C. H (VII) La moral ante la consciencia de la muerte

Este sábado trataremos en “Una hora con la Historia” el tema de la Inquisición. En el anterior: el reinado de Enrique IV  de Castilla fue un tiempo de descomposición política y social que auguraba el naufragio de la Reconquista en una “balcanización” peninsular con cuatro reinos cristianos y uno musulmán, todos hostiles entre sí e impotentes, expuestos a servir de satélites a potencias exteriores. Contra todo pronóstico, la situación fue superada por los Reyes Católicos, y España se convirtió en pocos años en una potencia mundial:   https://www.youtube.com/watch?v=sSUGg1Hn9eQ

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La conciencia del bien y el mal tiene dos efectos psíquicos contradictorios al chocar con la consciencia de la muerte. Esta ejerce un efecto demoledor sobre la psique al constatarse que el destino es indiferente al bien o al mal que se haya practicado en vida, y puede incluso obsequiar al justo con una muerte horrible. Pero a pesar del final inevitable, la vida se le presenta como una realidad actual y un  impulso poderosísimo. De hecho,  la consciencia de la muerte  hace al hombre consciente de su propia vida: si no muriera o no tuviera esa  consciencia, no podría plantearse ninguna moral. Por lo que la psique se ve abocada a la cuestión: ¿qué hacer con el tiempo de vida que me ha sido dado? Ese quehacer se sobrentiende como una tarea moral:  qué hacer bien para evitar el mal. El mayor bien se interpreta como felicidad y el mayor mal como desdicha y tormento.

   La vida ha sido dada a todos sin su consentimiento, como señalaba Omar Jayam. Cosa lógica porque el yo que debiera consentir va formándose en un proceso largo y subordinado hasta  la adolescencia, que es cuando la persona empieza a sentirse dueña de su propia vida y se plantea qué hacer con ella. Es entonces cuando se forman proyectos vitales más o menos claros. Todo el mundo busca el bien, que normalmente se identifica con el amor y con una profesión que permita evitar males como el hambre. El proyecto vital de la gran mayoría es de este tipo, encarrilado por la sociedad. El mayor bien o felicidad  suele identificarse con el amor sexual, sobre todo en la mujer. Para comprobarlo basta recurrir a la literatura, la música y el arte en general: el tema estrella ha sido siempre el amor entre mujeres y hombres. Por supuesto, hay otros temas, pero creo que este es el más frecuente, cosa no demasiado extraña pues de él depende la continuidad de la especie; dato más sensible que comprensible,  siendo el arte la expresión más directa y profunda del sentimiento de la vida. En cambio la obtención de dinero o de bienes profesionales no suele despertar grandes emociones íntimas, y el arte lo trata a menudo como asunto trivial o sórdido.

   Existen también individuos cuyas aspiraciones vitales “se salen del carril” o dentro de este son de una ambición fuera de lo corriente, o para quienes la felicidad importa menos, en el sentido de que soportan mil sacrificios y miserias por alcanzar sus objetivos. Estos individuos suelen fracasar o causar daños sociales, aunque quienes triunfan llegan a transformar la sociedad en un sentido u otro. A menudo se habla de “vidas triunfales” en ese sentido: personas que alcanzan logros muy fuera de lo común, a un precio quizá muy alto, que no obstante se da por bien empleado y manifestación de un espíritu elevado.

 Todos los proyectos vitales tienen sus costes: si la parte mala pesa más que la buena hablamos de fracasos o desdicha, y de éxito o felicidad en caso contrario. A esto me refiero al definir la moral como la economía del bien y el mal.  Pero aquí interviene un segundo elemento: ¿cómo se decide el bien y el mal por encima de las conveniencias particulares y opuestas de las personas? ¿Y no solo de las conveniencias, sino de las valoraciones más refinadas por encima de intereses particulares, pero que a menudo pueden rebajarse mediante un análisis algo cínico? Porque en definitiva, esas valoraciones que nos llevan a distinguir bien de mal las hacen siempre hombres con intereses conscientes o inconscientes particulares (en el capitalismo, la moral refleja los intereses de clase de la burguesía, según los marxistas, por ejemplo)

  Planteémonos el caso de Stalin: su proyecto vital fue por encima de todo la política, y en ella disfrutó de una carrera triunfal. En más de un sentido cambió al mundo: sufrió muy pocas derrotas, construyó un régimen nuevo en la historia humana,  salvó a la URSS de la invasión alemana, indirectamente facilitó la democracia en la Europa occidental, impuso el yugo de sus ideas (y fuerzas armadas) sobre otros países, contempló cómo sus concepciones se extendían sobre la inmensa China e  influían en el mundo entero, era venerado por media humanidad y recibía el homenaje de intelectuales, escritores famosos… ¿Qué podría decir de sí mismo si en el lecho de muerte se preguntase sobre su trayectoria? Bien podría sentirse orgulloso y satisfecho, pues no solo aquellos logros eran reales, sino que  le confirmaban su bondad millones de aduladores en el mundo entero. Cierto que otros pensaban lo contrario y lo caracterizaban como un gran criminal, pero esos estaban precisamente en el bando de los derrotados o los impotentes. Por lo demás, ¿qué es un crimen? Depende del punto de vista. Y, cierto, podría suceder que después de él sus logros o parte de ellos se vinieran abajo y muchos, incluso el mundo entero,  maldijesen su memoria pero eso ¿qué podía importarle cuando había dejado de existir? Ya no podrían hacerle ningún mal. Si tuviera algo de castizo español, diría “¡que me quiten lo bailao!”

    Claro que posiblemente la inminencia de la muerte le hiciera ver las cosas de otro modo: los asesinatos y los sufrimientos horrorosos infligidos a millones de personas,  la tiranía impuesta sobre países inmensos… Podría angustiarse pensando que, en fin de cuentas, él estaba a punto de sufrir el mismo castigo mortal que sus víctimas. Antes, todo aquel padecimiento de  sus enemigos lo veía como  un coste inevitable, incluso como acciones virtuosas por cuando eliminaban las barreras al progreso, pero ¿y si la inevitable angustia de la muerte le presentase su vida bajo otra perspectiva? Desde luego la justicia humana jamás habría podido ejercerse debidamente contra él, pues aunque lo hubieran apresado y ahorcado, ¿no habría sido un castigo absolutamente insignificante frente a la multitud de cadáveres que pesaban sobre sus espaldas?  ¿Pero habría otra justicia? Él había estudiado en un seminario, conocía bien la doctrina cristiana al respecto: en el otro mundo esperaba a su alma un castigo eterno. ¿Y si eso fuera verdad? Había entrenado su razón desde joven para rechazar semejante superstición sobre el alma y el más allá, y muy probablemente su convicción persistiría hasta el final. Pero, en fin ¿y si era verdad? ¿Y si la culpa por los inmensos costes de sus designios le llevaba a creer al final? Supongamos que se arrepintiera profundamente en ese momento: ¿se salvaría, según la doctrina cristiana? ¿Sería acogido como el hijo pródigo después de pasar por el purgatorio? Reconozcamos las dificultades de todo ello.

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Observaciones varias

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**En los mitos el agua, o alternativamente el fuego, es símbolo de purificación. El diluvio purifica la tierra de los pecados humanos, y es común a muy diversas culturas. El bautismo, símbolo de purificación, “Yo os bautizo con agua, pero el que vendrá después de mí os bautizará con fuego” (Juan el bautista). “He venido a traer el fuego a la tierra”, dice Jesús.  Lavar los pies, que a su vez son el símbolo del alma, es otro ejemplo.

** Los dioses griegos no eran eternos, tenían un principio y no habían creado el mundo sino que surgían de él, del caos. Simbolizaban el orden y sentido de la vida. El mito de Prometeo tiene gran semejanza de fondo con el del paraíso: el hombre se burla de los dioses (desobedece, en el Génesis), y su castigo va implícito en su elección.

Hay una diferencia importante y significativa entre el mito judío y el griego. En el griego, los dioses no crean al mundo. En el mito judío, Dios crea el mundo y le da sentido. Es el logos, como dice el Evangelio de San Juan. El logos es el sentido. Esta es una interpretación ya griega, pero parece coherente con el mito judío.

Ahora bien, el “logos” del Dios judío tiene muy poco que ver con el logos griego. Yavé es arbitrario: elige por las buenas a un pueblo entre todos, un pueblo que le desobedece cada dos por tres y al que castiga terriblemente con derrotas, destrucciones,  destierros y diásporas. Y al que unas veces ordena unas cosas y otras las contrarias. La fe, en definitiva, consiste en creer que todo, a pesar de tales avatares, tiene un sentido. El cristianismo, inevitablemente, se apoya en la inmortalidad del alma y en el juicio que se restablecerá la justicia, tan echada a perder en el mundo terrenal. Hay en él un fondo de optimismo.

El Dios judío es arbitrario, y Jesús también lo era. Lo que puede interpretarse de muchos modos, puesto que, en definitiva, los designios de Dios escapan a las capacidades racionales humanas (algo así explica Dios a Job). Si no fuera así no haría falta la fe.

De este modo, en el mito griego, como en los mitos germánicos, hay un pesimismo de fondo: si los dioses no crean el mundo, este, con su sinsentido terminará imponiéndose. Es lo que viene a decir cierta célebre “oración” de Bertrand Russell que hemos comentado en otras ocasiones y que criticaba Ramiro de Maeztu, quizá de manera insuficiente.

**Dostoyevski decía que  si Dios no existe, todo está permitido. Pero también cabe sostener lo contrario: que si Dios existe todo está permitido, pues en el mundo real vemos  todo tipo de actos que nos causan un horror instintivo y que no podrían ocurrir sin permiso divino.

**Se puede sustituir el concepto de Dios por el de naturaleza o materia, como hacen los panteístas y los ateos en general. Esto trae al menos un problema: a Dios se le puede rogar, adorar, etc. A la naturaleza no. Y la moral desaparece porque en definitiva, como explica Spinoza, el mal es solo una apariencia a nuestros ojos limitados, pero que planteada “sub specie aeternitatis” carece de sentido. El creyente considera que por encima de los mil avatares y contradicciones de la vida Dios vela por nosotros y da sentido. El ateo ha de llegar a la conclusión de que la vida es “una pasión inútil” y el ser humano un animal más, con muchas peculiaridades que no cambian nada esencial.

**El hombre puede rogar a Dios en las enormes angustias y dificultades que llega a encontrar en su vida. Pero rogar a la naturaleza, o a la materia, parece un disparate ya de entrada.

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Este sábado trataremos en “Una hora con la Historia” el tema de la Inquisición. En el anterior: el reinado de Enrique IV  de Castilla fue un tiempo de descomposición política y social que auguraba el naufragio de la Reconquista en una “balcanización” peninsular con cuatro reinos cristianos y uno musulmán, todos hostiles entre sí e impotentes, expuestos a servir de satélites a potencias exteriores. Contra todo pronóstico, la situación fue superada por los Reyes Católicos, y España se convirtió en pocos años en una potencia mundial:   https://www.youtube.com/watch?v=sSUGg1Hn9eQ

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**En el caso de Rusia importa tener esto en cuenta: la guerra exigió tan terribles sacrificios que solo un líder tan despiadado como Stalin podía haberlos impuesto y salir victorioso. Creo que casi cualquier otro habría desfallecido. Y Stalin no solo hizo eso, sino también un servicio invalorable a Inglaterra y Usa, y a la Europa occidental, pues sin aquellos tremendos sacrificios el desembarco en Normandía habría sido imposible. Como recuerdo y hay que recordar, el único país libre de esas deudas con Usa y con Stalin es España.

**Los soviéticos siempre sospecharon que los anglosajones retrasaban cuanto podían el segundo frente con el fin de que Rusia se desangrase lo más posible. Como decía Churchill, ayudar a Rusia es la mejor inversión (siempre el cálculo en términos de inversiones). La guerra se desarrolló realmente en Rusia en un 80% o más.

**Sin un líder tan despiadado como Stalin no habría sido posible derrotar a Alemania arrostrando sacrificios terroríficos, y  por tanto le deben agradecimiento también los anglosajones porque les permitió librar una guerra con pocas bajas propias, y las democracias occidentales porque sin las victorias rusas no habría sido posible el desembarco en Normandía.  Este es un hecho evidente. No constituye una justificación, pero atañe al tema que venimos tratando, el del bien y el mal, siempre mezclados y en  transformación: sus dificultades y su carácter moralmente atormentador.

**Sobre la moral y la culpa: en una película de la serie de Montalbano, un anciano mafioso, autor de muchos crímenes, dice algo así como esto: “Ya me arrepentiré ante Dios, y ojalá tarde; pero ante los hombres nunca” (cito de memoria). Por esto: ¿cómo puedo sentirme culpable ante otros que en definitiva son como yo? He aquí un problema grave que refiere al origen extrahumano de la moral.

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Tardío y Villa merecen el desprecio con que los tratan la izquierda y el PP por su repugnante cobardía moral. Detrás de ello se encuentra el PP, no menos despreciable,  cuya idea política es la “democracia de amigotes”. Por nada del mundo iba a aprovechar el libro de los dos historiadores para poner en un brete al PSOE, con el que siempre contó para repartirse el poder y el dinero. La inmoralidad de esa derecha es mucho peor que la de la izquierda.

**Me escribe un catedrático de Murcia: “No puedo estar más de acuerdo con el arranque de su comentario que acabo de recibir (el caso Tardío). Esa es la universidad que hay: mucho miedo y muy poca vergüenza”.

**Y déjeme recordar que el nivel intelectual y moral de la universidad española, excepciones aparte, es deplorable. En él compiten la mediocridad con la pedantería y esta con la deshonestidad intelectual. Esta crítica se ha repetido mucho, sin que se le vea remedio. Hace poco, al señalarlo, me escribieron un reconocido  catedrático de historia medieval..:

   Tienes mucha razón en lo que dices y denuncias. No creo que puedas imaginar a qué grado de vileza moral y pobreza intelectual han llegado las facultades de Historia.

… y un profesor de instituto:

Como hice la carrera de Historia puedo decir con base que tienes razón. Nuestros profesores no eran más que una banda de estafadores intelectuales. Hace poco tuve en prácticas en mi instituto a un joven recién licenciado, de la misma facultad en que yo estudié. Me enseñó el libro de Historia Contemporánea de uno de los sinvergüenzas que siguen trabajando allí  (libro que por supuesto hay que comprar si quieres aprobar). Lo abrí por las páginas de la llamada Revolución Comunista. ¿Qué decía el golfo que había escrito aquello y que ejerce de profesor universitario? Defendía el golpe de estado de los bolcheviques contra la naciente democracia rusa, decía  que Lenin había librado a Rusia del ominoso zarismo, etc.  Me pareció tan asqueroso que cerré el libro y lo devolví inmediatamente. Mi única alegría fue que ese joven me dijo que sí, que el libro era una porquería llena de “historias” parecidas.  Confiemos en que al final la juventud abra los ojos.

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Mitos religiosos y mitos políticos.

Me comenta un amigo que Álvarez Tardío, coautor con Roberto Villa  del libro sobre el fraude en las elecciones de febrero de 1936, está desolado porque su obra no ha generado debate alguno, sino un silenciamiento casi general y su aislamiento en la universidad. Digo que me parece muy bien y se lo tiene merecido. Como señalé en su momento, la cobardía moral de los autores se retrata cuando, al final de la obra, dicen que no pretenden discutir con nadie. Entonces ¿para qué publican un libro que en principio rompía las bases del discurso político de la izquierda, y que en una democracia debería tener repercusiones políticas de gran alcance? ¿Simplemente por hacer currículo?

   En su momento ya observé  dos cosas. En primer lugar esa miseria moral de tirar la piedra y esconder temerosamente la mano; y en segundo lugar que el carácter fraudulento de aquellas elecciones ya lo había aclarado yo abundantemente, aunque reconociendo la gran importancia de la contribución de Álvarez y de Villa al concretar el detalle de las actas. Y los autores, tan medrosillos ante la izquierda, se permitieron tratar con ironía mis “pretensiones”. Como dice el castizo “¡hay que joderse!”. Pero es el nivel de la universidad hoy.

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Ud usa a menudo la palabra “mito” para describir el contenido de la religión, ¿Por qué la aplica también a los montajes propagandísticos?

–En sentido religioso un mito es un relato con un contenido religioso y moral, expuesto en lenguaje simbólico. Creo que es la reacción de la psique ante el misterio del mundo y de la propia condición humana, que le es inaccesible y trata de “explicarlo” por analogías con lo accesible. Pero se usa también en el sentido de una fabricación de interés político o social, con intención a su vez moralizante, pero sin carácter simbólico y de contenido trivial o abiertamente falso. Por eso tiene carácter positivo o negativo según el contexto.

Entonces, con libros como Los mitos de la guerra civil, ¿usted buscaba destruir la intención político-moral de las versiones habituales sobre la guerra, demostrar su falsedad?

–Efectivamente, no se puede demostrar la falsedad de un mito religioso, porque su lenguaje no es racional. Como no se puede demostrar la falsedad de la poesía, por ejemplo. El mito solo se lo puede interpretar. En cambio se puede demostrar contundentemente la falsedad de un mito político o ideológico, porque estos quieren basarse en la razón, y por eso pueden ser demolidos utilizando la razón. La razón aspira a juicios universalmente válidos, pero eso nunca lo logra. Cuando se hace de la razón una especie de divinidad omnipotente se generan ideologías contradictorias. Por otra parte, con las ideologías el hombre se diviniza gracias a la presunta omnipotencia de la razón. Pero, paradójicamente, se hace esclavo de la necesidad así descubierta presuntamente… y que nunca es tan necesaria como se pretende.

  ¿Considera usted que ha demolido esos mitos?

 –Depende de lo que quiera decir usted con demoler. En el plano intelectual están demolidos y bien demolidos, tanto los de la guerra civil como los del franquismo, o más propiamente del antifranquismo, ya el franquismo no elaboró mitos en ningún sentido, o solo en menor medida, a menos que hablemos del catolicismo. Los descontentos con mis explicaciones no han sido capaces de desmentir nada de lo que yo he escrito, el debate abierto simplemente les da pánico. Pero en un plano popular no ha sido así: siguen triunfando, aunque algo debilitadas, las versiones fabricadas por la propaganda comunista ya desde Tuñón de Lara, en pleno franquismo, de Jackson, Preston y demás. Una propaganda aceptada y recogida también por diversos liberales, católicos y demás. Creo que la causa está en el hecho de que la guerra mundial se dirimió finalmente por una alianza entre liberales y comunistas. Fue lo que llamo en mi libro sobre Europa “la guerra de las tres ideologías”, que exige una reinterpretación.  

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Un fenómeno social extraño, pero revelador de la profunda decadencia intelectual y cultural de la sociedad española,  es un ultraeuropeísmo combinado con una gran ignorancia sobre Europa y, lo que es peor, un desinterés por conocerla. La bibliografía española sobre Europa es escasísima y casi toda de escaso valor. Este libro aspira a romper esa inercia.

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  – ¿A qué atribuye usted ese desfase entre el campo intelectual y el popular?

–En el caso español es fácil verlo: a la miseria intelectual de la derecha, cuyo origen encuentro en el Concilio Vaticano II. La derecha tendría que haber promovido con todas sus fuerzas esos libros, como hacen la izquierda y los separatistas con los que les son favorables. Pero no solo no lo ha hecho, sino que ha apoyado con inhibición culposa a los contrarios y contribuido a la campaña de silencio contra mí. Y nunca utilizó la abundante munición intelectual que yo le servía para acorralar a los contrarios. La derecha es tradicionalmente muy ignorante y poco aficionada a leer. Un ejemplo: hace poco, en un programa televisivo de lo que llaman “extrema derecha”, unas chicas entrevistaron a Errejón, no sé por qué llevaban a un cretino semejante. Pues bien, el sujeto repitió varias veces que Franco había fusilado a 200.000 personas, y ninguna fue capaz de aclarar los hechos al bergante. Usted ve en tertulias de derecha, de la COPE, cómo gente de izquierdas suelta sus embustes con la mayor desenvoltura y sin réplica. Ante cosas así uno se pregunta a veces para qué se molesta en investigar y publicar. Y es que son muy poco contrarios, prácticamente son iguales: en España no existe propiamente una derecha ni en el plano político ni en el intelectual. Desde Rajoy, el PP es un auxiliar de la izquierda y los separatistas, de este tercer frente popular montado con Zapatero. Incluso con Aznar pasaban cosas muy parecidas. Solo acertó con la ETA.

Sin embargo hay intelectuales de derecha, y profesores de universidad intelectualmente muy válidos, no puede negarse.

–Sin duda, pero su valor intelectual queda fuertemente lastrado por su cobardía política o moral, y en otros casos por un espíritu corporativo o de casta que les hace solidarizarse con los de izquierda porque, dicen, yo no soy historiador. Realmente no me cabe la menor duda de que soy mucho mejor historiador que ellos, sean de derecha o de izquierda, y no lo digo por soberbia infantil, sino por lo que le comentaba: son incapaces de sostener un debate mínimamente racional. Siempre he tenido que traerles de las orejas, por así decir, criticando sus libros o artículos. La respuesta ha sido el silencio. Algunos, muy pocos, como Moradiellos, tuvieron la mínima decencia académica de contestarme, pero la verdad es que salieron malparados y no repitieron, y eso ha escarmentado a los demás. Porque su nivel argumental, y a menudo de conocimientos, es muy bajo, muy provinciano. Siento decirlo, porque están haciendo una universidad basura, y la universidad es la columna vertebral de la cultura europea. Por cierto que no por nada perdió Europa su primacía cultural desde la Segunda guerra mundial,  y no la ha recuperado.

Su análisis parece impedir cualquier esperanza.

–No, en conjunto las cosas van mejorando, aunque con una lentitud algo desmoralizadora. La verdad sobre el pasado se ha convertido en tabú, pero en él se están abriendo grietas. Otro problema es que la mayoría de mis lectores corresponde a esa población que no tiene influencia, por estar alejada de los medios y del mundillo político, y que, salvo excepciones,  sigue siendo muy pasiva a la hora de utilizar las redes sociales. Pero, ya le digo, algo vamos avanzando.

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El reinado de Enrique IV  de Castilla fue un tiempo de descomposición política y social que auguraba el naufragio de la Reconquista en una “balcanización” peninsular con cuatro reinos cristianos y uno musulmán, todos hostiles entre sí e impotentes, expuestos a servir de satélites a potencias exteriores. Contra todo pronóstico, la situación fue superada por los Reyes Católicos, y España se convirtió en pocos años en una potencia mundial. En “Una hora con la Historia”:  https://www.youtube.com/watch?v=sSUGg1Hn9eQ

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C.H. (VI) La moral y la culpa

Un fenómeno social extraño, pero revelador de la profunda decadencia intelectual y cultural de la sociedad española,  es un ultraeuropeísmo combinado con una gran ignorancia sobre Europa y, lo que es peor, un desinterés por conocerla. La bibliografía española sobre Europa es escasísima y casi toda de escaso valor. Este libro aspira a romper esa inercia.

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El mal, o mejor dicho la consciencia del mal, genera en la psique la moral y la culpa, y la culpa es precisamente uno de los rasgos más esenciales de la condición humana. En el ser humano, el mal multiplica sus manifestaciones, especialmente en la relación entre unas y otras personas, conflictiva por naturaleza. Para impedir la expansión irrestricta de los males, la moral dicta normas de conducta, sentidas como obligaciones opresivas sobre los deseos: “conozco el bien, pero obro el mal”, es una queja repetida a lo largo del tiempo. No obstante, como veremos, conocer el bien no es nada fácil, debido a su carácter proteico con el mal.

    Este malestar, la culpa,  puede considerarse el castigo por el pecado original: el hombre ha accedido a la condición moral, pero no a la condición divina prometida por la serpiente (por su propia vanidad),  su consciencia del bien y el mal es insuficiente y le atormenta. Por eso se rebela y trata de  librarse de la culpa por diversos medios. Uno de los más frecuentes es la proyección sobre los demás. Una enorme parte de la argumentación humana a todos los niveles, cotidiano, político e ideológico, consiste en esa proyección: el malo es el otro, el contrario. Naturalmente, esa argumentación acusatoria engendra respuestas parecidas con lo que la vida social llega a convertirse en un infierno. No obstante la tendencia a caer en un remolino de acusaciones y contraacusaciones  no impide soluciones más lúcidas, que generen cierta estabilidad, al menos temporal.

   Tales cosas ocurren tanto en el plano individual como en el social. La lucha de acusaciones suele tener vencedores y vencidos, y a menudo estos reaccionan con un sentimentalismo victimista: son las víctimas inocentes de enormes injusticias, lo que puede ocurrir pero por lo común es solo una manera de proyectar la culpa sobre el vencedor y acumular fuerzas para volver a la lucha interminablemente. En el plano político es fácil constatar ese fenómeno en España,  en el resurgir de los rencores de separatismos y “emancipadores de la humanidad” después de su derrota. Han pasado muchos años haciéndose las “víctimas del franquismo” hasta lograr fuerza suficiente para intentar volver a las andadas.

   Otro aspecto de la culpa es la relación ante qué o ante quién se sienten las personas culpables. Puede ser ante otras personas, pero en general reconocemos a los demás como tan culpables como nosotros mismos, por lo que tendemos a no reconocerles autoridad moral capaz de introducir la culpa en nosotros. Ello incide en “las leyes eternas de los dioses”, conforme a las cuales deben elaborarse las leyes concretas, cuya cuyo único poder sobre los hombres sería de otro modo el de la fuerza, incapaz de generar culpa, aunque no rebeldía. 

   En la presión de la culpa sobre la psique puede encontrarse la razón de ser de las ideologías utópicas, es decir, de las utopías en general. Estas intentan eliminar el mal, usando la razón e ignorando sus límites,  para crear situaciones sociales donde el mal quedaría suprimido, y por consiguiente también la culpa. Como ese proyecto encuentra fuertes rechazos, la eliminación de la culpa permite y estimula la acción contra ellos sin escatimar cualquier crimen en pro del ideal. Y cuando este logra imponerse de algún modo,  el resultado inevitable no sería la superación del pecado original, sino un intento de volver a la condición del animal, un embrutecimiento con la pérdida de la libertad, que teóricamente se habría vuelto innecesaria al estar el mal eliminado. El intento, por mucho que se racionalice y se aplique, es imposible, y las utopías generan  inevitablemente la multiplicación del mal y de la culpa consiguiente, a su vez negada mediante su proyección constante hacia “el enemigo“.  

Naturalmente, esta exposición da lugar a un problema: ¿entonces toda crítica y toda rebelión contra una situación personal o política dada sería culpable? o imposible o contraproducente?

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El reinado de Enrique IV  de Castilla fue un tiempo de descomposición política y social que auguraba el naufragio de la Reconquista en una “balcanización” peninsular con cuatro reinos cristianos y uno musulmán, todos hostiles entre sí e impotentes, expuestos a servir de satélites a potencias exteriores. Contra todo pronóstico, la situación fue superada por los Reyes Católicos, y España se convirtió en pocos años en una potencia mundial:  https://www.youtube.com/watch?v=sSUGg1Hn9eQ

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C. H. (V) Carácter cósmico del mal y el bien / Tuíter en manos de Podemos

Si ud se molesta en leer este libro comprobará que las versiones del franquismo dadas por izquierda, separatistas y muchos franquistas son falsas. Y entenderá por qué es políticamente tan importante HOY aclarar estas cuestiones.

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El bien y el mal 

Decía que el mal se nos representa primariamente como padecimiento y el bien como placer. Aún más primariamente, podríamos definir el mal como destrucción y el bien como estabilidad. En este sentido, el bien y el mal no solo son inherentes a la vida, que se alimenta de sí misma, sino a toda la naturaleza, pues lo existente tiende a permanecer y nunca lo consigue del todo.

El ser humano contrasta la aparente estabilidad y serenidad del espacio estelar, de sus movimientos lentos y majestuosos, de la regularidad de la salida y puesta del sol,  con el movimiento incesante e incomprensible sobre la superficie terrestre, con los cambios, destrucciones y construcciones incesantes que nota a su alrededor y en sí mismo. Comparado con el tiempo acelerado de la vida, el espacio estelar parece ajeno al tiempo, eterno. Y la psique intuye  que, pese a su lejanía y aparente ajenidad, es de esos movimientos serenos de los que dependen  la vida en general con su agitación constante, y particularmente la propia vida humana. Lo cual es evidentemente cierto, aunque incomprensible cómo los calmos y repetidos movimientos de los  cuerpos celestes pueden crear y regular el caos a menudo doloroso y violento de la superficie terrestre. Cabe suponer que la religiosidad proviene de esos contrastes sobre la psique humana. Los lejanos espacios vienen a simbolizar el bien y el orden, la estabilidad por encima (incluso literal y físicamente), del desorden y destrucción permanentes del mundo aquí abajo.

Sin embargo sabemos que el orden y estabilidad del cosmos exterior es ficticio. En él se suceden destrucciones y creaciones de una violencia inconcebible para nosotros, aunque a un ritmo mucho más lento que en la tierra. De lo cual inferimos que las violencias y cambios dolorosos en la vida humana y en la vida en general,  a los que identificamos como el mal, tienen relación con un bien y un mal cósmico. Si la teoría de la Grex es correcta, solo podemos representarnos el origen  del universo como una explosión de fuego de inimaginable violencia. Y de ese “mal” saldría luego el “bien” de las galaxias, los sistemas planetarios, de lo que depende nuestra vida, concebida como un bien, a su vez.

Así, observamos que el bien y el mal son dependientes el uno del otro, y lo que ocurre en la tierra tiene y no puede dejar de tener una semejanza profunda con lo que ocurre en el cosmos.  Al nivel humano, ese proceso permanente de construcción y destrucción, de bien y de mal, se hace consciente dando lugar a la moral, un rasgo de la condición humana notablemente enigmático para el propio ser humano. A pesar de sus padecimientos y sufrimientos, apreciamos la vida como el supremo bien, por lo que tenemos su destrucción, la muerte, por el supremo mal. Y sin embargo es el mal el que termina triunfando, lo que da a la vida humana su carácter trágico, al hacerse consciente de tal hecho. Esto requiere más desarrollo.

El bien y el mal se presentan como relativos tanto en un sentido general como en un sentido individual: en el primero, uno se transforma en otro. Un ejemplo, en el cristianismo: el máximo mal consistente en la pasión de Jesús, conduciría al máximo bien para la humanidad. Y en el plano individual, el bien de unos suele ser el mal de otros en un conflicto permanente.

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La época de Enrique IV recuerda notablemente a la de la II República y a la actual: un tiempo de descomposición nacional y legal. Pero fue superada por los Reyes Católicos, y España se convirtió en una gran potencia mundial. En “Una hora con la Historia”: https://www.youtube.com/watch?v=sSUGg1Hn9eQ

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La despótica policía del pensamiento podemita que domina twitterEspaña ha vuelto a suspender mi cuenta con motivo de este comentario, que según su tiránica opinión, “incita al odio”: “El suicidio de occidente no viene de ningún nacionalismo, sino de las perversas ideologías LGTBI, del multiculturalismo, el anticristianismo, la destrucción de la familia y similares. Ese es el suicidio de occidente“.

Era una respuesta  al comentario sobre un libro que hablaba del suicidio de occidente atribuyéndolo a los nacionalismos. Dado el plan de someter a toda la humanidad a una tiranía LGTBI, lo que implica la destrucción de las culturas e identidades nacionales, entre otras muchas cosas, así como de los valores cristianos, los nacionalismos se han convertido en el mal absoluto, y con motivo de la I Guerra Mundial se insiste en ello. Los nacionalismos llevan a la guerra. Pero la I Guerra Mundial se produjo entre imperios e imperialismos liberales, básicamente. Y la II Guerra mundial entre ideologías mundialistas e internacionalistas. Todas estas cuestiones deben ser clarificadas en primer lugar intelectualmente, pues no se puede responder a ellas con simples rechazos instintivos

Y me pregunto si, ya que la Constitución garantiza la libertad de expresión, si no se podría llevar ante los jueces y exigir daños y perjuicios a la banda que mangonea twitter España. Porque es preciso pasar de la queja y la denuncia a la acción.

El argumento que emplean estos canallas es la “incitación al odio”. Y eso en una red donde es masiva la expresión e  incitación al odio desde las ideologías LGTBI, comunistoides y separatistas. Todo esto es gravísimo, pero mucha gente prefiere no darse cuenta. Como en tantas otras cosas, cuarenta años de mentiras sistemáticas de los politicastros y partidos-mafias, de derecha o de izquierda, terminan por embrutecer a un pueblo entero. Pero de ahí debemos salir.

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