“Gato al Agua” / Arpía pendenciera / Mujeres y hombres/ Aznar derrota aFranco

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“Gato al agua” / Arpía pendenciera/ Mujeres y hombres

**En “El gato al agua” he expuesto argumentos en pro de la neutralidad. El vídeo ha tenido bastantes más visitas de lo habitual, y  gran número de comentarios, casi todas a favor.  De lo cual deduzco que el miedo de VOX a quedarse aislado si defiende esa postura es imaginario. La neutralidad es la única postura conveniente y necesaria para España, máxime cuando se prepara una nueva gran guerra. Todo el problema se reduce a explicarlo con claridad y argumentos convincentes a la opinión pública: Pío Moa: “No tenemos conflicto con Rusia pero sí con la OTAN” – El Toro TV

**Lo único importante que ha ocurrido en las elecciones portuguesas es que Chega duplique muy ampliamente sus votantes, saltando del 7,2% al 18%. La manipulación desinformativa lo presenta siempre como “extrema derecha”. Las palabras condensan significados amplios. Hay que buscar una que en España defina al consorcio PP-PSOE-sepas.

**¿Qué sabemos del 11-m? Una cosa, y la más importante históricamente: que el PSOE aprovechó la matanza con sospechosa agilidad para relacionarla con la decisión de Aznar de meter a España en Irak so pretexto de las “armas de destrucción masiva”, a las órdenes, incondicionalmente, de Usa y de Inglaterra. De Gibraltar, vamos.Y que los grandes beneficiarios del crimen fueron los socialistas, la ETA y los separatistas, claves de la política de Zapatero.

**¿Quiénes fueron los autores del 11-m? Esto no se sabe. Una hipótesis: Marruecos. Mohamed VI dice haberse sentido “abofeteado y humillado” por el incidente de Perejil.  Mohamed odiaba a Aznar, pero era muy amigo de Zapatero, a quien otorgó las máximas condecoraciones de su reino. No  hay en ello una certeza, pero sí una lógica que no sé si alguien ha investigado.

**Día de “la mujer”. Se ve que los demás días son “del varón”. Creo que en la diferenciación sexual existe una básica economía de esfuerzos. El varón se encarga (no exclusivamente) de la alimentación y la mujer de la continuidad de la especie (tampoco exclusivamente). La vida se alimenta de la vida, lo que implica lucha y una crueldad elemental; la continuidad de la especie implica ante todo una actitud amorosa. Obsérvese que el cine y la literatura de acción o de guerra interesan mucho más a los hombres, y los temas de amor a las mujeres. Esto no es casual. El tema podría desarrollarse. 

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

** Leo a un analista: “Que ganara Trump sería una gran alegría para Putin”. No: sería una gran alegría para la paz en Europa. Esto es, si Trump cumple luego sus sugerencias. En su mandato anterior, Usa no se dedicó a promover guerras  exteriores.

**El cese o dimisión de la  pendenciera arpía Victoria Nuland, la que más ha contribuido a encender la guerra de Ucrania,  podría significar que Usa  abandona a Zelenski dejándole el embrollo a la UE.  Pero  lo dudo mucho. Por supuesto que la la UE está por la labor y prepara la guerra con el pretexto de que es Rusia quien la prepara. Pero Usa y la UE afirman que no pueden permitir que Rusia gane en Ucrania. ¿Porque temen que a continuación invada a Polonia, por ejemplo? No, porque la necesidad de la propia OTAN quedaría en entredicho, mucho más que cuando su derrota en Afganistán.

**Me preguntan sobre la enfurecida fobia de Jiménez Losantos a VOX. Respondo: ¿se han fijado ustedes en que Losantos se parece físicamente  cada vez más a Ansón?

 **Cuando decimos Occidente no nos referimos a un todo homogéneo. De hecho hay tres occidentes con diferencias considerables: el anglosajón, el más poderoso con diferencia aunque ahora afronte crisis derivadas de sus últimas guerras; el centroeuropeo en torno al eje francoalemán, que parece estar preparando una guerra en Europa sugestionado por el anglosajón; y el hispánico, casi insignificante pero con una potencialidad evidente.

**¿Cuál es el problema de la democracia en España? La ausencia de oposición hasta la llegada de VOX. En democracia, la oposición se precisa para contener la tendencia del gobierno a expandir su poder y asfixiar las libertades. Sin embargo, no es garantía: un partido de oposición puede conchabarse con el de gobierno para repartirse cargos y dineros amistosa, “dialogantemente” como ha pasado en España. Y también puede lanzarse a una carrera de demagogias que socaven por otro lado el sistema. La democracia tiene sus peligros, como cualquier otro régimen. No es una palabra mágica.

**El blog de  Ramón Ferrandis ha comenzado una explicación a fondo de la agenda 2030. Será ilustrativa, seguramente: José Ramón Ferrandis | Un blog reaccionario (joseramonferrandis.es)

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 Nada más revelador sobre la verdad histórica de la república y del frente popular que los dicterios de sus padres espirituales después de conocer la experiencia:       310 – Los padres de la República maldicen a la República | Neutralidad (youtube.com)

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Aznar derrota a Franco

En toda la actitud de Aznar hay un elemento al que la historiografía ha dado escasa importancia, y que sin embargo la tiene de fundamental transcendencia histórica: su condena al franquismo.

El jefe del PP había utilizado el concepto de “pasar página” para evitar al PSOE las peores consecuencias judiciales de sus siempre honradas hazañas, y como pórtico a una nueva era histórica en que se acabarían las peores rencillas dentro de un acuerdo en lo esencial con los socialistas y los separatistas. El concepto de democracia en el PP era precisamente ese, una coincidencia de los partidos en cuestiones básicas, que evitara volver a la situación de preguerra cuando “nada nos era común a los españoles”. Ciertamente la idea tenía algo de ingenua y algo de corrupta, ya que podría dar lugar a “diálogos” para repartirse los poderes y fondos públicos entre aquellos partidos a costa de los intereses profundos del país.

Sin embargo, aquel “pasar página” tenía una limitación: el franquismo. A poco de llegar al poder, Aznar decidió que con el franquismo nada de pasar página: había sido una dictadura intolerable para un demócrata como él, y “La tarea del general Franco ha sido profundamente negativa para la vida española (…) El franquismo sociológico ya encontró cobijo en 13 años de socialismo. Conmigo vivirá mucho más a la intemperie”. Juzgaba al PSOE algo blando hacia el régimen anterior, por lo que persistía un difuso franquismo social con el que acabaría el PP: quería superar al PSOE en antifranquismo, como Suárez había pretendido superarlo en izquierdismo. Por lo mismo, en un gran mitin rindió tributo nada menos que a Azaña, a quien de aquella ponían por las nubes nubes tirios y troyanos sin mayor respeto a la realidad histórica. Un Azaña embellecido sin tasa ennegrecía a Franco y disimulaba el carácter del Frente Popular: ¡la derecha había evolucionado o se había modernizado, como se prefiera! Para no perder la costumbre, Aznar procedía de la Falange y, como Cebrián, de familia con altos cargos en el franquismo.

Y para demostrar la sinceridad de su repulsa al finado caudillo, el PP condenó en las Cortes, en 2002, el alzamiento del 18 de julio contra el Frente Popular, aprovechando la fecha simbólica del 20 de noviembre: Franco quedaba así derrotado definitivamente por los demócratas. Ya no se trataba simplemente de disimular o falsear el pasado de los líderes de la derecha (y de tantos de la izquierda), sino de borrar la propia historia del país, asunto harto más peliagudo. El PP, gran benefactor político de los semiseparatistas o separatistas y del PSOE, con quienes se repartía “democráticamente” el poder judicial y otras cosas, se unía a ellos también en su honrada versión de la historia. Salto mortal cuyas implicaciones, por lo demás evidentes, escapaban a las entendederas de Aznar y su partido. Pues la pirueta entregaba la legitimidad política e histórica al Frente Popular y a sus herederos, y la hurtaba a la transición, la monarquía y la propia democracia brotadas, por así decir, del franquismo. Una vuelta al rupturismo, que iba a tener consecuencias.

Naturalmente, Aznar no obraba así por antojo, sin duda esperaba obtener algunos beneficios políticos. Su condena venía a ofrecer a la oposición un “pase de página” que superase “los sectarismos, rencillas y políticas negativas del pasado”. Ahora, el PP, el PSOE, los separatistas y los comunistas iban a compartir un hondo entendimiento de la libertad, hermanados por el antifranquismo como base de la legitimidad del nuevo régimen. Haciendo, lógicamente, tabla rasa del significado del Frente Popular y de la guerra, de los avances sociales del franquismo sin parangón en dos siglos, del referéndum de 1976, de la corrupción y de la corrosión de la unidad nacional y la democracia. Con la entrega de la legitimidad política y cultural debía empezar una nueva era de concordia que estabilizaría los repartos de poder y dinero entre aquellos partidos.

O eso pretendía Aznar. Mas, por desgracia, los autodeclarados herederos del Frente Popular, bien conscientes del carácter histriónico de la oferta, recrudecieron las burlas y dicterios contra un PP que en vano quería disimular su siniestro franquismo. Lejos de olvidar las “rencillas”, intensificaron su oposición hasta hacerla casi desestabilizadora. Así sus manejos clandestinos con el terrorismo etarra, la huelga general del 20 de junio de 2002 con manifestaciones multitudinarias en varias ciudades contra el “decretazo” del gobierno, que en la línea liberalizadora de la economía, disminuía las prestaciones por desempleo o las subvenciones agrarias, entre otras normas para flexibilizar el mercado laboral en perjuicio de los trabajadores, en opinión de los sindicatos. La huelga obligó a retirar el decreto, que el TC declaró inconstitucionel al haberse tramitado de modo innecesario como “de urgencia”. No menos profusas fueron las protestas estudiantiles contra la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) que con mayor o menor acierto pretendía enmendar la degradación educativa promovida por el PSOE (una de sus manifestaciones era la expansión de las drogas en los centros de enseñanza o la nueva costumbre de embriagarse en en masa los fines de semana (“practicar botellón”).

Aún más estridente fue la movilización por la marea negra causada por el petrolero Prestige, en noviembre de 2002. No era el primer accidente similar que sufrían las costas gallegas u otras, pero el PSOE, el BNG y las oenegés afines aprovecharon para organizar una agitación convulsa culpando al gobierno y profetizando daños apocalípticos para el medio ambiente, la pesca y el turismo durante muchos decenios, y otras calamidades. La consigna, realmente infantil, “Nunca mais”, recogía, trivializándola, la de la persecución nazi a los judíos, como si el accidente respondiera a un deliberado plan de exterminio del PP. Los daños en la costa remitieron mucho antes de lo que aseguraban los ecosocialistasd, y el gobierno actuó con típico oportunismo, regando de subvenciones a los pescadores de la zona, que inventaron en burla el lema “¡Outra mais!”.

Todavía mayor importancia real tuvo la actitud de Zapatero hacia Marruecos. Aznar cambió acertadamente la política de concesiones y abrazos al monarca alauí cada vez que este mostraba hostilidad o perjudicaba intereses españoles. Lo cual, naturalmente, hizo crecer las tensiones, culminadas con la invasión del islote de Perejil, a mediados de 2002. En aquel ambiente, Zapatero fue a entrevistarse con Mohamed VI a espaldas del gobierno español y fotografiándose bajo un mapa de Marruecos que incluía Ceuta y Melilla y las Canarias, acto de traición más que se simple deslealtad, similar a sus tratos clandestinos con la ETA mientras suscribía el Pacto Antiterrorista.

Al igual que González, Zapatero, mostraría predilección por la democracia marroquí, régimen “respetuoso y con ideas abiertas” a su juicio, de “cultura árabe muy importante para nosotros”, aunque no parece que ello le haya inducido a aprender el idioma. Se ha declarado reiteradamente “amigo” del país que ocupó el Sahara español y amenaza, de momento, a Ceuta y Melilla; y en justa correspondencia, Mohamed VI le concedió en 2016 la más alta condecoración de su régimen. Debe recordarse que una política de Marruecos en España consiste en regar generosamente un “lobby” o círculo de presión política, en el que entran sobre todo, pero no solo, socialistas como González, Zapatero, Fernández de la Vega, Bono, María Antonia Trujillo (ministra con Zapatero, que declaró que Ceuta y Melilla consitituían “una afrenta a Marruecos”), etc. También en el PP se observan actitudes semejantes, y es fácil percibir en tellas algo más que corrupción. Con típica inversión del sentido, Zapatero llamó a sus políticas “oposición tranquila” y “constructiva”.

 

El trasfondo de la cuestión marroquí completa las tiradas regeneracionistas y similares contra la España imperial y posterior, pues atañe a la Reconquista, es decir, al proceso de reconstitución de España, al grado de que muchos profesores prohíben en sus centros usar dicho término Reconquista. Según ellos no es un término “científico”, por más que ellos no hablen árabe, ni practiquen la poligamia, al menos oficialmente, ni hagan ascos al vino o al jamón y tantas otras cosas; aunque parece no disgustarles la eventualidad de que borrar la Reconquista revierta con el tiempo en un régimen de tipo magrebí, “respetuoso y de ideas abiertas”. Cebrián el de El País, que ofició de orientador ideológico del PSOE, declaró en 2007: “Sin las Cruzadas y la Inquisición, sin la insidiosa Reconquista ibérica, podríamos –¿quién sabe?– haber asistido al florecimiento de una civilización mediterránea, ecuménica y no sincretista, en la que convivieran diversos legados de la cultura grecolatina, lo mismo que conviven hoy las dos Europas, la de la cerveza y el vino, la de la mantequilla y el aceite de oliva, en una sola idea de democracia”. Esto es la sustitución del pensamiento por el antojo gastronómico recurriendo a la democracia como palabra mágica. ¿Y quién sabe, en efecto? Podría haber ocurrido cualquier cosa, aunque sin la “insidiosa”, lo más probable es que la península ibérica fuera hoy una prolongación cultural y política de Marruecos. Cosa que, hay que suponerlo, no displacería a los Cebrián y los del lobby.

Aquella desatada islamofilia hispanofóbica procede, aparte romanticismos del siglo XIX, del filólogo Américo Castro, exiliado en Usa en 1938, aunque volviera a España aún en el franquismo). En 1948, Castro publicó España en su historia, enriqueciendo las agudezas orteguianas sobre España: hasta los Reyes Católicos habrían convivido en España tres culturas, cristiana, judía y musulmana, siendo la primera la más fanática y oscurantista. La cual, al reconquistar la península, habría destruido toda concordia y cultura progresista, excepto la salvada por judíos conversos. De aquella catástrofe imaginaria provendría, entre otros males, la índole guerracivilista o cainita que multitud de charlatanes intelectuales adjudican a los hispanos, por doble ignorancia de la historia de los países vecinos y de los tres siglos de la paz interna más estable de Europa alumbrados por la reunificación de los Reyes Católicos. Pero los tópicos muy repetidos parecen verdades a muchos.

No por casualidad Castro encontró su discípulo más aguerrido en el escritor Juan Goytisolo, enemigo acérrimo de la Reconquista y admirador del islam (eligió ser enterrado en Marraquech), cuyas ideas clave al respeto quedaron sintetizadas en su novela-ensayo Reivindicación del conde Don Julián, el personaje semimítico a cuya traición se atribuye la invasión musulmana que transformó a Hispania en Al Ándalus. En la novela, el autor se imagina un andalusí exiliado que quiere vengarse de España por haber expulsado la cultura islámica, planea propagar la sífilis por todo el país, se complace en la violación de vírgenes españolas por los moros, en escenas de masturbación, sodomía, defecaciones, se burla de manera brutal de las consideradas glorias hispanas, desde Séneca, imagina, en un parque de atracciones, meterse en una gigantesca imitación de la vagina de Isabel la Católica (algo parecido sin referencia personal ni histórica, existía en algún parque de atracciones sueco), y excita a “un ejército de alfanges, (…) beduinos de pura sangre, guerreros que afrontáis diariamente la muerte con una con una desdeñosa sonrisa, jinetes de labios ásperos, rostro bárbaramente esculpido, contemplad el tentador Estrecho con vuestros perspicaces ojos cetreros, la sucesión de olas blancas que impetuosamente galopan hacia la costa enemiga: crestadas de espuma, como sementales que relinchan con furia al zambullirse: playas ansiosas de Tarifa, roca impaciente de Gibraltar!”… Y una buena serie de atrocidades quizá más grotescas que terribles.

Goytisolo también admiraba a Blanco White, anglómano emigrado a Londres después de la guerra de independencia, donde se hizo anglicano y odiador de España al punto de negar que en español pudiera escribirse nada de verdadero valor.

El periodista y escritor de izquierda César Alonso de los Ríos resumiría tal ideario:“La negación del suelo patrio, de las tradiciones, de la moral convencional, incluida la heterosexualidad… Quizá esta última nota fue la menos celebrada: se tomó como un dato puramente personal aun cuando la consigna de Goytisolo era bien clara: la revolución total, la traición total, el entreguismo total pasaba por la reconversión sexual”.

Si la difamación sistemática de la historia hispana especialmente la imperial, a partir del Desastre del 98, había condicionado de forma impalpable pero indiscutible, la evolución política del país, no cabe duda de que la nueva aportación de Américo Castro le daba un nuevo carácter. Antes la España-enfermedad debía curarse recurriendo a unaEuropa tan mirífica como imaginaria. Ahora una corriente de opinión y conducta política, secundaria pero nada insignificante, soñaba con el islam, sea como redentor de la supuestamente desdichada España o como elemento que debía volver al país. Uno de los fenómenos ya en marcha con Aznar ha sido el fomento de una inmigración islámica cada vez más nutrida, que a la larga cambiaría “por abajo” la sociedad y la cultura españolas, socavada o desplazada “por arriba” mediante la colonización por el inglés.

 

Ganador por mayoría relativa, Zapatero fue investido presidente con apoyo de los comunistas de IU (Izquierda Unida, sucesora del PCE) y de los separatistas impacientes BNG y Esquerra, con abstención de los más gradualesCiU y PNV. La vieja alianza, a veces formal, a veces de facto u ocasión. fundamentada ahora en la común adhesión al Frente Popular. A partir de ahí se abrían muchas tareas y posibilidades.

Una de ellas, y del mayor alcance, derivaba de la derrota de Franco por Aznar, que entregaba al régimen una nueva legitimidad claramente contraria a la decidida en el referéndum de 1976. Dato clave en que el que los análisis historiográficos han preferido no entrar pese a su evidente transcendencia histórica. Con la condena aznarista a Franco, la versión socialista-separatista del pasado quedaba asegurada en principio, pero se pensó que convenía formalizar y solemnizar la victoria de los neodemócratas imponiéndola a la sociedad por una ley que impidiera cualquier “revisionismo” del pasado. Y Zapatero y los suyos se aplicaron enseguida e la tarea, tanto más urgente cuanto que en 2003, cuando el triunfo de la versióm parecía garantizado socialmente, se publicó Los mitos de la Guerra Civil, resumen de investigaciones previas demostrativas de que quienes habían arrasado la legalidad republicana habían sido los socialistas y separatistas catalanes en el doble golpe de octubre del 34 y del fraude electoral del 36, verdadera causa inmediata de la guerra civil; y que el Frente Popular, tras destruir la República, amenazaba gravemente la superivencia de España como nación y como cultura. Los mitos había tenido una vasta e inesperada acogida popular, muy alarmante para los herederos del FP y para el propio PP, pues ponía en peligro su versión legitimadora. Se desató entonces un vendaval de repulsas al “revisionismo” y exigencias de imponer la censura a investigaciones tan inoportunas.

Después de dos años de discusiones entre el gobierno y los partidos que le apoyaban, el Congreso y el Senado aprobaron entre octubre y diciembre de 2007 una llamada Ley de memoria histórica. Pese a su envoltura en verborrea seudojurídica y seudohumanitaria, hasta el historiador prosocialista Santos Juliá denunció el engendro como propio de regímenes totalitarios, y Preston, historiador inglés antifranquista y apologista del PSOE confesó sentirse “muy incómodo” con leyes semejantes. Un manifiesto de numerosos historiadores encabezados por Stanley Payne denunció el intento de imponer a la sociedad una visión partidista y propagandística del pasado, propia de países como la Cuba castrista o Corea del Norte, con amenaza para la libertad de expresión, investigación y cátedra. El PP se opuso feblemente arguyendo que la norma le parecía “incomprensible” y que “abría viejas heridas”, obviando el problema de fondo, es decir la legitimidad histórica en juego, que él mismo compartía con los de la ley, y el carácter totalitario de esta. Rajoy, nuevo jefe del partido, prometió derogar la tiránica ley si llegaba al poder, probablemente sin creer en ello: después de todo se trataba de una consecuencia lógica de la condena del franquismo por su partido. Las protestas resultaon inútiles ante la despótica voluntad totalitaria, disfrazada de simulado afán de justicia retroactiva.

A partir de la ley y de la agitación pública que la precedió y continuó, se abrieron negocios subvencionados para explotar “las fosas y las cunetas del franquismo” en gran parte imaginarias. Los negociantes se identificaban con los peores torturadores y asesinos de la guerra civil, y olvidaban de paso las muchas víctimas causadas por las luchas intestinas del Frente Popular.

Aquella ley constituía el mejor testimonio del carácter radicalmente antidemocrático de sus autores, como no podía ser menos al identificarse con el bando sovietizante y disgregador de la guerra civil. Testimoniaba asimismo el miedo profundo al debate racional y democrático, que nunca fue intentado por ellos. Obviamente, no podían condenar a prisión a los disidentes, sino que aplicaron, en general, la llamada “cultura de la cancelación”, por la que se intentaba condenar a muerte civil a quienes no compartieran aquella sarta de infundios.

 

 

 

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