J. Pérez y otros enemigos de la hegemonía española (y a España, en suma)
Joseph Pérez, sospecho que como respuesta indirecta a mi Nueva historia de España, ha publicado un libro (2003) titulado nada menos que Entender la historia de España. En sus propias palabras, ¿Puede hablarse, en rigor, de España antes de la invasión árabe de 711? Tengo mis dudas (en realidad no tiene ninguna: lo niega). (…) Los Austrias inauguran una nueva era que termina con los tratados de Westfalia (1648), era de hegemonía en Europa y en el mundo, era de gloria, si se quiere (no me parece que Pérez lo quiera demasiado), pero ¿para quién y para qué? La que ocupa entonces el primer puesto en Europa no es precisamente España, sino la dinastía reinante. Manuel Azaña lo vio claramente; tal vez, como buen conocedor de la historia de Francia, se haya acordado de lo que (…) aprendían los alumnos franceses en la escuela (…) Francia se enfrentó, no tanto con España, sino con la Casa de Austria. La hegemonía era cosa de la dinastía, pero a los españoles les costó caro: les impidió desarrollar sus intereses propios como nación.. Estos van a ser los ejes principales de mi reflexión (…) siguiendo a mi manera (…) la pauta de mi maestro Pierre Vilar: importa menos dar a conocer que dar a entender lo que ha pasado”.
En mi blog Más España y más democracia, dediqué al libro nueve entradas entre febrero y abril de 2012, que pueden encontrarse fácilmente en Internet. Aquí interesa ahora la pintoresca visión que ofrece de la hegemonía española, que al parecer no solo no tuvo nada que ver con España, sino que en realidad la perjudicó, porque fue hegemonía de la Casa de Austria, la cual habría impedido a los españoles desarrollarse como nación. La idea, debe reconocerse, es incluso superada por Kamen, pero entra en la misma, digamos, psicología. Por lo que se refiere a España, la Casa de Austria era también Trastámara, y Carlos I fue rey de España antes de ser emperador de Alemania, y, aunque criado en Flandes, se españolizó a fondo, valorando a España como la base de su poder, al lado de un Sacro Imperio disfuncional e interiormente dividido. Y sus sucesores en España fueron netamente españoles en todos los aspectos.
¿Y qué intereses defendió la Casa de Austria? Vino a ser una alianza entre España y la parte católica del Sacro Imperio, que, con España como principal potencia, defendió a Europa y la cristiandad frente al asalto del Imperio otomano, con el cual se alió Francia precisamente contra España. A eso llama Pérez intereses particulares de los Austrias. Y defendió el catolicismo, es decir el cristianismo tradicional en Europa, contra el asalto de la revolución protestante, salvaguardando los principios de la responsabilidad moral, el valor de las conductas y la religión al margen de las políticas nacionales, contra su negación por el protestantismo. En lo cual tuvo que combatir también a una Francia que, aun siendo católica, se aliaba con los protestantes para socavar a España y al Sacro Imperio. ¿En qué sentido perjudicaban esos intereses a una España que se puso precisamente en cabeza de ellos por absoluto interés propio? Pérez alucina.
Y por lo que respecta a los intereses particulares hispanos fue con los Habsburgo-Trastámara o “Austrias” con los que España descubrió el mundo como conjunto, inaugurando una nueva era en la historia humana;, con los que conquistó y organizó el primer imperio transoceánico de la historia, al que dotó de magníficas obras públicas, nuevas y bellas ciudades, escuelas y universidades, etc. ¿Perjudicó todo esto a España? ¿Le perjudicó el haber creado una cultura propia, original y potente en aquel siglo y medio con la dinastía de los Austrias?
Pero es preciso fijarse ante todo en esto: España, no el Sacro Imperio, no Francia, Inglaterra o cualquier otro país, fue el que, con sus exploraciones marítimas, las más audaces y destacadas de la historia, abre precisamente una nueva era histórica. Tanto Pérez como Kamen y cien pequeños profesores de historia más, desdeñan el “detalle”, o ni siquiera se percatan de él.
Para la mentalidad predominante en las actuales corrientes historiográficas, es la riqueza el elemento explicativo decisivo en la historia; una mentalidad en cierto modo de “nuevo rico”. España, por razones de clima y orografía principalmente, no era tan rica como Francia, Países Bajos o parte de Alemania, aunque podía equipararse a Inglaterra. Era también menos poblado que ellos. Pero no fue ninguno de esos ricos países, al parecer más avanzados e integrados, el que construyó las flotas que por primera vez en la historia humana cruzaron los grandes océanos Atlántico y Pacífico, dieron la vuelta al mundo y conquistaron y colonizaron vastas tierras, las civilizaron y abrieron a –entre otras cosas– el comercio. Al contrario, durante más de un siglo esos países parasitaron más bien el esfuerzo hispano mediante la piratería o aliándose con otomanos o protestantes. Y sus intentos de imitar a España para establecer colonias fracasaron una y otra vez. Su mayor logro fue comercial, y de no muy buen recuerdo: el tráfico negrero. Tampoco fue ninguno de esos países el que organizó un ejército como el de los tercios, pequeño pero revolucionario en concepción, y tan efectivo que durante un siglo y medio tuvieron que sufrir dolorosamente sus victorias aquellos tan ricos y avanzados.
Hay algo desconcertante para esa mentalidad y es que, en efecto, la hegemonía española, sus logros sin precedentes, fueron conseguidos contra países mas ricos y poblados, a menudo contra todos juntos, por uno al que Kamen y muchos otros describen como “pobre, poco poblado y aislado de Europa”; y, según Pérez, frustrado en sus intereses nacionales por “la Casa de Austria” (que en España fue tan netamente nacional como es inglesa y no alemana la actual dinastía de Inglaterra). En mi libro reciente Hegemonía española y comienzo de la Era Europea analizo precisamente esa forzada paradoja. La verdad es que España era el país política y administrativamente mejor organizado del continente, lo que le permitía sacar más provecho de unos recursos en principio más escasos, y mantener una esencial paz interior frente a las frecuentes revueltas en países rivales. Y con una dinastía –hispana, desde luego– mucho menos despótica que las de Francia o Inglaterra. No todo es cuestión de dinero o técnica, hay otros factores más espirituales, poco apreciados por esas escuelas, que los entienden en todo caso como una espumilla de la economía.
Y no deja de ser asombroso el empeño de tantos, varios siglos después, por derrotar la hegemonía hispana. Recuerda un poco al intento de derrotar a Franco casi medio siglo después de su muerte.
Tiene interés explicitar qué quería “dar a entender” Pierre Vilar: trataba de divulgar una visión marxista (es decir, lisenkiana, como he explicado en otras ocasiones) de la historia. Y ninguno de los asertos de Pérez sobre la historia de España, desde la romanización, el reino hispanogodo o la Reconquista (que, naturalmente, niega) resiste un análisis medianamente riguroso En cuanto a Azaña, no creo que conociera gran cosa la historia de Francia, y lo que conocía de España queda reflejado en su dictamen de un Imperio español “de frailes y mendigos, aliñado con miseria y superstición” Es precisa una necedad muy especial para soltar tales frases. Y no extrañará demasiado que un personaje así haya contribuido como lo hizo a la catástrofe de su país.
Joseph Pérez fue un hispanista francés que ha recogido los mayores laureles en España: miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, doctor honoris causa por la Universidad de Valladolid, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, comendador de la Orden de Isabel la Católica, premio Príncipe de Asturias 2014… La razón de tales distinciones es que con sus estudios desmintió la leyenda negra (¡!) Le dediqué en Mas España y más democracia, una serie de artículos bastante larga.



