Sentido y tormento / Abierto al inglés, cerrado al español / Gobiernos iguales y únicos / González derrota a Suárez

La moral como sentido y como tormento

La incertidumbre y angustia de la existencia busca su sentido en la moral, que constituye una serie de normas, consejos y costumbres cuyo cumplimiento permitiría una orientación “buena”, “sensata”, con sentido, en fin, de la vida;  e inspiraría las leyes políticas, aun siendo distinta de estas. Sin embargo, la vida ofrece muy a menudo tales conflictos que hacen vacilar u oscurecer las normas morales. Gran parte de la literatura expresa justamente ese tormento: ¿cuál es la decisión buena? ¿Qué sería mejor?… Vacilaciones presentes en decisiones triviales, pero que se vuelven dramáticas cuando están en juego valores más amplios o la propia vida. Está, además, el conflicto entre la norma social y el interés o el instinto vital de las personas. La moral permite la vida en sociedad, y al mismo tiempo la atormenta.

Está, además, la cuestión de quién impone unas normas que a menudo contradicen los instintos más espontáneos: o bien se considera que las imponen algunos individuos, no mejores ni peores que los demás, con lo que su obediencia no se justifica (leyes estatales, derechos humanos); o se entiende que provienen de un ente superior  que las ha fijado en el interior de cada persona (ley natural). Un ente desde luego muy por encima de los intereses y saberes  concretos de unos y otros.

En El enamorado de la Osa Mayor, una de las mejores novelas del siglo XX, para mi gusto, un contrabandista enseña a un nuevo en la tarea cómo orientarse en la noche para volver a Polonia si tienen que dispersarse al ser descubiertos por la policía: debe dejar a la derecha la Osa Mayor. Y eso viene a ser una metáfora de la situación humana: en el camino de la vida, tan poco claro por la limitada capacidad de previsión y por los imponderables, sería preciso recurrir a algo muy por encima,  alejado de nosotros; indiferente y sin embargo capaz de guiarnos. Y luego, como escribió el poeta, “Oh Muerte, qué negro misterio /arroja tu manto sobre la vida/y  nos obliga a resignarnos/ temblorosos ante el horror”. La psique obliga a “sublimar y espiritualizar” ese horror, como explica Paul Diel.

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Abierto al inglés, cerrado al español

Leo un anuncio de Madrid Open City Awards. ¿Qué invento de capullos puede ser eso? “Es una asociación sin ánimo de lucro, independiente, apolítica y de consenso  formada por instituciones, empresas organizaciones y emprendedores líderes en sus campos. Y cuenta con apoyo institucional y económico del Ayuntamiento y la comunidad de Madrid”. 

Ni una sola verdad. Madrid abierta a la lengua y la cultura inglesa y cerrada a las españolas. Por lo tanto muy política: la política de colonización cultural por el inglés y la progresiva conversión de la capital de España en sucursal de Gibraltar. No solo es el título de esta capullada pretenciosa, es el desplazamiento creciente del español en todos los terrenos, empezando por el espacio público, especialmente promovido por el Ayuntamiento y la Comunidad del PP (más política) Consenso entre instituciones, empresas etc., líderes en dicha  colonización. Es repugnante, pero se ha hecho tan habitual que nadie protesta. ¿Hasta cuándo?

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Gobiernos iguales y únicos

** España es el único país del mundo cuyos gobiernos, sean del PP o del PSOE,  fomentan y financian a los separatismos. Ellos, no Putin.

**España es el único país del mundo cuyos gobiernos, PP o PSOE  se dicen amigos de una potencia, Inglaterra,  que invade permanentemente el país en un punto estratégico. Amigos también de otro país que ha ocupado el antiguo Sahara español y amenaza con  imitar a Inglaterra en Ceuta y Melilla

**España es el único país cuyos gobiernos se satelizan voluntariamente y ponen su ejército al servicio cipayo  de quienes invaden su territorio, en operaciones de interés ajeno, bajo mando ajeno y en idioma ajeno.

**España es el único país que, sin tener conflicto con otro, se lo busca por cuenta de los intereses de los invasores de Gibraltar.

**España es el único país del mundo cuyos gobiernos están dispuestos a arrastrarlo a una guerra por cuenta de Gibraltar. Sí, Gibraltar es el signo del poder anglosajón y de la servil traición de los gobiernos que padece España.

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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González derrota a Suárez

Al terminar 1979, a Suárez solo le quedaba un año y un mes en el poder. El 29 de enero de 1981 dimitía del gobierno, tres años antes de cumplir su mandato. Lo explicó en televisión denunciando el “ataque irracionalmente sistemático y la permanente descalificación” que venía sufriendo, y afirmando no querer “que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. El significado de esta extraña frase no ha solido analizarse. ¿No se tenía él mismo por el mayor representante y promotor de la democracia? ¿Iba a dejarla, dimitiendo, a merced de los “irracionales y sistemáticos ataques” de sus enemigos? A menos que el peligro para el régimen fuera el mismo Suárez, que, al percatarse, quisiera generosamente quitarse del medio. La frase entraña la escasa lógica y consistencia de su política. En cuanto al “paréntesis democrático” anterior solo podía ser, en su lenguaje y el común de entonces, la II República, Frente Popular incluido; paréntesis cerrado por la victoria nacional en la guerra civil. ¡Y él había hecho su carrera en el aparato político de quienes habían cerrado el “paréntesis”!

Como Suárez no especificó quiénes, atacándole, pondrían en peligro la democracia, se desataron las interpretaciones: unos lo atribuían al ejército, en cuyo seno se percibía un descontento rampante; o al “acoso y derribo” practicado contra él por el PSOE; otros a la falta de apoyo del rey, que dos días antes había conocido con alivio la decisión de Suárez; o a la descomposición interna apreciable en su partido. El propio Suárez lo aclaró a sus ministros, según recoge uno de ellos, Martín Villa: “Nos dijo que solo él había podido reducir a sus justos términos y a su verdadero papel a los militares”, y se quejó sobre todo del acoso constante del PSOE y de maniobras de la Iglesia y de las finanzas. . Y había añadido con cierta euforia: “¿Os dais cuenta? Mi dimisión será noticia de primera página en todos los periódicos del mundo”. Probablemente, como sugieren su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, y Herrero de Miñón, se trataba de una maniobra parecida a la de González con el marxismo, esperando volver al poder como dirigente carismático tras el fracaso del nada carismático Leopoldo, a quien recomendó de sucesor.

El rey recompensó su trabajo con un ducado, pero no con el Toisón de Oro, antes otorgado a Torcuato Fernández-Miranda. Suárez quedó contrariado, pues creía merecerlo más que su ex protector. Este había fallecido en Londres siete meses antes, muy desengañado de la situación política creada por su ex protegido; el cual no asistió a su funeral. Y es en tal situación en la que encuentran sentido su dimisión y el grave suceso que la acompañó menos de un mes más tarde, el golpe llamado del 23-f.

Suárez había recibido una excelente herencia social del régimen anterior, y política de Torcuato, pero el balance de sus cuatro años escasos de gobierno no se diría muy alentador. El terrorismo, que alcanzó un ápice en 1980 con 124 muertes y muy graves daños materiales, se había convertido en protagonista y condicionante de la política; las autonomías cultivaban una hispanofobia que impulsaba a los separatismos, los cuales agitaban constante y provocadoramente. El paro alcanzaba los dos millones, y no había ánimos para acometer la prometida reconversión industrial. Sin contar un ambiente social deteriorado con la creciente difusión de drogas, en especial la heroína, que causó muchas muertes y discapacidades entre jóvenes, el aumento de la indigencia, la delincuencia, la prostitución y otros indicativos de pésima salud social etc. Parecía volverse a los tiempos de la república, como si democracia fuera sinónimo de disgregación nacional y social, y desorden político, como se había temido por algunos. Añádase una política exterior errática. Suárez seguía parado ante las puertas cerradas de la CEE e indeciso ante las abiertas de la OTAN; no lograba que París cerrase el “santuario” de la ETA, ni poner coto a los hostigamientos marroquíes que incumplían los acuerdos a la entrega del Sáhara por el rey, y arrebataban zonas de pesca a los españoles; o hacía gestos “progresistas” como una amistosa visita a Fidel Castro o, en 1980, la asistencia al entierro del dictador comunista yugoslavo Tito. Y con respecto a Hispanoamérica tendía a marginar los lazos culturales para orientarse a los meramente económicos

El PSOE, consciente de la fragilidad política e ideológica de UCD, mostraba un ansia de poder casi desestabilizadora. Se presentaba como alternativa y Guerra, iniciador de la “cultura del insulto”, tachaba a Suárez de tahúr, ignorante y proclive al golpismo. En mayo de 1980 González había presentado una moción de censura, que no ganó pero dejó a Suárez aún más tocado. También le puso la proa la patronal, cuya cabeza, Ferrer Salat, opinaba que debía haber sido despedido sin contemplaciones una vez cumplida su misión de desmantelar el Movimiento. La prensa le trataba con acritud y en una encuesta entre intelectuales y artistas, en 1979, recibía expresiones desdeñosas, con pocas excepciones.

Dentro de UCD crecía la irritación ante las maneras cada vez más dictatoriales de su jefe. Aparte personalismos de sus barones, la cuestión de fondo consistía en la incoherencia política y la imposibilidad de aplicar con energía un programa, al carecer de mayoría absoluta. Por lo cual había que decidir si la UCD pactaba con Fraga o persistía en posición muy vulnerable a la presión del PSOE y los separatistas. Diversos barones propugnaban una “mayoría natural” absoluta acercándose a AP, pero Suárez y otros la rechazaban de plano, prefiriendo mantener imagen progresista. Parecían creer que su impostada imagen arrancaría votos al PSOE y menguaría los ataques de la izquierda. Cálculos harto errados. Y pesaba una razón ideológica: la UCD había jugado incluso a cierto antifranquismo desdeñoso, lo cual le desarmaba ante sus contrarios. La enojada ejecutiva del partido terminó por cuestionar a Suárez exigiendo menos caudillismo y más democracia interna y dando lugar a una crisis interna sin solución.

Así pues, en 1980, Suárez parecía a muchos, dentro y fuera del partido, el mayor obstáculo a la estabilidad del país, y se percibían movimientos alarmados y alarmantes. Con todo, las cosas parecían marchar por sus pasos. Dimitido Suárez, la UCD celebró entre el 6 y el 9 de febrero su II Congreso “entre violento y jaranero”, en frase de Herrero. El casi 40% de compromisarios críticos certificó la división del partido. Leopoldo se presentó en las Cortes a la investidura el día 20, y al no lograrla, debió volver a probar el 23. Y fue entonces cuando más de doscientos guardias civiles al mando del teniente coronel Tejero asaltaron el Congreso a las 6,20 de la tarde y retuvieron allí a los diputados, en espera de algo que no estaba claro. Todo el país quedó atónito al conocer la novedad a través de la televisión y la radio. Luego, el general Milans del Bosch en Valencia, sacó los tanques a la calle, y hubo en Madrid otros movimientos de tropas. Por fin, a la 1,23 de la noche, el rey televisaba su mensaje: “He ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor He cursado a los capitanes generales de las regiones militares, zonas marítimas y regiones aéreas la orden siguiente: “Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente (…). La Corona (…) no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”.

Más o menos a esas horas tenía lugar otra escena en el Congreso, donde el general Armada se entrevistaba con Tejero, ordenándole que retirase a los guardias y le permitiera presentarse para encabeza un gobierno de concentración, que debía acabar con el caos dejado por Suárez. Tejero rechazó un gobierno en el que figurarían comunistas y socialistas, y la misión de Armada, que expuso en nombre del rey, se frustró. Había una relación entre la escena en el Congreso y el apenas unos minutos anterior mensaje del rey: las órdenes de salvaguardar el orden constitucional chocaban con la acción de Tejero, pero no tanto con la de Armada, en principio legal y por así decir salvadora ante una amenaza grave.

La versión oficial fue que se había tratado de un golpe militar de la extrema derecha frustrado por la feliz decisión del monarca. Los numerosos puntos oscuros de la versión han motivado infinidad de opiniones y estudios. El más razonable me parece el de Jesús Palacios. Desde tiempo atrás, y especialmente desde el verano anterior, diversos políticos y militares, y el propio rey, venían buscando una solución no golpista al difícil problema de parar la deriva de Suárez, que no quería dejar su puesto, y a la que no se vislumbraba remedio. Tarradellas propugnaba un “golpe de timón”; Armada, militar muy afecto a y de Juan Carlos, se entrevistaba con líderes del PSOE; Suárez acusaba al PSOE de especular con la “idea descabellada” de un gobierno dirigido por un militar; el rey favorecía el traslado de Armada desde Lérida a Madrid; se rumoreaban conspiraciones militares… La salida, inspirada en el acceso de De Gaulle al poder en 1958, fue provocar un “supuesto inconstitucional máximo” que se resolvería con la solución en principio legal de un gobierno de concentración. La dimisión de Suárez había alterado momentáneamente las expectativas, pero una UCD en ruinas no cambiaría las cosas. Y Tejero, utilizado como inconsciente provocador del “supuesto máximo”, hizo fracasar la “solución Armada”.

Así, el “golpe de timón” fracasó, aunque no del todo: La monarquía y la democracia quedaron  a salvo, con Tejero, Armada y en general el ejército, como chivos expiatorios; pero los partidos, en especial los separatistas, vieron el peligro de generar con sus demagogias un golpe de estado, y se moderaron considerablemente.

Leopoldo resultó menos hombre de paja de lo que Suárez había esperado, “¿Quién sabe si Suárez no pensó que yo no duraría tres meses?” especulará el propio Leopoldo, que se mantendría unos veinte meses. Sobrino de José Calvo-Sotelo, cuyo asesinato en julio de 1936 había precipitado la reanudación de la guerra civil, difería mucho de él, y más todavía de Suárez. Ingeniero de Caminos, culto y leído, había hecho carrera de funcionario en el régimen anterior y al frente de grandes empresas y de los ferrocarriles, y llegó a procurador en las Cortes franquistas en los años 70. Democristiano, no puede decirse que integrara siquiera la oposición zascandil, pero exhibiría posteriormente poses de desprecio hacia el régimen anterior y procuró agravar las penas de los golpistas del 23-f.

No puede decirse que Leopoldo pasara sin pena ni gloria. Su actitud esencial puede describirse como anglómana más que solo anglófila. Anunció que abriría la verja de la colonia inglesa de Gibraltar, y en la guerra de las Malvinas mostró su simpatía por Inglaterra contra Argentina, lo que no aumentó su popularidad, ya escasa de partida. Sobre todo, introdujo a España en la OTAN, él solía llamarla NATO por sus siglas en inglés, pese a que las encuestas le mostraban solo un 28% de apoyo popular.

Debido al legado de la guerra mundial que había acabado con la Era Europea, la OTAN tenía doble cara: defensa de Europa occidental frente al expansionismo soviético, y defensa de los intereses nacionales de Usa. Franco no había tratado de adherírsele, pues entendía suficientes los tratos directos con Usa, pero los políticos hispanos del momento, salvo los del PCE lo deseaban con más o menos fervor; Suárez con tibieza. González aparentaba oposición, por oportunismo, según se demostraría. Hay indicios de que en el trasfondo del 23-f se jugaba también la inclusión en la OTAN, a realizar por el previsto gobierno de concentración. Usa presionaba al efecto y, según Otero Novas, habría chantajeado al gobierno de Suárez con promover la secesión de Canarias si Madrid no atendía sus exigencias. Posibilidad no muy creíble, pero no del todo desechable.

Leopoldo hizo cambiar el escudo tradicional de España con el águila de San Juan y el yugo y las flechas de los Reyes Católicos, por otro de aire semejante al republicano, salvo por la corona: quería innovar en ese campo. El escudo anterior pasó a “inconstitucional”, cuando, por ironía de la historia, había sido el de la Constitución: recordaba demasiado el origen precisamente franquista de la democracia. También canceló el Proyecto Islero para dotar a España de la bomba atómica, proyecto mal visto por Usa y bien por Francia, y sobre el que Franco había sido escéptico, aunque dejase hacer. Asimismo se aprobó la ley de divorcio y un Acuerdo Nacional por el Empleo con los sindicatos, que no detuvo la marcha ascendente del paro; e intentó cerrar la cuestión autonómica (LOAPA) delimitando con claridad las competencias y fracasando al ser declarada en gran parte ilegal por el Tribunal Constitucional. La Constitución, en efecto, amparaba un autonomismo insaciable.

El éxito más palpable fue el descenso del terrorismo, que no pasó de cuarenta muertes en 1981, subiendo a algunos más en 1982. Ello fue efecto del 23-f y de la reincorporación de algunos policías del franquismo expertos en la lucha contra ETA. La rama “polimili” de la ETA se autodisolvió entre 1982 y 1983, persistiendo la ETA mili. Ni la ETA ni mucho menos el GRAPO llegarían a las cifras de asesinatos de los años 1977-1980, pero seguirían causando estragos durante décadas. Achacable también a efectos del 23-f, los sindicatos se moderaron, descendiendo las jornadas perdidas por huelga a unos 7 millones.

Y la gresca en el partido no amainó. Fernández Ordóñez, del sector socialdemócrata, que desde hacía tiempo espiaba para Guerra, oficializó a principios de 1982 una escisión, el “Partido de Acción Democrática”, con diecisiete diputados de UCD que se negaron a dejar sus escaños, con vistas a una próxima integración en el PSOE. Leopoldo buscaba aplacar al PSOE y algún acuerdo con Fraga, y Suárez intrigó con sus afines contra todo acercamiento a AP. Suárez pensaba en un gobierno de coalición con los socialistas después de las elecciones previstas para 1983. Sintiéndose estadista e incómodo en UCD, advirtió: “ Lo que de verdad me apetece es crear un partido propio, mío, que no se me escape de las manos”. Y lo hizo en julio del 82: el CDS, añadiéndole Social a Democrático y Centro.

Para más desgracia, UCD perdió las alecciones gallegas en 1981 ante AP, y en 1982 las andaluzas ante el PSOE. El partido en ruinas que Leopoldo había heredado de Suárez se desmoronaba literalmente, y Leopoldo no tuvo más remedio que convocar elecciones adelantadas, para octubre de 1982. También el PCE sufría desgarrones, mientras que el PSOE disfrutaba de una fuerte disciplina interna, necesaria y envidiable, según unos; caudillista o mafiosa según Pablo Castellano y otros.

En aquellos comicios participó casi el 80% del cuerpo electoral, prueba de las amplias expectativas que generaron, y cambiaron en profundidad el panorama político salido de los anteriores. El PCE y la UCD cayeron dramáticamente, el primero de casi dos millones a 850.000; el segundo de más de seis millones a uno y medio. El CDS de Suárez no compensó la caída de UCD, pues solo obtuvo unos 600.000. Otro perdedor fue Fuerza Nueva, cuyos votos 108.000 apenas llegaban a la tercera parte de los obtenido en 1979. En cambio AP multiplicaba por cinco sus votos, saltando de 1,2 a 5,5 millones, mostrando que el votante de derecha era incapaz de percibir la diferencia entre UCD y AP, prefiriendo hasta entonces votar a UCD por considerarlo más “útil, según recomendación episcopal. Los semiseparatistas catalanes de CiU y PNV crecían significativa aunque no espectacularmente, como también lo hacía el partido de la ETA (HB), mientras la histórica Esquerra permanecía estancada en una votación insignificante. .

Pero el gran triunfador fue el PSOE, que casi duplicaba sus votos anteriores, de 5,4 milones a 10, 2, casi tantos como todos los demás partidos juntos, lo que le daba la mayoría absoluta, la mayor de toda la democracia, con el 37% del cuerpo electoral. El mapa electoral del país se tiñó de rojo, si suponemos al PSOE rojo a la antigua usanza. En todas las provincias era el partido mas votado excepto en tres de Galicia y cuatro de Castilla-León, más Gerona, que volvía a CiU, Vizcaya, donde casi igualaba al PNV, y Guipúzcoa, donde la ETA obtenía su mejor resultado, si bien inferior al PNV.

Unos meses más tarde en febrero de 1983, la UCD, protagonista de una etapa tan significativa en la historia reciente de España, se disolvía. Todo un símbolo. Se le había adelantado Fuerza Nueva en noviembre del mismo 1982. El fracaso de esta última, dentro de unas posibilidades escasas, derivaba de las discordias en el numeroso –en siglas– ámbito de quienes veían posible la vuelta a un régimen más o menos como el franquista.

Parece claro el significado de aquel vuelco: las maniobras o manejos centristas habían llevado al país al borde del abismo, de donde la mayoría de los españoles esperaba salir depositando sus esperanzas en el honrado, firme y ético PSOE. Los errores y toscos maquiavelismos de sus adversarios le habían puesto el poder en bandeja. No era nada claro qué política iban a seguir estos, pero debe reseñarse que, efectivamente, las esperanzas eran enormes. Muchos, también en Usa, los tenían por “jóvenes nacionalistas”, nacionalistas de España, se entiende, que iban a enderezar un país al que la derecha ucedea había dejado “hecha unos zorros”, en expresión común.

A su vez, el voto a AP reflejaba el mismo fenómeno de hartazgo. Popularmente y en la propaganda de sus contrarios, se identificaba a este partido como el más afín, cabría decir, a los resultados del referéndum de 1986, es decir, reconocedor, abierto o implícito, de la legitimidad franquista, cuando en realidad Fraga se había pasado a un centrismo del que esperaba conseguir más apoyo popular. Los hechos iban a demostrar pronto que las esperanzas, tanto en el PSOE como en AP, iban a resultar un poco exageradas.

 

En definitiva, González había derrotado en toda la línea a Suárez, que ya no se repondría como político. El vencido tendría, no obstante, un repunte en las siguientes elecciones de 1986, con 1,8 millones de votos, que resultó ilusorio. Después se negó a pactar con AP, dejando gobernar al PSOE en minoría. Y en las elecciones de 1989 iba a sufrir un serio retroceso que le obligó a dimitir. Después, la desgracia se cebó en él. En 2001 falleció su esposa por un cáncer, y en 2004 una hija suya, cuando él mismo estaba ya sumido en la oscuridad del alzheimer. Tan terribles infortunios despertaron la simpatía humana hacia él, con cierta confusión entre lo personal y lo político. Los ultrajes con que fue despedido en 1981 se trocaron en ditirambos desaforados y premios, entre ellos el ansiado Toisón de Oro, en 2007, cuando ya no podía apreciarlos. El jefe del PP, José María Aznar, afirmaba : “El nacimiento de la España contemporánea, moderna y democrática, está asociada al nombre de Adolfo Suárez”. Otro jefe del PP le llamaba “el timonel de la transición”. Una biografía presentaba su caso como “una tragedia griega”. El 18 de julio de 2008, la prensa publicó una foto de Juan Carlos y Suárez, de espaldas, el primero pasando al segundo la mano por el hombro, afectuosamente. Fecha involuntariamente significativa, pues conmemoraba el alzamiento de 1936 contra el Frente Popular. La foto reanimó los elogios y alabanzas. El influyente y anglómano periodista Pedro J. Ramírez: “Nuestro rey Lear”, “nuestro Nelson”; “No está gagá ni tiene Alzheimer. Lo que ocurre es que está triste”. J. L. Cebrián, periodista aún más prestigiado: “Los equivocados éramos nosotros” M. A. Aguilar: “No volveríamos a escribir lo que escribimos”. El escritor Félix de Azúa: “¡Qué nostalgia de Suárez!”. Elvira Lindo: “El hombre del que no supimos apreciar el valor político”. Paco Umbral: “Un doncel de Sigüenza… Un Don Juan de Austria”. Javier Tusell: “El mejor político del siglo”. Hasta se le comparaba con Alejandro Magno o con un “elegido de los dioses que le llevaron al poder y la gloria en plenitud de gracia y juventud”.

Recordando el episodio Solzhenitsin, vendría asimismo a la memoria el dictamen de Azaña sobre los suyos: “gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta”, tan aplicable al mundillo intelectual y periodístico español, al menos al que más se hace notar.

Más verídico resulta, cabe repetir, que Suárez recibió una excelente herencia social y política, y en menos de cuatro años llevó al país al borde del desastre. El fondo de la disgregación de su partido no fueron sus tendencias caudillistas ni los personalismos de sus gentes, sino su negativa a pactar con AP para conseguir una mayoría absoluta. En esa pertinaz negativa se percibe un sentimiento de inferioridad ante Fraga y más aún el miedo a su propio historial, que tan en inferioridad le ponía ante González y los separatistas, por el grosero equívoco, de identificar antifranquismo con democracia; al que él mismo contribuía con su escasa cultura histórica. Su ambición, indudable habilidad de maniobra y valor personal nunca se acompañaron de una visión política a la altura de la tarea.

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De Un Tiempo Y De Un Pais - 1

 

 

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