Los cleros separatistas ante la persecución religiosa

 

Apenas desatada la guerra civil, en octubre de 1934, comenzó la matanza de clérigos, 34 de ellos en Asturias, y tres más en Palencia y Cataluña. En julio de 1936, apenas armadas las masas por el gobierno de Giral, la matanza tomó proporciones gigantescas hasta convertirse, probablemente, en la mayor persecución religiosa de la historia, más mortífera que la de la Revolución francesa o a las de la época romana.

 Acosados como alimañas, unos 7.000 religiosos, más 3.000 laicos, fueron sacrificados a menudo con extrema crueldad, por el mero hecho de sus creencias. Hubo sacerdotes toreados, y a algunos les sacaron los ojos, o les cortaron la lengua o los testículos. Otros fueron arrastrados por tranvías u otros vehículos hasta morir. Once detenidos en una checa de Valencia fueron golpeados y descuartizados con mazas y cuchillos. Un cadáver tenía una cruz incrustada en los maxilares. Algunos fueron arrojados a fieras del zoo madrileño…, y así un largo catálogo de horrores. Los cadáveres solían ser ultrajados, quemados, objeto de burlas, desenterrándose incluso ataúdes de monjas fallecidas años antes, para irrisión pública.

También fueron incendiadas o destrozadas innumerables obras de arte, edificios, pinturas, esculturas, etc., así como bibliotecas antiguas y valiosísimas de monasterios e instituciones educativas (recuérdese que, al instaurarse la República, varias bibliotecas fueron pasto de las llamas a manos de los anticlericales, entre ellas la principal de los jesuitas en Madrid, considerada por muchos como la segunda de España después de la Biblioteca Nacional). Diversos dirigentes izquierdistas hicieron declaraciones felicitándose de la erradicación de la Iglesia en España, y en periódicos republicanos, como el azañista Política, podían leerse verdaderas incitaciones a la destrucción del patrimonio histórico de carácter religioso.

Esta persecución estaba inscrita en el ideario jacobino y revolucionario como algo necesario para alcanzar los fines de emancipación humana a que las izquierdas decían aspirar. A tal punto les parecía urgente aquella “limpieza” que la llevaron a cabo sin atender a su tremendo coste político, pues aquella indisimulable oleada de crímenes y destrucciones impidió al Frente Popular “vender” adecuadamente en el exterior la imagen de democracia y cultura con la que pensaban ganar el respaldo de las democracias. Sólo los regímenes soviético y del PRI mejicano apoyaron, como es sabido, a las izquierdas españolas: ambos habían llevado a cabo sus propias y sangrientas persecuciones religiosas.

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En los libros de historia encontramos a menudo dos tipos de errores: de detalle y de enfoque. También puede decirse de descripción y de análisis. Los de detalle son inevitables, por cuidado que esté el texto, pero no  destruyen este, salvo cuando son demasiados o grotescos. Los de enfoque son los más peligrosos porque echan a perder el conjunto, y son los más frecuentes en las historias de España, desde la leyenda negra, la negación de la Reconquista o la pretensión de un Frente Popular “republicano” y  “legítimo.

la reconquista y españa-pio moa-9788491643050Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))Los Mitos Del Franquismo (Historia)

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Lógicamente –y éste fue otro efecto político de gran alcance–, la Iglesia, en su inmensa mayoría, tomó partido por quienes la salvaban y contra quienes la exterminaban. Con eso contaban los perseguidores, pero no les importó, sobre todo en los primeros y especialmente mortíferos meses de la guerra, cuando estaban seguros de vencer y de poder ajustar cuentas en todo el país a sus enemigos. Sin embargo, hubo excepciones entre los eclesiásticos, como el famoso padre Lobo, colaborador de la propaganda revolucionaria, o sectores importantes del clero vasco y catalán.

En Cataluña se dio el caso curioso de que la Esquerra, pese a su intenso jacobinismo, hiciera lo posible por salvar a los curas… nacionalistas. Un informe al cardenal Gomá, guardado en su archivo y recientemente publicado por José Andrés-Gallego y A. M. Pazos, dice: “Ha llamado poderosamente la atención el hecho de que los sacerdotes militantes del catalanismo hayan salido todos indemnes, mientras sucumbían a centenares sus hermanos”. Cabe dudar de que todos salieran indemnes, pero hubo una operación política para favorecerlos, excluyendo a los curas catalanes no nacionalistas. El propio Vidal i Barraquer pudo librarse, dejando abandonado, al parecer por un malentendido, a su obispo auxiliar, Manuel Borrás, asesinado poco después.

La solidaridad de los clérigos nacionalistas con los demás fue muy escasa. Madariaga cita a una de sus “lumbreras”, acaso el mismo Vidal: “Los revolucionarios han destruido las iglesias, pero el clero había destruido primero a la Iglesia”. Para aquella lumbrera, las víctimas eran las culpables. Pero si tal hizo el clero, ¿por qué habían de masacrarlo –no sólo quemaban iglesias– los revolucionarios, primeros interesados en erradicar la religión? ¿No debieran haberlo felicitado, más bien? Posturas similares continúan hoy, por ejemplo en el fraile ideólogo e historiador Hilari Raguer.

Insolidaridad pareja vemos en el clero nacionalista vasco. Buena parte de él se sentía estrechamente ligado al PNV, en el cual veía un defensor de la religiosidad de los vascos, considerados una especie de nuevo “pueblo elegido”. Quien quizá expresó mejor esa insolidaridad de raíz fue el muy católico Irujo, ministro de Justicia en el Frente Popular, en una propuesta de decreto encaminada a mejorar la imagen exterior de las izquierdas: “La pasión popular, confundiendo la significación de la Iglesia con la conducta de muchos de sus prosélitos, [hizo] imposible en estos últimos tiempos el ejercicio normal del derecho de libertad de conciencia y práctica del culto”. La matanza y destrucción sistemáticas quedaban reducidas, para consumo exterior, a la simple eliminación del derecho al culto, atribuido, además, a una “confusión popular”. Las víctimas, por su “conducta”, habían merecido de algún modo el castigo.

Al revés que los nacionalistas de Álava y Navarra, los de Guipúzcoa y Vizcaya, creyendo a los revolucionarios destinados a vencer, optaron por éstos a cambio de un estatuto de autonomía, que se proponían rebasar aprovechando las circunstancias. Cuando los navarros ocuparon Guipúzcoa, la autoridad militar fusiló a 12 ó 14 sacerdotes nacionalistas por sus actividades políticas. El PNV y el clero adicto hicieron grandes protestas en la prensa extranjera y en el Vaticano, apoyándose en sectores “progresistas”, especialmente franceses, pese al carácter tradicionalmente muy reaccionario y antiliberal del nacionalismo vasco. Franco cortó los fusilamientos, pero el clero peneuvista persistió en su campaña para negarle el carácter de defensor de la Iglesia. En realidad, dicho clero se desentendió por completo de la suerte del clero perseguido, justificando de diversas maneras la persecución.

El proyecto de decreto de Irujo señalaba además: “una parte de la Iglesia católica, concretamente la de Euzkadi, ha sabido en todo momento cumplir su misión religiosa con el máximo respeto al Poder civil (…) Por eso no ha sufrido el más leve roce con sus intereses”. Sin embargo esta parte era tan falsa como la anterior. En la zona bajo autoridad del PNV habían sido asesinados nada menos que 55 sacerdotes que, por no ser nacionalistas, no merecieron la menor atención reivindicativa ni protesta del clero ni de los políticos sabinianos, contra lo ocurrido con los fusilados en Guipúzcoa por los franquistas. Otros cientos de religiosos vascos fueron masacrados en el resto del país ante la misma fundamental indiferencia de los clérigos nacionalistas.

Por supuesto, Irujo hizo aquí y allá algunas gestiones en favor de los perseguidos, y algunas denuncias ocasionales. Por ello ha recibido un reconocimiento algo excesivo, si lo comparamos con su política básica de ocultación de la realidad al exterior, de connivencia de hecho y desde el gobierno con los perseguidores, y de apoyo a la propaganda revolucionaria, todo ello sin asomo de protesta de los religiosos peneuvistas. En realidad, ésta era la moneda de cambio por las vulneraciones del estatuto, como exponía el lehendakari Aguirre ante las protestas de las autoridades izquierdistas: “Euzkadi sirvió con su ejemplo de único argumento en el exterior, invocado tantas veces en la Sociedad de Naciones y por numerosos políticos, incluso comunistas, como la señora Ibárruri en sus mítines de propaganda exterior”. Los servicios prestados por el PNV y su clero al Frente Popular fueron muy estimables, pero las izquierdas creían excesivo el pago que por ellos se tomaban los sabinianos.

Creo que estos precedentes ayudan a entender sucesos actuales.

(En LD, 20-12-2002, hace 17 años)

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¿Permite el interés individual entender al ser humano?

Libros de historia contra la “memoria” histórica, contra la falsedad y el totalitarismo

Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))Los Mitos Del Franquismo (Historia)

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Dice lead en uno de sus interesantes comentarios: El mártir y el misionero cristianos, San Bartolomé o la Madre Teresa de Calcuta, no actúan a ciegas, sin perspectiva: su fe, que es la mía, aunque mucho más fuerte en su lógica,  les dice: “recibirás ciento por uno”…en la otra vida, en la que creen más allá de toda duda (eso es la fe); saben, porque así lo creen, que su martirio o su dedicación a los demás será cumplidamente recompensada; cada mártir cristiano ha pronunciado frases inequívocas al respecto en el momento crucial. Al final el hombre es un ser racional. En otras palabras, el hombre actúa siempre por su interés individual, por su conveniencia, y este es el esencial criterio explicativo de la conducta humana, así se trate de comerciantes o de ascetas, de misioneros o de políticos.

   Claro que el interés individual es muy subjetivo y varía de unos individuos a otros, de modo que habría que valorarlo. ¿Cómo? Hay un modo  obvio y sencillo: el dinero. Un buen interés da buen dinero, en términos financieros o cualesquiera otros. Y un mal interés da menos o no lo da. Por supuesto, el interés de Teresa de Calcuta no puede valorarse así, ya que espera la ganancia en la otra vida; pero también cabe decir que responde a una especie de alucinación o en todo caso a una idea irreal y desde luego irracional. Porque en el mundo real que todos conocemos el dinero mide todas las mercancías y los servicios humanos. Es más, la misma Teresa solo podía practicar sus caridades con vistas al premio  de ultratumba si recibía dinero por donaciones o de otro modo. Alguna corriente liberal estaría de acuerdo con todo esto, máxime que entraña, al parecer, la libertad. Esta consistiría, esencialmente, en que el individuo pudiese actuar conforme a su propio interés o conveniencia.

   Así, pues el alfa y omega de la racionalidad humana consistiría en la satisfacción del interés individual, y el modo de medir el valor objetivo de ese interés sería el dinero. Quitando esto último, ya las corrientes hedonistas griegas pensaban lo mismo, con el nombre de “placer”, bien que en algunos casos  el refinamiento del concepto y el temor al dolor conducían a una especie de ascetismo, paradójicamente.

   Se puede objetar, sin embargo, que muchos esfuerzos y conductas no se rigen por ese interés o la esperanza de obtenerlo. Por ejemplo, en la guerra los soldados saben que pueden morir o sufrir  mutilaciones por la patria o por otros intereses no individuales, y que en su gran mayoría no obtendrán ninguna compensación palpable, y menos en dinero (por supuesto, algunos huirán o se pasarán al enemigo si esperan que este venza, pero por lo común no es así). En mi novela, Alberto pregunta a un comunista que se arriesga seriamente en la posguerra, incluso a ser fusilado, por qué lo hace si no sacará ninguna ventaja ni cree que le espere un premio en la otra vida. Pero en la vida corriente se presentan muchas conductas que no tienen que ver con el interés individual, como la crianza de los hijos –un gasto y un esfuerzo muy grandes, sin otra perspectiva  que el abandono del hogar, una vez criados–, ayudas caritativas incluso por ateos, o hasta acciones contrarias a ese interés, como el rechazo a la posibilidad de robar impunemente o de quedarse con un dinero perdido. Muchos, por ejemplo, no piratean libros, discos o películas en internet. Pero creo mayoría a los que, pudiendo hacerlo sin riesgo, lo hacen. Y así  no cabe duda de que las prohibiciones al respecto atentan contra la conveniencia de millones de individuos.

   Aparte de eso, muchos crímenes  (asesinatos) se cometen por dinero (crímenes racionales). Pero otros muchos se cometen sin ese interés, por accesos de cólera, por pasión sexual, por odio más o menos justificable, por motivos ideológicos… Los motivos son muchos, y  juzgar que en todos ellos siempre hay alguna conveniencia particular supone ampliar y retorcer desmedidamente el significado de esa conveniencia o interés.

    En la vida real no todo son amables intercambios mutuamente ventajosos, como en el pequeño comercio, sino que el interés de unos choca frecuentemente con el interés de otros. Para comprobarlo basta considerar la enorme actividad de pleitos judiciales, de abogados, etc., (un puntal de la economía, por otra parte). Por ello, la libertad no puede definirse en función de la conveniencia particular, sino, si acaso,  de la conveniencia colectiva que marca límites a aquella: se supone, y ocurre casi siempre, que el interés colectivo dejará, de todos modos, un espacio mayor o menor a los intereses particulares, que de otro provocarían luchas generalizadas; pero nunca el interés colectivo podrá satisfacer todas las conveniencias particulares, sino que necesariamente las oprimirá en mayor o menor grado. Esas normas chocan a menudo muy dolorosamente con los deseos e intereses individuales, y además son impuestas por élites u oligarquías, aceptadas  más o menos, pero nunca universalmente.

  Otra observación: el propio individuo nunca es más que parcialmente consciente de su interés,  que dentro de él mismo suele chocar con otros intereses, obligándole, a veces muy a disgusto, a priorizar unos sobre otros, o a conducirse de modo confuso y contradictorio. Hay, además, siempre un riesgo, con su factor de azar, en las decisiones adoptadas con vistas a satisfacer un interés. Gran número de empresas se arruinan, incluso en los momentos de mayor prosperidad general. En otro sentido, quien piratea una película apenas corre ningún riesgo, pero quien realiza algo ilegal,  sí lo corre y sin embargo no pocas veces sale  triunfante. Pongamos el caso de Pujol: unos años más y muere en olor de santidad laica; e incluso ahora su castigo será meramente moral, ya que no entrará en la cárcel, y desde un punto de vista racional, ¿qué importancia tiene eso? ¡Que le quiten lo bailado! ¿Y qué decir de Teresa de Calcuta si no existiera una vida posterior? ¿Qué sentido habría tenido su actuación en este?

   Me parece bastante claro que sobre la idea del interés particular no puede fundarse ni la libertad ni la moral. Más bien destruye ambas. Y la noción de individuo merece mayor profundización que la aparente evidencia con que la utilizan algunos liberales y anarquistas. Porque se olvida la verdad profunda simbolizada en el mito del pecado original: el ser humano tiende al mal. No es cierto que el interés de los individuos signifique el bien,  y la sociedad, o el poder o el estado, concentren todo el mal. Aparte de que el estado, etc., nacen de los individuos y están constituidos por individuos.  Al igual que son individuos los comunistas: ¿dejarían de ser individuos, o lo serían de segunda clase,  por no pensar lo mismo que los anarquistas y ciertos liberales?  Creo que el comunismo es detestable, pero su crítica a partir de los intereses particulares me parece inconcluyente.

(Hace cinco años)

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Franquismo y sionismo

¿Usted sostiene, entonces, que Franco era el único que sostenía al régimen?

De ningún modo. Digo que si el régimen subsistió bastantes años después del Vaticano II, que lo vació de contenido,  se debió sobre todo a dos factores: la personalidad de Franco y el éxito económico. Pero el régimen era mucho más que la personalidad de Franco. Era, aparte de un importante entramado político y jurídico que se mantuvo unos años pese a vaciarse de savia ideológica, era  lo que de manera un tanto simplificada se llamó el nacionalcatolicismo, que duró desde 1938 hasta 1965, unos veintisiete años. Es una época que está por estudiarse debidamente. Casi solo lo han hecho sus enemigos, que hablan de “años perdidos” y sandeces parecidas. Pero sus amigos son casi peores, apenas pasan de cuatro tópicos nostálgicos y en gran medida falsos. Hay algunas excepciones parciales, como el reciente libro de Caballero Jurado sobre la División Azul, pero en general la cosa es muy pobre. Por mi parte he hecho un esfuerzo inicial en Los mitos del franquismo, pero debería ser solo un comienzo. El punto de partida es que el Vaticano II hizo inviable al franquismo, pero sus logros anteriores son suficientes para entender que había mucho de válido e importante en él.

Usted ha caracterizado ese catolicismo como asfixiante…

Y lo era, en buena medida, pero eso no lo retrata por completo.  La envidiable salud social del franquismo se debía en parte importante a él. Por otra parte el catolicismo del régimen –no hablo de la jerarquía eclesiástica– era considerablemente liberal. Observe la cultura de aquellos años, en gran medida escapaba a cualquier doctrina, era muy considerablemente libre y productiva. La censura era una molestia pero no  un impedimento. Ninguna obra importante quedó oculta en espera de la democracia. No puedo dedicarme a esa tarea, pero insisto en que está casi todo por estudiar y por aprovechar teórica y prácticamente de aquellos años espléndidos.

¡Vamos ni siquiera la extrema derecha llama espléndidos a aquellos duros años!

No, ya le he dicho que eso que llamamos extrema derecha, por llamarla de algún modo, es muy roma. Fueron años magníficos. ¿Es necesario que le diga por qué? Pues no lo haré. Lea Los mitos del franquismo y se hará una idea.

Cambiando de tema, usted niega la importancia de la masonería, del NOM, del sionismo… Pero Franco mismo alertaba contra esos enemigos de España.

Franco tenía razón… en parte. La masonería es una organización desde luego anticristiana y antiespañola. Pero el problema es de grado, y la historia no puede explicarse por lucubraciones sobre sociedades secretas. Eso es pueril. La masonería existe, le he dedicado un ensayo que he publicado por trozos en el blog. En mi opinión es un fenómeno nefasto, y llama la atención que promueva la democracia siendo ella misma  antidemocrática por constitución. Pero es solo un ingrediente de las evoluciones sociales de los últimos siglos, en algunos momentos importante y en otros no. En España tuvo importancia (contradictoria por otra parte) en la república y muy poca en la evolución desde el franquismo.  La democracia actual, con sus numerosos y peligrosos defectos, se la debemos a la democracia cristiana, indirectamente al Vaticano II. Claro que un conspiranoico te dirá que es que el concilio lo organizaron o manejaron los masones… Por otra parte, todo eso es ridículo. La masonería opera secretamente, pero las ideas que defiende y sus principales acciones son perfectamente públicas, argumentadas y conocidas. Y ahí está la dificultad para los conspiranoicos: son incapaces de oponerles un pensamiento algo refinado y coherente. Creen que con poner la etiqueta de masón a este o el otro ya han dado con el quid profundo de la cuestión.

Y el sionismo…

A mí, el sionismo me parece admirable. Ha resucitado un idioma muerto, ha creado un estado territorialmente mínimo, en una tierra climáticamente poco agradable y poco fértil, ha creado una sociedad culturalmente muy productiva y hasta ahora ha sido capaz de sostenerlo contra una hostilidad brutal del entorno. En cierto sentido se parece al primer franquismo, defendiéndose contra todo el mundo Claro que lo ha hecho con ayudas muy importantes, sobre todo de Usa, pero también contra una gran hostilidad en la misma Usa y en Europa.  Por cierto que durante una etapa, sionismo y nazismo fueron de la mano porque los dos querían que los judíos se fueran de Alemania. Y hasta coincidían en que cada cual creía que su raza respectiva era la superior. Considerarse el pueblo elegido por Dios es algo realmente fuerte. Claro que los sionistas no solían ser creyentes, pero la idea de fondo seguía ahí. Bueno, estoy divagando un poco. He dicho que nuestra política exterior debería parecer algo a la de Suiza, y la interior un poco a la de Israel. 

   En cuanto al Nuevo Orden Mundial, es cosa bastante vieja, una aspiración que viene de la Ilustración, aspiración a una paz universal. En mi opinión, pero habría que argumentarlo mucho más, ese supuesto ideal solo puede conseguirse a costa de la libertad y la propia naturaleza humana, en un sistema como el que pronosticó Tocqueville de “despotismo democrático”. Es preciso oponerle una argumentación sólida. Y creo que de la experiencia del primer franquismo podrían extraerse algunos argumentos.   

 

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La extrema derecha en perspectiva

Usted es habitualmente conceptuado como de extrema derecha. Sin embargo se muestra muy crítico con la extrema derecha. No es fácil de entender.

–Yo creo que sí es fácil. Que llamen a uno de extrema derecha o fascista no significa nada si no queda claro  el argumento. En la inmensa mayoría de los casos son solo palabras denigratorias usadas por la izquierda antidemocrática, también por la derecha “centrista”. Yo empleo el término extrema derecha, que no me gusta, a falta de otro: como aquella que se opone a la democracia por principio. Fundamentalmente porque se cree inspirada por Dios o porque se consideran una élite privilegiada y consideran que quienes no comparten sus ideas deben ser privados de algunos derechos, como el de votar.  

Pero usted defiende el franquismo. ¿No fue eso, precisamente, el franquismo?

–No. Lo que mejor define al franquismo es el nacionalcatolicismo, fuera de eso cada una de sus familias tiraba por su lado. Y el nacionalcatolicismo fue decapitado por el Concilio Vaticano II. No puede volver, entre otras cosas porque ninguno de los partidos o familias procedentes del franquismo se ha rebelado contra aquel concilio. Y por lo demás, son grupos casi insignificantes. Hay algo que los define, o define a muchos de ellos: la leyenda que han construido sobre el asesinato de Carrero Blanco.

¿Lo de que lo mató la CIA, o que la CIA estuvo detrás?

– La herida del Vaticano II era mortal, pero no inmediata ni a corto plazo, de modo que el franquismo seguía políticamente estable. Lo demostró precisamente aquel atentado. Fue un acto profundamente desestabilizador que sin embargo no desestabilizó nada, solo provocó un leve estremecimiento y el régimen continuó hasta la muerte de Franco, incluso un año más, si datamos su fin del referéndum de diciembre del 76, o tres si lo datamos en la Constitución. Bien,  ¿podía interesar a Usa la desestabilización de España? Todo lo contrario. En cambio sí podía interesar, de hecho interesaba, a la URSS, y la ETA tenía lazos con la URSS a través de Argelia o de Cuba. ¿Por qué, puestos en plan conspiratorio, no pensaron en el KGB?  No digo que fuera así, pero sería más lógico.

Pero el argumento es que  Washington quería una democracia en España, y Carrero era precisamente el gran obstáculo

Vamos a ver: si el gran obstáculo era una sola persona,  de un gobernante, y que eliminada esa persona llegaría inevitablemente  la democracia, entonces está claro que el franquismo estaba en la agonía.  Y lo estaba realmente, pero eso no quieren verlo algunos. No quedaba más opción que una democracia, que podía salir mejor o peor. Además, decir que Carrero representaba el franquismo es mucho decir. Él era muy poco amigo de la Falange y muy favorable al Opus,  a  los tecnócratas y muy monárquico de  Juan Carlos. ¿En qué sentido era franquista? Lo que me irrita de esa extrema derecha es la simpleza e incoherencia de sus análisis y la facilidad con que alzan condenas en función de esas simplezas. No es de extrañar su marginación.

Sin embargo hay un argumento en contra: el franquismo no era democrático, sino todo lo contrario, ¿Cómo se puede  apoyar a Franco y a la democracia, como usted hace?

–Lo he explicado muchas veces. Si solo contáramos a Franco su victoria contra totalitarios y separatistas y haber librado a España de la guerra mundial, ya podríamos considerarlo el mayor estadista español en dos siglos. Pero hizo mucho más. El franquismo tuvo tal éxito que, incluso vaciado de sustancia ideológica o espiritual o como quiera llamarlo, sobrevivió bastantes años e incluso logró el éxito de una transición a la democracia votada masivamente desde él y no contra él, como quería tanto botarate. Ahora, la democracia ha degenerado de forma escandalosa, con esa palabra pasa hoy como con la de fascismo y similares: no significa nada. Todos son demócratas, lo es la ETA, lo son los separatistas, lo son sus colaboradores de PP y PSOE, los autores de leyes norcoreanas… Evidentemente todo eso hay que repensarlo. Y una parte de ese pensamiento debe centrarse en lo que fue el franquismo, sobre el que no para de mentirse, cómo tuvo tanto éxito y qué podemos extraer de él en la crisis actual. Pero ya decía Edison que la gente es capaz de cualquier cosa con tal de no pensar.

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La derecha escupe sobre las tumbas de sus padres y abuelos.

 En los libros de historia encontramos a menudo dos tipos de errores: de detalle y de enfoque. También puede decirse de descripción y de análisis. Los de detalle son inevitables, por cuidado que esté el texto, pero no  destruyen este, salvo cuando son demasiados o grotescos. Los de enfoque son los más peligrosos porque echan a perder el conjunto, y son los más frecuentes en las historias de España, desde la leyenda negra, la negación de la Reconquista o la pretensión de un Frente Popular “republicano” y  “legítimo.

la reconquista y españa-pio moa-9788491643050Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))Los Mitos Del Franquismo (Historia)

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Un político del PP, Pedro Corral, se ha creído en el caso de instruir a sus colegas, desde el diario ABC, sobre lo que fue la guerra civil. Buena intención, aunque temo que él mismo no  demuestre tener mucha idea al respecto, como veremos. Cosa por lo demás común entre nuestros políticos.  

   Muchos nos hemos empeñado en investigar y desentrañar las motivaciones y mecanismos de aquella guerra de tanta trascendencia en España y fuera de España, pero según el señor  Corral no hacía falta tanto esfuerzo. La cosa fue de lo más sencillo:a unas pequeñas minorías (“canallas y sádicos sayones” les llama Pedro J Ramírez  en la misma onda) les dio un buen día por matarse entre ellas y de paso arrastrar malamente a millones de personas que solo pasaban por allí y no tenían el menor interés en luchar por nada. Así de facilito. O sea, el pensamiento y la razón, sustituidos por  la simpleza envuelta en moralina de barra de bar. 

 Para justificar su llamémosla tesis, Corral “descubre” que las fuerzas militares de ambos bandos fueron engrosadas mayoritariamente, desde las primeras semanas, por soldados reclutados a la fuerza. Las imágenes propagandísticas de millones de aguerridos milicianos y falangistas son solo eso, pura propaganda. En todas las guerras, civiles y no civiles, los soldados son mayoritariamente de recluta, lo que no quiere decir que vayan necesariamente “a la fuerza”. En cuanto a los millones de milicianos y falangistas, nadie lo ha dicho nunca, y Corral se lo inventa para pasar por desmitificador. Fue característico que desde el primer momento surgiera un número extraordinariamente alto de voluntarios en los dos lados. No fueron millones, pero sí decenas e incluso cientos de miles. Con ellos, básicamente, Franco pudo haber ganado la guerra en cinco meses (el profesional Ejército de África era muy voluntario) aunque empezara pronto a movilizar quintas. Y los rojos empezaron pronto a regularizar el ejército porque los voluntarios, con todo su entusiasmo, rara vez  tienen el orden y la disciplina que precisa un ejército en una guerra prolongada. La ignorancia de la lógica militar por el señor Corral le permite descubrir la sopa de ajo y, deslumbrado por su descubrimiento, tratar de enseñársela a los demás. 

   Por lo tanto, sigue, el factor clave de la inmensa mayoría de los protagonistas de la contienda fue   la lealtad geográfica. Esto significa, sencillamente, que la inmensa mayoría de los españoles no tuvo libertad para elegir bando. «Factor clave”, llama a esta verdad de  Perogrullo, pues claro que cada bando aplicó la ley en su zona. Pero la gran mayoría de los españoles ya había elegido bando en las elecciones brutalmente radicalizadas de febrero de 1936, aproximadamente mitad por mitad entre izquierdas y derechas. La perogrullada se embrolla algo más: La consecuencia de la lealtad geográfica es que soldados de izquierdas reclutados en el Ejército franquista tuvieron que combatir contra soldados de derechas enfilados en el Ejército Popular. Cierto, pero el grueso de los soldados se identificó con el bando en que luchaba, otros muchos procuraron pasarse al contrario y bastantes lo consiguieron. Otros más fueron fusilados por negarse a servir en el bando “geográfico”.  Por cierto, al terminar la campaña del norte, los nacionales integraron en sus filas a la mitad de los 200.000 prisioneros, que no dieron ningún problema.  

La guerra civil y los problemas de la democracia en España (Nuevo Ensayo)

  Sin embargo, esto no es óbice para que muchos sigan pensando que un campesino pobre, sin ideas políticas, reclutado por Franco, será siempre un fascista, mientras que otro campesino pobre, sin ideas políticas, reclutado por Azaña, será siempre un antifascista. En fin, la osada ignorancia. Azaña pintó poquísimo en la guerra y nunca reclutó a nadie; fueron los partidos obreristas, sobre todo el comunista, quienes impulsaron la recluta masiva. Entre los campesinos pobres de Extremadura y Andalucía predominaban los anarquistas y socialistas, mientras que los de Galicia y Castilla solían ser de derechas. Si el señor Corral hubiera estudiado mínimamente la época, sabría que la politización de entonces fue extrema, con los odios correspondientes, y que no había mucha gente sin ideas políticas, aunque fueran muy primarias 

Las quintas reclutadas durante la contienda por ambos bandos deberían haber sumado un total de 5 millones de hombres. Sin embargo, el total de españoles incorporados a filas no pasaron de aproximadamente 2,5 millones: 1,3 millones en el Ejército Popular y 1,2 en el Ejército franquista. Los otros 2,5 millones de potenciales reclutas se las ingeniaron para no coger el fusil e ir al frente. Suele considerarse que el máximo de movilizados para no desarticular la economía, y salvo casos excepcionales, no debe superar al 10 -12%  de la población. Y de ellos solo una fracción “coge el fusil y va al frente”, pues un ejército tiene una enorme cantidad de servicios que normalmente quedan en retaguardia. Otra gran cantidad de adultos ha de permanecer  manteniendo las fábricas y los campos. Pues bien, el 10% de la población de entonces ascendía precisamente a 2, 5 millones, por lo que se movilizó precisamente algo más de ese 10% (1,2 millones los nacionales, 1,7 millones los rojos, según las cifras de R. Salas Larrazábal). 

    El señor Corral quiere hacernos creer que la mitad de los –según él—reclutables, habrían desertado o se habrían escaqueado.  Ignora que, contra ciertas leyendas, la guerra de España no fue de gran intensidad comparada con otras muchas civiles y no civiles del siglo XX (puede ver alguna comparación en Los mitos del franquismo), que las bajas mortales  militares no fueron muy elevadas (en torno a 160.000. La guerra civil useña en el siglo XIX causó unas 600.000, para una población poco mayor), y que la mayoría de los frentes tuvo poca actividad la mayor parte del tiempo. Tampoco la movilización fue tan profunda que obligara a emplear masivamente a mujeres en fábricas y campos para suplir a los hombres, como ocurrió en la guerra mundial, por ejemplo. Un profesor debiera informarse bien antes de dar lecciones. 

   Al señor Corral le asombra agradablemente que hubiera desertores. Los hay en todas las guerras. La cuestión es cuántos  y en qué proporción en cada bando. Habla de “miles” y seguramente los hubo, unos para pasarse al otro lado y otros, los menos, para irse a casa; mientras sugiere la cifra de 2,5 millones entre desertores y escaqueados, que él imagina debían haber ido al frente. Sin embargo afirma que los castigos a los desertores fueron terroríficos: En el bando franquista se detenía a los familiares del desertor y se confiscaban sus bienes, y si los familiares tenían antecedentes izquierdistas era probable que acabaran fusilados. Nunca había oído tal cosa, pero si fue así, las víctimas deberían contarse por cientos de miles. Tendría interés que el señor Corral nos aclarase cuántas fueron. Por supuesto, en el Frente Popular los reglamentos llegaron a hacerse terroristas, como ha explicado R. Salas Larrazábal, a quien el señor Corral debiera leer con atención antes de ponerse a enseñar a sus colegas de la política. 

   Ni para defender la República ni para atacarla hubo mucho entusiasmo entre los españoles de a pie. Por supuesto. Como que la república, es decir, la legalidad republicana, había fenecido con las elecciones de febrero del 36. Lo que había era un nuevo régimen revolucionario. Y es cierto que, pasados los primeros meses, decayó mucho el entusiasmo por defenderlo,  pero, aunque no lo crea el señor Corral, ocurrió algo muy distinto en el otro bando. Lo demuestran sus numerosos actos heroicos en condiciones casi imposibles, actos inexistentes en el Frente Popular: Gijón, Toledo, Sta. María de la Cabeza, Oviedo, Huesca… a los que desprecia el político, porque no entran en la nómina de desertores y escaqueados que tanto le complacen.  

europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

    Se cree el señor Corral en la obligación de informarnos de su infinita compasión por todas las víctimas, que según él lo fueron de unos cuantos extremistas desalmados. De quien no tiene la menor compasión, en cambio, es de la verdad histórica y la necesidad de investigarla. Debería  hacer un pequeño esfuerzo por aclarar el sentido de un suceso tan dramático  más allá de la exhibición de fáciles buenos sentimientos –como si los demás carecieran de ellos—y de esa vanidosa condena a diestra y siniestra, como si a tantos españoles  les hubiera dado por matarse entre sí por las buenas, y obligar a otros a hacerlo. 

    Así que informaré brevemente a nuestro político de cosas generalmente bien sabidas:  el Frente Popular triunfó en unas elecciones no democráticas, destruyó la legalidad republicana y  emprendió un proceso revolucionario extremadamente violento. Dicho Frente se componía  ante todo de partidos obreristas y de separatistas que querían destruir España sin disimulo. Por sus diferencias se mataron entre ellos muchas veces, pero estaban de acuerdo en un punto esencial: la erradicación de la Iglesia y la cultura cristiana en España, para lo que cometieron un verdadero genocidio. De modo que lo que estaba en juego entonces no eran las chifladuras vesánicas de unos y otros, como con tan poca compasión como respeto supone el instructor de políticos. Estaba en juego la subsistencia de la nación española y de la cultura cristiana. Por ello el proceso  revolucionario provocó la rebelión del bando nacional. Parece lógico suponer que el señor Corral no se habría rebelado en modo alguno, sino procurado adaptarse a los revolucionarios y medrar entre ellos. Bien, allá él; pero eso no le da derecho a condenar tan despiadadamente a quienes eligieron oponerse a unas tendencias totalitarias y a la disgregación de España. 

   Y gracias a que vencieron los nacionales puede hoy el señor Corral soltar sus banalidades revestidas de “compasión”, “moderación” y “buenos sentimientos”, como si solo él los tuviera. Y va más allá:  Las consecuencias de la guerra no terminaron ahí: el exilio, la represión y una larga dictadura dejaron heridas insondables que sólo en la Transición, con el sacrificio de todos, se empezaron a restañar sólidamente. Del exilio volvió muy pronto la gran mayoría. La represión  castigó sobre todo a los chekistas y asesinos que tanto abundaron en el Frente Popular y que fueron abandonados por sus jefes. La larga dictadura no tuvo oposición democrática, solo comunista o terrorista, y escasa. La inmensa mayoría de la población se había reconciliado ya en los años 40, como prueba el fracaso del maquis. El franquismo  libró a España de la guerra mundial, de una nueva guerra civil (el citado maquis) y dejó un país reconciliado, libre de los viejos odios y próspero. Gracias a lo cual unos políticos de muy bajo nivel pudieron hacer una transición sin hundir al país… aunque han seguido en ello hasta hoy, llevando a España, nuevamente, a una crisis extremadamente grave. Políticos como el señor Corral, a quienes nada tiene que agradecer una democracia a la que no cesan de dañar. Habla mucho de perdonar, pero debiera empezar por perdonar  y no castigar  la verdad como lo hace, y por respetar a los millones de españoles que entonces sintieron intensamente su causa y lucharon por ella, en los dos bandos; y a los que supieron después reconstruir  el país en las más difíciles e injustas condiciones exteriores.   Un país que estos políticos parecen empeñados en echar abajo a base de mentiras y corrupción, empezando por la corrupción intelectual. Quizá el señor Corral crea que así se consigue una mejor relación entre todos. Pero sobre la mentira profesionalizada, que decía Julián Marías,  no puede  construirse nada sólido.

(en febrero de 2016)

 

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