¿Se entregará el Doctor? / Semprún y Guerra/ La venganza de Garzón

El mensaje oculto del rey. Analizado por Pío Moa y Patricio Lons – YouTube

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¿Se entregará el Doctor a la justicia?

**Dice el doctor que será implacable con la corrupción. ¿Es que piensa ir a la cárcel por propia iniciativa?

** Creo que el problema de VOX es que no ha conseguido explicar con suficiente claridad lo que le diferencia del PP. Cuando su estrategia consiste en ganar diputados en las regiones para “obligar” al PP a radicalizarse, parece un satélite del PP. Ya sé que no es esa la intención, pero es la impresión que deja.

** Un buen programa radiofónico o televisivo, que podría durar algún tiempo, sería el estudio de las rupturas de viejas amistades políticas, convertidas en enemistades acérrimas.

**La política española tiene dos grandes y fundamentales “asignaturas pendientes”: la vindicación del franquismo en lo interior, y la neutralidad en lo exterior.

**La democracia vino y solo pudo venir del franquismo, aunque no fuera un régimen democrático, mientras que el antifranquismo, siempre liberticida, es la desvirtuación radical de la democracia y de la propia historia.

**La neutralidad de España ante los peligrosos preparativos bélicos en Europa, es tan imprescindible como ante las dos guerras mundiales anteriores.

**Dice Macron que hay que prepararse para un ataque de Rusia. Quiere decir, obviamente, para un ataque a Rusia, una vez ha fallado su agente Zelenski.

**A pesar de las sanciones económicas, la economía rusa crece más de lo previsto, con casi pleno empleo y una deuda aceptable, mientras que la de la UE no va bien, especialmente la “locomotora” alemana. Muchos expertos achacan  el éxito ruso a una  militarización de su economía, pero ¿no se ha dicho siempre que la militarización es económicamente perjudicial, o que el crecimiento de la UE se ha debido en gran parte a sus bajos presupuestos militares?

**En la UE creen, como el pensador del PP, que “la economía lo es todo”. De ahí que esperen aplastar a cualquier adversario asfixiando su economía. España sabe de ello, con el aislamiento después de la II Guerra Mundial, derrotado por Franco. En la UE parecen ignorar que existen otros valores, aparte de los monetarios (o los lgtbi).

**¿Recuerdan los análisis de la “inteligencia británica”, tan divulgados y respetados en los serviles medios españoles? Los rusos habrían perdido la guerra a partir del primer mes, habrían perdido la capacidad productiva militar, se habrían quedado sin misiles, los jóvenes rusos huían y había serios problemas para reclutar tropas, los soldados carecían de moral de combate, su técnica armamentística era rudimentaria… Putin estaba enfermo, probablemente de cáncer, las sanciones le impedían acceder a los medicamentos necesarios… Ahora resulta que no solo puede ganar a Zelenski, el agente de la OTAN y la UE, sino incluso, dicen,  atacar directamente a la OTAN, y todos piden “prepararse para la guerra”. Por una vez Burrell ha dicho algo sensato: es muy improbable que Rusia piense en atacar a la OTAN.

**Las pérdidas humanas de los ucranianos son terroríficas, pero en la OTAN y la UE se alegran especulando que las de los rusos son mucho mayores. No es probable que sea así. Se trata de una guerra de desgaste por artillería, en la que los rusos emplean mucha más munición que los ucranianos, hasta cinco veces más, se dice,  lo que revela por parte rusa una economía de sangre propia.

**Es terrorífico el sonambulismo con que los gobiernos del PP y del PSOE están arrastrando al país a una posible guerra europea en la que no se juega nada para España. Y  a las órdenes de Gibraltar.

España fue mucho más que el descubrimiento de América

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Semprún y Guerra.

   Un amigo me ha prestado el libro Federico Sánchez se despide de ustedes, de Jorge Semprún, una especie de memorias un poco adoctrinantes a partir de su experiencia como ministro de Cultura con Felipe González. Experiencia que aprovecha para ajustar cuentas a Alfonso Guerra. El caso es que Semprún era un escritor reconocido dentro y fuera de España, a quien irritaban las  pretensiones intelectuales de Guerra con su abundante pelo de la dehesa y ocurrencias y habilidades de pícaro, o su “donjuanismo andaluz de la más vulgar especie (¡aquellas páginas consagradas a describir sus noches dedicadas a hacer el amor y a escuchar a Mahler!)”. Prosa cipotuda típica, podría decirse (En la era de la prosa cipotuda (elespanol.com). Las pretensiones del oyente de Mahler “sin duda escondían una verdad oscura, tal vez patética, tal vez sencillamente insignificante (…) una exageración infantil”

Sin embargo las ocurrencias de Guerra tenían mucho éxito en el país y en el propio gobierno. Semprún narra cómo llegaba el primero a los consejos y se sentaba en una butaca reservada a él, estudiando aparentemente voluminosos informes:  “Otros se acercaban a él para rendirle cuenta o pleitesía, agazapándose junto a su butaca. A veces, y este era el caso del ministro de Justicia (Múgica) y de Matilde Fernández, ministra de Asuntos Sociales, los impetrantes se ponían francamente de rodillas junto a la butaca de Guerra, como si estuvieran confesándose. Incluso cuando hacía como si estudiara algún dossier,  colocaba ostensiblemente en el brazo de la butaca un libro abierto al revés, de manera que pudiera leerse el título. Hacía el papel de un hombre de Estado estudioso y severo. Tenía esa pose. Confundía en suma el Consejo de Ministros con alguna de las compañías de teatro universitario que había dirigido en su loca juventud”. Lo de la loca juventud está logrado.

    Semprún retrata la mezcla de vulgaridad y farsa que ha caracterizado siempre al PSOE (excluye a Felipe González), si dejamos aparte su impulso cleptocrático.  Claro que Guerra tenía algún mérito: había disciplinado a su partido casi en plan bolchevique, la cual le había permitido llegar en triunfo al poder, mientras la derecha se descomponía, entre otras cosas por falta de disciplina.  Pero Semprún, a su turno, sorprende por el fervor con que parece creerse los más sobados tópicos “progres”: Franco se rebeló contra “el Gobierno legítimo”, murió “firmando las sentencias de muerte de cinco jóvenes antifascistas”, Azaña representaba “la modernidad” (la Santísima virgen de la Modernidad), república y frente popular son indistinguibles, el problema de España consistía en que  “no ha conocido la Reforma protestante”. Cuando entra en este fangal, no sale de él ni tirándose de los pelos hacia arriba, como el barón aquel.

No obstante se felicita de que  “la continuidad histórica, condición de la pacificación de los espíritus,  ha permitido que los magistrados, los profesores, los policías, los banqueros y los pesebreros de todo tipo del antiguo régimen conserven sus puestos y poderes, sus riquezas mal adquiridas y sus redes de influencia”. Es decir, no está a favor de la ruptura, pues supone que aquella mala herencia del franquismo iría disolviéndose con el tiempo.  Pero obsérvese bien: diríase que la continuidad histórica,  la pacificación y la tolerancia provendrían del PSOE y similares, cuando si los socialistas podían obrar políticamente y gobernar, no dejaba de ser, precisamente, por gracia de los franquistas que habían hecho la reforma. Lo de las “riquezas mal adquiridas” tiene especial sentido  en boca de un ministro de un gobierno del PSOE.

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  Según terminaba la SGM, los monárquicos de Don Juan se llenaron de peligrosas ilusiones.  308 – Las ilusiones de los monárquicos antifranquistas | Vox en las elecciones gallegas (youtube.com)

La Segunda Guerra Mundial: Y el fin de la Era Europea (HISTORIA)

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   La venganza de Garzón

Otro problema nada baladí para la nueva democracia era la persistencia de la ETA, que requiere especial examen. El terrorismo del GRAPO y otros era ya marginal y un sector de la ETA se había reinsertado; pero otro continuaba matando y disponía de un partido, Herri Batasuna, aceptado en la legalidad por la UCD y el PSOE, y con una proporción de votos nada desdeñable, en torno al 18% en Vascongadas. Durante el franquismo y la UCD, la ETA había gozado de vastas simpatías de la izquierda y los otros separatistas, esperanzados en que después de Franco los asesinos les dejarían gobernar tranquilamente. Esperanza fallida porque a la ETA – que reunía en sí las esencias separatistas y comunistoides del Frente Popular– le indignaban unos partidos que parecían haber renunciado a la ruptura para acomodarse mejor o peor a la reforma. Por eso, y aprovechando ventajas que no había tenido con Franco, la ETA había multiplicado su actividad hasta llevar a la democracia a la crisis del 23-f. Y poco a poco la consigna “vosotros, fascistas, sois los terroristas” fue cediendo en las izquierdas a una creciente frustración.

El PSOE en el poder quiso demostrar que, al revés que la UCD, podía acabar con la ETA mezclando negociación y contraterrorismo ilegal (el GAL, Grupos Antiterroristas de Liberación), para forzarla a negociaciones y disuadir a París de sostener el “santuario” terrorista. Pero las negociaciones deslegitimaban a un gobierno que se decía democrático, y legitimaban a los asesinos; y el “terrorismo de estado” tenía el mismo efecto. El GAL funcionó entre 1983 y 1987, alcanzó parte de sus objetivos, apenas fue perseguido (obviamente), y para los años 90 estaba semiolvidado.

Ante las elecciones de 1993, parte de la prensa acosaba al PSOE por sus casi diarios affaires, y para neutralizarla, González quiso “encabezar la procesión” como adalid de la lucha contra la corrupción y un narcotráfico que venía haciendo estragos. A tal fin, propuso al “juez estrella” Baltasar Garzón, masón independiente, presentarse con él a las urnas por Madrid. Así mataba dos pájaros de un tiro: Garzón se había distinguido en operaciones contra la droga, más espectaculares mediáticamente que fructíferas, y había empezado a investigar el GAL. Y el juez, sobradamente al tanto de las corrupciones socialistas, aceptó, difícil imaginar por otra causa que la de hacer carrera política.

González volvió a ganar las elecciones, pero por estrecho margen, y cometió entonces su mayor error: no supo ofrecer a Garzón un ministerio o cargo acorde con sus ambiciones, nada modestas según revelaba el halo mediático con que se rodeaba. Solo le había concedido una secretaría de estado contra la droga, que no parece haber colmado las aspiraciones del ex juez. El cual pronto abandonó el puesto otorgado y volvió a oficiar de juez en la Audiencia Nacional, para causar el mayor daño posible a González y su gobierno utilizando el asunto del GAL. Y lo hizo hasta el punto de meter en la cárcel al ministro del Interior, Barrionuevo y a otras altas personalidades del PSOE. Aunque se le escapó su objetivo principal, el indudable máximo responsable, Felipe González.

Salieron entonces a la luz otros muchos trapos sucios del gobierno y de los jueces, el uso ilegal de los fondos reservados y el empleo de los servicios de inteligencia para espiar a enemigos políticos y hasta al propio rey. González negó todo y, nueva exhibición de las dotes socialistas para mentir, su prensa adicta (El País, la SER el grupo PRISA en pleno y comentaristas pagados) acertó a presentar a los críticos como un sindicato del crimen que conspiraba contra un presidente no solo ajeno al GAL, sino liquidador del mismo. El PP había propuesto en el Senado una comisión para investigar el asunto, pero un general franquista reciclado, Sáenz de Santamaría, la desactivó con el chantaje de revelar casos semejantes anteriores. Y el presidente del Tribunal Supremo, Pascual Sala, hizo también su trabajo. Pero lo que probablemente salvó a González fue su capacidad de chantaje: si él caía, caerían muchos otros, quizá hasta el rey, de cuyas conductas no muy edificantes se hablaba. En cuanto al juez estrella, daría mucho más de qué hablar, como veremos.

Y con respecto a las negociaciones, el mal no era menor. La profesora Edurne Uriarte, que había escapado por poco a un atentado, explicaba: “La lucha antiterrorista española es la historia de una debilidad (…)La lucha policial queda cuestionada porque los terroristas saben que el Estado mantiene entre sus alternativas la de la negociación (…) Los terroristas interpretan que el Estado les otorga la consideración de enemigo con el que caben las conversaciones, es decir, la consideración que los etarras desean, la de un grupo armado con objetivos políticos y capacidad militar (…) Eso legitima a los terroristas y deslegitima la posición del Estado”. La solución política significaba precisamente eso.

El problema de la negociación situaba al gobierno, en principio democrático, a lamesa con una banda de asesinos profesionales en fin de cuentas, y legitimaba sus crímenes como un modo de hacer política. Legitimación apadrinada en el franquismo por las oposiciones comunista y zascandil, y continuada por una mala conciencia. Promovían la “solución política” los separatistas democristianos PNV y CiU, y los aparatos mediáticos al servicio del PSOE, ante todo la televisión y el poderoso grupo PRISA, dirigido por Jesús Polanco, con sus potentes altavoces El País, el periódico de mayor venta, y la SER, la radio con más postes de retransmisión. Por disimular, el gobierno negaba aquellos contactos, y quedaba en evidencia su engaño a los ciudadanos cuando la ETA lo humillaba sacándolos a la luz.

La simpatía proetarra del PNV la expresó en varias ocasiones su jefe, el antiguo jesuita Arzallus: “El PNV no considera a ETA su enemigo y no quiere verla derrotada. No creemos que sea bueno que ETA sea derrotada. No lo queremos y no sería bueno para Euskal Herría”. Pues compartían el objetivo disgregador de España. “ No conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”. La ETA “arreaba” asesinando por la espalda, y el PNV “discutía”, chantajeaba al gobierno para arrancarle concesiones y después repartir las “nueces”. Pujol, por CiU, diría a su vez: “Los vascos abren brecha, y nosotros seguimos por ella”. La ETA se había convertido en un verdadero eje de la política.

Desmantelado el GAL, la complicidad de aquellos extraños demócratas con la ETA dio a luz en 1988 al también extraño Pacto de Ajuria Enea: los gobiernos central y autonómico acordaban coordinar la acción antiterrorista entre ellos y asumir el segundo crecientes “responsabilidades en la materia”, excluir toda negociación política con la ETA, apoyar a las víctimas, presionar internacionalmente contra la violencia, impedir la impunidad de los etarras y renunciar a actos ilegales contra ellos. Llegar a acuerdos tan elementales había llevado casi once años desde las primeras elecciones.

No obstante, el pacto no serviría de nada. No vinculaba los crímenes al totalitarismo de sus autores, lo que también habría legitimado las aspiraciones nazis. Y la exclusión de la impunidad relucía en una patética imploración a los criminales para que “renuncien y se incorporen a la tarea común”…, que en el PNV consistía en romper a España. Se les ofrecía “una generosa” reinserción, que había tenido sentido años atrás y obtenido éxitos como la disolución de la ETA polimili; pero a aquellas alturas equivalía a promesa de impunidad y mofa sangrienta de los seis centenares de víctimas mortales y mil daños personales más, ya causados por los pistoleros.

La situación de las víctimas retrata la política: los asesinados eran enterrados casi clandestinamente, muchos curas rehusaban hacerles funerales públicos y los familiares sufrían el ostracismo social forzado por los violentos y la indiferencia de las autoridades. La Asociación de Víctimas del Terrorismo, nacida en 1981, exponía su finalidad: “Socorrer a todas las víctimas del terrorismo del abandono y marginación del Estado, así como de muchos sectores de la sociedad española”. Un gobierno que negocia con los criminales y desampara a las víctimas y a la sociedad tiene poco de democrático, obviamente. En Vascongadas se había instaurado un clima de terror, del que huían decenas de miles de vascos no separatistas, en una especie de “limpieza política”. Otro retrato: en 1998 Josu Ternera, uno de los terroristas más sanguinarios, fue elegido al parlamento regional, y en él ¡a la comisión de Derechos Humanos!, con apoyo del PNV. La citada E. Uriarte relatará: “El lenguaje gestual de los nacionalistas del PNV y EA frente al más ilustre etarra del grupo parlamentario (…) denotaba sobre todo reverencia, sumisión, admiración y respeto”. Nada más lógico, por lo demás: el PNV no había luchado contra el franquismo más que el PSOE, mientras que la ETA sí lo había hecho. Y siendo antifranquismo y democracia equivalentes… ¡si hasta le debían todos la democracia al haber asesinado a Carrero Blanco, según versión pregonada a derecha e izquierda! El PSOE democrático colaboraba con el PNV también democrático, pero ninguno de ellos podía igualar en democracia a la ETA.

Debe compararse aquel panorama con el de los años 60, cuando Franco veraneaba tranquilamente en San Sebastián y era acogido calurosamente en Bilbao. Los jefes etarras afirmaban que “Euskadi desaparece y se consuma con alegría incomprensible nuestro propio genocidio (…) He aquí a nuestro pueblo: mientras se le asesina, sonríe y agasaja”. Genocidio muy sui generis, qué duda cabe. Por lo cual los etarras, un aislado “puñado de patriotas” resultaban “víctimas de un horrible pecado colectivo de su propio pueblo”. Panorama tan triste había ido cambiando desde 1968, cuando la ETA comenzó a asesinar y encontró una acogida cariñosa en la oposición y en Europa. La situación en los años 90 no la había creado solo la ETA, sino entre todos sus cómplices, el clero incluido.

Diez años después del Pacto de Ahuria Enea, el jefe del gobierno autonómico, Ardanza, haría este singular balance: “El problema de ETA es un problema de democracia y no de nacionalismo. La segunda conclusión es una derivación de la primera. Si el problema de la violencia que ejerce ETA es un problema de democracia y no de nacionalismo, el conflicto que ETA representa es un conflicto interno de la sociedad vasca y no una confrontación entre el Pueblo Vasco y el Estado español (…) y sobre nosotros recae, antes que sobre ningún otro, la responsabilidad de su solución”. Así, el separatismo de la ETA debía soslayarse, obviamente por ser también el del PNV, y “olvidando” que la ETA asesinaba por él. Además, la solución iba ligada a “un pleno y leal desarrollo autonómico”, para el que no había límites constitucionales, y que permitía acusar al gobierno por los atentados, debido a su “incomprensión” ante las demandas disgregadoras. Problema de “democracia”, pues, no en el sentido de que aquellos demócratas fueran cómplices del terror, puesto que la ETA también era demócrata, y más que nadie. Por lo tanto, no se trataba tanto de combatir a los etarras como de invitarles a “dialogar”, ni siquiera a negociar propiamente.

Así, el Pacto se resumiría para Ardanza en un “rechazo total a la violencia y a quienes la ejercen y apoyan, pero total apertura para integrar a quienes, incluso habiéndola ejercido y apoyado, decidan abandonarla. Tal es el sentido de la reinserción contemplada en el artículo 9 del acuerdo. Y tal es también y sobre todo, el sentido del final dialogado que propugna el artículo 10”. En tales diálogos consistía el “rechazo total”. La hipocresía del PNV, tan crudamente demostrada en la guerra civil, ha sido siempre un sigo clave de identidad del PNV.

Pero, desgraciadamente, “Hay algo que, en principio, escapa a nuestra voluntad. No es posible iniciar un diálogo (…) productivo y resolutivo, si ETA no da muestras inequívocas de querer abandonar la violencia. Empeñarse en lo contrario equivaldría a provocar fracaso y frustración. Todos debemos comprenderlo y, antes que nadie, es la propia ETA la que deberá comprenderlo y aceptarlo” Pero ni antes que nadie ni después que nadie. A los diez años del pacto y veintiuno de las primeras elecciones, los terroristas seguían sin “comprender y aceptar un diálogo productivo y resolutivo”.

Desde la oferta de “diálogo” en 1988, la ETA había perpetrado casi doscientos asesinatos más, que para Ardanza no tenían valor definitorio . Para el lehendakari, el pacto “sigue siendo hoy para todos el referente imprescindible en materia de pacificación”. Requería, eso sí, algunos cambios: “La pregunta que debemos responder es qué está en nuestras manos y qué podemos hacer nosotros para propiciar ese final dialogado”. En otras palabras, las concesiones y promesas hechas no bastaban para merecer la comprensión de los pistoleros, por lo cual “proponemos un diálogo abierto, en el que nadie exija, de un lado, la aceptación de ciertas reivindicaciones políticas como condición sine qua non para iniciarlo y en el que nadie impongamos, de otro, límites a sus resultados que no sean el propio consenso de las voluntades plurales de la ciudadanía vasca”, porque “si el problema de la violencia es un problema de democracia, ningún demócrata podrá impedir que la voluntad de nuestro Pueblo encuentre los caminos más adecuados para su definitiva normalización y pacificación”. Se necesitaba más de lo que llamaban democracia para que la ETA se diera por satisfecha y se rindiera al diálogo.

Presentándose como partido democrático (casi nadie osaba ponerlo en duda en una época de confusión y farsa desatadas, Ardanza no entendía los crímenes como tales ni como ataques a la democracia, sino como prueba de que no existía bastante de la democracia a la que aspiraban en común PNV y ETA. Así extraían los de Ardanza una inagotable renta política de la sangre derramada. En cuando a la coordinación entre los dos gobiernos, Arazallus se jactaba: “Es falso que estemos impulsando a la Ertzaintza contra ETA” “No hay flujo de información Ertzaintza-Policía (…) La Ertzaintza no ha dado nunca ni un solo dato a la Policía española”. Según el pacto, el gobierno autonómico aumentaría sus atribuciones en la lucha antiterrorista. Pero el peso de esa acción siguió recayendo en la Guardia Civil y la Policía Nacional, que impedían que los separatistas radicales y los moderados pudieran imponer completamente su tiranía.

D´un temps que será el nostre, clamaba insensatamente Raimon

De Un Tiempo Y De Un Pais - 1

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