Origen profundo de la guerra civil
Como he insistido en mis libros, especialmente en los dos últimos de síntesis sobre la república y el Frente Popular, la guerra civil se produjo entre dos fuerzas políticas fundamentales: una aspiraban a sovietizar España, a disgregarla o a aliarse con disgregadores y sovietizantes; la fuerza contraria buscaba mantener la unidad nacional y la cultura y sociedad tradicional española, construyendo sobre ellas. Se trataba de objetivos inconciliables, por lo que tuvieron que resolverse por las armas.
Es claro que separatistas, sovietizantes e izquierdistas burgueses tenían objetivos diferentes, y en Por qué el Frente Popular perdió la guerra he procurado explicar la dinámica política que nacía de ahí y que fue una de las causas principales de su derrota. Pero no tiene menor interés entender cómo, a pesar de sus discrepancias y temores mutuos, lograron entenderse hasta el punto de formar un frente político. En Los orígenes de la guerra civil expuse de manera concreta cómo PSOE y separatistas, en especial los catalanes, habían dinamitado el modelo de posible convivencia que fue la república, una vez la monarquía se había deslegitimado. Pero hay un fondo común que unía a todos los partidos del frente popular, y era (es) su hispanofobia.
La hispanofobia consistía (consiste) en la denigración del pasado español, especialmente del de su mejor época de exploración del mundo y hegemonía en Europa. En lo que suele llamarse “leyenda negra”. En lo que Julián Marías señalaba como principal y más peligroso defecto del PSOE: “Tiene una visión negativa de la historia de España” (en lugar de tenerla de su propia historia, cabría añadir). En esa visión negativa, basada en las propagandas antiespañolas generadas por los protestantes y por las rivalidades nacionales de Francia e Inglaterra, radica el pegamento que soldaba más o menos al frente popular. Y es claro que un frente popular informal y de hecho venía existiendo desde el “desastre del 98″ y aun desde antes. Uno de sus disfraces era también un “europeísmo” a su vez basado en una mezcla de ignorancia sobre Europa y en la leyenda negra.
La visión denigratoria de los partidos de izquierda y separatistas, amparada en las prédicas de intelectuales como Ortega, Azaña, Unamuno, Américo Castro y bastantes más, pareció instalarse en España de modo definitivo durante la II República, hasta dar por irrisoria e impotente cualquier reacción. Pudo haber ocurrido así, pero la reacción se produjo. Y triunfó, contra todas las expectativas iniciales. Un proceso muy parecido hemos presenciado y padecido en los últimos decenios, debido sobre todo a una derecha inculta y cada vez más corrupta. Por eso la irrupción, contra todos los cercos de silencio, de un partido inequívocamente patriota como VOX, que hasta hace poco se daba por imposible, es la mejor noticia desde hace muchos años.
También por esas razones es imprescindible una labor de recuperación intelectual de la mejor época de España, entre 1475 y 1640 (o 48, si lo preferimos). Sin una apreciación objetiva de lo que significó la acción española en aquella época, el efecto desmoralizador de la leyenda negra seguirá gravitando pesadamente sobre el presente y el futuro del país. Por eso he escrito Nueva historia de España y, centrándome ya en ese período, Hegemonía española y comienzo de la Era Europea.

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Vivir para comer
**Me acusa un profesor de que mis libros de historia no prestan atención al factor económico, que según él es la base científicamente explicativa de la historia. Cualquiera que lea mis libros verá que sí le presto atención, solo que no le doy ese valor que él dice. Simplificando la cuestión, la economía consiste básicamente en el alimento, y es cierto que si no comemos, nos morimos. Pero una cosa es comer para vivir y otra muy distinta es vivir para comer. En esto último radica, en definitiva, la clave de la historiografía economicista, que se presenta como científica porque le da la gana. Ello aparte, conviene descartar simplezas muy extendidas como la de “primum vivere, deinde philosophari”: La economía se basa en la técnica y en complejas distribuciones y relaciones humanas, que exigen mucha “filosofía”.
** Edgar Morin: “Para concebir la historia habría que hacer copular a Marx y a Shakespeare”. El pensamiento copulatorio. No aclara quién sería ahí el dante y el tomante, ni si la cópula sería ocasional o permanente.
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Era Europea (IV) Hegemonías sucesivas
La civilización europea se desarrolla sobre una base común, cristiana que termina diferenciándose en ideologías, con una intensa diversificación nacional. Esta diversificación la distingue de otras civilizaciones, como la romana, la china o la islámica (las diferencias y luchas internas en esta última no tienen un componente nacional). Las rivalidades, alianzas, guerras y y acuerdos entre naciones son un factor esencial en el desarrollo europeo. Puede verse también un impulso interior, de supervivencia y de asentamiento, predominante durante un milenio tras la caída de Roma, y un período expansivo y mundial a partir de las expediciones españolas, en menor medida las portuguesas. Este último impulso será protagonizado solo por contadas naciones y no por Europa en conjunto, y será el que marque una era nueva en la historia humana.
De esas rivalidades ha surgido la hegemonía de una u otra nación a lo largo de estos últimos cuatro siglos y medio. En primer lugar, la hegemonía española, que comienza con la reorganización nacional de los Reyes católicos y termina en 1648, aunque más propiamente en 1640, cuando la obra de dichos reyes estuvo a punto de hundirse con la ocupación francesa de Cataluña, la secesión de Portugal y la casi secesión de Andalucía. La hegemonía continental pasó entonces a Francia, que la mantuvo en líneas generales durante el siglo XVIII, siempre en lucha con otros rivales, especialmente Inglaterra, y que llegó a su apogeo y caída inmediata con las guerras napoleónicas. El siglo XIX será el sigo propiamente inglés, y el siglo XX quizá debería haber sido el de la hegemonía alemana, dado su empuje técnico, científico y más ampliamente cultural. Sin embargo se encontró con un mundo y un continente ya repartidos, por lo su aspiración a hacerse en él con la posición que estimaba adecuada a su poder y sus méritos, terminó aplastada, en dos guerras generales, por una conjunción de rivales a los que no logró imponerse.
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