Este fin de semana comienza la Feria del libro de Madrid. El sábado firmaré de 19 a 21 en la caseta 94, de “Encuentro”. Los libros De un tiempo y de un país, Por qué el Frente Popular perdió la guerra, Galería de charlatanes y la novela Cuatro perros verdes, se encontrarán de preferencia en la caseta 205, de “Actas”.
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Tiempos belicosos
El convento de La Rábida, en el sureste de España, irradia una intensa sugestión. Situado sobre una altura que domina estratégicamente la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel y una vasta extensión de mar, hoy lo ameniza una repoblación forestal y no lejos se alzan industrias, pero originariamente le prestaba un dramatismo desolado el entorno de dunas y lomas. Según informes algo legendarios, allí habrían erigido los fenidos un altar o templete a Melkart, dios de Tiro protector de la navegación. En tiempos romanos se llamaría Peña Saturno, con un templo dedicado a Proserpina, la diosa que vivía seis meses bajo tierra. Su nombre actual debe de provenir de “ribat”, tal vez un monasterio almorávide de monjes guerreros. Tras su reconquista pasaría breve tiempo a la esotérica orden de los templarios y ya a principios del siglo XV se construyó el edificio actual para los monjes franciscanos. Este pasado enigmático aumenta la fuerza evocadora de la historia real comenzada un día de comienzos de 1485, cuando se presentó allí Cristóbal Colón en condiciones precarias, al parecer huyendo de Portugal. Así comenzaría un episodio crucial en la historia de España, y desde luego en la del mundo, culminada en 1492. Fue un año prodigioso en que España había culminado la parte religiosa de la Reconquista, se había dotado de la lengua más normalizada y en ese aspecto más evolucionada, y había descubierto un nuevo continente, suceso que cambiaría la historia humana. Es muy difícil explicar a qué se debían estos logros y por qué ocurrieron en España y no en otros países, si bien tenían que ver, sin duda, con la reorganización del estado por los Reyes Católicos y con ciertas tradiciones… Los portugueses –que también se consideraban españoles, según Camoens– se adelantaron en las costas de África y el Índico, pero no cruzaron los grandes océanos (Atlántico y Pacífico) hasta después de los españoles, y el caso de los vikingos apenas pasa de anecdótico. Se arguye que, dados los avances técnicos europeos de la época, la travesía de Atlántico era prácticamente obligada, siendo irrelevante quién la realizase primero. Esto sería verdad si pasáramos por alto que los imperios chino y otomano disponían de técnica suficiente para hacerlo y no lo hicieron; que, entre los europeos solo Inglaterra, Holanda y Francia lo intentaron, pero sin conseguir imitar las empresas españolas hasta un siglo largo después, y sin apenas pasar hasta entonces de la piratería y el tráfico de esclavos; y que la exploración del mundo no se realizó como aplicación mecánica de la técnica, sino con enormes sacrificios, naufragios, motines, hambres, luchas con los nativos de las nuevas tierras, intrigas, dineros, leyes, etc. Sin el espíritu que incitaba a arrostrar tales adversidades, la técnica no habría valido de mucho. (Hegemonía española y comienzo de la Era Europea)
“Clausewitz explica en De la guerra: “En la guerra todo parece tan elemental (…) que por comparación el problema más simple de matemáticas superiores nos impresiona por su dignidad científica, (pero) Quien no tenga conocimiento personal de la guerra no puede concebir dónde residen las dificultades del asunto ni lo que realmente ha de hacer el genio, y las extraordinarias cualidades mentales y morales exigidas a un general”. Las perspectivas de derrota se presentan como un terrible mal, grave humillación en el mejor caso, y en el peor la servidumbre o la aniquilación política, cultural y hasta física de sociedades enteras. Impone así una tensión extrema a los pueblos, dentro de ellos a los hombres que afrontan directamente la muerte, y obliga a cultivar un endurecimiento anímico ante el destino. Exige en las culturas complejas vastos aparatos técnicos y económicos y una dirección capaz de actuar con inteligencia, valor y serenidad, de plantear la guerra en conjunto (estrategia) y las campañas y batallas parciales (táctica). En el resultado obran muchos factores, incluido el azar, y de modo especial la destreza y voluntad de vencer de los jefes, de modo que con bastante frecuencia los menos vencen a los más. En cualquier caso, el tiempo de los Reyes Católicos fue notablemente belicoso. España debió enfrentarse militarmente a poderosos enemigos, empezando por Francia y la piratería magrebí. Esta no tenía capacidad para revertir la Reconquista, pero sí para ejercer un dañino y permanente desgaste sobre las costas y el comercio, máxime con la irrupción de la mucho más poderosa Constantinopla, con quien España iba a entrar en conflicto permanente y agotador (Hegemonía española y comienzo de la Era Europea)
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Cuestión de supervivencia
**Uno de los cambios más fantásticos de la transición fue el biográfico: miles de franquistas de toda la vida se transformaron de la noche a la mañana en antifranquistas de toda la vida. Miles de sujetos que prosperaron hasta como funcionarios del régimen habían luchado contra él, o al menos sufrido un cruel “exilio interior”. Para que luego digan que la magia no existe. (“De un tiempo y de un país”)
**Decía Ónega de la Transición: “Parece un cuento, porque todo fue fantástico (…) Quizá nunca en la historia de España hubo una coincidencia de tantos nombres ilustres, de tanto talento, de tanto proyecto de futuro”. Empezando por el propio Ónega, que de portavoz de la Guardia de Franco proyectó su futuro como demócrata de toda la vida.
**Ayuso, Losantos, Feijoo, el Saunas, Espinosa, Cayetana, Bolaños, Bonilla, Iglesias,Alvise, Montero y tantos más, tienen algo muy fuerte en común: ven amenazados sus chanchullos y su propia supervivencia por VOX, y tratan de hundirlo a toda costa. Les une esa “sublime obsesión”.
**Como estamos viendo en Canarias, nos acercamos a un momento en que expulsar a esas masas de enemigos de España será una cuestión de simple supervivencia.
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El estreno del GRAPO
El Grapo hizo su entrada oficial y estruendosa en la arena política el 18 de julio de 1976: una impresionante traca de bombazos causó estragos en locales oficiales y monumentos en Bilbao, Vigo, Ferrol, Madrid, Barcelona Sevilla otros puntos. Ninguna víctima. Miles de hojillas reivindicaron la acción para el Grapo. Tal demostración de fuerza dejó atónito y cariacontecido al personal político: nunca había ocurrido nada parecido, ni siquiera en el maquis. Con todo, los más espabilados reaccionaron ágilmente: “Bombas contra la amnistía”. ¿No contra el 18 de julio, fecha símbolo de un régimen que, afirmábamos públicamente, intentaba perpetuarse mediante la farsa reformista? No, contra la amnistía. Y, naturalmente, los dinamiteros procedían de la extrema derecha. ¿Y por qué la extrema derecha no golpeaba a los “demócratas” y partidos que salían a la luz en lugar de cebarse en sus propios locales, símbolos de poder, centros de mando? ¡Ah!, vaya usted a saber, esos tipos son capaces de cualquier barbaridad. Así especulaban, nada ingenuamente, determinados expertos. Su caradura nos cabreaba. Si bien no debiéramos quejarnos: ¿no habíamos dicho lo mismo cuando las bombas de la calle del Correo y de Carrero Blanco? Los “expertos” hacían cábalas sobre la identidad y número de los comandos indispensables (centenares de elementos, decían) para tal cadena de atentados. No suponían que fuesen obra de una partida minúscula, cuyos componentes viajaban raudos a Sevilla, Baracaldo o Ferrol, depositaban los artefactos y sincronizaban las explosiones mediante relojes electrónicos inventados por un camarada ex estudiante de telecomunicación, y que permitían un margen de muchas horas. Los malévolos y ladillas se extrañaban de que unos terroristas tuvieran paso franco en edificios oficiales, como si ignorasen que en prácticamente todos ellos entraba y deambulaba por los pasillos quien quisiera. Hasta en dependencias militares como la comandancia de Madrid, cualquier pretexto permitía traspasar la confiada vigilancia. La policía, por cierto, no se llamó a engaño y enseguida estableció la conexión entre el PCE(r) y el Grapo. Cundieron las redadas, pero el aparato central quedó indemne… (De un tiempo y de un país)
El entramado dirigente del partido se hizo más complejo. La comisión ejecutiva se dividió en cuatro: una comisión política, integrada por Pérez y los responsables de las tres restantes: Delgado (comisión organizativa), Cerdán (técnica, que pronto se transformaría en Grapo) y yo (propaganda). La comisión técnica se reforzó al fracasar el “audaz despliegue de fuerzas” subsiguiente a la muerte de Franco, y reintegrarse a ella Hierro y Abelardo Collazo. Propaganda incluía la dirección de las “organizaciones de masas”, que ahora intentábamos desarrollar ampliamente. Estas eran la de estudiantes, Socorro Rojo y otras que se iban creando, como la de intelectuales y posteriormente la de juventud. Fue trasladado a Madrid el representante del comité catalán, un maestro sevillano, persona honesta aunque cachazuda, y completó la comisión un militante de Andalucía, más activo y levemente infeliz. El flamante trío de propaganda se marcó atrevidos planes. Las organizaciones de masas fueron fortalecidas y dotadas –expropiaciones mediante– de sus respectivas multicopistas y órganos de expresión: “Prensa libre estudiantil“, “Solidaridad“, “Con el pueblo”, de periodicidad mensual. La organización de estudiantes (ODEA) cobraba notable impulso, aproximándose en corto tiempo al centenar de adherentes en cinco distritos universitarios. Este auge, nunca visto en el partido, se truncó y en la propia comisión de propaganda crecieron las dificultades al entrometerse en ella Pérez Martínez, hasta el punto de que dimití, limitándome a las dos revistas “Gaceta” y “Bandera Roja”. El mecanismo de la propaganda, de por sí enrevesado, se enrevesaba más con iniciativas descabelladas como la de publicar relatos chinos, que recargarían una red de distribución ineficiente, debido al atolladero organizativo. (De un tiempo y de un país)