La ciencia y la Biblia

Este sábado en “Una hora con la Historia” hablaremos de las relaciones entre  Companys y Azaña durante la guerra civil. Muy aleccionador.

https://www.youtube.com/watch?v=483EAfq2hSY&t=10s

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Afirma César Vidal que la raíz de la ciencia se halla en la Biblia y que gracias  a ella la revolución –más bien que reforma—protestante la desarrolló desde el siglo XVI. Afirma asimismo que los científicos católicos son muy escasos y debían sus saberes en gran medida a los avances de los protestantes. En suma,  Que la  Reforma (protestante) del siglo XVI fue la clave para entender la Revolución científica es una verdad histórica admitida en todas las áreas. Me temo que solo esté admitida en las áreas protestantes, y no sé si en todas.

   Debe reconocerse, de entrada, que relacionar protestantismo y ciencia resulta aventurado, por cuanto uno de los fundamentos de aquel es el firme rechazo a la razón y al libre albedrío; no parece fácil que la ciencia pudiera desarrollarse sobre tales supuestos, y me parece que don César, llevado de su fervor protestante, confunde aquí, como en los apartados anteriores, datos y argumentos.

    Don César debiera reflexionar en que, si la ciencia, el pensamiento científico, partiese de la Biblia y sus incitaciones a estudiar el universo, los judíos antiguos tendrían que haber destacado por una ciencia poderosa. Y sin embargo no hubo nada de eso. La incorporación de los judíos a la ciencia es un fenómeno históricamente reciente. Para empezar, desde mucho antes de la Biblia los sacerdotes de las culturas de Mesopotamia, Egipto o  La India hacían interesantes observaciones astronómicas (teñidas de astrología) y naturalistas,  y algo así hubo también en China. Y  la ciencia, el pensamiento científico propiamente dicho, no aparece en Israel, sino en la Grecia clásica, esa que tan poca gracia hace al señor Vidal porque, según él,  ha contaminado al catolicismo apartándolo de la pureza del Libro y volviéndolo medio pagano.

     Si el origen del pensamiento científico se encuentra en Grecia, es obvio que el despliegue científico en la Europa del siglo XVI-XVII no puede deber mucho a la herencia hebraica. Y, efectivamente, no lo debe: si podemos detectar una recuperación de la ciencia debemos encontrarlo en la católica Italia del Renacimiento, con patrocinio eclesiástico y fecundada por el pensamiento griego. Esto parece mucho más lógico y acorde con la realidad histórica.

    Para justificar su tesis, el señor Vidal recurre al caso Galileo –a quien sí podría considerarse, sin demasiada injusticia, el padre de la ciencia moderna—y lo explica así: Galileo (1564-1642) –que basó buena parte de sus avances en las obras de científicos calvinistas holandeses– fue juzgado y condenado por la iglesia católica. Se convirtió en un claro aviso para navegantes. Este modo de exponer el caso no parece muy propio de historiadores profesionales, como admite serlo el señor Vidal, quien no solo olvida donosamente a Copérnico sino que desvirtúa la realidad histórica. Creo que lo aclara mejor Vittorio Messori, un estudioso de Galileo: “Cuando tenía casi setenta años, después de una vida honrada por la Iglesia, salvo una prudente advertencia para que no transformase simples conjeturas en certezas indiscutibles, Galileo fue condenado no por lo que decía, sino por cómo lo decía, ya que sus propias hipótesis  –y entonces no pasaban de ser eso, y las pruebas que aportó se revelaron equivocadas—eran mantenidas por muchos científicos que, a la vez, eran frailes y monjes. Copérnico, a quien Galileo se remitía, era un devoto canónigo polaco, respetado por los papas y execrado en cambio por Lutero y por otros reformadores que, por una vez, celebraron una iniciativa de la Iglesia católica y dijeron que, si hubiera caído en sus manos, Galileo se habría dejado la piel. En cambio, en manos romanas, no pasó siquiera un día en la cárcel y fue hospedado y confortado por cardenales y obispos, ni se le impidió investigar ni publicar, hasta el punto de que su obra científica más importante la editó tras la “terrible” condena consistente en la recitación diaria de algunos salmos penitenciales”.  Esto parece, nuevamente, mucho más ajustado a la realidad histórica, también a la realidad del fanatismo protestante de la época. Y que Galileo utilizara algunos inventos técnicos holandeses no quiere decir que fuera influido intelectualmente por ellos. Lo fue mucho más por Copérnico, como señala Messori, y posiblemente por alguna aportación española.

    La desvirtuación del caso Galileo ha sido increíblemente explotada tanto por la propaganda protestante como por la comunista y atea (algo parecido, salvando las distancias, a la explotación desenfrenada de la supuesta matanza de la plaza de toros de Badajoz  por las izquierdas). En fin, la realidad del caso Galileo es bien conocida desde hace muchos años, aunque la persistente propaganda haya creado una leyenda urbana triunfante en ámbitos populares, incluido el Eppur si muove. A don César parece gustarle más la leyenda urbana; está en su derecho, pero ello no resulta excesivamente  profesional, si me permite señalárselo. También en Nueva historia de España  lo he explicado y ahora voy entendiendo por qué a don César le ha gustado tan poco mi libro. Como no vamos a entrar en cada caso, diré que sus interpretaciones de Pascal o de Descartes adolecen del mismo fallo –la tendenciosidad– que  la de Galileo.

    Señalemos de pasada que es errónea la imputación habitual de que la ciencia sufrió un eclipse durante las edades de Supervivencia y Asentamiento de Europa. La palabra correcta sería más bien retroceso. No me extenderé, por no alargar demasiado el comentario, y  puesto que tampoco lo trata don César.

    Dejaré aparte interpretaciones del señor Vidal como la de la “Invencible”. Podría recordar, puestos a ello, los desastres navales ingleses inmediatamente posteriores a la Invencible, o el de la Invencible inglesa que fue a conquistar mucho tiempo después Cartagena de Indias: ¿diría que las derrotas inglesas fueron causados por el protestantismo o por una inferioridad técnica o científica achacable al protestantismo? A veces don César cae en  lo pintoresco.

     Tampoco es aceptable su pretensión de reducir a la insignificancia el número y mérito de los científicos católicos. Su nómina hasta hoy es en verdad impresionante, no hará falta que me extienda al efecto. Pero tiene razón, en cambio, cuando recuerda que, como todo el mundo sabe, fue en algunos países protestantes (más o menos protestantes, como Inglaterra) donde la ciencia alcanzó mayor desarrollo. Como también es un hecho histórico que gran número de científicos, cada vez más a partir del siglo XVIII, cambió el protestantismo y el catolicismo por el ateísmo o el agnosticismo (¿cuántos premios Nobel científicos, que don César presenta como judíos y protestantes, son en realidad ateos o agnósticos? Aparte de que la tendencia en una época puede invertirse en otra). Sin olvidar que los musulmanes, durante algunos siglos, desarrollaron una ciencia considerable, influida, nuevamente por Grecia (y la India), o que la ortodoxa Rusia y la Unión Soviética desarrollaron en los siglos XIX y XX una ciencia notable, ajena por completo al protestantismo, como actualmente Japón o China.

    ¿Qué conclusión nos ofrece la historia? Pues que, contra las preferencias del señor Vidal, la ciencia tiene muy poco que ver con la Biblia (que no es un libro científico, sino de fe) o con las religiones judía o protestante. Tampoco vamos a caer en la tesis hoy tan extendida de que ciencia y religión se oponen. En Nueva historia de España he indicado que los orígenes más remotos de la ciencia podrían encontrarse probablemente en algunas actitudes y actividades sacerdotales de las civilizaciones antiguas. La historia de las relaciones entre religión y ciencia es compleja, a veces conflictiva y otras de mutuo refuerzo (como sugería Bacon). En todo caso no es en absoluto la relación que establece el señor Vidal. El hecho histórico constatable, insisto, es que la ciencia no nace en Israel, sino en Grecia,  cuyo pensamiento fecunda su renacer en Italia y a partir de ella en gran parte de Europa; y que es perfectamente asumible por muy diversas religiones e ideologías, incluso ateas.   

    Dicho esto, podemos abordar el atraso científico de España  con respecto no solo a algunos países protestantes, sino también católicos. El atraso es indudable y, sabiendo ya que no puede achacarse al catolicismo, habrá que buscar otras causas.

    En Nueva historia de España he aventurado la hipótesis de que una causa, al menos,  radica en la tradición y el carácter fuertemente romanos de la cultura española. Como es sabido, la cultura latina, al revés que la griega, fue poco dada a especular –y la especulación es una base esencial del pensamiento científico, junto con la observación y la experimentación–:  tuvo un carácter realista y técnico, no especulativo y científico. Y ese carácter se aprecia como una constante en la cultura española. Dicho de otro modo: al revés que Italia, España recibió muy poca sustancia fecundante de Grecia. Y al igual que Roma, la época dorada de España impresiona por la potencia técnica desplegada en las flotas, las ciudades, las obras públicas y las comunicaciones a lo largo y ancho de su imperio. Pero no impresiona por su poder especulativo y científico en ciencias naturales, o en ciencia en general, salvo excepciones brillantes como la Escuela de Salamanca (que don César infravalora por el hecho evidente de que fue católica).

    La época gloriosa de España obró después como un hechizo paralizante, creyéndose que podía mantenerse sin cambios. No hubo un desarrollo del Siglo de Oro, sino un anquilosamiento, movido por un temor extremo a las novedades. Quevedo es una buena muestra: constata y lamenta  la decadencia pero es incapaz de discernir sus causas y de proponer soluciones eficaces. En el siglo XVIII lo vemos nuevamente en Forner, que hace una crítica bastante aguda de la Ilustración, pero no percibe “las novedades”, los nuevos problemas y actitudes ante ellos, creyendo implícitamente que todo está ya descubierto y asentado. Lo notamos hoy, igualmente, en el pensamiento conservador.

   Otras veces he señalado esa característica en la enseñanza actual, nuevamente expandida en el franquismo después de siglos de retrocesos y desatenciones: nuestra universidad ha sido y es capaz de formar buenos, incluso excelentes profesionales, pero apenas salen teóricos y científicos con ideas nuevas. Se aprende lo que otros han dicho o descubierto, pero se rehúyen los problemas y debates y no se aporta casi nada original. A veces se ha considerado esta  muy lamentable deficiencia considerándola una especie de peculiaridad étnica o genética, bien aceptándola, incluso con chulería, bien utilizándola para denigrar el conjunto de nuestra cultura. Yo creo que se trata más bien de un problema educativo, como he señalado en muchas ocasiones. Opino que fue la educación lo que hizo grande a España, el anquilosamiento y retroceso educativo el que motivó su decadencia, y un replanteamiento acertado de ella lo que podría volver a hacer de España una nación de primer orden. 

       Volviendo al señor Vidal, tengo la impresión de que sus apasionados prejuicios protestantes le llevan a emplear una metodología defectuosa y a caer en errores y olvidos a veces sorprendentes, un poco al estilo de nuestros historiadores izquierdistas: lo que no cabe en sus esquemas no existe o queda condenado o desvirtuado, mientras acumula hechos y datos que parecen confirmar la tesis previa. Se ha dicho que, como en la historia se encuentra de todo, cualquier tesis puede asentarse con tales métodos. Lo hemos observado cuando abordó la cuestión del trabajo, las finanzas y la educación (que él confunde con alfabetización) y nuevamente en relación con la ciencia. También emplea aquí, de modo inapropiado, el argumento de autoridad citando  como definitivas las tesis de algunos autores y  despreciando por las buenas las discrepantes. Pero precisamente el pensamiento científico rechaza el argumento de autoridad, como proclama el lema de la Royal Society nullius in verba. No es que la ciencia prescinda de la autoridad, eso constituiría un grave error, sino que no la considera el argumento definitivo.

    Dado que don César admira la ciencia, y que demuestra además un fuerte patriotismo, podría aplicar más cuidadosamente sus principios, ya que con sus metodologías me temo que no saldría España del paso. Lo mismo que su admiración por Usa no significa que él comparta necesariamente las virtudes useñas. Hay un fondo en que estamos de acuerdo él y yo, y es en la defensa de la ciencia y de la cultura española. En lo que discordamos es en los criterios  al respecto.

(En LD, 22-11-2011)

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  Calle de los irlandeses. Chttp://findesemana.libertaddigital.com/calle-de-los-irlandeses-1276239570.html

Adiós a un tiempo: Recuerdos sueltos, relatos de viajes y poemas de [Moa, Pío]

 

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El testamento de Isabel la Católica

  Companys empezó sometiéndose a la CNT y tratando de engañarla. Posteriormente aprovechó al PSUC para hundir a la CNT, pero su cambio de pareja no iba a resultarle bien: https://www.youtube.com/watch?v=483EAfq2hSY&t=3s

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    Los éxitos políticos de los Reyes Católicos se habían visto ensombrecidos en los últimos años por algunos fracasos envueltos en dolorosas desgracias familiares. Así la muerte de su hija Isabel,  su hijo Juan y su nieto Miguel, que frustraban la posible unión con Portugal; o la de su yerno inglés, que dejaba en la incertidumbre la suerte de Catalina; o los desplantes y desobediencias del Hermoso combinados con la inquietud sobre el equilibrio mental de Juana, que nublaban un tanto la continuidad de la obra realizada por ambos. La reina Isabel, con 53 años, enfermó gravemente en el otoño de 1504, sintió que iba a morir y dictó sus últimas voluntades.

   Su testamento, de máxima relevancia histórica, retrata su personalidad religiosa, legalista, realista, afectuosa y atenta a los detalles. Mandaba funerales y duelos “sin demasías”, ayudas para doncellas menesterosas etc. Encargó a Fernando conservar las joyas y cosas de ella que más le agradasen “porque viéndolas pueda tener más continua memoria del singular amor que a su Señoría siempre tuve y aun porque siempre se acuerde de que ha de morir y que lo espero en el otro siglo, y con esta memoria pueda más santa y justamente vivir”. Frases así denotan un espíritu de la época. Ordenó ser enterrada en Granada, si el rey no decidía otra cosa; y que cuando este falleciera, las dos sepulturas estuvieran juntas.

   El documento procuraba asegurar y reforzar la hegemonía de la corona sobre los nobles, con la preocupación de evitar la vuelta a la disgregación anterior, rescatar rentas, posesiones y privilegios concedidos a oligarcas con dudosa legalidad en momentos de apuro del trono; destacaba el caso de Gibraltar, mandando que en ningún caso se enajenase ni cediese a nadie (había estado en poder de los duques de Medina Sidonia), prueba de la consciencia de su valor estratégico. Y recogía la necesidad de asegurar la justicia de los súbditos frente a los Grandes y apoyaba a la Inquisición contra la herejía. No menciona la expulsión de los judíos –ella había sido poco favorable hasta que Torquemada convenció a Fernando—señal de que terminó por creerla necesaria. También propugnaba la conquista y evangelización del norte de África, lo que se venía justificando en nombre de las posesiones del reino hispanogodo en la zona, y conquista precisa, en todo caso, para garantizar la seguridad de España frente a eventuales nuevas invasiones. Pero al mismo tiempo resultaba una  misión poco factible, por la dispersión de los esfuerzos del país: se acometería con éxito inicial pero nunca definitivo.

   Dentro de la política común, Isabel se había interesado especialmente por las tierras descubiertas al otro lado del Atlántico, que habían interesado menos a Fernando, sumido en los asuntos europeos. Disposición clave fue la extensión de la calidad de súbditos a los naturales de las tierras descubiertas y por descubrir, lo que prohibía esclavizarlos:  “Por ende suplico al rey mi Señor muy afectuosamente y encargo y mando a la dicha princesa  (Juana) y al dicho príncipe su marido que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme (…) reciban agravio alguno en sus personas ni bienes”. Doce años después del Descubrimiento, progresaban nuevas exploraciones, conquistas y colonizaciones por las Antillas y costas aledañas.  Las nuevas tierras debían ser incorporadas al “Reino de Castilla y León” de acuerdo con las bulas de Alejandro VI, por las que las tierras por descubrir se dividirían entre Castilla y Portugal, de acuerdo con el tratado de Tordesillas, de 1494. La medida parecía excluir a Aragón , pero, como indica Luis Suárez, buscaba impedir la intromisión imperial, previsible a través de Felipe el Hermoso, y por otra parte los aragoneses estaban equiparados a los castellanos desde 1487. La parte de Aragón había sido el Mediterráneo, aunque allí el esfuerzo principal sería asumido principalmente por los castellanos. 

   En América no faltaron atrocidades de algunos conquistadores, como ha ocurrido en todas o casi todas las conquistas; pero tampoco faltó empeño legal de la monarquía por impedirlas, cosa mucho menos frecuente en procesos de ese tipo. El derecho a ocupar tierras no cristianas dependía de la tarea evangelizadora y los esclavistas habían sido castigados. Y la evangelización no era un pretexto: se iba a realizar con afán y sacrificio casi inverosímil y a menudo peligroso.

    Se percibe en el testamente cierta inquietud por el futuro. Quedaba heredera su hija Juana, con Felipe en condición de consorte. La desconfianza hacia El Hermoso brillaba en el mandato de que todos los cargos políticos o religiosos de cualquier nivel recayeran en naturales del país y no en extranjeros. Esta admonición es muy significativa, pues recoge la experiencia de tiempos en que la intromisión borgoñona-francesa-papal  había desnaturalizado en gran medida la idea de la reconquista. Cuando Carlos I, criado en el ambiente de Flandes, viniera a España, catorce años después de fallecida Isabel, provocaría la guerra de los Comuneros al infringir esa admonición de su abuela y repartir cargos entre los oligarcas flamencos. La reina recomendaba a Juana y Felipe ser “muy obedientes y sujetos al Rey mi Señor (Fernando) (…) y sigan sus mandamientos y consejos”. Sin duda sospechaba que no sería así, por los precedentes. Por entonces El Hermoso había intentado que Juana le firmase un documento cediéndole todos los poderes a lo que Juana se había negado. Isabel no debió de tener conocimiento de ello, pero ya conocía algo de la conducta del príncipe.

      Juana sería la reina y Fernando quedaría como regente cuando ella estuviese fuera o se le diagnosticase de algún modo incapacidad para el cargo. La decisión la habían aprobado las Cortes de Toledo, Madrid y Alcalá, así como un consejo de obispos y grandes. Por lo tanto, en ambos casos Fernando, y no Felipe, se ocuparía de “regir, administrar y gobernar los dichos mis Reinos y Señoríos (…) hasta en tanto que el Infante Don Carlos mi nieto (…) sea de edad legítima, a lo menos de veinte años cumplidos, (…) y estando en mis Reinos y venga a ellos”. Pero las cosas iban a discurrir de distinto modo, poniendo en serio peligro toda la obra de los Católicos.

   La causa de su muerte de Isabel parece haber sido cáncer de útero.  Fernando escribió que “el dolor de ella y de los que perdí yo y lo que perdieron estos reinos me atraviesa las entrañas”. Nótese la frase “lo que perdieron estos reinos”, reflejo de la preocupación por el futuro. Fernando sobreviviría doce años a Isabel, y hacia el final de sus días ordenó ser enterrado al lado de ella.

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Nueva historia de España

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Una magna obra literaria

(De Nueva historia de España)

   Más o menos por las mismas fechas en que terminaba la primera guerra de Italia se publicaba La Celestina o Tragicomedia de Calisto y Melibea, atribuida a Fernando de Rojas; una de las obras magnas de la literatura universal y comienzo del llamado siglo de oro de la cultura española, que se prolongaría hasta bien entrado el siglo XVII. Cierto que ya se habían producido nel siglo XV  obras tan notables como las coplas de Jorge Manrique o el Tirant lo Blanch, de Joanot Martorell, quizá el mejor libro de caballerías, junto con el bastante anterior Amadís de Gaula, aunque muy distinto de este. Los libros de caballerías se harían enormemente populares en España y algo menos fuera. Parecen combinar elementos del tema de Bretaña y de relatos bizantinos, y su culminación, entre melancólica y sarcástica, será el Quijote. Pero dejando este último aparte, La Celestina alcanza ya otra dimensión. En ella están descritos con intensidad que no impide un leve toque irónico, dos formas de pasión amorosa, la poética y propiamente humanizada de Melibea y la casi puramente carnal y algo animalesca de Calisto, cuya conjunción termina en  la muerte vulgar del amante y el suicidio de Melibea. Con la misma intensidad se refleja la angustia desesperada de Pleberio, padre de Melibea, ante los golpes de un destino de intención inescrutable; o las artes brujeriles de “la puta vieja” Celestina, cuya avaricia y discurso miserable –no carente de agudeza—arrastran a la tragedia para sí y para sus cómplices; o la cháchara justificadora propia de los bajos fondos, pues todo el mundo necesita justificar sus actos.

   El argumento viene a ser: Calisto encuentra casualmente a Melibea y se enamora de ella, pero ella le rechaza con duras frases. Los dos son nobles. Ella es culta e ingeniosa, y percibe claramente el carácter de Calisto. El mancebo parece volverse loco y amenaza matarse, pero su criado Sempronio le propone recurrir a los servicios de la vieja alcahueta Celestina para seducir a Melibea. Celestina tiene en su casa un pequeño burdel con una ramera joven, Elicia, liada con Sempronio, que quiere compartir con Celestina las ganancias que extraerán a Calisto por  su”trabajo”. A partir de ahí los hechos siguen una lógica impuesta por las pasiones y caracteres de los protagonistas. Otro criado de Calisto, Parmeno, es corrompido por Celestina, que le ofrece trato sexual con otra prostituta, Areúsa, y termina entrando en el negocio.

   Mediante tretas y magia, Celestina parece conseguir que Melibea se enamore de Calisto, aunque en realidad la joven, bajo su desdén del primer momento,  ya se había sentido atraída por él y aprovecha la ocasión que le brinda la alcahueta. A esta, aunque muy sagaz, la codicia le pierde.. Los dos criados van de madrugada a su casa a reclamar su parte y al negársela ella, la asesinan. Los gritos y estruendo atraen a los guardias y, por huir, Pármeno y Sempronio saltan de una ventana y se descalabran, siendo capturados y decapitados por la mañana. Calisto ve su honor arruinado, pero ha quedado en acudir al huerto de Melibea la noche siguiente, y allí va con otros dos criados.  Las amantes de los dos ejecutados intentan vengarse de Calisto y contratan a un rufián, Centurio, para que lo mate cuando este vaya a ver a Melibea. Centurio piensa engañarlas, concertando con unos amigos un alboroto que le justifique y  permita huir al noble enamorado y a sus criados. Pero el resultado será otro. Calisto, creyendo que sus dos criados son atacados, deja a Melibea para socorrerles  y con las prisas y la oscuridad cae de cabeza de lo alto del muro y se mata. Melibea, desesperada, sube a la torre de la casa y se tira de ella. La obra termina con la lamentación de Pleberio, padre de Melibea, mientras la madre de esta, Alisa, parece que muere de la impresión.

   En una obra literaria o más en general artística, hallamos al menos tres planos: el estético-moral, el social-histórico y el técnico. Los dos últimos, más concretables, suelen atraer el análisis.  La técnica artística, en este caso el género (tiene algo de novela y de obra teatral, sin ser una ni otra), los recursos literarios, las influencias, etc., muestra notable originalidad. Y refleja ciertos conflictos y peculiaridades de la sociedad del momento, centrando un enfoque muy en boga a partir de marxismo. Pero el valor real de una obra no depende ante todo de sus habilidades expresivas, pues quedaría en puro artificio, ni de su visión de la sociedad del momento, pues apenas podría ser apreciada o entendida en otra sociedad o época. La Celestina, como obra grande, traspasa las épocas y las sociedades y va al meollo del destino humano. Rojas, consciente de ello, la elogia como un libro “jamás en nuestra castellana lengua visto ni oído”, destacándolo sobre los italianos, pues no procedía “de las grandes herrerías de Milán” sino de “los claros ingenios de doctos varones castellanos”. Y declara ufano cómo la sutileza y brillantez del trabajo da pie a muchas interpretaciones, otro rasgo de una obra lograda.

   La ética y la estética mantienen entre sí relaciones oscuras pero ciertas, no muy desemejantes de las existentes entre ética y religión. Parte del valor de La Celestina  proviene de los caracteres, tan individualizados y tratados con penetración; o de episodios como las últimas palabras de Melibea a su padre y la desolación de este, tan conmovedoras, aun si para el gusto actual puedan sonar algo retóricas. Otra escena de poderosa sugestión es la del último encuentro de los amantes. Melibea viene cantando quedamente en la oscuridad, unidos el ansia de placer y el sentimiento poético: “Mira la luna, cuán clara se muestra. Miras las nubes, cómo huyen. Oye la corriente de esta fuentecilla, cuánto más suave murmullo lleva por entre las frescas hierbas. Escucha los altos cipreses cómo se dan la paz unos ramos con otros por intercesión de un templadico viento que los menea. Mira sus quietas sombras, cuán oscuras están, y aparejadas para encubrir nuestro deleite”. Su última observación encierra un augurio que ella no imagina, pues el ciprés simboliza la muerte y a ella saludan cuando se “dan la paz”.

   La poesía se trunca de pronto por los celos, al reprender a su criada Lucrecia que, ayudando a Calisto a quitarse la armadura, lo abraza en demasía: “¿Tórnaste loca de placer? Déjamele, no me le despedaces”. Y aún más cuando reprocha a Calisto, mientras se rinde a él: “Tus honestas burlas me dan placer, tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razón. Deja estar mis ropas en su lugar”; para obtener la zafia respuesta: “Quien quiere comer el ave, quita primero las plumas”. Quizá hay ahí una parodia del amor cortés, pero zafiedad y elevación se complementan para crear un clima al mismo tiempo chocante y moral.

Nueva historia de España

   El relato roza a veces la pornografía, sin llegar a chabacano. La alternancia constante entre lo trágico y lo cómico, lo poético y lo vulgar, la parodia y la reflexión moral, el lenguaje elevado y el soez, la pasión amorosa y la atracción del dinero, funciona de tal modo que ningún elemento destruye al otro, manteniendo un sugestivo equilibrio. La mezcla de pasión física y nobleza de espíritu lleva a Melibea a apreciar en Calisto cualidades ilusorias, pero no por ello queda la joven por necia. Calisto parece más bien un apuesto chisgarabís encaprichado y de cierta bajeza (su recurso a Celestina lo define). Su muerte accidental y debida a un error de percepción o quizá a un hastío momentáneo tras satisfacer su deseo con Melibea, carece de tono heroico o dramático, en contraste con el final trágico de su amante

   Todos los personajes, salvo Melibea (y su familia) conciben el amor como ansia egoísta de goce. “Todas las cosas son creadas a manera de contienda o batalla”, explica Rojas en el prólogo. El amor es también contienda, y crea un  ambiente sórdido, plagado de pendencias y engaños entre quienes se pretenden amigos o benefactores. Pero ello no les impide, destacadamente a Celestina, perspicacia para penetrar en la psique ajena, en sus puntos flacos y en los intereses verdaderos bajo la retórica; ni razonar y defender su propia causa y supuesta dignidad, invocando incluso la religión. Y así invierte los valores en una constante ironía grotesca y cómica que construye un mundo al revés. Tiene algo común con la tragedia griega, cuyos héroes explican y justifican racionalmente sus motivos que, sin embargo, les conducen al desastre. Pero aquí el desastre procede, excepto en Melibea, de la insinceridad esencial de sus discursos: viven una farsa, y la argucia ingeniosa no les saca de una existencia ruin.    

    Celestina, el gran modelo, lo aclara al seducir a Pármeno con la promesa de los favores de Areúsa. La finada madre de Pármeno, amiga y maestra de Celestina en sus artes, le había abandonado de niño y él se había criado un tiempo en casa de la misma Celestina; pero había conservado una inteligencia y honradez esencial. La alcahueta le cuenta hazañas de picaresca y brujería de su madre que disgustan al muchacho, el cual pregunta si las dos eran cómplices cuando la justicia había prendido a Celestina: “Juntas lo hicimos, juntas nos sintieron, juntas nos prendieron y acusaron, juntas nos dieron la pena esa vez”. Cosa sin importancia, indica ella, porque “son cosas que pasan por el mundo. Cada día verás quien peque y pague, si sales a ese mercado” “Verdad es –replica el mozo—pero del pecado lo peor es la perseverancia; que así como el primer movimiento no está en la mano del hombre, así el primer yerro; donde dicen que “quien yerra y se enmienda”, etc.” La respuesta de Celestina da la clave de toda la obra. Dice para sí: “Lastimásteme don Loquillo. ¿A las verdades nos andamos? Pues ahora espera, que yo te tocaré donde te duela”, y en voz alta insiste: “Hijo, digo que sin aquella prendieron cuatro veces a tu madre, que Dios haya, sola. Y aun la una le levantaron que era bruja (…) Y mira en qué poco lo tuvo por su buen seso, que ni por eso dejó en delante de usar su mejor oficio (…) En todo tenía gracia; que en Dios y en mi conciencia…” La parodia es magnífica. Nada más inconveniente en la vida que ”andarse a las verdades” Como llorará Pleberio ante el cadáver de su hija ,el mundo se presenta como “un laberinto de errores”.

   Nada sería más erróneo que ver en La Celestina  una descripción de la sociedad, extender a toda la vida social.  La literatura tiende a fijarse en los extremos y a menudo en lo insólito, y de ahí extrae implicaciones psicológicas y morales en que todos pueden reconocerse en mayor o menor medida, anque no las compartan en la práctica. Precisamente en ese punto resalta la mayor falla de verosimilitud de la Tragicomedia Calisto y Melibea pertenecían a la misma clase social, sus familias se conocían y no aparecen obstáculos a que sus amores se encauzasen  al matrimonio, como normalmente ocurría, evitándose así la tragedia. Que Melibea afirme preferir ser “buena amiga que mala casada” no cambia nada en el contexto.  Una posible buena interpretación la expone Enrique Baltanás : para Calisto se trata de una conquista parecida a un trofeo de caza, y ella termina dejándose llevar yaciendo ahí la lógica de la historia. O acaso sirvea aquí el enigmático o burlón comentario de Helena de Troya: “Zeus nos dio mala suerte, a fin de que sirvamos a los hombres venideros de tema para sus relatos”.

   Por lo demás, el libro está escrito cuando Colón realizaba su tercer viaje, a las Indias, progresaba una reforma para elevar el nivel cultural y moral del clero, problemas internos (conversos y moriscos)  y externos por Italia… nada de lo cual refleja la obra, como de muchos otros muchos sucesos. Aquella vitalista sociedad estaba generando gran número de personajes extraordinarios en la política, las letras, las armas, el pensamiento, la navegación, el arte. El propio autor de La Celestina  y el vigor creativo de su obra  revelan también el espíritu del tiempo, siempre contradictorio.

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Prostitución y otras historias

 

La prostitución siempre ha existido y probablemente siempre existirá, como tantos otros fenómenos generalmente considerados indeseables, pero propios de la condición humana. Los intentos de erradicarla por completo siempre han sido vanos y contraproducentes, por lo que, a ciertos niveles, es probable que cumpla una función social equilibradora. Lo que permite caracterizar a  una sociedad como enferma en mayor o menor grado no  es la presencia de tales fenómenos inevitables,  sino su masividad. Leo en Por qué creo, de Vittorio Messori, que la prostitución es el mayor negocio actual, que mueve más dinero que el tráfico de drogas y el de armas juntos. No sé si se han hecho estudios serios al respecto, pero es seguro que en Occidente se ha convertido en un negocio gigantesco que incide sobre muchos otros, como la publicidad. Algunas oenegés han calculado unas 400.000 mujeres dedicadas a la prostitución en España, una proporción femenina muy considerable en las edades adecuadas para ejercer el oficio, y movería en pagos directos unos 18.000 millones de euros. Sin contar la prostitución masculina y homosexual, también en aumento. Dado el origen del dato, no son cifras fiables, pero es indicutible que la prostitución constituye un negocio en pleno auge desde hace bastantes años. 

   El negocio es en realidad mucho más amplio que el trato sexual directo y pagado. Va desde la pornografía o arte burdelario, y ciertos tipos de publicidad, al turismo sexual, el turismo pederasta, diversos tipos de cine y publicidad o gran parte de la telebasura;  y formas no detectables, pero muy reales, como la promoción profesional a cambio de favores sexuales. El negocio suele ir mezclado con los de la droga y diversos tipos de degradación y delincuencia.

       La expansión de la prostitución, como de la droga se ha debido en gran parte a la publicidad gratuita que le han ofrecido políticos, periodistas y formadores de opinión, que han querido aureolarla de un carácter “liberador”, “rompedor de tabúes”, de “inhibiciones”. La prensa “seria”, empezando por El País, obtiene considerables beneficios de la publicidad directa de la prostitución, así como del cine y la literatura más o menos pornográfica. La escritora Almudena Grandes ha sido convertida por los medios en una estrella artística, por poner un ejemplo, y lo mismo el director de cine Almodóvar. Lo sorprendentes es que se ofendan cuando se les define por lo que hacen, prueba de que no lo consideran tan normal y honorable como pretenden.

    La promoción indirecta de la prostitución opera ya desde la infancia en la educación progre, con la idea de que la sexualidad es básicamente una fuente de placer igualmente “normal” de cualquier modo que se la emplee. Obviamente, si va acompañada de un beneficio económico, miel sobre hojuelas, aunque esto no se explica abiertamente a los niños (es innecesario, una vez sentadas las premisas) . Desde el punto de vista “progresista”, la prostitución se limita a un contrato libre entre adultos, y el dinero “non olet”. Pero incluso la pederastia queda justificada, porque el placer sexual es perfectamente natural y legítimo y no puede perjudicar a nadie; los manuales de educación progresistas pueden considerarse una forma de promoción encubierta de la pederastia.

       Estas actitudes chocan directamente con la cultura cristiana, que siempre condenó la prostitución en nombre de la preservación de la familia y de la fidelidad conyugal, por lo que su extraordinaria expansión en la actualidad va de la mano con la descristianización social, así como, según  dije, de diversas formas de delincuencia, el aborto, etc.,  y más indirectamente de la degradación política. Dudo mucho de que la expansión masiva de la prostitución en todas sus formas, su presencia constante en la prensa y la publicidad y en las actitudes de muchos políticos y formadores de opinión, sean un buen índice de salud social o calidad de vida. Aunque se insiste mucho en lo contrario.

 ****http://www.libertaddigital.com/opinion/pio-moa/la-prostitucion-y-el-gobierno-56699/

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****Observaciones sobre la pornografía anticatólica de Paz Vega.

 1.-  Como dijo uno de los presentes, y coincido con él, se trata de una imagen pornográfica  (doblemente, diría yo, por tratar de mezclarse con la religión) La pornografía viene a ser “el arte de la prostitución”.

 2.- La utilización del cuerpo por la actriz tiene el claro y deliberado propósito de ofender y provocar a los católicos en función de una ganancia publicitaria. Lógicamente, merece el mismo respeto que demuestra. Por otra parte los católicos y las personas con cierto sentido de la decencia debieran boicotear a la empresa productora del anuncio.

 3.- La actriz ha cobrado por su desnudo ofensivo y pornográfico. Cuando hablé de putas, con lenguaje cervantino, me refería, más que a este caso concreto, a la amplitud de la costumbre de muchas mujeres de explotar comercialmente su cuerpo. Una industria, en la actualidad. Industria de prostitución que quiere presentarse como arte (y en cierto modo peculiar lo es, además de industria).

 4.- Prefiero no extenderme sobre las observaciones de Cristina Cifuentes y Ester Esteban sobre la belleza del cuerpo de Paz Vega, como si ese fuera el tema, sobre que a una mujer no podía llamársele puta (¡! Según a qué mujer, claro)  o la reducción de la ofensa a “mal gusto”, pero exigiendo respeto para los ofensores… Cuando se respeta lo que no es respetable se pierde el respeto a lo que sí lo es, en una inversión de valores característica de nuestro tiempo. Así, es perfectamente lícito y habitual y premiable en especie, insultar a la Iglesia, a España, a la familia, a Franco… Y los insultones deben ser respetados.  Amén.

 

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Los delirios de un botarate: Ángel Viñas

Ángel Viñas vuelve con sus disparates sobre el general Balmes,  contundentemente rebatidos por Moisés Domínguez. Y a este botarate fanatizado, que por cierto prosperó como funcionario de cierta categoría en la horripilante dictadura de Franco, le dan cancha en los medios. El artículo siguiente está escrito hace nueve años. Bueno, pues como si nada. Así está el nivel intelectual del país tras cuatro décadas de embuste institucionalizado por los políticos y los periodistas, y unos historiadores de medio pelo.

Decía en otra ocasión que la cuestión de la república y la guerra civil está hoy perfectamente aclarada en lo esencial, aunque siempre queden mil detalles o aspectos secundarios. Solo falta que esa aclaración trascienda debidamente a la universidad y, sobre todo, a la sociedad, puesto que la falsificación de la historia se ha convertido desde hace bastantes años en un negocio muy bien subvencionado, incluso (o más aún)  en tiempos del PP. Pero todo se andará.

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Una manifestación de la derrota intelectual de la izquierda es la falta de resuello de sus historiadores, hasta hace poco tan sobrados y despectivos (mi admirado Reig Tapia lleva tiempo extrañamente callado). La casi totalidad de ellos renunciaron desde el primer momento a sostener un debate, sustituyéndolo por poses despectivas, censura y argumentos de ese estilo. Pero queda el pintoresco e incombustible Ángel Viñas, que vuelve una y otra vez a la carga, movido por un fervor ideológico inasequible a los hechos y sustentado en cinco tesis fantásticas: a) que el Frente Popular era la continuación de la república del 14 de abril, b) que el Frente Popular era democrático, c) que la lucha de Franco contra el comunismo (la cruzada) es una falsedad, d) que el PCE durante la guerra estuvo subordinado a Negrín y e) que la democracia actual enlaza con el Frente Popular.

Como hoy únicamente los muy indocumentados o fanáticos ignoran que el Frente Popular no solo no continuó la república, sino que destruyó sistemáticamente su legalidad, y que ni uno solo de los partidos que lo componían era democrático, trataré aquí brevemente las tres últimas fantasías de Viñas. De siempre la propaganda izquierdista, especialmente la comunista, que ha sido la más efectiva (no hay sino pensar en la escuela del stalinista Tuñón de Lara), ha sacado mucho partido de la insistencia del franquismo en el carácter anticomunista de su lucha: ¿cómo podría ser ello posible, si en julio de 1936 los comunistas formaban un partido pequeño, secundario dentro del Frente Popular? Muy bien, pero entonces había otros partidos comunistas: el PSOE y la CNT-FAI (esta, comunista libertaria). Y quienes habían llevado la república a su peor crisis habían sido, precisamente, los socialistas (dejando a Besteiro al margen). El PSOE fue el principal organizador de la insurrección del 34, y la base real del Frente Popular hasta la reanudación de la guerra, en el 36. Era ese partido más radical e inmediatista que el PCE, pues este pensaba en una revolución un poco más aplazada. El PSOE fue el que llevó a cabo la mayor parte del terrorismo de la época, las invasiones de fincas, las huelgas salvajes (en esto le superó la CNT), el asesinato de Calvo Sotelo, y participó como el primero en los incendios  esias, de registros, de centros políticos y periodísticos de la derecha, etc. Todo lo cual realizó bajo la cobertura de los gobiernos de Azaña y Casares.

Para el PSOE, la URSS de Stalin era el modelo que imitar, seguía una política típicamente marxista revolucionaria, y su agitación contribuyó poderosamente a que poco antes de julio del 36 miles de empresas quebraran y fuesen al paro cientos de miles de trabajadores, un modo excelente de favorecer a estos. Fue el PSOE, y no el PCE, el que arrojó luego al régimen en brazos de Stalin, al entregarle en condiciones inauditas el grueso de las reservas de oro del país. Y fue tan entusiasta promotor de chekas como podrían haberlo sido los propios chekistas soviéticos. Comprendo que estos hechos no preocupen a Viñas, pero él debe comprender que otros los consideremos definitorios.

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Por consiguiente, cruzada o no cruzada, la lucha de Franco fue, efectivamente, contra el comunismo, sin género de duda. Pero Viñas, siguiendo la clásica propaganda comunista, sostiene que en realidad fue contra “la modernización económica, social y política de la república”. Esas modernizaciones están hoy bien estudiadas: cuando no se trató de simples disparates, se echaron a perder por el absurdo radicalismo y la demagogia que las adornaron. El pueblo tuvo sobrada experiencia de ellas en los dos primeros años de la república y, harto de tanta modernización, votó masivamente a la derecha en 1933. Algo que no perdonaron los izquierdistas, que al volver al poder en 1936, tras elecciones no democráticas, solo supieron aumentar masivamente el desempleo, el hambre, los asesinatos y los incendios, vale la pena repetirlo. Pero a muchos estas cosas siempre les han parecido síntomas de progreso revolucionario.

En cuanto a la idea de que el PCE iba “a remolque de Negrín” y de que era este quien “cortaba el bacalao”, Viñas dice haber encontrado un “informe secreto del PCE a Stalin” que refrenda ese punto de vista. Asegura que se trata de un documento “de hechos, descriptivo”, “no marxista”, que “podría haberlo escrito un militar franquista” (atribuye objetividad a estos militares). No sabe uno si admirar más la ingenuidad de Viñas o su incapacidad para un análisis mínimamente serio. El PCE hubo de rendir cuentas a Stalin, que no en vano era su verdadero jefe, y hacerlo de modo que la culpa por la derrota recayera sobre otros, pues con Stalin no se bromeaba. Así, debía presentarse a Negrín como actuando demasiado por su cuenta, para hacerle compartir la responsabilidad de la catástrofe con el resto de la izquierda, y quedar libre de ella el propio PCE. De un historiador que no sabe situar los documentos en su contexto no pueden esperarse grandes conclusiones.

Viñas parece tener la esperanza de encontrar algún documento que borre los hechos conocidos y demuestre que Franco no ganó la guerra (Preston y muchos otros ya han demostrado que no podía haberla ganado, de tan inepto como era). Yo no creo que Negrín fuera un simple juguete de los comunistas, pero sí el jefe socialista que más se identificaba con ellos y con Stalin, después de que Largo Caballero se volviera antisoviético, tras una dura experiencia. Negrín, principal autor de la entrega del oro a Moscú y de la pérdida de su control, sabía muy bien que, desde ese momento, no podía hacer nada sin la ayuda y el beneplácito soviéticos, de ahí que permaneciera en el poder, en lugar de ser desplazado como Largo Caballero o Prieto. Él fue de la mano con los comunistas porque sabía que no tenía otra opción, él mismo había quemado sus naves con la entrega del oro. ¿O cree Viñas que esa entrega no tuvo consecuencias políticas y bélicas?

Y había otra razón: el PSOE perdió durante la guerra la mayor parte de su fuerza inicial, al dividirse entre caballeristas, prietistas y negrinistas. Negrín no podía contar más que con una fracción minoritaria de su partido, y solo podía apoyarse en el PCE, que ganó en poco tiempo la hegemonía en el Frente Popular, tenía una verdadera estrategia militar y política (los demás partidos carecían de ella) y había tomado el control de la mayor parte del ejército y la policía. Sin el PCE y Stalin, Negrín no era nada, simplemente (ello aparte de que este, tan ensalzado por Viñas, tenía de demócrata lo que Stalin). Pero este análisis elemental se le escapa a nuestro brillante historiador.

¿Y qué decir del “nexo entre la II República y la democracia” actual, que él defiende? Todos sabemos cómo llegó la democracia, mediante una reforma desde el franquismo y por el franquismo, en lugar de la ruptura que proponían los partidos admiradores del Frente Popular. Pero quizá tenga algo de razón nuestro original historiador: si la acelerada involución política a que estamos asistiendo desde el 11-M sigue adelante, puede muy bien ocurrir que volvamos a la democracia que gusta a los Viñas, a los socialistas orgullosos de su revolución del 34, a los comunistas de IU y similares. Esperemos que haya una reacción a tiempo. Porque este antifranquismo es realmente el cáncer de la democracia

 

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