El buen secretario no creyó oportuno explicar cómo un trepador sin escrúpulos se había encargado en los momentos más difíciles precisamente de la tarea más complicada (la reorganización) y con numerosos cabos sueltos que seguían a merced de la policía, ni por qué se había opuesto a salir al extranjero, donde sin duda estaría más cómodo, ni cómo era que con tanto desbarajuste como se le achacaba  nos hallábamos reunidos, solo dos meses y medio después de la caída, con un comité central en gran parte renovado y ampliado, que convocaba además un segundo congreso. Nadie puede extrañarse de que los camaradas mostrasen desconcierto.

   Repliqué con dureza al desleal culebrón, y se entabló una interminable disputa sobre todo lo habido y por haber. El acusador, con previsión meritoria, había preparado a algunos elementos para que apoyaran su ofensiva, se nombró a sí mismo moderador, estimuló con cálido aliento a los que me atacaban , ponderando cuán provechoso  resultaba sacar a la luz los trapos sucios, y condenó severamente a los que “nos hacen perder tiempo” apoyando de un modo u otro mis posiciones . Pero al calor de las intervenciones fueron saliendo  más quejas y descontento de los que placían al buen líder (…)

   Del informe  del secretario general, si tenía alguna base creíble, solo hubiera podido salir mi destitución y la apertura de una investigación. Y si los cargos no resultaban verosímiles, pero sí al menos abrían margen a la duda, lo que se imponía era cuando menos la investigación. Precisamente fui el único en hacer una propuesta en tal sentido, propuesta que nadie se molestó en secundar, ni siquiera el propio acusador. Buena prueba de lo mucho que él creía su diatriba. Ninguna medida pudo ser adoptada contra el pernicioso oportunista por fin desenmascarado. Lo único claro es que él había creído su puesto amenazado por mí. Aquella escena alucinante  era solo el primer desprendimiento del alud que me caería encima.

   Vueltos a Alicante, Pérez (el secretario), Balmón y Brotons exigían que retirase mi crítica, puesto que la mayoría aplastante había votado a favor de su informe. No cedí: “Vamos, hombre, el centralismo democrático permite a cada cual retener su opinión, aunque en la acción acate la de la mayoría. En poco tiempo sabremos quién tiene razón”. Notaba que ellos empujaban el conflicto a la ruptura, a fin de impedir cualquier voz discrepante en el congreso.  Pero querían salvar la cara. Decidí no darles esa oportunidad. Si iban a ir hasta el final, debían quedar como lo que demostranban ser, unos sinvergüenzas. No intenté la menor maniobra con los hilos del partido todavía en mis manos, en parte por no darles pie a acusaciones de indisciplina, pero más aún porque la experiencia del pleno me había dejado pensativo respecto al grupo.

   Del pleno salí con mis atribuciones intactas, pero en Alicante los colegas se apresuraron a suspenderme de ellas, por su cuenta y riesgo. Me dio igual, porque esperaba al congreso, y así tenía más tiempo libre para reconsiderar la situación.

   Con todo, seguíamos oficialmente unidos y charlábamos con frecuencia, informalmente. Planeamos la fuga de los detenidos en Carabanchel. Desde la prisión, Delgado nos pasó detalles sobre unos conductos subterráneos, parcialmente explorados, aprovechables para construir desde fuera una galería. Se hicieron pruebas, pero se demostró impracticable. Propuse alquilar un sótano o bajo en un barrio no lejano y cavar desde allí un túnel en dos o tres meses. La idea fue rechazada porque exigiría mucho tiempo y aparato. Al final no se abordaba ningún proyecto. Delgado nos espoleaba criticando las indecisiones y descoordinación, y Pérez le replicó en una carta haciendo valer enérgicamente su autoridad. Se proyectó entonces una fuga espectacular: Hierro tenía una vaga noción de conducir helicópteros y se apoderaría de uno, al mando de la partida del Grapo, en una base de Getafe o por ahí. El helicóptero se dirigiría a la cárcel a una hora en que los presos salieran al patio y soltaría una amplia red para que los nuestros se colgaran de ella. A los centinelas se les tendría a raya disparándoseles desde el exterior, y la aeronave se alejaría velozmente, con el racimo de hombres agarrado a la red.

   Lo malo es que bastaba una bala bien apuntada para que la maniobra acabara en catástrofe total. Amén del peligro de que los huidos tropezasen con cables, etc. Tras muchas vueltas se abandonó la idea, porque las habilidades de Hierro en materia helicopteril daban qué pensar y robar el artilugio ofrecía serias dificultades.

   Adoptamos por último una modificación de mi plan: se cavaría un túnel, pero desde un punto próximo, el cementerio de Carabanchel. Cuando se alcanzaran los cimientos de muro carcelario se harían estallar potentes cargas de goma-dos para abrir un boquete por donde saldrían los presos.  Y, en efecto, unos grapenses abrieron un sepulcro y se dedicaron a excavar en horas nocturnas. Diseminaban la tierra por tumbas cercana. En dos o tres noches llegaron al muro del cementerio, tomándolo por el de la prisión. Al poco no paran ellos mismos entre rejas, pues el sepulturero reparó en la tierra escarbada y avisó a la policía, afortunadamente cuando los vampiros estaban ausentes. La prensa comentó el extrañísimo y algo macabro suceso, que no dejaba de tener bastante gracia.

    Para esas fechas, nuestras relaciones en Alicante se acercaban a la ruptura. Fue entrado junio, días después de masivas movilizaciones en Euskadi, donde perdieron la vida seis personas. Estábamos reunidos el secretario y tres o cuatro militantes más esperando al responsable de organización (Balmón), de vuelta de un viaje. El organizador trajo malas noticias. Sobre lo de Euskadi, ningún comité del partido había movido un dedo, con la reconfortante excepción del de Bilbao “¿Qué ha hecho?” “Tirar octavillas” “¿Cuántas?” “Bien, unas ciento cincuenta”.

   A ello se añadían otros desbarajustes : la comisión organizativa se había aislado repentinamente de los comités locales, debido a fallos técnicos. Estos descuelgues no eran nada nuevo, aunque no solían revestir las proporciones del actual. Desde la Cromo no se habían repetido.

 Me puse a explicar a Balmón la forma en que meses atrás teníamos proyectado robustecer el enlace de los grupos locales con el centro. Pero el secretario, que había quedado caviloso, reaccionó de pronto y se levantó de la silla, gesticulando acalorado. Sabía quién era el culpable de lo sucedido: ¡Luis! (es decir, yo). ¡Claro como el agua! La sorpresa de los demás no fue inferior a la mía. El sagaz descubridor  argumentó así: un enfollonamiento con los contactos como el que se había producido superaba a todos los del pasado, por lo que solo podía ser consecuencia de mi labor durante los dos meses y pico de reorganización. Otro tanto cabía decir de la parálisis ante las movilizaciones vascas.

   A esas alturas solo me fue posible reaccionar con tono de burla (después lo utilizaron acusándome de falta de seriedad), recordándoles la situación  tal y como se presentaba y las críticas hechas por mí a su informe del pleno y sus métodos.   Más y más excitado, Pérez clamó casi a gritos que mi cinismo resultaba increíble y que tenían que haberme expulsado hacía tiempo. Al fin exponía su intención secreta bien a la vista de todos. Se volvió con rabia a Balmón: “¿Tiene Luis la culpa, sí o no? ¿Está claro o no?” El interpelado miraba con apuro de acá para allá. “Hombre, no sé, hay que considerar también que él lleva tiempo fuera de la comisión y que, como ha habido que cambiar a varios de los que estaban con él, pues la comisión tiene poca experiencia y algunos se han embarullado en los contactos…”  Sus divagaciones quedaron cortadas con un fulminante “¡Eso es no decir nada! ¡Exijo una respuesta concluyente!” Respuesta que el fulminado siguió incapaz de dar. Penosa escena, sin duda. Y sin embargo Balmón era persona honesta, valerosa e inteligente, cualidades frecuentes en los sindicalistas (los de entonces, se entiende) . Pero le faltaba entereza de carácter, por lo que sus virtudes se transformaban en una trampa para él mismo (…)

   El descubridor de culpables, rehuyendo las miradas, cambió de frente y se dirigió a la puerta: “¡No vuelvo a poner los pies en esta casa!” gritó (era mi piso. También para mi abnegada compañera de entonces resultó muy reveladora aquella reunión, en principio informal). Los circunstantes salieron detrás . En la grabadora, en la habitación contigua, sonaba una bonita cancioncilla rusa (propiamente georgiana) Suliko, tantas veces escuchada esos meses. La apagué, algo mustio.

   A los dos días vinieron a verme como correveidiles Balmón y Brotons. Traían un conciso escrito para informar a los camaradas de que se me separaba del partido. Exclamé: “Bueno, yo creo que hay que terminar con este asunto”. A Brotons se le iluminó el semblante: “¿Quieres decir que te consideras fuera del partido?” ¡El muy jeta!, pensé para mí. Quieren empujarme al bordel del precipicio, pero que yo dé el salto “voluntariamente” para presentarme al congreso como desertor. “De ninguna manera. Quiero decir que hay que clarificarlo a fondo. Yo sigo a disposición del partido”. Su rostro recuperó la adustez. Los tres estábamos sombríos. “Ya te entregaré el documento que preparo”, dije.

   Volvieron poco antes del congreso. Me advirtieron que no asistiría a él y que debía quedarme en Alicante mientras durase. (…) Pasado el congreso retornó la pareja de recaderos. Nos sentamos, muy nerviosos. Brotons ponía gesto duro; Balmón y yo fingíamos menos. Balmón seguramente porque no las tenía todas consigo. El espectáculo del congreso debió de mezclar el alegre triunfalismo con lances poco reconfortantes. Yo, porque rompía una trayectoria, un empeño al que había sacrificado ocho años de mi juventud.

–Hemos discutido tu caso en el congreso. Tu documento lo han hojeado los camaradas… bueno, casi todos. Se ha comprendido muy bien tu posición. De todas formas, si quieres escribirnos algo para el Bandera, lo publicaremos –aseguraba Balmón.

–Por tu bien y por el del partido consideramos que lo mejor es que emigres al extranjero. Sabes muchas cosas y si te cogen aquí no tenemos la certeza de que no hables. Nosotros estamos dispuestos a facilitarte la salida –concretaba Brotons.

(De un tiempo y de un país)

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“Hay alguien más despreciable que el verdugo…”

**Feria del libro, Madrid 

Caseta 237: “De un tiempo y de un país” (memorias), “La guerra civil y la democracia en España”, “Los orígenes de la guerra civil”.

**237: Los personajes de la República vistos por ellos mismos” “El derrumbe de la República” “La quiebra de la historia progresista”

**Caseta 176 (Esfera de los libros): “Sonaron gritos y golpes”, “Años de hierro”, “Los mitos de la Guerra Civil”

**”176: “Los mitos del franquismo”, “Nueva historia de España”, “Europa, una introducción a su historia”.

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No obstante, si usted se rebelaba contra el franquismo solo podía ser porque se sentía oprimido por él, como muchas otras personas. Después de todo no puede negar usted que fue una dictadura.

 R. Bien, eso requiere mucha explicación, empezando por el ambiente social y universitario… ¿Era opresivo el franquismo? Yo diría que muy poco, que había en él más libertad personal que ahora mismo, cuando tenemos una sociedad ultravigilada con cámaras de televisión por todas partes, controles para entrar en los edificios públicos, periódicos, urbanizaciones, etc; con presencia policial muy fuerte y policías privadas… cosas que no existían. Hoy existen además facilidades para entrar en tu intimidad por internet… Y sobre la libertad política creo que ya hemos hablado y no quiero repetirme.

   Y, claro, puede ud llamarle dictadura, pero hay dictaduras y dictaduras como hay democracias y democracias, repito. La dictadura de Franco, muy poco dura después de los años 40 en que debía afrontar problemas muy graves, dejó un país espléndido. La de Castro deja un país ruinoso y lleno de odios, pese a lo cual disfruta de muy buena prensa entre tantos “demócratas”. Y la democracia española actual es una mezcla de corrupción, de tensiones separatistas y de intentos de imponer desde el poder una versión de la historia, de intentos de disolver la soberanía por parte de unos políticos delincuentes, pero “elegidos”. Una democracia fallida. De no ser por la herencia social y económica del franquismo el país, la sociedad, se habría ido a pique hace mucho, y hoy resiste malamente. Para la inmensa mayoría el franquismo no fue opresivo. Lo era para quienes luchábamos contra él, que éramos muy pocos y totalitarios. Pero hasta los comunistas y “demócratas” proetarras disponían de prensa legal, como Cuadernos para el Diálogo o Triunfo, y como se vio cuando vino Solzhenitsin a explicar algunas cosas básicas.

Otros pintan un cuadro muy distinto de aquella época.

R. Sí, como Cebrián o Ansón, de quienes me he ocupado un poco en Los mitos del franquismo. Pero antes de seguir  déjeme que le aclare otro punto sobre el terrorismo. En España los cambios de opinión y actitud política han sido espectaculares, aunque casi nadie se ha molestado en explicarlos. Por mi parte he dejado unas memorias De un tiempo y de un país, sobre mi época comunista. Está prácticamente agotado, aunque en la Feria del Libro, en la caseta 237, puede adquirirse todavía..  

  Bien, como saben, la ETA ha gozado de la estima y la admiración soterrada de toda la izquierda y los separatismos en España (El GRAPO no ha tenido la misma suerte, por razones que he analizado en otros lugares). Una estima compartida por una parte creciente de la derecha, es decir de todo el arco político español, prácticamente. Durante el propio franquismo, la ETA disfrutó de enormes apoyos, y lo hizo precisamente cuando empezó a asesinar, en el año 68 y precisamente porque empezó a asesinar, como he expuesto en mi libro sobre los nacionalismos vasco y catalán. Me refiero a estas cosas porque nadie las dice. Gran parte de la Iglesia, no solo en Vascongadas, apoyó a la ETA, y lo hizo prácticamente toda la oposición antifranquista, aparte de gobiernos como el francés o el argelino… La apoyó gran parte de la misma prensa legal.  Juan Tomás de Salas, promotor del “Grupo 16, tan influyente al final del franquismo y después, ha escrito que consideraban a la ETA “de los nuestros”, y expuso cómo la apoyaban en Cambio 16 (no eran los únicos ni mucho menos): “Son múltiples los ejemplos del insidioso apoyo a los terroristas que los órganos de prensa pueden prestar (…) Todos hemos asistido y algunos participado, en posiciones de insidiosa neutralidad en el fondo favorable a los terroristas. Durante la vigencia de la dictadura del general Franco, los órganos de prensa democráticos (¡menudos demócratas!) jugamos ciertas veces ese papel. Los terroristas no asesinaban sino que los guardias “morían”. Los atentados eran a veces “ejecuciones”. Los casos de torturas policíacas que podían escapar al lápiz rojo del censor recibían una gran importancia gráfica y con ello se dotaba a los terroristas de una coartada política indudable”. Etc.

 La admiración a la ETA llevó  primero a ofrecerle la “solución política”, muy promovida por “El País”, lo que significaba entender el asesinato como un modo de hacer política y socavar el estado de derecho. En Los nacionalismos vasco y catalán en la guerra, el franquismo y la democracia he examinado sus consecuencias.  Aznar, sobre todo gracias a Mayor Oreja, rompió esa dinámica y llevó a la ETA al borde de la extinción. Obviamente, esto no podían consentirlo sus admiradores, de modo que ZP rescató a la ETA de su miseria, recompensó sus crímenes con legalidad, dinero público, presencia institucional, proyección internacional, lexcarcelaciones,  etc. Y Rajoy ha proseguido la misma política, incluso incrementándola.

   Uno podría preguntarse cuál es la razón de tanta complicidad con un grupo de asesinos profesionales y partidario de destruir la nación española. Con respecto a la izquierda hay un claro fondo de afinidad ideológica: toda ella coincide en casi todo con las ideas de la ETA, y se identifica política-históricamente con el Frente Popular. Y resulta que la ETA guarda en sí misma los elementos clave de aquel frente: es de izquierda, socialista y separatista. El FP fue precisamente la alianza de izquierdas y separatistas.

   Pero es que además, la ETA es y fue antifranquista, como toda esa gentuza, como ha llegado a serlo el PP. Todos aquellos antifranquistas apoyaban a los terroristas (y no solo en España, recuérdense los movimientos de solidaridad con la ETA en Europa,  incluso de gobiernos como el sueco o el holandés o el portugués). Pero hay una diferencia entre la ETA y esos antifranquistas de salón, insidiosos y llenos de maledicencia contra aquel régimen, al que pintaban y pintan con los colores más negros. Pues la ETA luchaba realmente y dañaba de verdad al franquismo, mientras que los antifranquistas de salón no luchaban contra él, a menos que consideremos lucha ciertas intriguillas sórdidas. Por el contrario, prosperaban descaradamente en aquel régimen al que tachaban al mismo tiempo de opresor, explotador, destructor de la democracia, causante de una guerra civil ultramortífera y cuajada de crímenes fascistas, etc. Prosperaban incluso en el aparato estatal de aquella dictadura terrible. ¡Es que menudos demócratas hemos tenido y tenemos! ¡Y cada vez son peores!

   Naturalmente, todo eso les ha creado cierta mala conciencia y una admiración inevitable por unos etarras que se arriesgaban a la cárcel o a la muerte. Hay que decir que muchos de esos admiradores querían hacer carrera y creían que los etarras eran en el fondo unos chavales valientes pero ingenuos y sin idea de política, así que  les harían el trabajo sucio y cuando cayera el franquismo les dejarían el espacio político a ellos, que para eso eran tan listos y tan demócratas.  Se llevaron un chasco, porque los etarras eran mucho menos ingenuos de lo que estos golfos creían, y no estaban dispuestos a hacerles el caldo gordo. Los atentados no solo prosiguieron desde la transición, sino que se multiplicaron. Pues bien, a pesar de ello, persistió el amor y admiración inconfesado hacia aquellos “valientes”, y la disposición a “recoger las nueces” de sus crímenes. Los “demócratas” recibían golpes que les hacían chillar y “condenar enérgicamente” a la ETA, pero seguían enamorados de ella, una especie de amor-odio y siempre dispuestos a “dialogar”, a “negociar”. Salvo con Aznar, repito.

 Algunos socialistas me han criticado por denunciar la complicidad del PSOE y de sus gobiernos con la ETA, y me recordaban que la ETA  había matado a algunos socialistas. “Cierto, les he dicho. Pero las afinidades ideológicas y políticas del PSOE con los terroristas, y el PSOE tiene también un largo historial terrorista, esas afinidades  son tan fuertes que ha considerado esos asesinatos como un problema menor, dentro de su estrategia de complicidad de “diálogo” y solución política. 

    Antifranquismo, proseparatismo y proetarrismo van juntos. Siempre me pareció aguda la frase de Marx: “Hay alguien más despreciable que el verdugo: el ayudante del verdugo” En este caso, “hay alguien más despreciable que los terroristas etarras, sus cómplices antifranquistas”.

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Una hora con la Historia”: Por qué la invasión musulmana supuso, en efecto “la pérdida de España”. Y por qué las explicaciones corrientes sobre las causas de la caída del reino hispanogodo son falsas / Un ejército cipayo en una democracia fallida: https://www.youtube.com/watch?v=gPfwHFVzIdo&t=1s

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“Vosotros hacéis lo que queréis…”

Una hora con la Historia”: Por qué la invasión musulmana supuso, en efecto “la pérdida de España”. Y por qué las explicaciones corrientes sobre las causas de la caída del reino hispanogodo son falsas / Un ejército cipayo en una democracia fallida: https://www.youtube.com/watch?v=gPfwHFVzIdo&t=1s

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Pero a comienzos del 74, la persistente agitación de la rama gaditana orientó decididamente el olfato policial hacia nuestro grupo. Y así fue como un mediodía de febrero, mientras comíamos Chistu y yo  en el más bien sórdido barracón de contratas de Euskalduna, de largos bancos, largas mesas y una hilera de hornillos eléctricos ante los que se hacía cola para calentar las tarteras, leímos la mala nueva en un periódico prestado: una amplia redada había dado al traste con la organización andaluza. Pese al hábito de vivir bajo la espada de Damocles de la pesquisa policial, sufrimos un rudo sobresalto. La prensa mencionaba decenas de arrestados, armas, planes terroristas, etc.

   Chistu reaccionó, como noté, con cierto tono  ambiguo. Su ansiedad no le impedía un extraño contento. Y es que trabajando aislados, sin más noticias de los restantes comités que las ofrecidas por Bandera Roja (el órgano de la OMLE) –y el militante sabe, lo confiese o no, que las informaciones de su propaganda pecan de triunfalistas, cuando no sencillamente de fantásticas–, veía inequívocamente confirmada la existencia de nutridas células de camaradas en otras ciudades. Era comprensible, aunque me enfadó su sonrisa mal reprimida.

   Ignorábamos las repercusiones del desastre, pero confiábamos en salir a flote en cualquier caso. Los informes no tardaron demasiado: el aparato central se mantenía. La policía había localizado a los activistas de Cádiz en los astilleros y, a través de los interrogatorios y de sus propios rastreos, a los de Córdoba y a varios de Sevilla, extendiéndose la cacería hasta Madrid. El duro revés testimoniaba como mínimo graves descuidos, aunque, por otro lado, debían esperarse golpes así, habida cuenta de nuestra prolongada impunidad: por fuerza debían haberse aflojado varios tornillos en el mecanismo clandestino.

   El desastre rondó a la propia cabeza de la OMLE. De repente los directivos se encontraron sin saber dónde refugiarse, inseguros de si sus pisos estarían cantados o vigilados. Menudearon esas escenas cómicas siempre mezcladas con las dramáticas. Habiendo conseguido la llave y la dirección de una vivienda, marcharon por tandas hacia ella. Pero el encargado de localizarla había olvidado su situación exacta, y se juntó medio comité central en plena calle, con la psicosis de la persecución, pendientes del olvidadizo, a quien presionaban con ira mal cotenida para que les sacara del atolladero. Hay que imaginarse la escena: un puñado de clandestinos con la policía en los talones como quien dice, sin refugio, bramando en sordina de cólera y nerviosismo. El culpable, incapaz de soportarlo, partió con otros a probar fortuna, e introducía la llave en la cerradura de varias puertas, para horror de sus acompañantes, que se veían ya en la cárcel, denunciados como rateros o por allanamiento de morada. No se sabe cómo salieron bien del peliagudo lance: dieron con la casa y repusieron fuerzas y nervios  momentáneamente.

  Ironías del destino: fue un aristócrata quien, por amistas personal con uno de los dirigentes, Delgado de Codes, facilitó entonces refugio a la OMLE. (Delgado de Codes moriría unos años después a manos de la policía. Su amigo aristócrata le decía: “No sabes cómo os envidio. Vosotros hacéis lo que queréis. En cambio yo… La mujer, el trabajo…”.  En “Recuerdos sueltos: http://www.libertaddigital.com/opinion/fin-de-semana/flan-con-nata-1276231117.html )

   Estas primeras caídas extensas de la organización (unas 30 detenciones)  me obligaron a dejar Bilbao poco después (…)

En Madrid me contaron que acababa de desertar el tercer miembro del comité de redacción. Me extrañó una barbaridad. Era un antiguo estudiante, perspicaz, muy serio, rígido e intransigente. Muy stalinista. Mentaba con sumo desdén a quienes se marchaban de la OMLE. Antes de mi partida a Bilbao charlábamos a menudo, y recuerdo sus expresiones: “Hoy la juventud solo tiene una salida: la revolución, la rebeldía. Las demás conducen al vacío, a la autodestrucción”.  Tuvo una hija, así como un empleo con excelentes oportunidades de ascenso; supongo que tan felices sucesos entibiarían su stalinismo. Al irse volvió a creer en la propiedad privada  y reclamó una Olivetti portátil. Pero yo seguía  sin creer en dicha propiedad, y la máquina quedó para el partido, y posteriormente para mí. Con ella escribo este libro. Máquina humilde, pero dura y resistente. Al que fuera su propietario le apodábamos, burlones “el Excombatiente”. No obstante, quién le reprocharía nada, al cabo de los años. Aún siendo la revolución la única salida, como él aseguraba, no era una salida alegre.

   Por supuesto yo no era menos rígido e intransigente. Mucho después, hacia 1987, lo encontré casualmente en la calle. Se había divorciado y había trabajado en algún organismo de Naciones Unidas. Quedamos en vernos con Enrique Bustamante , hoy catedrático en la Universidad Complutense y compañero de la Escuela de Periodismo, militante en el PCE(i) –“i” de “internacional”, un grupillo prochino al que considerábamos “oportunista de izquierda” o “pequeñoburgués radicalizado”–. Los tres habíamos coincidido una temporada en un chaletillo cerca del barrio de Peñagrande, antes de la aventura omliana. Yo conocía el sitio porque Bustamante me había dejado ocasionalmente una habitación para ir con una amiga, y después pasé una temporada en él. Era la típica vivienda compartida por estudiantes progres de la época : “Recuerdos sueltos”:  http://www.libertaddigital.com/opinion/fin-de-semana/de-comunista-a-teologa-1276237345.html )

(De un tiempo y de un país. En caseta 237, Feria del Libro de Madrid)

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La pareja había estado charlando con el socialista en una terracilla de Hervás, bajo una parra, tomando vino o cerveza. Pero de eso habían pasado ocho años enteros (…). Aquellas habían sido las primeras vacaciones que el ahora andariego se había tomado en mucho tiempo, y viviendo todavía en la clandestinidad. La chica había ahorrado al efecto doce mil pesetas trabajando como asistenta.(…)  La penuria y  esa extraña furia compañera del ideal bolchevique introducían a veces una dosis de mal humor. Tiempos arduos, sobre todo para ella, arrastrada a una clandestinidad inevitable y ya sin el soporte de unos ideales a los que él continuaba aferrándose (…) Casi deliberadamente buscaba él ir al extremo y echar a rodar todo asidero que le quedara, añadiendo sufrimiento al sufrimiento (…)

   Habían salido de  Hervás para volver a Béjar. El viajero tiene o tenía un sentido del humor algo extravagante, sobre todo cuando las cosas iban peor. En un calor de agobio ponderaba lo agradable del fresquillo reinante, y lo hacía con expresiones de pedantería rebuscada. O soltaba: “Vamos a atravesar la carretera, y así cruzamos al otro lado”. Estas bobadas a veces divertían a la chica, pero más a menudo la exasperaban, lo que él no hacía nada por evitar. Se habían parado a la sombra de unos pinos, momento agradable a no ser por las moscas, que a ella, ya nerviosa, la molestaban mucho. El viajero había dedicado un rato a matarlas, cazando algunas al vuelo y calculando absurdamente que, dada la distribución regular de moscas por metro cúbico, con eliminar las correspondientes el lugar quedaría libre de ellas. Luego, muy fastidiada por el calor y la necesidad de intentar el autoestop, ella se quejaba. Su compañero, impertinentes, le había echado a la cara agua de la cantimplora, para refrescarle el temple, y ella se había revuelto como una tigresa, clavándole las uñas en el brazo. Al ver algo de sangre se había detenido en seco, sintiéndose culpable, lo que él había aprovechado para continuar con sus estúpidas chanzas, hasta hacerla reír un poco. Pero el tiempo corre, siempre con consecuencias, y lo pasado, pasado.

   Ocho años después, el viajero se da cuenta de que no reconoce Hervás. Le queda solo una impresión nebulosa de callejuelas enrevesadas, de una lápida en español y en hebreo, apenas nada más…

   (Viaje por la Vía de la Plata)

  

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La normalidad del peligro / El pavor disipado

Poco a poco se reanudaban los contactos y la OMLE andaluza recuperaba su vigor después de las caídas. Aunque no sin contratiempos. Era difícil, por no decir imposible, controlar estrictamente desde Madrid lo que ocurría en el sur, y no podíamos evitar apoyarnos en sujetos insuficientemente probados. En Sevilla destacó un universitario más enérgico y eficaz, haciéndose pronto indispensable. Tardamos dos meses en averiguar que el pájaro  practicaba poco menos que la extorsión  a los camaradas a fin de asegurar las cuotas ante Madrid, y que falseaba los informes. Con un listillo de su cuerda se había montado una especie de harén con las militantes, valiéndose de las historias del teórico freudo-marxista Reich como arma ideológico-ligona (…)

    En Madrid, la comisión ejecutiva estaba “liberada”, es decir, cobrábamos del fondo de la organización un exiguo salario. Los que tenían más tiempo libre, o el prurito de ahorrar al máximo, se buscaban empleos ocasionales: Collazo en la construcción; Sánchez Casas como repartidor del diario Ya; yo, del Arriba. Así lográbamos unos pequeños sueldos e información sobre direcciones de gente que considerábamos enemiga. Esos datos, todavía no utilizables, terminaron perdiéndose. También me saqué la cartilla de marinero, con el pretexto de que acaso tuviera que huir en malas condiciones.  Embarcarme fue una ilusión incumplida de mi juventud.

   He hablado de vida normal. Lo normal para nosotros consistía en aquella doble vida, plagada de incertidumbres que, por lo habituales, corríamos como una especie de rutina.

   La comisión armada, o militar, se arriesgaba más, lógicamente. Un objetivo difícil fue la expropiación de automóviles que se intentaba realizar con técnica  y seguridad, a fin de evitar el azaroso errabundeo nocturno. Alguno se empleó en un taller mecánico, con vistas a reproducir las llaves de los coches llevados a reparar, pero no dio buen resultado. Se sucedían los planes, con escasos avances efectivos. En cambio solían ir mejor las acciones inmediatas.

   Aunque no siempre. Un día entraron en una tienda para apoderarse de unas multicopistas. Era un primer piso y solo estaba presente una mujer joven con su hijo de corta edad. Intimada a tirarse al suelo, la chica obedeció al instante. Mas he aquí que el niño se puso a berrear, y la madre más y más nerviosa. Hasta que se irguió, encarándose con los omlianos: “Ustedes no pueden hacer esto” “¡Señora, al suelo o lo va a lamentar!” Pero algo en el tono del omliano denotaba vacilación, y ella corrió a la ventana gritando en demanda de auxilio. Frente a la puerta se empezaba a arremolinar la gente. Ante el panorama, los frustrados expropiadores optaron por evaporarse, cruzando como exhalaciones el corro de mirones indecisos 

Aunque no se reivindicaban, nos interesaba que la prensa diera noticia  de las acciones, por crear una impresión de auge de la resistencia al régimen. Pero no salía una palabra en los periódicos. Cuando el asalto a la Jefatura del Movimiento en Vallecas, recurrimos a la añagaza de telefonear a Fuerza Nueva para contarles lo ocurrido, fingiéndonos escandalizados y advirtiéndoles que se rumoreaban que habían sido ellos mismos los autores. Al otro lado del hilo bramaron de indignación y agradecieron la supuesta confidencia, pero tampoco publicaron una línea.

   Dado nuestro aislamiento respecto a la opinión pública propuse confeccionar un boletín especial para periodistas, sintetizando notas, artículos y octavillas de la OMLE, e informaciones que  nos interesara divulgar, pero otros pensaron que cuanta menos publicidad, mejor, pues así la policía estaría menos encima de nosotros. (…)

   Encontré un resquicio para escapar al hastío de la propaganda ocupándome nuevamente del sector estudiantil. Tuve que plantar cara a una tendencia “oportunista” que provocó una escisión, pero pasado el verano, el grupo estudiantil estuvo en condiciones de lograr un meritorio éxito al torpedear en varias facultades las elecciones a delegados. El PCE y la mayoría de los partidos de oposición apoyaban tenazmente estas elecciones, motejadas por nosotros de fascistas, al patrocinarlas las autoridades.

   El empuje de los estudiantes les creaba  la urgente necesidad de un aparato autónomo de propaganda. Se supo de una multicopista existente en el local de un semanario vagamente democrático, iniciador de la moda llamada por un tiempo pornopolítica: la revista Gentleman, título inglés muy apropiado para los ejecutivos agresivos que con ánimo audaz  se entregaban a una meliflua oposición al franquismo. Gentleman se transformó por entonces en Guadiana. No teníamos el menor motivo para simpatizar con aquellos señoritos. En su redacción trabajaban afiliados a partidos de izquierda, incluyendo a nuestro informador, sobre los cuales podían recaer sospechas si se efectuaba la expropiación. Para evitarlo, procuraríamos que el golpe se atribuyese a los fachas.

–Es una provocación. No debemos caer en ello.

– De provocación, nada. Necesitamos la máquina y a los fachas no los va a perseguir la policía, ¿verdad? Así que bien se les puede cargar el muerto ¿O es que han pescado a los que queman librerías? Además, en el fondo los de Gentleman son fascistas. Solo intentan salvar a los monopolios de la crisis del régimen. Y tienen dinero de sobra.

(De un tiempo y de un país, caseta 237 en Feria del Libro de Madrid)

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Sentado en una piedra a la sombra del arco, el tuercebotas estará imitando probablemente a muchos hispanorromanos que, generación tras generación, también se sentarían al atardecer por aquellos lugares, a charlar y disfrutar de la vista hacia el norte. Generaciones de paz romana, siglos enteros, aunque les llegaran noticias lejanas de guerras y batallas. El imperio se levantaría ante ellos como la fachada, vagamente opresiva, de lo inmortal. Al llegar el cristianismo habría habido alguna conmoción, quizá disturbios y muertes. No suponía mucho menos que un cataclismo aceptar una religión que hacía tabla rasa de las creencias anteriores, garantes de la estabilidad imperial y consoladoras para muchas generaciones, Hasta que un día bajarían hasta Cappera nuevos invasores bárbaros.

   Mientras come bajo el arco, absorbiendo la placidez del momento en la sombra que se evade lentamente, el viajero considera cómo habría reaccionado los caparrenses ante la aproximación del peligro. Qué sentirían aquellos días los que durante años habrían acudido a disfrutar de la sociabilidad, o a murmurar, intrigar o tomar el fresco a las puertas de la ciudad. Habrían pensado en sus familias, en sus pequeños hijos, en sus propiedades amenazadas. La mirada al paisaje se habría tornado angustiada. Unos huirían, otros esconderían sus joyas y dineros con la esperanza de que el enemigo pasara rápidamente, los habría que llamaran a organizarse y resistir, o que pensarían en congraciarse con los invasores para, como servidores de ellos, ganar posiciones en la ciudad o lo que quedara de ella, o calcularan aprovechar el desorden para saquear o cumplir venganzas personales… Muchos esclavos tal vez aprovechasen para escapar u ofrecerse a los bárbaros contra sus ex amos.

   Como fuere,  a aquellas gentes  hechas a la tranquilidad pública desde tiempo inmemorial, debieron parecerles las invasiones doblemente horrendas: por su incapacidad para resistirlas y por la impresión de derrumbe del mundo. Ni en el aire ni en la tierra queda el menor eco de aquel pavor, si no es la propia inexistencia actual de la ciudad. Los germanos tuvieron que llegar por la magnífica calzada, desprovista desde tanto tiempo atrás de su primordial función militar y de conquista romana. Después de los sucesos, Cappera debió de sostenerse a duras penas hasta perderse en el polvo y las matas.

   (Viaje por la Via de la Plata)

 

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La incertidumbre y la razón / El tiempo contra el espacio

   Hemos visto que la incertidumbre envuelve y empapa la condición humana. No obstante podríamos decir que a pesar de ello la vida no discurre de manera puramente azarosa y arbitraria, sino que dentro de ella podemos obrar con orden y sentido, al menos con cierta dosis de ello. Aunque sería más adecuado decirlo al revés: conseguimos actuar con cierto orden y sentido, pero dentro de la incertidumbre radical aludida por Omar Jayam. Para afrontar la incertidumbre, tanto parcial como radical, el ser humano ha sido dotado del instrumento que llamamos la razón.

  La razón funciona al menos de dos maneras: como cálculo y como ordenamiento. En la vida corriente y vulgar calculamos, por ejemplo,   el tiempo y el esfuerzo o el dinero que nos costará un objeto que deseamos, o las medidas de o para algo que haremos, y de acuerdo con ese cálculo solemos obrar, generalmente (aunque no siempre) con errores de poca monta. Pero conforme subimos de los objetos o asuntos más triviales a los de mayor alcance o que exigen un plazo más prolongado, el cálculo se vuelve más difuso, los riesgos aumentan y las probabilidades de acierto decrecen. Así cuando nos proponemos un negocio de gran alcance, práctico o vital, como una profesión o el emparejamiento o la formación de una familia. Concebimos un proyecto, guiados por nuestro deseo, y la razón nos dice a menudo que debemos rechazarlo o renunciar a él  por “irreal”, es decir, porque sus posibilidades de éxito son remotas o porque el esfuerzo o gasto exigido es superior al logro esperado.

   No obstante, incluso en el nivel más doméstico, la razón opera solo parcialmente: los cálculos de medios y fines varían mucho de una persona a otra, de modo que alcanzar un objetivo o un objeto puede justificar un esfuerzo muy grande para unos y parecer a otros indigno de cualquier esfuerzo. Y  los impulsos humanos, el empuje de los deseos, puede inducir a acciones “irracionales” en el sentido de que sus probabilidades de éxito sean mínimas o demasiado costosas. Esto es frecuente y origen de grandes decepciones, pero, contra lo que decidiría una mente racionalista, lleva al éxito en ocasiones no muy raras, por intervención de azares o de factores imponderables que existen siempre. Ello se percibe de forma especial en la guerra, cuando la lucha a vida o muerte introduce factores difíciles de calcular, como el valor, la cobardía,  la desesperación, la osadía… Pero de forma más atenuada se da también en la vida “normal”.   De modo que la acción humana siempre se mueve entre el cálculo racional, impulsos difícilmente controlables por la razón,  y factores que escapan al cálculo racional.

    Pero además del cálculo racional aplicado mejor o peor en condiciones corrientes, la psique necesita enmarcar sus actos, su vida,  en un conjunto general, ordenado o jerarquizado,  que dé sentido a las acciones parciales. El ser humano, desde los principios, ha intuido o sentido que esta es una pretensión imposible –de ahí la religión–,  pero en la civilización europea, desde la Ilustración, se ha mantenido la idea de que la razón puede abordar y resolver este problema. El resultado son las ideologías. Y su abocamiento, la II Guerra Mundial. Cabe sospechar que la civilización europea nace con la II Guerra Púnica y termina con la II Guerra Mundial. A ello dedicaremos la próxima sesión de Una hora con la Historia.

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 Tiempo y espacio –pensó Santi dirigiéndose a un interlocutor imaginario–, ese es el marco de la realidad, según se dice. Lo real es lo que existe. Lo real es lo que podemos enmarcar en tiempo y espacio, se dice, y tenemos la ilusión de que esos dos conceptos son armónicos y complementarios. Pero no lo son, son enemigos entre sí. De hecho lo real es lo espacial, lo que podemos ver y percibir con los sentidos, ¿entiendes? Cuando pensamos en algo real queremos decir material, y lo abstraemos del tiempo sin pensarlo. Sentimos que Madrid es real, al margen del tiempo, aunque haciendo un esfuerzo mental sabemos que antes fue más pequeño, por ejemplo, y que en otro tiempo no existió o que dejará de existir antes o después.  Y la masa es también espacio, decimos que ocupa espacio, pero esa es una forma de no decir nada: es espacio o bien el espacio es masa. O materia, como prefieras.  Atiende: si aceptamos que toda la masa del universo estuvo concentrada originariamente en un punto sin dimensiones, al producirse la Gran Explosión el espacio no puede ser otra cosa que materia, una forma de materia. Es difícil de concebir, pero no puede ser de otra forma, pues ¿de dónde saldría entonces el espacio que imaginamos vacío? En cambio el tiempo lo concebimos enseguida como algo distinto del espacio, es decir, de la realidad. El tiempo es el enemigo de la realidad: ayer era, hoy ya no es. ¿Qué digo? Lo real está convirtiéndose en irreal de manera constante, irrevocable, a cada instante. El tiempo mata la realidad sin tregua, va destruyendo la materia, el espacio, y terminará aniquilándolo por completo.  Decimos que es real lo que existe, pero el ayer, todo lo que existía ayer,  dejó de existir, dejó de ser real. Y cuando alguien muere nos quedamos estupefactos porque no entendemos… Fulano pasó al “no ser” como decía un epitafio. El espacio, la realidad, tratan de subsistir, minadas constantemente por  el tiempo…

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