Charlatanería y estafa

En junio-agosto del año pasado publiqué en el blog una recopilación de artículos críticos, que titulé “Galería de charlatanes”, y que recojo ahora aquí. Abarcaba desde Joseph Pérez a Ángel Viñas, pasando por Preston y tantos más. Alguno me reprochó entonces que calificara de ese modo a historiadores reconocidos, con currículos impresionantes y premios oficiales. Para entenderlo deben tenerse en cuenta tres aspectos: a) Las leyes de “memoria” a la soviética, que casi todos sustentan intelectualmente o a las que, en el mejor de los casos, no han hecho oposición clara, lo cual ya es bastante definitorio. b) El fondo común de las versiones históricas que defienden prácticamente todos los denominados charlatanes. c ) La distinción entre enfoques y detalles, o, de otro modo, entre el estudio de los sucesos y el del encuadre general de ellos.

Las leyes de memoria llamada histórica o para más injuria “democrática” significan que unos políticos, generalmente incultos y a menudo corruptos, pretenden dictar a los españoles lo que deben creer y pensar sobre la guerra civil y el franquismo, dos sucesos clave que han modelado la historia de España hasta hoy. Pretensión en sí misma corrupta y un ataque en toda regla a las libertades democráticas más elementales, y entre ellas, de modo destacado, a las propiamente universitarias de investigación y cátedra. El asunto entraña tal gravedad que debemos preguntarnos, ¿cómo es posible que la osadía de tales políticos de fuerte tradición liberticida, nuevamente confirmada, no haya provocado una auténtica revuelta en la universidad? La única respuesta posible es que la universidad se ha degradado a límites insondables, pues precisamente esos políticos apoyan sus leyes en una corriente o gremio de profesores universitarios, aquí tratados de charlatanes. Ese gremio se ha impuesto en la universidad al punto de que los profesores disconformes apenas osan levantar la voz, por temor a verse aplastados con consignas políticas, condenados a una suerte de aislamiento, y ahora atemorizados por la amenaza de fuertes multas. Tenemos entonces por un lado a los profesores inspiradores de las citadas leyes, y por otra los que apenas les hacen resistencia, lo cual termina por ser una forma de complicidad.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Desde los años 80 se consolidó en la universidad la aludida versión histórica con formas agresivas y amenazantes, que tachaban cualquier discrepancia de fascista o franquista, condenando a quien levantase la voz a una especie de muerte académica, como pasó con Ricardo de la Cierva, el disidente más destacado, y a su exclusión de las bibliografías universitarias. Agresividad despótica que combinaba muy bien con un lenguaje seudohumanitario y sentimental, que llegaba a la cursilería y añadía algo como indignación ética contra el disidente. A principios del siglo actual podía darse por absoluto el triunfo del que se llamaba a sí mismo “gremio de los historiadores”, y sus “consensos básicos”, apoyados por los grandes medios de masas y partidos, incluido el PP, que en 2002 condenó oficialmente el alzamiento del 18 de julio del 36, con lo que no solo condenaba a sus propios padres y abuelos, sino que dejaba en el aire la transición, la democracia y la monarquía, salidas finalmente del suceso histórico condenado. No había necesidad de ninguna ley, simplemente la versión de había vuelto oficial en la práctica, en la política y hasta en la sociedad.

En estas circunstancias, llegué por mi cuenta, examinando entre otros los archivos del PSOE, a conclusiones muy contrarias a las ya dominantes, y publiqué en 1999 Los orígenes de la guerra civil, seguido de otros dos títulos. Apenas hubo reacción gremial, pues estos libros, de escasa difusión, quedarían como unas curiosidades más, desdeñosamente marginadas en la gran corriente oficialista. Sin embargo, en 2003 ocurrió algo nuevo: Los mitos de la guerra civil, no solo desmontaba en puntos clave la versión oficializada, sino que tuvo un éxito de público impresionante, haciendo peligrar los “consensos” entonces alcanzados. Lo cual causó una alborotada furia en el gremio y en medios periodísticos, políticos y sindicales, con clamores de censura contra “el revisionismo”, el “neofranquismo”, etc. Exigencias que han desembocado en las leyes de “memoria” contra las libertades democráticas… ¡en nombre de la democracia!. Al modo staliniano.

Llamar charlatanes a tales universitarios y a los que callan ante ellos resulta algo inadecuado y en cierto modo eufemístico. Por supuesto, tienen derecho a exponer sus versiones, que en principio podrían acercarse a la verdad histórica…, sólo que si fueran veraces no precisarían imponerlas por ley, sino que prevalecerían en un debate intelectual, como pasa en las democracias y parecía haber ocurrido ya a principios de siglo.

En cuanto al común esquema historiográfico base de las leyes de memoria, puede resumirse así: en los años 30, unas fuerzas reaccionarias o fascistas, sintiendo amenazados sus privilegios por las reformas progresistas y democráticas de la II República, se rebelaron contra esta provocando una sangrienta guerra civil. Ganaron la guerra combinando el apoyo de la Italia fascista y sobre todo de la Alemania nazi, con una feroz represión sobre el pueblo trabajador, causante de infinidad de víctimas entre los demócratas republicanos. Luego, durante casi cuarenta años, sometieron a España a una brutal dictadura, oscurantista y explotadora, residuo del fascismo derrotado en la II Guerra Mundial. Si bien, aceptan algunos, desde finales de los años 50, el régimen se vio forzado a liberalizarse levemente y el país logró una modesta mejora económica, superando un poco los primeros “veinte años perdidos”. Añádase que el jefe de la reacción o fascismo, Francisco Franco, sería un sujeto tan malvado como mediocre, ignorante y tosco, militar y políticamente.

Este es, con tales o cuales matices, el fondo del relato común prevaleciente en la universidad y en la política españolas desde los años ochenta, hasta el punto de haber sido aceptada en lo esencial por corrientes católicas y políticas derivadas directamente de aquel régimen “opresor, explotador y oscurantista”. A poco que se piense, el relato no solo choca con multitud de hechos y detalles bien conocidos, sino que se contradice de modo esencial: ¿cómo podría el franquismo, dirigido por un inepto, haber vencido a fuerzas y dirigentes mucho más ilustrados y capaces, haber escapado a la guerra mundial y haberse mantenido hasta el final sobre un pueblo en estado de rebeldía latente contra tanta opresión y en un medio internacional, sobre todo europeo, que lo execraba? No resulta fácil explicarlo, máxime cuando el número de presos antifranquistas fue muy pequeño desde finales de los años 40. De entrada ya cabe sospechar que las versiones “memoriadoras” son pura palabrería o tienen demasiado de ella.  Todo el problema se resume en el aserto “teórico” de que el franquismo fue una dictadura, y por tanto contrario a la democracia, una simplificación que sería simplemente burda si no fuera deliberadamente falsaria. ¿Quiénes representaban la democracia? ¿Eran los demócratas los partidos sovietizantes PSOE, PCE y otros que atacaron a la república buguesa hasta destruir su legalidad? ¿Eran demócratas los comunistas que constituyeron la casi única oposición real al franquismo? ¿Podía haber salido de ellos una democracia? Sabemos bien quiénes hicieron inviable la democracia en la II República, de dónde ha salido la democracia actual y quiénes la están destruyendo con leyes como las de memoria.

 

El tercer punto exige, como decía, distinguir dos aspectos en el relato historiográfico: los sucesos y detalles parciales estudiados con mayor o menor precisión metódica, por una parte, y el enfoque o concepción general con que se los encuadra por otra. Un enfoque falso desvirtúa o distorsiona en profundidad el relato, aunque puede dar lugar a infinitos trabajos parciales: baste pensar en la inmensa bibliografía generada por el marxismo. Sin duda muchos de los que autores aquí criticados han hecho estudios más o menos acertados sobre cuestiones parciales o de detalle, pero si, como ha sido demasiado frecuente, enfocan la historia reciente de España como originada en una guerra civil de reaccionarios o fascistas contra demócratas republicanos, ya todo va mal, aun si aciertan en tales o cuales puntos. Es como reconstruir una estatua pegando los pies a la cabeza, o fabricar un coche con buenos materiales, pero con volante rígido, ruedas desiguales o tubo de escape orientado al interior, etc. El coche no funcionaría, y sus elementos, por buenos que fueran, solo serían útiles como material de desguace.

Así sucede cuando la historia general se distorsiona mediante “metodologías” marxistas o similares (las he llamado lisenkianas en honor al ilustre biólogo soviético Lisenko, que casi arruinó la agricultura rusa), o acordes en líneas generales con la leyenda negra. Julián Marías lo expresó justamente en su España inteligible (de enfoque tan distinto a los dislates historiográficos de su maestro Ortega): “Explican la hegemonía española destacando los rasgos que la habrían hecho imposible”. En otras palabras: esos autores pueden ser maestros en algunos asuntos parciales, secundarios o de detalle, pero falseadores en el conjunto. En ese sentido cabe hablar de charlatanería.

Los historiadores nunca podemos estar por completo seguros de nuestras conclusiones o tesis, pues percibimos la gran variedad de factores y perspectivas que pueden entrar y combinarse en casi cualquier suceso. La historiografía consiste en una pugna por acercarse a la verdad del pasado, nunca plenamente alcanzada, aunque hay grandes diferencias de aproximación; o incluso alejamiento de la verdad, motivado por otros intereses. Por ello estamos siempre dispuestos a la crítica y el debate público, que he ofrecido innumerables veces. Pero el charlatán rechaza el debate, y se entiende por qué: teme, es más, está seguro de perderlo, por lo que recurre a descalificaciones arbitrarias, a menudo personales y amenazantes, para finalmente buscar refugio en tales leyes. Qué mejor prueba de que ellos mismos perciben, aunque sea oscuramente, la falsedad de sus tesis.

Por mi parte, ya que no querían debatir (salvo raras excepciones, y a medias, como veremos), me he ocupado en someter a crítica libros o artículos de los más significados. Lo hice durante años, en el periódico Libertad digital sobre todo. Algunos de los criticados han fallecido, pero casi ninguno juzgó oportuno en su momento contestar a las críticas, se ve que tenían más que hacer. Por lo común prefirieron el silencio acompañado de poses de superioridad, mezcla de pedantería e insospechada arrogancia infantil: ¿cómo iban a dignarse a cuestionar, máxime con alguien ajeno al “gremio”, los tópicos con los que han forjado sus carreras y prestigios?

Tarea para mí harto pesada, pues obligaba a repetir e insistir mucho en los temas clave, a menudo desfigurados con datos secundarios o tergiversados: pero tarea necesaria por su relevancia no solo académica sino también política actual. Porque ¿no tiene algo de extraño y hasta enfermizo esa cerrazón fanática en torno a una guerra terminada hace más de ochenta años, o un régimen franquista inexistente desde hace cuarenta y cinco? Pero el cerrilismo tiene su propia racionalidad, pues la identificación con los vencidos en la guerra civil y la repulsa radical al franquismo se usan como supuesta autoridad moral que cubre muy bien a políticas actuales, así sean corruptas o liberticidas. Sirve para que partidos y políticos de la “memoria”, sean etarras o golpistas separatistas, comunistas y socialistas, hasta la derecha PP, se presenten como demócratas y autores de una democracia con cuyo origen no tuvieron en rigor casi nada que ver. La verborrea sobre el pasado  sirve así a la estafa en el presente. Pero clarificar el pasado ayuda a clarificar el presente y a despejar el porvenir.

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Kamen, Joseph Pérez y mil enemigos más de la Reconquista

 

España es un país de lengua y derecho latinos, religión mayoritaria cristiana y que ha compartido, con particularidades propias, los grandes movimientos generadores de lo que llamamos cultura o civilización europea: monasterial, románico, gótico, humanista, barroco, ilustrado e ideológico. Ello establece un nexo de unión fundamental con la expansión cultural romana a partir de la derrota de Cartago. Sin embargo, ese nexo fue roto, y de un modo que pudo ser definitivo, por la invasión musulmana de 711, que supuso una transformación radical religiosa, política, lingüística y cultural en conjunto. Desde la invasión se irían imponiendo el islam, la lengua árabe, el derecho musulmán o sharía, la poligamia, costumbres distintas de las anteriores, extendidas desde la vestimenta hasta la gastronomía. En una palabra, la nación hispanogoda de  Spania quedó sustituida por Al Ándalus o Alandalús, una cultura asiático-africana.

Por consiguiente, España desapareció, pero no del todo. Gran parte de la población, aunque en descenso,  conservó su lengua y religión  bajo la dura ley de los dominadores, y, sobre todo, surgieron en regiones norteñas de difícil acceso, pobres y de población dispersa, núcleos de resistencia que se identificaban con el reino anterior, es decir, con España. Siguió de allí una larga lucha con infinidad de alternativas, divisiones, formación de reinos diversos por una y otra parte,  y, en España, una tensión constante entre impulsos unificadores y disgregadores, hasta que, cinco siglos después, Al Ándalus quedó reducido a Granada, una pequeña parte de la península. Y la Granada islámica terminó de ser derrotada por los españoles en 1492, año simbólico, pues fue también el del descubrimiento de América, que abrió una nueva era en la historia humana. Casi ocho siglos había durado una pugna comenzada de modo casi inverosímil, y en la que la parte española y cristiana corrió a menudo el peligro de resultar aplastada por fuerzas superiores. Ha sido un hecho muy raro que un país conquistado por el islam retornase al cristianismo. También que no hubiera quedado una península dividida al modo de la balcánica, sino básicamente unificada, con la excepción menor de Portugal.

Esta es la historia que denominamos Reconquista, y su evidencia no exige mayor discurso: sin ella, la península se integraría hoy culturalmente en el Magreb, como parte de los más extensos territorios del islam. El concepto de reconquista ha sido y es utilizado corrientemente por historiadores como M. González Jiménez, Stanley Payne, Serafín Fanjul, Luis Suárez, D. W. Lomax, Javier Esparza, Luis Molina, J. A. Maravall, P. Linehan, Menéndez Pidal, M. A. Ladero Quesada,  P. Guichard, A. Vanolli y tantos más.

Sin embargo ese concepto no es del agrado de una serie de intelectuales, periodistas y políticos, que lo denigran suponiendo que Al Ándalus representaba a “los tolerantes, los cultos, los ricos y los buenos”, en oposición a los hispanos cristianos, tildados a menudo de fanáticos y tiránicos. Algunos hasta han negado la invasión musulmana, o inventado una resistencia asturiana sin la menor motivación  u objetivo político, y completamente ajena al recién caído reino hispanogodo. No vamos a entrar aquí en debates tan obviamente absurdos, que he tratado con alguna extensión en el libro La Reconquista y España.

Señalaré, no obstante, que desde principios del siglo XX se ha abierto una corriente que simplemente niega la existencia histórica de la Reconquista, con argumentos tan arbitrarios como que una empresa de ocho siglos no puede llamarse así (Ortega y Gasset); o bien que quizá sirva la palabra, pero solo a partir del siglo X u XI, porque antes no existiría un concepto de España (García de Cortázar, Joseph Pérez); o que, a lo largo de aquellos siglos se formaron varios reinos cristianos en España, a menudo en lucha entre ellos, a veces tributarios de los musulmanes, o que hubo relaciones comerciales y culturales con Al Ándalus, tanto en su época unitaria como cuando se disgregó en taifas. Esta versión la sostiene Kamen, por ejemplo, y hoy una multitud de profesores universitarios, y lo curioso es que lo hacen con verdadero odio y despotismo, prohibiendo a sus alumnos utilizar el término Reconquista. Dicen que no es “científico”. Para sus ensueños, al Ándalus subsiste de algún modo, o debería subsistir, aunque ellos tengan que expresarse en español y no en árabe, y practicar la monogamia, al menos exteriormente.

Otros (un tal J.Peña, entre muchos) aducen que la palabra es reciente, del siglo XIX, producto de un “nacionalismo español” sobrevenido y para ellos odioso. Claro, el término tradicional solía ser Restauración, que venía a ser lo mismo, solo que Reconquista otorga al concepto el contenido bélico que efectivamente tuvo: España y Al Ándalus se sentían incompatibles política, religiosa y culturalmente. La cuestión, en sí misma ridícula, ha empeorado con un antifranquismo grotesco: el concepto, con uno un otro nombre, data de los primeros documentos de la resistencia asturiana, pero para esta corriente basta que el franquismo haya reconocido esa larguísima tradición, para  rechazarla.

El indudable hecho es, como señalé al principio, que la realidad política y cultural de España que tenemos ante nuestros ojos, se formó en tiempos de Roma y del reino hispanogodo, y que su transformación radical por el islam terminó siendo derrotada en toda la península, sin que quedasen de ella más que restos arqueológicos y algún léxico y costumbres, de modo similar a lo que en el Magreb queda de las pujantes culturas cristianas anteriores a la invasión árabe. El odio al concepto de reconquista –pues se trata de auténtico odio que no repara en hechos o razones– encubre un odio más general a la idea misma de España, que sin la Reconquista estaría balcanizada en una serie de pequeños estados hostiles entre sí y objeto de las maniobras de otras potencias. Y no es así lo que ocurre, pero es el objetivo, generalmente inconfesado, pero bien  claro,  de los enemigos de la Reconquista.

 

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Quién fue Franco y quiénes los antifranquistas

Quién fue Franco

 De Francisco Franco se puede afirmar con certeza lo siquiente:

  1. Se educó, civil y militarmente, en el régimen liberal de la Restauración (1875-1923), e hizo una brillante carrera militar en Marruecos.

  2. En 1930 se declaró partidario de una democracia ordenada en contraposición con su hermano Ramón, golpista republicano.

  3. Preocupado por las violentas derivas de una caótica democracia republicana, defendió no obstante al régimen contra el alzamiento armado del PSOE y la Esquerra, en octubre de 1934, a cuya derrota contribuyó. Y no intentó ningún contragolpe.

  4. Aunque de preferencias monárquicas, aceptó y respetó la legalidad republicana más que cualquier político, en especial los de izquierda y separatistas, que conspiraron contra ella y realizaron golpes de estado. Y no participó en ningún golpe o proyecto de golpe de la derecha.

  5. En 1936 no se alzó contra la república, sino contra un frente popular que precisamente acababa de destruir el régimen tras unas elecciones fraudulentas. Después de haber fracasado en su insurrección de 1934.

  6. Mantuvo durante la guerra civil plena independencia política y militar ante Hitler y Mussolini, pese a disponer de muy escasos recursos financieros y comprar su ayuda a crédito.

  7. No perdió ninguna batalla, aunque fracasara inicialmente ante Madrid; y ganó la guerra. partiendo de una inferioridad de recursos que a casi cualquier otro le habría inducido a abandonar ya al principio. Y derrotó después a una peligrosa guerrilla comunista (el maquis) Esto puede decirse de muy pocos generales del siglo XX en cualquier país.

  8. No solo no se supeditó a Hitler y Mussolini durante la guerra civil, sino que evitó a España la mundial, y nadie más que él podría haberlo hecho, pese a las presiones de Hitler, sorteando también las amenazas y chantajes de los Aliados cuando estos iban ganando.

  9. Para entonces había llegado a dos conclusiones generales. a) que la democracia era inviable en un país como la España republicana, empobrecida, de grandes desigualdades sociales, repleta de odios políticos y con partidos exclusivistas y sin visión del interés general. Y b) que después de la durísima prueba de la república, el frente popular y la guerra, el país necesitaba un largo período para reponerse, superar la miseria y los odios que hacían imposible una convivencia en paz y en libertad. Y que ese período debía corresponder a una dictadura en la que no existieran partidos.

  10. No obstante, el franquismo no correspondió del todo a esa concepción. De hecho era un régimen de cuatro partidos, llamados “familias”: carlistas, falangistas, monárquicos y los más decisivos católicos políticos ligados al episcopado. Franco arbitraba entre ellos para impedir que sus fuertes diferencias se hicieran antagónicas.

  11. El franquismo nunca tuvo verdadera oposición democrática, sino totalitaria, es decir, comunista y/o terrorista. Los presos políticos fueron muy pocos a partir de los años 50.

  12. Franco y su régimen resistieron un aislamiento delictivo decretado contra el país, pese a no haber participado en la guerra mundial, por las potencias vencedoras (soviéticos y anglosajones principalmente). Y en las más difíciles circunstancias reconstruyeron el país con éxito notable. Sin la deuda política del resto de Europa occidental con los ejércitos useño y soviético, ni con el Plan Marshall.

  13. Dejó al morir un país más próspero que nunca antes, libre de los odios que habían destrozado a la república, lo que permitió el paso a una democracia en principio no convulsa y con una monarquía reinstaurada por él.

En resumen, cabe afirmar que durante cuarenta años venció a todos sus enemigos, interiores y exteriores, a menudo muy poderosos y de gran peligrosidad. Todo esto es la evidencia misma y sin embargo, por ello mismo resulta inadmisible para quienes se empeñan en derrotarlo “por ley” varias décadas después de fallecido. Así, nos enteran de que fue militarmente inepto o mediocre, un dictador políticamente tan incapaz como brutal, sin verdadera inteligencia suplida por una astucia aldeana o “gallega”…, con la que al parecer superaba todos los obstáculos y derrotaba a todos sus adversarios. ¡Cuántos historiadores o seudohistoriadores trazan semejante retrato! Ahora, ¿pintan con él a Franco o a sí mismos?

Un problema particular, al margen del anterior, es el del carácter de su régimen. ¿Fue una dictadura? Se lo puede conceptuar así, por carecer de elecciones generales de partidos, por la restricción de las libertades para los partidos que habían perdido la guerra después de haberla organizado y provocado, y por los poderes excepcionales asumidos por Franco. Sin embargo hay dictaduras y dictaduras, como hay democracias y democracias. Las democracias no funcionan bien, y puede llegar a autodestruirse, en sociedades muy desiguales, pobres y plagadas de partidismos irreconciliables, como fue precisamente la II República. Y en el mundo actual abundan las democracias formales, pero caóticas y corruptas, hacia las que viene derivando la española actual. La dictadura de Franco no fue tiránica, sino progresivamente liberalizadora, reconstituyó literalmente a la sociedad española y la dejó preparada para una convivencia en paz y libertad, que es a lo que aspiran en general las democracias reales. Fue un régimen legitimado por las circunstancias históricas y también democráticamente por el referéndum de diciembre de 1976, cuyo olvido sistemático ha llevado a la democracia actual a bambolearse perdiendo sus raíces históricas a merced de cualquier usurpación. Plantear la cuestión de otro modo nos lleva a absurdos como una democracia con leyes tiránicas como las de memoria, al gusto de etarras, comunistas separatistas o socialistas...

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J. Pérez y otros enemigos de la hegemonía española (y de España, por lo demás)

J. Pérez y otros enemigos de la hegemonía española (y a España, en suma)

Joseph Pérez, sospecho que como respuesta indirecta a mi Nueva historia de España, ha publicado un libro  (2003) titulado nada menos que  Entender la historia de España. En sus propias palabras, ¿Puede hablarse, en rigor, de España antes de la invasión árabe de 711? Tengo mis dudas (en realidad no tiene ninguna: lo niega). (…)  Los Austrias inauguran una nueva era que termina con los tratados de Westfalia (1648), era de hegemonía en Europa y en el mundo, era de gloria, si se quiere (no me parece que Pérez lo quiera demasiado), pero ¿para quién y para qué? La que ocupa entonces el primer puesto en Europa no es precisamente España, sino la dinastía reinante. Manuel Azaña lo vio claramente; tal vez, como buen conocedor de la historia de Francia, se haya acordado de lo que (…) aprendían los alumnos franceses en la escuela (…) Francia se enfrentó, no tanto con España, sino con la Casa de Austria. La hegemonía era cosa de la dinastía, pero a los españoles les costó caro: les impidió desarrollar sus intereses propios como nación.. Estos van a ser los ejes principales de mi reflexión (…) siguiendo a mi manera (…) la pauta de mi maestro Pierre Vilar: importa menos dar a conocer que dar a entender lo que ha pasado”.

  En mi blog Más España y más democracia,  dediqué al libro nueve entradas entre febrero y abril de 2012, que pueden encontrarse fácilmente en Internet. Aquí interesa ahora la pintoresca visión que ofrece de la hegemonía española, que al parecer no solo no tuvo nada que ver con España, sino que en realidad la perjudicó, porque fue hegemonía de la Casa de Austria, la cual habría impedido a los españoles desarrollarse como nación. La idea, debe reconocerse, es incluso superada por Kamen, pero entra en la misma, digamos, psicología. Por lo que se refiere a España, la Casa de Austria era también Trastámara, y Carlos I fue rey de España antes de ser emperador de Alemania, y, aunque criado en Flandes,  se españolizó a fondo, valorando a España como la base de su poder, al lado de un Sacro Imperio disfuncional e interiormente dividido.  Y sus sucesores en España fueron netamente españoles en todos los aspectos. 

¿Y qué intereses defendió la Casa de Austria? Vino a ser una alianza entre España y la parte católica del Sacro Imperio, que, con España como principal potencia, defendió a Europa y la cristiandad frente al asalto del Imperio otomano, con el cual se alió Francia precisamente contra España. A eso llama Pérez intereses particulares de los Austrias. Y defendió el catolicismo, es decir el cristianismo tradicional en Europa, contra el asalto de la revolución protestante, salvaguardando los principios de la responsabilidad moral, el valor de las conductas y la religión al margen de las políticas nacionales, contra su negación por el protestantismo. En lo cual tuvo que combatir también a una Francia que, aun siendo católica, se aliaba con los protestantes para socavar a España y al Sacro Imperio. ¿En qué sentido perjudicaban esos intereses a una España que se puso precisamente en cabeza de ellos por absoluto interés propio? Pérez alucina.

Y por lo que respecta a los intereses particulares hispanos fue con los Habsburgo-Trastámara o “Austrias” con los que  España descubrió el mundo como conjunto, inaugurando una nueva era en la historia humana;, con los que conquistó y organizó el primer imperio transoceánico de la historia, al que dotó de magníficas obras públicas, nuevas y bellas ciudades, escuelas y universidades, etc. ¿Perjudicó todo esto a España? ¿Le perjudicó el haber creado una cultura propia, original y potente en aquel siglo y medio con la dinastía de los Austrias? 

Pero es preciso fijarse ante todo en esto: España, no el Sacro Imperio, no Francia, Inglaterra o cualquier otro país, fue el que, con sus exploraciones marítimas, las más audaces y destacadas de la historia, abre precisamente una nueva era histórica. Tanto Pérez como Kamen y cien pequeños profesores de historia más, desdeñan el  “detalle”, o ni siquiera se percatan de él.

Para la mentalidad predominante en las actuales corrientes historiográficas, es la riqueza el elemento explicativo decisivo en la historia; una mentalidad en cierto modo de “nuevo rico”. España, por razones de clima y orografía principalmente, no era tan rica como Francia, Países Bajos o parte de Alemania, aunque podía equipararse a Inglaterra. Era también menos poblado que ellos. Pero no fue ninguno de esos ricos países, al parecer más avanzados e integrados, el que construyó las flotas que por primera vez en la historia humana cruzaron los grandes océanos Atlántico y Pacífico, dieron la vuelta al mundo y conquistaron y colonizaron vastas tierras, las civilizaron y abrieron  a –entre otras cosas–  el comercio. Al contrario, durante más de un siglo esos países parasitaron más bien el esfuerzo hispano mediante la piratería o aliándose con otomanos o protestantes. Y sus intentos de imitar a España para establecer colonias fracasaron una y otra vez. Su mayor logro fue comercial, y de no muy buen recuerdo: el tráfico negrero. Tampoco fue ninguno de esos países el que organizó un ejército como el de los tercios, pequeño pero revolucionario en concepción, y tan efectivo que durante un siglo y medio tuvieron que sufrir dolorosamente sus victorias aquellos tan ricos y avanzados.

Hay algo desconcertante para esa mentalidad y es que, en efecto, la hegemonía española, sus logros sin precedentes, fueron conseguidos contra países mas ricos y poblados, a menudo contra todos juntos,  por uno al que  Kamen y muchos otros describen como “pobre, poco poblado y aislado de Europa”;  y, según Pérez, frustrado en sus intereses nacionales por  “la Casa de Austria” (que en España fue tan netamente nacional como es inglesa y no alemana la actual dinastía de Inglaterra). En mi libro reciente Hegemonía española y comienzo de la Era Europea analizo precisamente esa forzada paradoja. La verdad es que España era el país política y administrativamente mejor organizado del continente, lo que le permitía sacar más provecho de unos recursos en principio más escasos, y mantener una esencial paz interior frente a las frecuentes revueltas en países rivales. Y con una dinastía –hispana, desde luego–  mucho menos despótica que las de Francia o Inglaterra. No todo es cuestión de dinero o técnica, hay otros factores más espirituales, poco apreciados por esas escuelas, que los entienden  en todo caso como una espumilla de la economía.

Y no deja de ser asombroso el empeño de tantos, varios siglos después, por derrotar la hegemonía hispana. Recuerda un poco al intento de derrotar a Franco  casi medio siglo después de su muerte.

Tiene interés explicitar qué quería “dar a entender” Pierre Vilar: trataba de divulgar una visión marxista (es decir, lisenkiana, como he explicado en otras ocasiones) de la historia. Y  ninguno de los asertos de Pérez sobre la historia de España, desde la romanización, el reino hispanogodo o la Reconquista (que, naturalmente, niega) resiste un análisis medianamente riguroso  En cuanto a Azaña, no creo que conociera gran cosa la historia de Francia, y lo que conocía de España queda reflejado en su dictamen de un  Imperio español “de frailes y mendigos, aliñado con miseria y superstición”  Es precisa una necedad muy especial  para  soltar tales frases. Y no extrañará demasiado que un personaje así haya contribuido como lo hizo a la catástrofe de su país.

Joseph Pérez fue un hispanista francés que ha recogido los mayores laureles en España: miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, comendador de la Orden de Isabel la Católica, premio Príncipe de Asturias 2014… La razón de tales distinciones es que con sus estudios desmintió la leyenda negra (¡!) Le dediqué en Mas España y más democracia, una serie de artículos bastante larga.

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Ls novelas mienten / Dúo de timadores / La roca de Prometeo

Las novelas mienten

–Verdaderamente, si no fuera por eso que llamáis terror sagrado, Sonaron gritos podría quedar como una novela de aventuras, bastante de amor, mucho de guerra, algo de costumbrismo…

–Yo creo que si me hubiera propuesto combinar esos factores, no lo habría logrado, habrían quedado como pegotes, pero salió sin apenas planeación, un poco por su cuenta. 

–Bueno, eso nos importa poco. Lo que hay es lo que realmente  te salió. El terror sale en mucha literatura, de ahora y de siempre, pero casi siempre como terror convencional, o terror animal contagioso ante peligros inminentes de muerte, o por la maldad o la locura de los “malos”. Y contra lo que dices, también el terror sagrado asoma en Cuatro perros, esas discusiones de tono metafísico, esas burlas, mismo bajo la desesperación de Moncho por la arbitrariedad divina, o la lucha inútil de Arsenio contra su homosexualidad,  y la satisfacción por su crimen, pues en todo eso  lo que asoma, para mí, es el pánico ante lo que no puedes entender.

–¿Una venganza por eso de la arbitrariedad divina? La venganza consiste en destruirse uno mismo. “Me has hecho con esas ilusiones y me las has quitado, mejor, me las has hecho fracasar. Pues al carajo todo”. 

–Pero, a decir verdad, Dios no aparece en ninguna de las dos novelas.

–No, no tienen nada de relatos piadosos. La cosa, según la veis, me recuerda algo de Lerroux en sus memorias: discutían de la existencia de Dios en la redacción de un periódico, y  un poeta, jorobado, sacó una navaja y la clavó en la mesa soltando una blasfemia brutal contra quien le habría creado con un cuerpo miserable, y al mismo tiempo con un alma ambiciosa y altiva. La anécdota está muy bien contada.   

–El contraste entre las ilusiones y los proyectos de la adolescencia y la marcha real de la vida está en muchas obras. Me parece un tema fundamental, solo que en  Cuatro perros no puede aparecer, porque solo pasa un día.

–Sí, se ha tratado mucho, los proyectos de juventud y tal, proyecto de vida… Eso lo trataban mucho algunos filósofos en los años treinta. Pero casi nunca hay ese contraste, muy poca gente se hace proyectos, ni siquiera pequeños proyectos, en realidad se va acoplando a como salgan las cosas. El proyecto de casi todo el mundo es simplemente ganarse la vida a como vaya saliendo, y disfrutar de lo que se pueda. Eso no suena muy novelable, pero las novelas mienten, ya se sabe, dramatizan  lo vulgar y corriente. 

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Dúo de timadores

**Pujoliño y Dotor compiten por quién estafa mejor a la gente. La técnica la tienen bien aprendida: disfrazar las corrupciones, los desmanes y fechorías con palabras que suenen bien: por ejemplo, Pujoliño llama “bilingüismo cordial” a la exclusión progresiva del español de la vida oficial en Galicia. O dice que el PSOE es un partido mayoritariamente honrado. Claro, como el PP. 

**El antifranquismo necesita mentir constantemente, porque vive de la mentira.

**El antifranquismo es el virus que está destrozando la democracia y la unidad nacional

**El antifranquismo reúne a asesinos etarras, corruptos socialistas, déspotas separatistas, comunistas y señoritos cutremangantes del PP.  Lo mejor de la sociedad, todos socios contra Franco.

**El antifranquismo no odia a Franco a pesar de haber mantenido la unidad de España, haberle evitado la guerra mundial, haber superado los odios y miseria republicanos,  y haber dejado una sociedad reconciliada, próspera, con buena salud social, sin la deuda histórica, moral y política, del resto de Europa con los ejércitos useño y soviético… Lo odia precisamente por todo eso.

**Como en el Frente Popular, del que se considera heredero, el  antifranquismo lleva en sí todos los gérmenes de los odios y la guerra civil. 

**Ningún abortista fue abortado. Quizá, en el fondo, lo lamentan.

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La roca de Prometeo.

Una de las definiciones del ser humano (animal racional, animal político, etc.) es la de animal técnico. Es más, puede intentar entenderse la historia humana como un desarrollo, por lo demás muy evidente, de su técnica. Esto queda claramente contemplado en el mito de Prometeo,  figuración precisamente del animal técnico. La técnica permitiría al hombre burlarse de los dioses e igualarles. En el mito, Zeus condena a Prometeo a ser encadenado a una gran roca, donde le visita un águila para roerle el hígado, día tras día.

Creo que nadie ha interpretado el mito mejor que Paul Diel. La roca simboliza la trivialidad y opacidad de la vida, y es la consecuencia de la técnica opuesta al espíritu. Prometeo tiene lo que ha elegido: está encadenado a la trivialidad, y el águila representa el castigo de esta, por su elección.   

Como dice Diel, los mitos tienen una profundidad insondable. Hoy, el hombre ha desarrollado una capacidad técnica que irónicamente le iguala a la divinidad, al permitirle destruirse a sí mismo. Y junto  con las maravillas de la técnica, la vida humana se ha vuelto insoportablemente opaca,  plana,  chabacana… en combinación con la histeria por algún apocalipsis. A salvar el planeta, vamos.  

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