Espero puntualizaciones y correcciones:
La moral predicada por Jesús partía de la Biblia: “Lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe”; “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, en estos dos mandamientos se fundan toda la Ley y los Profetas”. “Si quieres entrar en la vida eterna, cumple los mandamientos: no matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falso testimonio, honrar padre y madre y amar al prójimo como a uno mismo”. Exigía devoción “con todo el corazón, toda el alma y toda la mente” a estos arduos deberes. Respondió a un joven rico sobre si era posible un compromiso aún mayor: “Si quieres ser perfecto, vende tus bienes y da el producto a los pobres, así tendrás riqueza en el cielo; luego vuelve y sígueme”. Ese amor-fe sin formalismos debía dotar al individuo de inmensa fuerza moral frente al mundo. En el Sermón de la Montaña prometió el reino de los cielos a los “pobres de espíritu”, los mansos, los ansiosos de justicia y perseguidos por su causa, los misericordiosos, los pacíficos. La exaltación de los desdichados del mundo era algo nuevo.
El cristianismo proponía la igualdad de los hombres en un sentido espiritual, fácil de extrapolar a otros terrenos e interpretable, aunque no forzosamente, en términos políticamente subversivos, otra fuente de los más variados movimientos. Como en la doctrina estoica, implicaba un rechazo a la esclavitud, admitida, con todo, en la práctica como efecto maligno del pecado original. Indicaba una igualdad esencial entre hombre y mujer –“compañera y no sierva”– que, unidos, forman “un solo ser” o “una sola carne”, aun si con autoridad prevalente del varón; y matrimonio exclusivamente monogámico y de fidelidad hasta la muerte, con evidentes repercusiones en cuanto a la estabilidad familiar, la educación de la prole y la transmisión cultural; condena drástica de la homosexualidad, siguiendo la tradición judaica, que también en este aspecto se separaba de costumbres, a menudo mal vistas pero sin condena religiosa en el mundo politeísta. Todo ello chocaba con costumbres e ideas muy extendidas en la antigüedad.
La cuestión del amor es clave en el mensaje evangélico, que exige incluso amar a los enemigos, aunque Jesús no cesa de expresar aversión a los filisteos, y de otros dice que mejor no hubieran nacido. Por esa insistencia en el amor como clave de la moral, se la ha llamado la religión del amor. “Ama y haz lo que quieras”, resumirá San Agustín. En ninguna otra religión es el amor un tema tan central, Sin embargo el amor concreto a alguna cosa suele implicar el odio a la contraria.
La doctrina expuesta en los evangelios es poco precisa y con contradicciones, y sería San Pablo, unos veinte años después de morir Cristo – al que no conoció– quien sistematizara más la nueva religión en cartas a diversas comunidades cristianas. Con Pablo el cristianismo mantenía la Biblia hebrea como raíz y fundamento, pero rompía de modo fundamental con el judaísmo, declarando innecesaria la ley de Moisés después del sacrificio de Cristo y abolidas las ceremonias y ritos hebreos, empezando por la circuncisión. El cristianismo paulino se definía como católico, es decir universalista: “Ya no hay judío y griego, esclavo y libre, varón y mujer…” (Carta a los Gálatas). Los judíos ya no eran el pueblo elegido por Dios, y al haber preferido a Barrabás contra Jesús y exigir la muerte de este, mostrándose luego refractarios a la nueva fe, se convertían implícita o explícitamente en un pueblo réprobo.
Estas tesis hicieron chocar a Pablo no solo con las comunidades judías dispersas, sino con varios de los mismos apóstoles anteriores a él, en especial Santiago y Juan, que querían mantener la ley mosaica, y con quienes llegó a tener graves choques. Hacia el año 50 se habría celebrado el Concilio de Jerusalén, en el cual se afirmó innecesaria la circuncisión y otras normas bíblicas para los gentiles conversos, lo que indica un éxito, al menos parcial, de las tesis de Pablo. Pero pocos años después este viajó a Jerusalén, no sin recelo, a exponer sus puntos de vista a los cristianos de la ciudad, y casi fue linchado por una turba de judíos, salvándole los legionarios romanos. Hechos de los Apóstoles presenta a aquellos judíos como venidos de Asia, pero pudieron haber sido seguidores de Santiago. Por eso algunos estudiosos creen falso el previo Concilio de Jerusalén. Los hechos de los Apóstoles se atribuyen a San Lucas, autor del tercer Evangelio, un gentil a quien Pablo había convertido, y gran seguidor de este. Tanto las Cartas de Pablo como Los hechos parecen ser anteriores cronológicamente a los cuatro evangelios, aunque quizá no a una fuente de ellos, llamada Q, anterior y perdida.
Tanto Pablo como los demás apóstoles sostenían, en efecto, que Jesús era el Hijo de Dios y Mesías, redentor espiritual de la humanidad y no solo de los judíos, y no político ni militar. Pero en definitiva eran todos judíos y, salvo Pablo, querían mantener la ley mosaica en lo esencial, de acuerdo con las palabras de Jesús según Mateo: “No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a cumplirla”. Si bien cabe interpretar que su pleno cumplimiento en Jesús la volvía ya innecesaria. La posición de Pablo era mucho más radical que la de los otros, y más apropiada para una predicación universal.
Sintetizando mucho, la esencia de la doctrina de Pablo giraba en torno a la resurrección: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe”, explicó en Carta a los corintios. La resurrección significaba la victoria sobre la muerte, y desde entonces esa victoria quedaba al alcance de todos. El concepto “muerte” lo expresa Pablo de modo interpretable, ya en sentido físico y directo, ya en sentido simbólico, como muerte del espíritu dentro de la vida física, suceso que alcanzaba a toda la humanidad desde Adán y Eva. La fe en Cristo permitiría resucitar espiritualmente en la vida terrena y finalmente salvarse en el juicio final.
Desde muy pronto los evangelios y las cartas de San Pablo sugirieron interpretaciones variadas, provocando intensos y a veces violentos debates doctrinales que amenazaban diluir a la Iglesia en diversas sectas, hasta que una versión se adoptaba por mayoría, apartando a las demás como heréticas. Por lo que afectará a la Reconquista, el arrianismo, profesado por los visigodos, fue precisamente una de las herejías mayores, contra la que se convocó el Primer Concilio de Nicea, en 325, para asegurar la unidad de la Iglesia. Lo presidió Osio, obispo de Córdoba, y condenó las doctrinas de Arrio sobre el carácter de Jesús como figura no propiamente divina, sino creada por Dios. De ese concilio salió el Credo, debido probablemente al mismo Osio, resumen de la fe cristiana y por ello uno de los textos fundamentales de la historia, no solo la religiosa.
De no menor significación, el Concilio organizó también a la Iglesia en obispados y patriarcados, ostentando los patriarcas la jerarquía máxima. La organización eclesiástica tendría importancia decisiva en Europa occidental para impedir que la caída de Roma se convirtiera en una absoluta barbarie.
Los patriarcados de Nicea serían cuatro: Jerusalén, Roma, Alejandría y Antioquía, ninguno de ellos superior a los demás. Con el tiempo, por razones diversas, quedaron dos, enfrentados: el de Roma y el de Constantinopla. Roma reclamaba la primacía por ser la sede de San Pedro, a quien Jesús había nombrado la “piedra” base de su Iglesia (aunque el texto de Mateo al respecto es inequívoco, otros comentaristas han dudado de que la resolución de Jesús se refiriese a Pedro. Por lo demás, al crecer la disputa, ya caído el Imperio de Occidente, Roma estaba arruinada, mientras que Constantinopla aún brillaba como capital del Imperio romano de Oriente o bizantino. La disputa entre Roma y Constantinopla, complicada con cuestiones de doctrina daría lugar al primer gran cisma de la Iglesia, en 1054, el mayor antes de la escisión protestante y que, como esta perdura hasta hoy contra todos los esfuerzos reunificadores. Los partidarios de Roma se llamaron católicos o universalistas, y los de Constantinopla ortodoxos, es decir, fieles a la recta doctrina.
Pero, diferencias dogmáticas aparte, la disputa encierra el punto clave de la relación entre religión y poder político, entre “el poder espiritual y el poder temporal”. Jesús había establecido su separación con la frase “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, o al definir su reino como “no de este mundo”. Esto era nuevo, porque en todas las civilizaciones el poder y la religión iban estrechamente unidos, por lo común sirviendo la segunda al primero. Algo así pasaba en Constantinopla, pero no en Roma, sede eclesial independiente de los diversos poderes políticos del resto de Europa occidental. Esta separación entre Iglesia y poder causaría mil tensiones y conflictos, pero al mismo tiempo sería clave en el desarrollo doctrinal, el pensamiento político y la contención del poder frente a su tendencia tiránica.
Otro gran conflicto surgiría en el siglo XVI. De modo similar a los esenios, de las Cartas de San Pablo, en especial la dirigida a los romanos, se desprende que ninguna buena obra bastaría para justificar a los hombres, seres de naturaleza pecadora, por lo que la salvación no vendría de una vida más o menos virtuosa –vanidad en el fondo — sino de la fe en Dios y de la misericordia divina. Esta idea queda ambigua en San Pablo, pues también acepta las obras virtuosas como mérito salvífico. Pero la idea de la salvación solo por la fe llegaría a provocar una revolución y escisión profunda en el cristianismo en el siglo XVI, cuando Lutero la convirtió en clave de su dogma. Para superar la escisión se convocó el Concilio de Trento, que no logró su propósito, aunque sí establecer con más claridad las posturas católicas. Así, aunque el cristianismo parte de las predicaciones de Jesús, debe entenderse como una doctrina que ha seguido elaborándose a lo largo de los siglos, desde San Pablo, en medio de discusiones y no pocos choques doctrinales que han afectado a todos los aspectos de la sociedad, desde la política al pensamiento filosófico y la ciencia.
La cultura occidental quedaría profundamente marcada por los relatos, los ritos y las frases del relato evangélico. Muchos de sus elementos, reales o simbólicos, pasarían al imaginario colectivo con extraordinaria fuerza inspiradora y artística, así el nacimiento en el pesebre, la matanza de los inocentes, milagros como el de los panes y los peces o la resurrección de Lázaro, bienaventuranzas y parábolas como la del hijo pródigo, a veces difíciles de desentrañar, episodios como el de Marta y María, frases como “no solo de pan vive el hombre” o “quien esté libre de culpa tire la primera piedra”; “la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio”… Y especialmente el final: la entrada triunfal en Jerusalén, la última cena, el lavado de pies, el huerto de los olivos, el beso de Judas, el lavado de manos de Pilatos, la corona de espinas, la resurrección. Y la cruz, emblema identificatorio por excelencia de los cristianos, transformada de signo de suplicio infamante en símbolo de triunfo sobre el mal. El año sería regulado por la Navidad, la Pasión y otras fases del evangelio, y este sería predicado de modo permanente para ilustrar a los fieles, de preferencia los domingos, nuevo día santo para distinguirlo del sábado judaico. Los poderes políticos surgidos en Europa desde la caída de Roma, y más tarde en América, se han justificado y legitimado en las creencias cristianas, mientras que la Iglesia, aunque en parte vinculada a ellos, guardaría mejor o peor su independencia, de modo que aún hoy el Vaticano constituye un poder espiritual y en buena medida material, aun careciendo de ejército, industrias y casi de territorio propio.
Con toda su insistencia en el amor, los evangelios no transmiten un moralismo sentimental. Jesús señaló que sus prédicas desatarían la violencia. Según el Evangelio de Mateo, “No he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a enfrentar al hijo con su padre, y a la hija con su madre, y la nuera con su suegra…”. O, en Lucas, “He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuándo deseo ya que se abrase! (…) ¿Creéis que he venido a traer la paz al mundo? Os digo que no, sino la división. Pues en adelante estarán divididos cinco en una casa, tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre…”. Lutero lo interpretaría literalmente, como una invitación a la guerra civil. Los católicos, en general, prefieren interpretarlo como la reacción violenta que la doctrina de Jesús provocaría en un mundo culpable.
Los cristianos sufrieron una primera persecución de los judíos ortodoxos, que cesó al ser destruida Jerusalén y su templo por los romanos. A su vez, el Imperio desató persecuciones contra ellos porque negaban el culto religioso al emperador y por considerarlos “enemigos del género humano”, por sus chocantes exigencias morales.
Sin embargo, solo diez años después de la última persecución, la de Diocleciano, y casi trescientos desde el nacimiento de Cristo, un nuevo emperador, Constantino, proclamó, en 313, la tolerancia oficial al cristianismo. Ello muestra la gran lentitud con que se difundió. Y sesenta y siete años más tarde, otro emperador, Teodosio, lo declaró religión oficial, contra el paganismo. Los cristianos ejercieron cierto grado de persecución contra los paganos, menos dura que la sufrida antes, y cuando cayó Roma, fueron acusados como culpables por haber abandonado a los viejos dioses. La Iglesia sufrió los desmanes y destrucciones de las invasiones bárbaras, pero logró mantener su organización, y ese hecho permitió recuperar la civilización poco a poco. No hace falta entrar aquí en las sangrientas divisiones y querellas a partir de la Reforma protestante y en las persecuciones desde la Revolución francesa, en la rusa o, en España durante la guerra civil. De modo semejante a los romanos, las ideologías surgidas de la Ilustración, o parte de ellas, encontraron en el cristianismo, y especialmente en la Iglesia católica, el enemigo a abatir para asegurar, según sus versiones, el progreso y la libertad.
La yijad o guerra santa es un componente esencial del islam, tanto en el sentido de lucha interior por purificarse al modo musulmán como de lucha exterior para expandir e imponer su religión. El islam siempre fue una religión de conquista. Por eso son tan escasas y ralas las manifestaciones de musulmanes contra el terrorismo yijadista y hay tantas que pregonan la conquista de Europa. Y por eso resultan tan patéticas las afirmaciones — bienintencionadas en unos casos y sospechosamente “ingenuas” en otros– de que los terroristas son muy pocos, que perjudican más a los musulmanes, o que islam equivale a paz.
El islam divide el mundo entre la “Casa” (territorio) de la paz, donde rige la ley de Mahoma, y la “Casa” de la guerra, el territorio infiel; también la Casa de la tregua, de pactos con infieles, con sumisión o inferioridad de estos. Algunos sostienen que esa división es histórica y no actual, al haber aceptado los países musulmanes a la ONU y sus presupuestos nominalmente pacíficos. Esto es algo ridículo. Hay que decir que los países islámicos, entre los cuales y en el seno de los cuales debería reinar la paz, han sufrido y sufren numerosas y violentas divisiones y guerras desde hace siglos, no interrumpidas por la creación de la ONU. Y que la hostilidad hacia los cristianos, tradicionales enemigos, se mantiene y crece en la actualidad.
Durante decenios se ha creído que los musulmanes se occidentalizarían progresivamente, pero eso ocurría, con más apariencia que realidad, hasta los años 70. Desde entonces el proceso se ha dado por fracasado y se ha invertido. La civilización europea solo atrae a los islámicos por sus ventajas materiales, pero la desprecian como decadente y enferma. Por lo demás, al etiquetarla como cristiana y “cruzada” caen involuntariamente en el humor negro. Las políticas de la UE son intensamente cristianófobas e islamófilas, aspiran a convertir las ideas LGTBI o el abortismo y la inmigración en los valores propiamente europeos, y tratan de utilizar la creciente presencia musulmana, so pretexto de “multiculturalismo”, como ariete contra el cristianismo y en especial a la Iglesia católica. Siempre se olvida que las ideas que prevalecen entre los políticos europeos siempre han considerado a la Iglesia como una barrera contra el progreso y la libertad, una barrera a destruir.
El problema se ha acentuado porque la UE, por medio de la OTAN, no ha cesado de provocar convulsiones en países islámicos, so pretexto de democratizarlos. Esas agresiones han motivado riadas de refugiados o simples inmigrantes que no albergan ningún buen deseo hacia Europa, como se encargan de demostrar a menudo. Muchos se alarman pensando en el momento en que los musulmanes lleguen a ser mayoría en varios países europeos. Y no solo por la inmigración y la procreación, porque en países como Inglaterra crecen las conversiones, con llamativa mayoría de mujeres.
En realidad no les hace falta ser mayoría para estar cambiando ya en profundidad el paisaje cultural y político del continente. Algunos son cambios de aspecto menor: mayor vigilancia a todos los niveles, presencia del ejército en las calles, los bolardos y obstáculos en las arterias urbanas, etc. Pero son hechos que van transformando la manera de vivir, casi inadvertidamente. Un dato aún más siniestro, por totalmente inadvertido, es el efecto moral de las espeluznantes imágenes de los asesinatos del Estado islámico y otros grupos: esas imágenes van siendo absorbidas casi como naturales por la población, parte de la cual tiende a verlas con actitud sumisa, incluso positivamente. Obsérvese además la indiferencia con que la opinión europea, en su gran mayoría, presencia las persecuciones y asesinatos de cristianos o de yazidíes en Oriente Próximo, o la rápida disminución de la presencia cristiana en aquellos lugares mientras crece imparablemente la musulmana en Europa.
Y más allá de lo anterior, la yijad está acentuando y radicalizando la división de las sociedades europeas. Por una parte están, con enorme poder político y mediático, quienes tratan de crear una nueva Europa cuyas señas de identidad serían las ideologías LGTBI con sus consecuencias de abortismo, homosexismo, corrosión de la familia y de los derechos de los niños, fracaso matrimonial y familiar, “lucha de sexos”, vistos como “costes del progreso” y “expresiones de libertad”, etc. Con ellos va el multiculturalismo y la islamofilia, mientras intentan paralizar toda reacción acusándola de “islamófoba”, típica palabra policía. Y por otra parte está el número creciente de personas que se sienten cada vez más amenazadas porque siguen considerándose cristianas o al menos no cristianófobas, porque aprecian y aman sus culturas nacionales y la moral tradicional, así como los rasgos culturales europeos creados e a lo largo de dos milenios. Estos perciben cómo están siendo desplazadas sus creencias, ideas y cultura, incluso las poblaciones autóctonas, sustituidas en diversas zonas por las inmigrantes.
Se trata de una crisis de civilización, realmente, so pretexto de una supuesta democracia, palabra mágica de la que se han apoderado los multiculturalistas y que les ha servido también para llevar la guerra civil y el caos a Afganistán, Irak, Libia o Siria, y el golpe militar a Egipto. Como señalé en La guerra civil y los problemas de la democracia en España, de pocos conceptos se ha venido abusando más que el de democracia, que requiere una redefinición antes de que con su cobertura nos lleven al desastre algunos fanáticos iluminados. Porque otro rasgo de este proceso es la creciente infantilización de la sociedad mediante una manipulación mediática que oculta lo que quiere y presenta las cosas como no son: lo vemos todos los días en relación con la yijad.
Y un dato a tener en cuenta, aunque poco advertido: por primera vez en las últimas elecciones de Usa los medios de masas han estado en bloque contra Trump, exactamente como en los regímenes totalitarios. Y en España los cuatro partidos más los separatistas son ideológicamente casi idénticos, en realidad un solo partido con variantes mínimas. Es un proceso de degradación de la democracia que tendría que alarmarnos mucho más de lo que lo hace.
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Algunos me han reprochado que hable de Rajoy y su gobierno como delincuentes. Veamos: el delito es la infracción grave de la ley. Claro que como las leyes son variables, a veces un supuesto delincuente se convierte al final en héroe. Pero dudo mucho de que este sea el caso.
Para empezar, toda la política seguida por ZP y Rajoy con respecto a la ETA entra en el delito tipificado de colaboración con banda armada. Si ud ayuda a la ETA con mil euros o facilitándole datos sobre alguna persona contra la que atentar, está colaborando con ella. Hay otras formas de colaboración de las que la ETA disfrutó desde el principio y que la han “hecho grande”: disculpa, justificación o apología más o menos disimulada a sus crímenes, etc.
Pues bien, esos evidentes delitos han sido sobrepasados a un nivel gigantesco por ZP y Rajoy. Con Aznar, la ETA estaba al borde del precipicio, y ZP la rescató mediante “diálogos”clandestinos, que siguen ocultas a la opinión pública. La colaboración se resume en la relegalización. La legalidad implica no mil euros sino grandes cantidades de dinero público. No información sobre algún ciudadano, sino el censo con datos de todos. No simple disculpa o justificación de sus asesinatos, sino presencia en las instituciones y proyección internacional. Sin contar la liberación de presos, que se hace por la puerta de atrás, debido a la indignación que provocaría en la opinión pública… aunque las dádivas anteriores son mucho más graves que la suelta de asesinos con los correspondientes homenajes.
Todo esto son delitos cometidos al máximo nivel. ZP y Rajoy han hecho del asesinato un modo aceptado de hacer política en esta democracia fallida. Aceptado y recompensado. Algunos memos o ingenuos excesivos dicen que “por lo menos la ETA ha dejado de matar”. Esto es el colmo del delito, precisamente. Con la política de Aznar, basada en el Estado de derecho, la ETA ya había sido reducida a la inoperancia e incapacidad para matar. De haber proseguido un par de años esa política, habría quedado reducida a la nada o al nivel del GRAPO. Pero el delincuente ZP, por afinidad política manifestada también en su ley de memoria histórica, favorable a chekistas y etarras, aprovechó la situación para montar esa colaboración en gran escala. Muy conveniente para los asesinos porque, en su lastimosa situación, necesitarían mucho tiempo para recuperar su capacidad anterior y, no menos importante, un apoyo popular que venían perdiendo a chorros. Esta política delictiva, cómplice, la ha proseguido Rajoy, incluso ampliándola (Bolinaga, Parot…).
Estos hechos son simplemente evidentes, están a la vista de todos. Y sin embargo, casi nadie las quiere ver. Parece que un político, en España, como en las repúblicas bananeras, tiene bula para cometer cualquier desmán, so pretexto de los votos obtenidos. Esto significa la destrucción del estado de derecho, sin el cual hablar de democracia es hablar de nada. En comparación, los escándalos de corrupción económica con que nos asaltan constantemente los medios son casi nimiedades.
La cuestión afecta a los partidos, convertidos cada vez más en mafias: los cuatro en candelero, más los separatistas, apoyan los delitos de ZP y Rajoy, son igualmente cómplices. Pero afecta más aún a los medios de masas. ¿Cómo es posible que no se haya elevado una ola de denuncia e indignación contra los políticos delincuentes, más allá de quejas irrelevantes y lloriqueos por asuntos secundarios como los homenajes públicos a etarras? ¿Cómo es posible que la liquidación del estado de derecho, que permite la explotación del asesinato como forma de hacer política, no suscite la menor reacción en analistas, comentaristas…?
Es posible por una simple razón: ninguno de ellos entiende la democracia. Este concepto se ha convertido en una palabra mágica que cada cual utiliza a su conveniencia y dándole el sentido que prefiera. No existe una cultura democrática debido al modo como se hizo la transición. Aunque este es otro tema, está muy relacionado con la delincuencia de los políticos, con la fuerte tendencia de los partidos a convertirse en mafias. He explicado algo en La guerra civil y los problemas de la democracia en España.
Pero no es este el único caso que permite afirmar que la clase política española se compone hoy de delincuentes, empezando por Rajoy. Examinaré algunos otros. Y alguien tiene que decirlo en este maremágnum de farsa y palabrería vacua en que se ha convertido la política española.
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Cómo hicieron grande a la ETA: https://www.youtube.com/watch?v=myRxMiMjf10&t=51s