Mañana, viernes, a las 11,30, hablaré sobre El PSOE en la historia de España en el programa de libros de Mario Noya #1 ELE ¡SERÁ POR LIBROS! – YouTube
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El interés de España
**En la guerra de Ucrania, como en cualquier otra guerra europea, España tiene un interés fundamental: la neutralidad. Que no es el interés de sus actuales oligarquías.
**Es como si el PP preguntara a sus votantes, al estilo Groucho: “¿A quién preferís creer, a vuestro propios ojos o a lo que yo os cuento?” Pues la mayoría de sus votantes prefieren creer esos cuentos.
**Dice Yolanda Diez que Espartaco había sido un sindicalista. Debe de ser un error, pues no hay constancia histórica de que fuese aficionado a las gambas, las putas y la cocaína.
**El Saunas, como Zapatero y sus leyes soviéticas de “memoria”, no se entienden sin la condena a Franco por Aznar en 2002. Entonces se hizo inevitable la corrupción e involución de la democracia, hasta el golpismo actual.
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Escenas o sucesos literarios
“De modo que también Arsenio había tenido experiencias fuera de lo común, como las que fascinaban a Chano. Pero Chano no las envidiaría. ¿Por qué? Si el criterio consistía en lo extraordinario, Arsenio sería digno de admiración. O quizá no, porque, en definitiva, había sucumbido. Alguien que pasara por trances como los relatados por el fantasma puede gloriarse por haber triunfado de ellos, puede sentirse a un nivel superior de humanidad, tal vez con razón. Pero si hubiera sucumbido, ¿habría sido una derrota? No podría haberlo contado a nadie ni pensado en si valía la pena o no. ¿Y valía la pena algo que te había sobrevenido sin tu voluntad ni apenas control? ¿El destino había querido salvarle para contarlo, mientras hacía perecer a tantos más? ¿Dios había obsequiado a Arsenio con aquel destino, y al fantasma con el otro? Pero Arsenio es joven, le queda mucha vida por delante, supongo, y no tiene por qué hundirse definitivamente. Imaginemos: marcha a París,como rumoreaban encuentra un trabajo decente, se regenera, acepta su sexualidad con discreción, prospera, se hace escritor y tiene éxito…” (“Cuatro perros verdes“)
“El Brasiliana, una pequeña tasca iluminada con luz fluorescente, sin taburetes ni mesas, no tenía más atractivo que estar casi al lado de su portal. Dentro, el aire estaba cargado de humo de tabaco, el suelo medio cubierto de servilletas de papel y el mostrador lleno de vasos y tazas de gente recién ausentada y que el camarero retiraba con parsimonia. Tres parroquianos en el extremo interior de la corta barra discutían con voces por momentos gritonas sobre el Real Madrid y el Atlético; otro, a su lado, leía el diario “Ya”. Y, junto a la entrada, Javier dedicó a los dos amigos un “¡Aúpa, par de célibes!, ¿qué andáis?”, con aire desenfadado; su amplia sonrisa mostraba entre los dientes algo del montado de jamón que masticaba. Javi vivía en un apartamento próximo, pagado por su padre, socio de una naviera de Bilbao. “Lo de siempre, ¿no?”, dijo el camarero, y sin esperar respuesta colocó dos tazas en la cafetera. Javi indicó: “Ponme un coñac, pero nada de matarratas, ¿eh?”. “¿Magno?”. “Pues nos contentaremos con bebernos a don Alejandro, venga… ¿Y Moncho?” Ramón se retrasaba y Chano deseó sin mucha esperanza que se encontrase malo y no bajase. Pero llegó, y su saludo fue casi exactamente como Chano había temido…” (En “Cuatro perros verdes”)
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II. Temor y resentimiento intelectual
Naturalmente, nadie tenía obligación de estar de acuerdo con los puntos citados ayer en el blog, por lo que deberían haber dado pie a debate intelectual. Pues –señalaba Stanley Payne– No es que Moa sea correcto en todos los temas que aborda. Eso no puede predicarse de ningún historiador y, por lo que a mí respecta, discrepo de varias de sus tesis. Lo fundamental es más bien que su obra es crítica, innovadora e introduce un chorro de aire fresco en una zona vital de la historiografía contemporánea española, anquilosada desde hace mucho tiempo en angostas monografías formulistas, vetustos estereotipos y una corrección política determinante. Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente y demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de censura de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática.
Pues iniciales diatribas seguidas de censura y silencio fueron lo que ocurrió, tanto en medios intelectuales como políticos o periodísticos: una reacción, señala Payne, “gélida o furibunda”: “No hay una sola de las numerosas denuncias de la obra de Moa que realice un esfuerzo intelectualmente serio por refutar cualquiera de sus interpretaciones”, “Lo más destacable de la respuesta a Moa ha sido la ausencia de debate y la negativa a discutir el gran número de temas serios que suscita”.
La reacción fue más allá, desde insultos personales hasta protestas de sindicatos o petición de cárcel por algún grupo político. La exigencia de censura comenzó por El País, un periódico “serio”, por parte de Javier Tusell, historiador también “serio”, democristiano y no de izquierda. El periódico se negó a publicar mi réplica. Debe observarse que salvo contadas y solo esbozadas excepciones, el temporal de protestas no se refería a las tesis de mis libros sino al hecho de haberse publicado y gozado al principio de fuerte difusión. Actitud que se repetiría en Francia cuando, 20 años después, se tradujera al francés Los mitos de la guerra civil
Payne se sorprendía por tal despliegue de rabia, que a mí mismo me desconcertó. Sin embargo, vista en perspectiva, la reacción no podía ser más lógica. Para entonces, la batalla por el relato histórico la había ganado por goleada una izquierda que se identificaba con el Frente Popular, al que identificaba a su vez con la II República. Victoria tan completa que los pocos y concienzudos historiadores opuestos, como Ricardo de la Cierva o los hermanos Salas Larrazábal, habían sido “erradicados” de la universidad, como oí jactarse a una profesora en televisión. De la universidad y de los grandes medios. Y otros profesores discrepantes de la línea victoriosa guardaban un más que prudente silencio ante las osadías de los vencedores: casi nadie en el ámbito universitario, si exceptuamos al propio Payne, osó defender, no mis libros sino un mínimo de decencia intelectual y democrática. Al propio Payne osó amenazarle uno de los jefes anti Moa con expulsarlo del “debate historiográfico” (o sea, de la nada).
Y es comprensible: una multitud de profesores y estudiosos se sintieran en peligro por las tesis citadas (y otras). Habían hecho sus carreras y ganado sus prestigios repitiendo agresivamente y sin fin unos “vetustos estereotipos” de aire tan “progresista” como insostenibles en un debate riguroso…, cuando de pronto unas nuevas versiones venían a demoler sus largos esfuerzos, subvencionados desde el poder por lo general. ¡Y en unos momentos en que habían conseguido “erradicar” o intimidar toda oposición! Su irritación es, pues, harto natural.
Y no menos revelador el marchamo, a su entender definitivo, con que etiquetaron mis aportaciones a fin de imponerles la “cancelación”: lo mío era “revisionismo”. Palabra muy ajustada, pues la revisión es una exigencia ineludible en cualquier investigación seria, historiográfica o científica en general. Y ciertamente yo estaba siendo muy “revisionista”. Y revisar sus posiciones y versiones, que ellos habían llegado a creer asentadas ya para la posteridad, tuvo que resultarles un trago demasiado amargo. Y no tanto, insisto, por las tesis en sí como por su difusión. Pero la lógica del furibundo ataque tenía otra razón más profunda que el temor y el resentimiento intelectual, ya que era ante todo político.
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