La historia peculiar de Joseph Perez y la caída del reino de Toledo

En Una hora con la historia hemos comparado a Franco con Churchill y Roosevelt. Esta semana con Hilter y Mussolini. Se supone que con Stalin no es preciso: https://www.youtube.com/watch?v=Dm9qIm7KB8M

La ley de memoria histórica deslegitima también a la monarquía: https://www.youtube.com/watch?v=q-u7pdt17uE

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Creo que en historias como la de Joseph Perez y muchos otros hay un intento, deliberado o inconsciente, de debilitar el concepto de España. Porque el reino hispanogodo de Toledo no es algo ajeno a España, sino precisamente su origen como nación:

El relato,  demasiado breve y demasiado trivial, con que J. Pérez despacha la caída del reino hispanogodo merece no obstante atención, porque resume una multitud de tópicos tan extendidos como ilógicos o tendenciosos. Pérez hace una digresión sobre árabes y bereberes, destacando que estos últimos formaban la mayoría de los invasores y olvidando que los primeros constituían el elemento dominante, y “explica” la invasión del modo más favorable a los musulmanes. Estos “derrumbaron rápida y fácilmente la superestructura política y social de la monarquía visigoda” “Parece probable que, en muchos casos, la población primitiva no hiciera nada para ayudar a los visigodos; incluso debieron de producirse en varios casos sublevaciones contra la nobleza y los terratenientes a los que probablemente consideraban opresores, sin hablar de los judíos, quienes, víctimas del odio de los últimos monarcas visigodos, acogieron a los moros como libertadores y les facilitaron la toma de varias ciudades (…) Los nuevos dueños de la tierra exigían impuestos moderados en comparación con los (…) visigodos”. Además, recoge la suposición de que los impuestos en la época española eran muy superiores a los de la época andalusí, argumento clave para “explicar” materialistamente los hechos. Como si dijéramos que los historiadores escriben de un modo u otro según la ganancia económica que esperen obtener de sus libros (cosa cierta en más de un caso, pero que no conviene generalizar).

“Parece probable”, “probablemente”, “consideraban opresores”… ¿Qué le parece al señor Pérez esta descripción de la muchísimo más rápida conquista de Francia por Alemania en la II Guerra Mundial? “Los alemanes derrumbaron con extraordinaria facilidad la superestructura política y social de la III República francesa. La población francesa no hizo nada por ayudar al gobierno y al ejército en derrota, a los que miraba como opresores y explotadores, que la sometían a impuestos excesivos cuyo fruto no percibían. Los socialistas venían propugnando de años atrás el desarme de Francia y los comunistas, resentidos con las represiones e intentos de marginarlos que habían sufrido, recibieron como libertadores a los alemanes y sabotearon los esfuerzos del ejército y las autoridades de la III República. Posteriormente, los nazis encontraron en Francia un grado muy alto de colaboración, de manera que no habrían sido expulsados de no ser por el ejército useño”. Sin duda es una descripción muy tendenciosa, pero desde luego más veraz y atenida a los hechos que los “parece” y “probablemente” con que nos ilustran tantos historiadores banales sobre las causas de la caída del reino godo.
En Nueva historia de España he recordado algunos datos que omite Joseph Pérez, y que no son baladíes:europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

“La “pérdida de España” dio lugar en su tiempo a especulaciones moralizantes, achacándolo a pecados y maldades que habrían socavado las bases del estado. Sentada la tesis, bastaba abundar en ella, exagerando o inventando todos los pecados precisos. En nuestra época se ha querido explicar el suceso por causas económicas o “sociales”, suponiendo un reino carcomido cuando llegaron los moros; o se ha dicho que no existió invasión, sino “implantación”, ocurrencia pueril, si bien no más que tantas hoy en boga. La tesis más extendida desde Sánchez Albornoz habla de “protofeudalización”, es decir, decaimiento de la monarquía y disgregación en territorios semiindependientes bajo poder efectivo de los magnates, tendencia acentuada a partir de Wamba. A la feudalización o protofeudalización se uniría la decadencia intelectual y moral del clero, una desmoralización popular ligada a una presión fiscal excesiva, e incluso un deseo de la población de “librarse” de una dominación oprimente.

A mi juicio, estas teorías recuerdan a las especulaciones moralistas: puesto que el reino se hundió con aparente facilidad, “tenía que” estar ya maduro para el naufragio por una masiva corrosión interna. Pero desastres semejantes no escasean a lo largo de los tiempos. Países al borde de la descomposición se han rehecho en momentos críticos frente a enemigos poderosos; y otros relativamente florecientes han sucumbido de forma inesperada. Así, en nuestro tiempo, Francia y otros países cayeron ante el empuje nacionalsocialista no en cuestión de años, sino de semanas, obteniendo los vencedores amplia colaboración entre franceses, belgas, holandeses, etc.; pero nadie sugiere que esos pueblos vivieran en regímenes carcomidos, estuviesen hartos de su democracia e independencia o deseasen que los alemanes les librasen de impuestos…

El éxito musulmán no resulta impensable: pocos años antes, los pequeños ejércitos árabes brotados del desierto habían rematado al Imperio sasánida, ocho o diez veces más extenso que España, y habían arrebatado enormes extensiones a otra superpotencia, el Imperio bizantino. En solo nueve meses habían conquistado Mesopotamia, y en la decisiva batalla de Ualaya la proporción recuerda a la del Guadalete: 15.000 muslimes vencieron a 45.000 persas, sin la fortuna, para los vencedores, de una traición a la witizana. Lo mismo cabe decir de la batalla de Kadisia o Qadisiya, donde quebró el imperio sasánida, o la todavía más desproporcionada de Nijauand. Contra la tosca idea de que la superioridad material decide las guerras y cambios históricos, la derrota del más fuerte dista de ser un suceso excepcional. La caída de España, así, no debiera chocar tanto como se pretende.

Las noticias del último período hispano- tervingio son demasiado escasas para sacar conclusiones definitivas, pero los indicios de la supuesta protofeudalización suenan poco convincentes, pues, para empezar, existieron durante todo el reino de Toledo: son factores disgregadores presentes en toda sociedad, que en la Galia — pero no en España– prevalecieron sobre los integradores. Las leyes de Wamba o Ervigio para forzar a los nobles a acudir con sus mesnadas ante cualquier peligro público sugieren una creciente independencia y desinterés oligárquico por empresas de carácter general. Pero siempre, no solo a partir de Wamba, dependieron los reyes de las aportaciones de los nobles, y con seguridad nunca faltaron roces y defecciones en esa colaboración. Tampoco hay constancia de que Wamba o los reyes sucesivos, incluido Rodrigo, encontrasen mayor escollo para reunir los ejércitos precisos ante conflictos internos o externos. Aquellas leyes, como las relativas a la traición, podrían servir de pretexto a los monarcas para perseguir a los potentados desafectos, a lo que replicaron la nobleza y el alto clero con el habeas corpus, innovación jurídica ejemplar e indicio de vitalidad, no de declive.

Durante todo el reino de Toledo persistió una pugna, a menudo sangrienta, entre los reyes y sectores de la oligarquía; pero esa pugna, causa mayor de inestabilidad, pudo haber sido más suave en la última época, y no parece agravada desde Wamba. Motivo permanente de conflicto era el nombramiento de los reyes: estos procuraban ser sucedidos por sus hijos, quitando así un poder esencial a los oligarcas, que preferían un sistema electivo que les permitiera condicionar al trono. En principio triunfaron los oligarcas ya en 633, pues el IV Concilio de Toledo estableció por ley la elección, pero solo tres de los once reyes posteriores, Chíntila, Wamba y Rodrigo, subieron al trono según esa ley. Ello podría indicar una victoria de hecho de los reyes, pero tampoco sucedió así: los demás subieron por golpe o por una herencia que nunca pasó de la segunda generación. No llegó a haber un vencedor claro en esta cambiante lucha, salvo el pasajero de Chindasvinto asentado en una carnicería de nobles.

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Otro factor de putrefacción del sistema, el morbo gótico, es decir, la costumbre de matar a los reyes, descendió notablemente durante la etapa hispano-tervingia. De los catorce monarcas anteriores a Leovigildo, nueve murieron asesinados, dos en batalla y tres en paz. De los dieciocho a partir de Leovigildo solo dos fueron asesinados, Liuva II y Witerico, y justamente al principio y no al final del período, con sospechas sobre otros dos, Recaredo II y Witiza. Tres más fueron derrocados sin homicidio (Suíntila, Tulga y Wamba). La duración media de los reinados, otro dato relacionable con la estabilidad, no disminuye, sino que aumenta desde Wamba: nueve años, si excluimos a Rodrigo, que casi no tuvo tiempo de reinar, frente a siete y pico en el período anterior. Aumenta asimismo la frecuencia de los concilios en la última etapa: uno cada cuatro y pico años de promedio, en comparación con la media anterior de uno cada diez. Estos datos sugieren consolidación institucional, no tambaleo, pues los concilios suponían tanto un principio de poder representativo como un factor de nacionalización. Todo lo cual no apunta a una especial “protofeudalización”, sino más bien a lo contrario.

En cuanto a la corrupción de la jerarquía eclesiástica al compás de su creciente peso político, se aprecia en ella una considerable germanización (hasta un 40% de los cargos), posiblemente acompañada de descenso del nivel moral e intelectual (si bien documentos como Institutionum Disciplinae indican un panorama nobiliario muy distinto de la barbarie originaria). Los cánones de los últimos concilios también indican tirantez entre la oligarquía y los obispos. Los cánones condenaban la sodomía y otros vicios del clero, lo cual puede significar mucho o poco: tales vicios habían existido siempre en algún grado, y no sabemos si aumentaban o si solo se reparaba en ellos, o se los utilizaba por algún motivo político. Respecto al declive intelectual, Julián de Toledo murió en fecha tan avanzada como 690, y nunca sabremos si la posterior falta de figuras relevantes reflejaba decadencia o solo un bache pasajero.

Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))

Peso mucho más real tienen sucesos como las hambrunas y las pestes. El país parece haber entrado en un ciclo de sequías, que entonces significaban miseria, enfermedades y hambre masivas. Hubo, además, plagas de langosta no menos desastrosas. Según la crónica árabe Ajbar Machmúa, el hambre de 708-9, muy próxima a la invasión musulmana, redujo a la mitad la población de España, dato probablemente exagerado, pero indicativo de una tremenda catástrofe demográfica. Poco antes una peste importada de Bizancio casi había despoblado la Narbonense y afectado al resto. El horror impotente por estos males queda documentado en las homilías: “He aquí, hermanos nuestros, que nos heló de espanto la funesta noticia traída por los mensajeros de que los confines de nuestra tierra están ya infestados por la peste y se nos avecina una cruel muerte”. Las rogativas clamaban a Dios: “¡Aparta ya la calamidad de nuestros confines!; que el azote inhumano de la peste se alivie en aquellos que ya lo padecen y, gracias a tu favor, no llegue hasta nosotros”. No hay modo de comprobarlo, pero la población pudo bajar a menos de cuatro millones de habitantes bajo las desastrosas condiciones de la caída del Imperio romano, y no crecería mucho luego. Sí está claro que en vísperas de la invasión árabe no pudo haberse repuesto de unas catástrofes mucho más aniquiladoras que las guerras. Por esos hechos cabe explicar a su vez fenómenos como la huida, frecuente y quizá masiva, de siervos o esclavos del campo, o la “epidemia” de suicidios causados por la desesperación, referida en los cánones conciliares. A su vez se haría muy difícil la recogida de impuestos y el descontento por ellos, pese a alguna amnistía fiscal, con el consiguiente debilitamiento del estado.

Otro factor de debilidad estaría en los judíos. Las primeras disposiciones contra ellos trataban de impedirles una posición social de superioridad sobre cristianos, y hubo resistencia a medidas extremas deseadas por algún papa, pero las leyes persecutorias empeoraron con el tiempo. El XVII Concilio, en 694, solo diecisiete años antes del final del reino, aprobó las medidas más graves, exigidas por el rey Égica, molesto por el poco celo de los obispos en la persecución. Argüía el monarca la existencia de una conspiración judaica para derrocar la monarquía, informes de conversos sobre planes para destruir el cristianismo, y pretendidas rebeliones en curso en algunos países. Quizá se sabía que las comunidades hebreas de Oriente Próximo habían actuado como quinta columna de los sasánidas contra los bizantinos y luego de los árabes contra los sasánidas (en este último caso también habían obrado así las comunidades cristianas de Persia). Égica también acusó a los conversos de practicar clandestinamente su vieja fe. En consecuencia pedía reducir a todos a la esclavitud e impedirles practicar su religión, bajo penas severísimas. El concilio aceptó, de mala gana las propuestas-imposiciones regias. Estas persecuciones, si buscaban neutralizar una posible amenaza interna, exacerbaban al mismo tiempo la deslealtad de ese grupo social.

Los judíos componían una exigua minoría que habitaba barrios aparte de las grandes ciudades béticas y algunas del interior y de levante, por lo que choca la obsesión del poder hacia ellos y sus supuestas conjuras. Parte de esa aversión nacía de la riqueza de la oligarquía hebrea, que proporcionaba a esta un poder subterráneo y suscitaba envidias. Además se le consideraba el pueblo deicida, por la frase atribuida a la multitud en el juicio de Cristo: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!”. La persistencia en su fe se miraba como una ofensa a la verdadera religión, prueba de una maldad porfiada y del deseo de vivir al margen de los demás, cuando los mismos godos arrianos habían dejado sus creencias para integrarse en las mayoritarias. A su vez, la autoconsideración hebrea como pueblo elegido, junto con la permanente repulsa y frecuente persecución sufridas, creaban un comportamiento cerrado, ya atacado por el moralista latino Juvenal: “Desprecian las leyes de Roma, estudian, observan y temen el Testamento judaico que Moisés les otorgó en un documento secreto. Sólo se confían a los de su misma religión, es decir, sólo ayudan a los que, como ellos, son circuncisos”.

¿En qué medida se aplicaron las leyes antisemitas? Las leyes, en general, no debieron de aplicarse muy estrictamente — salvo para mantener la unidad del estado– como se aprecia en las referentes a la elección de los monarcas. El grado de cumplimiento de las normas antijudías hubo de ser especialmente bajo, como revela su reiteración a lo largo de decenios. En los mismos tiempos de Égica, ya hacia el final del reino, ni siquiera se habían cumplido los primeros decretos del III Concilio prohibiendo a los judíos tener esclavos cristianos. Aun así, los decretos se aplicarían en alguna medida, y su mera existencia pesaba como una temible amenaza sobre sus destinatarios.

En fin, todos los daños mencionados, y más que pudieran aducirse, solo explicarían la caída del reino si hubieran impedido la concentración de un ejército suficiente para afrontar a Tárik, lo cual no ocurrió. Las crónicas y los historiadores están conformes en la superioridad material del ejército hispano-godo sobre el moro, y la causa determinante del desastre no fue una especial corrupción del poder o la traición hebrea, sino la de un sector de la nobleza. Aunque la ley prohibía la alianza con poderes foráneos para alcanzar el poder, este tipo de traición se dio con cierta frecuencia: un grupo visigodo buscó en 552 la ayuda de los bizantinos, los cuales aprovecharon para adueñarse de una considerable porción de la península; y la utilización de francos y de rebeldes vascones en las pugnas internas había sucedido varias veces. Por otra parte, las consecuencias decisivas de Guadalete, con la pérdida del grueso del ejército y la dificultad posterior de organizar la resistencia, apoya la idea de un estado bastante centralizado, como indica el historiador García Moreno, y no tan “protofeudalizado” como suele afirmarse.

No tienen más sentido las comparaciones con la invasión romana, cuando poblaciones independientes entre sí — e incapaces de unir sus fuerzas–, armadas y acostumbradas a la guerra, ofrecieron una resistencia a menudo heroica. La larga pax romana habían desarmado y desacostumbrado a la gente de las prácticas guerreras, como se había mostrado cuando las invasiones germánicas. Añádase la influencia del clero, pacifista y conformista con el poder, obstáculo a un espíritu de lucha en la primera etapa de desconcierto. Isidoro había definido una doctrina contradictoria, pues si por una parte rechazaba al tirano (“Serás rey si obras con justicia, en otro caso no lo serás”), por otra definía el poder como enviado por Dios y desaconsejaba la resistencia incluso a la tiranía. Y el poder se estaba trasladando a los musulmanes.

Hablar de una preferencia de la población por los invasores, como hacen algunos, no resulta más adecuado que hablar de una “preferencia” de los franceses por el dominio alemán. La magnificencia que alcanzarían más tarde el emirato y el califato de Córdoba ha creado el espejismo de que los musulmanes llegaban con una civilización superior, cuando se trataba de guerreros del desierto y de las montañas del Atlas, tan bárbaros o más que los suevos, vándalos y alanos de unos siglos antes. La exigüidad de su número, y las disputas entre ellos, les forzaron a cierta tolerancia religiosa y política inicial, pero el poder musulmán había significado en muchos lugares una hecatombe para la civilización. Pasaría algún tiempo hasta que el poder árabe adaptase logros y formas culturales de los pueblos vencidos más civilizados, fueran el persa, el bizantino o el español. Pues España –con Italia– era posiblemente el país más civilizado de Europa occidental, con tradición ya muy larga y profunda. La invasión solo pudo haber sido vista como una nueva plaga por una población que llevaba tiempo soportando muchas”.

En consecuencia, la caída de España se explica mejor por el debilitamiento del reino causada por las sequías y pestes de la época, al que se añadió  el debilitamiento de la monarquía debido al problema sucesorio. La invasión llegó en el momento más propicio para los invasores y estos supieron verlo. El que un ejército inferior en número venza a otro superior no es caso raro en la historia, y los musulmanes, precisamente, lo habían logrado en muchas ocasiones. En el de España, ello vino favorecido al máximo por la traición de un sector del ejército hispano.

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El ideal de una sociedad-guardería

Sobre Pablo Casoplones y un Congreso infame: https://www.youtube.com/watch?v=-f8I19dTzFQ

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La dureza del mundo y de la vida imponen al ser humano una ardua lucha desde el principio de sus tiempos. De ella proviene el espíritu del valor, la  libertad y  la responsabilidad.  También la maldad en sus muchas formas. Y asimismo el deseo de una situación que hiciera innecesario el esfuerzo,  el valor o la lucha, sin maldad y por tanto sin bondad. Ese deseo viene a ser una nostalgia de la primera infancia, cuando las necesidades físicas y afectivas son colmadas  gratuitamente por los padres (no en todas las familias ocurre, pero es más o menos la situación que se considera normal). El niño apenas conoce del mundo más que esa relación familiar, no tiene grandes ideas ni ambiciones y se somete instintivamente a la protección, con  la disciplina implícita aunque ya desde muy pronto aparecen en él indicios de una personalidad independiente y en ese sentido conflictiva.

El deseo de volver a una posición semejante,  dirigida, que evite el esfuerzo y la responsabilidad, es muy fuerte y puede considerarse el objetivo de las ideologías, particularmente las de tipo socialdemócrata: la sociedad guardería. Hoy, en España, se percibe con gran fuerza: se promueve una libertad ilusoria, sin culpa ni consecuencias, dictada por unos pocos personajes que se suponen representativos y ejercen su autoridad con una mezcla de despotismo y cursilería. Esa perspectiva atrae en mayor medida a las mujeres dedicadas a la política, la cual conciben como el ejercicio de una función maternal caricaturesca. En Madrid, por ejemplo, tenemos a varias de ellas  actuando con verdadera tiranía y al mismo tiempo empeñadas en una “pedagogía” pueril y llena de supuestos buenos sentimientos, indicando constantemente a la gente, en los espacios públicos, lo que deben hacer o no hacer, con lenguaje suave e infantil. El fenómeno llamativo es que tantas personas adultas acepten se tratadas de ese modo.

   Me recuerda la anécdota de un cura italiano, a quien preguntaban: “Usted, que ha confesado a tanta gente a lo largo de su vida, habrá sacado alguna conclusión sobre la naturaleza humana” . “Sí. Que no hay adultos”.

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Sobre feminismo: https://www.youtube.com/watch?v=kCLVsOVtTUE

https://www.youtube.com/watch?v=-f8I19dTzFQ

 

 

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Latinoamérica e Hispanoamérica / Profanaciones del Doctor / Terroria o terrórica

En Nueva historia de España, hace nueve años, me ocupé ampliamente de los orígenes de la Leyenda negra en el calumniador compulsivo Las Casas, bien explotado por los enemigos de España;  y del modo acorde con dicha leyenda como se hizo la independencia más tarde. Actualmente se observa una saludable reacción contra dicha leyenda en libros de Roca, Vélez y otros.

   Hay dos palabras que definen la situación: Latinoamérica e Hispanoamérica. Creo que las dos son correctas, pero se refieren a dos cosas diferentes. Hispanoamérica se refleja el legado español, el ámbito cultural basado en ese legado y tan notablemente pacífico. Latinoamérica lo niega y trata de borrar. El resultado de aquellas independencias lo describen muy bien sus propios autores: despotismos, violencia, corrupción y demagogia. Creo que son los rasgos definidos en el término Latinoamérica.

   En tiempos de Franco se usaba Hispanoamérica. Desde la transición se fue imponiendo Latinoamérica sobre todo a partir de El País. Por lo tanto, pueden utilizarse ambos conceptos, uno cuando nos referimos al tronco cultural y sus  aspectos positivos y otro cuando señalamos los negativos antes mencionados, que han hecho de aquel ámbito uno de los más corruptos, violentos y despóticos del mundo. Su penúltima exhibición la proporciona el actual gobernante de Méjico, un fulano más estúpido de lo habitual, y es mucho decir.

Nueva historia de España: de la II guerra púnica al siglo XXI (Bolsillo (la Esfera))

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Para profanar los restos de Franco, el Doctor se ve obligado a apoyarse en otras muchas profanaciones. Fundamentalmente tres: la profanación y ultraje a la legalidad mediante un decreto ley que constituye un evidente fraude de ley, y  contra el que no se realiza la presión debida;  la profanación y ultraje a la verdad histórica en campañas de distorsión en los medios, que nos obligan tiránicamente a pagar a todos; y el ultraje y profanación de la democracia mediante una ley norcoreana llamada, para más injuria, “de memoria histórica”.

El plan de ultrajar la tumba de Franco procede, y es muy lógico,  de un Doctor intelectualmente nulo que mediante una tesis falsa ha profanado a su vez  las normas y legalidad académicas. Al estilo latinoamericano, justamente.

Se trata, pues, de un ataque en profundidad a la legalidad constitucional, a la democracia y a la propia historia de la nación.  Por lo tanto, es necesario que cuantos apreciamos las libertades democráticas plantemos cara a esta fechoría del Doctor y sus compinches, pues no es una cuestión anecdótica o secundaria, sino central y de principio. No se puede ceder ahí. Esta necesidad apenas se percibe porque en España apenas existe cultura o mentalidad democráticas, y porque la corrupción que campea sobre el país empieza por la corrupción intelectual. Lo he tratado en La guerra civil y los problemas de la democracia en España.  Porque aquí todo el mundo es demócrata sin problemas, desde la ETA o Podemos al PP y Ciudadanos. No tienen problemas porque se declaran antifranquistas. Pero el antifranquismo no es democracia sino todo lo contrario.

Brindo a VOX el argumentario preciso para frenar y derrotar este ataque a la historia que solo puede fundamentarse en el ataque a la legalidad constitucional y a la democracia. Si VOX está tomando auge es porque hay una gran masa de la población, muy susceptible de ampliarse, que está harta de la miseria y demagogia seudodemocrática del antifranquismo. Echar al Doctor no serviría más que para  repetir “lo de antes” si no se basa en principios claros, que regeneren una democracia gravemente dañada por la demagogia. 

Los Mitos Del Franquismo (Historia)La guerra civil y los problemas de la democracia en España (Nuevo Ensayo)

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Me dice una amiga que en lugar de “terroria” podría llamarse “terrórica” al género propuesto. Recuerda más, fonéticamente,  a lírica y épica. Y otro me pide explicación sobre Sonaron gritos y golpes a la puerta, en la que encuentra un contenido lírico importante.

   Bien, dejo a los lectores la idea de la literatura terroria o teórica, y de la búsqueda de otro término adecuado. En cuanto a la novela, es épica en líneas generales, por cuanto se desarrolla en un tiempo extremadamente convulso y bélico, pero tiene algo de terroria o terrórica por cuanto el protagonista queda finalmente paralizado por el descubrimiento de la identidad del mal, incluso biológico, en si mismo. Aunque, como todo, se preste a controversia.

Sonaron Gritos Y Golpes A La Puerta (Ficción Bolsillo)

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Del “páramo” a la ciénaga (y III): Lírica, épica y terroria

Memoria, ficción y poesía

Aquilino Duque dedica uno de sus capítulos a Luis Rosales, que titula “lecciones de hidalguía” con el subtítulo “La rehumanización del arte”, que transforma  los hijos de la ira  de Dámaso Alonso en hijos del amor. “Me decía (Rosales) que si los españoles somos hijos de algo es gracias a Cervantes y a Velázquez. Ahora bien, el hidalgo tuvo su contrario, o su complementario, en el “hijo de puta”, el “hideputa”, el pícaro. La Historia de España es una pugna entre el hidalgo y el pícaro, y esa historia no es la misma si la cuenta Don Quijote que si la cuenta Guzmán de Alfarache”. Estas cosas ocurren en todas las sociedades, creo yo, aunque en España se den con rasgos propios. En la literatura europea, quizá más acentuadamente desde la I Guerra Mundial, hay una tendencia  a “la exaltación del mal”  a sumergirse “en el pozo negro de los instintos”, aunque en la literatura española  no alcanza la tradición francesa de la poesía (y prosa) maldita. No obstante y en un plano político, la exaltación del mal se percibe en canalladas actuales como la ley de memoria histórica y en la literatura pornopolítica correspondiente.

Me temo que estos breves comentarios no harán justicia a la riqueza de sugerencias e ideas del libro de Aquilino, pero quizá despierten interés por leerlo, y de paso a autores sometidos al ostracismo por quienes les son muy inferiores.

Expondré, en fin, una pequeña teoría general: la cultura, y en especial el arte,  refleja en su raíz  el sentimiento ante el mundo, la vida y la sociedad a los que todos hemos sido arrojados (o, si se prefiere, invitados) por un breve periodo de tiempo y sin que nuestra voluntad o nuestro poder tengan algo que ver en ello. Es decir, sentimos, antes de razonarlo, un poder o voluntad o fuerza  inmensamente superiores a nosotros, que nos trae a, y nos expulsa  de,  lo que llamamos realidad o existencia. Aunque esa fuerza nos haya concedido cierta dosis de voluntad y poder  para bandearnos en el período de vida concedido. Y de ese sentimiento, nacido de la impresión de aquella fuerza en nuestra psique,  procede, ya digo, la cultura. Impresión profunda en algunas personas y diluida en la gran mayoría, pero arraigada en el núcleo de la condición humana.

El sentimiento de esa impresión primordial y ancestral no es único, sino vario y contradictorio. La contemplación del mundo  nos produce  admiración o maravilla por su inmensidad y variedad, y al factor que introduce en él orden y sentido tendemos a identificarlo con el amor, del que la atracción entre los sexos sería su manifestación más típica, reducida al nivel humano. En sentido muy amplio, en ese sentimiento encuentra la lírica su venero.

Por otra parte, la vida se nos presenta como un continuo esfuerzo, como lucha permanente, dentro de la sociedad y dentro del mundo. Lucha no solo por sobrevivir sino incluso contra el destino final e ineluctable, y creo que ahí puede encontrarse  el sentido de la épica: la vida como desafío, que encuentra en los héroes su modelo. Tanto la lírica como la épica expresan una confianza fundamental en el destino humano, aunque en formas contrarias.

Hay otra impresión en nuestra psique y es el de terror causado por la inmensidad anonadante de ese poder y la imposibilidad de descubrir sus designios. Terror expresado literariamente ante la frecuente hegemonía de lo que consideramos el mal y que desborda tanto nuestra capacidad de comprensión y nuestros “buenos sentimientos”. Para ese género de literatura y arte propongo, de forma provisional, el concepto de “terroria”, aunque seguramente se puede encontrar otro mejor sonante.

Esta triple impresión y el sentimiento correspondiente de admiración y amor, de lucha y de terror, se manifiesta en las religiones  y el pensamiento, siempre con cierto grado de mezcla, pero con predominio de uno u otro. Está claro que Aquilino prefiere la lírica, en la cual ha destacado, en poesía y novela. El Pascual Duarte o La Colmena serían ejemplos del tercer sentimiento, de “terroria”, del hombre como víctima impotente de un mal prevaleciente en la sociedad como reflejo quizá de un mal cósmico.  Rosales refleja el primer sentimiento de admiración y amor. En cambio hay en la España del siglo XX muy pocos ejemplos de épica, no consigo pensar en alguno destacado, incluso en su versión menor de literatura de aventuras. El Poema del ángel y la bestia, de Pemán, tiene un aire místico y religioso más bien que épico. En general, lo religioso echa a perder un tanto lo épico.

   Por esa preferencia de Aquilino me extrañó algo su elogiosa reseña de mi novela Sonaron gritos y golpes a la puerta, que solo muy limitadamente entraría en la lírica. Esta novela entra más bien en la épica, y termina en un triunfo del mal (http://vinamarina.blogspot.com/2012/07/una-novela-dantesca.html ) Me gustaría saber si Aquilino ha leído El enamorado de la Osa Mayor y qué le ha parecido.

Sonaron Gritos Y Golpes A La Puerta (Ficción Bolsillo)

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En Una hora con la Historia , esta semana: Franco Hitler y Mussolini. Una comparación  historiográficamente muy ilustrativa a partir de un capítulo de Los mitos del franquismo: https://www.youtube.com/watch?v=Dm9qIm7KB8M

Los Mitos Del Franquismo (Historia)europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

*Una hora con la Historia es un programa diseñado directamente contra la tiránica ley de memoria histórica, la leyenda negra y otras tendencias culturales y políticas que atentan contra la libertad y socavan la nación española. Con motivo del cambio de emisora, el programa se encuentra en serias dificultades económicas, fácilmente subsanables si un número suficiente de sus seguidores aporta mensualmente una pequeña cantidad. Las aportaciones mayoritarias están entre 5 y 50 euros mensuales, pero en número excesivamente  bajo, lo que hace difícil la subsistencia del programa, que requeriría 3.000 euros al mes para manejarse con cierta holgura,   y casi nunca los ha conseguido. Si usted es consciente de que está contribuyendo involuntariamente, a través de sus impuestos,  a la batalla cultural de izquierda y separatistas, podrá hacerlo también de manera voluntaria a este, tanto en lo económico como en su difusión en las redes. La cuenta para contribuir es: BBVA, “Tiempo de ideas”, ES09 0182 1364 3302 0154 3346 

 

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¿Hay algún partido constitucional? / Del páramo a la ciénaga (II) Literatura de la berza.

*Si España ha llegado al golpe de estado permanente se debe a la complicidad de los gobiernos de PSOE y PP. Por lo cual ninguno de ellos es constitucional. Si VOX se proclama constitucional, debe señalar que esos otros no lo son, o se equiparará a ellos ante la opinión pública.

*Ni la ley de memoria histórica, ni las de género, ni la financiación de las ilegalidades separatistas ni la entrega de soberanía a la burocracia LGTBI y multiculturalista de Bruselas son actos constitucionales. Si  VOX defiende la Constitución, debe señalarlo con claridad, para no confundirse con PP, PSOE y C´s

*El multiculturalismo consiste en varios procesos: fomento del aborto y de la inmigración; ataque al cristianismo y a las culturas y soberanías nacionales; progresiva imposición de una cultura “europea” LGTBI y  basada en el inglés.

*Cuando un partido español se proclama europeísta está diciendo en realidad que desprecia la cultura e idioma españoles tanto como ignora la realidad histórica de Europa. Y que desea imponer en España una sociedad de “memoria histórica” y LGTBI. 

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Memoria, ficción y poesía

Como señala Aquilino Duque, no hubo, ni siquiera en el primer franquismo, una literatura exclusiva ideológicamente o impuesta y subvencionada desde el estado como existe actualmente. Y había una pluralidad más que notable: novela y poesía católica, falangista, “de la berza”, tremendista, surrealista…

Tiene interés la literatura de la berza o del compromiso social, especie de realismo socialista de tono menor en aquellos tiempos del páramo. En él participaron mejor o peor Sánchez FerlosioAldecoa,  Blas de Otero, Fernández Santos y tantos más. Era una literatura marxistoide y antifranquista, cuya cabeza más visible,  Gabriel Celaya, nos recuerda Duque,  ”era  un poeta militante ; militante declarado de un partido político clandestino, cuyas consignas –y no era el único– obedecía a pies juntillas. Esa militancia era el secreto de Polichinela y esa clandestinidad era perfectamente compatible con la ubicuidad. No había revista literaria en la que su nombre no figurara por activa a por pasiva; no había poeta novel  que, en prosa o verso, no le dirigiera una cartita…”. Tanto es así que en 1957, en plena oscuridad del páramo, Celaya, con toda su evidente carga antifranquista a cuestas, recibió el Premio de la Crítica. Quizá no sobre recordar que Buero Vallejo, condenado a muerte en 1939 por reorganizar el Partido Comunista, ganaba el Premio Lope de Vega en 1949.

 ”Si el franquismo –señala el autor– tuvo alguna vez poetas oficiales, uno de ellos fue Luis Rosales, como lo fueron Ridruejo y Panero y Vivanco y Foxá y Zubiaurre, poetas que desde fechas bien tempranas procuraron tender la mano a la España peregrina, que empezó por recibirlos a tomatazos y luego se fue dejando querer según veía que el franquismo iba para largo. Tan para largo iba que empezó a aburrir a los que habían sido sus poetas oficiales. Pero esta es otra historia”.

De la literatura católica, escribe  Duque, “La vida nueva de Pedrito de Andía (1952) como más tarde La puerta de paja (1953) y Bearn (1956) vino a avivar la polémica lanzada en aquellos años, entre otros por Aranguren, de la “novela católica” . En el fondo de esa polémica latía un fuerte deseo de asimilación e imitación de la novela católica que en ultrapuertos cultivaban escritores como Mauriac o Bernanos o, más lejos y más tarde, Graham Greene o Heinrich Böll. Se trataba de un catolicismo conflictivo el de todos esos autores que al lector, si era creyente, solo tenía que sumirle en un mar de perplejidades”, aunque la versión española resultaba mucho menos conflictiva o problemática´, y quizá por eso se la ha considerado también de tono menor a pesar de sus evidentes méritos literarios. Porque se oponía también a la literatura “tremendista” inaugurada con el Pascual Duarte y que parecía tratar de oscurecer aún más los lados oscuros de la vida. No obstante, es la obra que, con Cela, ha sido en general más apreciada y hasta premiada con el Nobel. Pero esta es también otra historia

  En fin, durante la guerra civil parece que la mayoría de los poetas se identificó con el Frente Popular, como la mayoría de los pensadores lo hizo con el bando nacional. El libro de Aquilino Duque no es propiamente un estudio, sino una remembranza vivaz de la literatura de aquellos tiempos, y esas memorias, cuando se escriben con talento, como es el caso, suelen resultar más interesantes y sugestivas que los estudios académicos, tan a menudo plomizos e ideológicamente lastrados. Saltando un poco del libro, cabe señalar que en los años 40 escribían en España una nómina de autores  de una calidad imposible de encontrar hoy, cuando el páramo está tan superado . Aparte de los mencionados por Duque, bien numerosos, y por señalar unos pocos, Zubiri, Ortega, D´Ors, Julián Marías, Laín Entralgo, Tovar,  Menéndez Pidal, Baroja,  Carmen Laforet, Miguel Delibes, Carmen Laforet, Ana María Matute (por cierto, nunca había habido tal número de mujeres escritoras)… En fin, el páramo.

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En Una hora con la Historia , esta semana: Franco Hitler y Mussolini. Una comparación  historiográficamente muy ilustrativa a partir de un capítulo de Los mitos del franquismo: https://www.youtube.com/watch?v=Dm9qIm7KB8M

Los Mitos Del Franquismo (Historia)europa: introduccion a su historia-pio moa-9788490608449

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