Cultura catalana y subculturas
Recuerdo que usted solía hacer en twitter comentarios despectivos sobre la cultura catalana, empezando por el idioma catalán
Lo que decía es que el catalán es una lengua regional española poco hablada y poco útil, con un acervo literario y cultural estimable, pero incomparable con el del español. Esta es la realidad, no es un comentario despectivo.
Pero la lengua es el núcleo esencial de una cultura. Al tratarla de ese modo usted está atacando el conjunto de la cultura catalana.
Vamos a empezar por distinguir las cosas: hay una cultura catalana, mayoritariamente en español, y dentro de ella una cultura o subcultura catalanista y una subcultura separatista. Si no partimos de ese hecho fundamental, todo serán confusiones.
Pero el catalán es la lengua propia de Cataluña, mientras que el castellano es traído de fuera.
El español es de origen castellano, pero hace siglos que no es una lengua regional como el catalán, el gallego o el vascuence. Es el idioma común, de mayor potencia cultural, el más hablado en todas las regiones, y el que crea lazos profundos entre ellas. Es tan propio de Cataluña como el catalán. La cultura catalana sin el español común sería una cultura de tercer orden. Muchos catalanes han enriquecido el español y el español ha enriquecido a los catalanes.
Usted sugiere que los catalanes deberían renunciar a su idioma, tan inútil y poco culto…
Eso lo supone usted. Diga más bien que los separatistas intentan expulsar el español de Cataluña y crear un enfrentamiento radical. Es decir, quieren empobrecer a Cataluña e imponer su propia cultura, que es auténtica farfolla. Ya Prat de la Riba lo programó, sin darse cuenta de su alcance: “nuestro perro nos entiende mejor que un español”, venía a decir, “la musa catalana condenó a diestra y siniestra, todo lo castellano”. Era una musa bastante zarrapastrosa. Pero les hacía creerse superiores a base de denigrar lo ajeno, que en realidad no era ajeno, sino que estaba profundamente arraigado en la sociedad y la cultura de Cataluña.
Pero Prat de la Riba no era separatista como Sabino Arana.
Lo he analizado en varios libros. Él pretendía que Cataluña rigiese al resto de España y Portugal y sureste de Francia, de Lisboa al Ródano, para extenderse después por África. Indudablemente tenía mucho de orate. Por desgracia, estas cosas apenas son conocidas, porque es verdad lo que decía Fernández de la Mora, que la derecha, española, salvo excepciones, no lee desde Jovellanos. Además es tan inculta que se traga gran parte del discurso separatista. Aun con esas ventajas, la realidad histórica no se puede liquidar a base de frases y grandilocuencias. Porque el catalanismo es de una pomposidad bastante ridícula.
¿No diferenciaba usted separatismo de catalanismo?
La diferencia está en que el catalanismo no es necesariamente separatista, aunque al enfrentar sus ilusiones con la realidad tienda a la secesión. Los catalanistas aspiran, bien a dirigir al resto de España, bien a diferenciarse profundamente como “europeos”, renunciando a la secesión por simple impotencia. Han tratado de crear “nación”, una cultura en rivalidad con la “castellana”. Esas rivalidades producen a veces cosas interesantes, porque impulsan a una superación, pero la verdad es que la cultura catalanista, sin ser pura alucinación envenenada como la separatista, tampoco ha dado mucho de sí. Viene lastrada por una pretenciosidad y esnobismo que la vuelven a veces grotesca. En la práctica, los catalanistas terminaron apoyando a Franco, así Cambó, Josep Pla y tantos más. Y eso no es casual. Actualmente el separatismo ha absorbido a casi todo el catalanismo, gracias a la estrecha colaboración de “Madrit”, con PP o con PSOE… Y eso supone, además de sus consecuencias políticas, un grave empobrecimiento cultural.
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PSOE, historia criminal: El PSOE, al borde de la escisión después del fracaso de su insurrección de 1934: https://www.youtube.com/watch?v=S887Ra6Xu3k

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Perspectivas sobre Unamuno
En su obra Filósofos españoles del siglo XX, G. Fernández de la Mora descarta, algo abruptamente, a Unamuno como filósofo: “Extravagante y contradictorio, vivió en permanente y angustioso debate con el problema de su propia inmortalidad sin desembocar no ya en un esquema mínimo de afirmaciones básicas coherentes, sino ni siquiera en una respuesta rotunda a las grandes interrogaciones de su existencia: la supervivencia y Dios” O bien: “Resulta muy difícil incluirle en una historia rigurosa de la filosofía. No fue un genuino pensador, sino un sentidor (…) Lo más vivo de su legado no es metafísico, sino lírico; no categórico, sino anecdótico”.
Claro que para un ultrarracionalista como Fernández de la Mora (llamó a su sistema “razonalismo”), las arbitrariedades y paradojas de Unamuno tenían que serle muy irritantes. Sin embargo hay en Unamuno una intuición poderosa: el principio de la filosofía no es la razón, sino el sentimiento. En definitiva, ¿qué se propone la filosofía? Aclarar el sentido de la vida humana y su relación con el cosmos. Y esa propuesta no deriva en modo alguno de la razón, sino de un sentimiento profundo del mundo y del destino. Lo que hace la razón, no en primer sino en segundo lugar, es tratar de ordenar ese sentimiento, sin el cual ella no tendría objeto sobre el que trabajar. Como supuse en otro momento, el hombre debe definirse como un mamífero (o si se quiere más ampliamente, un animal) sentimental, quitando al término sentimental las connotaciones de sensiblería o emotividad incontrolada que suelen acompañarle en el lenguaje vulgar.
En segundo lugar, para Unamuno hay algo que vuelve trágico ese sentimiento, y es la realidad de la muerte, o más bien la consciencia y los sentimientos derivados de ella. Todo esto me parece un acierto filosófico, al margen de cómo lo desarrolle. La historia del racionalismo, que es lo esencial de la historia de la filosofía, parece haber conducido siempre a una dispersión de enfoques y sistemas que no dejan de suponer un fracaso en sus pretensiones de aclaración definitiva. Pero la muerte, su consciencia y sentimiento, deben entrar por derecho propio en el planteamiento filosófico, porque precisamente nos lleva al enigma del sentido de la vida. Y cuando Unamuno se preocupa por su propia inmortalidad simplemente se está poniendo como un caso común a los mortales, en lo que a él le afecta, no es puro egocentrismo.
Unamuno plantea el problema en torno a la relación entre el cuerpo y el alma (el yo). Como hemos venido viendo, el cuerpo y el yo son cosas muy diferentes. Al descomponerse el cuerpo, ¿qué pasa con el yo? ¿Se pudre y desaparece con él? Aquí la cuestión se complica: si el yo desaparece, ¿cuál ha sido el sentido de su vida? Realmente es difícil imaginar alguno. Pero si el yo pervive, ¿qué sentido tiene? ¿Va a seguir siendo el mismo yo, con sus profundas deficiencias y necedades, para todo el resto de los tiempos? ¿Se funde con el Todo, o con Dios, o en todo caso con la fuerza que lo ha creado? Como vemos, nada de esto proporciona una solución a la angustia causada por la muerte. Y el enigma de la esfinge no se aclara aunque en la vida práctica miremos en otra dirección. Omar Jayam lo expresó admirablemente; lo han expresado muchos pensadores, pero quizá ninguno de forma tan sintética y definitiva.
Para Unamuno es la sed de inmortalidad, un sentimiento crucial y un ansia imposible de satisfacer en este mundo, lo que caracteriza la situación humana y le da su carácter trágico. Esa sed solo se aplacaría mediante la creencia en un dios personal y “vivo”, no un Dios racional sin ningún efecto calmante de la angustia. Esa consecuencia que él extrae, junto con la orientación de la conducta en un sentido quijotesco, son muy discutibles, pero su planteamiento inicial no debería despacharse a la ligera.
Fernández de la Mora descarta también a Maeztu como filósofo, tampoco cita a Julián Marías, señalando en todo caso como los principales a Amor Ruibal, D´Ors, Ortega, Morente, Zubiri y Millán Puelles, sobre quienes hace una agudas observaciones críticas.
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Infancias
“Los relatos de su infancia en “Adiós a un tiempo” me han llamado la atención. Parece que eran ustedes bastante salvajes. La manera como se vive hoy ese tiempo, como yo lo he vivido, es que no tiene casi nada que ver. Me gustaría que usted lo comparase (…) Domingo L. Rubián.
Yo me crié sobre todo en Vigo y en parte en una aldea de Orense. España, en conjunto, seguía siendo un país predominantemente agraria y la misma Vigo, que era una ciudad grande e industrial, tenía un toque rural muy acentuado si uno se apartaba un poco del centro, como una gran aldea en torno. Además, tenía el mar y un paisaje de enorme belleza, poco estropeado aún por una construcción abusiva. Considero que era una ventaja muy grande para los niños. Éramos muy libres desde pequeños, había mucha seguridad y jugábamos a lo que nos daba la gana, con mucho espacio e imaginación, desde los juegos más sedentarios como a las bolas (canicas) o a “pai, fillo e nai”(tres en raya, con tizas en el suelo) hasta las violentas “batallas” a pedradas de unas calles contra otras. Como digo, había más seguridad, no solo por la escasez de delincuencia sino también de coches, y además abundaban los descampados. Por lo que veo ahora, los críos son enviados cuanto antes a la guardería, luego tienen una enseñanza en que suelen agobiarles con los deberes, los cumplan mejor o peor, y la mayor parte de las distracciones giran en torno a la televisión y los juegos en los móviles, y en los parques los juegos están más reglamentados. Todo tiene sus ventajas e inconvenientes, pero en conjunto me parece que nuestra infancia era más libre e interesante que la actual.
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