Para difusión
**El Doctor quiere que las mujeres lleguen a ser tan científicas como él. Hombre generoso. Y nadie le menciona el detalle. La España respetuosa
**Hay que plantar cara a las tres “M” (Medios de Manipulación de Masas). Se les puede y se les debe derrotar.
**Contra las tres M, bastaría con que unos pocos miles utilizaran las redes sociales y otro medios para difundir textos veraces y argumentados. Este blog, por ejemplo.
**El absurdo debate sobre la democracia en la guerra civil debe sustituirse por el debate real sobre el significado histórico del franquismo.
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La expresión “extrema derecha” me desagrada, porque, igual que la de “fascismo”, ha llegado a ser meramente un insulto. Aparte de que, como ha explicado Arnaud Imatz, los términos izquierda y derecha en general no significan nada concreto, habida cuenta de que a lo largo de la historia reciente, unos y otros partidos se han intercambiado sus políticas, y así la izquierda ha sido patriótica o antipatriótica, prosocialista o pro mercado libre, proeuropeísta o antieuropeísta, etc., y lo mismo ocurre con la derecha. Pero a falta de otra expresión mejor, empleo “extrema derecha” para indicar a unos movimientos de tendencia nacionalista o patriótica y antidemocrática. En España suelen ser además católica, “europeísta” y profranquista, aunque no siempre: también hay sectores nada católicos, contrarios a la UE y antifranquistas. No debe olvidarse que en las cuatro familias del franquismo hubo siempre un sector antifranquista bastante amplio ya desde la misma posguerra, acrecentado tras el Vaticano II.
Ante la transición, la extrema derecha vio con bastante claridad el peligro de que el paso a la democracia trajera consigo una vuelta a los males que se habían superado en la etapa anterior. Pero una cosa era el peligro –cierto– y otra la creencia en que la democracia tendría necesariamente los mismos efectos que en la república, cosa que no tenía por qué ocurrir, porque la sociedad había cambiado profundamente. De ahí que en el referéndum de diciembre de 1976, la extrema derecha se viera tan aislada como los rupturistas: fue incapaz de comprender que el pueblo había votado democracia no contra el franquismo, sino desde él, como no me canso de insistir, porque es la elección clave. Por tanto fue incapaz de aprovechar la decisión popular para establecer una estrategia general en unas circunstancias que, le gustaran o no, iban a ser las que caracterizaran al país por largo tiempo.
Así, la llamada extrema derecha abandonó la poderosa bandera de la democracia en manos de unas izquierdas y separatismos que jamás habían sido democráticos y se vio incapacitada para desenvolverse en las nuevas condiciones. Según ella, la evolución del régimen les iba dando la razón en todos sus temores y previsiones, pero, curiosamente, con toda su “razón” se hallaba cada año más aislada y fragmentada en grupillos insignificantes. La expresión “extrema derecha” sirvió a izquierda y separatistas para presentarse como los demócratas que nunca fueron e ir involucionando al régimen. Las armas ideológicas de la guerra y la posguerra ya no valían o era preciso adaptarlas. Era imprescindible analizar tanto la democracia como lo que había sido el franquismo, y eso no ocurrió. Más que analizar y criticar, la extrema derecha se ha dedicado a escandalizarse y a repetir unas declamaciones y retórica asentadas en cuatro tópicos simples sobre la masonería o el sionismo y unos cuantos equívocos sobre la naturaleza del franquismo, al que a menudo han defendido dando armas a sus enemigos, como señalaba Ricardo de la Cierva. Al mismo tiempo, cuando no era antifranquista, esa llamada derecha se forjaba una idea puramente mítica del franquismo: como un régimen “sin partidos”, o falangista, o católico, o una amalgama de todo ello, o una “democracia orgánica” que nunca funcionó; no percibía la trascendencia política e ideológica del Vaticano II, no era capaz de crear una literatura, cine o cultura o simplemente estudios accesibles a la gente y no meramente defensivos sobre aquel régimen o los años 40: en vez de ella lo hicieron sus enemigos (ahora tenemos la excepción parcial de la División Azul, gracias sobre todo a los estudios de Caballero Jurado. Pero es eso, una excepción).
Como vemos, la clave de todo el problema radica en la democracia y el análisis de la experiencia histórica. Estas cuestiones son complicadas y no se resuelven con las cuatro críticas deficientes y tópicas que suele recibir. Hace unos días lo puse de relieve con la cuestión concreta del asesinato de Carrero Blanco, que tan bien define la extrema debilidad analítica de la extrema derecha: pasa por alto los intereses generales de Usa, la propia significación política de Carrero y las consecuencias del Vaticano II (que Carrero percibía bastante bien, lo mismo que Franco, que en conversación con Vernon Walters admitió que el régimen no tenía ya alternativa). Como la esencia de la extrema derecha es el odio a la democracia, convertían a Carrero en el gran baluarte de un franquismo imaginario que la CIA habría volado por medio de la ETA para traer la democracia concebida al estilo de los años 30. Cito el caso de Carrero porque ejemplifica bien la inanidad de esos grupos, que en definitiva hacen involuntariamente el caldo gordo a los enemigos de España y de la libertad (me recuerdan el caso de los separatistas, que a su pesar tanto favorecieron a Franco durante la guerra civil). Por eso en este blog trataré de entrar más en el tema y promover un debate necesario.
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Orestes y la diosa
“Me alegra que admita ud mi teoría sobre Orestes. Y su explicación sobre cómo se desarrolló la novela me mueve a esta cuestión: ¿Puede un autor hacer lo que quiera con sus personajes? He escrito algunos cuentos y mi conclusión es que en un cuento es posible, porque gira en torno a situaciones y personajes muy limitados, pero en una novela no. O sea, que si al autor los personajes y las situaciones no se le van de las manos, el resultado será una mala novela, lo había pensado muchas veces y su explicación sobre cómo se gestó su novela me lo confirma. Una novela en que no ocurre eso, en que las situaciones y personajes están continuamente bajo control del autor, esa es una novela necesariamente mala, de cartón piedra. El peligro de dejarse llevar, en cambio, es que salga un disparate en plan surrealista, como tantos felizmente olvidados: no es fácil encontrar el termino medio. Digámoslo con otras palabras: el artista es una persona como otra cualquiera, más o menos vulgar, como la masa de los que son incapaces de crear una obra de arte, o que se ponen a ello y les sale una chapuza. Los griegos, como usted dice, lo vieron claro: son las musas que inciden en la mente del artista y le llevan por donde quieren, para bien o para tomarles el pelo haciéndoles creer que han hecho algo grande. El arte requiere algo más que inspiración, naturalmente, requiere técnica, estudio y trabajo, pero hay artistas tan técnicos como mediocres. Mi experiencia es también la siguiente: hay días o momentos en que soy capaz de escribir mucho, me vienen ideas, y otros en que por mucho que lo intento, no me sale nada. Por eso digo que el arte incluye la técnica, pero no es una técnica, e incluye trabajo, pero no es trabajo. Y eso no lo entiende mucha gente, asmimso muchos que quieren hacer arte, pero no les llega eso de la musa. Escriben narraciones a lo mejor muy trabajadas pero sin fondo.
Me gustó un programa de televisión en el que Sánchez Ferlosio explicaba que todas las interpretaciones que se habían dado de El Jarama eran falsas, que él no tenía intención de hacer novela social sino solo de retratar una situación corriente en su opacidad, o algo por el estilo. Y transmite una sensación de opacidad realmente, yo pensaría que iba más bien en sentido sartriano, una inutilidad sin pasión o cosa así, la pura vulgaridad de la vida. La novela me parece muy mala porque los personajes y sucesos nunca se escapan de las manos al autor y responden a una intención muy precisa, es como un reportaje de la nada. Pero ¿qué revela? ¿Revela el espíritu vulgar de una época (el franquismo), o el espíritu vulgar del autor? Para mí, lo segundo, pero fue explotada por el antifranquismo de la berza, que produjo tanto “arte”, arte vulgarote y que lo sigue produciendo. La novela recibió un importante premio en el franquismo, y se ha hecho de ella un fetiche del antifranquismo. ¿A que tiene gracia?
“Sonaron gritos y golpes a la puerta”me parece todo lo contrario: lo que narra no es vulgar en absoluto y tampoco es convencionalmente épico ni grandilocuente. Los personajes no son de una pieza, son contradictorios, más verosímiles, más humanos. Me alegra que explique cómo “fue saliendo” sin apenas plan previo, solo con una idea muy general. Y además tan a contracorriente de todo lo que se publica, no me refiero al lado político, porque yo tampoco diría que su novela sea franquista o política. Afortunadamente trasciende todas esas idioteces.
Mi impresión, ya lo he dicho, es que enlaza de algún modo con la mitología griega, que usted parece conocer bien. Y eso es lo que da un carácter tan peculiar a las peripecias a veces tan brutales de los personajes, y las separa de un vulgar relato de aventuras. Los personajes son contradictorios y eso les da más verosimilitud porque todos somos contradictorios. Pero volviendo al tema de comienzo: ¿Por qué había de sentir culpa Alberto por unas acciones que muchos llamarían heroicas? Lo que pasa es que de pronto –digo yo—encuentra vacío todo lo que ha hecho, todos los riesgos y sacrificios, ¿por qué? Porque se ve reflejado en su padre, a quien tiene todas las razones para odiar. Solo muchos años después, ya viejo, el recuerdo le llega como un viento que sacude el polvo de un cuarto cerrado, y lo ve de otra manera. Y decide escribirlo porque trata de encontrar un orden en el caos de su experiencia, como cita usted de Steiner. Pero tampoco encuentra mucho orden: lo revela la amargura contenida con que habla el final de sus hijos. Quizá piensa que a ellos no les ha aprovechado su experiencia como padre, pues nunca se la había contado. Pero no hay la menor garantía de que les hubiera servido en cualquier caso. Uno tiene la impresión de que Alberto ha pasado muchos años de penitencia y quiere liberarse contando lo que ha vivido, sin estar seguro de que aclare mucho el caos. Y a pesar de todo no he encontrado la obra deprimente, como tantas obras típicas del siglo XX, como el mencionado El Jarama. Es extraño. Por todo eso me parece una novela excepcional. Eche la culpa a la musa”.





